Un santo callejero con olor a oveja Sección: Sociedad Autor: Hno. Germán Díaz [email protected] El próximo 16 de agosto se inicia el año jubilar, por cumplirse en el 2015 dos siglos del nacimiento de san Juan Bosco. La herencia del reconocido “Don Bosco” trasciende las instituciones fundadas por él para dar vida, a través de sus escritos, sus discípulos y sus exalumnos, a una sociedad mejor y una Iglesia inclusiva y servidora. La biografía de Don Bosco se puede redactar en veinte volúmenes o en un pequeño texto como este. No importa cuán grandes sean las obras escritas o la tinta que se gaste en ellas, siempre quedará algo por decir. Es la historia de un hombre fuera de serie. En realidad, casi siempre que nos referimos a la vida de un santo estamos ante una persona así, fuera de serie. Porque casi siempre sus historias tienen que ver con actos heroicos que realizaron en una situación difícil, que supieron responder, en un caso concreto, a una necesidad imperiosa. No es que sus vidas son mucho mejores que las nuestras o sobrenaturales. Lo especial de los santos, como san Juan Bosco, es que se animaron a ser héroes, a ir contra la corriente, a perder la tranquilidad y la serenidad de la vida regular. Fueron personas que dijeron sí a Dios sin importarles en absoluto las consecuencias. Juan Bosco nació, hace casi doscientos años, en un caserío llamado I'Becchi, a unos treinta Kilómetros de la elegante e industriosa ciudad de Turín al norte de Italia. Su madre Margarita lo dio a luz en una humilde vivienda, ubicada en la parte trasera de la residencia de sus patrones, los Biglione, un 16 de agosto de 1815. Varias veces, Don Bosco quiso adelantar intencionalmente la fecha de nacimiento al 15 para relacionar su vida con la Virgen María, ya que se celebra el día de la Asunción. De su papá Francisco el santo se acuerda muy poco, apenas que había muerto y que su madre le decía: “Ya no tienes padre”. De su madre Margarita Occhiena su recuerdo emotivo y casi sagrado es tan fuerte que podría afirmarse: “En el principio era la madre”. Margarita Occhiena quedó viuda a los veintinueve años con tres hijos y una suegra que cuidar. La época difícil, especialmente en lo económico, probó a la madre campesina no solo en su fe, sino también en su creatividad y su laboriosidad para sostener sola el hogar. Podría haber sido más fácil para administrar y salir adelante, un segundo casamiento conveniente, pero no, eligió una deuda interminable y trabajos rudos con tal que sus hijos siguieran teniendo a su madre con ellos. En el campo, había que trabajar de sol a sol, y, a pesar de la corta edad de Juanito, las tareas empezaban muy temprano, y no había que chillar. Para Antonio y José, sus hermanos, la dura labranza de la tierra era el único horizonte para sobrevivir. Pero para Juanito, con sus pelos ensortijados y su inteligencia deslumbrante, poder estudiar era una meta difícil aunque irrenunciable por su carácter tenaz. A los nueve años, tuvo un sueño que lo marcó para toda la vida. En medio de un grupo de niños que se peleaban con los puños, Juanito intervino para separarlos con violencia. Se apareció un Señor (Jesús) que le dijo: “No con golpes”, y le presentó a su Madre (María) que sería la maestra y la guía en una gran misión. Al mismo tiempo, los niños se convirtieron en animales salvajes de todo tipo y luego en mansas ovejas. “Tal vez seas un jefe de bandoleros”, le refirió burlonamente su hermano mayor cuando Juanito contó el íntimo sueño en el desayuno de la mañana siguiente. “A los sueños no hay que hacerles caso”, fue la frase que disparó su abuela y que tranquilizó a Juanito luego del impacto de aquel anticipo tan contundente de su futura misión. A pesar de las dificultades propias que encontraba un campesino en esa época para poder estudiar, Juanito no se dio por vencido. Con poco manejo del italiano oficial, pudo iniciar la escuela y aventajar en poco tiempo a sus compañeros que lo superaban en instrucción. El clima religioso que vivió Juanito en su casa fue acrecentando en él una confianza básica y filial en el Dios bueno que acompañaba su vida y daba luces ciertas acerca de su destino. Ante el llamado vocacional que no se hizo esperar, surgió, como era de esperar, una nueva dificultad que ya no podía evadir. Su pobreza no le permitía pagar una dote suficiente y necesaria para poder acceder a los estudios superiores que exigía el currículo sacerdotal. En la encrucijada crítica de la adolescencia, había que sacar adelante el llamado de Dios costara lo que costara. La vida en el convento franciscano podía ser una salida, pero no lo llevaría a cabo porque el plan de Dios era otro. Conseguido el dinero necesario, inició los estudios para el sacerdocio y pronto vistió la sotana. Ya el joven Bosco estaba en camino hacia una meta que parecía imposible. En junio de 1841, después de la primera misa del novel sacerdote Juan Bosco, mama Margarita le advirtió: “Yo no he leído tus libros, pero recuerda que comenzar a decir misa es comenzar a sufrir”. No faltó mucho tiempo para que Juan entendiera esto y que su vida no sería de las más fáciles. El 8 de diciembre del mismo año, Don Bosco vio salir de la sacristía a un joven espantado por las golpizas del impaciente sacristán. El muchacho había entrado sin pedir permiso y, además de ser campesino y estar mal vestido, no se animaba a hacer de monaguillo. Este hecho llevo a Don Bosco a tomar parte y defender al muchacho. Entonces, se puso a conversar con él y se enteró de que era un pobre muchacho abandonado y en peligro. Descubrió en él una infinidad de otros más que no tenían a nadie que los escuchara, ni los ayudara, ni se ocupara de ellos. Ahí mismo sin demasiadas revelaciones místicas, Don Bosco emprendió el oratorio para la salvación de las almas y la formación de buenos cristianos y honrados ciudadanos. Esa primera catequesis comenzó con un gesto de escucha, cercanía, empatía y un solo avemaría. Una receta simple para empezar una obra de bien en favor de los jóvenes más pobres. Don Bosco no tenía ni un ladrillo, pero soñaba con escuelas y talleres para los muchachos. No poseía ni una moneda, pero veía santuarios abarrotados de jóvenes rezando y cantando. No tenía siquiera un terreno, pero podía sentir a los jóvenes gritando en miles de patios. No poseía una congregación, ni una familia religiosa, pero veía sacerdotes, religiosos y laicos juntos en la misma misión para salvar a la juventud. Con el tiempo, “todo lo hizo María Auxiliadora”. Su fama de soñador casi tapó su verdad de ser realizador. Su fama de santo tal vez no siempre permitió ver al hombre con los pies en la tierra que luchaba y sufría. Todo en su vida fue un milagro de Dios, pues supo abandonarse a sus manos. ¿Cómo puede ser que un hombre haya escrito, rezado, amado, trabajado, construido, soñado, hablado, ayudado tanto en solo setenta y tres años? Si miramos su obra en el mundo hoy: 15298 religiosos presentes en 132 países trabajando con la juventud pobre y abandonada de la sociedad. ¿Cómo puede ser? Solo porque Dios lo quiso, y Juan Bosco respondió y fue ese pastor con olor a oveja. ¿Qué nos pide Dios hoy a nosotros?