la verdadera adoración en

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Catequesis del Miércoles de la III semana de Cuaresma – 30 de marzo de 2011
(Parroquia San Antonio María Claret de Progreso.
Retomamos hoy nuestro camino cuaresmal en estas catequesis que están
centradas en la oración. Para cada paso hicimos alguna relación con el pasaje evangélico
del domingo anterior. Así, luego de la catequesis del Miércoles de cenizas, que nos
habría al camino del ejercicio cuaresmal, con insistencia en la oración, el miércoles de
la primera semana, abordamos la oración como lucha, combate, acompañados y guiados
por Jesús tentado y probado. Iluminados por el evangelio de la transfiguración, el
miércoles pasado miramos cómo Dios está en la fuente del encuentro de la oración,
llamándonos y hablándonos, mostrándosenos en Cristo, y por lo tanto la oración del
cristiano ha de ser respuesta: escuchando y obedeciendo al Señor y contemplándolo en
la carne, en su revelación visible. Estos textos los pueden encontrar en nuestra página:
diocesiscanelones.com.
El domingo pasado se nos proclamó el capítulo 4 del evangelio según San Juan,
que recomiendo escuchar pausadamente. Todo él es una fuente de oración, en que Jesús
nos habla, nos llama, se nos revela, y nosotros estamos invitados a crecer en el
conocimiento de él y en la vida que él nos regala por la fe y el bautismo. Esa vida es
como agua viva que salta, que brota hasta la vida eterna.
Para nuestra reflexión de hoy, asumimos unos versículos de ese maravilloso
pasaje del evangelio:
Jn 4:20-24 Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerusalén es
el lugar donde se debe adorar.» Jesús le dice: «Créeme, mujer, que llega la hora en que,
ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis
nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero
llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en
espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es
espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad.»
1. Lo primero que nos enseña este pasaje es que la pregunta acerca de la adoración
a Dios es una pregunta importante. La samaritana que andaba en sus quehaceres, que
sabía bien que no se trataban judíos y samaritanos, que conocía las exigencias para sacar
agua del pozo, pasa a una pregunta de otro orden superior: ¿dónde se debe dar culto? Es
decir, ¿cuál es la forma correcta, verdadera, que a Dios le agrada de que le den culto?
No es una pregunta inútil, ni un interrogante sobre una moda, o una opinión
humana, sino sobre la voluntad de Dios. Y no es un sobre cualquier acto humano, sino
sobre el culto. Más estrictamente es sobre la adoración de Dios.
La cultura actual, la forma de pensar actual ha hecho que son importantes todas
las cosas que interesan a los hombres: las carreras de autos y el fútbol, los sentimientos,
la salud, el bienestar, y, por sobre todo, el dinero y el poder. Por un partido de fútbol del
mundial se paralizan las actividades. Por el dinero se justifica mentir, hacer guerras. Por
el interés del poder político, parece que vale todo.
Pero, por otra parte, se quiere presentar la religión como un pasatiempo
individual, como una cuestión de gustos y caprichos, casi como una trivialidad.
Sin embargo, la pregunta principal del hombre, como ser racional y espiritual es:
¿cuál es el sentido de la vida? ¿qué es lo que da sentido total a mi persona? ¿qué es lo
que nos da el sentido total de nuestra existencia colectiva? ¿cuál es el sentido total de la
humanidad? Y esto, no sólo como una pregunta a nuestra razón, sino también como una
pregunta a nuestra libertad, a nuestra capacidad de optar. ¿Para qué somos libres? Ser
libre es elegir, pero es también darse, entregarse, y ¿a qué y para qué?
Estas preguntas fundamentales, en general no se plantean, o se diluyen en una
cantidad de elecciones sin ton ni son: hoy elijo esto, porque me parece bien, mañana
otra. Tú afirmas que vives para realizarte y yo para otra cosa que me gusta. Pero,
entonces, ¿en qué estamos gastando nuestras vidas? ¿qué cosa, qué persona, qué valor, o
que nada es el fin de nuestra razón de ser y de nuestra libertad?
