capítulo 2º - Olvidados por la Historia

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CAPITULO 2___________________
Breve semblanza humana y militar del General de División
D. Manuel Serrano Ruiz
D. Luís Serrano Valls
D. Manuel Serrano Ruiz
(cuadro al óleo como Teniente Coronel - 1875)
(Fuente: óleo propiedad del autor)
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Dña. Buenaventura Montaner Torres
(cuadro al óleo - 1933)
(Fuente: óleo propiedad del autor)
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INTRODUCCIÓN
Al igual que la Introducción y el Capítulo Primero son necesarios para la comprensión
del contenido de la segunda parte de este libro, también lo es la inclusión de este segundo
capítulo, en el que se narra, a grandes rasgos, la vida y los principales hechos de armas de mi
abuelo, el General de División, D. Manuel Serrano Ruiz. La razón es por demás lógica, ya
que para cualquier persona, una de las cosas mas importantes que existen a lo largo de su
vida, es la normal evolución de todos los acontecimientos que la rigen, y principalmente
aquellos derivados de circunstancias tales como de donde procede, quienes son sus
antepasados, cuales son su medio social, su situación económica y su formación, y cuales son,
a lo largo de toda su existencia, sus mejores amigos y peores enemigos, etc., y ese conjunto de
cosas es lo que conforma el devenir de una vida, y ese es el caso que aquí relato.
En diversas partes de este capítulo, se hace referencia al hecho de que las anécdotas
sobre mi abuelo provienen de la memoria oral que, sobre él, nos trasmitió mi abuela, y están
basados en mis recuerdos, en mi diario personal, y en las notas dispersas que fui tomando a lo
largo del período en que convivieron con nosotros en Valencia, mi abuela Dña. Buenaventura
Montaner Torres y mi tío D. Augusto Serrano Montaner; los cuales se trasladaron desde
Villacarrillo a la ciudad del Turia dos meses después de acabada nuestra Guerra Civil (193639); ciudad donde ambos permanecieron hasta su muerte.
El interés que he tenido a lo largo de mi vida, por todo lo que ha afectado a nuestra
familia, se ha debido, a la enorme admiración que siempre he sentido por mi abuelo, el
General de División, D. Manuel Serrano Ruiz y por mi padre, el Teniente General, D. Alberto
Serrano Montaner. Esto hizo, que durante el tiempo en que convivimos en Valencia mis
padres, mis hermanos, mi abuela y mi tío, mantuviese con estos últimos, y especialmente con
mi abuela, un sinfín de conversaciones a propósito de mi abuelo y su historia personal, tanto
en su vertiente humana como en la militar, así como sobre la historia de nuestra familia,
habiendo tomado apuntes y notas al respecto a largo de muchos años. Mi intención al
hacerlo, fue la de recopilar toda la tradición oral que me fuese posible con respecto a nuestra
familia, tanto por vía paterna como materna, y muy especialmente, sobre mi abuelo y mi
padre, de manera tal, que en la medida en que me lo permitieran las circunstancias, dichas
historias y anécdotas, no se perdiesen en el olvido; y es gracias a esa labor, y al cuidado que
he tenido en conservar todas aquellas anotaciones, que hoy he podido escribir este capítulo
del libro relativo al Archipiélago de las Carolinas Orientales, y a los hechos de armas que
protagonizó mi abuelo Manuel en esas islas, a finales de 1890, y que él mismo recopiló, con
todo lujo de detalles, en la crónica que él tituló “Ponape 1.890”, incluida en la segunda parte
del presente libro, y cuya existencia ha sido la razón para haberlo escrito.
ANTEPASADOS, INFANCIA Y ADOLESCENCIA
D. Manuel Serrano Ruiz, nació en Quesada, un pueblo de la provincia de Jaén
(España), el día 10 de abril de 1844, siendo el único hijo habido en el matrimonio de D. José
Serrano Bedoya y Dña. Eduvigis Ruiz y Candeal;. Su nacimiento tuvo lugar en el seno de
una familia, la Serrano, en la que desde principios del siglo XVIII había habido varios
militares de importancia, no en vano, uno de nuestros antepasados, el iniciador de nuestra
rama familiar, participó activamente en la Guerra de Sucesión (1700-1714), que culminaría
con el entronamiento de D. Felipe V de Borbón, habiendo participado, durante el reinado de
éste, en la profunda reforma que fue llevada cabo en el Ejército del Sur, ostentando hasta su
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fallecimiento diversos cargos militares relevantes en Andalucía. La importancia de este hecho
radica, en que de ese tronco común, salieron varias ramas familiares que, a lo largo del siglo
XIX, desembocaron en dos familias, que ejercerían una extraordinaria influencia en el devenir
de muchos de los acontecimientos importantes que jalonaron la historia de España en ese
siglo, las familias a las que aludo son, los “Serrano Domínguez” y los “Serrano Bedoya”.
A ésta última familia, fue a la que perteneció mi bisabuelo, D. José Serrano Bedoya,
hermano de D. Francisco Serrano Bedoya, ilustre militar y político español del siglo XIX.
Este hecho sería determinante en la vida de mi abuelo Manuel, pues debido a la considerable
influencia que tenia su tío en la Corte, tras el regreso de su exilio, el 22 de marzo de 1844, la
ex-Reina Gobernadora Dña. Mª Cristina de Borbón y Nápoles, madre de la Reina Isabel II,
regaló a mi abuelo, con motivo de su natalicio, el derecho a que cuando cumpliese 18 años,
pudiese ser nombrado Subteniente de las Milicias Disciplinadas de la Isla de Cuba, con la
posibilidad de su incorporación con ese rango al Ejército de Cuba, siempre y cuando, que al
llegar a esa edad mi abuelo lo estimase oportuno. Paradójicamente, ese nombramiento atípico
y casi honorífico, sería el principio de su brillante carrera militar y la trastocación de todos los
planes, que mi bisabuelo José había forjado para su hijo; que no eran otros, que los de que se
dedicase a administrar sus extensas propiedades, y se hiciese abogado y político.
La infancia y adolescencia de mi abuelo Manuel, transcurrieron sin mucho sobresalto,
en el seno de una de las familias más ricas e importantes de la zona, en la que ésta poseía
varias fincas de gran extensión, situadas principalmente en los municipios de Quesada y
Villacarrillo, y dedicadas todas ellas a la agricultura y la ganadería. Realmente, los “Serrano
Bedoya” eran una familia, con una excelente posición económica y social, cuyo normal
desarrollo no podía hacer prever, a ninguno de sus miembros, el rumbo que tomarían
posteriormente los acontecimientos, en lo que a mi abuelo Manuel se refiere. Tanto su padre
como su madre, mis bisabuelos, nunca pensaron que con el paso de los años, su hijo, en lugar
de estudiar Derecho y quedarse junto a ellos, para administrar su enorme patrimonio, ejercería
su derecho para incorporarse al Ejército de Cuba. Según la memoria histórica transmitida por
mi abuela Buenaventura, y a decir de todos los familiares, mi abuelo Manuel, fue desde muy
pequeño, una persona muy inquieta, que gustaba de jugar con los hijos de los mayorales de las
fincas; al parecer nunca hizo gala de su posición privilegiada para imponer su criterio. Según
parece, todos coincidían en decir, que ejercía una especie de liderazgo innato con respecto a
los demás; esta sería una de sus mayores cualidades, y a la vez, la que a la larga le acarrearía
en su vida, junto con sus éxitos, un considerable número de problemas y sinsabores. Otra
cualidad que parece ser que tenía desde muy pequeño, era su elevado concepto de la justicia,
y la clara diferenciación entre lo bueno y lo malo. Al parecer, siempre fue un niño y
adolescente muy aplicado en sus estudios, disciplinado y respetuoso, y esas fueron las
virtudes que le acompañaron hasta su muerte.
EL INICIO DE LA CARRERA MILITAR Y PRIMEROS AÑOS EN CUBA (1865-68)
A poco de cumplir los 18 años, corría el año 1862, mi abuelo Manuel expresó a su
padre el deseo de incorporarse, tan pronto como le fuese posible, al Ejército de Cuba. Su
padre no dio la mayor importancia a esos comentarios, no obstante, se puso en comunicación
con su hermano Francisco para ver la forma de impedir, que su hijo pudiese hacer efectiva la
Prerrogativa Real en su favor. La respuesta de D. Francisco Serrano Bedoya no se hizo
esperar, y según la tradición oral, fue más o menos la siguiente: "Querido hermano José, me
veo en la obligación de decirte que por mucho que tu lo desees, no tienes ninguna posibilidad
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de quebrar la voluntad de tu hijo si éste decide unirse a la milicia, una Prerrogativa dada por
la que fuera nuestra Reina Gobernadora, solo puede ser anulada por ella o por expreso
deseo del receptor de la misma, en este caso tu hijo Manuel, y si él no lo consiente, me temo
que tendréis que aceptar la situación por mucho que ésta os disguste a ti y a tu esposa.
Deberías mirarlo de otro modo, si Manuel decide unirse al Ejército de Cuba, lo peor que
puede pasar es que esté en esa situación algún tiempo, y una vez que vea la dureza de las
condiciones del mismo en la isla, decida por voluntad propia volver a casa. Mi opinión es
que debes dejarle que haga la experiencia, pues eso no será malo, y muy al contrario, será
bueno para él, y una vez vivida, entre todos, empezando por mi, procuraremos que vuelva a
casa sano y salvo lo antes que sea posible, si es que finalmente se llega a ir a Cuba, cosa que
realmente dudo que llegue a hacer".
Nadie en la familia pudo valorar, en ese momento, lo equivocado del criterio de D.
