VI Domingo del Tiempo Ordinario (Mc 1,40-45)

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VI Domingo del Tiempo Ordinario
Se le quitó la lepra y quedó limpio
(Mc 1,40-45)
ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 30,3-4)
Sé la roca de mi refugio, un baluarte donde me ponga a salvo, tú que eres mi roca y mi baluarte; por
tu nombre dirígeme y guíame.
ORACIÓN COLECTA
Señor, tú que te complaces en habitar en los limpios y sinceros de corazón; concédenos, vivir de tal
modo la vida dela gracia que merezcamos tenerte siempre con nosotros.
PRIMERA LECTURA (Lev 13,1-2.44-46)
Vivirá solo el leproso y tendrá su morada
Lectura del Libro del Levítico
El Señor dijo a Moisés y a Aarón: «Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una
mancha en la piel, y se le produzca la lepra, será llevado ante el sacerdote Aarón, o cualquiera de
sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra: es impuro. El sacerdote lo declarará impuro
de lepra en la cabeza. El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado,
con la barba tapada y gritando: «¡Impuro, impuro!» Mientras le dure la lepra, seguirá impuro; vivirá
solo y tendrá su morada fuera del campamento.»
SALMO RESPONSORIAL (Sal 31)
R/.Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.
Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito. R/.
Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R/.
Alegraos, justos, y gozad con el Señor;
aclamadlo, los de corazón sincero. R/.
SEGUNDA LECTURA (10, 3 1 -11, 1)
Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios
Hermanos: Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios.
No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios, como yo, por mi
parte, procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para
que se salven. Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO (Lc 7,16)
R/. Aleluya, aleluya
Un gran profeta ha surgido entre nosotros
R/. Aleluya, aleluya
EVANGELIO (Mc1, 40-45)
La lepra se le quitó, y quedó limpio
Lectura del santo evangelio según san Marcos
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes
limpiarme.» Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.» La
lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se
lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo
que mandó Moisés.» Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grades ponderaciones, de
modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en
descampado; y aun así acudían a él de todas partes.
Se dice «Credo»
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Señor, que esta oblación nos purifique y nos renueve, y sea causa de eterna recompensa para los que
cumplen tu santa voluntad.
ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Sal 77, 29-30)
Comieron y se hartaron, así el Señor satisfizo su avidez.
o bien
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que
crean en él, sino que tengan vida eterna.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Alimentados con el manjar del cielo, te pedimos, Señor, que apetezcamos siempre las fuentes de
donde brota la vida verdadera.
Lectio
Concluimos con este domingo la primera parte del tiempo Ordinario para dar paso al tiempo de
Cuaresma.
Este Domingo, leemos el último de la serie de milagros inaugurales, en el que se presenta a Jesús en
el máximo de su reconocimiento en Galilea: “Acudían a él de todas partes” (1,45).
Estructura del Texto
- Encuentro entre Jesús y el leproso (1,40a)
- Curación del leproso (1,40b -42)
Solicitud de la curación (1,40b)
Curación (1,41)
Constatación de la curación (1,42)
- Envío del hombre sanado (1,43-44)
- El hombre sanado pregona la curación: el primer misionero de Jesús (1,45)
Meditación
La Iglesia en su gran sabiduría nos regala hoy en la Palabra de Dios las lecturas que nos ayudarán a
reconocer la gravedad del pecado en nuestra vida, a contemplar la fe de este leproso, marginado,
socialmente considerado impuro, y nos permite a la vez, contemplar a Jesús quien con su poder
rompe la barrera de la marginación, toca al leproso y lo limpia.
En la primera lectura, el escritor sagrado nos dice “si está manchado” expresión que significa,
reconocer nuestro pecado, tomar conciencia de haber fallado de haber roto la amistad con Dios
debido a nuestras acciones que no van acorde al plan de Dios de amarlo sobre todas las cosas y al
prójimo como a nosotros mismos.
Estar manchado o en pecado, equivale a tener rasgada la vestidura blanca, que como signo
recibimos el día de nuestro bautismo; “llevará la ropa rasgada” es un ejemplo acertado para indicar
las consecuencias graves del pecado en nuestra vida personal, en nuestra felicidad, o en nuestro
proyecto de vida, en ese caminar personal, nos hace ver mal vestidos, aunque ante el mundo y la
sociedad tal vez nos mostremos, como personas talentosas y exitosas pero, si tenemos nuestro
vestido rasgado, que es nuestra alma, no nos sirve de nada, porque de qué le sirve al hombre ganar
el mundo entero si pierde su alma, y no podemos entrar al banquete de bodas, es decir a la patria
celestial.
Estar manchado trae como consecuencia aislarnos de la comunidad, “estará aislado” el pecado daña
nuestra relación con los demás, destruye la familia, destruye la vida de comunidad; piensa en
quienes dejaste perder por tu pecado; piensa en el dolor que has causado a tus padres, las lágrimas
que has causado a tu madre. El pecado te aísla y destruye lo que más quieres, de igual forma que el
pecado de otros te ha causado dolor, sin sabores y tristeza.