La samaritana y toda la palabra de Dios y todos los creyentes del mundo, que
son la mayoría, nos dicen: lo razonable del hombre es que reconozca a Dios, de tal
forma que se entregue a él. Lo razonable de una sociedad es que reconozca a su hacedor
y que le rinda culto, se entregue a su servicio.
En realidad, a través de la razón, podemos llegar a reconocer que todo el universo, y que
cada ser tiene origen en un principio, inteligente, libre, capaz de amar, eterno, que existe
por sí mismo. Es a éste al que llamamos Dios.
En esto coinciden todas las religiones: hay que adorar al Dios Supremo, hacedor
de todo, a él debemos servir, en el culto y en nuestra vida, haciendo en bien y evitando
el mal.
Adoran mal, entonces, y no es un culto plenamente racional, los que adoran a
muchos dioses, los que caen en la idolatría. No estamos hablando de que sean culpables
o no, sino de que no adora, no reconocen a Dios como es.
También adoran mal, los que reconocen que haya un Creador, pero no quieren
someterse a las obligaciones morales, a la conciencia rectamente formada.
En verdad la pregunta fundamental del hombre es ¿a quién adorar? y ¿cómo
adorarlo como es debido, cómo servirle y darle culto como es debido?
La pregunta sobre la adoración, en realidad, es la pregunta principal de la
existencia humana.
Por eso también, una educación de los niños y jóvenes que no les enseñe a
plantearse el sentido de su existencia y su razón y no les enseñe a reconocer y adorar a
Dios, los amputa, los desorienta sobre su propia persona y sobre el sentido de la vida y
de la sociedad.
Escuchemos la afirmación de un pensador moderno” “El problema del hombre
consiste en la adoración, y todo el resto está hecho para darle luz y substancia”1.
2. la verdadera adoración: en el recto conocimiento de Dios, viene de los judíos.
Damos un paso más. Ahora se trata de cómo conocer a Dios, para adorarlo bien.
Los hombres, llamados a la adoración de Dios, como fruto del pecado que
oscurece la mente y ata la voluntad, han adorado como dioses a todas las fuerzas
existentes: al sol y la luna, a los antepasados y fundadores de los pueblos, al Estado y a
los reyes y emperadores. Con frecuencia han caído en el politeísmo, es decir, en la
adoración de muchos dioses. Por eso, siempre hay que purificar la razón para llegar a
reconocer y adorar a Dios único.
Pero, Dios ha tenido compasión de los hombres, y se ha manifestado, para
llevarlos a la recta adoración. Por, eso, como dijo Jesús, la salvación viene de los judíos,
porque ellos adoran a quien conocen, porque se les dio a conocer.
Toda la primera alianza, desde el llamado de Abraham, hasta Juan el Baurtista es
el largo camino, en el cual Dios ido manifestando, dando a conocer, para liberar a Israel
de la idolatría, y de un culto a Dios erróneo y llevarlo a la adoración correcta y a una
vida de fidelidad a ese reconocimiento pleno de Dios, creador de todo, que ha elegido a
1
ENRICO MARIA RADAELLI, Una considerazione a Di un bisogno dei contemporane de ROMANO AMERIO,
en http://www.enricomariaradaelli.it/aureadomus/romanoamerio. La afirmación es de Amerio.
Israel y por medio de él se ha revelado como misericordioso, fiel, celoso y amoroso. Ese
es el sentido de que había que adorar en Jerusalén, en fidelidad a la revelación de Dios
único, frente a los pueblos politeístas y desconocedores de la ley de Dios.
3. Jesús lleva a plenitud el culto de Israel y abre al culto pleno.
Como nos lo enseña Jesús, hablándole a la samaritana, ha llegado el momento en
que el culto verdadero sea al Padre, en Espíritu y verdad, ya libertados de la concreción
del templo de Jerusalén.
