Utopía, fronteras y movilidad hUmana

Anuncio
Utopía, fronteras
y movilidad humana
Ricard Zapata-Barrero
“La desaparición de la utopía da lugar a un estado estático de casos en los que el hombre se convierte en nada más que una cosa. Estaríamos entonces frente a la mayor paradoja imaginable, a saber, aquél hombre, que ha alcanzado el mayor grado de dominio racional de la existencia, despojado
de ideales, se convierte en una mera criatura de impulsos. Así, tras un largo y tortuoso, pero heroico
desarrollo, justo en la fase más alta de conciencia,
cuando la historia está cesando para ser un destino
ciego, y se está volviendo más y más autocreación
del hombre, con la renuncia a las utopías, el hombre podría perder su capacidad para dar forma a la
historia y con ello su habilidad para entenderla”.
(K. Manheim, 1991; 236)*
Introducción: el marco para la discusión
El argumento central de este artículo es
que hoy en día el pensamiento utópico
tiene como marco de referencia el tema
de las fronteras, teniendo en cuenta el incremento de la movilidad humana en el
mundo, especialmente entre el tercer y el
primer mundos. Este referente empírico
es el que distingue nuestro Tiempo
Utópico frente a otros tiempos en el
pasado. En efecto, es un hecho que los
ejemplos de pensamiento utópico en la
historia no han abordado el tema de la
movilidad humana, ni el tema de las
migraciones (U. Best, 2003).
Para situar el tema de las fronteras y
de la movilidad humana en el seno del
pensamiento utópico, seguiremos la lógica de exposición siguiente, vinculada a
preguntas determinadas. En primer lugar,
si asumimos que el vínculo entre utopía,
fronteras y movilidad humana es pertinente, necesitamos antes examinar la literatura existente sobre el pensamiento utópico planteándole dos preguntas: cuáles
son las condiciones contextuales necesarias que fomenten la lógica de pensamien-
*
autor.
28
Las citas originales son traducidas por el mismo
to utópico, y qué características del pensamiento utópico conducen a “un mundo
sin fronteras”(sección 2). Planteando estas
dos preguntas buscamos sobre todo enmarcar la discusión desde un punto de
vista teórico y empírico. Teóricamente, mi
objetivo es sentar las bases del pensamiento utópico no tanto como una teoría social, sino como una teoría política (sección 3), fase previa para abordar un tema
empírico que reúne las características de
vincular teoría política y lógica utópica:
un mundo sin fronteras como la principal
propuesta utópica de nuestra sociedad del
siglo xxi, caracterizada por dilemas políticos insalvables en torno a la gestión de los
flujos migratorios (sección 4). Pero antes
de comenzar a desarrollar estas tres secciones, quisiera hacer una breve introducción
conceptual sobre la utopía como discurso
para la política (sección 1).
La utopía como discurso para la política:
fuerza innovadora e inspiradora
En su uso cotidiano existe un cierto monopolio discursivo de la utopía como algo
irrealizable, especulativo, ilusorio, o incluso, como totalizador si jamás se realizara.
Retóricamente siempre aparece en una
frase para condenar una idea, un proyecto, una propuesta. El discurso cotidiano
de la utopía siempre tiene una vida muy
breve, puesto que marca más bien el final,
y no el principio, de un argumento (Z.
Bauman, 1976; 9). En su uso corriente
pertenece más al terreno semántico de la
creencia infundamentada y de la esperanza ilusoria que del deseo y de la expectativa real. Compite más con el mito y la religión, que como una forma de expresión
de la racionalidad.
Estos usos cotidianos del discurso de
la utopía no son inocentes. En el fondo,
lo que hacen es arrinconar la idea, el proyecto y/o la propuesta en una forma de
pensamiento romántico, carente de senti-
do de la realidad y sin ningún planteamiento serio sobre los medios reales para
llegar a su fin. Estamos en plena forma
discursiva donde la realidad frena el idealismo, el ser deja sin argumentos al deber
ser. Esta percepción corriente negativa de
la utopía tiene una biografía y fondo crítico original. K. Marx y K. Popper fueron
los que gestaron el sentido negativo desde
sus respectivos frentes: uno representa la
negativización de la utopía por la tradición socialista (Marx), el otro por la tradición liberal (Popper).
Marx formula su crítica a las propuestas alternativas de sociedad como socialismo utópico, especulativo y carente de base científica. El centro de atención de Popper no es tanto una crítica a la lógica de
producción científica, sino a las consecuencias que puede tener su implementación: el totalitarismo, o la anulación total
de la sociedad. Igual que Marx, Popper
basa su crítica en argumentos epistemológicos (B. Goodwin, 1980): la lógica del
pensamiento utópico es una forma desviada de la racionalidad que sólo conduce,
cuando se quiere implementar, a la violencia (R. Levitas, 1990).
El estudio de la utopía como disciplina incorpora este uso negativo como una
forma de pensamiento anti-utópico, relativizando su sistema de argumentación en
tanto que no contribuye al debate sino
más bien lo cierra, de la misma manera
que lo produce su uso cotidiano.
De hecho aquí radica la contradicción
semántica del concepto de Utopía, que
designa tanto fuerza, violencia, totalitarismo como ingrediente fundamental de la
libertad y de la condición humana (L. T.
Sargent, 1994; 26). Situados en este segundo sentido, en este artículo quisiéramos defender la tradición del pensamiento utópico como elemento de innovación
e inspirador para la Teoría Política, que
incluye tanto la expresión máxima de la
CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA Nº 185
■
Rica rd Zapata-Ba rr er o
libertad (L. T. Sargent, 1994; 25), el deseo (R. Levitas, 1990), la esperanza (E.
Bloch, 1977), e incluso la invención (Z.
Bauman, 1976; 11). Tiene también un
carácter emancipador y crítico, puesto
que gracias a su lógica de pensamiento,
ayuda a romper las asociaciones estableciNº 185 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA
■
das y a emanciparse uno mismo de la hegemonía discursiva, mental y física del
presente.
Conceptualmente, para hablar de
utopía hay que distinguir forma de contenido (R. Levitas, 1990). Abordar la utopía por el contenido es adentrarse en re-
flexiones sobre los principios rectores de
una sociedad ideal. Dichos contenidos
pueden variar dentro de una misma época
o en un momento histórico. Abordar la
utopía por la forma es adentrarse en reflexiones sobre cuáles son las condiciones
que generan el pensamiento utópico. El
contenido utópico es, pues, la respuesta
ideal a los interrogantes realistas que se
plantea una sociedad. En este sentido, el
pensamiento utópico tiene una dimensión inspiradora para buscar soluciones
innovadoras frente a problemas, conflictos
de unas situaciones históricas particulares.
Incido en que es el realismo de la pregunta práctica el que genera un idealismo
en la respuesta. De hecho, es la falta de
una respuesta realista o las complejidades
de dar una respuesta concreta a interrogantes de la sociedad el que abre las
puertas al pensamiento utópico. La lógica
de pensamiento utópico busca escapar de
las contradicciones y ambigüedades del
uso del poder y del ejercicio de la
autoridad en una situación dada (P.
