Viernes o los limbos del Pacífico

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Viernes o los limbos del Pacífico
-Michel Tournier1(Bajo la perspectiva de textos tales como “Hombre y Lenguaje” de Gadamer2)
“No sólo hemos recorrido el territorio del entendimiento puro y examinado cuidadosamente cada parte del
mismo, sino que, además, hemos comprobado su extensión y señalado la posición de cada cosa. Ese
territorio es una isla que ha sido encerrada por la naturaleza entre límites invariables (unveränderliche
Grenzen). Es el territorio de la verdad (Land der Wahrheit) -un nombre atractivo- y está rodeado por un
océano ancho y borrascoso (umgeben von einemweiten und stürmischen Ozeane), verdadera patria de la
ilusión (Sitze des Scheins), donde algunas nieblas y algunos hielos que se deshacen [.] producen
prontamente la apariencia de nuevas tierras y engañan una y otra vez con vanas esperanzas al navegante
ansioso de descubrimientos, llevándolo a aventuras que nunca es capaz de abandonar, pero que tampoco
puede concluir jamás.” (Pasaje fundamental de la Crítica de la razón pura de Kant, mencionado casi al final
de la Analítica Trascendental).
Para que este tema -como tal- adquiera por lo menos un ápice de sentido,
hagamos un resumen lo suficientemente explícito de la tendencia actual de la
Filosofía del Lenguaje, lo cual nos permite entender el ambiente cultural en el
que surge “Hombre y Lenguaje.” A continuación nos referiremos de lleno a
“Viernes o los limbos del pacífico”-(sic)-, orientándolo a algunos temas que bien
pueden considerarse como claves.
La filosofía del lenguaje tiene hoy una actualidad y un puesto central dentro del
sistema de los saberes filosóficos: El planteamiento de la problemática del
lenguaje pasa a implicarse en todas las formas típicamente modernas de la
filosofía, de tal modo que el tratamiento de cualquier otra problemática se
encuentra obligado a pasar por ella.
No sería exagerado pues decir que toda la filosofía contemporánea se mueve en
el ámbito de la preocupación por el lenguaje: por la precisión de su significado;
-de sus posibilidades como realidad
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- y de su efectiva relación con el hombre en quien parece asentarse el lenguaje.
Resulta así obvio aceptar que cualquier corriente o movimiento filosófico se ve
comprometido -en algún punto decisivo1) a girar en torno a una concepción del lenguaje,
2) y a significar la compleja relación existente entre el lenguaje y el hombre,
entre el lenguaje y la realidad.
Son por ello de particular interés las diferentes concepciones y enfoques que
han sostenido las corrientes filosóficas características del siglo XX en su
especial tratamiento de la problemática del lenguaje, utilizando para tal fin,
métodos y planteamientos enfrentados. Algunos filósofos han intentado
apoyarse en el análisis como método para acceder al lenguaje (desde Platón
hasta Gadamer).
Aquí el estudio del lenguaje se ha hecho en el contexto del desarrollo de la lógica
simbólica y de la filosofía de la ciencia, por lo que ha tenido especial relieve el
análisis de las características lógicas o formales del lenguaje. Con este enfoque
analítico se requiere que la filosofía se adecue específicamente a su objeto,
renunciando a acometer ningún tipo de especulación metafísica de la Realidad y
del Ser.
El fenómeno del lenguaje que dio cierre al siglo XX se identificó abiertamente
con lo humano. Cuando el mito de la objetividad se ha visto reducido en sus
dimensiones cognoscitivas y el sujeto ha venido a pasar a un primer plano como
parte constitutiva esencial de la construcción del mundo, los conceptos claves
pasan a ser «Sentido», «Significado», «Dialogismo», «Intersubjetividad»,
«Comunicación»; es decir, el lenguaje pasa a ser el centro de la reflexión. El
hombre hace de su pertenencia todo lo que lo rodea, lo tangible y lo intangible; y
toma conciencia de que lo único que le pertenece es su lenguaje: logra la
abstracción y el puesto de la «filosofía primera» pasa a ser ocupado por la
Hermenéutica.
