ADN del catequista dicípulo misionero

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Presbítero Ricardo Colombo.
Diplomatura en Pastoral Catequética.
Año 2011.Profesor: Luiz Alves de Lima
Título: Catequesis camino de discipulado.
Autores consultados:
-Vera Ivanise
discipulado.
Bombonato.
-Carlos Mesters y Francisco
formando y formador.
Seguimiento
Orofino.
y
Jesús
-Luiz Alves de Lima. Discípulos y misioneros de
Jesucristo.
-Retamales Santiago Silva. Jesús de Nazaret y sus
discípulos.
-Cáceres Elena Salas.
conforme a Aparecida.
Discípulos
Misioneros
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Ante todo quiero expresar el motivo por el cual he elegido como tema del trabajo “ catequesis camino
de discipulado” y al mismo tiempo manifestar lo que me sugieren de manera inmediata cada una de las
palabras de este título.
Primeramente esta temática hace resonar en mis oídos el lema elegido por la conferencia episcopal
latinoamericana y del Caribe para la V Conferencia General de Aparecida “ Discípulos y Misioneros de
Jesucristo para que nuestros pueblos en El tengan vida”. Lema que antes de leer las conclusiones de la
misma conferencia ya nos están dando toda una clave de interpretación eclesial.
En segundo lugar creo que así como en el Concilio Vaticano II la Iglesia mirando a Jesucristo se animaba
con valentía a mirarse a sí misma para confrontarse con su Divino esposo y de esa mirada lograba una
reflexión profunda sobre su naturaleza y su misión; de igual modo creo que en estos tiempos la Iglesia
latinoamericana y del Caribe a impulsos del Espíritu Santo también ha querido reflexionar su manera de
ser Iglesia. Y en esta mirada que hace sobre sí misma ha vuelto a descubrir algo que como decía Cáceres
Elena Salas en su comentario es siempre antiguo y a la vez nuevo: “el ser discípulos y misioneros”.
El discipulado y la misión forman parte de la Buena Noticia, o aún mejor son la buena noticia que la
Iglesia necesitaba predicarse a sí misma para alcanzar su más profunda verdad y razón de ser. Binomio
este de discipulado y misión que le recuerda a la Iglesia aquello que el Papa Pablo VI pronunció en la
Evangelii Nuntiandi: ella existe para Evangelizar.
Al mismo tiempo veo en la génesis de esta reflexión eclesial un eco profundo y discipular de las
enseñanzas que el Beato Juan Pablo II nos dejó en las líneas pastorales Novo Milennio Ineunte. La luz y
la sal de este documento brillan y sazonan las reflexiones de Aparecida.
Por otra parte el plantearnos “la catequesis como camino de discipulado” nos invita a una mirada yo
diría diaconal de la catequesis. La catequesis nunca se nos presenta como meta de nada, ella es camino,
medio; al igual que Juan el Bautista se sabe señal que conduce a, instrumento en manos de Dios para
que se forme en los catecúmenos y catequizandos la imagen del Hijo de Dios, perfecto discípulo del
Padre. Pensar al mismo tiempo en la catequesis como camino nos sugiere la idea de algo a recorrer, algo
que acontece en el tiempo pero que al mismo tiempo nos pone en comunión con aquel que viene a
darnos vida en abundancia que es vida de eternidad. Camino nos habla de pasos y sabemos que en la
catequesis se trata de seguir las huellas del maestro o mejor aún poner nuestros pies en sus huellas.
Pero también estamos afirmando que es camino de discipulado. Y el discípulo al igual que el catequista
no nace, se hace; lo cual nos habla de un proceso laborioso, exigente y permanente como lo plantea
Cáceres Elena en Discípulos Misioneros conforme a Aparecida.
El gran legado de Aparecida es decirnos que no se puede ser discípulo sin ser misionero, discipulado y
misión son como las dos caras de la misma moneda. Parafraseando principios de la teología trinitaria
podemos decir que hay una perichoresis o profunda compenetración entre discipulado y misión. El
discípulo no puede callar como dice San Juan lo que ha visto y oído. ( 1Jn1,3)( Hch. 4,20). El ver y oír
entran en la dinámica del discipulado, y el no callar de la misión. La catequesis misma participa de esta
verdad discipular y misionera.