Ricoeur, 2001; 59). El pensamiento
utópico solo surge cuando hay una falta
de orientación real para dar respuesta a
interrogantes de nuestra sociedad. Insisto,
pues, que la lógica de pensamiento
utópica se justifica, no como primer
recurso, sino el último recurso. Su
activación se legitima por la misma
incapacidad del realismo de dar respuestas
a dilemas políticos (como el de la gestión
de fronteras y la inmigración). Tiene un
componente inspirador e innovador, en
tanto que busca formas de asociación
alternativas a la realidad y aspira a retar
los paradigmas actuales que conforman la
estructura de la sociedad y las formas de
orientación políticas.
Como lógica idealista, su principal
adversario es el realismo político (llamado
por Manheim ‘ideología’), el que asume la
realidad y busca perpetuarla en el futuro,
29
Utopía, fronteras y movilidad h u ma n a
el que no desafía sino que consolida los
vínculos políticos actuales, que considera
como sagrados e indiscutibles. Salir del
realismo político es salir de la realidad, es
sinónimo de inestabilidad y de conflicto,
de desorientación y falta de sentido. Frente al realismo político, que tiene políticamente un alto componente conservador,
el pensamiento utópico tiene una dimensión progresista indudable1. En la sección
siguiente me propongo conformar esta lógica de pensamiento utópico como fuerza
innovadora e inspiradora, tanto en su expresión política (la utopía es un fenómeno político) como en su expresión social
(la utopía como espejo de la sociedad).
La utopía como fenómeno político
y la utopía como espejo de la sociedad
La utopía no es un simple género literario,
una forma de narrar situaciones ficticias2,
sino un fenómeno político inspirador que
incide en la innovación. Esta lógica de
pensamiento no surge ex-nihilo, sino que
es una reacción política ante una situación
de falta de propuestas alternativas a la
situación de desorientación actual. La
lógica utópica está, pues, conformada por
el contexto. Su contenido pretende
siempre ser una respuesta a preguntas que
plantean unas situaciones determinadas.
Es un desafío al supuesto permanente de
un proceso conflictivo ante la falta de
otras soluciones. Esta lógica de pensamiento tiene un fondo humanista que le
acompaña desde sus orígenes. Tiene
también una dimensión ética (kantiana)
directa en tanto que su sistema de
argumentación se activa ante la pregunta
¿qué debemos hacer, ante las actuales
circunstancias? Como expresión política
empieza en el momento en que el realismo
político ha agotado todos sus recursos
conceptuales y no consigue gestionar con
criterios de justicia situaciones conflictivas
que forman parte de un proceso
irreversible (recuerdo que mi marco de
referencia empírico es la gestión de
fronteras y la inmigración).
1 A. Rivero (2007; 86), recordando a la
teoría de las elites de Pareto, nos sugiere que la
utopía correspondería al principio de innovación
frente al principio de conservación que explica el
desenvolvimiento de la sociedad y de la política que
en el movimiento de la historia.
2 Véase el interesante trabajo de L. T. Sargent
(1994), quien describe las múltiples aplicaciones de la
utopía, desde la literatura, al comunitarismo y a la
teoría social.
3 Este argumento lo señala L. T. Sargent (1994;
27) para quien “La utopía sirve como espejo a la sociedad contemporánea, remarcando sus fortalezas y
sus debilidades”.
30
El pensamiento utópico es también
un espejo de la sociedad3, en tanto que
sirve de indicador para analizar los procesos de cambio de una sociedad y refleja, por lo tanto, sus deficiencias reales y
sus imaginarios potenciales. Quizás otra
forma de reforzar esta dimensión política y social del pensamiento utópico es
recurrir a una situación totalmente
opuesta.
Hablar hoy en día de un mundo sin
utopías puede tener dos sentidos. El
sentido hegeliano de fin de la Historia,
en el sentido que una sociedad utópica
es una sociedad que no genera utopías.
Concretando: sabemos si estamos en
una sociedad utópica en tanto que no
existen utopías. De hecho, esto nos permite señalar que existe una diferencia
entre el pensamiento utópico que proporciona una visión global de la sociedad y el pensamiento utópico que solo
toma una parte conflictiva de la sociedad pero no su totalidad. En el primer
caso, el problema que genera el pensamiento utópico es que “detiene la historia” y por lo tanto el progreso y todos
los componentes necesarios para generar
el pensamiento utópico. En una situación de fin de la historia no hay pensamiento utópico posible. De ahí también
que sea necesario vincular el pensamiento utópico con el pensamiento histórico.
Recogiendo las reflexiones de R. Nozick
cuando diseña su “marco para la utopía”
(Framework for utopia), nos dice, en un
sentido muy leibniciano, que un mundo
utópico es aquel donde “ninguno de los
habitantes del mundo puede imaginar
un mundo alternativo en el que prefirirían vivir” (R. Nozick, 1974; 299).
Hablar de un mundo sin utopías
puede también tener el sentido de ausencia de pensamiento crítico y unidimensionalidad en el sentido de H.
Marcuse (1987). Una sociedad sin
utopías no significa que estamos en una
sociedad utópica sino todo lo contrario:
que estamos en una sociedad antiutópica en el sentido de que todos sus
habitantes han quedado absorbidos por
una lógica de acción y de pensamiento
uniforme, sin posibilidad de tener
sentido crítico de la realidad y sin que se
pueda traducir el deseo y la voluntad
fuera del paradigma hegemónico en
acción. En este segundo sentido, una
sociedad sin utopía es aquella que no
genera mecanismos (o no deja espacios)
para el pensamiento utópico. La
completa eliminación de los elementos
utópicos significaría una “sociedad sin
metas” (C. Gómez, 2007; 43). Estos
mecanismos están muy vinculados a la
libre voluntad humana como una de las
bases más embrionarias del liberalismo4.
Esta condición de libre elección es
fundamental. La libertad es la condición
necesaria para poder expresar el pensamiento utópico. Esta condición de poder
expresar y poder conservar la capacidad de
poder elegir en libertad está directamente
relacionada con uno de los principios básicos de la teoría democrática liberal. Pero
antes de entrar a formar parte del pensamiento liberal, se debe hacer un proceso
de deconstrucción, puesto que la utopía
ha sido interpretada como opuesta a la libertad de elección (dimensión anti-liberal)
y como proponiendo una forma de gobierno dictatorial (dimensión anti-democrática), que sólo puede usar la coerción
para llevar a cabo sus ideales. Aunque estemos todavía en un contexto histórico donde parece que los argumentos de Popper
tienen el monopolio de la semántica de la
utopía, debemos también reconocer, con
B. Goodwin (1980), que “el utopianismo
que los liberales rechazan parece en gran
parte su propia invención”(1980; 384).
Para conseguir la compatibilidad es necesario abandonar toda aspiración totalizadora de la utopía y toda aspiración a situar
la propuesta utópica en una filosofía de la
historia, en el sentido de proponer un
nuevo modelo de sociedad opuesto al modelo actual, y justificable en el marco de
una teoría determinista de la historia. La
crítica al totalitarismo que lleva toda propuesta utópica ha tenido mucha influencia
hasta hoy en día y se categoriza bajo las siguientes características: preocupación por
las finalidades y no por los medios; percibe
a la persona y a la sociedad como una totalidad, plantea supuestos dogmáticos, expresa una preocupación excesiva por la
gestión, niega la variedad humana. En
definitiva, como se expresa L. T. Sargent
(1994; 13-19), la propuesta de una sociedad intencional. En este sentido, como veremos en la sección siguiente, la propuesta
de reflexión sobre un mundo sin fronteras,
no sólo no contradice la tradición liberal,
sino que se apoya en estas premisas: no es
una propuesta totalizadora de la sociedad,
ni tampoco tiene una base determinista de
la historia.
