Ventura García Calderón y las vicisitudes de la Grande Nation

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VENTURA GARCÍA CALDERÓN
Y LAS VICISITUDES DE LA GRANDE NATION1
Ramón León
V
encedores y vencidos los hay siempre, en cada ocasión y contexto: en
competencias deportivas que mueven, entusiasman, alegran, enfurecen o
deprimen a seguidores de uno u otro equipo o contrincante; en concursos
profesionales, donde hay un ganador y varios perdedores. Y también los hay por
supuesto en las guerras, que conmueven a pueblos enteros y dejan secuelas y heridas que muchas veces toman años en cicatrizar.
Entre Alemania y Francia, dos pueblos que alguna vez –hace muchos siglos–
estuvieron unidos, se han producido por cierto muchas guerras. Después del paso
sangriento y triunfante a la vez de Napoleón Bonaparte, sin embargo, han sido
los franceses los derrotados.
La Guerra Franco-Prusiana fue un trauma para la grande nation. Napoleón
III fue tomado prisionero, París fue cercado y posteriormente ocupado; y, por si
todo esto no fuera ya suficiente humillación, Otto von Bismarck, el Canciller de
Hierro, decidió fundar el Imperio alemán nada más y nada menos que en el Salón
de los espejos del Palacio de Versalles, mudo e imponente testimonio de la pasada
gloria francesa.
Esa derrota quedó como una herencia sin cicatrizar, y los triunfadores, los
alemanes, la vieron como una expresión de la superioridad cultural de ellos con
respecto a sus rivales2. Pero también quedó como una amenaza para los perdedores, una amenaza de desgracias mayores para el futuro. Al este de Francia, donde
antes se multiplicaban y apiñaban una serie de ducados, principados, reinos y
condados habitados por –como diría Madame de Staël– pensadores y poetas3, de
pronto, por decirlo así, por obra del maquiavélico Bismarck, insurgía una sola
nación, un solo pueblo gobernado con mano férrea, disciplinado en grado sumo,
con mentalidad militar y con un irrefrenable afán de expandirse a costa de sus
vecinos, uno de los cuales era Francia.
La Primera Guerra Mundial, al menos en sus primeros años, confirmó los
sombríos presentimientos de los franceses. El ejército alemán avanzó de modo
arrollador a través de Bélgica. Pronto, demasiado pronto, los alemanes se acer-
1 Versión corregida y ampliada del texto leído en la presentación de la obra La Francia que amamos, de
Ventura García Calderón, el 26 de octubre del 2012, en la Feria del Libro (Lima, Perú).
2 W. J. Mommsen, 2000, Bürgerliche Kultur und politische Ordnung. Künstler, Schriftsteller und Intellektuelle in der deutschen Geschichte 1830-1933, Frankfurt, Fischer Taschenbuch Verlag.
3 W. Schivelbusch, 2003, The culture of defeat. On national trauma, mourning, and recovery, New York,
Picador.
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caron a París, generando en los habitantes de la antigua Lutecia una horrosa sensación de déjà vu.
París, empero, permaneció intocado en esta ocasión, pero la batalla de Verdún
ha quedado en la memoria de la humanidad como una de las más salvajes carnicerías: ¿cómo no iba a serlo si su balance fue apocalíptico: alrededor de 400 mil
franceses y 350 mil alemanes muertos?
El impacto psicológico de la renovada y odiada presencia alemana en suelo
francés no solo se experimentó de manera consciente; también ingresó al dominio oscuro lo que escapa a la conciencia, al inconsciente: en un muy reciente y exhaustivo libro Jacqueline Carroy se refiere a los sueños de algún intelectual francés de aquella aciaga época en los que los alemanes son casi los protagonistas4.
Acabada la Primera Guerra Mundial y firmado que fue el Tratado de Versalles,
a insistencia de Clemenceau, El Tigre, en el mismo Salón de los Espejos en el
cual se había fundado el Imperio Alemán5, las cosas en modo alguno fueron para
mejor.
Mentes lúcidas como las de Keynes percibieron con claridad que el Tratado de
Versalles, al que él calificaría como paz cartaginesa6, no colocaba el punto final
a la guerra sino solo puntos suspensivos, siendo más bien el inicio de una tregua
que daría lugar a algo mucho más grave, como en efecto ocurrió veinte años más
tarde, en 1939.
También repararon pronto en eso los propios franceses, desatándose algo que
quiero calificar como una paranoia. Y, como suele suceder con toda paranoia, ésta
también desembocó en acciones, hoy tal vez incomprensibles pero en su momento vistas como plenamente justificadas.
