La indiferencia global y su antídoto (Mons. Zornoza).

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El Obispo de Cádiz y Ceuta
La indiferencia global y su antídoto
La isla de Lampedusa, testigo de la muerte de miles de inmigrantes
desesperados por salir de la miseria y la violencia, lo ha sido también de la
visita del Santo Padre que, la semana pasada, se trasladó allí. Lleno de
fuerza profética, el papa Francisco habló de "la cultura que nos lleva a
pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles a los gritos de los demás,
nos hace vivir en burbujas de jabón, que son hermosas, pero no son nada,
son la ilusión de la vanidad, lo temporal, la indiferencia hacia los demá s. Lo
tituló con acierto como la "globalización de la indiferencia".
Nos hemos acostumbrado al sufrimiento de los demás que no nos
concierne, o no nos importa; ¡no es nuestro negocio!" Esta "globalización de
la indiferencia" es una auténtica lacra de nuestro tiempo que ha perdido la
capacidad de "sufrir con", es decir de la auténtica "com-pasión".
El Santo Padre, sin embargo fue más allá. No hizo sólo un llamamiento más
a la solidaridad. A mi entender, proporcionó un aldabonazo a nuestra forma
de mirar la vida. Somos sensibles tan solo a lo que está cerca de nosotros,
a quienes vemos sufrir con nuestros propios ojos: a las familias de nuestro
barrio que sufren el desempleo, a los indigentes que encontramos en
nuestras calles. Esto tiene un gran valor. Pero en una sociedad
sentimentalizada donde priman las emociones sobre las verdades, se nos
saltan las lágrimas por ciertas cosas, pero no por otras, gravísimas a veces.
Ya no nos conmueve el desprecio de la vida, la destrucción de la familia
que deja a su paso un tremendo campo de batalla lleno de heridos de
guerra, ni el desinterés por el bien común.
Abramos ahora los ojos con él ante los emigrantes, porque es una realidad
que llega a nuestras vidas a través de números y estadísticas, noticias
continuas que ya no nos inmutan. Ayer mismo Salvamento Marítimo recogió
otro muerto al sur de Cabo Roche. Estos días atrás 5, 10 o más.
Escuchamos fríamente que el número de los inmigrantes ilegales en
España ha crecido en un 20 %" . Bajo el nombre de "inmigrante ilegal" se
esconde una indiferencia terrible, como si no fuese con nosotros, como si
en realidad su situación legal les hiciese menos dignos que cualquiera de
nosotros. Es muy importante que se incrementen las políticas de ayuda a
los países de origen para que puedan darse las condiciones de justicia y
paz que les permita vivir sin tener que huir de sus casas abandonando
familia, hogar y patria. Pero, de modo más próximo se extiende una
mentalidad por la que la palabra "ilegal" se convierte en una excusa que
permite admitir un trato de desigualdad con respecto a los inmigrantes. Me
refiero a los contratos "ilegales" en el campo, en el servicio doméstico, etc.
que consideran "normal" un trato vejatorio y discriminador de estas
personas.
Una sociedad civilizada debe ser sensible y buscar soluciones justas, que
respeten la dignidad y la igualdad de todos. Nuestra comunidad cristiana,
comenzando por la parroquial, debe asumir la mirada compasiva de los ojos
de Dios para acogerles e integrarles en la vida parroquial ordinaria, hasta
que se sientan parte de la comunidad. Es un reto para el que nos estamos
disponiendo con dedicación creciente. El Estrecho es nuestro Lampedusa.
Y no podemos mirar hacia otro lado. Con el Papa Francisco tenemos que
pedir a Dios "la gracia de llorar por nuestra indiferencia, la crueldad que hay
en el mundo, en nosotros, incluso aquellos que desde el anonimato pueden
tomar decisiones con las condiciones socioeconómicas para allanar el
camino de dramas como éste".
La responsabilidad no es de otros, es de cada uno de nosotros. Las fuerzas
que cambian el corazón de una persona son las que pueden cambiar el
mundo entero. Examinemos nuestra conciencia y pongámonos manos a la
obra.
En nuestra diócesis de Cádiz existen varios Centros de Internamiento de
Extranjeros (CIES) de los repartidos por toda España. Allí se encuentran
estos inmigrantes, pobres supervivientes sin nada más que su vida
rescatada de mil desdichas. Son ilegales, no delincuentes, pero la gente no
distingue tanto, porque están "presos", en una situación jurídica extraña que
pide a voces una solución. La Iglesia lucha para regular la presencia de
capellanes y agentes de pastoral en estos centros para poder atenderles
con cercanía y cuidado. Porque, además, su misión continúa cuando salen
de allí, si es que no son repatriados. Si escuchásemos el aldabonazo de
Lampedusa se podría evitar mucho sufrimiento.
La caridad de los voluntarios, sacerdotes y fieles que se les acercan, es
anónima para nosotros, pero ellos nunca olvidarán que en sus rostros
encontraron la ternura de Dios y la respuesta a sus angustiadas oraciones.
Ciertamente hay también una globalización silenciosa de la caridad y hay
miles de personas que se preocupan por la suerte de sus hermanos.
Porque, junto a las trágicas muertes en el mar, conviven quienes acogen a
los vivos y entierran a los muertos, cuantos comparten su aflicción y les
ayudan con sus bienes. He aquí en antídoto.
El Papa ha hecho al mundo y a cada uno de nosotros estas tres
inquietantes preguntas: "Adán, ¿dónde estás? Caín ¿dónde está tu
hermano? ¿Quién de nosotros ha llorado por este hecho y por hechos como
este?". Son preguntas para el hombre que "piensa que será poderoso, que
podrá dominar todo, que será Dios". Pero que vive "equivocado" y
"desorientado" porque ha perdido la armonía con la creación, consigo
mismo y con los demás.
El "otro", ya no es "un hermano a quien hay que amar sino simplemente
alguien que molesta en la vida, en mi bienestar". El sueño y la quimera de
"ser Dios", lleva al hombre a cometer "una cadena de errores, le lleva a
derramar la sangre del hermano". Dios nos pregunta aún, "¿dónde está tu
hermano?" Porque tantos "no estamos atentos al mundo en que vivimos, no
nos ayudamos, no protegemos lo que Dios ha creado para todos. Y cuando
esta desorientación alcanza dimensiones mundiales, se llega a tragedias
como ésta a la que hemos asistido".
"La pregunta ¿dónde está tu hermano? - ha insistido el Papa- no va dirigida
a otros. Es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros". No
responder adecuadamente nos hace cómplices de un mal que pronto se
volverá también contra nosotros.
+ Rafael Zornoza Boy, Obispo de Cádiz y Ceuta
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