El pecado es el causante de la infelicidad del ser humano; Dios nos hizo para ser felices, nos dio el
paraíso, pero nuestro pecado nos ha desterrado del mismo y a causa de ello encontramos tanto
dolor, tristeza, sufrimiento en la vida de los hijos de Dios creados para la felicidad.
Ante esta realidad existen dos caminos el primero y poco edificador: no reconocernos pecadores,
pensar que todo está bien que no hay necesidad de arrepentimiento y rectificación, que yo hago con
mi vida lo que quiero, que nadie tiene derecho a juzgarme y que no necesito de nadie, que puedo
salir solo de esa situación; el segundo es hacer lo del leproso del Evangelio: se acercó a Jesús un
leproso, suplicándole de rodillas: “Si quieres, puedes limpiarme,” es acercarnos a Jesucristo, es
buscarlo porque hemos fallado, es saber que Él es el médico de los cuerpos y de las almas que ha
venido para salvarnos, para rescatar el hombre perdido por el pecado, acercarnos es tener la
esperanza cierta de ser curados y perdonados por Él.
De Jesucristo siempre escucharemos “Quiero: queda limpio” porque un corazón contrito y
humillado el Señor no lo desprecia, al contrario, lo acoge con amor y lo sana, lo recibe como al hijo
pródigo y lo sana como buen samaritano. Si has pecado si has caído busca a Jesús que te está
esperando en el sacramento de la Confesión busca al sacerdote, lo dice la primera lectura y el
Evangelio “ve donde el sacerdote” te considerará sano o enfermo, deja de lado tu orgullo y no
permitas que pensamiento erróneos que afirman “para confesarme con un hombre más pecador que
yo”, roben la oportunidad de quedar limpio de saberse perdonado por Jesús por Dios, que solo
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
Como bien afirma san Anselmo: «El alma debe olvidarse de ella misma y permanecer totalmente
en Jesucristo, que ha muerto para hacernos morir al pecado, y ha resucitado para hacernos
resucitar para las obras de justicia». Jesús quiere que recorramos el camino con Él, quiere
curarnos. ¿Cómo respondemos? Hemos de ir a encontrarlo con la humildad del leproso y dejar que
Él nos ayude a rechazar el pecado para vivir su Justicia.
Oración
Gracias, Padre, porque Jesús, curando a los leprosos nos mostró que el amor no margina a nadie,
sino que regenera a la persona, restableciéndola en su dignidad.
Cada sanación de Cristo nos habla de su corazón compasivo y nos confirma en la venida de tu amor
y de tu reino. Siguiendo su ejemplo, danos, Señor, un corazón sensible al bien de los hermanos, para
saber dialogar contigo en la fe.
Danos disponibilidad para escuchar tu palabra, sin encerrarnos en el monólogo egocéntrico y estéril
de nuestra propia seguridad. Y concédenos superar todas las crisis y dificultades de la fe en nuestro
camino hacia la indispensable madurez cristiana.
Apéndice
DEL CATECISMO DE LA IGLESIA
El enfermo ante Dios
1502: El hombre del Antiguo Testamento vive la enfermedad de cara a Dios. Ante Dios se lamenta
por su enfermedad y de Él, que es el Señor de la vida y de la muerte, implora la curación. La
enfermedad se convierte en camino de conversión y el perdón de Dios inaugura la curación. Israel
experimenta que la enfermedad, de una manera misteriosa, se vincula al pecado y al mal; y que la
fidelidad a Dios, según su Ley, devuelve la vida: «Yo, el Señor, soy el que te sana» (Ex 15,26). El
profeta entrevé que el sufrimiento puede tener también un sentido redentor por los pecados de los
demás. Finalmente, Isaías anuncia que Dios hará venir un tiempo para Sión en que perdonará toda
falta y curará toda enfermedad.
1503: La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda
clase son un signo maravilloso de que «Dios ha visitado a su pueblo» (Lc 7,16) y de que el Reino de
Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los
pecados: vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan. Su
compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: «Estuve enfermo y me
visitasteis» (Mt 25,36). Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo largo de
los siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su
cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren.
1504: A menudo Jesús pide a los enfermos que crean. Se sirve de signos para curar: saliva e
imposición de manos, barro y ablución. Los enfermos tratan de tocarlo, «pues salía de él una fuerza
que los curaba a todos» (Lc 6,19). Así, en los sacramentos, Cristo continúa «tocándonos» para
sanarnos.
Jesús escucha la oración
2616: La oración a Jesús ya ha sido escuchada por Él durante su ministerio, a través de los signos
que anticipan el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada
en palabras, o en silencio. La petición apremiante de los ciegos: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de
David!» (Mt 9,27) o «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» (Mc 10,48) ha sido recogida en
la tradición de la Oración a Jesús: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador».
Sanando enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria del que le
suplica con fe: «Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!».
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