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La comprensión de los secretos del funcionamiento del texto pasa a revelarnos
los secretos del funcionamiento del lenguaje, y éste lleva al conocimiento de los
misterios que yacen y pueden yacer dentro del ser humano mismo.
El lenguaje constituye el límite del hombre y es por lo tanto, el portador de sus
conocimientos, de su sabiduría, sobre él construye su conocimiento y él es el
que lo posibilita. Es en el contexto de esta época, en el que, Gadamer irrumpe
con toda la fuerza de su pensamiento referido a todas estas cuestiones.
Pasemos ahora a hacer los comentarios pertinentes en relación a “Viernes o los
limbos del pacífico”:
Robinsón Crusoe es uno de los mitos más atractivos y tenaces de la historia de la
literatura. Es el nuevo hombre que emerge del siglo de las luces. Reza su Biblia,
confía en Dios, pero mantiene seca la pólvora. En “Viernes o los limbos del
Pacífico,” Michel Tournier ha recogido el mito y lo ha reconstruido de una manera
memorable. A través de un relato de formidable fuerza imaginativa rehace todo
el largo camino del héroe solitario. Pero el héroe de Tournier ha perdido la
inocencia que le diera Defoe. La Historia ha pasado por generaciones de
hombres y mujeres, y el solitario Robinsón es ya otro hombre y expresa otro
modo de concebir el mundo.
“Viernes o los limbos del Pacífico” es la primera novela de Michel Tournier, con
ella obtuvo el Grand Prix du Roman de la Academia Francesa y el
reconocimiento público de una fulgurante carrera literaria confirmada por su obra
posterior.
En la distancia que va del inglés Daniel Defoe al francés Michel Tournier, o del
“Robinsón Crusoe” a “Viernes o los limbos del Pacífico,” hay un ejemplo
estupendo para entender las diferencias entre la novela de hechos y la novela
literaria o del lenguaje. Son éstas, ya se ve, definiciones un tanto imprecisas, que
tal vez sirvan para distinguir, desde el prestigio de una historia única y universal,
algo de lo que sucede hoy en la escritura.
Con Tournier nos hallamos ante un fenómeno sorprendente y bastante
afortunado de la narrativa reciente. Porque se trata de un autor que se vale de la
literatura para escribir sobre filosofía -esencialmente- y también sobre
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antropología y semiótica. Con una intención así, podría pensarse que no hay
literatura que emerja en los trabajos del pensador y del divulgador. Pero esa idea
se contradice con la atención que ha logrado Michel Tournier en sus lectores
desde el inicio de su obra.
Es de remarcar en esta novela un ambiente claramente insular. Vemos como
Viernes fue bautizado con este nombre cuando lo encontró en el día homónimo
Robinsón Crusoe, quien anteriormente habría naufragado en aquella isla
“inhabitada” (y aquí recuérdese la posesión territorial vía resnulis) donde salvó al
que sería su esclavo de unos feroces caníbales.
Perfecta versión novelesca de la Dialéctica Hegeliana, en esta novela el siervo
demuestra cómo su amo no existiría, no reinaría, pues, sin súbdito que le
sirviese (un hombre termina siendo esclavo de todos aquellos que le sirven).
Nótese también, como el afán colonizador y los esquemas de la sociedad
británica que el Robinsón de Defoe intenta trasladar a la isla desierta, terminan
por tambalearse con el Robinsón de Tournier. Viernes en este caso ya no es un
esclavo, es un compañero, un hermano, un amigo que descubre a Robinsón
otras perspectivas, otros valores culturales en el ámbito de la vida –llamadasalvaje. Hasta tal punto que, llegado su momento, el nuevo Robinsón se niega a
abandonar la isla y regresar de nuevo a la civilización (tal vez cayó en la cuenta
de la gran soledad que se vive en los hacinamientos urbanos).