No obstante Retamales, Santiago Silva nos ayuda a penetrar en lo que llama el ADN del discípulo
misionero. A la luz del Evangelio de San Juan descubre 4 eslabones de este ADN que hacen a la identidad
más profunda del creyente testigo.
Si bien en el proyecto que Dios tiene para el hombre el ser cristiano ( discípulo) y el mostrarse cristiano (
testigo-misión) son como lo dijimos antes son realidades que se funden en un horizonte común hasta
brillar como una única verdad; la experiencia concreta muestra muchas veces lo contrario.
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Por eso este autor señala que el discipulado y la misión no son dos realidades necesariamente unidas,
se puede ser una cosa sin ser la otra. Que se puede ser discípulo sin anunciar al Señor y que puedo ser
misionero que por mis incongruencias de vida contradiga mi situación de seguidor del Señor. Así estas
dos realidades que muchas veces no aparecen unidas en el bautizado pueden manifestarse al mismo
tiempo separadas en la catequesis. Ya dijimos que la catequesis debe ser discipular y misionera. Ahora
bien a la luz de las enseñanzas del magisterio de Aparecida la única manera de no separar estas dos
realidades en la catequesis es mediante una catequesis de Iniciación Cristiana. Una catequesis con una
impronta fuertemente catecumenal. Por otro lado no podemos hablar de la catequesis sin referencia a
los catequistas, sin estos la catequesis se queda en una reflexión teológica-pastoral, pero que no hace
de instrumento interlocutor del llamado de Dios en la vida concreta de las personas. La acción
catequética supone de catequistas. Y bien sabemos que estos antes de ser tal son creyentes, y por tanto
puede darse en ellos la separación entre discipulado y misión común entre tantos creyentes. Por ende si
esta separación se da en ellos también se dará en la catequesis. Dicho de otra manera solo un catequista
discípulo misionero puede llevar adelante una catequesis de iniciación, una catequesis que ponga en
camino discipular. Tenemos muchos catequistas que se confiesan discípulos del Señor pero que no
conciben aún su tarea bajo una dimensión misionera. El documento de Aparecida invita a una
conversión pastoral (7,2 ) conversión a tener la mirada y los sentimientos del Buen Pastor. Solo una
Iglesia, un sacerdote, un catequista que se vuelva a Jesús Discípulo y misionero del Padre puede asumir
la desafiante tarea de una catequesis que introduzca en el seguimiento de Jesús el Señor.
Para que no se de esta separación Retamales siguiendo el Evangelio de Juan ( 1,35-42) menciona 4
eslabones de la identidad cristiana que no se han de separar.
Los dos primeros eslabones según el autor se dan en el llamado que Jesús hace al comienzo de su
ministerio público a los dos discípulos de Juan el Bautista ( Juan 1,32-45). “ Maestro donde vives, ven y
lo verás”. Aparece en este pasaje evangélico esa relación profunda entre ir y ver. Este ir y ver en estos
podríamos llamar ahora catecúmenos suscitan la profundización de la fe. En estos dos discípulos
ciertamente hay un deseo de conocer a Cristo, hay un anhelo, una atracción cautivante que inquieta y
exige ponerse en movimiento. Pero debemos señalar para no faltar a la verdad evangélica que este ir
hacia el maestro, este querer saciar su sed más profunda de conocimiento del Hijo de María y José ha
estallado en sus corazones por la señal y la voz de Juan el Bautista.
Este al ver pasar a Jesús, un Jesús que sigue pasando por la vida de cada y de todas las personas lo
señala y dice: “ He ahí al cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Descubramos aquí con
admiración el modo Kerigmático del hijo de Isabel. Un Kerigma, un anuncio explícito del Hijo de Dios que
como a lo largo de toda la revelación se lleva a cabo por gestos y palabras. Este es el modo de obrar de
Dios, de los profetas, del Bautista, de Jesús y por tanto debe ser el de la Iglesia. Y la iglesia como madre y
pedagoga debe enseñarlo a la catequesis, una catequesis que con inspiración catecumenal ; que
equivale a decir con gestos y palabras logrará arrancar al hombre de hoy de su sordera para escuchar el
dulce nombre de Jesús. Un nombre lleno de verdad y de gracia según capaz de llamar a cada uno por su
nombre.
