Culturas juveniles

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CULTURAS JUVENILES
No siempre los estudios que tuvieron a los jóvenes como objeto de reflexión e investigación,
se refirieron a su atmósfera inmediata de códigos y valores en términos de “cultura juvenil”.
Entre los primeros antecedentes cabe mencionar la labor de la Escuela de Chicago. Este
grupo de investigadores liderados por Robert Park, un periodista devenido antropólogo
urbano, procura estudiar en los signos de la calle, algunos enclaves problemáticos de la
metrópolis convulsionada por cambios radicales: la industrialización y sus secuelas, la
explosión demográfica, la inmigración masiva de extranjeros, la extensión de las barriadas
pobres. Ámbito de tensiones sociales, marginalidad y delito en aumento. Un escenario
complejo y desbordante que dirigió la mirada de los investigadores hacia las
manifestaciones que revestían mayor urgencia. En el centro de esa escena un fenómeno
particular, el de las pandillas, mayoritariamente juveniles, será el motivo de distintas
investigaciones. Fue así como Fredric Thaster, publicó en 1926 The Gang, un estudio sobre
más de mil pandillas de distinto tipo y composición. Su objetivo: tratar de desentrañar las
estructuras de esa gama de pequeñas sociedades juveniles. Esas pandillas tomaban la forma
de microsociedades con sus reglas de obligación mutua y sus lazos de pertenencia. En ellas,
la corporalidad y la unión afectiva de los miembros jugaban un rol primordial. La lealtad
hacia el grupo, la solidaridad estricta y la defensa cerrada de un territorio completaban el
juego, articulado sobre la identificación étnica.
La preocupación criminológica de la época, presente en el estudio, puntualizaba la distinción
entre normalidad y desviación y colocaba a las pandillas juveniles como un síntoma de la
anomia social. El trasfondo cultural de las pandillas aparecía atravesado por valores
“contraculturales”, pues se oponían a los valores dominantes de las clases medias y altas.
Era el choque entre los valores tradicionales agrarios de los migrantes y los urbanos
modernos de los residentes. Las pandillas juveniles, sumidas en verdaderas subculturas
delincuenciales, por detrás de la inadaptación y la anomia, funcionaban como ámbitos de
autodefensa. Este esquema temático, conceptual y metodológico sería continuado por
distintos trabajos. Con el tiempo también irán surgiendo críticas e innovaciones,
especialmente en relación con las valoraciones moralizantes que estaban como presupuestos
incuestionados en el trabajo de Thaster. Otros autores como William Foote Whyte, con
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Street Corner Society de 1943, Albert Cohen, con Delinquent Boys de 1955 o David Matza,
con su famoso artículo “Subterranean Traditions of Youth” de 1961, completarán esta
primera etapa de estudios, profundizando en el tema de la delincuencia juvenil, con
elementos novedosos, lejos de aquellas perspectivas normativas de los trabajos iniciales.
Temas como la bohemia y el radicalismo político de los jóvenes, comenzarán a aparecer
junto con las pandillas en un suelo cultural relativamente emparentado. Las cuestiones
atinentes a las clases sociales y a la importancia del origen étnico, corporizadas en el
territorio inmediato de las barriadas, las calles y las esquinas, ampliarán las interpretaciones
abriendo nuevas preguntas para la investigación posterior. Poco a poco aparecerán también
el uso de drogas, las preferencias musicales, el gusto por ciertos objetos e indumentarias,
interpretados como expresiones de rebeldía y diferencia, o reivindicaciones de formas de
vida alternativas. Nos vamos acercando a los años sesenta, cuando aparecerán nuevos
jóvenes y nuevas reflexiones en torno a ellos.
Una segunda línea de reflexión se origina en las transformaciones de la segunda posguerra y
es recogida por Talcott Parsons. Se trata del enfoque que enfatiza el tema de las transiciones
a la adultez, y que parte de la observación de que dicho proceso es cada vez más prolongado
en las sociedades contemporáneas. Este cambio remite al mayor margen de tiempo libre de
que disponen los jóvenes, solidario con la extensión progresiva de la educación media. Este
proceso, que comienza por las clases altas pero tiende a universalizarse por las demás,
articula una red que une escuela, tiempo libre y cultura generacional: define entonces un
ámbito relativamente alejado de la estructura tradicional de clases, donde se estructura un
sistema social con sus normas y pautas propias, con sus valores y relaciones específicas. Se
trata de la primera percepción de una cultura generacional autónoma y abarcativa. Talcott
Parsons fue uno de los primeros en registrar este hecho en su artículo “Class as a Social
System”, publicado en la Harvard Educational Review en el año 1959. Si bien fue
posteriormente criticado por haber visto como homogénea una realidad fragmentada por
componentes de clase antagónicos, tiene el mérito de haber notado esta tendencia en el
momento de su emergencia. Esa cultura generacional, con el tiempo, profundizará las
brechas percibidas por Parsons.