Conviene referirnos –para tener un poco de claridad- a los pasajes de la obra,
estableciendo primero algunas ideas:
La insistencia del joven Robinsón para subir a bordo de un barco con destino a
Londres obedecía a un solo destino: el naufragio como única vía para construir la
más clara cartografía de la soledad. El mito de Robinsón Crusoe para el hombre
moderno, traza las líneas que fluyen de los recursos propios hacia lo
imperceptible. Larga empresa. El principio es filosófico. Hacemos alusión a Giles
Deleuze y Claire Parnet, quienes en su libro "Diálogos" (1977) escribieron: "Partir,
evadirse, es trazar una línea. Sólo hay una manera de descubrir mundos: a
través de una larga fuga quebrada. En una línea de fuga siempre hay traición.
Nada de trampear como un hombre de orden que prepara su porvenir, sino al
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contrario, traicionar a la manera de un hombre simple que no tiene ni pasado ni
futuro. Traicionar las fuerzas estables que quieren retenernos, los poderes
establecidos de la tierra", y sobreviene un doble alejamiento: "el hombre aparta
su rostro de Dios que a su vez aparta su rostro del hombre. Y en este doble
alejamiento, en la distancia que media entre los rostros, es donde se traza la
línea de fuga, es decir, la desterritorialización del hombre (...), y en conclusión,
hay que perder la propia identidad, el rostro. Hay que desaparecer, devenir
desconocido."
Ahora bien, en base a esto, podemos ahora transcribir (acompañando el texto
con unas cuantas apreciaciones) algunos pasajes que Michel Tournier
estableciera en su libro "Viernes o los limbos del pacífico," por ser una propuesta
amable -incluso en el ámbito sexual-, con respecto a la que Daniel Defoe
alumbrara cargada de un profundo recato.
Así pues, el juego de cartas o presagio del futuro cierran con la más alta condena;
recuerda el capitán del navío a Robinsón: "debéis guardaros de la pureza. Es el
vitriolo del alma". La tempestad reclama su tregua. Con un fuerte dolor en el
hombro, desde la orilla plagada de peces y crustáceos reventados, una
extensión de tierra enorme se abría a su paso como el bosque más fértil. Corre
tiempo. La necesidad de nombrarlo todo condujo a Robinsón a referirse como
"Evasión" a su primer proyecto: "Emprender algo no podía tener más que un
sentido, construir una embarcación de tonelaje suficiente para poder alcanzar la
costa chilena occidental". La salvación, pues, fue el modo de asociar el porvenir
con el entorno. Al comienzo de su nueva vida se topa con un macho cabrío a
quien dio muerte; el primer ser vivo que su miedo enfrentó (más fuerte que la
soledad que percibiera en esos instantes) y que, tras largos días de cocción al
sol, le sirviera de alimento, lo llevaron a una suerte de verdad: "Cuando comenzó
de nuevo el descenso hacia la orilla de la que había partido la víspera, había
sufrido un primer cambio. Era un ser más grave -es decir, más meditabundo, más
triste-, porque había reconocido y medido toda la dimensión de aquella
soledad..." (Pero esto nos quiere decir en realidad que comienza a transformar el
sentimiento de soledad, y entonces se da cuenta que pertenece a la isla, al mar,
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el cielo y todos los elementos que lo rodean; lo sublima y empieza a tomar
pertenencia de su entorno, nombrando las distintas cosas).
Más aún:
En consonancia con lo anteriormente dicho, no hacer un buen uso de la vida, no
lograr dilucidad la verdadera esencia de las situaciones y hechos, es la tentación
de nuestro inconsciente. Por ello, adquiere una contundente vigencia lo que
Michel Tournier en “Viernes y los limbos del Pacífico” evoca con propiedad en el
personaje Robinsón: "El tiempo quedó fijado en el mismo momento en que la
clepsidra voló por los aires en mil pedazos. Desde ese mismo momento, ¿acaso
no estamos Viernes y yo instalados en la eternidad?"