De este modo podemos descubrir en San Juan el Bautista un método Kerigmático. El dio el primer
anuncio. Y este anuncio se hizo con la palabra de Dios: “ He ahí al cordero…” En este punto creo que
como Iglesia hemos perdido la capacidad de maravillarnos por la Palabra de Dios. Nos falta fe para creer
en esa Palabra de Dios que es viva y eficaz. Nos falta convencernos del poder cautivante de esa palabra
divina. Y por ende al dejar de decir como Pedro “ Señor a quien vamos a ir si solo tú tienes palabras de
vida eterna” reemplazamos su palabra por nuestras palabras. Esto también puede y de hecho ocurre
muchas veces en nuestra catequesis. Entre tantas palabras humanas perdemos la centralidad y
opacamos la única Palabra, la Palabra que debe predicarse con mayúscula. Bien sabemos por la luz de
las últimas enseñanzas del magisterio de la Iglesia la importancia que esta palabra tiene en la
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catequesis. Y al mismo tiempo al poner esta palabra sobre la mesa de la catequesis estaremos
respetando el principio cristocéntrico de toda acción eclesial.
Quisiera recalcar algo más de este modelo kerigmático Joánico. No pronuncia grandes discursos ni hace
largas explicaciones. Una sola palabra basta para generar todo un proceso de iniciación en la fe. Pero
claro una palabra divina.
Antes de avanzar en el desarrollo del tema quisiera detenerme un poco más en la importancia de esta
Palabra de Dios en la vida del discípulo. Ella tiene la primacía, es la que primeramente resuena y hace
eco en el corazón del hombre despertándolo de una vida meramente terrena a una existencia
trascendente. En ella está la fuente primordial de la identidad del discípulo, aún más lo configura
discípulo. El discipulado es un camino de fe y la fe nace de la escucha. En este sentido la catequesis debe
ella misma sentirse discípula, acoger esta palabra y hacerla resonar en los demás. La Palabra de Dios es
el criterio supremo del encuentro existencial de una persona con Cristo. Podemos al respecto dejar que
Juan nos vuelva a decir: “al principio existía el verbo”. Al principio de este camino único e irrepetible
que llamamos discipulado está la palabra. Palabra que nos hace interlocutores de Dios. Reconocer esto
es afirmar una verdad antropológica esencial. La catequesis tiene que favorecer y no entorpecer esta
interlocución divina-humana, en la cual el hombre vuelve a sentirse llamado y al sentirse llamado
redescubre el sentido profundo y bello de su existencia.
Es por tanto urgente introducir a los catequistas en la sabiduría de la Palabra de Dios, en el gusto por la
leche y la miel que esconde la escritura. Pero para esto hay que formarlos o quizás podríamos decir
crear las condiciones favorables para que Jesús los forme. Como decía Luiz Alves de Lima la Palabra debe
conformar la vida del catequista siendo sustento y vigor de su espiritualidad. Este conformarse con la
palabra no es otra cosa que dejarse modelar por ella. El catequista es discípulo y servidor de una palabra
que se hizo carne y por tanto de una palabra no lejana sino cercana.
En la medida que tomemos conciencia de esto respetaremos la primacía de Dios o como decía el
documento novo millennio ineunte la primacía de la gracia que al mismo tiempo es confesar llenos de
agradecimiento que la catequesis es obra de Dios. La catequesis, la formación del discípulo es siempre
terreno santo. Por ello debemos siempre descalzarnos y entrar en El con la hermana humildad.
Humildad necesaria para que Dios se revele y el hombre acepte con un sí total, un sí que abarque todas
las dimensiones de su vida este entrar en la vida misma de Dios.
Un catequista misionero debe suscitar en los iniciados el deseo de preguntarse “ Maestro donde vives”,
y señalarles el donde… del resto se encargará fundamentalmente Jesucristo: “Ven y lo verás”. El maestro
pronuncia su voz y esta invita al seguimiento. La dinámica de la vida cristiana supone reconocer esta voz
donde quiera que se manifieste y el catequista acostumbrado en la escucha de esta Palabra debe saber
reconocerla en su propia vida y ayudar a los catequizandos a reconocerla en la de ellos.