¿En qué está la novedad de este culto perfecto?
Primero en que Dios se ha revelado como el Padre de nuestro Señor Jesucristo,
en un sentido único. El único Dios, sin dejar de ser único, tiene en su seno al Hijo, que
es su Palabra, que existe desde siempre y que es Dios con él. Dios no es un gran y
perfecto solitario, que se comunica a los hombres, sino una comunión total con su Hijo
unigénito, eterno y creador con él, en la unidad de Espíritu Santo.
Dios nos introduce en la vida interior suya, en la Trinidad Santa, en la comunión
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
La adoración, que brota del conocimiento de Dios, reconoce pues al Padre, con
el Hijo y el Espíritu Santo. La adoración que es reconocimiento y gratitud es por haber
sido creados, pero más aún por haber sido introducidos en el conocimiento y el amor
de la vida de la Santísima Trinidad.
Cuando Jesús dice que la verdadera adoración es en espíritu y en verdad,
significa que es en el Espíritu Santo y en la verdad del Hijo, verbo, sabiduría y palabra
de Dios.
La adoración cristiana es siempre en Cristo y por medio de Cristo, que es la
verdad. Él dice: nadie va al Padre, sino por mí. El dice: ésta es la vida eterna, que te
conozcan a ti, Padre, único Dios verdadero, y a Hijo, tu enviado. Más aún, Jesús, el Hijo
hecho hombre, en esa condición da el culto perfecto al Padre, la adoración perfecta. Por
eso, toda adoración cristiana es por medio de Jesús, con él y en él.
La adoración es el acto de reconocimiento total de quién es Dios, y qué ha hecho
por nosotros, y qué piensa de nosotros y a qué nos invita. Por eso, la adoración proviene
de la fe y la adoración perfecta del Padre, proviene de Jesucristo. Está unida a todo el
conocimiento de Dios.
Al mismo tiempo, esa adoración es en el Espíritu Santo, es decir, que sólo el
Espíritu Santo, puede de tal modo iluminar nuestra mente, mover nuestra voluntad,
atraer nuestro corazón y nuestra libertad, para que nos entreguemos totalmente al Padre,
que tanto nos ha amado, que nos ha enviado a su Hijo Unigénito. Por eso, la adoración
que quiere el Padre es en el Espíritu Santo.
El único adorador perfecto fue Jesús en toda su vida, y sobre todo en la cruz,
cuando, lleno del Espíritu Santo, se ofreció a sí mismo al Padre, en sacrificio,
adorándolo, obedeciéndolo hasta el extremo, en ofrenda de alabanza, acción de gracias
y salvación del mundo.
Ahora resucitado y sentado a la derecha del Padre, Jesús, ungido y lleno del
Espíritu está siempre tributando la perfecta adoración al Padre.
Los coros de los ángeles y los bienaventurados le dan la perfecta adoración a
Dios, Padre de Jesucristo, y a Jesucristo, hombre y Dios verdadero, y al Espíritu Santo.
4- Partícipes de la adoración de Jesucristo.
Ha llegado la hora de los verdaderos adoradores. Éstos no son ni los
samaritanos, que con buena voluntad, pero con ignorancia adoraban en el monte
Garizim, ni los judíos, que con verdadero conocimiento y sumisión adoraban en
Jerusalén. Jesús estaba abriendo el momento definitivo de la nueva y eterna alianza, de
la adoración al Padre en Espíritu y verdad, en el Espíritu Santo y en Jesucristo,
Esa adoración es la que realiza la Santa Iglesia, Esposa y cuerpo de Cristo, unida
a su cabeza y esposo, santificada y consagrada por el Espíritu Santo. Es decir, es un don
de Cristo, el llamarnos a la plenitud de la adoración a Dios, del culto vivo y verdadero.