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Los años dorados del bienestar (1945-1975), el triunfo del imaginario de la “vida moderna” un conjunto de sueños y promesas vinculados con la tecnología y el confort- y el avance de
los medios masivos de comunicación y de las industrias culturales audiovisuales,
acompañarán el florecer de las condiciones de vida de las clases medias en expansión. En
ese contexto, dos cambios culturales cismáticos colocarán a los jóvenes en un lugar
protagónico: el surgimiento del rock´n roll, una música cuyo mensaje excede al mero hecho
musical, y la revolución sexual, que si bien comenzó circunscripta a sectores universitarios
se generaliza hasta convertirse en una bandera juvenil contra la represión. Esto no tardó en
llegar a la política: el cuestionamiento generacional en todos los ámbitos, llevó a la gran
rebelión juvenil de los años sesenta. Es el momento en que nace una cultura masiva juvenil,
decisiva para la identificación de grupos, estilos y tendencias, en el seno de una juventud
consumidora que a partir de entonces tenderá a hacerse transnacional.
Esos años de creciente protagonismo juvenil tendrán su máxima expresión la California de
los años sesenta. Allí se orquestará uno de los experimentos sociales más radicales de la
historia: el surgimiento de una contracultura prácticamente monopolizada por jóvenes. Esta
vez, el término contracultura aparece teñido de valores positivos: ya no se trata -como en los
años veinte- de un producto de la anomia de una sociedad parcialmente descompuesta, sino
de una manera alternativa de vivir enfrentada con las formas de la dominación técnica o del
afán de lucro, una cultura de oposición y de búsqueda encontrada con la habitualidad
mayoritaria. La contracultura californiana es la máxima expresión de una cultura juvenil y
aunque suele colocarse como emblemática del movimiento hippie fue mucho más que eso,
pues la difusión de sus valores superó holgadamente a dicho movimiento. La cultura del
rock fue profundamente influida por esta conmoción y fue el vehículo que identifico a los
jóvenes en términos generacionales: las mitologías, los mártires y los modelos que de allí
surgieron, acompañaron imaginarios –no siempre ajenos a la fetichización- que conquistaron
el mundo a través de la industria cultural, incidiendo en la configuración cultural de las
sociedades contemporáneas.
El cuestionamiento de los valores protestantes y puritanos sobre los que se había edificado la
sociedad norteamericana, con una ética del trabajo y una represión corporal estricta fueron
desafiados por valores hedonistas, que hacían del disfrute del momento y del cuerpo una
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consigna revolucionaria. El sexo y las drogas aparecían como las llaves para abrir esas
puertas, detrás de las que se esperaba una vida distinta. Las búsquedas más radicales
intentaron la fundación de una nueva espiritualidad: disciplinas naturistas y orientales,
meditación, artes curativas no convencionales; todo lo alternativo representaba un camino.
Emocionalismo, psicodelia y viaje interno se oponían a la obediencia civil y la necesidad de
trabajar y consumir, claves de esta reacción juvenil que contó con la adhesión y, en muchos
casos, la dirección de prominentes mayores. Herbert Marcuse, con El hombre
unidimensional, de 1966, o Norman Brown, con Eros y Tánathos, de 1966, o Theodor
Roszak, con El surgimiento de una contracultura, de 1970, marcarán y retratarán este
espíritu juvenil de la época, un momento en que los signos de la historia hacían verosímil el
optimismo reinante y más que investigaciones se escribían historias ejemplares, críticas y
panfletos donde se anunciaban futuros promisorios. Se hacían llamamientos y manifiestos,
se convocaba a construir una sociedad diferente. Esta explosión hace parte del imaginario
magmático –no siempre coherente- del rock, que desde entonces pasa a ser componente
emblemático de las culturas juveniles.
La cuarta línea decisiva para el estudio de las culturas juveniles proviene de la Escuela de
Birmingham. Hacia mediados de los sesenta este instituto se propone investigar las culturas
juveniles en la Gran Bretaña posterior a la segunda guerra. Autores de esta escuela, como
Hall y Jefferson, Cohen, Hebdige, o Willis serán reconocidos por sus trabajos sobre
juventud y por el impulso que le dan a los estudios culturales. Su objetivo: analizar distintos
grupos de jóvenes amalgamados por preferencias y gustos compartidos en relación con la
música, la indumentaria y el modo visual de presentarse ante los otros. Observan que esas
agrupaciones informales de jóvenes ocupan el tiempo libre y conviven con las estructuras
que el mundo de los adultos le destinan: el trabajo, la escuela, la familia. Por dentro y por
fuera de ellas construyen enclaves identitarios que difieren de la herencia legada por sus
padres. Estos grupos, conocidos por sus apelativos, teddy boys, mods, rockers, hippies y
skin-heads en los años cincuenta y sesenta, y más adelante, punks, new-romantics entre
otros, serán el centro de su atención. A través de distintos estilos, estos jóvenes procuran
forjarse un espacio imaginario donde elaborar su identidad en oposición a las generaciones
precedentes. Los estilos vehiculizan luchas de clases y, por su diversidad, no permiten hablar
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de una cultura juvenil. Se opone entonces a la existencia de una cultura juvenil unificada e
interclases, la preeminencia de valores y experiencias sociales de clases diferentes, optando
por hablar de subculturas juveniles.
