La guerra civil española de Hugh THOMAS

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Mintz, Frank
La guerra civil española de Hugh THOMAS
mercredi 10 décembre 2003
Madrid, 1977
Se sigue aquí la edición inglesa de 1976
A la pregunta de si merece la pena leer este libro, hay que responder desgraciadamente que sí. Pero no
porque sería un plagio de Bolloten y Brenan, como lo escribió Vernon Richards para la primera edición, en
1961. Thomas ha sabido ampliar su texto, corregir ciertas lagunas, El resultado es indudablemente un
nuevo libro (Introducción ), guardando siempre un enfoque serio, entre los historiadores burgueses.
Incluso con buenas intenciones :
"Pienso ahora que las ideas anarquistas de regeneración de la sociedad eran más originales,
puesto que se llevaron a cabo en una sociedad compleja, de lo que yo consideraba en 1960.
Espero también que el lector encontrará que el aspecto socioeconómico de la guerra se
contempla mejor (...)" (o.c.).
¿ Responden estos buenos deseos a logros ? El autor, como yo, sigue con la labor individual, y me parece
ya imposible a nivel de tal síntesis, si bien deslumbran, maravillan el cúmulo de datos presentados. Pero al
grano. El autor aplica un mismo criterio a ambos bandos para la violencia, la intervención extranjera, la
organización económica, pero no ahonda hasta comparar la nueva jerarquía, la nueva demagogia : el
chovinismo franquista para conseguir carne de cañón de un lado, Largo Caballero o Negrín del otro ; de
hecho, los dirigentes españoles hacían el caldo gordo a Mussolini e Hitler y Stalin para probar nuevas
tácticas y materiales (Guernica para la aviación alemana, los tanques para nuevos modelos soviéticos).
Eso no aparece como si Thomas quisiera mantener al lector a un nivel estrecho : pobres españoles, no
pasaría eso en un contexto más culto y más democrático.
Thomas admite de hecho una visión de acción directa de la base :
"de haber el Gobierno distribuido las armas y ordenado a los gobernadores civiles de hacer
así, utilizando de ese modo a la clase obrera para defender la república desde el primer
momento, se habría podido aplastar la sublevación. Y agrega : Donde la autonomía no existió,
poco o nada pudo hacerse y entonces el enemigo -y sólo entonces- ganó una ventaja
provisional."
Pero el tratamiento del anarcosindicalismo y del anarquismo va diluido por el concepto de dedicar más
páginas a las violencias que a la autogestión, o sea anteponiendo criterios de buenos modales a la
explotación económica capitalista. Pero incluso así, Thomas se deja en el tintero que la profanación de
muchas sepulturas religiosas en Barcelona por nuestros compañeros se explica porque demostraban que
en muchos conventos y seminarios había habido ejecuciones y entierros clandestinos, con cadáveres de
monjas embarazadas y de niños. También la quema de iglesias o la ejecución de religiosos obedeció sea a
un reacciones espontáneas -como en el siglo XIX- sea a agresiones de algunas curas, que la gente
generalizó al clero. Ya escribió el poeta catalán Joan Maragall en 1909 que la quema de las iglesias era
una sana reacciones contra desviaciones del catolicismo, ¿acaso no fue válido igualmente en 1936 ?
Thomas empieza su apreciación de la autogestión afirmando una verdad a medias : La teoría anarquista
no había contemplado una situación en que conseguiría poder en algunas factorías, sin destruir el Estado
o sus opositores políticos . Es lo que declaraban Montseny en septiembre de 1936 y M.R. Vázquez en abril
de 1937. Pero un abuelo barbudo llamado Bakunin había evocado un caso similar en 1870 en Carta a un
francés, para no hablar del Programa de 1920 de Malatesta. Thomas en su descripción documentada
tiende a valerse de la palabra obreros (o sea todos) cuando aprueba y anarquistas (una minoría) cuando
desaprueba. El mismo procedimiento peyorativo se nota entre los marxistas que tratan del anarquismo
(Engels, Pannekoek, Félix Morrow). El uso de una cita de Líster sobre los colectivos agrícolas da al traste
con el conjunto económico. Los cuadros de salarios no indican si son provinciales o para la zona
republicana, el envío de ayudas al frente de parte de los colectivos se da por perdidos, se silencia el
CLUEA de CNT-UGT (la mayor realización autogestionaria), una cita muy crítica del notable cenetista
Horacio Prieto (sin mencionar que se oponía a la autogestión) termina el capítulo. Total que el lector no
deja de tener la impresión que los anarquistas no habían previsto gran cosa. Y si hubo tentativas
interesantes terminarían en aguas de borrajas.
La visión de la militarización se inspira pobremente en Bolloten y para mayo de 1937 hay un argumento
interesante : los comunistas habrían podido tomar más precauciones y más hombres del frente, si
hubieran planeado un golpe en Barcelona . Pero las tácticas soviéticas -en 36-39 o Togliatti o los rusos
mandaban- siempre se basaban en provocaciones para lanzar ofensivas después (asesinato de Kírov,
colectivización en la URSS, etc.). La bibliografía delata importantes olvidos de aportaciones de autores
importantes (Fernanda Romeu, Manuel Cruells sobre Mallorca, Siemenov y Vetrov para testimonios
soviéticos) y libertario ( V. Richards, Téllez). Dolgoff, Gomez Casas, Souchy están citados, pero no
incluidos entre los anarquistas.
El fin del libro con una cita de Azaña (para mí un payaso en política) sobre Paz, Piedad y Perdón
demuestra esa delicuescencia de la reivindicación de la lucha de clase y del rechazo de la explotación
social en aras de una presunta ética masónica , que es sólo acatamiento a una jerarquía implacable y
aparentamente pulida (corrupción, xenofobia, violencia policial, etc.).
(Cienfuegos Press, N°3, 1977)
Frank MINTZ
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