4 Que la lógica del pensamiento utópico requiere
libertad es fundamental. En este marco, Z. Bauman
(1976; 12) llega incluso a afirmar “uno se pregunta
hasta qué punto la libertad de la que la gente realmente disfruta puede ser medida por el grado en que ellos
son capaces de imaginar mundos diferentes a los suyos
propios”.
CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA Nº 185
■
Rica rd Zapata-Ba rr er o
La lógica utópica es básicamente crítica social que aspira a promover el cambio
social, bajo la orientación de una construcción alternativa de la sociedad. Como
veremos luego, es una mentalidad que está en la base de los principales cambios
sociales (K. Mannheim, 1991; 173-236).
La mayor crítica de B. Goodwin (1980) a
los argumentos anti-utópicos del liberalismo radica precisamente en que al formular sus críticas, lo que al mismo tiempo
está haciendo es condenar el impulso de
formular utopías. Por lo tanto, el liberalismo es anti-utópico puesto que sabe que
con la utopía se ejerce una función crítica
a las pautas establecidas. Las intenciones
del liberalismo están muy cerca del segundo sentido que hemos dado a un mundo
sin utopías, ausencia de pensamiento crítico y unidimensionalidad mental, donde
sólo existe un único patrón y un único referente de valores. Esta es también la mayor crítica que recoge T. L. Sargent: “lejos
de ser el camino hacia el totalitarismo, este es el camino que más se aleja del totalitarismo”(1994; 26). Como también sugiere la cita de K. Manheim que encabeza
este artículo, una sociedad sin utopía se
parece más bien a lo que Popper critica.
Como también apunta K. Manheim, las
críticas a la utopía siempre se realizan desde el punto de vista de un orden establecido que es objeto precisamente de transformación: “los representantes de un orden dado definirán como utópico todas
las concepciones de existencia que desde
su punto de vista en principio nunca pueden ser realizadas” (K. Manheim, 1991;
177). Manteniendo esta lógica de relaciones de poder, Manheim insiste en que
“siempre es el grupo dominante el que está completamente de acuerdo con el orden existente que determina lo que será
considerado como utópico” (Manheim,
1991; 183).
En este sentido, la lógica de pensamiento utópica está muy vinculada al
conflicto. Ya hemos dicho que la lógica
utópica se genera cuando hay una falta
asumida de alternativas ante una situación
conflictiva. Se activa cuando políticamente se han agotado los recursos conceptuales, políticos, sociales para gestionar un
conflicto que se perpetúa en el tiempo
(por ejemplo, la gestión de fronteras y la
movilidad humana). Por lo tanto, su relación con los procesos de conflicto social
es directa. El vinculo entre Utopía, conflicto y proceso de cambio es, pues, muy
directo.
Ambos no sólo inciden en la lógica de
pensamiento histórico como cumpliendo
Nº 185 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA
■
una función activa en la historia, sino que
esta lógica de pensamiento es la que nos
permite expresar nuestra condición humana en la historia. La utopía está vinculada, pues, a la dimensión de progreso. Y
quien habla de progreso, habla de proceso
de cambio (positivo). Esto es, sin progreso y sin proceso de cambio, no hay posibilidad de utopía5.
Aunque es una dimensión que ha sido
elaborada por sus detractores, la utopía
no es una escapatoria sinsentido de la realidad, o una imposibilidad, sino que forma parte de nuestra cultura humana.
Existe también un debate sobre los límites
de la Utopía, esto es, en qué momento
podemos designar un argumento como
utópico. La respuesta se encuentra en la
dimensión siempre evaluativa de la Utopía.
Si asumimos que la unidad básica que
ayuda a definir el sistema lógico del pensamiento utópico es el vínculo entre realismo e idealismo, entre ser y deber ser,
entre lo que existe y lo que no existe6, podemos concentrar la lógica de la producción utópica como una forma de gestionar la diferencia entre los deseos y las expectativas, y sus satisfacciones (R. Levitas,
1990; 161). R. Levitas nos da una propuesta vinculada a los deseos. La función
de la utopía es “educación de los deseos”
(education of desire)7, y la transformación
del mundo. En este sentido, la utopía tiene un papel constructivo innegable. No
destruye la realidad, sino que intenta buscar mecanismos para construir una nueva
realidad que disminuya la diferencia entre
deseos/satisfacciones. Su papel para ayudar el proceso histórico es innegable.
En este punto, son pertinentes cuatro
funciones fundamentales de la utopía señaladas por Z. Bauman (1976), que podemos aplicar a nuestro referente empírico: la gestión de fronteras y la movilidad
humana. En primer lugar, la utopía expresa una lógica de pensamiento que relativiza el presente. Esto es, mina toda tendencia a pensar que las cosas son inevitables e inmutables, consideradas como absolutas (pensemos en las fronteras actuales
5 Casi toda la literatura sobre el pensamiento
utópico señala este estrecho vínculo entre Utopía/
progreso/ cambio social. Véase, entre otros R. Levitas
(1990; cap. 1)
6 De acuerdo con su sentido etimológico “utopia” significa “no-lugar”. Algo que no existe en la realidad.
7 “Lo que sea que pensemos de las utopías particulares, aprendemos mucho sobre la experiencia de vivir bajo cualquier tipo de condiciones que repercuten
en los deseos que tales condiciones generan y que aún
permanecen frustrados” (R. Levitas, 1990; 8).
consideradas como instituciones inmutables, y la función que le dan nuestros Estados como protectores contra amenazas
ya no de guerras sino de pobreza). Sólo
esta relativización puede ayudar a conformar las condiciones para el cambio histórico8. Una segunda función, que sigue a
la primera, es su capacidad exploratoria
de formas alternativas de lo posible. Apoyándose en Marx, Bauman nos llega incluso a decir que “Ninguna época […]
plantea problemas que es incapaz de resolver” En esta forma de explorar el terreno de lo posible, la lógica utópica es una
forma cultural que tiene como pregunta
básica no tanto ¿qué puedo conocer?, sino
¿qué puedo hacer? Por lo tanto, tiene una
dimensión práctica innegable. En tercer
lugar, la lógica utópica no sólo expresa un
compromiso y una preocupación por el
presente, y por lo tanto, no tiene un carácter neutral, sino evaluativo y crítico
(“la utopía es un elemento integral de la
actitud crítica”, Bauman, 1976; 15), sino
que relativiza también el futuro ofreciendo varias soluciones que desafía la ilusión
conservadora de que sólo existe una vía
que va del presente al futuro. Por último,
la lógica de pensamiento utópica es un
factor influyente en el actual curso de los
acontecimientos históricos. Esta función
activa es fundamental, puesto que puede
ayudar a ser “testada” para evaluar su “grado de realismo”9. En resumen, y siguiendo nuestra perspectiva, la lógica utópica
ayuda a la concienciación crítica de los
conflictos, inspira la innovación y estimula la voluntad de transformación social y
política.
En el marco de la sociología del conocimiento de K. Manheim, podemos señalar que el pensamiento utópico es una
mentalidad que tiene unos orígenes sociales de proceso de cambio e inspira la acción colectiva de los grupos de oposición
que buscan tener un efecto transformador
sobre la sociedad. Como estado mental, la
lógica utópica se expresa cuando se produce una incongruencia con el contexto
real de donde se produce. Provoca una relación dialéctica entre la propuesta utópica y el orden existente (Manheim, 1991;
8 Bauman nos dice: “la presencia de la utopía,
la habilidad de pensar en soluciones alternativas a los
problemas enconados del presente, debe ser mirado
por lo tanto como una condición necesaria del cambio
histórico” (1976; 13).
