Certeza en San Agustín

Anuncio
Trabajo Práctico de Gnoseología
Artículo 1
Si podemos tener certeza de la verdad de nuestras ideas según San Agustín
Objeciones. Parece que no podemos tener certeza de la verdad de nuestras ideas
1. Los escépticos dicen que los sentidos son engañosos. Por lo tanto no podemos tener
certeza de las ideas que nos formamos a partir de ellos.
2. Los escépticos niegan toda verdad absoluta. Dicen que no existen verdades
absolutas y que todas nuestras ideas son relativas. Por lo tanto no podemos tener
certeza acerca de nuestras ideas ya que no hay parámetro con qué medirlas para
saber si son ciertas o no.
3. Los escépticos dicen que hay que dudar de todo. Por lo tanto no podemos tener
certeza de la verdad de nuestras ideas.
Autoridad. San Agustín dijo:
“Los filósofos escépticos pueden parlotear acerca de los cuerpos sensibles y del
modo en que nos engañan, pero no pueden invalidar ese conocimiento cierto que la
mente tiene de sí misma y por sí misma sin la intervención de los sentidos”1.
“¿De dónde sabría si decía verdad?... la verdad –que ni es hebrea, ni latina, ni
bárbara- sería la que me diría interiormente, en el domicilio interior del pensamiento,
sin los órganos de la boca ni de la lengua, sin el estrépito de las sílabas: <Dice verdad>,
y yo, certificado, diría al instante confiadamente a aquel hombre: <Dices la verdad>”2.
Desarrollo. “Tenemos necesidad de un divino socorro para conocer la verdad” 3.
Necesitamos una iluminación divina que nos haga capaces de aprehender lo que
trasciende nuestras mentes, “porque ninguna criatura, por muy racional que sea, se
ilumina por sí misma, sino que es iluminada por participación en la Verdad eterna” 4. No
podemos percibir la verdad inmutable de las cosas a menos que éstas estén iluminadas
como por un sol5. Esa luz divina que ilumina la mente, procede de Dios que es la Luz
Inteligible, en la cual, por la cual y a través de la cual, se hacen luminosas todas aquellas
cosas que son luminosas para el intelecto6.
“En cuanto a todas las cosas que decimos, o el oyente ignora si ellas son
verdaderas, o no ignora que son falsas, o sabe que son verdaderas. En la primera
hipótesis, cree, opina o duda; en la segunda, contradice y niega; en la tercera, confirma;
por tanto, nunca aprende”7. “Ahora bien, comprendemos la multitud de cosas que
penetran en nuestra inteligencia, no consultando la voz exterior que nos habla, sino
consultando interiormente la verdad que reina en el espíritu; las palabras tal vez nos
muevan a consultar. Y esta verdad que es consultada y enseña, es Cristo, que, según la
1
De la Trinidad 15, 12, 21.
Confesiones 11, 3, 5.
3
Contra Académicos 3, 6, 13.
4
Sermones 23, 1.
5
Cf. Soliloquios 1, 8, 15.
6
Cf. Ibidem 1, 1, 3.
7
Del Maestro 12, 40.
2
Javier Esteban Giangreco
-1-
Trabajo Práctico de Gnoseología
Escritura, habita en el hombre, esto es, la inconmutable Virtud de Dios y su eterna
Sabiduría (Ef. 3, 16-17)”8.
La iluminación se refiere no al contenido del concepto, como si la iluminación
infundiese dicho contenido, sino a la calidad de nuestro juicio a propósito de ese
concepto, o a nuestro discernimiento del carácter del objeto en su relación al modelo,
que no se encuentra contenido en la simple noción de la cosa. Hace referencia mucho
más a la forma del juicio cierto y a la forma de la idea modelo que al contenido del
juicio o de la idea.
El alma racional del hombre pone en ejercicio verdadero conocimiento y alcanza
verdadera certeza cuando contempla las verdades eternas en sí misma y a través de sí
misma. Las ideas y verdades eternas, que están en Dios, cumplen una función
ideogenética; es decir, que esa Luz que procede de Dios capacita a la mente humana
para que vea las características de inmutabilidad y necesidad de las ideas eternas y así
poder juzgar las ideas que nos formamos.
Así como consultamos la luz para juzgar los colores y las demás cosas que
percibimos por los sentidos, para juzgar las cosas intelectuales consultamos la Luz
Inteligible que habita en el hombre interior9. Esta Luz no es otro que Cristo, el Maestro
Interior. Él nos garantiza la certeza de la verdad de nuestros juicios e ideas.
Conclusiones.
1. Los sentidos, como tales, nunca mienten ni nos engañan, aunque podamos
engañarnos a nosotros mismos al juzgar que las cosas existen objetivamente del
mismo modo en que nos aparecen. La mera apariencia de un remo torcido al
introducirlo en el agua no es un engaño, porque habría algo mal en mi vista si mis
ojos me lo presentaran recto. Si yo voy más lejos y juzgo que el remo está realmente
doblado, me equivoco, pero mientras me limite a decir “me parece torcido” digo la
verdad y sé que digo la verdad10.
2. Decir “no existen verdades absolutas” es querer establecer una verdad absoluta. Si la
proposición “no existen verdades absolutas” es falsa, cae el sistema escéptico; en
cambio, si tal proposición es verdadera, podemos conocer una verdad. Quien niega
la verdad afirma al mismo tiempo la verdad de su negación. También tenemos
certeza de otras verdades de las que ni los escépticos pueden dudar: de dos
proposiciones disyuntivas contradictorias una es verdadera y la otra falsa. En estos
casos, estoy al menos cierto del principio de no contradicción11.
3. La duda escéptica se invierte a sí misma y, en el momento mismo en que pretende
negar la verdad, la reafirma: si fallor, sum; si dudo, precisamente para poder dudar,
yo soy y estoy seguro, paradójicamente, de que dudo. No sirve de nada sugerir que
uno podría engañarse al pensar que existe, porque el que no existe, no puede
engañarse en nada12. A partir de la duda tengo la certeza de que existo y ya no puedo
dudar de mi existencia.
8
Ibidem 11, 33.
“Non foras ire: in interiori homine habitat veritas”.
10
Cf. Contra Académicos 3, 11, 26.
11
Cf. Ibidem 3, 10, 23.
12
Cf. La Ciudad de Dios 11, 26, 7.
9
Javier Esteban Giangreco
-2-
Descargar