Hagamos acento en que la primera y más famosa obra de Tournier es “Viernes o
los limbos del Pacífico. “ Es precisamente esa novela en la cual reconstruye el
autor la historia de Robinsón Crusoe, poderosísimo mito tantas veces retomado
en la historia de la literatura, pero nunca seguido con tanta fidelidad ni revisado
con tanta perspicacia como lo hace este escritor francés.
La habilidad de Tournier consiste en abrir una nueva dimensión, vibrante y
desencantada, en el mito de Robinsón. Para ello adopta el punto de vista de
Viernes, el indígena salvado por Robinsón de la bárbara muerte y, también, de la
oscura ignorancia y la primitiva condición de salvaje. Esa es la perspectiva que
ofrecía la novela original, la de Defoe y la de sus imitadores. Sin embargo, en
este nuevo relato se invierte esa idea occidental de la negra y vacía condición del
salvaje.
En la narración de Tournier, Viernes viene a cumplir la función de hermano
gemelo de Robinsón, puesto que aporta una faceta del propio Robinsón,
insospechada y luminosa. Viernes es quien salva a Robinsón de la estéril y voraz
empresa de levantar en la isla desierta una nueva Inglaterra. Consigue que las
creencias más “civilizadas” del que asume la función del amo se tambaleen, para
que asuma el papel de hermano, de igual, y que se impregne de su sentido del
vivir gozoso y, a su modo, revolucionario. Eso le enseña Viernes. Eso aprende
Robinsón, hasta el punto de renunciar a embarcarse para su patria cuando se da
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oportunidad; y decide fundirse definitivamente con el destino de aquella isla
perdida en al inmensidad del desierto marino del Pacífico.
Los limbos del Pacífico ya no son el territorio de Robinsón, pues los bautiza y los
configura Viernes. El espíritu del Tercer Mundo se revela a Europa, la
colonizadora a golpe de sable y Biblia, como una cultura fascinante, henchida
por un designio de paz y de saber. Así puede leerse la novela, de la que Tournier
ha elaborado también una versión juvenil, Viernes o la ida salvaje (Noguer).
Cualquiera de los dos textos resulta magnífico y su calidad sólo se ve aumentada
por el peso de la intención del autor.
Según Tournier, Robinsón es presentado en la novela como el protagonista de la
soledad. No una soledad encerrada en los límites de la anécdota como algo
fuera de todo contexto histórico, sino la soledad como una marca cultural:
adherida al cuerpo de la experiencia moderna del hombre occidental.
De la lectura de Viernes o los limbos del Pacífico, de Michel Tournier, no pueden
pasar desapercibidas dos imágenes que son más que dos recuerdos. La primera
es la imagen de Viernes copulando con la tierra, eyaculando en un episodio de
fertilidad inusitada, que resulta en un campo de raras y hermosas flores. La
segunda es la de Robinsón sumergido hasta la boca en un lodazal, en una
especie de viaje a lo que el propio Tournier califica como “grado cero de la vida
insular”.
Ambas son figuras claves en un libro que pretende reformular las relaciones
entre el hombre civilizado y el bárbaro. Y que de hecho reordena las relaciones
de poder-subordinación que históricamente se han establecido sobre las propias
nociones de civilización y barbarie. Las dos son ilustrativas de ese
reordenamiento axiológico que hace Michel Tournier en su novela. El evento
protagonizado por Viernes (el salvaje) es un acto de creatividad y libertad, un
acto de entrega ejercido con una vitalidad descomunal. Mientras tanto, Robinsón
(el civilizado) se anula en un gesto de desesperación y decadencia, de
frustración y enajenación, de estéril y enfermiza degradación.