9 Para caracterizar esta cuarta función Z. Bauman (1976; 17) nos dice: “Esta ‘presencia activa’ de
utopía en la acción humana es también la única vía en
la que el contenido de la utopía puede pasar un test
práctico y ser examinado por su grado de ‘realismo’”
31
Utopía, fronteras y movilidad h u ma n a
179). Su orientación siempre es hacia objetos que no existen en la situación actual
pero hacia el cual quiere llegar. Es una lógica de pensamiento que busca trascender
la realidad, rompiendo los límites del orden existente pero siguiendo la línea dinámica histórica de los procesos de cambio
(K. Manheim, 1991; 178-179). En este
punto, la lógica utópica puede muy bien
caracterizarse como pensamiento-deseable
(wishful thinking), y, por lo tanto, conectado con la imaginación que trasciende la
realidad (K. Manheim, 1991; 184).
La utopía como teoría política
En general, la utopía ha sido abordada
como una teoría social, no sólo porque es
una reacción ante los dilemas de la sociedad, sino porque ofrece propuestas innovadoras de transformación social. En esta
sección, y antes de pasar a vincular la utopía al caso concreto de “un mundo sin
fronteras”, quisiera defender aquí que la
lógica de pensamiento utópica también
puede ser considerada como teoría política, en tanto que ofrece respuestas alternativas a conflictos reales irresueltos que desafían nuestra capacidad conceptual y política de dar una respuesta coherente con
nuestro sistema de valores liberales y democráticos (R. Zapata-Barrero, 2003).
Con el fenómeno de la inmigración en
general, el tema más concreto de la movilidad humana y la gestión de los flujos
migratorios y de las fronteras estatales en
particular, estamos ante un contexto propicio a activar lo que Manheim designó
como “mentalidad utópica”, que se distancia de la realidad existente (la existencia de fronteras en nuestro caso concreto)
y busca reconducir la situación actual
proponiendo un nuevo estado de cosas:
una propia redefinición de las fronteras.
Para definir la utopía como teoría
política abordaremos tres argumentos.
Por un lado, el objeto de reflexión de la
lógica utópica, el carácter siempre innovador de su propuesta, y por último, su
función política y social.
En primer lugar, y como recordatorio,
el objeto de reflexión de la lógica utópica
comparte con la teoría política el hecho
de que se interesa por interrogantes que se
plantea la misma sociedad y la política y,
por lo tanto, está “conectada” con la situación actual. Constata que el actual sistema de asociaciones conceptuales, de categorías y de “ofertas alternativas políticas” para dar respuesta a dichos interrogantes, son infructuosos y están en un sistema incongruente entre los valores que
predica, el marco institucional donde se
32
contextualiza y las políticas que implementa (tenemos la gestión de fronteras y
la inmigración como referencia empírica).
La lógica utópica se activa cuando estamos en una situación donde los dilemas
políticos ante un mismo fenómeno que se
alarga en el tiempo, sin que se divisen sino más bien lo contrario, continúan explicitándose y consolidándose las contradicciones entre valores y políticas.
El diagnóstico que hace la teoría política frente a esta situación es también
propicio a la “mentalidad utópica”. Las
razones de estas contradicciones se deben
a que existen fuerzas conservadoras que,
basándose en el realismo político y en una
defensa del orden existente, pretenden
frenar los procesos abiertos de transformación social y política como vía para
restaurar la congruencia entre valores y
políticas. De ahí que la lógica utópica, como la teoría política, sea en numerosas
ocasiones acusada de irrealista, irresponsable, e incluso de soñadora y romántica
(aunque las acusaciones son siempre de
carácter subjetivo y emocional). También
de querer predicar un totalitarismo (veremos que será el principal problema que
planteará O. O’Neill (1994) a un mundo
sin fronteras) y de que en lugar de estabilizar, desestabiliza la sociedad. El recurso
al argumento de la estabilidad es constante para los que se enfrentan a la lógica
utópica. El argumento es que la propuesta
que proponen, si se implementa, provocará inestabilidad y efectos perversos ingestionables (de nuevo es el argumento de
O. O’Neill, 1994). La reacción de la teoría política de la utopía no puede ser otra
que no se puede privilegiar la estabilidad
frente a los derechos humanos y a la igualdad, no se puede cometer injusticias en
nombre de la estabilidad. La estabilidad
no es un valor, ni puede ser un principio
orientador de acción, sino el resultado de
la aplicación de unos principios de acción. La confusión entre principios de acción y resultado al haber implementado
dichos principios es la que separa a ambas
lógicas de pensamiento. Pero también
puede formular la siguiente reacción: es
normal que las propuestas innovadoras de
la utopía generen inestabilidad, puesto
que es una forma de expresión propia de
los procesos de cambio, y que esta inestabilidad tenga una serie de efectos perversos sobre todo el sistema de dependencia
institucional, social, y político del que es
objeto de innovación (pensemos, de nuevo, en la propuesta de cambiar la función
de las fronteras o bien su desaparición).
Pero esto es propio de todo proceso abier-
to de transformación, el hecho de que
exige también una gestión de los efectos
perversos. Veamos ahora el carácter de las
propuestas innovadoras de la teoría política de la utopía.
El carácter de las propuestas innovadoras de la lógica utópica es siempre la de
una sociedad más justa (just society)10, que
puede tener tanto una dimensión evaluativa y crítica (proporciona pautas y marco
de referencia para evaluar críticamente
nuestra sociedad) como normativa (nos
indica no el cómo es, sino el cómo debería ser la sociedad justa). Este contenido
suele estar relacionado con ausencia de
relaciones de poder, de relaciones de dominación. Existe, pues, un vínculo directo entre utopía/justicia e igualdad. En este marco nos puede ser útil la distinción
entre “utopía horizontal” y “utopía vertical” que nos propone J. Muguerza
(1990). La primera, de clara influencia
hegeliana y marxista, tendría un corte
escatológico y proclamaría el final “feliz”
de la historia, la culminación del desarrollo lineal de la historia. La “utopía vertical” incidiría más bien en perpendicular
sobre el proceso histórico, reactualizando
en cada uno de esos instantes el contraste
entre la realidad y el ideal, la tensión entre el ser y el deber ser. Como teoría política nos sumamos a la percepción de la
“utopía vertical”. En ambos casos, el sentido histórico de la lógica utópica es innegable. De hecho el carácter de las propuestas innovadores tiene un sistema directo de justificación histórica. Sin esta
dimensión histórica quizás la lógica de
pensamiento que queremos aplicar dejaría de ser utópica. Pero también tiene un
sentido determinado de la historia. No
proclama el final de la historia, como
pretenden acusarles sus detractores, sino
una orientación histórica para restablecer
un orden de justicia que se evidencia en
proceso.
En cuanto a su función, la lógica utópica, intenta dar una respuesta innovadora
a los grandes interrogantes de nuestra sociedad. En este sentido, cumple una función social y política determinada: la de
orientar el cambio. La lógica utópica construye, de hecho, sus argumentos con la interacción entre quietud y cambio, ser y deber ser. Usando el término de Gadamer,
podemos decir que la lógica utópica, como
teoría política, propone orientaciones, ho10 Una sociedad utópica debe ser algo muy similar a la sociedad justa diseñada por J. Rawls, una
sociedad que toda persona desearía, independientemente de cuál es su posición actual en la sociedad.
CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA Nº 185
■
Rica rd Zapata-Ba rr er o
rizontes innovadores de la sociedad, pero
siempre a partir de interrogantes que se
plantea la misma sociedad y política (es
una utopía conectada). La utopía debe considerarse como un proyecto que tiende
gradualmente a realizarse (C. Gómez,
2007; 42), y su función es encaminar los
procesos abiertos del mundo (C. Gómez,
2007; 60). Su relación con el tiempo histórico es claramente hacia el futuro, partiendo de un diagnóstico de la realidad. Esta
función solo se puede realizar mediante el
análisis crítico de la realidad presente11.
Estos tres argumentos que ayudan a
vincular la lógica utópica como teoría política permiten solidificar el vínculo que
existe entre el pensamiento utópico y la
realidad (si se separan, entramos en el terreno de la especulación) y definir la lógica de la producción utópica como “posibilidad percibida”. Esto es, como una percepción (visión de algo que no existe en la
realidad) posible. Esta dimensión es fundamental,. Todo teórico político genera
argumentos que muchas veces esta en los
limites de lo justificable y lo posible. Atravesar estos limites, sin dejar de mirar “el
retrovisor”, es donde se han adentrado algunos pensadores, como J. Rawls.
Esta lógica es la que se ha llegado a
denominar como utopía realista (realistic
utopia), recogiendo la expresión de J.
Rawls (1999). Con esta expresión Rawls
designa el tipo de teoría política que trabaja en los límites de las posibilidades de
la política práctica (Rawls, 1999; 11). La
utopía realista nos reconcilia con la sociedad al mostrarnos que es posible una democracia constitucional razonablemente
justa. Establece la posibilidad de que pueda existir un mundo de justicia para todos
entre todas las democracias liberales. Lo
que nos interesa de Rawls no es el contenido concreto de su propuesta de Justicia
Global, sino la forma en cómo designa esta propuesta como utopía realista.
De entrada esta expresión puede parecer un oximorón12, si se interpreta desde
los estándares críticos de la utopía (tanto
el de Marx como el de Popper); pero si se
11 Véase M. A. Ramiro Avilés (2004; 442), quien
incide en esta tarea crítica de las instituciones sociales, políticas, jurídicas o económicas, y lo aplica a la
realidad jurídica y al carácter reivindicativo de los derechos sociales y políticos, y se postula a favor de una
concepción de “utopía realizable” o “utopía realista”
proclamada por J. Rawls (1999).
12 “Oxímoron” es una figura retórica consistente
en aplicar a una palabra un epíteto que le contradice:
por ejemplo “luz oscura”, “silencio ensordecedor”,
“instante eterno”, “crecimiento negativo”. También se
usa para designar que una misma noción tiene sentidos muy diferentes e incluso contradictorios entre sí.
Nº 185 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA
■
interpreta desde el marco de referencia
que estamos dando, entonces lo que hace
es enfatizar la voluntad de aplicación de la
propuesta innovadora, y por lo tanto, esta
lógica de aplicación ya está supuesta. Difícilmente podríamos considerar la lógica
de pensamiento utópica como teoría política sin esta dimensión práctica tanto en
su origen (plantea preguntas reales) como
en su destino (busca aplicar las respuestas
a las preguntas reales)13.
La preocupación de Rawls al proponer esta expresión para designar su propuesta de justicia global es que sea una
propuesta realizable. Busca, en este sentido, tanto coherencia interna de su propuesta como posibilidad de implementación. Quizás Rawls dedicó tantos esfuerzos para conseguir la coherencia interna
que dejó de lado argumentos que posibiliten su implementación.
Estos esfuerzos por la implementación son lo que han preocupado especialmente a F. O. Wright, (2007). No basta
coherencia, sino visionar su implementación. Está claro que estas reflexiones vienen dadas como reacciones contra las
acusaciones del uso corriente de la utopía.
Cualquier teórico político acusado de
utópico requiere reforzar las razones de su
pensamiento a través de argumentos empíricos y racionales.
F. O. Wright (2007) diferencia entre
deseabilidad (desirability), viabilidad (viability) y realización (achievability). Combinando todos los componentes, su argumento es que “no todas las alternativas
deseables son viables, y no todas las alternativas viables son realizables. En la búsqueda de la deseabilidad, uno se plantea la
pregunta: ¿cuáles son los principios morales a los que una alternativa dada se supone que tiene que servir?”. Entramos aquí
en el campo de la teoría política normativa. Sus recursos son principios abstractos
y no tanto arreglos institucionales. El estudio de la viabilidad “es una respuesta a
la objeción perpetua a las ideas igualitarias
radicales ‘queda bien sobre el papel, pero
es papel mojado’”. Se centra especialmente en los potenciales efectos y las consecuencias inesperadas de la propuesta si se
implementara.
Finalmente, el tema de la realización
de alternativas es la tarea central para el
trabajo práctico político de estrategias para el cambio social. Se plantea propuestas
para el cambio social que ha pasado la
13 Esta es la concepción de la teoría política que
queda sistematizada en R. Zapata-Barrero (2003)
prueba de deseabilidad y la viabilidad, lo
que requiere para ponerlos en práctica.
Esta es la parte más compleja, puesto que
hay unos grados muy elevados de condiciones de contingencia. Seguramente el
grado de aceptación dependerá también
de las creencias que tenga la gente sobre
otras alternativas más viables (F. O. Wright, 2007; 32). Con estas distinciones podemos completar la noción de Rawls de
utopía realista con la noción de utopía realizable, esto es, la propuesta innovadora
que pase el test de la deseabilidad, el test de
la viabilidad y el test de la realización.
Inmigración y fronteras: los términos del
debate normativo
Hasta ahora hemos estado defendiendo
que la lógica de pensamiento utópico es
un fenómeno político y refleja los grandes
interrogantes de la sociedad en un momento dado de la historia, y que puede
también caracterizar una forma de llevar a
cabo la tarea de la teoría política. Aunque
el contenido ha estado supuesto, nos proponemos ahora defender el argumento
que, visto contextualmente, si admitimos
que cada época histórica genera sus propias utopías, nuestro “momento utópico”
sin duda tiene a la frontera como principal referente empírico.
En concreto, la idea de que ante el incremento de las migraciones internacionales, la necesidad de reconocer la libertad de movimiento y la movilidad humana comienza a ser vista como un tema serio de reflexión, que desafía directamente
el instrumento básico que tiene el Estado
para expresar su soberanía: el control de
sus fronteras. No nos referimos a la frontera simbólica o conceptual, sino a la terrestre, a la que limita territorialmente la
soberanía estatal.
En esta sección, queremos examinar
los términos del debate, no tanto por los
argumentos que proporciona, sino por la
forma que adopta, su lógica de argumentación y sus preguntas básicas, muy en
consonancia con la lógica utópica. En este
terreno estamos todavía en la etapa de laboratorio, sin haber testado la propuesta
en el terreno. Usando la distinción analítica de F. O. Wright (2007), y la interpretamos como fases de un proceso que va de
la teoría a la práctica, estamos tanto en la
fase de la deseabilidad (debate en torno a
la identificación de los principios orientadores que apoyen la propuesta innovadora) como, y en parte, en la fase de la viabilidad (debate en torno a los arreglos institucionales y el sistema de efectos que
pueda tener la propuesta), pero sin haber
33
Utopía, fronteras y movilidad h u ma n a
entrado en la fase de la realización (fase
donde se proponen ya los medios institucionales para implementar la propuesta
utópica).