Francisco Serrano Bedoya, con respecto a su sobrino Manuel; éste no solamente no desistió
de unirse al Ejército de Cuba, cosa que hizo como Subteniente de las Milicias Disciplinadas
de la Isla de Cuba, según Real Orden de 23 de julio de 1865, quedando en situación de
expectativa de destino en Jaén; sino que tras su nombramiento como Subteniente de Infantería
del Ejército de Cuba, por Gracia Especial, el 12 de abril de 1866, y en ejecución de la
Prerrogativa Real, el día 15 de septiembre de 1866, emprendió el viaje rumbo a la ciudad de
La Habana, a bordo del vapor correo “Príncipe Alfonso”, desembarcando en esa ciudad el día
5 de octubre, e incorporándose de inmediato al Regimiento de Línea “España” nº 5 de
guarnición en el Castillo del Príncipe, una de las principales fortalezas, que junto a las de los
Tres Reyes Magos del Morro, San Carlos de La Cabaña, La Punta, La Fuerza y Atares,
conformaban, en esa época, el cinturón defensivo de la Ciudad de La Habana.
Esa decisión de irse a Cuba, y los posteriores acontecimientos que se produjeron en la
isla a partir del 10 de octubre de 1868; día en que tuvo lugar la proclamación independentista,
conocida como el "Grito de Yara", con la que se inició el segundo levantamiento contra
España, encabezado por Carlos Manuel de Céspedes; el primero había sido el protagonizado
en 1850 por Narciso López, así como los hechos de armas que siguieron al levantamiento de
Carlos Manuel de Céspedes, marcarían para siempre el destino de mi abuelo Manuel. Su
familia no le volvería a ver hasta finales del año 1872. Habían pasado seis años desde su
partida para Cuba, y el hecho era, que se había ido como un joven inexperto y lleno de
ilusiones, y volvería convertido en un hombre y un autentico militar forjado en los campos de
batalla de Cuba. Cuando regresó temporalmente a su casa natal, dejó muy claro a todos,
padre, madre y demás familiares, que solo se quedaría en la Península el tiempo necesario,
para reponerse del paludismo que había contraído en Cuba, y que tan pronto como se sintiese
recuperado volvería de nuevo a la isla, cosa que hizo cinco meses más tarde; y aún estaría en
ella otro año, volviendo definitivamente a la Península el 18 de junio de 1874.
Su participación en la primera Guerra de Cuba, marcó profundamente su evolución
como persona y como militar, y principalmente se debió, a que, desde poco antes del inicio de
las hostilidades, apareció en su vida, alguien a quien podríamos considerar como la segunda
persona clave de la misma, D. Valeriano Weyler y Nicolau; la primera había sido su tío D.
Francisco Serrano Bedoya. La relación entre Weyler y mi abuelo, dio como resultado, un
cambio radical a la historia personal y militar de ambos. En realidad, ese hecho, ocurrido a
mediados de 1868, fue fortuito y casual, pero desde un primer momento, y muy especialmente
a partir del mes de enero de 1869, ambos se convirtieron en un tandem extremadamente
operativo en lo militar, y con el devenir de los años, la figura y los logros de uno, no pueden
ser comprendidos sin la intima concurrencia del otro. La realidad fue que Valeriano Weyler y
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mi abuelo Manuel, no se separaron, con excepción de contadas ocasiones, durante el periodo
comprendido entre 1868 y 1892. Este hecho marcaría la carrera militar de los dos; por eso
profundizaré en esta relación, puesto que si no se comprende en toda su extensión, sería muy
difícil entender todo lo que sucedió, a finales de 1890, en la isla de Ponape. Esta relación, no
solo fue una de amistad y confianza mutua entre dos personas, fue algo mas, ya que con el
tiempo se convertiría en una relación familiar entre Valeriano Weyler y su esposa y mis
abuelos Manuel y Buenaventura; por esa razón, muchas de las cosas, tales como anécdotas,
acontecimientos personales, etc., son de vital importancia para comprender el conjunto de lo
que aquí se narra, y como ya dije al principio del capítulo, todos ellos, nos fueron relatados
por mi abuela Buenaventura.
Antes de proseguir, y dada su importancia, veamos que fue lo pasó cuando mi abuelo
Manuel decidió incorporarse al Ejercito de Cuba, iniciando así su carrera militar. Cuando mi
abuelo tomó esa decisión, la familia movió todas sus influencias, personales y políticas, con el
fin de que lo que suponían sería una breve estancia en la isla, le resultase lo más cómoda y
menos problemática posible. Estos manejos se hicieron a espaldas del interesado, quien no
tuvo conocimiento alguno de los mismos, hasta pasados casi dos años desde su llegada a La
Habana, y mucho menos dio su aquiescencia para llevarlos a cabo, a pesar de lo cual, las
cosas siguieron el rumbo trazado por su familia. Estos manejos empiezan, cuando poco antes
de la partida de mi abuelo hacía Cuba, el por entonces Ministro de la Guerra, D. Felipe Rivero
Lemoyne, amigo de la familia, envió al Capitán General de Cuba, D. Francisco Lersundi y
Ormaechea, una carta de recomendación, en la que le expresaba su interés por el devenir de
mi abuelo en la isla, lo que conllevó, a que desde su llegada y posterior instalación en La
Habana, no hubiese acontecimiento, fiesta o acto relevante, al que no fuese invitado, pese a su
juventud y escaso rango como oficial. Según parece, mi abuelo escribía cartas a su familia
expresándoles, al principio su asombro y posteriormente su indignación; y pidiéndoles, una y
otra vez, que se abstuviesen de seguir interviniendo en su vida de esa manera; cosa que no
conseguiría hasta el inicio de las hostilidades en octubre de 1868.
Pero volvamos al momento en que mi abuelo se instaló en su destino militar en La
Habana, y a todo lo que se produjo a partir de ese momento. Una vez llevada a cabo su
presentación en el Castillo del Príncipe, mi abuelo entró en contacto con varias personas
amigas de la familia que vivían en La Habana, para entregarles sendas cartas que su padre le
había dado para hacérselas llegar. Todos ellos se ofrecieron para facilitarle su ayuda en caso
de necesidad, y “casualmente”, uno le ofreció, de modo permanente, una habitación en su
casa, para que cuando estuviese franco de servicio, pudiese alojarse en ella, a lo cual él
respondió afirmativamente; esto le hacia sentirse como si estuviese en su propia casa. Esas
relaciones con varios miembros importantes de la sociedad habanera, y por supuesto con sus
hijos, hicieron que mi abuelo empezase a frecuentar, en compañía de éstos, los sitios de moda
en La Habana: Teatro Villanueva, Café del Louvre, etc., y otros sitios no tan recomendables,
introduciéndose de lleno en el ambiente de la ciudad. Para él no había ningún problema
económico, puesto que recibía regularmente, desde España, una asignación que le enviaba mi
bisabuelo José. Esa holganza económica, le permitió disponer de los medios necesarios para
poder llevar una vida carente de los problemas económicos, que sufrían la mayoría de los
jóvenes oficiales de guarnición en La Habana. Como se verá posteriormente, esa privilegiada
situación económica repercutiría a lo largo de los años en su relación con Weyler.
En uno de los eventos sociales que tuvieron lugar en La Habana a mediados de 1868,
mi abuelo conoció a D. Valeriano Weyler, y al parecer, las cosas ocurrieron de la siguiente
manera: mi abuelo había llegado a una fiesta oficial, que tenía lugar en el Palacio del Capitán
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General, acompañando a una bella joven perteneciente a una familia habanera muy conocida;
una de aquellas con las que había contactado luego de su llegada a la isla. Tras su llegada a la
recepción, y dadas sus relaciones, empezó a saludar a unos y otros como uno mas de ellos;
Weyler, que se encontraba charlando con otros mandos militares, reparó en aquel joven
Subteniente al que casi todos parecían conocer, incluido el propio Capitán General, y movido
por la curiosidad, se acercó para entablar una conversación con él, y conocer de quien se
trataba. En aquel momento, nadie podía imaginarse, que aquella inesperada conversación,
fuese el comienzo de una profunda amistad que duraría varios lustros, y que sin duda alguna,
influiría directamente en la vida de ambos. Por su diferencia de rango nunca deberían de
haberse conocido, y mucho menos haber entablado una relación amistosa, pero la casualidad
y el destino hicieron que así sucediera. Fue una de esas amistades que perduran en el tiempo.
Lo más incomprensible del inicio de esa relación, se debe, a que en el momento de su
encuentro, mi abuelo Manuel contaba 24 años de edad, y solamente era Subteniente, y Weyler
tenía 30 años de edad, y ya era Teniente Coronel por méritos de guerra; y si bien sus edades
eran muy parecidas, no así sus grados, y mucho menos sus experiencias militares; mi abuelo
Manuel nunca había estado en combate, y Weyler ya había participado en un sin fin de ellos,
incluida la segunda campaña de independencia de Santo Domingo. Pero las cosas no
acabaron aquí, y pocas semanas mas tarde de su primer encuentro con Weyler, mi abuelo
volvió a encontrarse con él en La Habana; pero esta vez, Weyler iba acompañado de un joven
oficial destinado en la guarnición al que Weyler presentó a mi abuelo; ese joven oficial era, D.
Camilo García Polavieja, quien con los años llegaría a ser, a finales del siglo XIX, un
importante militar y destacado político, y al cual, como le ocurrió varias veces a Weyler, tras
las derrotas de Cuba y Filipinas, incluso se le llegó a considerar como posible cabecilla de un
supuesto levantamiento militar contra la Corona. Aquel encuentro fortuito marcaría el inicio
de una amistad entre los tres que duraría hasta la muerte de cada uno de ellos.
PARTICIPACIÓN EN LA 1ª GUERRA DE CUBA (1868-74)
Todo parecía ir muy normal en la isla, hasta que a finales del verano de 1868, el clima
político y social de La Habana empezó a enrarecerse de manera notable; mi abuelo así se lo
hizo saber por carta a su familia, y cuando el 8 de octubre estalló la sublevación en la
Provincia de Oriente, mi abuelo estaba incorporado en un Batallón del Regimiento de Línea
“España” nº 5, de guarnición en el Castillo de los Tres Reyes Magos del Morro. Según decía
mi abuelo, lo más curioso de todo aquello era, que en la mayoría de los círculos españoles de
La Habana y en España, se consideraba, que aquella revuelta solo era una pequeña revuelta
autonomista, ó en el peor de los casos, independentista de escaso futuro. Pero por desgracia,
aquello no fue así, y a las pocas semanas, la sublevación había cobrado una fuerza inusitada y
creciente, por lo que, el 10 de diciembre de 1868, se dio la orden de desplazar, con destino a
Puerto Príncipe (hoy Camagüey), varios batallones del Regimiento de Línea “España” nº 5;
entre los que se encontraba aquel en el que estaba destinado mi abuelo Manuel. Dicho
batallón pasó a formar parte del Cuerpo de Ejército enviado a la Provincia de Oriente, por el
Capitán General de Cuba, D. Francisco Lersundi y Ormaechea, al mando de Blas de Villate,
Conde de Valmaseda, con el fin de sofocar la sublevación.
