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Arzobispo de Santiago de Compostela
IGLESIA EN CAMINO:
IDENTIDAD, COMUNIÓN Y MISIÓN
CONCLUSIÓN DE LAS XIV JORNADAS DE TEOLOGÍA
4 de septiembre de 2013
En dos jornadas intensas han profundizado en el carácter
existencial totalizador de la fe cristiana, haciendo especial hincapié en su
dimensión comunitaria y eclesial. “Hay que ser libremente cristianos, pero no se
puede ser cristiano por libre ni por separado, ya que entonces se desembocaría
en la secta y nada más contrario a la vocación solidaria del cristiano que el
sectarismo”1. Repitiendo las palabras de la reciente encíclica del papa Francisco
Lumen fidei¸ “la fe tiene una configuración necesariamente eclesial, se confiesa
dentro del Cuerpo de Cristo, como comunión real de los creyentes. Desde este
ámbito eclesial, abre al cristiano individual a todos los hombres”2.
Consciente de su enorme y fructífero esfuerzo, permítanme unas
breves palabras conclusivas y de agradecimiento.
La fe cristiana está plenamente en relación con lo acontecido, con
lo histórico, lo pasado, lo sucedido “en aquel tiempo” y que nos narran relatos
de la época. Sin embargo, a diferencia con todos los acontecimientos históricos,
en el sentido en que lo entienden los “historiadores”, el pasado del que nos da
testimonio la fe cristiana, es al mismo tiempo presente, constantemente actual,
sigue existiendo y seguirá hasta el fin del mundo. Pues la revelación que
alcanzó en Cristo su consumación y aconteció una vez para siempre es la
última, la definitiva y permanente palabra de Dios, la autocomunicación divina,
históricamente insuperable, presente y eficaz en la historia, que fundamenta la
historia y triunfa sobre la muerte y el pecado3. Por eso la fe cristiana se apoya
en la historia a la vez que vive en el presente, estando sujeta a la tensión del
futuro y a la esperanza depositada en él. Y ese futuro y esa esperanza son ya
prenda y dimensión de esta misma fe. Esto es así porque Jesús, que vino y
murió en la cruz, es al mismo tiempo el glorificado, el Cristo vivo, el que ya no
muere, el que, al resucitar de entre los muertos y enviarnos su Espíritu, ha roto
todas las barreras dando origen a un presente y una presencia constantes. Esta
presencia de Jesucristo acontece de diversas maneras: en la palabra, en el
sacramento, en la liturgia, en la comunidad de la Iglesia cuya cabeza y vida es
él, en los hombres, en el “prójimo”, en los “pequeños”, con los que Jesús se
identificó de una forma propia y exclusiva (cf. Mt 25,35-40; 42-45). Por eso
Jesucristo es contemporáneo de nuestra fe y de la de todos los tiempos.
1
O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Confirmarse. Para llegar a ser cristiano, Madrid 2007, 67.
2
FRANCISCO, Lumen fidei, 22.
3
Cf. K. RAHNER, “Theologie und Anthropologie”, en Wahrheit und Verkündigung, t. 2,
München-Paderborn-Wien 1967, 1.389.
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De ahí se deduce que la fe cristiana no puede darse por satisfecha
presentando los contenidos que le han entregado bajo la forma de una simple
repetición. La misma naturaleza de la fe exige la apropiación cada vez más
profunda y personal de lo creído. En este contexto, es adecuado citar las
palabras de Benedicto XVI en carta apostólica Porta fidei, con la que convocaba
el Año de la Fe: “Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra
posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un
in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre
como más grande porque tiene su origen en Dios”4. De esta forma se abren ante
el creyente perspectivas siempre nuevas, que no son como añadiduras a lo
originario, sino su desarrollo. Así se llega al pleno desarrollo de la fe. La
confesión de la fe se realiza a través de sus “artículos”, se articula en un dogma,
como el misterio de la persona de Jesucristo, descrito en las fórmulas “Dioshombre” y de “una persona en dos naturalezas”. Terminología que no aparece
al pie de la letra en la Sagrada Escritura, pero que intenta formular con otras
categorías lo que se dice en ella con distintas palabras e imágenes, con otro
lenguaje y con un horizonte conceptual distinto.
De ahí surge la difícil tarea que hoy plantea tantos problemas.
Porque la fe cristiana debe ser hoy nuestra fe, tenemos una obligación con este
hoy que hemos de conducir a la fe en las diferentes periferias humanas, sociales
y culturales de la humanidad, como dice el papa Francisco. Hemos de traducir
el contenido de la fe de suerte que no sea alterado y al mismo tiempo alcance al
hombre de hoy en su específica situación histórica, con sus condiciones de
comprensión, con su visión del mundo, y pueda ser aceptada por él como su fe
cristiana, con toda libertad, honradez y convicción.
Además, si la fe cristiana es viva y siempre actual, y si cada época
tiene sus problemas cuya respuesta espera, entonces esta fe, a su vez, es
interrogada por estos mismos problemas. Para dar respuesta, la fe no puede
contentarse con repetir sólo las fórmulas y el vocabulario de ayer, sino que debe
adentrarse en el horizonte de las cuestiones actuales sin atentar contra el
contenido de la fe y dar paso a expresiones nuevas que sean respuestas a los
problemas de hoy, no a los de ayer. Hay que añadir, sin embargo, que no existe
una respuesta tajante de la fe para todas las cuestiones. Son posibles varias
respuestas. Si la fe cristiana tuviese solución para cada pregunta, dejaría ya de
ser fe, y el Dios en quien creemos ya no sería el Señor absoluto, soberano y libre,
sino que se convertiría en la proyección de imaginaciones y combinaciones
humanas, el Dios, como decía Ludwig Feuerbach, creado por el hombre según
su propia imagen.
