Deseos no cumplidos, frustraciones y malos entendidos en los

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Deseos
no
cumplidos,
frustraciones
y
malos
entendidos en los vínculos
Te invito a que te puedas internar en esta escena que queremos
presentarte:
“- ¡Qué trabajo que me está dando esto! La verdad, no pensé
que me iba a llegar este tiempo. ¡No doy más! Esta maleza de
las frustraciones, ¡cómo me hacen resistencia! Así no voy a
llegar a ningún lado. ¡Estas espinas de los malos entendidos
con mi esposo! ¡Yo cada vez me enredo más!
A ver…ay, sí…acá estaba. ¡Cierto! Traje la herramienta del
diálogo para arrancar todos estos malos entendidos. Pero
claro, ¡qué me voy a acordar si estoy todo el día insinuando
lo que necesito en vez de comunicar lo que pienso y lo que
siento!
Ah, bueno… ¡Lo que me faltaba! Mirá este yuyo de la
incomprensión, cuántas veces le habré dicho lo importante que
es este evento para mí, pero claro, como nunca quiere ir… es
más, siempre le tengo que insistir…y claro, total, la que
siempre tiene que ceder soy yo…
Como si esto fuera poco, me parece que me estoy hundiendo en
el pantano de los no reconocimientos de mis esfuerzos. En
fin…”
¿Te han pasado alguna vez estas cosas? Malos entendidos,
deseos no expresados de manera concreta y sencilla,
comunicación distorsionada, insinuaciones…cuántas de estas
cosas se cruzan diariamente en este caminar que tenemos y nos
van entorpeciendo el paso y, por supuesto, nos van complicando
la existencia, no solamente a nosotros, sino también a los que
nos rodean. ¿Somos conscientes de estas malezas que nos van
dificultando el paso? Vamos a descubrir y profundizar estas
cosas
y
otras
más
para
ayudarnos
a
mejorar
nuestra
comunicación con los demás. Esto quiere ser un itinerario que
nos permita identificar estos arbustos- a veces árboles o
malezas- que nos impiden comunicar nuestra riqueza interior y
recibir lo que el otro nos entrega, nos impiden comunicar
nuestro sentir y, de esta manera, abrir el camino para
encontrarnos los unos con los otros.
Es claro que queremos dar pasos cada día y experimentar que no
estamos quietos y estáticos, que queremos crecer, sentir que
avanzamos con otros, no solos. Para esto se hace
imprescindible que tengamos una comunicación madura y libre y
que no dé lugar a equívocos, a suposiciones, a imaginaciones
que nada tienen que ver con lo real, que nada tiene que ver
con lo que verdaderamente pasa en el corazón de los otros.
La comunicación no significa conversación, intercambio de
frases, preguntas o respuestas. Ni siquiera significa
exactamente diálogo. Podríamos decir que la comunicación es
relación y revelación interpersonal. Y es aquí donde nuestro
cotidiano caminar se detiene porque fallamos y aparecen los
conflictos y la sensación de insatisfacción con nuestros
vínculos y no encontramos respuesta al por qué de esto.
La consigna es: en la relación con los demás- por ejemplo, con
tu esposo, con tu esposa, con tus hijos con tus amigos o
compañeros de trabajo- ¿a qué se deben los malos entendidos?
Estos deseos no cumplidos o también frustraciones que solemos
experimentar muy cotidianamente.