Estas unidades, embarcaron en La Habana rumbo a Nuevitas, provincia de Camagüey,
el 14 de diciembre de 1868, desembarcando en dicho puerto el día 17, y tras unirse al Cuerpo
de Ejército, el 22 de ese mismo mes, emprendieron la campaña militar contra los insurrectos,
que ya ocupaban una buena parte de diversas áreas rurales, bastantes pueblos y ciertas
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ciudades importantes de la zona oriental de la isla. El 19 de diciembre, Valeriano Weyler se
incorporó en Puerto Príncipe, procedente de Santiago de Cuba, al Cuerpo de Ejército que se
dirigía a Bayamo, la principal ciudad sublevada, y sede del autoproclamado Gobierno
Provisional de la República de Cuba en Armas, con el fin de acabar sin contemplaciones con
lo que en la Península se suponía, que era una pequeña revuelta de los criollos contra la
metrópoli, de similares características a las que ya había habido en el pasado. Pero ninguna
de las suposiciones optimistas que se barajaron en La Habana y en España, sobre el pronto fin
de la revuelta, fueron ciertas, y en esa apreciación también coincidieron plenamente, tras los
primeros combates, Blas de Villate y Valeriano Weyler. A medida que pasaban los días, a
ambos les fue quedando muy claro, que aquello se parecía cada vez mas a una guerra abierta,
que a una serie de simples escaramuzas, y todo ello, con aspecto de durar bastante tiempo,
como así lo demostró la posterior realidad.
El batallón del Regimiento de Línea “España” nº 5, en el que estaba destinado mi
abuelo, fue puesto, desde el inicio de las operaciones, a las órdenes directas de Weyler,
formando parte de la vanguardia que ocupó los principales focos de resistencia desde
Camagüey a Bayamo, tales como San Miguel de Nuevitas, río Saladillo, Cauto el Paso, Cauto
Embarcadero, etc., etc., acciones por las que mi abuelo fue ascendido a Teniente por méritos
de guerra. Tras esos combates, el Cuerpo de Ejército llegó finalmente a Bayamo, ciudad
donde entraron, el 15 de enero de 1869, en medio de un pavoroso incendio con el que les
obsequiaron los insurrectos. Al parecer, el incendio fue tal, que el día 16, de Bayamo no
quedaban en pié mas de veinte casas de las mas de doscientas que había antes del ataque. A
estas acciones, les siguieron a lo largo de los años de la guerra, otras muchas, pero la antes
citada, le valió a mi abuelo el grado de Capitán y a Valeriano Weyler el de Coronel.
Desde enero de 1870 a septiembre de 1872, mi abuelo fue trasferido al Batallón de
Cazadores de Valmaseda, creado por Weyler, con el fin de combatir a los insurrectos,
mediante tácticas combinadas de guerra convencional y guerrillas, quedando a las órdenes
directas de éste último. Tras una corta estancia en España (octubre 1872 a abril 1873), para
reponerse del paludismo, se reincorporó en mayo de 1873, en La Habana, al Regimiento de
Línea “Patria” nº 1, siendo enviado al pueblo de Minas, Jurisdicción de Camagüey, donde
participó junto a Weyler, entre otras acciones, en los combates en los que encontró la muerte
uno de los principales revolucionarios cubanos, D. Ignacio Agramonte y Loináz, Mayor
General del Ejército de la República de Cuba en Armas, y líder de la insurrección en
Camagüey. Los meses de combates ininterrumpidos en territorio cubano fueron pasando, y
cuando a mediados de 1874, ambos volvieron definitivamente a España, mi abuelo Manuel
era Teniente Coronel por méritos de guerra y Valeriano Weyler era Mariscal de Campo.
PARTICIPACIÓN EN LA 3ª GUERRA CARLISTA Y LOS DESTINOS EN
VALENCIA, LAS ISLAS CANARIAS Y BALEARES (1874-88)
Mi abuelo volvió a España el día 11 de mayo de 1874, y solo habían pasado 17 días
desde su llegada a la Península, cuando los acontecimientos condujeron directamente a
Weyler y a él a un nuevo teatro de operaciones, la 3ª Guerra Carlista, donde mi abuelo pasó a
mandar el Batallón de Cazadores de Bejar nº 17, a las órdenes directas del Mariscal de Campo
del Ejército del Norte, su amigo D. Valeriano Weyler, participando desde julio de 1874 a
mayo de 1876, en la varias de las batallas que decidieron la suerte de la guerra; siéndole
concedido por ello, el grado de Coronel de Infantería por méritos de guerra, así como diversas
condecoraciones militares. Al acabar la 3ª Guerra Carlista, Weyler y mi abuelo llevaban
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juntos en campaña, la friolera de casi nueve años, algo con lo que forjar una sólida amistad y
confianza mutua, y es a partir de ese momento cuando empiezan a suceder toda una serie de
acontecimientos fortuitos, que marcarían definitivamente el destino de ambos a lo largo de los
siguientes veinticinco años.
En 1876, Weyler fue nombrado Comandante General de la 2ª División del Ejército de
Valencia; y reclamó y nombró como su Ayudante de Campo a mi abuelo Manuel, quien nada
mas tomar posesión del puesto, sugirió a Weyler, la conveniencia de poner en forma todos y
cada uno de los Regimientos que componían la citada División, siguiendo los métodos de
adiestramiento y combate que se empleaban en el Ejército de Cuba, y que a ellos dos les eran
tan familiares, es decir, convertir unas unidades militares de guarnición, poco efectivas y
relativamente mal armadas, en una auténtica máquina de guerra. La idea fue del total agrado
de Weyler, tras lo cual, ambos se pusieron manos a la obra. Solo habían pasado unos pocos
meses desde que iniciaron ese adiestramiento, cuando a principios de 1877, el por entonces
Ministro de la Guerra, D. Francisco de Paula Ceballos y Vargas, Marqués de Torrelavega,
tuvo cumplidas noticias sobre lo que estaba sucediendo en Valencia, y considerando la
absurda idea de que existía un potencial peligro insurreccional para la Corona, tomó la
decisión de comunicárselo al Consejo de Ministros y al Rey Alfonso XII.
La razón de esta por demás incomprensible decisión, hay que buscarla en el hecho de
que Weyler y mi abuelo, aunque auténticos patriotas, siempre fueron considerados, a decir de
muchos, demasiado liberales y algo republicanos. Todo este asunto se basaba en que cuando
se proclamó en 1869, la Junta Superior Revolucionaria y la posterior Regencia de D.
Francisco Serrano y Domínguez; familiar de mi abuelo, hubo en el Ejército de Cuba un gran
número de oficiales, de diversos rangos, entre los que estaba el Gobernador Militar de
Santiago de Cuba, y por supuesto Weyler y mi abuelo Manuel, que ante los titubeos del
Gobernador y Capitán General de Cuba, D. Francisco Lersundi, con respecto al acatamiento
del nuevo Orden Constitucional, decidieron exigirle el cumplimiento íntegro de dicho
ordenamiento, bajo la amenaza de dar media vuelta y dirigirse a La Habana para imponerlo
por las armas. Por suerte para todos los implicados, las cosas se quedaron en eso, una especie
de pequeña asonada, no muy bien definida, pero ahí quedaba la advertencia. Ante estos
hechos anómalos, el Capitán General, D. Francisco Lersundi, y posteriormente su sucesor, D.
Domingo Dulce, se vieron obligados a admitir y entender, que ante la situación creada por su
propio ejército, y la que habían creado los insurrectos, no había otra alternativa que acatarla
en toda su dimensión, les gustase o no, y si bien no hubo apenas represalias, los militares más
recalcitrantes, contrarios a lo que estaba aconteciendo en la Península, si que tomaron buena
nota de quienes habían sido los oficiales implicados en la amenaza de sedición militar, y eso
parece ser que fue la causa directa de las decisiones que se relatan a continuación.
Como he dicho antes, esa absurda idea de una posible y potencial conspiración contra
la Corona, llevó al Ministro de la Guerra, D. Francisco de Paula Ceballos, a tomar una serie
de decisiones de signo contrario, y cada cual mas extraña. Empezó por ascender, el 22 de
enero de 1878, a D. Valeriano Weyler, al rango de Teniente General, tras lo que le nombró, el
14 de febrero de ese mismo año, Capitán General de las Islas Canarias; la realidad era, que le
mandaba lo más lejos posible de la Península; era un exilio dorado o al menos eso esperaba el
Ministro. Esa decisión desafortunada fue un craso error, y aunque a lo largo de su vida,
Weyler nunca lo reconoció públicamente, lo único que consiguieron los responsables de la
misma, fue enfurecerle a él y por ende a mi abuelo, quien, el 19 de febrero de 1878, fue
nombrado Ayudante de Campo del Capitán General de Canarias. Los implicados en los
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nombramientos suponían que así podrían matar dos pájaros de un solo tiro, el tiempo les
demostraría lo equivocado de su desacertada decisión, pero el mal ya estaba hecho.
