El arquetipo de lo femenino

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Hacia la evolución consciente
El arquetipo de lo femenino
El concepto de arquetipo es un término que nos ha sido legado
por la denominada psicología profunda y más propiamente por su más
conspicuo pionero. El psiquiatra suizo Carl Gustav Jung.
En el modelo Jungiano de la psique, existen unos elementos que
forman parte del universo de la mente, estando por lo tanto siempre presentes
en los seres humanos, independientemente de su cultura, época, religión, lugar
o condiciones históricas de cualquier tipo. Estos inasibles e inmateriales
componentes del inconsciente humano es lo que él denominó los arquetipos.
Un arquetipo no tiene materialidad, y ni siquiera corporeidad o
forma alguna. Es simplemente energía que impregna, conduce, dirige o
influye en los componentes psíquicos. Existe un ejemplo muy esclarecedor,
que el propio Jung utilizó para tratar de explicar que es en realidad un
arquetipo. Jung, puso como ejemplo, las formas que adquieren los minerales al
cristalizar, por ejemplo en cubos la Pirita o en hexaedros el Cuarzo; pues bien,
la fuerza que impulsa a las moléculas a adquirir una forma determinada sería
el arquetipo y el hexaedro o el cubo es la manifestación del arquetipo.
Dentro de los muchos arquetipos que existen, hoy nos vamos a
ocupar del llamado arquetipo de “lo femenino” o de la femineidad. Todo lo
que existe, se manifiesta con dos fuerzas que, aunque antagónicas son
complementarias y se generan una a la otra. Nos referimos, en este caso
específico a “lo masculino” y “lo femenino”. En un plano más amplio,
corresponderían a lo que en la Tradición Taoísta se denomina el Ying, que, en
una de sus manifestaciones, corresponde a la femineidad y el Yang, que sería
su energía opuesta y complementaria, lo masculino.
Fijémonos que no hablamos de mujer y hombre exclusivamente,
pues lo femenino y lo masculino se manifiesta en todo lo que existe. El
elemento femenino, está presente en la nocturnidad de una noche estrellada,
en el sigiloso caminar de una pantera o en el suave ondular de las ondas del
agua en una fuente y obviamente, también en la mujer. Igualmente lo
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masculino se manifiesta en la rugosidad de una montaña escarpada, en el
hendir de una flecha en su blanco y como no, en los hombres en general.
La manifestación de lo femenino en la mujer, puede darse de
varia maneras complementarias. Valiéndonos de los ancestrales míticos dioses
del Olimpo de la Grecia antigua, veamos como adquiere forma
antropomórfica esta fuerza inasible y poderosa.
Una clásica representación de la manifestación de lo femenino es
la diosa Afrodita. Diosa de la belleza y de la sensualidad, nacida del esperma
de Urano que se unió al océano al ser castrado por Cronos. Es una diosa
nacida del semen del dios unido a las olas del mar ¿Qué mejor nacimiento
para una diosa del amor y el erotismo? Esta forma arquetípica de lo femenino
representa precisamente el lado seductor, sensual y erótico de la femineidad.
Una segunda manifestación es la que corresponde a Deméter,
diosa maternal de la Tierra, pero no de la tierra virgen como Gea, sino de la
tierra cultivada. La figura de Deméter está indisolublemente vinculada a su
hija Perséfone, al punto de que en la Grecia clásica se las conocía como “Las
Diosas”. Al ser raptada Perséfone por Hades, no podía regresar al mundo de
los vivos por haber comido una semilla de granada, estando totalmente vedado
comer en el Hades. Al negarse Deméter a cumplir sus labores de diosa hasta
no recuperar a su hija, generó un periodo de tierra yerma, donde nada de lo
sembrado crecía y no se generaba fruto. Preocupado Zeus, obligó a su
hermano Hades a permitir que Perséfone saliera seis meses al año, que
corresponden a la primavera y al verano, pues Deméter, diosa madre, recobra
vida y alegría al estar con su hija. Los otros seis meses, otoño e invierno,
corresponden a la separación. Deméter es el arquetipo de la femineidad
expresado como la maternidad, que en algunos casos subyuga y predomina
sobre otras manifestaciones de lo femenino.
Una tercera manera de expresión del arquetipo, es la mujer
luchadora, representada en la mitología por Atenea, la diosa virgen.
Representada portando una lanza y un escudo o égida que comparte con su
padre Zeus, de quién salió al pedirle a Hefesto que le diera un hachazo en la
cabeza. Diosa sin romances y sin hijos, es una guerrera victoriosa y muy
temible. Era también la diosa de la sabiduría y de la civilización.
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Arquetipalmente es una manifestación de la mujer emprendedora, que lucha
frente a los obstáculos y sale victoriosa.
Hécate la diosa de las encrucijadas y de las bifurcaciones de los
caminos, es otra de las manifestaciones de este arquetipo. Representa el lado
oscuro o más bien secreto y mágico. La parte de bruja o hechicera, que con
frecuencia se encuentra unido a la femineidad. Hay quién asocia este aspecto a
Perséfone, por su contacto con el mundo de los muertos, con el misterioso
Hades, donde comparte la mitad de su vida con el rey de lo ultraterreno.
Es Hera, la diosa esposa, la que se manifiesta en la mitología con
los atributos de la mujer consorte. Reconocida como la esposa oficial y
legítima de Zeus, el mayor de los dioses olímpicos, es la protectora de las
mujeres casadas. Aunque fue la tercera esposa de Zeus, después de Metis y
Temis, es aceptada como la esposa por excelencia y así fue honrada en la
Grecia clásica.
Vemos como la femineidad tiene formas y maneras complementarias de
manifestarse. Cómo seductora amante, sensual y plena de erotismo, al estilo
de Afrodita, cómo madre abnegada que encuentra alegría en sus vástagos a la
manera de Deméter, cómo hembra luchadora, sabia y temida de acuerdo al
accionar de Atenea, cómo esposa fiel según Hera o con el lado oculto, secreto
y eternamente misterioso según Hécate o Perséfone.
Todas las manifestaciones se dan como una unidad, no siendo una mejor o
peor que la otra, tan solo diferentes formas de expresarse el misterio del eterno
femenino.
Dr. Héctor G. Gómez G.
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