Venimos conversando acerca de las grietas que tiene nuestra
comunicación con los demás. Esas malezas que debemos
identificar que acechan justo en medio del sendero. Te acerco
esta frase, este razonamiento que me vas a decir si te suena
familiar. Por ejemplo: Si me ama, si me quiere, si me estima,
si me considera su amigo, su compañero, tiene que descubrir y
conocer mis deseos y realizarlos, tiene que saber qué espero
de él. Si tengo que decírselo es señal de que es desatento o
es señal de que no me ama, no me estima, no me valora. ¿Te
suena? Esto de creer que, porque el otro me ama, es amigo,
tiene que descubrir y conocer mis deseos. Este ejemplo nos
pasa a quienes tenemos unos poquitos años de casados, en los
primeros tiempos, en los que la comunicación verbal es muy
intensa, gestos, miradas, pero, al pasar el tiempo, esto va
cambiando. ¿Y qué ocurre? ¿Por qué ocurre este conflicto y
aparece como una insatisfacción? ¿Cuál es el error frecuente
en este tipo de escenas?
El error, según la experiencia, parece ser esta suposición,
este dar por descontado que el otro ya conoce mis deseos
cuando la realidad muestra que no es así. Ninguna de las dos
partes advierte que sus deseos son desconocidos por el otro,
ya sea por el cónyuge, por el amigo. Lo que pasa es que
ninguno comunicó claramente lo que quería. ¿Cómo te va a vos
en estas situaciones? ¿Te ocurrió? ¿Te pasó esto de “yo pensé
que el otro me conocía” o “hace cuánto tiempo que nos
conocemos, entonces ya tendría que saber qué es lo que me
gusta y qué no”? mientras tanto, yo no se lo manifiesto,
mientras tanto yo no se lo he compartido a este deseo que
ahora veo frustrado porque el otro no puede darle realización.
Es claro percibir cómo, cuando estas primeras expectativas,
esperanzas que nosotros las lanzamos en el otro y las lanzamos
y son defraudadas, por ejemplo, “yo creía que me iba a
acompañar” y no lo hizo, “yo esperaba que sólo me escuchara” y
¿qué hizo? Terminó sermoneándome y diciéndome qué tenía que
hacer, en vez de escuchar y contenerme, que es lo que
necesitaba. Cuando pasa esto, cuando nuestras esperanzas que
hemos lanzado al otro, sin decirle qué esperábamos, son
defraudadas, se van instalando una insatisfacción que me va
alejando paulatina y misteriosamente del otro. Y se va
acrecentando una sensación de frustración. Imagináte si pasan
los años y yo me obstino, me empecino en no decir nada porque
el otro tiene que reaccionar de acuerdo a lo que yo estoy
pensando y, si el otro también actúa de esta forma, imagináte
a dónde vamos a ir llegando. ¿Qué ocurre? ¿Qué pasa? ¿Cuál es
el punto clave de este conflicto? Y es cierto: nos está
faltando una clara comunicación de las expectativas.
“Expectativa” es lo que espero del otro, lo que cada uno
espera del otro, es mutuo. Es necesario que esta información
sea lo más exacta y concreta, como también ir renovándola
continuamente en el curso del tiempo. Con tu marido, con tu
esposa, con tus hijos, quizás, también con tu jefe, con tus
compañeros de trabajo, ¿comunicás con claridad tus
expectativas? ¿O me baso o me quedo o me amotino en que por su
cariño hacia mí él tiene que saber lo que yo deseo? Ésta es la
invitación que te hago: que pongamos en marcha el corazón,
bajo la luz del Espíritu Santo, para poder mirar sobre
nuestros vínculos, sobre nuestras relaciones para que podamos
descubrir, por sobre todas las cosas, la verdad y en la verdad
vivir y sentirnos libres y, siendo libres, amar y sentirnos
amados. Éstos son algunos de los elementos que te vamos
dejando en el camino. ¿Cómo vamos sacando del medio de nuestra
comunicación, del camino estas malezas que aparecen? Éste es
el tema que queremos dejarte para que juntos vayamos amasando
este trigo que esperamos se convierta en harina para que
podamos alimentarnos del pan que nos pueda ir dando vida cada
día de nuestra existencia.