Durante su estancia en Canarias, mi abuelo Manuel contrajo, en el mes de noviembre
de 1878, matrimonio canónigo con mi abuela, Dña. Buenaventura Montaner Torres,
perteneciente a una ilustre familia valenciana de tradición castrense, a la que había conocido
durante su estancia en Valencia. El matrimonio tuvo lugar en esa ciudad, y la inscripción del
mismo, en el Archivo del Consejo Supremo de Guerra y Marina, se efectuó el día 28 de
febrero de 1879. Este matrimonio relativamente tardío, mi abuelo tenía 34 años, y los
singulares rasgos del carácter de mi abuela Buenaventura, tuvieron una decisiva influencia en
el posterior desarrollo de la carrera militar de mi abuelo Manuel, ya que en realidad, ella fue
la tercera persona decisiva en su vida, pues no solo fue formalmente su esposa, sino que
además fue su consejera en cada una de las decisiones vitales que mi abuelo tomó o se vio
obligado a tomar; ella siempre estuvo al corriente de cada uno de los acontecimientos que
afectaron a mi abuelo, tanto militares como sociales. Mi abuela era una persona de una
exquisita educación y sensibilidad, pero no por ello carecía de firmes convicciones, muy al
contrario, tenia un carácter muy firme y estricto, aunque no exento de enorme bondad y
compresión para con los demás, la verdad era, que se había casado totalmente enamorada de
mi abuelo, sin que esto le hiciese perder el sentido de lo correcto y esencial para su marido y
su propia familia, y eso siguió siendo así hasta su muerte, de ahí la importancia de su
presencia como testigo principal de todo lo que se narra en este capítulo.
Los años siguientes hasta 1883, pasaron para Weyler y mi abuelo Manuel con relativa
calma, las Canarias era un lugar donde casi no había problemas dignos de mención; no
obstante, y al igual que habían hecho en Valencia, ambos se dedicaron a perfeccionar el
estado y la operatividad de las tropas acantonadas en el archipiélago canario, así como las
milicias existentes en el mismo, y una vez más, esto puso en extraña alerta al Gobierno y al
Rey Alfonso XII, hasta tal punto, que el día 5 de noviembre de 1883, el Consejo de Ministros,
a cuyo frente estaba esta vez D. José Posada Herrera, y cuyo Ministro de la Guerra, era D.
José López Domínguez, sobrino de Francisco Serrano Domínguez y familiar de mi abuelo, y
exjefe y amigo de Weyler; consideró que, aunque éste último ya debería haber aprendido la
lección de su anterior traslado, los hechos parecían indicar lo contrario; así pues, consideraron
que ya era hora de traerlo mas cerca, no fuese a ser que desde la lejanía pudiese forjar alguna
sorpresa desagradable, por lo que decidieron nombrarle Capitán General de las Islas Baleares;
el 9 de ese mismo mes Weyler abandonó Canarias, y el 21, tomó posesión de la Capitanía
General en Palma de Mallorca, su tierra natal; y como era de esperar, mi abuelo no tardó en
seguirle los pasos, y el 19 de marzo de 1884 llegaba a Palma de Mallorca. Se iniciaba así una
vez más el ciclo. En esa Capitanía General de Baleares continuaría prestando sus servicios, a
las órdenes de Weyler, hasta que, el 28 de diciembre de 1886, se le asigno el mando del
Regimiento de Infantería de Tetuán nº 47. A partir de finales ese mes de diciembre de 1886,
mi abuelo y Weyler se separaron temporalmente; en el caso de mi abuelo Manuel, éste estuvo
al mando de diferentes unidades en Alicante (1887) y en Valencia (1888).
DESTINO EN FILIPINAS Y ASCENSO A GENERAL DE BRIGADA (1888-91)
Valeriano Weyler continuó al frente de la Capitanía General de Baleares, hasta que el
Consejo de Ministros presidido por D. Práxedes Mateo Sagasta, y cuyo Ministro de la Guerra
era, D. Manuel Cassola Fernández, decidió nombrarle, el 15 de marzo de 1888, Gobernador y
Capitán General de Filipinas, y como era de prever, una vez más los destinos de Weyler y mi
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abuelo volvieron a entrelazarse. Siguiendo instrucciones concretas de Weyler, mi abuelo
Manuel recibió la orden de traslado a Filipinas el día 28 de diciembre de 1888; el 8 de febrero
de 1889, embarcaba en Barcelona, acompañado de toda su familia, en el vapor correo “Reina
Mercedes”, desembarcando en Manila, el 14 de marzo. Una vez que se hubo presentado en la
Capitanía General, fue nombrado, el 9 de abril, Gobernador Civil de la Provincia de Manila y
Corregidor del Ayuntamiento de dicha capital; momento a partir del cual, los hechos
ocurridos en Filipinas, se sucedieron de manera vertiginosa. Además de los cargos que
ostentaba desde su llegada, el 31 de mayo, recibió el mando de la 4ª Media Brigada del
Ejército de Filipinas; el 6 de junio cesó temporalmente en sus puestos de Gobernador Civil y
Corregidor; y conservando el mando en tropa, fue nombrado, el 16 de septiembre, Inspector
General de Presidios de Filipinas, y el 30 de septiembre se puso bajo su mando la Brigada
Mixta del Ejército de Filipinas. Pasaron varios meses, y estalló la sublevación en las
Carolinas Orientales (Ponape), y tras el estrepitoso fracaso de la 1ª Expedición Militar de
castigo, al mando del Coronel, D. Isidro Gutiérrez de Soto, el 4 de noviembre de 1890,
Weyler decidió que mi abuelo Manuel se encargara del mando de la Columna de Operaciones
de las Carolinas Orientales, es decir, la 2ª Expedición Militar al archipiélago carolino, ya que
como he dicho anteriormente, la 1ª Expedición había fracasado en su misión, y no se podía
demorar por mas tiempo una victoria militar del conflicto.
Sobre este último hecho, hay toda una serie de anécdotas que nos contó mi abuela, y
que por su importancia merecen ser mencionadas y destacadas. La primera de ellas fue, que
tras el inicio de las hostilidades en Ponape, en junio de 1890, y teniendo en cuenta las razones
de política internacional que se ocultaban detrás de la sublevación, Weyler tuvo una reunión
con mi abuelo, en la que ambos discutieron sobre los pros y los contras de cada uno de los
militares aparentemente capacitados para llevar a cabo la misión de castigo y pacificación del
archipiélago carolino. A lo largo de esa discusión, y una vez que pasaron revista a todos los
posibles candidatos, ambos llegaron a una difícil encrucijada, ya que las condiciones que
debería tener el Oficial en Jefe, que mandase la expedición militar de castigo, no las reunía
plenamente ninguno de los considerados para la misma, y solo uno de ellos se acercaba
bastante, este era el Coronel, D. Isidro Gutiérrez de Soto, militar de una dilatada experiencia
de combate en Santo Domingo, Cuba y Filipinas. Ante esta situación, mi abuelo le sugirió a
Weyler, que en lugar de mandar a cualquier otro le mandase a él, a lo que Weyler le respondió
que si es que había perdido el juicio, resaltándole que era mucho mas necesario en Manila, y
que además, se debía de empezar la recaudación de los impuestos en toda Filipinas, y que la
última persona en la que pensaba para dirigir esa expedición militar, era en él. Mi abuelo
resaltó a Weyler, el peligro potencial de que pudiese haber un imprevisto revés militar, o que
las cosas se complicasen en el tiempo, lo cual sería absolutamente peligroso para España,
dada la compleja situación con Alemania; por fin, y después de una larga y acalorada
discusión, y por supuesto en contra del criterio de mi abuelo, Weyler optó por poner al mando
de la 1ª Expedición Militar de castigo al Coronel, D. Isidro Gutiérrez de Soto.
Los peores augurios que mi abuelo le había expresado a Weyler, se produjeron en casi
el cien por cien, pues a los pocos días de haber llegado a Ponape, solo habían pasado
diecisiete desde el desembarco, y uno desde el inicio de la campaña, el Coronel Gutiérrez de
Soto se suicidó frente al enemigo, en el poblado de Oua. Una vez enterado de lo sucedido, y
ante la peligrosa situación creada por Gutiérrez de Soto, y convencido Weyler de la necesidad
de acabar definitivamente, y cuanto antes, con la rebelión, decidió esta vez, enviar al mando
de la 2ª Expedición a mi abuelo Manuel. Éste partió, el 5 de noviembre de 1890, desde
Manila, rumbo a Ponape, en el vapor "Uranus", llegando el 14 de ese mismo mes a Santiago
de la Ascensión, capital de la isla. Desembarcó el 15, e inmediatamente tomó el mando total
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de las operaciones; y como los lectores tendrán claro al haber llegado hasta este punto del
relato, el resto de los detalles de la campaña de las Carolinas Orientales, es la crónica escrita
por mi abuelo bajo el nombre de “Ponapé 1890”, incluida en la segunda parte este libro, y los
documentos incluidos en cada uno de los anexos. Una vez finalizada esta campaña, mi abuelo
Manuel volvió a Manila, el 16 de enero de 1891, embarcando para la Península, junto con su
familia, en el vapor correo "Santo Domingo", el 7 de abril, en uso de una licencia por
enfermo. El paludismo y la malaria contraídos en Cuba se agravaron en Filipinas, y sus
secuelas serían las que lo llevarían prematuramente a la tumba a los 61 años de edad, pero
dejemos esto para más tarde, y veamos que ocurrió tras su llegada a España. El vapor “Santo
Domingo” llegó a Barcelona el 8 de mayo de 1891, y en atención a los méritos de guerra
obtenidos en las Carolinas Orientales, mi abuelo fue promovido, el 22 de junio de ese año, al
rango de General de Brigada, siendo nombrado Gobernador Militar de Gran Canaria. Una
vez más, los avatares de la vida volvían a separar los destinos militares de mi abuelo y de
Weyler, pero esta vez no serían solo unos meses, ésta vez sería la definitiva, y según parece,
eso les dolió mucho a los dos, ya que ninguno de ellos deseaba que algo así sucediese. El día
1 de septiembre de 1891, Weyler pidió el relevo del mando en Filipinas, que le fue concedido
el 17 de noviembre; embarcando para la península el 22 de noviembre, llegando a Barcelona
el 22 de diciembre de 1891, y quedando en situación de cuartel en Madrid desde ese mismo
día hasta el 30 de agosto de 1893, es decir, casi dos años; ya veremos la importancia que este
hecho tuvo posteriormente para Weyler y mi abuelo.
