“AÚN ME QUEDAS TÚ” ( Salmo 138) Señor, tú me sondeas y me

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“AÚN ME QUEDAS TÚ” ( Salmo 138)
Señor, tú me sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento y me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
No ha llegado aún la palabra a mi lengua,
y tú, Señor, ya la conoces.
Tanto saber me sobrepasa,
es sublime y no lo abarco.
¿Adónde iré lejos de tu aliento,
adónde escaparé de tu mirada?
Si escalo el cielo, allí estás Tú;
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro.
Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente.
¡Qué incomparables encuentro tus designios,
Dios mío, qué incalculable su conjunto!
Si los cuento son más que la arena del mar,
y aunque termine,
aún me quedas Tú.
¡Señor, sondéame y escruta mi corazón;
ponme a prueba y conoce mis sentimientos;
mira si mi camino se desvía;
guíame por el camino eterno, que lleva hasta Ti!
Preparación al Matrimonio y la vida familiar.
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Tema
VOLVER A LA CASA DEL PADRE
El Sacramento de la Reconciliación
Cuando hablamos de pecado y de perdón,
hay una parábola que viene rápidamente a nuestra
memoria: la parábola del “hijo pródigo”. El
pecado es antes que nada "irnos de la casa del
Padre". Es una huida hacia nosotros mismos: el
egoísmo de ponernos como centro del mundo.
Ninguno somos buenos del todo. A veces,
pensamos y actuamos, en contra de lo que nos dice nuestra
conciencia. Cuando libre y conscientemente actuamos en
contra de la Ley de Dios y los mandamientos de la
Iglesia, estamos cometiendo un pecado. En el pecado
experimentamos una dolorosa experiencia: rompemos los
lazos de unión con Dios y los hermanos, debilitamos nuestra
condición de hijos de Dios y de hermanos unos de otros.
Pero el pecado no es nunca la última palabra.
Dios, en Jesucristo, se ha identificado con el ser humano en
todo, "menos en el pecado" (Heb 4,15). Jesucristo el Señor,
muerto y resucitado, vence al pecado y salva a los
pecadores.
Por profundas que sean nuestras “deudas” o graves
nuestras “ofensas”, cuando nos situamos ante Dios Padre
misericordioso lo que predomina es el sentimiento de que,
pese a todo, el perdón y la reconciliación se ofrecen de
nuevo gratis. El perdón de Dios es siempre mayor y más
fuerte.
El Bautismo es el sacramento que celebra nuestra
participación en la muerte y Resurrección de Cristo: "Hemos
sido sepultados con él por el bautismo en la muerte, a fin de
que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos,
así también nosotros vivamos una vida nueva". Por eso el
Bautismo es el primer sacramento de la reconciliación,
porque proclama nuestra condición de hijos de Dios.
El sacramento de la Penitencia nos recuerda
nuestra condición de pecadores: Estamos ya reconciliados,
salvados por el Señor, pero siempre necesitados de nuevo
perdón.
La misericordia de Dios se ha hecho presente y
operante en Jesucristo. Y su Iglesia, fiel a su Maestro, está
llamada a hacer presente y operante la misericordia de
Cristo. Podemos describir a la Iglesia como “sacramento
de la misericordia de Cristo”. Ella, tiene también que
acoger, transmitir y practicar la misericordia de Cristo. La
Iglesia, no puede ni debe buscar otra cosa que llevar a los
hombres a la reconciliación plena: con Dios, consigo mismo,
con los hermanos, con todo lo creado. Por eso, la Iglesia
celebra el Sacramento de la Reconciliación y el Perdón.
Nadie sabe perdonar si él no ha sido perdonado
nunca. El que no perdona es incapaz de recibir el gozo del
perdón. Si Dios nos perdona es porque nos comprende. Y la
comprensión conduce al perdón. San Pablo, para expresar
este perdón, utilizará estas dos expresiones: “a pesar de
todo, Dios nos perdonó”; “si el pecado abundó, ¡cuánto
más la Gracia!”.
"Volveré junto a mi padre": he aquí la decisión que
toma el “hijo pródigo” de la parábola cuando cae en la
cuenta del angustioso callejón sin salida al que su deseo de
independencia y su vida egoísta le han conducido. Se levanta
y se pone en camino. Vuelve a su casa.
Lo mismo nos sucede a nosotros: cuando tomamos
conciencia de nuestro mal vivir, de nuestro pecado, surge en
nosotros el deseo de hacer un gesto, de pronunciar una
palabra de reconciliación con el otro o con Dios. Éste es el
fundamento, ciertamente simple, del Sacramento del Perdón:
encontrar un lugar, un gesto, una palabra que nos haga
acceder, por medio de lo visible, a la reconciliación ofrecida
por Dios.
El sacramento es a la vez gesto de Dios y del
hombre. Es un signo visible para una realidad invisible.
Mediante este gesto concreto, se actualiza la
reconciliación realizada en Jesucristo. En el sacramento,
la salvación de
Cristo se nos hace presente de forma siempre nueva.
El Sacramento de la Penitencia es un sacramento en
“dificultades”. La sola idea de ir a confesar crea un cierto
malestar. La palabra “confesión, para muchos, está cargada
de malos recuerdos. Sin embargo, “confesar” quiere decir
antes que nada “darse, fiarse, confiar en la misericordia de
Dios”. Éste es su significado primero y original. El sentido
de “declarar una falta, un pecado cometido” es posterior.
Cuando estamos confesando -declarando al confesornuestras faltas, nuestros pecados, estamos ante todo
“confesando -proclamando confiadamente- la misericordia
de Dios que perdona al pecador”.
“Iré y le diré...” dice, compungido el hijo pródigo.
La reconciliación pasa por la confesión, por la palabra.
Es quizá lo más difícil, pero también lo más humano, y lo
más liberador. Para el ser humano, nada existe
verdaderamente mientras no se exprese en palabras. La
confesión, “decir los pecados al confesor” nos alcanza la
libertad.
“Yo te perdono en el nombre...” nos dice el
sacerdote. El perdón de Dios nos viene por la mediación de
un hombre. El sacerdote no es Cristo. Su misión es
significar, simbolizar que toda reconciliación, todo perdón,
nos viene de Dios Padre por su Hijo Jesucristo. Y a la vez
acompañar, al hijo que se fue, en su vuelta “a casa paterna y
al hogar de los hermanos”.
El proceso pedagógico de la reconciliación, de esta
“vuelta a casa” ha sido recogido popularmente en cinco
pasos para “hacer una buena confesión”: 1) examen de
conciencia; 2) dolor de corazón; 3) propósito de enmienda;
4) decir los pecados al confesor; 5) cumplir la penitencia.
Dios Padre, el Padre de la parábola, sale cada día al
atardecer de nuestra vida, para reencontrarnos en un abrazo
de reconciliación. Siempre hay en su casa un sitio y una
fiesta preparada para el hijo que vuelve: es el banquete
de la Eucaristía.
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