Es evidente que el punto clave es la comunicación. Y nos puede
pasar que, por esta falta de comunicación mutua, esto de “lo
que espero del otro y lo que el otro espera de mí”, nosotros
determinemos muchas veces qué quiere el otro. ¿Por qué? Porque
no sé o, por lo menos, creo suponerlo. Iniciamos como un
certero proceso de imaginación de los deseos del otro, nos
ponemos especialistas en imaginarnos los deseos del otro de
acuerdo a lo que creemos, a lo que vemos o a lo que nos
parece. Y muchas veces, en realidad, no existen. Entonces
desarrollamos una serie de acciones, todas dispuestas a
satisfacer los deseos que el otro no tiene.
Por ejemplo, se da lo que al otro no le interesa recibir. Y
nosotros, por otro lado, deseamos ardientemente lo que el otro
no nos da. Cada uno se va empecinando en este pensar que lo
que intuye es lo que el otro quiere o debe querer. Es como que
nosotros autodeterminamos qué necesita el otro, en cambio de
abrir el corazón y animarnos a preguntar qué está pasando en
este lugar de conflicto. ¿Tenemos miedo de preguntar qué desea
el otro por miedo a no llegar a sus expectativas? Yo te
confieso que sí, en muchos casos me ha pasado. No pregunto por
qué me imagino que el otro va a desear algo que yo no estoy
dispuesto a dar o aquello que me cuesta demasiado y que en
realidad no voy a llegar y me voy a sentir frustrado porque no
voy a poder satisfacerlo, entonces trato de determinar qué es
lo que el otro quiere. ¿Qué está pasando aquí? ¿No le pregunto
porque estoy tan seguro de mí mismo y de mis conocimientos que
todo lo sé? Entonces, ¿para qué le voy a preguntar si ya lo
sé? Paso por arriba del otro. Es como que lo atropello, ni
siquiera me interesa lo que el otro me va a decir. Y a veces
estamos parados en ese lugar. No consulto porque yo quiero
decidir imponiéndoselo implícitamente. Cloro, lo que él me va
a pedir no es algo que yo quisiera que él quiera, entonces yo
voy a determinar lo que él quiere. Parece un juego de
palabras, pero a veces nuestro corazón actúa de esa forma. Y
en último caso, puede pasar que en realidad no me preocupa
saber qué le gusta y yo decido por él. Estas preguntas son
para que las mastiquemos nosotros y las guardemos en el
corazón y pensemos un poquito acerca de nuestras relaciones y
nuestros vínculos. Esto de suponer, por un lado, lo que el
otro desea y lo que yo también espero, pero no consigo y, por
el otro, determinarlo.
Pasa también que las distintas tradiciones familiares, los
modos de ser de cada uno, las distintas costumbres de los
ambientes en los que hemos vividos van creando diferencias
entre las necesidades que tenés vos y que tengo yo y las
formas de expresarlas. Eso es claro. Por ejemplo, una mujer
que proviene de una familia donde los deseos se expresan sólo
como preguntas indirectas: “¿Irías al cine esta noche?”, tipo
condicional, ¿no? Y el marido que viene de otro ambiente
totalmente distinto y con un carácter muy diferente le
responde: “No”. La mujer como apenada, con cara triste después
de diez minutos le reprocha: “Tú nunca quieres salir conmigo”.
Y el marido le responde asombrado: “Es que tú nunca me lo has
pedido”. Y ella respondiendo ante semejante frase: “Querido,
hace diez minutos que te lo pido y tú no me escuchas. ¿Qué
pasa? ¿Soy indiferente para vos?”. Y el marido: “Tú no me lo
has pedido, me preguntaste si lo deseaba, pero podemos
prepararnos para ir al cine, tu deseo lo escucho y quiero
satisfacerlo”.