Este don nos viene por la fe en el Evangelio y por la acción del sacramento del
bautismo y la confirmación. Así somos integrados a la Iglesia y, en ella, convertidos en
adoradores del Padre, por Cristo en el Espíritu, glorificando al Padre y al Hijo y al
Espíritu Santo.
5. Volvámonos a Cristo y a su Iglesia, renovándonos como adoradores del Padre,
en Espíritu y Verdad.
Saquemos algunas conclusiones para nuestra vida cristiana.
En primer lugar, por ser bautizados y confirmados, hechos miembros de la
Iglesia, pueblo consagrado como propiedad de Dios, cuerpo y esposa de Cristo, templo
del Espíritu Santo, nuestra principal vocación es ser adoradores del Padre, en Espíritu y
verdad.
Esta adoración, comienza por el conocimiento y reconocimiento de Dios por la
fe católica, recibida de la Iglesia, profundizada constantemente por la escucha de la
Palabra de Dios y por la meditación. Debemos adorar conociendo a Dios y su plan. Por
eso, en el culto de adoración, se incluye la palabra y la profesión de fe, el credo. Nuestra
mente debe dejarse dirigir por Dios, que es la verdad, para pensar nuestra existencia y
reconocerla según el plan de Dios.
El reconocimiento de la adoración implica la entrega de todo nuestro ser. Ser
adorador es reconocer que Dios, el Padre, con su Hijo y su Espíritu, es todo: todo en sí
mismo y todo para nosotros. Por eso, adorar en Cristo, en Espíritu y verdad, no es darle
algo a Dios, sino entregarle nuestra persona, nuestra vida, volvernos una ofrenda
agradable a Dios. Nada es nuestro, todo de él. No vivimos para nosotros mismos, sino
para él.
Por cierto, habrá un camino para ir realizando una y otra vez esa ofrenda y
profundizándola, pero siempre para pedirle al Espíritu, que nos una a Cristo, para que
adoremos al Padre, reconociéndolo como todo y entregándonos hasta la muerte.
En este sentido, ya no adoramos en Jerusalén, porque no vamos a ofrecer un
corderito o una paloma, sino a nosotros mismos junto a Cristo muerto y resucitado.
6. la adoración perfecta en la Santa Misa.
Dijimos que esa adoración verdadera al Padre, en Espíritu y verdad, la realizó
Cristo, y a ella somos unidos por el bautismo y la confirmación.
Ahora bien, ella se actualiza en la Santa Misa. La Misa la preside y celebra
Jesucristo. Él que está ofreciéndose en los cielos ante el Padre, une consigo a la Iglesia
en su propia ofrenda.
Por eso, el acto de adoración al Padre, en espíritu y verdad es la Santa Misa.
Allí la Iglesia, y cada bautizado en ella, se deja unir por el Espíritu Santo a Cristo, y
voluntariamente se une a él para adorar al Padre, en el mismo sacrificio de la cruz que
se hace presente.
Esta realidad se hace expresa en toda la misa. Ya en el Gloria decimos: te
bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias.
Pero sobre todo, en la gran Plegaria Eucarística, la oración larga y central de la
Misa, enseguida de la consagración, el sacerdote dice en nombre de Cristo y de toda la
Iglesia: te ofrecemos el sacrificio vivo y santo, el sacrificio puro, inmaculado y santo.
Toda a plegaria termina con por Cristo, con él y en él a ti Dios Padre, en la unidad del
Espíritu Santo, todo honor y toda gloria: es ésta la adoración.
VOLVÁMONOS A CRISTO Y A LA IGLESIA, es
una
invitación
a
profundizar en nuestra vocación de verdaderos adoradores. Revisemos si en la Misa de
verdad nos entregamos en acto de adoración a Dios.
Si nuestra oración fuera de la misa, nace y termina en la adoración.
Si toda nuestra vida es de adoración, es decir, de entrega y obediencia para
glorificar a Dios, para adorarlo.
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