Antes de entrar en los términos del
debate hoy en día, para ver qué contribuciones podemos realizar, quisiera confirmar que estamos realmente ante una reflexión que vincula la lógica utópica como
teoría política. Los términos del debate
hoy en día se encuentra en los fundamentos que legitiman abrir/cerrar las fronteras
a las personas que buscan instalarse para
trabajar, y en la incoherencia entre la libertad de movimiento de los bienes (el
mercado) y la libertad de movimiento de
las personas (el libro editado de B. Barry
y R. E. Goodin, 1992, sigue siendo referencia).
Este debate se ha autodenominado
como ética de la inmigración, ética de las
fronteras (D. Philpott; 2001), relación
entre fronteras y justicia (O. O’Neill,
1994), democracia y fronteras (E. Balibar,
2001), ética de las primeras admisiones
(V. Bader, 2005; M. Gibney, ed. 1988; J.
Carens, 1999, 2000), o simplemente el
caso de las fronteras abiertas (T. Hayter,
2001), que podría englobarse bajo el
nombre genérico de una teoría política de
las fronteras. En todos los casos se trata de
un debate que se plantea dos preguntas y
que, como veremos, conecta las reflexiones con la lógica de pensamiento utópico:
es un debate que se basa en la constatación de que existen inconsistencias en las
prácticas de los Estados, entre los principios liberales democráticos y sus políticas
de restricción.
Estamos, pues, en el contexto discursivo cuya unidad básica generativa de argumentos es la distinción entre valores y
política, habiendo agotado ya todas las
formas posibles y los recursos que pueda
ofrecer el orden institucional establecido
y el realismo político. Estamos en el terreno propio de lo que Rawls denomina como utopía realista, donde el discurso de la
justicia y de la igualdad prevalecen, especialmente partiendo de la constatación de
que con el incremento de la movilidad
humana entre Estados los criterios de una
sociedad justa han tenido como supuesto
que se trataba de una relación entre Estados y sus ciudadanos. Por lo tanto, los
no-ciudadanos no fueron contemplados
como destinatarios de la justicia (Ph. Cole, 2000). El debate sobre la justicia ha
supuesto o ignorado el tema de las fronteras.
En segundo lugar, y como consecuencia directa de este primer diagnóstico, la
34
pregunta kantiana de la ética por excelencia es la que enmarca el debate: ¿qué podemos hacer? Esto es, y siguiendo nuestro
enfoque ¿qué alternativas a la situación
actual podemos proponer como innovación? Aunque teórica, es una pregunta
orientada hacia la práctica, y por lo tanto
hacia la viabilidad y hacia la realización.
En el terreno de los principios, y por
lo tanto, en la fase de la deseabilidad, se
encuentran las preguntas sobre si las fronteras cerradas pueden justificarse (M. Gibney, ed. 1988), sobre si se pueden justificar las restricciones de las políticas (J.
Hudson, 1984). Este debate tiene su origen en el influyente artículo de J. Carens
(1987), para quien, siguiendo estrictamente los principios liberales de libertad
y de igual respeto, no es justificable la
existencia de fronteras (ni para el liberalismo de Rawls, ni para el libertarismo de
Nozick, ni para el utilitarismo). En esta
fase del debate el principio de la libertad
de movimiento ha sido el prevalente, y se
ha vinculado al tema sobre el control de
las fronteras y la justificación misma de la
existencia de las fronteras, partiendo de la
base que la existencia misma de las fronteras es una contingencia sobre la que se
fundamenta la soberanía. Las posiciones a
favor del control han sido principalmente
comunitaristas estatales y enmarcadas en
una reflexión sobre la justicia, con los clásicos argumentos de M. Walzer (1983),
del derecho a decidir de la ciudadanía sobre su propia comunidad, o los tres más
discutidos argumentos basados en la seguridad, la identidad y el bienestar (C.
Kukathas, 2005). Quizás sean también las
reacciones de J. Isbister (1999), y P. C.
Meilaender (1999), quienes cierran esta
fase del debate sobre los fundamentos de
las fronteras.
Este debate tiene un claro carácter
utópico, que ya el mismo Carens, aunque
no lo mencione, diseña en su también influyente artículo sobre la perspectiva realista y la perspectiva idealista al abordar el
tema de las fronteras abiertas (J. Carens,
1996). Quizás el marco utópico de discusión en esta primera etapa del debate existen dos supuestos que deben problematizarse:
En primer lugar, el supuesto de que el
debate sobre “fronteras abiertas y fronteras cerradas” implica un debate sobre “un
mundo sin fronteras” o bien la desaparición misma de las fronteras. Esta confusión está presente en numerosos trabajos,
e incluso en uno de los últimos estudios
promovidos por la UNESCO, editado
por A. Pécoud y P. de Guchteneire
(2007). En este punto podemos decir que
hay dos momentos de la utopía: uno primero donde los Estados conservan sus
fronteras pero permiten, de común acuerdo con otros Estados, dejar libertad de
movimiento (el caso concreto del espacio
Schengen en la UE). A las personas se les
“permite pasar la frontera sin control”,
pero la frontera como institución permanece y se activa cuando surgen conflictos
o problemas serios (recordamos que España amenazó a Francia en controlar las
fronteras de los Pirineos si continuaba dejando pasar inmigrantes). Por lo tanto, el
debate debe también girar del paso del
control de las fronteras a la frontera sin
control temporal, permaneciendo la frontera como institución básica estatal. Otro
debate es el de la desaparición literal de
las fronteras como instituciones del Estado. Es el que plantea, para criticar su viabilidad y realización, O. O’Neill (1994).
Ambos son expresiones diferentes de la
lógica utópica (incluso literalmente, como
“no-lugar”), pero muy diferentes. La primera puede también tener varios grados
de interpretación tomando la política de
visado como referente. La libertad de movimiento es posible entre ciudadanos de
Estados democráticos-liberales a dos niveles: con o sin control de fronteras. El
ejemplo de sin control de fronteras es la
propia UE y el espacio Schengen. El
ejemplo de control de fronteras es entre
regiones que tienen Estados democráticos
liberales (ciudadanos españoles que viajan
a EEUU o a Australia, Canadá, o al revés). Pero la libertad de movimiento es
una realidad. Luego está plantear el movimiento de personas entre Estados democráticos y no democráticos. En este caso
existe asimetría, en tanto el movimiento
es posible en una dirección (de Estado democrático a no democrático) pero no al
revés (de Estado no-democrático a Estado
democrático, donde se requiere generalmente visado).
En segundo lugar, en la literatura
existente existe el supuesto que mezcla (y
confunde) objetivos. Se asume que el debate sobre el control de fronteras (el debate sobre fronteras abiertas/cerradas) debe
pasar necesariamente por cuestionar la
existencia misma de las fronteras. La defensa de las fronteras abiertas y la desaparición de las fronteras no necesariamente
se implican. El debate sobre la externalización de las políticas de inmigración, por
ejemplo, parte del supuesto que se puede
controlar la inmigración sin necesidad de
controlar las fronteras terrestres sino a como “política a distancia” como remote poCLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA Nº 185
■
Rica rd Zapata-Ba rr er o
licy (Zolberg, 1999)14. Con el debate de
la externalización se abre, así, un debate
teórico que requiere profundización: que
se pueden controlar los flujos migratorios
sin necesidad de controlar las fronteras terrestres.