Esta voz invita concretamente al seguimiento. El discipulado hace referencia a un recorrido por el
camino del maestro, más concretamente a entrar en la vida del maestro. La característica
particularísima de este Jesús Maestro es que hace de sus discípulos no sus siervos como sucedía con
otros maestros contemporáneos sino a ser amigos; y lo propio del amigo es compartir la vida.
Podríamos preguntarnos si el modo que la catequesis tiene de presentar al maestro invita y seduce a ser
sus amigos. Particularmente creo que en muchos lugares falta todavía bastante por recorrer para dejar
de presentar a un Dios de la observancia y de la ley a un Dios de las Bienaventuranzas; porque en
definitiva el estilo del Reino al que somos invitados es el de las Bienaventuranzas. El seguimiento en el
caso del discipulado no es a algo sino a alguien. Por eso el directorio catequístico general deja en claro
que el objetivo de la catequesis es poner en comunión con la persona de Jesucristo, el que precisamente
por la resurrección vive para siempre comunicando vida en abundancia. Por este mismo motivo el
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seguimiento de su persona que debe caracterizar la catequesis no se centra ni puede reducirse a la
enseñanza sistemática de su doctrina, esto hablaría de una formación meramente intelectual de la
persona pero no de toda su persona.
Antes habíamos aludido que en el ADN del discípulo misionero hay eslabones y el tercero que se
mencionaba era el “ir a ver”. El Evangelio que seguimos narra que “Fueron, vieron donde vivía y se
quedaron con El ese día”. Que detalles tan hermosos graban en tinta la pluma de Juan que nos permiten
seguir pensando en estas realidades del discipulado y de la catequesis. Fueron… Al llamado siempre se
corresponde una respuesta. Respuesta en la que se juega el hombre todo, se juega su libertad. No caben
dudas que ante un llamado radical corresponde una respuesta también radical. La exigencia de este
llamado solo puede expresarlo en plenitud una catequesis en estilo catecumenal. Quizás valdría la pena
recordar aquí las sabias palabras de nuestro Sumo Pontífice Benedicto “ nadie comienza a ser cristiano
por una cuestión ética sino por la adhesión a la persona de Jesucristo Resucitado”. Muchas veces
introducimos a nuestros catequizandos en un camino para el cual nunca se han sentido llamado y para
el cual nunca han dado una respuesta comprometedora como María la madre del Señor. En la
catequesis tradicional damos por supuestas muchas cosas: la fe, la adhesión a Jesucristo y estas a veces
o muchas veces no están; mientras que el documento conclusivo de la III semana latinoamericana de
catequesis en su capítulo IV deja bien en claro que en el contexto actual no podemos dar nada por
supuesto.
El ver de los discípulos les permitió creer, más allá que el mismo Señor va a proclamar felices a aquellos
que creen sin ver. Al respecto podemos decir sin temor a equivocarnos que solo una catequesis
testimonial permite ver y entrar en comunión con el Señor. Es muy ilustrativo al tema que no convoca
recordar aquel episodio de las apariciones del Resucitado en que Tomás no estaba, y por lo tanto no vio
ni creyó. Debemos deducir que el motivo más profundo por el cual no lo vio no fue el no estar presente
en el momento sino el no estar con los demás discípulos. El resucitado se manifiesta en la comunidad
congregada, en la comunión de la Iglesia. Es por eso que toda la Iglesia es el sujeto de la catequesis, el
donde de la catequesis. El testimonio de la comunión entre los discípulos como la vivencia del amor
como ocurría en la comunidad cristiana primitiva es siempre kerigmática: suscita la fe y el deseo de ser
iniciado por la catequesis en la sequela Christi.
