Domingo 5º Tiempo Durante el Año. Ciclo B.

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Domingo 5º Tiempo Durante el Año. Ciclo B. domingo 5 de febrero de 2012
Job 7, 1-4. 6-7
1º Cor 9, 16-19. 22-23
Mc 1, 29-39
“Soy presa de la inquietud hasta la aurora”
“Ay de mí si no predicara el evangelio”
“Sanó a muchos que sufrían muchos males”
Evangelio
Jesús salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón
estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato. Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar.
Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.
Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad
entera se reunió delante de la puerta. Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y
expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era Él.
Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo
orando. Simón salió a buscarlo con sus compañeros, y cuando lo encontraron, le dijeron: «Todos te andan
buscando». El les respondió: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque
para eso he salido». Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios.
Comentario
Las curaciones del Señor
El evangelio de este domingo, continúa relatando la actividad de Jesús, después de curar el sábado al
hombre endemoniado en la Sinagoga de Cafarnaúm. Se dirige ahora a la casa de Simón, que llamará luego
Pedro, y de su hermano Andrés. Lo acompañan otros dos discípulos, Santiago y su hermano Juan. Le
comentan de la enfermedad de la suegra de Pedro. Según los datos de la Escritura el apóstol estaba casado,
y posiblemente fuera viudo. Jesús también se preocupa de los familiares de sus discípulos, cuanto más de
aquel que será la piedra de la Iglesia. Dice el relato:
“Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos”
El papa Benedicto hace un magnífico comentario de este breve pasaje y de este milagro.
“El evangelio que acabamos de escuchar comienza con un episodio muy simpático, muy hermoso, pero
también lleno de significado. El Señor va a casa de Simón Pedro y Andrés, y encuentra enferma con fiebre a
la suegra de Pedro; la toma de la mano, la levanta y la mujer se cura y se pone a servir. En este episodio
aparece simbólicamente toda la misión de Jesús. Jesús, viniendo del Padre, llega a la casa de la
humanidad, a nuestra tierra, y encuentra una humanidad enferma, enferma de fiebre, de la fiebre de las
ideologías, las idolatrías, el olvido de Dios. El Señor nos da su mano, nos levanta y nos cura. Y lo hace
en todos los siglos; nos toma de la mano con su palabra, y así disipa la niebla de las ideologías, de las
idolatrías. Nos toma de la mano en los sacramentos, nos cura de la fiebre de nuestras pasiones y de
nuestros pecados mediante la absolución en el sacramento de la Reconciliación. Nos da la capacidad de
levantarnos, de estar de pie delante de Dios y delante de los hombres. Y precisamente con este contenido de
la liturgia dominical el Señor se encuentra con nosotros, nos toma de la mano, nos levanta y nos cura siempre
de nuevo con el don de su palabra, con el don de sí mismo. Pero también la segunda parte de este episodio
es importante; esta mujer, recién curada, se pone a servirlos, dice el evangelio. Inmediatamente comienza a
trabajar, a estar a disposición de los demás, y así se convierte en representación de tantas buenas mujeres,
madres, abuelas, mujeres de diversas profesiones, que están disponibles, se levantan y sirven, y son el alma
de la familia, el alma de la parroquia”. (Homilía del Papa Benedicto XVI; domingo 5 de febrero de 2006)
Jesús es el médico divino de nuestras almas y de nuestros cuerpos. Se inclina con misericordia ante
tanta gente abatida y marcada por el sufrimiento, la enfermedad y el dolor, que acude con esperanza a Él.
Compadecido, sana a los enfermos y libera a los endemoniados. Y esto ocurrió al atardecer, después de
ponerse el sol, para cumplir con el descanso sabático. Pero también comparte la cena con sus amigos en la
misma casa de Pedro luego de una jornada muy exigente. Duerme y descansa. El Señor al amanecer sale a
orar a un lugar desierto. Lo encuentran sus discípulos y le comunican que la gente lo necesita. Y el Señor,
sale nuevamente a predicar.