En esta fase del debate, a parte de la
discusión fundacionalista sobre las fronteras, la lógica de reflexión ha seguido dos
sistemas de argumentación: por un lado,el
contraste entre principios y valores de
nuestras democracias liberales y sus prácticas y formas de gestión de las fronteras.
Éste es el debate que abrió J. Carens
(1987) y que todavía hoy continúa suscitando debate (Ph. Cole, 2000; P. Meilaender, 2001, A. Pécoud y P. de Guchteneire, eds. 2007). Este es el debate de
principios donde se identifica inconsistencias entre los principios de libertad y
de igual respeto que proclama la tradición
liberal democrática, y las prácticas de los
Estados que constantemente ponen freno
a esta libertad de movimiento.
Por otro lado, existe un debate, que,
aunque se mantiene en el terreno de los
principios, busca discutir directamente situaciones asimétricas que muestra la práctica política: como por ejemplo la asimetría entre el derecho a entrada (derecho de
admisión, eminentemente bajo la soberanía estatal) y el derecho de salida de los
derechos humanos (ningún Estado puede
impedir salir a sus ciudadanos), o la disparidad entre la libertad de movimiento
de los bienes, personas, dinero y servicios
(esta asimetría fue objeto de atención del
clásico libro de B. Barry y R. E. Goodin,
eds. 1992).
La lógica utópica nos dice que el debate está combinando desirability y viability; esto es, contrastando los principios
pero con un interés por gestionar también
las contingencias de unas propuestas radicales de abrir las fronteras sin más. En esta fase de viabilidad nos encontramos
ahora, donde prevalecen dos tipos de debates, más enfocados hacia el interés por
combinar viabilidad y realización: el del
reconocimiento del derecho a la movilidad humana como derecho humano bási-
14
Esto es, se puede hacer control de personas
sin necesidad de controlar las fronteras terrestres,
sino antes de que las personas decidan desplazarse.
Este tipo de orientación política todavía requiere una
reflexión normativa, puesto que desafía, de una forma
u otra, el marco supuesto del debate: que controlar
los flujos equivale a controlar las fronteras terrestres.
Además de que, como se trata de un acto de extraterritorialización de las fronteras, hay unos implícitos de
extralimintación de la soberanía estatal que todavía no
ha sido discutida normativamente.
Nº 185 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA
■
co (un debate que moviliza los principios
y argumentos del debate de principios sobre la libertad de movimiento, pero más
enfocado hacia la demanda de un nuevo
derecho humano: el derecho a la movilidad humana) y el debate sobre la justificación de los criterios de admisión, que
todavía no acaba de definirse claramente
pero que ya tiene una voluntad realista de
basarse en los criterios que movilizan los
Estados para contestar a la pregunta sobre el cuántos y el quiénes pueden entrar.
Uno de los últimos trabajos de J. Carens precisamente hace este giro: su pregunta ahora es: “qué criterios usan los estados y cuáles deberían usar en seleccionar
[…]? (J. Carens, 2003; 106). O ya al final, “incluso si alguien reconoce la ampliamente aceptada premisa de que los estados tienen un derecho para controlar la
inmigración, siguen habiendo todavía restricciones morales significativas en cómo
este control debe llevarse a cabo” (J. Carens, 2003; 110). Este enfoque contextual15 también enriquece la lógica de
pensamiento utópica, haciéndola más realista en el sentido de Rawls. En esta tarea
de diseñar una ética de la admisión, a parte de J. Carens, se encuentran los trabajos
de V. Bader (2005) y de J. Seglow
(2006)16.
El debate sobre las fronteras abiertas
pasa ahora de su fase de deseabilidad y
viabilidad, a la fase de la viabilidad y de la
realización, planteándose ya directamente
“un mundo sin fronteras” (A. Pécoud y P.
de Guchteneire, eds. 2007). En este marco el debate entre los argumentos que
perciben esta posibilidad (la posibilidad
percibida de la función de la lógica utópica) y los que se arrinconan en el realismo
político recuerda muy bien los debates
entre utópicos y anti-utópicos.
En este marco, por ejemplo, los argumentos de O. O’Neill (1994) son un
ejemplo de argumentación anti-utópica a
tener en cuenta. Su enfoque sobre la justificación de las fronteras pretende vincular
fronteras y justicia. Como ella misma afirma: “por qué varios estados son mejores
que un solo Estado Mundial es el mejor
15 Su objetivo ahora queda precisado como sigue
“identificar las normas y principios insertados en las
prácticas sobre la inmigración que llevan a cabo los
estados liberales democrático que repercuten críticamente en ellos. Esta es una crítica inmanente de la
inmigración, más que una fundacionalista” (J. Carens,
2003; 95).
16 J. Seglow, por ejemplo, nos dice al final de su
trabajo: “the increasing numbers of migrant accross
the world mean that arriving at a normative view of
the ethics of admission to inform public policy is both
urgent and important” (J. Seglow, 2005; 330).
enfique para aproximarse a justificar las
fronteras”. Esto es, para ella, el debate sobre un mundo sin fronteras equivale al
debate sobre la necesidad o no de una
pluralidad de unidades políticas (Estados). Argumentar a favor de un mundo
sin fronteras equivale a desafiar la pluralidad de Estados, y por lo tanto, abogar por
el gobierno mundial, que sin la pluralidad
necesaria que contraste los poderes se
convierte inevitablemente en un gobierno
tiránico. Muy en la línea argumental popperiana, O’Neill nos dice que “se suele
decir que una pluralidad de unidades políticas, esto es los estados, es necesario para la justicia, porque un gobierno del
Mundo concentraría demasiado poder, y
además pondría en peligro la consideración de conceptos tales como el orden, la
libertad, otros poderes que son pensados
para legitimar el gobierno” (O. O’Neill,
1994; 71). También O’Neill nos proporciona un argumento recurrente en la literatura: el hecho de que para que pueda
realizarse un mundo sin fronteras es necesario que todos los Estados sean liberales;
sino, los Estados no liberales vulnerarían
los principios liberales democráticos de
nuestra tradición. En este terreno de las
condiciones para que se pueda realizar un
mundo sin fronteras está no sólo la dimensión de la forma de organización liberal democrática sino también las desigualdades económicas entre Estados, como
uno de los principales factores explicativos de la movilidad humana entre Estados. Sólo se puede abrir las fronteras entre
Estados socio-económicamente iguales. El
ejemplo básico que se da es el espacio
Schengen de la Unión Europea, que permite la movilidad interna de los ciudadanos europeos (J. Kunz y M. Leinonen,
2007)
En el terreno de la realización, existen
algunas propuestas, tanto para ir avanzando en el análisis teórico como propuestas
innovadoras muy concretas. Por ejemplo,
y en el terreno académico, y siguiendo la
dimensión evaluativa de la lógica utópica,
existe la propuesta de la necesidad de
construir un marco teórico que pueda ser
implementado para analizar estudios de
caso. O, en el terreno más práctico, la necesidad de crear un régimen de Fondo
Global (Global Fund regime) y una tasa
global que transfiera riqueza hacia los países pobres (véase D. Philpott, 2001).