¿Por qué sigue atrapando al lector una novela –la de Defoe- que se publicó hace
más de dos siglos? ¿Por qué Robinsón Crusoe se prolonga en imitaciones,
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copias y adaptaciones narrativas en pleno siglo XXI? ¿Será porque en este
mundo globalizado y atomizante, que centrifuga en mil pedazos la solidaridad
social, los seres humanos viven como en una isla desierta, sólo dependientes de
sí mismos para luchar por la supervivencia? Pese a todos los cambios,
¿Occidente entonces no ha cambiado mucho desde que Daniel Defoe inventara
al náufrago que con habilidad y trabajo transforma la desolación en un dominio
habitable? Tal vez no cambió su esencia: finalmente, Crusoe tiene a Viernes de
esclavo. A diferencia de los utopistas que lo precedieron, el inglés no pudo
imaginar un mundo distinto.
Muchas son las adaptaciones que ha tenido la obra originalmente escrita por
Daniel Defoe, cuyo protagonista se considera un arquetipo del proceso
civilizador occidental. Así pues, el tema de Viernes casi podría comprarse con el
Calibán Shakesperiano (The Tempest), en tanto motivos de la discusión
poscolonialista; aunque, de entrada, la cuestión que más interesa subrayar aquí
reside en cómo la posibilidad de un espacio paradisíaco se nos revela cada vez
más como un mero hechizo, ficción muy al estilo Mitologies (Roland Barthes), por
la gratuidad de la mitificación particularmente cuando el tema robinsoniano
—arquetipo de una burguesía en ascenso protestante y austera en Robinsón
Crusoe (Daniel Defoe); algo de existencialista en Viernes o los limbos del
Pacífico (Michel Tournier) — explora la orfandad a que conduce el naufragio, sea
cuestionador de la ideología de género como en Foe (J. M. Coetzee) o bien
lacaniano y apolítico como en Te llamará Viernes (Almudena Grandes).
El Robinsón de Defoe es un clásico de la novela de aventuras, filosófica a ratos,
o todo el tiempo, metida como está en la cuestión de quién civiliza a quién. Pero
el Robinsón de Tournier (Viernes o los limbos...) saca del subsuelo dejado por
Defoe las cosas que aquel texto no decía o no era capaz de decir aún.
La primera clave es linguoestilística:
Defoe
usa
una
lengua
desbastada, magra y directa;
activa,
Tournier, en cambio, es voluptuoso,
erótico y contemplativo. Defoe hace
el relato de un continuo esfuerzo
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Su documento –de Tournier- es o quiere ser un testimonio sobre la supervivencia
del hombre resguardando su humanidad. Tournier urde una fábula donde el
relato de los hechos sigue siendo el relato de los hechos y, además, se sumerge
y da paso a los caminos de la reflexión y el recogimiento. Una fábula acerca de
ese hombre que sobrevive, claro está, pero un hombre que escapa del naufragio
(el naufragio del mar y el de las ciudades) para salvar su espíritu, su capacidad
de discernir, su libertad de pensar e ir al infinito desde lo materialmente
minúsculo.
Es tremendo decirlo, pero de alguna extraña manera los escritores de hoy
tienden a saber más que los del pasado. Pueden someterse a la interpretación y
hacerla que trascienda. Nos hallamos en un punto del tiempo en que la
acumulación del conocimiento desborda cualquier fantasía, y nos hace o muy
sabios o muy ignorantes de acuerdo con la tradición, las posibilidades de nuestro
talento y las exigencias de nuestra época.
Las historias formalmente clásicas, los modelos clásicos de narrar, canónicos o
no, son los de siempre y garantizan, en principio, la posesión de una rampa de
despegue... pero después hace falta un buen cohete.
La isla de Robinsón Crusoe y de Tournier podría ser una isla del Caribe si no
fuera porque el Mar Pacífico está ahí, tercamente. A una escala menor y quizás
dentro del tiempo de una modernidad imprecisa, como esa isla del Shakespeare
de La tempestad, con su Calibán, su Próspero y su Ariel, que son
personajes-símbolos. Las islas exhiben esa tendencia a lo moderno; de acuerdo
con la tentación de elaborar una buena ficción que se impone (a veces) a los
escritores de cuentos y novelas, lo moderno podría ser, entre nosotros, esa
prodigiosa andanza por lo muy diverso y en realidades que mantienen viva la
multitemporalidad.