La fe cristiana es la respuesta a la palabra de Dios, la reacción a la
acción divina, la acogida de la gracia que se nos destina pero que no es nuestra.
4
BENEDICTO XVI, Porta fidei, 7.
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Es decir, la fe es algo que le ha sido dado al hombre, revelado, manifestado bajo
la gracia. Expresión y signo de que la fe es regalo, don, gracia y recepción, está
en el hecho de que ella se nos comunique por medio de la Iglesia. El individuo
cree y se hace creyente al ser aceptado en la comunidad de creyentes, como dice
la Escritura, al ser “incorporados” (Hech 2,41) a esta comunidad. Así se
comprende en la pregunta que se hace en la administración del bautismo:
“¿Qué pides a la Iglesia?”, y su respuesta: “La fe”. El hombre por sí mismo no
puede elaborar subjetivamente la fe cristiana, tiene que acogerla, recibirla de
quienes a su vez la han recibido, de la comunidad de los creyentes, donde la fe
es el primer testigo de quienes creyeron, donde la fe y el testimonio de los
apóstoles y profetas vive y continúa estando presente. En este contexto se hace
inteligible el sentido y la misión de la Iglesia de cara a la fe: por medio de la
predicación, del testimonio, del magisterio, por medio de la palabra y los
sacramentos, la Iglesia lleva a cabo y asume el servicio de la fe.
Hay que precisar, no obstante, el artículo del Credo, cuya fórmula
habitual es “Creo en la Iglesia”. A decir verdad, en el Credo la Iglesia no
aparece como uno de los objetos de sus tres artículos de fe centrados en el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, sino que es el modo, el contexto y el lugar
desde donde se cree, gracias al impulso que da el mismo Espíritu5. La Iglesia
propiamente no es objeto, ni término, ni contenido de la fe, sino que es una
dimensión intrínseca de la fe, de ahí que la expresión “Creer en la Iglesia”
signifique la modalidad sacramental característica de la profesión de fe cristiana
que se expresa en el creer eclesialmente.
La fe cristiana no es fe en la Iglesia, pero sí es fe de la Iglesia. Aún
más: la fe se recibe por medio de la Iglesia, de modo que si la Iglesia no es
autora de salvación, sí que es y quiere ser Madre que nutre a sus hijos con su fe
vivificadora. La fe no es el resultado de elucubraciones solitarias, es fruto de
una escucha, de la acogida de un dato previo. “La fe nace de la predicación”
(Rom 10,17), otros me la ofrecen, se me presenta desde fuera de mí. No es una
reflexión personal, es una palabra que me interpela y me compromete. Es algo
que me ofrecen. Pero no para que lo adapte a mi gusto, sino para que lo acoja
tal como me lo ofrecen. Quien me lo ofrece es la Iglesia. Del mismo modo que
Cf. W. KASPER, Introducción a la fe, Salamanca 42001, 157: “La Iglesia es, por consiguiente,
el lugar concreto, donde la obra salvífica de Dios en Jesucristo está presente en la historia. La eclesiología
es una función de la pneumatología”; H. FRIES, Un reto a la fe, Salamanca 1971, 59s.: “No se puede
separar a la Iglesia de la revelación de Dios que culmina en Jesucristo. La Iglesia no es sólo la unión de
aquellos que creen en Dios y en Cristo por separado, sino en cuanto nuevo pueblo de Dios y como testigo
permanente en la historia, es el auténtico portador y sujeto de la fe cristiana, y además el contenido
mismo de la revelación y objeto de la fe. Decimos en el Credo: ‘creo en la Iglesia’. La Iglesia pertenece a
lo concreto y particular de la revelación, pertenece al ‘yo creo’. La Iglesia es obra de Jesucristo. Y esta
obra no es separable de su creador, antes bien, en ella está presente y actual de una nueva forma –en su
espíritu- el Cristo, el Kyrios glorioso”.
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nadie se ha dado la vida a sí mismo, nadie se ha dado la fe a sí mismo 6. La
Iglesia es el lugar donde nace, se desarrolla y profundiza la fe. Cada creyente es
un eslabón que ha recibido la fe de otros y debe trasmitirla a otros. No se puede
creer sin estar sostenido por la fe de otros y sin contribuir por la fe a sostener la
fe de otros. Todos los creyentes con su fe personal y común constituyen la
Iglesia, Pueblo de Dios. Y así resulta posible exclamar: “A Dios sea la gloria en
la Iglesia y en Cristo Jesús por siempre y para siempre” (Ef 3,21).
Al final de estas jornadas, no me queda más que agradecerles muy
profundamente su encomiable esfuerzo y que el apóstol Santiago les proteja en
su viaje de regreso a los suyos. ¡Muchas gracias!
Cf. W. KASPER, La fe que excede todo conocimiento, Santander 1988, 111: “Dado que la
Iglesia como comunidad de los creyentes está tan estrechamente unida a la palabra de Dios, no puede
haber ningún legítimo cristianismo privado. La fe es, desde luego, una decisión personal, insustituible, de
cada individuo. Pero este acto personal de fe significa siempre, al mismo tiempo, entrar en la historia
mayor y en la comunidad mayor de la fe. Por ello en las confesiones de fe de la Iglesia primitiva se dice
tanto ‘creo’ como ‘creemos’. El individuo nunca está solo en su fe personal; nosotros recibimos la fe de
quienes han creído antes que nosotros, y en la fe estamos sostenidos por la fe de toda la comunidad de los
creyentes. Se cree siempre dentro de la Iglesia y con la Iglesia”.
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