Como una suerte de muralla china del siglo XX, los franceses edificaron la Línea Maginot, pensando en sus agresivos vecinos: la historia nos recuerda lo poco
que sirvió esa edificación cuando las circunstancias la pusieron a prueba.
La Segunda Guerra Mundial trajo más desgracias para Francia. No solo la
ocupación de su territorio sino algo aún peor: el oprobioso Régimen de Vichy,
encabezado increíblemente por el héroe de la Primera Guerra, el Mariscal Pétain.
Lo demás es historia conocida. Conocida es la colaboración de algunos destacados intelectuales franceses con los nazis, conocida es la insistencia del infatigable e indoblegable General de Gaulle en que Francia apareciera como vencedora.
Y todo lo demás, eso que ha ocurrido hasta hoy, es demasiado conocido como
para que necesite ser relatado acá.
Solo señalaremos que el último capítulo de esta historia de suspicacias, temores, derrotas y venganzas parece haberse cumplido durante el proceso de unificación de Alemania, en 1990. Sobre el particular solo me limitaré a citar una breve
afirmación de Tony Judt7, el gran historiador europeo:
4 J. Carroy, 2012, Nuits savantes. Une histoire des rêves (1800-1945), París, Éditions de l’École des hautes
études en sciences sociales.
5 M. MacMillan, 2003, 1919. Six months that changed the world, New York, Random House.
6 J. M. Keynes 1991, Las consecuencias económicas de la paz, Barcelona, Crítica.
7 T. Judt, 2011, Postguerra. Una historia de Europa desde 1945, Madrid - México DF, Santillana.
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“ni los británicos ni los franceses estaban especialmente ansiosos por ver una
Alemania reunificada” (p. 916)
Las guerras entre Francia y Alemania son un importante capítulo de la historia
europea. Pero Francia no solo es un protagonista de la historia del Viejo Continente, sino de la historia mundial, como bien lo sabemos.
Francia es la Revolución Francesa, los Derechos Humanos, las normas universales de etiqueta. Francia es, a los ojos de la gran mayoría de los seres humanos,
la moda, la elegancia, la distinción, el arte de saber vivir. Francia es el francés, el
idioma culto por excelencia, el idioma de la gente educada, refinada.
En comparación con Alemania, su rival militar, Francia la supera en el plano
del prestigio cultural. Desde nombres que reflejan el poder omnímodo, como
Luis XIV, el Rey Sol, hasta otros, que aluden al ejercicio de la autoridad refinado
por momentos y brutal en ocasiones como el de Richelieu; desde el genio militar
encarnado por Napoleón Bonaparte hasta el talento al servicio de la humanidad
representado por Louis Pasteur.
Pero, aparte de ellos, hay una galería interminable de nombres franceses que
casi todos conocemos o que quien no los conoce se apresura a informarse en torno
a ellos. Pascal, Montaigne, Descartes, Lavoisier, Comte, Victor Hugo, Stendhal,
Debussy, Renoir, Monet, son solo algunos. Y, en un plano menos imponente pero
tal vez por eso aún más conocido por el gran público, ¿cómo ignorar a Alejandro
Dumas père con Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, o a Julio Verne?
Y, en materia de filosofía, quizás Nietzsche y Heidegger son los únicos alemanes que pueden competir con la difusión de la obra de Jean Paul Sartre, Simone
de Beauvoir y Albert Camus.
Por último, ¿qué duda cabe que Foucault, Derrida, Lacan, Bordieu y LéviStrauss son los legisladores intelectuales del siglo XX y lo que va del XXI?
Ian Buruma, el conocido escritor holandés, ha dedicado todo un libro a la anglomanía8, es decir a la fascinación que desde siglos atrás ejerce Inglaterra entre
los europeos, como cuna de la democracia, como sociedad en la cual los derechos
son respetados y los ciudadanos saben que tienen un estado que trata, al menos,
de ser lo más justo y equitativo posible.
Bueno, si es que hay, como dice Buruma, una anglomanía, podríamos también
hablar nosotros de una francomanía. Esto es, una admiración por todo lo que
venga de Francia, presente no solo en América Latina sino casi en el mundo entero. Y el Perú, por supuesto, no es la excepción.
Un reputado estudioso peruano señala que
“Francia es uno de nuestros más constantes afectos”9,
8 I. Buruma, 2001, Anglomanía: una fascinación europea, Barcelona, Anagrama.
9 H. Neira, 2007, El país de Montaigne y nosotros, Bulletin de l’Institut Français d’Etudes Andines, 36 (1),
5-17; p. 6.
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mientras que el gran crítico de la cultura George Steiner afirma lo siguiente:
“La literatura francesa ha modelado buena parte de la sensibilidad occidental.