Estamos realmente en los inicios de
este vínculo entre pensamiento utópico,
gestión de fronteras y políticas de inmigración. Lo que no podemos negar es que
las bases de los problemas de gestión ac35
Utopía, fronteras y movilidad h u ma n a
tuales tienen muy directamente que ver
con las dificultades de gestionar nuevas situaciones con viejos instrumentos de gestión de conflictos procedentes de las relaciones internacionales. Si los realistas políticos pueden ver estas reflexiones como
inútiles, también deben dar respuestas a
situaciones reales actuales dentro del marco de nuestros valores humanos, democráticos y liberales, que nos recuerdan
épocas y situaciones pasadas que pensábamos habíamos superado: impedir la reagrupación familiar, por ejemplo, nos recuerda cómo los Estados no-liberales, durante principios del siglo pasado y en algún sentido hasta hoy en día, impiden
que familias se encuentren y puedan proyectar sus vidas. Nuestros Estados europeos están actualmente separando familias
con argumentos muy familiares en Estados totalitarios. Nuestros Estados están
hoy en día estigmatizando a ciertos inmigrantes, pobres y sin recursos, como delincuentes, bajo directivas de retorno que
bien nos puede recordar lógicas colonialistas invertidas, donde nos “molestan” los
pobres y solo dejamos libertad de movimiento sin retorno a los que saben están
preparados, tiene un oficio que nos interesa, etc. La selección de inmigrantes es
una situación anti-utópica, como lo son
también las políticas de retorno y las que
limitan la reagrupación familiar. Quizás
lo que estemos construyendo es una distopía17; y cómo esta distopía se fundamenta
en un realismo político que está ya extralimitándose en términos de principios y
de valores de democracia y de liberalismo
más básicos. El pensamiento utópico es
que el puede construir contraargumentos
a esta situación insostenible. n
Referencias bibliográficas
Bader, V. “The Ethics of Immigration”, Constellations, 2005, 12(3); 331-361.
Balibar, E. Nous, citoyens d’Europe? Les frontières,
l’Etat, le peuple, La Découverte, Paris, 2001.
Barry, B. and Goodin, R. E. (ed.) Free Movement:
ethical issues en the transnational migration of people
and of money, The Pennsylvania State University
Press, Pennsylvania, 1992.
Bauman, Z. Socialism: the active utopia, Allen and
Unwin, London, 1976.
Best, U. “The EU and the Utopia and Anti-utopia
of Migration: A Response to Harald Bauder”, ACME, 2003, 2(2); 194-200.
17
Una ‘distopía’ es una utopía negativa donde
la realidad transcurre en términos opuestos a los de
una sociedad ideal, es decir, en una sociedad opresiva,
totalitaria o indeseable.
36
Bloch, E. El Principio esperanza, Aguilar, Madrid,
1977.
gration Without Borders: Essays on the Free Movement of People, Paris, 2007. UNESCO Publishing.
Carens, J. “Aliens and citizens: the case for Open
borders”, en Review of Politics, Vol. 49/Spring/2,
1987, 251-273.
Philpott, D. “The ethics of boundaries: a question of partial commitments”, D. Miller y S. H.
Hashni (eds.) Boundaries and Justice, Princeton
University Press, Princeton, 2001.
Carens, J.H. Who should get in? The ethics of immigration admissions, Ethics and Internacional
Affaire, 17, 2003 (1); 95-110
Carens, J.H. “Realistic and Idealistic Approaches
to the Ethics of Migration”, International Migration
Review, 30 1996, (1); 156-170.
Carens, J.H. “A Reply to Meilaender: Reconsidering Open Borders”, International Migration Review, 33, 1999, (4); 1082-1097.
Carens, J.H. “Open Borders and Liberal Limits: A
Response to Isbister”, International Migration Review, 34, 2000 (2); 636-643.
Cole, Ph. Philosophies of exclusion, Edinburgh
University Press, 2000.
Gibney, M. (ed.) Open Borders, Closed Societies?,
Greenwood Press, Nueva York, 1988.
Gómez Sánchez, C. “La utopía entre la ética y la
política: reconsideración”, Revista internacional de
filosofía política, 29, 2007; 39-64.
Goodwin, B. “Utopia defended against the liberals”, Political Studies, 28, 1980, (3); 384-400.
Hayter, T. “Open borders: the case against immigration controls”, Capital & Class, 75, 2001; 149156.
Hudson, J.L. “The Ethics of Immigration Restriction”, Social theory and practice, 10, 1984, (2); 201239.
Ramiro Avilés, M.A. “La función y actualidad del
pensamiento utópico (respuesta a Cristina Monereo)”, Anuario de Filosofía del Derecho, 21; 2004,
439-462.
Rawls, J. The Law of peoples, Harvard University
Press, Cambridge, 1999.
Ricoeur, P. Ideología y utopía. Barcelona, 2001.
Gedisa.
Rivero, A. “Utopía ‘versus’ política”, Revista internacional de filosofía política, 29; 2007, 81-96.
Sargent, L.T. “The Three Faces of Utopianism Revisited”, Utopian Studies, 5, 1994, (1); 1-37.
Walzer, M. Spheres of Justice, Basic Books, Nueva
York, 1983.
Wright, E.O. “Guidelines for envisioning real
utopias”, Soundings, 36; 2007. 26-39.
Zapata-barrero, R. “La actualidad de la Teoría
Política”. Claves de la Razón Práctica, nº 135, septiembre; 2003, 38-43.
Zolberg, A.R. “Matters of State: Theorizing Immigration Policy”, in C. Hirschman, P. Kasinitz
and J. DeWind (eds.) The Handbook of International Migration: The American Experience, New York,
1999. Russell Sage; 71-93.
Isbister, J. “Are Immigration Controls Ethical?”,
in S. Jonas and S. D. Thomas (eds.) Immigration: a
civil rights issue for the Americas, Scholarly Resources; Wilmington DE, 1999. 85-98.
jameson, F. “The Politics of Utopia”, New Left Review, 25, 2004; 35-54.
Kukathas, C. “The Case for Open Immigration”,
in A. I. Cohen and C. H. Wellman (eds.) Contemporary Debates in Applied Ethics, Blackwell; Malden
MA, 2005. 207-220.
Kunz, J. y Leinonen, M. “Europe without borders: rhetoric, reality or utopia?”, A. Pécoud y P. de
Guchteneire (eds.); 2007, 137-160
Levitas, R. The concept of utopia, P. Allan, New
York, 1990.
Mannheim, K. Ideology and utopia: an introduction
to the sociology of knowledge, Routledge & Kegan
Paul, London, 1991.
Marcuse, H. El Hombre unidimensional, Ariel,
Barcelona, 1987.
Meilaender, P.C. “Liberalism and Open Borders:
The Argument of Joseph Carens”, International
Migration Review, 33, 1999. (4); 1062-1081.
Muguerza, J. “Razón, Utopía y Disutopía”, in J.
Muguerza (ed.) Desde la perplejidad, Fondo de Cultura Económica; México, 1990. 377-439.
Nozick, R. Anarchy, State, and Utopia Oxford,
1974. Blackwell
O’neill, O. “Justice and Boundaries”, in C. Brown
(ed.) Political Restructuring in Europe: Ethical Perspectives, Routledge; London, 1994. 69-88.
Pécoud, A. and De Guchteneire, P. (eds.) Mi-
Ricard Zapata-Barrero es Profesor de Ciencia
Política de la Universidad Pompeu Fabra, editor del
libro Conceptos Políticos en el contexto español.
CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA Nº 185
■
Descargar