Lo más importante de la Psicología, la Neurología y la Inmunología

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Lo más importante de la Psicología, la Neurología y la Inmunología es que en la práctica son Psiconeuroinmunología, es
decir, que no pueden ser separadas. Hay algo invisible que las une, un campo de relaciones que es en última instancia Juan
o Juana, el hombre o la mujer, sujetos en el contexto de su humanidad. En esa humanidad, nuestra ciencia médica puede
ser significativa, pues una medicina sin sujeto no tiene objeto.
Cuando les practicamos un masaje tibetano -un masaje profundo sobre la cadena ganglionar simpática, cerca del plexo
solar- observamos que ocasionalmente el paciente empieza a llorar y a sollozar profundamente, no precisamente por el
dolor físico que despierta el masaje en sí. Es un dolor emocional que puede tener tintes de ira, tristeza o angustia profunda
retenida. ¿De dónde viene ese dolor no mediado por palabras o recuerdos conscientes? Las emociones no están solamente
en el cerebro; el sistema límbico es un gran procesador emocional que se prolonga desde el cerebro y la medula espinal
hasta el sistema ganglionar simpático, sus terminales nerviosas periféricas y la misma piel.
Así, un simple trauma físico puede evocar un dolor que trasciende el mero impacto externo, pues se inscribe en un
contexto en el que también está la memoria de antiguas cicatrices emocionales con sus dolores y sus aprendizajes. Una
memoria no local se extiende por una intrincada red de conexiones moleculares, neurales y energéticas, que hacen de los
niveles físico y lo psíquico aspectos de una sola red de inteligencia. Nos podemos explicar porqué entonces masajes
profundos -como los empleados en el Rolfing por ejemplo- pueden desencadenar recuerdos vivos de alto contenido
emocional.
Aprender es vivir
Sabemos hoy que todos los sistemas orgánicos son sistemas de aprendizaje. Así el sistema nervioso autónomo, el sistema
inmune y el sistema endocrino, que integramos en la psiconeuroinmunología, son susceptibles al condicionamiento,
condición esencial para el aprendizaje condicionado. Tenemos una memoria inmunológica que podemos expandir a través
del contacto con los gérmenes y que es modulada también por nuestra vida emocional. Aprendemos de las emociones
como de los virus; muchas de nuestras enfermedades son patrones de respuesta neural, emocional e inmune que hemos
aprendido. Y así como podemos fortalecer el sistema inmune en caso de ausencia de respuesta o desensibilizarlo en caso
de hiperreactividad, también podemos descondicionar y desaprender pautas de reacción anómalas frente a estímulos
físicos o psíquicos.
El sistema nervioso vegetativo, denominado sistema nervioso autónomo, no es autónomo, pues sus respuestas pueden ser
programadas a través del aprendizaje condicionado. En las primeras décadas del siglo pasado el investigador ruso Bikov,
alumno aventajado de Pavlov, demostró que era posible inducir en este sistema neurovegetativo una respuesta
condicionada; así le fue posible experimentalmente condicionar los movimientos intestinales, y a través de este
condicionamiento, inducir incluso la muerte por un shock neurovegetativo. Un ejemplo claro de esto, es que si a un perro
se le inyecta solución salina hipertónica por a través de una cánula rectal, inducimos una deshidratación que puede dar
origen a un shock hipovolémico. Al cabo de unas cuantas sesiones se produce una respuesta condicionada, consistente en
que con sólo colocar la cánula (sin solución salina) el animal puede morir por un shock hipovolémico. Es decir, el sistema
“autónomo” asocia la cánula a todo el complejo proceso neurovegetativo desencadenado antes por la solución salina
hipertónica.
Algo similar ocurre con las disautonomías que son disritmias severas del sistema nervioso vegetativo, cada vez más
frecuentes en la práctica clínica. El sistema neurovegetativo se sensibiliza a un conflicto psíquico, por ejemplo el conflicto
de una pérdida afectiva, o a un evento físico como la radiación electromagnética. Cada nueva exposición a la experiencia
conflictual genera una respuesta dramática e inconsciente, mediada por la reacción desordenada del neurovegetativo, que
en este caso induce alteraciones en el tono cardiovascular. Una vez que el patrón de respuesta anómalo ha sido
programado, al contacto con inductores similares -y no necesariamente idénticas- el organismo responde con la misma
respuesta condicionada o aprendida. Sólo que cada vez la respuesta tiende a magnificarse, como es el caso en las alergias.
Intuimos aquí que, analógicamente consideradas, muchas respuestas exageradas frente a estímulos relativamente banales
tienen como base el mismo patrón de sensibilización que observamos en las reacciones alérgicas. El proceso común en las
alergias y las disautonomías pareciera ser el condicionamiento de los sistemas inmune en el primer caso y neurovegetativo
en el segundo, pues ambos están sujetos al aprendizaje condicionado.
La respuesta biológica y el condicionamiento
La interpretación de un evento aparentemente banal, como la visión de una cucaracha, está así ligada al condicionamiento
previo que determina la intensidad y modalidad de la respuesta. Podemos decir lo mismo de una gran cantidad de
estímulos que pueden desencadenar desde alteraciones digestivas hasta trastornos neurovegetativos e inmunes, aunque
en si mismos no tengan capacidad de inducir respuestas fisiológicas. Son los eventos significativos que alguna vez se le
asociaron los que dotan a estímulos inocuos con un poder patógeno o terapéutico. En el primer caso hacemos referencia al
efecto placebo. En el segundo al menos bien reconocido efecto nocebo, que es fundamental no sólo para entender la
dinámica oculta de muchas enfermedades sino para reconocer la importancia de una relación terapéutica más humana.
Un estímulo tiene un valor de información en el contexto de un lenguaje complejo, y ese lenguaje no es más que la vida de
cada quien. Única. Nunca podríamos decir, por ejemplo, que la muerte de la madre produzca amenorrea, o que
forzosamente un examen final provoque la disminución de la inmunidad celular, pero estos hechos clínicos frecuentes se
asocian a un código de lectura programado en cada sujeto. Este código puede ser común para unidades familiares y
culturas enteras, y está determinado no sólo por las programaciones, que provienen del pasado, sino por las expectativas,
que se refieren a lo que se espera del futuro.
El sistema neurovegetativo es responsable de elaboradas respuestas adaptativas que involucran el sistema límbico y que
conocemos como respuestas de ataque o de fuga. Estas estrategias de adaptación ascienden con la evolución hasta la
respuesta de relajación, una respuesta de no resistencia en la que se instala una fisiología de economía energética,
caracterizada por un equilibrio neurovegetativo con tendencia al predomino del sistema parasimpático. Las dos primeras
respuestas -ataque o fuga- son de predominio simpaticotónico e involucran una participación global de todo los sistemas
humoral y endocrino, simplemente porque estos dos no está separados del sistema neurovegetativo, como concebimos
habitualmente en la medicina convencional.
Toda respuesta adaptativa es psiconeuroinmunoendocrina, pues el ser, indivisible en su conciencia implícita, es el generador
de la respuesta.
La primera frontera de relación con el mundo es de índole neurovegetativo. Ya un abrazo afectuoso genera una respuesta
parasimpática: Sensación de plenitud, vasodilatación periférica, por lo que se sonrojan las mejillas, sentimiento de paz y
serenidad. Se redistribuye la sangre y cambia nuestra fisiología. Esta respuesta parasimpática genera una actitud de
apertura que facilita la comunicación y la reciprocidad en la relación, lo que a su vez fortalece nuestros soportes
relacionales. -Y, como ya vimos, éstos son un indicador mayor de nuestra de nuestra salud-.
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