1
Escritor francés cuya obra, marcadamente filosófica, es una amplia reflexión sobre el poder de la fascinación.
Procedente de una familia acomodada y culta, endeble e hipersensible, fue un alumno mediocre y turbulento. Se
apasionó pronto por la filosofía, que estudió en la Sorbona, donde fue alumno de Gaston Bachelard, y después en la
Universidad de Turingia (Alemania). Muy afectado tras suspender unas oposiciones, comenzó en 1950 una vida bohemia,
mientras realizaba trabajos de traducción y participaba en emisiones de radio y televisión sobre fotografía (de 1961 a
1965). Decidió entonces dedicarse a la escritura y publicó una primera novela, Viernes o los limbos del Pacífico,
variación sobre el Robinsón Crusoe de Defoe, que en 1967 obtuvo el premio de la Academia Francesa. La segunda, El
rey de los alisos, historia de un ogro salvador de niños en Prusia oriental durante el nazismo, obtuvo el Premio Goncourt
en 1970 y en 1996 fue llevada al cine por Volker Schlöndorff con el título de El ogro. Siguieron otras novelas, Los
meteoros (1975) que es la historia de dos gemelos, relatos como El urogallo (1978) y ensayos como El viento paráclito
(1977), texto autobiográfico en el que Tournier explica su recurso al mito y el fundamento metafísico de su obra novelesca.
Viajero, colaborador en diversos periódicos, organizador de exposiciones fotográficas, como los famosos Encuentros de
Arlès creados junto a su amigo Lucien Clergue, Tournier gustaba de acudir a centros escolares para leer sus relatos a los
niños. Para ellos ha escrito libros como Gaspar, Melchor y Baltasar (1980), Los Reyes Magos (1983) o Cuentos de
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medianoche (1989), o reescrito obras para adultos, como su primera novela con el título de Viernes o la vida salvaje.
Miembro de la Academia Goncourt, Tournier sigue siendo un provocador que cultiva el escándalo en su obra. Sus fábulas
filosóficas presentan diferentes niveles de interpretación (llegando incluso a la simbólica) y buscan la universalidad
mediante la recuperación y reelaboración de los mitos fundamentales (Robinsón, el ogro, el enano, los dobles) y el
recurso al viaje iniciático que conduce hacia una verdad superior. Otros títulos recientes de Tournier son, Los meteoros
(1986), El espejo de dos caras (1994), El espejo de las ideas (1994) y Celebraciones (1999), una recopilación de
artículos sobre los temas más variados.
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Nació con el siglo XX, el 11 de febrero de 1900, y alcanzó a enfrentarse a los retos de la actualidad, como los atentados
terroristas del 11 de septiembre de 2001. Hans-Georg Gadamer, uno de los gigantes del pensamiento contemporáneo.
Catedrático y prolífico escritor -hace poco publicó su último libro, Lección de un siglo, una conversación con el italiano
Riccardo Dottori-, Gadamer fundó la nueva hermenéutica, una escuela de enorme influencia.
'La hermenéutica es el arte de comprender la opinión del otro', afirmó Gadamer en una entrevista concedida a Ingeborg
Breuer. En la tradición de Wilhelm Dilthey y Martin Heidegger, el filósofo se planteó el problema de la verdad, ya no de
una manera abstracta, sino explorando las posibilidades de que el ser humano la experimente en el arte, el lenguaje y la
historia a través de una especie de juego, en el que se establecen diálogos y puentes entre el yo y el otro, entre lo ajeno
y lo propio. La nueva hermenéutica ha tenido una enorme influencia no sólo en la filosofía, sino también en la historia del
arte, la lingüística o la sociología. El presidente alemán, Johannes Rau, refiriéndose al fundador de esta escuela de
pensamiento, dijo ayer que fue un 'gran hombre, en el pleno sentido de la palabra'.