Los Ensayos de Montaigne, las Confesiones de Rousseau y Madame Bovary están en el torrente sanguíneo general. Todos nosotros somos, de algún modo, los
descendientes de Voltaire”10
Y Morris Eksteins, historiador europeo, sostiene que
“Políticamente, París, después de la gran revolución de 1789, permaneció como
centro del radicalismo mesiánico por más de una centuria, hasta que ese rol fue
asumido por Moscú en 1917”11
La admiración por Francia no solo se expresa en palabras y en gustos sino
también en acciones. Demelás nos informa que en el siglo XIX Gabriel García
Moreno, presidente ultracatólico de Ecuador, llegado al poder después de una
carrera que le había permitido asentarse sólidamente en los círculos económicos y
profundo admirador de Francia (que había visitado en dos ocasiones), inicia gestiones para colocar a su país bajo el protectorado de Francia, “después de haber
considerado la unión del país ya sea con el Perú, ya sea con Colombia” (p. 448)12
La obra que hoy presentamos es una muestra de amor a Francia, en este caso
proveniente de la pluma de un peruano: Ventura García Calderón, el hijo del
infausto Presidente de la Magdalena.
Los peruanos hemos sido injustos con Francisco García Calderón y sus hijos.
No conozco plaza o provincia algunas que lleven el nombre del Presidente de la
Magdalena, alguien que asumió la presidencia de un país desangrado, humillado
y ocupado por las tropas chilenas, y que trató de defender hasta donde pudo la
causa nacional, siendo finalmente deportado a Chile. Margarita Guerra Martiniere ha dedicado un libro a su accidentada y corta gestión presidencial13.
Y sus hijos, Ventura (nacido en París, en 1886, ya liberado su padre del cautiverio chileno) y Francisco García Calderón Rey (nacido en Chile en 1883), son
figuras algo marginales en la cultura peruana.
Comprensible esto último porque tanto uno y otro desarrollaron su actividad
en Francia, en el caso de Ventura hasta su muerte, y en el de Francisco hasta su
retorno al Perú, en edad ya avanzada y aquejado por una grave dolencia.
Pero aún así, viviendo en Francia los dos hijos del ilustre político peruano
mantuvieron el contacto espiritual con el país que los había acunado.
Ventura publicó de modo activo y con pluma de amplio registro expresivo,
lo cual le valió el reconocimiento de la comunidad literaria francesa. No hace
10 G. Steiner, 2000, La muerte de la tragedia, Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana.
11 M. Eksteins, 1989, Rites of Spring. The Great War and the birth of the Modern Age, Boston, New York,
Houghton Mifflin Company, p. 45.
12 Demelás, M.-D., 2003, La invención política. Bolivia, Ecuador, Perú en el siglo XIX, Lima, Instituto Francés de Estudios andinos - Instituto de Estudios Peruanos.
13 M. Guerra Martiniere, 1991, La ocupación de Lima (1881-1883). El gobierno de García Calderón, Lima,
Pontificia Universidad Católica del Perú.
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mucho aún, se ha publicado su Narrativa completa14. Uno de sus relatos, “La
venganza del cóndor”, puede ser considerado un pequeño clásico de la narrativa
peruana. Sé que está incluido en muchas antologías dedicadas a presentar la literatura peruana, por ejemplo entre el público alemán.
Francisco García Calderón Rey, por su parte, escribió un libro del cual los
peruanos habíamos oído hablar mucho pero al cual la mayoría no podía acceder
por haber sido publicado en francés. Me estoy refiriendo a Le Pérou contemporain15, un verdadero clásico de la interpretación sociológica del Perú en el paso del
siglo XIX al XX. Recién una edición castellana auspiciada por el Congreso de la
República lo puso a disposición de todos nosotros16. Además de eso, es autor de
una amplia obra, que tampoco es ajena a lo literario.
El libro que hoy se presenta proviene de la pluma de Ventura, sin embargo, y
es toda una sensación, podríamos decir. Corresponde a esa vertiente de la obra
venturiana que nos era desconocida y que hoy, tal vez, también está olvidada en
la propia Francia, tan diferente en la actualidad de aquella en la que Clemenceau,
Joffre, Foch, Poincaré, y Pétain eran los protagonistas.
Pero haberla rescatado del olvido, y haberla traducido al castellano para ponerla al acceso del lector peruano me parece un acto de profunda justicia para con
un escritor que reclama, con todo derecho, un lugar en la historia de la literatura
de nuestro país.