Antes de proseguir, y en beneficio de la comprensión de los acontecimientos que se
narran, vamos a profundizar en lo que sucedió en Manila, tras la llegada de mi abuelo a la
misma procedente de Ponape. Al desembarcar, y una vez efectuado el reencuentro familiar, se
reunió con Weyler para informarle de todo lo acontecido en la campaña. Mi abuelo había
llegado a la conclusión, de que tanto lo que había sucedido en Yap en 1.885, como lo sucedido
en Ponape en 1.887, 1889 y 1.890, y los aparentes motivos para que así sucedieran esos hechos,
no eran unas simples revueltas o motines tribales de unos nativos contra la colonización
española, que siempre fue extremadamente generosa con ellos, sino mas bien la cima de un
volcán sumergido, que solo esperaba el momento propicio para explotar. Ya por aquel entonces,
mi abuelo opinaba, que nuestro futuro colonial estaba sentenciado, y que nos acabarían echando
de todas nuestras colonias en un relativamente corto espacio de tiempo. Según recordaba mi
abuela Buenaventura, él la solía decir: “para mí no cabe duda alguna que esto que está pasando,
no es otra cosa que una enorme conspiración internacional, con ramificaciones en España, nos
están vendiendo desde dentro. Entre los tratantes esclavistas y los azucareros cubanos, los
políticos con implicaciones francesas, inglesas y alemanas, y los aduladores de la Reina
Regente, estamos perdidos”. Para mi abuelo estaba claro que lo que realmente querían el resto
de las demás potencias mundiales, Alemania, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, etc., no era
otra cosa que acabar de desmembrar los restos del Imperio colonial español, y opinaba, que si
éstas no habían terminado de hacerlo ya, no se debía a otras razones, que las de que no habían
conseguido ponerse de acuerdo sobre un reparto que satisficiese a todas más o menos por igual, y
mientras tanto, nos forzaban a correr con la muerte de nuestros soldados, y los correspondientes
gastos en hombres y material, que suponía el mantenimiento de nuestra bandera en Cuba y
Filipinas, mientras que ellos y sus amigos y socios de la Península se llevaban los beneficios.
En una de las reuniones que tuvo con Weyler, tras su vuelta de Ponape, parece que le dijo
lo mismo que le decía a mi abuela, es decir, que le daba la sensación de que estaban rodeados de
enemigos y traidores, y que según su criterio, lo que estaba ocurriendo distaba mucho de aquella
heroica lucha que ambos sostuvieron en Cuba entre 1868 y 1874, y que, como se encontraba
realmente enfermo, procuraría estar en Filipinas el menor tiempo que le fuese posible, añadiendo
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que, en su modesta opinión, y en su calidad de amigo leal y sincero, le sugería que hiciese lo
mismo. Estos pareceres, fueron los que expuso a Weyler en cada una de las reuniones que sobre
el particular, tuvieron en varias ocasiones. Según le dijo a mi abuela, Weyler, no parecía
compartir del todo sus puntos de vista, y algunas veces le había dicho a mi abuelo que: “le veía
bastante pesimista sobre todo este asunto, y que debía considerar que España era aún una
potencia militar de gran importancia, y que si bien otras potencias quieren despojarnos de todas
nuestras colonias, esto no les iba a resultar tan fácil”. Esas opiniones de Weyler nunca
convencieron a mi abuelo, y la realidad fue, que solo contribuyeron a aumentar su inquietud al
respecto, su impresión era que el discurso que Weyler le daba, iba dirigido a sí mismo.
Faltaban unas tres semanas para que mi abuelo y su familia embarcasen rumbo a la
Península, cuando éste entró en el despacho de Weyler, y como ambos hacían casi siempre, se
pusieron a hablar de todo un poco, y al cabo de unos minutos, y como ocurría muy a menudo, la
conversación derivó al planteamiento colonial y sus implicaciones en Cuba, Filipinas y
Micronesia. Aprovechando la ocasión, aparentemente favorable para sus criterios, mi abuelo
tomó la iniciativa de hacer algo que, como amigo y compañero, llevaba con ganas de hacer desde
hacía bastante tiempo, y que no era otra cosa que decir a Weyler, cual era su percepción sobre el
previsible desenlace de este insensato proceso de rapiña colonial. Según contaba mi abuela,
empezó diciéndole: "no tengo ni la mas mínima duda que en cualquier momento, los americanos
organizarán una guerra contra España con los cubanos y los filipinos de por medio, la cual
tanto tu como yo, sabemos que solo se podrá ganar con la total eliminación física, sin
contemplación alguna, de los oponentes, cosa que en mi opinión ya nadie está interesado en
conseguir", y según parece, continúo diciéndole: “en Madrid no hay nada mas que políticos que
miran mas por sus propios intereses personales, políticos y económicos que por los de España",
añadiendo que: "como colofón del esperpento, estoy totalmente seguro de que una vez que los
americanos nos vean totalmente exhaustos financiera, política y militarmente, no dudarán en
entrar en una guerra directa contra nosotros de la cual saldremos totalmente derrotados,
desmoralizados y destruidos, será un autentica derrota sin precedentes y sin ningún sentido,
serán decenas de miles de muertos y heridos, y millones de pesetas, que tanta falta nos hacen
para el bien de la Patria, los que serán echados y quemados en la pira para nada, y aquí y
ahora te digo, que conmigo no contará nadie para semejante asunto, y quiero que sepas, que
tengo la opinión de que en el grupito de responsables directos de todo este estado de cosas,
están casi todos los más importantes prohombres, desde Canovas a Sagasta pasando por Moret,
en fin todos, no me sorprendería en absoluto que de ocurrir lo que me temo, y tras nuestra total
derrota, termine desatándose en nuestra Patria una guerra civil de funestas consecuencias,
mucho peor que las carlistas, ¡Dios no lo quiera!; a veces me he preguntado si la Reina Regente
está consciente que se está jugando el trono y la continuidad de la propia dinastía borbónica en
España, a lo peor, hasta son capaces de repetir lo de Isabel II".
Al oírle hablar de esa manera, parece ser que Weyler cambió su expresión, y con una
mezcla de sorpresa y rabia contenida le dijo: "Serrano, lo que me acabas de decir es
extremadamente grave, y si tú no fueses para mi quien eres y no tuviese la certeza de que en tus
palabras no existe ni el mas pequeño ápice de traición, y por que sé que tus inquietudes son sólo
las de la mayor gloria de España, no dudaría en formarte de inmediato un Consejo de Guerra
por sedición, pero lo peor de todo, es que realmente tienes toda la razón". Mi abuelo le
respondió que: "si hubiese en estos momentos Generales con el necesario prestigio, y con un
espíritu de lealtad a España, como Prim y tú mismo, dispuestos a tomar las riendas de la
situación, yo no dudaría ni un sólo instante en ponerme a sus órdenes, como ya lo hicimos en su
momento en Cuba, por el bien de la Patria", y añadió algo que dejó a Weyler bastante perplejo,
era algo que para mi abuelo era una cosa natural que así ocurriese, y parece ser que adoptando un
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lenguaje formal, le dijo: "mi General, sabes que soy un autentico patriota, pero me reafirmo en
la idea de que las cosas van a ir cada vez a peor, terminaran enviando a las colonias sublevadas
a los mas inútiles, y especialmente a Cuba, si en ella se desata una nueva guerra, cosa que creo
firmemente que acabará ocurriendo tal y como van allá las cosas, la ineptitud que tú y yo
sabemos que han demostrado en múltiples ocasiones aquellos que mas posibilidades tienen de
ser enviados, acabará por empeorarlo del todo, y cuando las cosas estén absolutamente en el
límite del desastre, terminaran llamándote a ti para que asumas el desastre final y te hundas en
su abismo, y si las cosas llegasen a ese punto, los creo capaces de llevarte ante un Tribunal
Militar para echarte la culpa de todo el desastre, así es como creo que van a ocurrir las cosas, y
ya desearía equivocarme por el bien de todos nosotros y de España".
Solo habían pasado algunas horas desde esa reunión tumultuosa, cuando hacia las
nueve de la noche, mi abuelo recibió un mensaje de Weyler en el que le citaba a presentarse
urgentemente en su despacho del Palacio de Malacañán, a las 22:00 horas. Cuando mi abuelo
llegó al despacho de Weyler, encontró a éste sentado en un sofá con una apariencia más bien
tranquila, y le preguntó cual era el origen de esa premura en reunirse, a lo que Weyler le
respondió: “Serrano, tras la reunión de esta mañana, me ha vuelto a asaltar una pregunta
que vengo haciéndome desde la época de nuestro primer encuentro en Cuba, o mejor dicho,
desde mediados del año 70, y cuya respuesta es para mi muy importante, y ésta es: ¿Qué es lo
que te hace seguir en el Ejército, si lo que en él ganas no es nada comparado con lo que
posees en la Península, y por que sigues en él si cada día que pasa, lo ves todo con unos
criterios cada vez más y más críticos?”, al oírle hablar así, mi abuelo le contestó: “Valeriano,
en esa pregunta está la respuesta. Si me quedo no es por el dinero que pueda obtener, sino
porque creo firmemente en el espíritu castrense que nos anima, ya que de no ser así, mi
continuidad en la vida militar carecería de sentido. Para mí, el dinero es algo con lo que
nací, y si su acumulación fuese mi único interés en este mundo, hace muchos años que habría
abandonado esta vida tan ingrata y azarosa, para cambiarla por otra más cómoda y
placentera. Tu mejor que nadie, sabes que desde que murieron mis padres, dejé mi hacienda
en manos de un administrador, y de eso hace ya bastantes años. Y no solo eso, siempre he
utilizado las rentas de la misma para vivir con muchas menos comodidades de las que tendría
si volviese a España, y además, también sabes, que ambos nos hemos jugado la vida en
numerosas ocasiones, y en todas ellas, por lo que a mi respecta, nunca esperé nada a cambio.