Gadamer ya tenía 60 años cuando redondeó estas ideas en Verdad y método (publicado en España por Ediciones
Sígueme), una obra que le abrió las puertas a lo que él siempre consideró una 'segunda juventud' de viajes y conferencias
en las más prestigiosas universidades del mundo. En cierta manera, este libro -al que seguirían muchos otros, como El
problema de la conciencia histórica (1963) (Tecnos) o La idea del bien en Platón y Aristóteles (1978)- representó también
la emancipación definitiva de la sombra de Martin Heidegger, el padre de la filosofía existencialista, quien durante mucho
tiempo consideró demasiado tímido a quien fuera su discípulo en los años veinte en Friburgo y Marburgo.
Hijo de un catedrático de química farmacéutica, Gadamer nació en 1900 en Marburgo. En contra del parecer de su padre
-quien le pidió no caer en manos de los 'profesores charlatanes' que no se ocupan de la 'verdadera ciencia'-, estudió
filosofía, germanística, historia del arte e historia en Wroclaw (la antigua Breslau), Marburgo y Munich. Intimidado un poco
por el pensamiento abstracto, a partir de 1924 añadió también a todo ello los estudios de filología clásica, una formación
que marcaría profundamente su pensamiento y su gusto por el lenguaje.
En 1929, ya catedrático, Gadamer comenzó a cimentar su fama de excelente profesor primero en Kiel y Marburgo, y
luego en Leipzig, donde en pleno Tercer Reich, en 1939, asumió una cátedra de filosofía. A diferencia de Heidegger,
quien llegó a defender el ideario nacionalsocialista, Gadamer mantuvo distancias con la dictadura. 'Tenía muchos amigos
judíos y, así, para mí fue muy fácil mostrarme reservado', recordó a mediados de los años noventa.
Como decano de filosofía y rector, tras el final de la guerra siguió durante dos años en Leipzig y, después de un breve
paso por Francfort, ya en la RFA, en 1949 asumió la cátedra hasta entonces ocupada por Karl Jaspers en Heidelberg, la
idílica ciudad a orillas del Neckar en la que residiría hasta su muerte.
Libertad e imaginación
[El filósofo y académico español Emilio Lledó fue uno de los discípulos de Gadamer en Heidelberg, y al recibir desolado la
noticia de su muerte, recordó: 'Sus cursos eran un semillero inagotable de ideas y nadie como él representa la libertad, la
generosidad y la imaginación de un maestro para hacer pensar a sus discípulos y luego dejarlos trabajar con total
independencia', comentó. 'Consiguió que la filosofía dialogara desde el presente con las tradiciones del pasado y que, a
partir de ahí, se abriera hacia el futuro'. Lledó contó que había hablado no hace mucho con el filósofo alemán y se confesó
incapaz de asumir la magnitud de la pérdida.]
'Haber sido testigo del siglo para mí fue una gran carga', sostuvo Gadamer al cumplir 99 años. Pese a las dos guerras
mundiales que alcanzó a vivir, lo suyo no fue cuestionar la sociedad ni el discurrir de la historia, ha subrayado uno de sus
discípulos más conocidos, Jürgen Habermas, que reconoce que sin Verdad y método no hubiese podido elaborar su
propia teoría crítica.
Hasta días antes de su 102º cumpleaños, Gadamer aún ordenaba papeles y leía, entre otras, una obra de Jacques
Derrida, con quien mantuvo un intenso debate en los años ochenta. '¿Sabe usted? Lo que yo pienso no es tan importante',
dijo entonces a un periodista de la agencia alemana DPA. 'La única frase que quiero defender sin restricción alguna es
que los seres humanos no pueden vivir sin esperanza'.
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