La migración desde las periferias del Imperio Británico en decadencia convierten a Londres
y otras grandes ciudades en escenarios multiculturales. Los nuevos habitantes se incorporan
poco a poco en las filas de las clases trabajadoras, mezclando sus tradiciones con la
orgullosa cultura obrera de las islas. De esas mezclas surge el fermento de estas expresiones
marcadamente estilísticas de las culturas juveniles. Inspirados en el ideario político de la
nueva izquierda, los miembros de la Escuela de Brimingham salen a rescatar las resistencias
escondidas en esas manifestaciones de aparente pasividad juvenil. Estas etnografías celosas
en su interpretación clasista retratan una cultura juvenil activa y resistente contra la
imposición de los aparatos de la dominación. Las distintas subculturas juveniles
obstaculizan el proceso hegemónico con sus resistencias parciales y sus desafíos simbólicos,
corporizando en el estilo el síntoma visible de esa lucha. El estilo es el conjunto de la
elecciones y combinaciones de bienes materiales y simbólicos que los distintos grupos de
jóvenes articulan con el objeto de diferenciarse los unos de los otros. A través de ellos
construyen sus identificaciones, y en la lucha por la apropiación y el monopolio del sentido
de ciertos símbolos compartidos, expresan su oposición hacia las generaciones precedentes y
hacia el sistema que los somete y excluye. Es notable el sesgo crítico de estos estudios que
buscaron superar la consideración académica distante y poco comprometida.
En los estudios que hemos recorrido puede advertirse una evolución que tiende hacia
enfoques teóricos y metodológicos que privilegian a la cultura como dimensión de análisis.
La atención sobre la forma de apropiación de la ciudad, las esferas de valores subyacentes a
las prácticas, las estéticas y los estilos como metáforas de la identificación de los distintos
grupos, se afirman con creciente fuerza. Por eso puede decirse que los estudios de jóvenes
van convirtiéndose en estudios culturales, tal vez porque es en la dimensión cultural de la
realidad social contemporánea donde los jóvenes se hacen más visibles. Con el paso del
tiempo también las generaciones jóvenes van permeando sus valores en la construcción
general de la cultura: si bien el protagonismo político juvenil va disminuyendo, el terreno de
las industrias culturales, la moda, la comunicación y los escenarios de la vida cotidiana de
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las ciudades, se ve crecientemente conquistado por los estilemas de las culturas juveniles.
Las culturas contemporáneas se nutren del cambio y de la orientación hacia el futuro
inmediato y no es casual que las culturas juveniles tengan una visibilidad e importancia en
ascenso. Esto manifiesta cierto protagonismo cultural juvenil que no necesariamente implica
un protagonismo de los jóvenes, sino de los signos que vehiculiza su cultura. Sin dudas, esto
obliga a repensar las categorías vinculadas con la transgresión, la resistencia y el
alternativismo, motivos centrales de las discusiones científicas y políticas de los años
sesenta y setenta. No está tan claro como en otros tiempos el horizonte de inserción de las
culturas juveniles, aunque su diferencia específica, con sus internas, sus facciones
estéticamente cooptadas u orgullosamente desafiantes, siga planteando interrogantes a una
sociedad adulta que por comparación con otras épocas se encuentra más juvenilizada que
nunca.
LECTURAS SUGERIDAS.
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Universidade de Saõ Paulo, Saõ Paulo.
FEIXA, C. (1998) De jóvenes, bandas y tribus, Barcelona, Ariel.
HALL, S. y JEFFERSON, T. (eds.) (1983) Resistence through Rituals. Youth Subcultures in
Post-War Britain, London, Hutchinson University Press.
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ROSZACK, T. (1970) El nacimiento de una contracultura, Barcelona, Kairós.
BIBLIOGRAFIA GENERAL PARA LA VOZ
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Amorrortu.
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Dubet, Francois. (1985) La Galere. Jeunes en survie. Pairs, Fayard.
Frith, Simon. (1978) Sociología del Rock. Madrid, Júcar.
Hebdige, Dick. (1979) Subculture: The Mining of the Style. London, Methuen and Co.
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Levi, Giovanni y Schmitt, Jean Claude (Eds.) (1996) Historia de los Jovenes. Madrid,
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Margulis, Mario. (Comp.) (1992) La cultura de la noche. Buenos Aires, Espasa.
Whyte, William F. (1971) La sociedad de la esquina. México, Diana.
Willis, Paul. (1988) Aprendiendo a trabajar. Madrid, Akal.
Yonnet, Paul. (1988) Modas, juegos y masas. Barcelona, Gedisa.
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