Resulta claro que los códigos no son comunes. Uno con una
pregunta expresa un deseo y el otro no percibe en la pregunta
el deseo. Por eso, qué tal si nos animamos a decodificar el
mensaje y decimos: “Para mí una pregunta no es un deseo, no la
reconozco como deseo”. Y también decir “Un deseo tuyo quiero
escucharlo y satisfacerlo”. Hay que tener en cuenta cuando que
pueden haber códigos distintos, le demos la chance a que el
código a veces es distinto y, por eso, falla la comunicación y
no podemos entablar este encuentro de corazones, porque cada
uno apunta a un lugar distinto y así no podemos encontrarnos
en un lugar común.
Y así como no se comprenden los mismos códigos pasa algo
parecido con las insinuaciones, que como “tiros por
elevación”, tiro arriba a ver si pasa cerca como lo que
llamamos “indirectas”, esto de dar a entender una cosa sin más
que indicarla muy ligeramente. El otro decodifica, entiende la
insinuación como una simple ocurrencia, sin tomarla al pie de
la letra y para nosotros resulta una frustración, porque la
insinuación no llega. Por ejemplo, “¡Qué cansancio esto de
limpiar toda la casa sola cada sábado! Es realmente agotador”.
Es un grito en el fondo al marido: ¡Ayudáme, por favor!”. Pero
ella lo está insinuando, está tratando de que él se dé cuenta,
pero lo dice de manera totalmente indirecta. ¿Qué tal si
decimos las cosas por el nombre? ¿Qué tal si nos acercamos y
expresamos lo que siente nuestro corazón y lo que vemos en la
realidad? Esto nos aliviaría mucho más y podría quitarle
presión, hacer más sencillo y haber menos fricción entre los
dos, si pudiéramos encontrar este punto. Aparte, a veces las
insinuaciones son duras, agresivas, fuertes y, sin darnos
cuenta, a veces tiramos a pegar por abajo, duro y nosotros
estamos, más que queriendo construir, queriendo descargarnos
de esa bronca y ese dolor que tenemos adentro. Es importante
que podamos hacer esta mirada, distinta, de un lugar nuevo
desde donde decir lo que tenemos que decir y poder
encontrarnos de una vez entre los dos, entre vos y tu amigo,
entre vos y tu esposo, entre vos y tu esposa, entre vos y tus
hijos.
A veces uno cree que ha comunicado claramente sus deseos y,
sin embargo, podemos tener estos mismos deseos insatisfechos,
no cumplidos por mucho tiempo, sin que el otro cambie su
conducta. “Intenté todo, pero él- o ella- no cambió, no me
escucha”. La pregunta que nos deberíamos hacer nosotros,
porque el que tiene que cambiar más que el otro es uno, soy yo
el que tiene que cambiar, el que puede cambiar porque puede
hacer el paso. El otro tiene su tiempo, su libertad, tiene su
fuerza de voluntad, entonces, el que puede dar el paso de
cambio soy yo. Por eso, sería bueno preguntarnos: ¿cómo afirmo
mis deseos? ¿Los afirmo de manera exigente, el otro está
obligado? ¿Cómo una crítica, en una manera de agresión, de
amenaza, de extorsión? Porque de alguna forma quiero
castigarlo por lo que no ha hecho. A veces se nos escapa y no
hay que tener miedo y descubrir que eso sale del corazón. Y,
para que lo podamos identificar y sacar de la raíz, hay que
ponerle un nombre: es “bronca” lo que me sale y pedir
disculpas cuando sale. Te aseguro que te vas a ir sintiendo
cada vez más libre con esto. ¿He utilizado alguna vez alguna
forma de poder, de compulsión, de desafiarlo al otro? ¿Cómo me
expresé? ¿Me dejé llevar por la impotencia de querer cambiar
al otro? ¿Usé alguna forma negativa para impulsarlo a cambiar?
Estas formas negativas de expresión van produciendo, en última
instancia, un mecanismo de defensa que va impulsando al otro a
cerrarse cada vez más y a negar lo que nosotros les estamos
pidiendo.