Espero que con todo esto que te he dicho, te haya dado la respuesta que estabas buscando. Y
si no mandas otra cosa, te pido que me permitas retirarme.”. Al oír hablar de esa manera a
mi abuelo, Weyler le dijo: “Manuel, de marcharte de aquí ahora, ni lo pienses, los dos nos
vamos a quedar charlando hasta que me hayas dado tu opinión sobre las muchas cosas que
quiero contrastar contigo, y lo haremos como los dos buenos amigos que siempre hemos
sido”, y así, los dos se quedaron durante varias horas hablando de un sinfín de temas que le
interesaban a Weyler; cuando se despidieron eran las seis de la mañana del día siguiente.
Según mi abuela, mi abuelo no apareció hasta las nueve de la mañana y cuando llegó,
la dijo, que las tres horas trascurridas entre la despedida de Weyler y la de llegada a su casa,
las había pasado en su despacho, meditando sobre todo lo ocurrido la víspera y esa misma
madrugada, y la contó con todo lujo de detalles la conversación que ambos habían mantenido
durante toda esa noche, diciéndola que habían hablado de un gran número de temas sobre los
que Weyler deseaba tener la respuesta sincera de mi abuelo, antes de que éste partiera de
Filipinas, y que cuando ambos abandonaron el despacho de Weyler, eran casi las seis de la
mañana. También la contó, que se había visto forzado a decir a Weyler, algo que no deseaba
decirle, y esto fue: “aunque tengo la intención de seguir en el ejército, salvo por causas de
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fuerza mayor, no podrás contar conmigo en el futuro, tal y como ha ocurrido desde los
primeros tiempos de Cuba hasta este momento”.
Ante todo esto, y viendo el estado de ánimo de mi abuelo, mi abuela concluyó, que lo
que quiso decirle fue, que después de lo vivido esa noche, y a pesar de la aparente postura
contraria de Weyler, ambos estaban seguros de que la nueva política, que se estaba llevando a
cabo, desde 1.885, por parte de los diferentes Gobiernos, tanto con respecto al Ejército y la
Marina, como a las colonias, principalmente Cuba y Filipinas, cada vez mas levantiscas y
alborotadas, no obedecía a un interés patriótico de que las cosas cambiasen a mejor, propiciando
así la integración de estas colonias en un nuevo contexto político de mayor autonomía y
asociación, sino que lo que realmente ocurría, no era otra cosa que la implantación de un
mecanismo de expoliación acelerada de los recursos de dichas colonias, en favor de la camarilla
de políticos y militares que rodeaban, en un perpetuo proceso adulador e interesado, a la Reina
Regente Doña Mª Cristina, la cual, para muchos, daba la sensación de no parecer ajena al mismo;
llegando incluso algunos a pensar, que mas bien parecía encontrase muy cómoda en esa
situación, mientras que sus mas fervientes opositores decían que la fomentaba en cierto modo, o
lo que era aún peor, no la controlaba en absoluto. En cualesquiera de los casos, las cosas iban de
mal en peor, o al menos así lo percibían muchos ciudadanos, entre los que estaban los militares, a
los que no les quedaba otra opción, que la aceptación de los hechos consumados, y como no, las
funestas consecuencias que de este estado de cosas se derivasen, y en ese caso estaba mi abuelo,
quien a pesar de habérsela expuesto a Weyler, éste último no se dio por vencido, e intentó en
varias ocasiones hacerle cambiar de criterio, cosa que no conseguiría nunca más.
DESTINO EN LA CAPITANÍA GENERAL DE LAS BALEARES (1891-1901) Y
ÚLTIMOS DESTINOS (1901-1904)
Pero volvamos al momento posterior al regreso de mi abuelo a España, momento a
partir del cual, mi abuelo prosiguió su carrera militar en solitario. Fue nombrado Gobernador
Militar de Gran Canaria, y solo habían pasado 39 días en ese destino, cuando el 31 de agosto
de 1891, fue nombrado Gobernador Militar de la Provincia de León; de nuevo para la
Península. En esa ciudad pasó los primeros meses de 1892, hasta que, el 17 de julio, fue
nombrado Jefe de la Brigada de Infantería de Baleares, llegando a Palma de Mallorca, el 12
de agosto. Del 23 de agosto al 2 de noviembre, trasladó su residencia a Mahón en calidad de
Gobernador Militar de Menorca. El 3 de noviembre de 1892, regresó a Palma de Mallorca,
incorporándose de nuevo a la Brigada, de la cual siempre había conservado el mando. Desde
el 30 de agosto de 1893 hasta el 19 de junio de 1901, mi abuelo Manuel ostentó en Baleares,
diversos cargos relevantes, que fueron desde 2º Jefe de la Capitanía General de Baleares y
Gobernador Militar de Mallorca, Ibiza y Cabrera, hasta interinamente, el de Capitán General
de Baleares.
Mi abuela Buenaventura solía decir, que los años que pasó en Baleares, fueron unos
años realmente felices para toda la familia, y que lejos quedaban los años de tribulaciones y
sobresaltos, como los que pasó en Filipinas y los que estuvieron a un paso de suceder al
estallar, en 1895, la última Guerra de Cuba, tal y como explicaré posteriormente. Mi abuela
decía que, tal y como se lo había predicho mi abuelo a Weyler en Manila, desde el primer
momento de su vuelta de Filipinas, éste último se vio envuelto en un sinfín de homenajes,
entrega de cruces y condecoraciones, y una intensa vida social y política, que mis abuelos
sabían que a Weyler le aburría enormemente. Todo aquello parecía ser una gran fiesta llena
de honores, pero la opinión de mis abuelos era, que la realidad que se ocultaba detrás de toda
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esa fanfarria, escondía un fin bastante diferente, que no era otro que el de dilatar, el mayor
tiempo posible, la reincorporación de Weyler al mando efectivo de tropa. Según mi abuela, la
mayoría de todos aquellos que adulaban a Weyler, le tenían miedo. Fueron pasando los
meses, y por fin, el 30 de agosto de 1893, Weyler fue nombrado Comandante en Jefe del 6º
Cuerpo de Ejército y Capitán General de Burgos, y que casualidad, nada mas hacerse cargo de
los citados destinos, estallaron unos motines en las Vascongadas, principalmente en Bilbao,
San Sebastián y Vitoria, territorios y ciudades que estuvieron en estado de guerra, y casi al
mismo tiempo, estalló otra revuelta en Navarra, a causa de sus fueros y los nuevos impuestos.
Como era de esperar, Weyler resolvió definitivamente el tema de las Vascongadas a gusto del
Gobierno, para eso, y no para otra cosa, le habían llamado, pero lo hizo tan bien, que como
recompensa a su eficaz “labor pacificadora”, le nombraron el 29 de noviembre de 1893,
Comandante en Jefe del 4º Cuerpo de Ejército y Capitán General de Cataluña, territorio en el
que se habían suspendido las garantías constitucionales, debido a dos atentados anarquistas en
Barcelona, uno contra su antecesor en el cargo, D. Arsenio Martínez Campos, y el otro contra
el Teatro del Liceo.
Resumiendo, habían mantenido a Weyler, durante casi dos años, apartado de todo lo
que a él le interesaba, que no era otra cosa que el Ejército, hasta que las cosas empezaron a
írsele de las manos al Gobierno presidido por D. Práxedes Mateo Sagasta. Era como si
estuviese a punto de comenzar la 4ª Guerra Carlista, y ante esa situación no tuvieron otra
alternativa, que utilizar al único militar capaz de acabar con este tipo de problemas, tan
complejos, pues de eso nadie podía tener dudas, ya lo había demostrado sobradamente en el
pasado. La recompensa final a su esfuerzo fue, que obtuvo, o según decía mi abuela le
obsequiaron, en las elecciones generales de ese mismo año, con un puesto de Senador del
Reino por la provincia de Canarias. Con respecto al asunto de las Vascongadas y Cataluña,
mi abuela comentaba que si algunos pensaron que le engañaban adulándole, se equivocaban
de medio a medio, para Weyler siempre estuvo absolutamente claro el fin de la jugada,
llevada a cabo por Sagasta con respecto a su persona, que no había sido otro, que el de
meterle de lleno en dos problemas harto difíciles y de dudosa salida; si ganaba magnifico, y si
perdía se acabó Weyler para siempre, pero para desgracia de sus múltiples enemigos, no solo
no salió mal parado del trance, sino que por el contrario, salió muy reforzado.
Desde la primera ocasión en que pudieron verse tras su vuelta de Filipinas, mi abuelo
Manuel le había advertido a Weyler de lo que a su juicio estaba pasando y preveía que podía
pasar tal y como iban las cosas en el país, donde las intrigas estaban a la orden del día, el
“pasteleo” era la cosa mas normal del mundo, y según contaba mi abuela, en una de las
ocasiones en que se vieron, parece ser que fue en Palma de Mallorca a mediados de 1893, mi
abuelo Manuel le dijo a Weyler: "…en honor de la enorme amistad y afecto que nos tenemos,
te pido de todo corazón, como ya lo hice en Manila, que en la medida en que eso sea posible,
me mantengas al margen de toda esta locura en la que está metido el país entero, y mucho
más en la que anda metido ese ramillete de políticos y militares de salón, que rodean y
aconsejan de una forma interesada en Asuntos de Estado a la Reina Regente, y muy
especialmente en todo lo relacionado con Cuba y Filipinas; créeme cuando te digo que estoy
absolutamente convencido de que el tema colonial nos va a llevar al desastre, es como si todo
lo que están haciendo fuese para favorecer la revuelta en lugar de intentar la pacificación, es
una total vergüenza, y tu lo sabes tan bien como yo…", esta postura tan firme por parte de mi
abuelo, parece ser que alarmó considerablemente a Weyler, la triste realidad para él era, que
finalmente comprendió, que tendría serias dificultades para poder contar con mi abuelo en el
caso de que, si por azares del destino, el Gobierno de Canovas se empantanaba en Cuba, y
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basándose en como había resuelto los problemas de las Vascongadas y Cataluña, se les
ocurriera la idea de mandarle de nuevo a la isla para que impusiese el orden.