Los discípulos permanecieron con El. ¿Cuán seriamente deberíamos detenernos a analizar el porqué
una vez que hemos iniciado en la fe a nuestros catequizandos no permanecen?. El inicio parece ser el
final y la primera comunión la última. ¿Esto no nos hace repensar nuestra manera de catequizar y
empezar a caminar hacia un nuevo paradigma de catequesis?. Ciertamente que sí y el documento de
Aparecido al igual que los últimos documentos sobre la catequesis nos lo están mostrando con una
claridad sin igual. Este permanecer nos habla de un gustar, de un sentirse bien junto al maestro. Si
nuestros iniciados no son capaces de gritar como Pedro “Señor que bien estamos aquí” Jesucristo haya
dejado de ser respuesta y plenitud a los interrogantes y anhelos más profundos del hombre de hoy sino
porque sinceramente nunca los hemos iniciado en la fe porque nunca los hemos puesto en contacto con
El. El evangelio se encarga de fijar el horario del encuentro entre estos discípulos y el Señor. Y en verdad
los evangelistas se detienen a relatar horarios significativos y cargados de densidad teológica. Si las
cuatro de la tarde forma parte de la Buena Noticia es porque así lo fue para estos invitados de Jesús.
Al mismo tiempo este permanecer refleja con claridad meridiana el objetivo de este seguimiento que es
en definitiva estar con él. De hecho todos los evangelios remarcan que el llamado es estar con él y solo
luego enviarlos a predicar. El estar es la primer nota característica del discípulo. El amor invita, impele a
estar con el amado. El amor no soporta estar lejos del objeto del amor. Así sucede con quienes han sido
alcanzados y abrazados por el amor de Dios. Es el amor el que crea un lazo tan profundo con el maestro
que todo discípulo termina confesando como Pablo “ya no soy yo sino Cristo quien vive en mí”(Gal
2,20). Nuevamente remarcamos que la iniciación a la vida cristiana es una cuestión vital. Si no toca la
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vida no da vida. Esta vida plena que Jesucristo vino a comunicarnos se nos dona en los sacramentos
pascuales. Por eso es que la liturgia que celebra estos sacramentos debe estar en relación estrechísima
con la catequesis. La catequesis como generadora de vida sería también un punto importante a
reflexionar. Volviendo un poco atrás decimos que este estar con él supone al mismo tiempo una ruptura
con el pasado. El discípulo no puede mirar hacia atrás, el presente en la vida del discípulo es Jesucristo.
Jesucristo es el alfa desde donde una vida nueva comienza. Este estar supone al mismo tiempo un
“mantenerse a su lado” ( Lc 22,28), un tener sus mismos sentimientos y actitudes ( Flp.2,5) un tener los
ojos fijos en el ( Hb12,12). Un estar incluso en la cruz. He aquí una dimensión quizás única e irrepetible
de este discipulado. Es el único maestro que al invitar a seguirlo, a ser parte de los suyos pone como
condición la cruz. Y en esta cruz la característica bendita de la Iglesia católica. Mientras que en este
mercado actual de las religiones el motivo más atrayente en muchas es el pare de sufrir, la Iglesia
católica sigue predicando a un Cristo crucificado escándalo para muchos como lo fue para los judíos.
Esta Iglesia esposa no solo que predica y pone como único bastón del discípulo la cruz sino que incluso la
adora y venera ( liturgia del viernes santo). Por tanto la catequesis también debe ser el espacio, el
ámbito donde el discípulo aprenda que la cruz no es castigo de Dios, sino que la misma forma parte del
misterio hacia el cual el camina, de la vida que se le promete. Cuánta falta le hace al mundo de hoy una
predicación verdaderamente cristiana de la cruz. Y esta también es tarea evangelizadora de la
catequesis. Tanto los sujetos como los interlocutores de la catequesis son hombres crucificados, que
llevan en su carne los dolores de la pasión del Señor; por tanto es necesidad urgente el enseñar el valor
redentor del dolor. Ya decía el beato Juan Pablo II que el motivo más profundo del sufrimiento es la falta
de su sentido. ( Salvificis doloris).
El cuarto eslabón del discípulo misionero que nos sirve de eje para seguir pensando la catequesis como
camino de discipulado es el “ ve y dile a tus hermanos que vayan a Galilea que allí me verán”. ( Jn.20,1718). Este ver y decir nos sumerge en la dimensión misionera del discípulo. Discípulo es el que ve y
misionero el que anuncia lo que ha visto. “No podemos callar lo que hemos visto y oído” va a decir Juan.
