¡Qué linda es Máxima, una auténtica reina! Alta y delgada

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“¡Qué linda es Máxima, una auténtica reina! Alta y
delgada como una tabla y con una elegancia única (…)
Es dulce y amable, me dice que está orgullosa de que Eloísa
Cartonera haya ganado el premio y que ella tiene una
colección de libros de cartón en su casa de Buenos Aires.”
EL ESCRITOR
Y LA REINA
Washington Cucurto en el Palacio Real. En diciembre de 2012, la editorial argentina Eloísa
Cartonera ganó el premio Príncipe Claus que otorga el gobierno holandés. El escritor Washington
Cucurto, creador del emprendimiento editorial que –desde la crisis de 2001– publica libros en el
cartón que le compra a cartoneros, viajó a recibirlo de manos de Máxima, hoy reina de Holanda.
La noticia no trascendió demasiado y él prefirió mantener el bajo perfil… Hasta ahora que accedió
a escribir su crónica en exclusiva para la revista Para Ti. Esta es la historia contada con el particular
estilo de “el poeta de la cumbia” en los salones de Casa Real holandesa.
textos WASHINGTON CUCURTO producción LUCILA PINTO fotos GENTILEZA W. C.
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El encuentro. Izq.: Cucurto, vestido para la ocasión, con Máxima –por entonces
princesa– en el evento en el Palacio Real. El escritor y María Gómez, de Eloísa Cartonera,
junto a Beatriz y los actuales reyes de Holanda, Guillermo y Máxima.
A
cabamos de ganar cien mil euros. Unos
holandeses que no sabemos ni quienes
son nos dieron a Eloísa Cartonera el
Primer Premio Príncipe Claus y tenemos que ir Amsterdam a recibirlo. ¡Qué lindo
empezar algo con cien mil euros en el bolsillo! Sin
embargo, la verdadera historia recién comienza en
Amsterdam, ingresando al hotel más importante
de Europa, L´Europe, me dicen que justo en este
momento está Madonna alojándose un piso más
arriba de mi habitación 504. Me dicen en un inglés
impersonal que “su piso es tu techo, ella está justo
encima de ti, Dios te bendiga”. Si ella está encima
de mí, entonces es probable que yo pueda estar
encima de ella, en algún momento…
Todos me hablan en inglés y no entiendo un sorongo. El inglés es un idioma sencillo y demasiado
metálico, pero… ¿por qué coños no me hablan
en castellano? Le hago señas a la conserje, una
morocha infartante de ojos amarronados y con
forma felina, para saber si puedo tocarle el timbre
a la diva. Amicaela Popescu es caribeña, pero con
ciudadanía holandesa: es de Surinam, una de las
tantas islas coloniales que tienen estos tipos.
“Va a ser complicado muchacho, ella no acepta a
nadie”, y me corta en seco. Un holandés alto, más
lindo que Beckham y que Brad Pitt juntos, con un
sombrero de granadero, me acompaña a mi cuarto.
Todo es lujo, todo es lindo, todo es educación y
respeto hacia el prójimo. Y así como hay pobreza
extrema, también hay riqueza extrema.
El baño de la pieza es más grande que la cueva
en la que vivo en Buenos Aires y ¡pago un
alquiler de 2.500 pesos mensuales! Los ventanales del hotel me muestran toda la belleza
de Amsterdam, una ciudad de juguete, limpia y
transparente, como una clínica privada. Acá las
drogas están legalizadas y la prostitución es un
oficio interesante incluso entre las universitarias. Las putas más interesantes, sin embargo,
no son las holandesas cultas, sino las balcánicas,
las rusas, cada una habla cinco idiomas y tienen
el encanto de lo guarro. Lo compruebo en carne
propia, la zona roja está pegada a un canal lleno
de gansos blancos y patos amarillos. Voy a un
café shop donde están todos fumando miles
de gustos distintos de marihuana. Me venden
un cigarrillo a quince euros y me lo dan en un
frasquito alargado de plástico. Desconfío, es el
porro más caro y malo del mundo.
Pero no nací para la marihuana y la cocaína, ¡qué
desafortunadas, se pierden a un artista genial!
De todas formas me compro un cigarrillo y
corro al hotel. Le tocó el timbre a la diva, pero
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Del barrio al palacio. El escritor en una nota de Para Ti en 2006, en un bar, cerveza en mano. Seis
años después, con la realeza holandesa, en el palacio de los Orange.
Verduras, cumbia y literatura
Se llama Santiago Vega, pero cuando escribe –sobre la cumbia, la bailanta, el Once– se llama
Washington Cucurto. Empezó a leer a los 23 años, en contraste con el estereotipo de escritor
que pasó la infancia tapado por pilas de libros. Cucurto, en cambio, no fue al secundario. Como
repositor de la verdulería de un supermercado escribió sus primeros poemas, en papelitos
que de un lado estaban llenos de nombres de verduras y, en el otro, de versos. Publicó, entre
otros: Zelarayán, La máquina de hacer paraguayitos, Cosa de negros y El curandero del amor. Dice
que lo suyo es “literatura clase B”, porque quiere que sus libros “se lean rápido y que no sean
pretenciosos”. Sin embargo, su “realismo atolondrado” fue traducido a varios idiomas y lo llevó
del under al establishment de las grandes editoriales. Tiene, además, la suya propia: Eloísa
Cartonera, con la cual desde la crisis de 2001 y hasta ahora, publica libros en el cartón que le
compra a cartoneros. ¿Cuánto de crónica y cuánto de ficción hay en lo que escribe? ¿Habrá sido
tal como lo cuenta su encuentro con Madonna en Amsterdam? “Totalmente –responde a nuestro
interrogante–. Pero no tengo fotos ni ninguna prueba. Sólo mi memoria y mi imaginación…”. ¿Y
tendrá también el sobrecito que le dejó Madonna?