La Francia que amamos17, la obra de Ventura García Calderón que se da hoy
al conocimiento público en traducción al castellano, es, qué duda cabe, una declaración de amor a la grande nation, ya desde el título mismo. Ya lo señala Pedro
Díaz en el “Prólogo”:
“Nuestro autor como algunos escritores peruanos y latinoamericanos que se sintieron atraídos por Francia y en especial por París, compuso esta obra como un
testimonio de su adhesión y defensa del país que lo adoptó como suyo”18
Pero, además de eso, es también un alegato a favor de la Francia derrotada,
vencida por las fuerzas alemanas en sucesivas contiendas. También es, en su medida, un intento de explicación de lo sucedido, de las razones de la derrota, al
mismo tiempo que una reafirmación de los valores de la cultura francesa, inmarcesibles más allá de triunfos y debacles. Se inscribe en ese sentido en la extensa literatura de índole sociológica e histórica que tiene una finalidad semejante,
y cuya expresión más conocida es el panfleto que preparara Émile Durkheim,
L’Allemagne au-dessus de tous: la mentalité allemande et la guerre, aparecido en
191519.
14
15
16
17
V. García Calderón, 2011, Narrativa completa, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 2 vols.
F. García Calderón Rey, 1907, Le Pérou contemporain, París, Dujarric.
F. García Calderón Rey, 2001, El Perú contemporáneo, Lima, Congreso del Perú.
V. García Calderón, 2012, La Francia que amamos, Lima, Universidad Ricardo Palma, Facultad de Humanidades y Lenguas Modernas.
18 P. Díaz, “Prólogo”, en V. García Calderón, La Francia que amamos, Lima, Universidad Ricardo Palma,
Facultad de Humanidades y Lenguas Modernas, 9-14, p. 14.
19 É. Durkheim, L’Allemagne au-dessus de tous: la mentalité allemande et la guerre, París, Colin [traducido
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La edición castellana de esta obra está sumamente cuidada y la traducción, a
cargo de Pilar Zuazo Mantilla, es digna de todo elogio.
Hay, por supuesto, aquí y allá en el texto afirmaciones de interés que reflejan
el amor de García Calderón y la distancia que él toma con respecto a Alemania y
los alemanes. Solo cito dos:
“Este pueblo confuso [se refiere a los alemanes; R. L.] heredó de la India el gusto
por las masacres y por sistemas cosmogónicos pesados. No ha cambiado desde
Tácito que lo considera inmutable. “Nación parecida solo a sí misma”, decía.
Todos sus rasgos ya fueron descritos en la Germania del gran latino. Con un erizamiento fácil de comprender, habla de “cielo áspero”, de “comarcas horribles”,
de un país que nadie soñaría visitar por placer “a menos que fuera su patria” (p.
55).
Esta cita se encuentra en el capítulo “La Alemania de siempre”, en tanto que
la siguiente proviene de “Apuntes sobre el problema de las razas” y es muy breve:
“Una Francia de moralistas que hurgan en el alma del hombre vale más que los
Hamlets de Alemania que filosofan en el cementerio manipulando cráneos para
probarse a sí mismos su derecho a la hegemonía” (p. 250).
Las dos citas previas creemos que acreditan la antipatía del escritor peruano
hacia Alemania, y hay que preguntarse si no existirá por alguna parte alguna improbable obra o artículo suyo que lleve por título “La Alemania que odiamos”,
lo cual nos lleva a otro problema: las razones por las cuales Alemania fue un país
tan admirado y tan odiado, pero también tan temido en el último cuarto del siglo
XIX y en los primeras dos décadas del XX. No es ese el tema de este comentario,
pero no resisto la tentación de citar un trabajo, no de García Calderón sino de
un ilustre filósofo alemán, Max Scheler, que aborda precisamente ese odio: Die
Ursachen des Deutschenhasses20.
En fin, estamos ante una obra que merece ser leída y difundida, cuyas líneas
han sido escritas con pluma diestra y con corazón pleno de afecto hacia la patria
adoptiva, sin que Ventura García Calderón negara jamás sus orígenes peruanos.
La Francia que amamos es una obra que enriquece el acervo de la literatura
peruana y es todo un acierto que la Universidad Ricardo Palma la haya dado a la
luz en una edición excelente.
al castellano como “Alemania por encima de todo. La mentalidad alemana y la guerra”, en É. Durkheim,
Escritos políticos, Barcelona, Gedisa, 2011, 155-199, compilación de E. Vernik, y también en la Revista
Española de Investigaciones Sociológicas (Reis), 1989, nro. 45, enero-marzo, de donde ha sido tomado
para la compilación de Vernik].
20 M. Scheler, 1917, Die Ursachen des Deutschenhasses, Leipzig, Wolff.
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