Los enfermos de nuestro mundo
Los comentadores bíblicos llaman a este relato de San Marcos, “un día en la vida de Jesús”. Vemos al
Señor que sana, libera, ora y predica. La fuerza de su oración, es lo que enmarca su actividad y da centralidad
a toda su tarea. Su Padre está en el centro de su jornada. Es lo que vitaliza su encuentro con la enfermedad y
el mal.
Marcados en el mundo por el activismo, fácilmente podemos olvidarnos y perder a Dios como centro y
sentido de la existencia. Como dice el Papa Benedicto XVI en el texto citado anteriormente, “donde no hay
Dios tampoco se respeta al hombre” y por tanto tampoco la vida humana desde la concepción. Vale leer su
mensaje:
“En efecto, constatamos que, a pesar de que existe en general una amplia convergencia sobre el valor de la
vida, cuando se llega a este punto —es decir, si se puede, o no, disponer de la vida—, dos mentalidades se
oponen de manera irreconciliable. De una forma más sencilla podríamos decir: la primera de esas dos
mentalidades considera que la vida humana está en las manos del hombre; la segunda reconoce que está en
las manos de Dios”.
Que bien hace, desde la mañana comenzar el día con la oración. Antes del mate, de la radio, de la
televisión o de otra actividad. Que el primer pensamiento sea para Dios, y continuar manteniendo su
presencia cuando nos vestimos, ofreciendo la jornada. Aprendí una oración, que decía San Josemaría
Escrivá, que la repito cuando me levanto, que se las dejo para si alguien la quiere aprender:
“Todos mis pensamientos, todas mis palabras y mis obras todas, te las ofrezco Señor en este día, y mi vida
entera por Amor”.
Junto con la oración, podemos tener más presente, por el evangelio de este domingo, al mundo de los
enfermos, que a veces padecen no solamente el sufrimiento sino la soledad y la falta de esperanza.
Cuanto bien pueden hacer con caridad y comprensión, con palabras de aliento y sentido cristiano del
dolor, los que los visitan y el profesional médico o personal de la salud. Dice el Salmo 146, que Dios es
nuestro consuelo, hermosa oración que se puede compartir con ellos:
¡Qué bueno es cantar a nuestro Dios, qué agradable y merecida es su alabanza! El Señor reconstruye a
Jerusalén y congrega a los dispersos de Israel. Sana a los que están afligidos y les venda las heridas”.
Podemos ayudar a los enfermos a orar, a orar con ellos y por ellos. San Josemaría, alentaba a una
enferma muy grave a santificar el dolor, a ofrecerlo y ganarse el cielo. Dice en el libro camino nº 208:
“Bendito sea el dolor. —Amado sea el dolor. —Santificado sea el dolor... ¡Glorificado sea el dolor!”
Hay situaciones penosas, difíciles en la vida, que pueden exclamar como lo hizo Job, en la primera
lectura:
“Como un esclavo que suspira por la sombra, como un asalariado que espera su jornal, así me han tocado en
herencia meses vacíos, me han sido asignadas noches de dolor. Al acostarme, pienso: ¿Cuándo me
levantaré? Pero la noche se hace muy larga y soy presa de la inquietud hasta la aurora”.
Esa oscuridad del sufrimiento tiene que ser llenada por Dios e iluminada por su palabra. San Pablo, lo
advierte también en la segunda lectura: “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!
Los enfermos, juntos con los niños son el tesoro de la Iglesia, fermento de apostolado. Ellos pueden
hacer mucho por la evangelización del mundo. Decía Santa María Magdalena de Pazzi, Carmelita de
Florencia: “Ya que me has dado el dolor, concédeme también el valor”
Que el Señor, nos permita vivir a pleno el día, a ofrecerlo, a trabajar bien, a hacer el bien a todos, a
orar mucho, a no pasar de largo ante el sufrimiento y a continuar anunciando la buena noticia, que Jesús nos
ama y nunca nos abandona.
Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario
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