no responde, tengo el cigarrillo en mi mano y
en la otra tres libritos cartoneros, uno es Evite
Lives, de Néstor Perlongher. Se escucha el ruido
de la ducha, pero nadie responde. De pronto, es
ella. “Come on, beibi”. Tardé cinco minutos en
comprender la frase, carajo, por qué demonios
no habré estudiado inglés. La diva sale envuelta
en una bata blanca, al verme se asusta, pero yo
la tapo con mi cigarrillo y los libritos cartoneros.
Ha noviado con un ejército de cubanos y mexicanos y me dice: “Gracias por los libros, chico,
pero ahora me tengo que ir”. Y cierra la puerta.
Es demasiado bajita Madonna.
Llego a mi cuarto y otra vez coño, me hablan en
inglés por teléfono, no entiendo un sorongo. Es la
presidenta de la Fundación Príncipe Claus. “Chico,
está apurada”, me dice Amicaela Popescu. “Te va
a llevar al Palacio Real, donde te van a vestir como
corresponde, nuestra querida Reina Beatriz se
muere por verte y vas a merendar con ella”. Le digo
que vamos y me suben a una limousine.
El Palacio es increíble, pero no deja de ser
como cualquier otro palacio. Ahora sí, puedo
decirlo: el yotibenco en el que vivo es mejor, ya
no tengo dudas.
Un asistente me lleva a un cuarto de huésped,
otro me afeita y otro viene sudado: acaba de
comprarme un traje ZARA azul petróleo, unas
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medias negras y un cinto y zapatos marrones.
Mientras me engalanan, miro por la ventana del
Palacio y veo a mucha gente que se amontona
para ver salir y entrar a la reina.
Entra Fariba, una joven árabe que hace honor
a la sensualidad de estos países. Ahora entiendo qué hace Diego en los Emiratos Arabes. Es
la jefa indiscutida, pero conmigo se comporta
con mucho aprecio. Me enseña modales, cómo
sentarme. “No mires a los ojos a la reina, si no te
mira; no le tiendas la mano, si ella no te la tiende
primero. Camina a su lado, pero medio paso atrás
y no te sientes hasta que no se siente ella”. “Ya está
campeón, salís a la cancha”, imagino que me habrá
querido decir algo así, porque en el Palacio hay
más de quinientas personas y dentro de media
hora tendré que pasar por una alfombra roja entre
toda esa gente y subirme a un estrado y sentarme
al lado de la reina.
Antes de que me suba al estrado cantarán en
el escenario, habrá dos grandes bailarines de
tango, y otros artistas que recibieron menciones expondrán su arte y sus experiencias. El
Premio Príncipe Claus es un premio destinado
a organizaciones sociales de Latinoamérica y
Africa y que con su labor han influido al mundo
y le han dado algún tipo de esperanza a la humanidad o algo así, se entrega todos los años y
acá estamos. Es un premio al que no se puede
postular, sólo te postulan, y nunca sabés quién
lo hizo. Es confidencial.
Pero no me muero por conocer a la reina, sino
a Madonna y en segundo lugar a Máxima. No
entiendo cómo algunos pelotudos hablan mal
de Máxima, es lo más grande que hay.
Se abren las puertas y vienen Máxima y su
compañero. Pero todos se abren para recibir
a la reina Beatriz. ¡Qué linda es Máxima, una
auténtica reina! Alta y delgada como una tabla
y con una elegancia única. Si tuviéramos que
elegir entre todas las mujeres que hay en este
Palacio, Máxima es la reina indiscutible. Hablamos muy poco, todos hablan en inglés y yo la
encaro directo en castellano. Máxima es dulce
y amable, me dice que está orgullosa de que
Eloísa Cartonera haya ganado el premio y que
ella tiene una colección de libros de cartón en su
casa de Buenos Aires. Y ya no hablamos más. Lo
último que me dice es que su escritor preferido
es Fabián Casas. Aprovecho para decirle que
Fabián Casas no existe, lo inventé yo.
Ahora llega la reina Beatriz, agradabilísima,
parece mi abuelita. Una verdadera anfitriona,
se ve que está acostumbrada a estos trotes. Me
cuenta, con traductor presente, que le encanta
ir a veranear a la Patagonia, que está muy orgullosa de Eloísa Cartonera, a la que considera
la mejor editorial del mundo, y hasta que no
conozca “la carto”, esta última palabra la dice
en castellano, no va a parar.
En fin, recibimos el premio, todos nos dicen que
somos los mejores, pero yo siento que seguimos
siendo como siempre, y si me apuran, arriesgo
que un poquito peores. ¡Qué importancia tienen
las valoraciones en este facking (sic) momento!
Subo al estrado, leo un poema. Beso a mi compañera de todos estos años y bailamos, bebemos,
y al otro día seguimos viviendo.
Cuando me voy, Amicaela Popescu me entrega
un recado. Es un sobrecito que dejó para usted
la señora Madonna. Afuera la ciudad seguía
bella, rodeada de flores, chicas perfectas en bici
y miles de canales paradisíacos. q
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