Esta última conversación debería haber sido definitiva para Weyler, pero parece ser
que cada una de las veces que volvieron a verse, salió una y otra vez el mismo tema de
conversación; mi abuela decía que Weyler no se terminaba de creer del todo que mi abuelo no
estuviese dispuesto a repetir a su lado, en el presente, el esquema de Cuba en el 1869 y el de
Filipinas en 1890, y eso, a pesar de que ambos sabían que todo el asunto colonial era un total
cabildeo económico y partidista. Mi abuela decía, que Weyler esperaba que llegado el caso,
mi abuelo cedería a sus presiones, si es que esa situación llegaba algún día a producirse. En
este estira y afloja, fueron pasando los meses y un buen día de mediados del mes de octubre
de 1895, Weyler se puso en contacto con mi abuelo para comunicarle de manera confidencial
que: “…corren rumores en Madrid de que las cosas parecen estar poniéndose muy mal en
Cuba, y parece ser que el Gobierno está planteándose el mandarme de nuevo a la isla,
esperando que ponga orden en aquel estado de cosas. Si esto ocurre, estoy dispuesto a
aceptar el envite, y por supuesto, y a pesar de tus criterios en contra, espero y deseo contar,
como siempre ha ocurrido en el pasado, con tu apoyo y colaboración …”, proponiéndole que
le acompañase de nuevo en la ardua tarea de pacificar la isla de Cuba.
A propósito de lo anterior, hay una anécdota que nos contaba mi abuela, y era, que a
pesar de la enorme amistad que les unía, Weyler siempre llamaba a mi abuelo por su apellido
“Serrano”, en lugar de por su nombre, mientras que éste casi siempre le llamaba "mi
General", en lugar de “Valeriano” como hacían otros de sus amigos y subordinados más
próximos, pero en esta ocasión a diferencia de las anteriores, le llamo “Valeriano”. Tras este
inciso, volvemos a la respuesta que parece ser que mi abuelo Manuel le dio a Weyler, y que
según mi abuela, que estaba presente, fue mas o menos la siguiente: "Querido amigo
Valeriano, cada vez que hemos hablado de este tema en los últimos años, te he dicho todas
las veces que salvo una orden inapelable de traslado, emitida por el Gobierno, no estoy para
nada interesado en volver a Cuba, y por si acaso se te hubiesen olvidado mis razones para
ello, te las voy a repetir una vez mas. En mi opinión, este Gobierno solo está interesado en
conseguir el tiempo suficiente para poder concluir un arreglo digno que le permita, salvando
la cara ante todo el mundo, llegar a un arreglo del tipo que sea con los Estados Unidos en
Cuba, y con éstos y Alemania en Filipinas, ambos lo sabemos de sobra, y si no acuérdate de
lo de Las Carolinas, esto es igual pero muchísimo mas peligroso. Entiendo perfectamente tus
razones para que, si te lo proponen, aceptes este reto, pero por lo que a mí respecta, las
cosas las veo de otro modo; militarmente estoy totalmente de acuerdo contigo en que hay que
acabar por los todos medios que sean necesarios, y de una vez por todas, con esos
insurrectos, pero asimismo, estoy convencido de que todo esto es una gigantesca trampa
política y militar, en la que no deseo participar en ningún modo, y me niego rotundamente a
ser cómplice de la misma. Siento en lo mas profundo de mi persona el hablarte de esta
manera, pero si no lo hiciese así y te esgrimiese otros pretextos te estaría mintiendo, y
nosotros jamás nos hemos tratado de esa manera.”.
Esta respuesta, y la firmeza con la que mi abuelo le habló, no dejo lugar a dudas a
Weyler, sobre los criterios definitivos que, desde 1890, mi abuelo siempre le esgrimió a
propósito de todo el tema cubano y filipino, y que por tanto, eran absolutamente firmes, por
eso, una vez que Weyler se hubo marchado, mi abuelo le dijo a mi abuela: “me siento
realmente mal por lo que me he visto obligado a decir a Weyler, y temo que se haya
marchado decepcionado y decida no volver ha hablarme en el futuro, pero no puedo afrontar
de ningún modo semejante situación disparatada, si la única razón que me motivara fuese la
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de ayudarle a él. Todo esto es mucho más serio, y no me encuentro con ánimos suficientes
para seguir la farsa, ya que estoy seguro de que de ésta, vamos a salir muy mal parados
todos nosotros”, según mi abuela, el nefasto conjunto de acontecimientos ocurridos en 1898 y
1899, hizo una gran mella en mi abuelo, quien no cesaba de decirla, una y otra vez: “como es
posible que hayamos podido llegar a todo este desastre para nada”.
El tiempo demostró que tras los aciagos sucesos de Cuba y Filipinas de 1898, Weyler
lejos de haberse enfadado con mi abuelo por su negativa a acompañarle en 1896, le demostró
en varias ocasiones la amistad y respeto que le tenía. Por eso, cuando Weyler fue nombrado
Ministro de la Guerra, en marzo de 1901, inició los trámites pertinentes para que mi abuelo
fuese nombrado, el 25 de octubre de 1901, Comandante General de la 3ª División y
Gobernador Militar de Badajoz, cargo en el que cesaría el 14 de enero de 1904, siendo
nombrado Consejero del Consejo Supremo de Guerra y Marina, y posteriormente, el 1 de
agosto de 1904, Gobernador Militar de Melilla y Plazas Menores del Norte de África; cargo
que ostentó hasta su repentina muerte, ocurrida el 16 de diciembre de 1904.
ANECDOTAS RELATIVAS A LA RELACIÓN WEYLER-SERRANO
Durante los mas de treinta años que duró la amistad entre ambos, hubo un tema que a
pesar de que mi abuelo nunca le reprochó a Weyler, si que le irritaba profundamente; y fue
que a finales de 1895, se publicó en Manila, un libro sobre Las Carolinas y todo lo que a esas
islas afectaba, titulado: “La isla de Ponape. Geografía, Etnografía, Historia. Manila, 1895”,
que había sido escrito por el Médico 1º de Sanidad Militar, D. Anacleto Cabezas Pereira, y
prologado por Weyler. Las razones de ese enojo, provenían de que antes de que mi abuelo
partiese para Ponape, Weyler y él, convinieron que, en aras de preservar la imagen del
Coronel Gutiérrez Soto y la del Ejército, la verdad sobre todo lo ocurrido en Las Carolinas, se
mantendría en la más estricta confidencialidad; por eso, mi abuelo nunca comprendió la
actitud de Weyler con respecto al Dr. Anacleto Cabezas, a quien ni siquiera había conocido
personalmente durante su mandato como Capitán General de Filipinas, prologándole su libro
con informaciones extraídas, entre otras fuentes, de los documentos que constituían el informe
oficial, que mi abuelo había entregado a Weyler un vez finalizada la campaña; y cuyo texto
íntegro figura en el anexo “B”.
Para poder hacerse una idea del porque de este enfado, hay que remontarse al
momento en que mi abuelo llega a Ponape, procedente de Manila, el 14 de noviembre de
os
1890. En ese momento, había en la isla dos Médicos 1 de Sanidad Militar, uno era, D.
Felipe Ruiz, persona muy activa, que actuaba como Jefe de Sanidad Militar, y el otro, D.
Anacleto Cabezas Pereira, a los que durante la campaña de finales de 1890, se unieron
voluntariamente, los Médicos Civiles de los buques de transporte privado “Antonio Muñoz” y
“Uranus”. En todos los informes y documentos oficiales figura, que D. Francisco García
Feijoo, médico civil del “Uranus”, fue quién no teniendo ninguna obligación de participar en
los combates, sin embargo, no dudó en hacerlo, con gran peligro de su vida, prestando sus
servicios médicos en la 1ª Columna, mandada por el Jefe de la Expedición, el Coronel D.
Manuel Serrano. Esta 1ª Columna, fue la que desembarcó en la isla de Tauman (Metalanim)
el 22 de noviembre de 1890. Mientras que el Dr. Anacleto Cabezas formó parte de la 2ª
Columna, que al mando del 2º Jefe, el Comandante D. Antonio Díez de Rivera, desembarcó
en Oua el día 21. El Dr. Cabezas fue herido de pronóstico reservado, el 22 de noviembre, en
una mano y en la frente, en las cercanías de Ketam, por lo que prácticamente no pudo
participar en los combates, y sin embargo se adjudicó en diversos foros, a lo largo de los años,
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una serie de hechos, anteriores y posteriores, que no le correspondían en absoluto, lo que
unido al aval público que le dio Weyler al prologar su libro, provocó el enorme enfado de mi
abuelo.
Antes de pasar a las facetas puramente familiares, hay dos anécdotas muy curiosas que
mi abuela contaba sobre Weyler y mi abuelo, y como la tacañería del primero y la
dadivosidad del segundo, habían originado situaciones bastante cómicas entre ambos. Según
decía, mi abuelo no se cansaba de decir a Weyler, que como persona de reconocido prestigio
tenía que guardar unas formas en el vestir, en el comer, etc., a lo que Weyler respondía,
acusando a mi abuelo de “pródigo y manirroto”, argumentándole, que su desinterés por el
dinero, terminaría trayéndole muchos problemas. Esta actitud de Weyler tenía mucho que ver
con el hecho, comentado anteriormente en este capítulo, de que mi abuelo fuese un hacendado
y Weyler no solamente no lo fuese, sino que además hacía gala de su tacañería; lo que llevó a
ambos a unas continuas críticas intrascendentes y a un frecuente cruce de reproches; pero
pasemos a las anécdotas y veremos las razones a las que se alude.