Estas frases no sé si te suenan: “Eso nunca lo hacés”, “Eso
deberías hacerlo siempre”, “Tenemos que salir más”, “Nunca
visitamos a nuestros parientes”, “Nunca vamos al cine”, “Nunca
salimos a cenar”, “Tendríamos que conversar con más
frecuencia”. Es como que le damos un toque de aspecto
cuantitativo. Alguien me decía que las palabras nunca, todo y
nada hay que utilizarlas como mucho cuidado. Sería bueno que
nos preguntemos con qué frecuencia e ir descubriendo cuántas
veces a la semana o por mes, porque estas preguntas van a
permitir conocer lo que cada uno espera y así vamos a poder
llegar y elaborar un acuerdo, un criterio, una norma en la
cual hemos participado y acordado.
Podría haber una simetría porque con el tiempo uno se
acostumbra a recibir y el otro se acostumbra a dar. Entonces
se produce una asimetría, hay más de un lado que del otro. Y
es un peligro porque el que da y no recibe no puede estar
satisfecho por mucho tiempo. Y, cuando el que da y no recibe
se despierte de este lugar, se le despierte a él también esta
insatisfacción, porque entrega, entrega y no sabe o no puede
recibir, el otro no va a estar preparado para entregarle
aquello que él va a reclamar. Por eso, en el encuentro de la
comunicación es muy importante que podamos tener en cuenta
que, para que podamos hacer una comunicación de ida y vuelta,
aprendamos también a recibir, más que a dar. Yo tenía una
amiga en la adolescencia que era muy buena, era compañera, era
consejera y siempre nos escuchaba. Pero nosotros necesitábamos
que ella pudiera compartir de su vida interior, porque siempre
nos encontrábamos en esta asimetría: nosotros recibíamos y
ella daba. Nosotros queríamos recibir de su corazón escuchar
qué sentía, qué vivía, porque a nosotros nos hacía mucho bien
también poder decirles algunas palabras que la pudieran
contener, ayudar, queríamos también sentirnos útiles para su
vida. Este puede llegar a ser un ejemplo de asimetría en
cualquiera de las relaciones en las que nos posicionamos, por
ejemplo, en el de dar y no recibimos. Creo que es importante
también aprender a ser receptor. Para eso te voy a compartir
algunos elementos que nos pueden servir.
El primer punto que me parece interesante compartirte es que
recuerdes el texto del encuentro de Jesús con Marta y María.
¿Te acordás? Marta que estaba haciendo todas las cosas de la
casa, mientras María estaba sentada a los pies del Señor
escuchando su palabra. Y Marta estaba ocupada con los
quehaceres de la casa y hace el reclamo a Jesús: “¿No te
importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile
que me ayude”. Pero el Señor aclara la importancia de la
escucha de Su Palabra, de “la escucha” podríamos decir. Veo
dos cosas: primero, esto de la escucha. Jesús es claro con
Marta, podría haber esperado que ella se sentara a sus pies;
sin embargo, terminó diciéndoselo. Él no supuso lo que Marta
iba a hacer- amén de que quizás lo sabía-, Él se lo quiso
decir también. Ése es un punto para tener en cuenta en la
escucha, quizás a veces más importante que el entregar todo el
tiempo. El otro es hacer silencio la fuerza, pero sin dar
verdadera importancia a la persona del otro. Es lo que a veces
solemos hacer y no nos ayuda a ser receptivo. “Hacer silencio
a la fuerza”, esto es “me tengo que callar y te tengo que
escuchar”, no es una verdadera escucha, distraerme y hacer
creer que escuché y entendí todo, escuchar emitiendo juicios o
pensando, mientras habla el otro, qué consejos le voy a dar,
escuchar sólo lo que me pueda ser útil o interesante o cambiar
de tema cuando algo no me interesa o me angustia, ser
demasiado cargoso absorbiendo al otro, demasiado duro cuando
le doy opiniones o le respondo sobre cosas que me molestan, no
tener nunca un gesto de afecto o de generosidad que le permita
al otro sentir que es importante para mí, creer que ya conozco
bien al otro y lo que el otro puede decir y, por lo tanto, el
asombro no va a existir respecto a lo nuevo que me pueda
compartir aquella persona que quiere entregarme parte de su
corazón.