El Señor les da a sus amigos lengua de discípulos. El discípulo proclama las maravillas de Dios como lo ha
hecho la perfecta discípula: María de Nazaret. Una catequesis discípula canta las maravillas de Dios,
invita a reconocer la presencia del omnipotente en las pequeñeces de la cotidianidad. Y sin embargo con
dolor constatamos tantas veces una catequesis “profeta de desventuras”, una catequesis que más que
un himno de alabanza a Dios es un libro de lamentaciones. El mundo y el hombre no necesitan eso.
A mi memoria vienen en este momento aquellas otras palabras de María Magdalena “me han llevado a
mi Señor y no sé donde lo han puesto”. No pasará muchas veces que con nuestra manera de catequizar
en vez de mostrar el verdadero rostro de Jesús -rostro humano de Dios y rostro divino del hombre- se lo
ocultamos. Y no solo eso sino que además se lo escondemos. Si no tenemos catequistas evangelizados y
convertidos, transformados en testigos ciertamente esto es lo que ocurre.
Retomando la dimensión misionera- testimonial-martirial del discípulo bien sabemos que el resucitado
hace de ellos anunciadores “ vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he
enseñado” ( Mt 28,19). El discípulo misionero toma parte de la misión de Jesús, prolonga en la historia la
única misión de Cristo. No es que comienza una nueva misión sino que la extiende en el tiempo. De este
modo como Jesús da testimonio del Padre, asimismo el discípulo da testimonio de la muerte y
resurrección del Señor hasta que el vuelva. Esta tarea evangelizadora no es opcional, forma parte del
discípulo. Así como el Padre ha enviado a Jesús así el nos envía a nosotros. Pentecostés es para el
discípulo la fiesta inaugural de su actividad pastoral. ¿Cuántas veces los creyentes sabemos todo acerca
de Jesús, e incluso sus palabras ubicadas correctamente en las citas evangélicas? ¿Pero cuántas otras
veces nos falta esa capacidad de convencer al mundo?. Necesitamos todos ser revestidos por el poder
de lo alto para convertirnos verdaderamente en testigos. La catequesis misma necesita ser incendiada
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por el amor de Dios para ser luz del mundo y sal de la tierra. El nuevo paradigma catequístico que se nos
pide supone un nuevo pentecostés.
La dinámica discipular supone entrar en la lógica del Buen Pastor que sale al encuentro y no espera que
vengan a él. Impone asumir las categorías del Buen Samaritano que se muestra cercano y atento a las
necesidades de los que sufren. El discípulo se siente prójimo de todos porque en todos reconoce a su
Maestro y Señor. Del mismo modo necesitamos una catequesis con sentimientos de Pastor, con
actitudes samaritanas. Claro que una catequesis así necesita desestructurarse, sacarse el corsé de “lo
hacemos así porque siempre se hizo”, levantarse de la cátedra de la doctrina no por renunciar a ella ni
mucho menos sino para pararse y ponerse en los cruces de los caminos para invitar a los hombres a la
fiesta de bodas con el cordero pascual.
Una catequesis formadora de discípulos sale como Jesús a las calles, recorre las aldeas, está en el
templo pero también en las fiestas. Busca la soledad para encontrarse con el Padre pero ante el hambre
de las multitudes deja las cumbres y baja a los valles para servir. Una catequesis evangelizadora tiene los
ojos clavados en Jesús pero los pies bien plantados sobre la tierra. Las cosas del cielo no la vuelven
indiferente a las necesidades de los hombres. Es más, de ellas saca el contenido de su tarea misionera.
Las situaciones del pueblo de Dios forman parte de Dios y por eso mismo son contenido de la
catequesis. Una catequesis inculturada es una catequesis situada en la lógica del Verbo encarnado. El
Evangelio se hizo hombre y habitó con los hombres; la catequesis también debe estar en las cosas de
Dios pero descubriendo a Dios en las cosas de los hombres. Solo así ella será discípula y misionera de
Jesús, formadora de discípulos capaz de mostrar a otros al más hermoso de los hombres para que
viéndolo lo conozcan, conociéndolo lo amen y amándolo lo anuncien a otros.
Presbítero Ricardo Colombo.
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