La primera anécdota, se produjo en el 1876, en uno de los viajes que ambos hicieron
en tren. Iban hablando cuando mi abuelo decidió abandonar el compartimento para ir a
afeitarse; cuando volvió, venía enfadado, y le dijo a Weyler, que estaba harto del estuche de
aseo porque la navaja con mango de plata estaba deteriorada y se cortaba al afeitarse, y
además tenía otros utensilios algo estropeados, así que se dispuso a abrir la ventanilla para
arrojar el estuche al campo, diciendo que a alguien le vendría bien encontrarse con lo que
contenía. En el momento en que se aprestaba para abrir la ventanilla, Weyler le dijo: “pero
Serrano, te has vuelto loco, si todo lo que contiene ese estuche es de plata fina, en que cabeza
cabe que lo vas a tirar por la ventanilla, antes de eso me lo quedo yo, y en paz”, mi abuelo
creyó que estaba bromeando y continuó abriendo la ventanilla, pero al ver la cara que ponía
Weyler, y darse cuenta de que hablaba en serio, le entregó el estuche. Cuando Weyler se vio
con el estuche en su poder, le dijo bastante irritado: “Serrano, desde los días de La Habana, a
veces me enfada mucho tu actitud frente al dinero, y a las cosas que se pueden poseer con él,
y me gustaría que tuvieses en cuenta que tu situación no es la de todos los demás”.
La segunda anécdota, ocurrió en Tenerife, y fue la siguiente: una tarde de mediados
del mes de septiembre de 1880 se presentó ante mi abuelo el oficial de guardia para
comunicarle que el Capitán General quería verle de inmediato, y que traía ordenes de que lo
acompañase; mi abuelo le siguió hasta los aposentos de Weyler, y se encontró a éste postrado
en la cama con un aspecto malísimo, también estaba en la estancia el médico militar que le
asistía. Al verle llegar, Weyler se alegro mucho y le dijo: “Serrano, me encuentro muy mal, y
si esto sigue empeorando, voy a redactar una orden para trasmitirte temporalmente el
mando, y quiero que no te muevas de aquí hasta nueva orden”. Después de esta escena,
Weyler pidió al médico militar que se retirase, cosa que éste hizo, quedándose Weyler y mi
abuelo solos en la habitación. Weyler continuo diciéndole: “Serrano, el médico me ha dicho
que puede ser una peritonitis, y ya han preparado todo para operarme, según dice él a vida o
muerte, pero yo creo que es solo una indigestión”, al oír esto, mi abuelo le dijo: “mi General,
pero como es posible que contradiga el criterio del médico que le atiende”, a lo que Weyler
le respondió: “Serrano, te acuerdas de la Comisión de Agricultores que vino a verme hace
algunos días, y que traían unos racimos de plátanos esplendidos”, mi abuelo le respondió
afirmativamente, y Weyler continuó diciéndole: “mandé que los pusieran en un cuarto de la
terraza, y ayer subí, y me encontré que con el calor que hace, habían madurado en exceso,
así que pensé que antes de que se estropearan todos, me comería los que pudiese, y creo que
casi me comí uno de los racimos, por eso estoy convencido que es una indigestión”.
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RECOMPENSAS MILITARES Y FAMILIA
Pasando a otro tema, tengo que decir que a lo largo de su dilatada carrera, mi abuelo
Manuel fue un militar bastante condecorado, ya que le fueron otorgadas las condecoraciones
siguientes:
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Benemérito de la Patria, por acuerdo de las Cortes Generales (noviembre 1870)
Cruz del Mérito Militar de 1ª clase, otorgada por las Cortes Generales según R.O. de
14 de noviembre de 1870
Cruz de Carlos III, otorgada por significación al Ministro de Estado (26 de noviembre
de 1871)
Cruz del Mérito Militar de 2ª clase, otorgada por servicios de guerra según R.O. de 8
de octubre de 1875
Cruz del Mérito Militar de 2ª clase, otorgada por servicios especiales según R.O. de
18 de octubre de 1875
Encomienda de Isabel la Católica, otorgada por significación al Ministro de Estado
(13 de abril de 1878)
Medalla conmemorativa de la Campaña de Cuba, con distintivo encarnado y tres
pasadores según R.O. de 10 de junio de 1879
Medalla de Alfonso XII, según R.O. de de 4 de mayo de 1880
Cruz sencilla de San Hermenegildo, con antigüedad del 17 de julio de 1884, según
R.O. de 5 de agosto de 1892
Gran Cruz del Mérito Militar, por servicios especiales según R.O. de 21 de noviembre
de 1894
Gran Cruz de San Hermenegildo, con antigüedad del 19 de julio según R.O. de 1 de
noviembre de 1899
Y en lo relativo a los honores especiales, hubo un hecho que mi abuela nos refería con
cierta tristeza; y fue que, algunos meses después de la vuelta de Filipinas, a finales de 1891,
varias personas relevantes propusieron que, como recompensa por su brillante actuación
militar en Ponape, se iniciasen los trámites para que le fuese concedido a mi abuelo el título
nobiliario de “Marqués de Ketam”. Él no supo nada de este asunto hasta que uno de los
proponentes se lo contó, anunciándole que la iniciativa estaba bastante avanzada, y que en
poco tiempo se haría realidad, pero para sorpresa de los proponentes, tan pronto como tuvo
conocimiento de todo aquello, les exigió que acabasen con el procedimiento iniciado, porque
según él, lo que había hecho en Ponape, era solamente su obligación como militar. Esta
actitud fue incomprendida y muy criticada por parte de muchos de los proponentes, y lejos de
ser positiva, resultó extremadamente negativa para mi abuelo, pues en algunos círculos, se
interpretó como un desprecio hacía los proponentes y hacia la propia Reina Regente, que era
quien finalmente se lo otorgaría. Incomprensiblemente, su modestia y sentido del deber, en
lugar de ensalzar su figura, se volvieron en su contra. Asimismo, mi abuela se quejaba de la
enorme importancia negativa, que para la carrera de mi abuelo, había tenido el hecho de
haberse negado, en repetidas ocasiones, a formar parte de la masonería, tan importante en
aquella época entre el estamento militar; según ella, mi abuelo se quejaba de que el no haber
seguido, en esa materia, los pasos de varios de sus familiares, le había supuesto bastantes
quebrantos en sus ascensos.
Para finalizar este capítulo, deseo exponer alguna de las facetas familiares de mis
abuelos y de la familia que ellos crearon, y de la cual tengo el honor de descender. Como ya
dije anteriormente, ambos se conocieron en 1876, en Valencia, ciudad en la que estaba
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destinado mi abuelo como Teniente Coronel de Infantería, y Ayudante de Campo del
Comandante General de la 2ª División del Ejército de Valencia, D. Valeriano Weyler, y tras
un noviazgo relativamente corto, contrajeron matrimonio canónigo en Valencia en el mes de
noviembre de 1878. De esta unión, nacieron cinco hijos: Manuel, Augusto (fallecido
prematuramente en Tenerife), Augusto, Alberto (fallecido prematuramente en Manila) y el
último de ellos, Alberto, quién sería mi padre. A continuación incluyo una breve reseña de
cada uno de ellos, siendo ésta la siguiente:
Manuel Serrano Montaner.- (S.C. de Tenerife 1879-Valladolid 1942). Ingresó en la
Academia Militar de Toledo en 1897, participó en los inicios de la Guerra de Marruecos
llegando a alcanzar, en 1921, el grado de Teniente Coronel de Infantería, con el que fue
licenciado en base a la Ley Azaña. A partir de su licenciamiento se dedicó a gestionar los
negocios de la familia de su esposa. Durante la Guerra Civil (1936-39) formó parte del
Cuartel General del Generalísimo Francisco Franco.
Augusto Serrano Montaner.- (S.C. de Tenerife 1881- S.C. de Tenerife 1882) Muerto
prematuramente a causa de unas fiebres, solo sobrevivió unos meses tras su nacimiento.
Augusto Serrano Montaner.- (Palma de Mallorca 1885-Valencia 1946). Estudió Derecho y
ejerció como abogado. Se instaló en Villacarrillo para gestionar el patrimonio familiar,
siendo nombrado Secretario del Ayuntamiento de dicho pueblo, y allí vivió hasta pasados
varios meses del final de la guerra civil (1936-39), trasladándose a principios de 1940, junto
con mi abuela y otros dos familiares muy allegados, a la casa que nuestra familia tenía en
Valencia, ciudad en donde fallecería seis años después.
Alberto Serrano Montaner.- (Manila 1889-Manila 1890). Muerto prematuramente a causa de
unas fiebres tifoideas, solo sobrevivió unos meses tras su nacimiento.
Alberto Serrano Montaner.(Palma de Mallorca 1893-Durcal 1959). Ingresó en la
Academia Militar de Toledo (1909), en 1954 alcanzó el grado de General de División, y
Teniente General en 1959. Participó en la Guerra de África (1914-25). Al iniciarse la Guerra
Civil española (1936-39), fue el oficial que al frente de su unidad, el 2º Tabor de Fuerzas
Regulares de Infantería de Tetuán, tomó el aeródromo de esta ciudad del Protectorado; para
posteriormente, y a bordo de los aviones estacionados en dicho aeropuerto, cruzar el Estrecho
de Gibraltar, y formar parte de la Columna Madrid, que en su avance ocupó: Mérida, Badajoz,
Navalmoral de la Mata, Talavera de la Reina, Torrijos, Brunete, Boadilla del Monte, Húmera,
Majadahonda, Las Rozas, Aravaca y Casa de Campo. Participó en el asalto del “Cinturón de
Hierro” de Bilbao, la campaña de Asturias, la campaña del Alto Aragón, y la toma del norte
de Cataluña (valles del Noguera Pallaresa, Tremp, Pobla de Segur, frontera con Andorra y
Puigcerda). Una vez finalizada la guerra civil, fue el militar encargado de estudiar la
estructura del Ejército Alemán y la “Volkspolizie” alemana, con vistas a la creación de la
Policía Armada (hoy Policía Nacional), en la que ostento cargos de importancia (1939-41).
Entre otros destinos, ostentó los de Delegado Gubernativo de la Provincia de Granada (192529), Coronel del Primer Tercio de la Legión (1942-46), General Subinspector de la Legión
Extranjera Española, Gobernador Militar de Palma de Mallorca (1954) y Gobernador Militar
de Pamplona, finalizando su carrera militar con el grado de Teniente General, y en posesión
de numerosas condecoraciones, entre las que destacan, la Medalla Militar Individual (1939), y
la Gran Cruz de la Beneficencia (1929).
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