Pensaba también en la oración, ¿le decís a Jesús qué sentís,
qué esperás? Más allá de que Él lo sabe, quiere que se lo
digas, se lo preguntes, se lo compartas, se lo acerques en la
oración. Él es real y está al lado tuyo. Cada mañana cuando
oramos está la presencia del Señor. A veces queda solamente en
la relación con Jesús nuestros malos entendidos. Nosotros
esperamos algo de Jesús, Él no nos ha garantizado que todo
esté ok. Si nos ha dicho que junto a Él vamos a llegar a un
lugar distinto y más allá de lo soñado por nosotros, pero nos
dice claramente: “El que quiera seguirme que se niegue a sí
mismo, cargue con su cruz y me siga”. No ha prometido
acompañarnos, ser providente: “Yo estaré hasta el fin de los
tiempos con ustedes”. Son las promesas de los que nos podemos
tomar y desde allí, en relación al Señor, poder armar todas
nuestras expectativas en torno a sus promesas.
Los malos entendidos se producen por errores comunes, que es
importante que los podamos identificar. Para que exista una
buena comunicación hay que dar un paso indispensable: tratar
de interpretar bien al otro, comprenderlo, entender lo que
pasa por su intimidad, lo que quiere decir cuando habla, pero
no desde mis criterios, sino abriéndome, escuchando,
recibiendo, porque si no voy a estar parado siempre desde ese
lugar. Es un paso grande, al que, quizás, no estamos
acostumbrados: darle el beneficio al otro de que puede ser
distinto de lo que yo pienso, de que puede estar fuera de mis
propios esquemas y, desde allí, a voy a poder establecer esto
que se llama empatía, ponerme en el lugar del otro y poder
alcanzar una comprensión profunda y verdadera.
En realidad, uno se siente comunicado con el otro cuando
comprende bien lo que el otro vive y cuando se siente
comprendido por el otro. Lo hemos compartido infinidad de
veces en el programa, esta sensación de cuando “nos sacamos
las caretas de manera sencilla, humilde frente al otro y
ponemos el corazón en la mesa, te aseguro que los beneficios
son mucho mayores y aprendemos a reconocer lo que tenemos
nosotros, lo que podemos dar, a aceptarnos a nosotros mismos
en cosas que no podemos darle al otro y proponerle lo que sí
podemos darle. Tener la conciencia de que el otro también
tiene sus límites y no puede más de lo que yo le estoy
exigiendo. Pero para eso hay que conocerlo y tenemos que
abrirnos a descubrir lo que hay adentro de él.
Confirmamos que es inútil pensar que, si el otro me ama de
verdad, tendría que saber lo que necesito, quedarnos parados
en ese lugar, porque por ahí es muy fácil ubicarnos. ¿Por qué?
Porque la responsabilidad total le tiene el otro, que el otro
venga a mí, que me dé lo que yo estoy esperando. ¿Y si no
sabe? ¿Cómo se puede acercar? ¿Cómo puede darme aquello que no
sabe o no conoce? ¿Y por qué tengo que suponer? Quizás es útil
declarar nuestros deseos de manera abierta y clara, porque
quien nos ama verdaderamente también tiene derecho a saber lo
que nos pasa. Para él no es una molestia escuchar lo que me
pasa, si realmente me ama. Pensá eso: si la otra persona te
ama de verdad, lo que vos le vayas a contar, a acercar no lo
va a despreciar, lo va a tener en su corazón y con esa
confianza acercarse, poder procurar el encuentro.
Estamos llamados a amar en la verdad y desde la verdad.
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