El boticario Homais

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ÁMBITO FARMACÉUTICO
Historia de la farmacia
La obra cumbre de Flaubert,
Madame Bovary, gira en torno
a tres personajes: Emma,
romántica, soñadora
e insatisfecha; su marido
Charles, bondadoso,
conformista y resignado,
y el farmacéutico Homais,
anticlerical, progresista
y arribista, que es el gran
vencedor de la novela. En él
vertió Flaubert su rencor y su
fascinación por la burguesía,
y su retrato es tan certero
que Homais se ha convertido
en uno de los farmacéuticos
más famosos del siglo XIX.
El boticario Homais
Madame Bovary o la irresistible ascención
de un farmacéutico rural
laubert eligió al boticario Homais como prototipo del burgués pseudocientífico y trabajó con
tanto acierto su personaje que casi lo convirtió
en el protagonista de Madame Bovary, que es el retrato
de una mujer insatisfecha pero también la disección y
despiece de una clase social, la burguesía francesa de
provincias.
F
Un ajuste de cuentas
Hay muchas lecturas posibles de Madame Bovary, el
único éxito de Flaubert: el retrato psicológico de la insatisfacción de una mujer, confinada en el ámbito doméstico y que se evade a través de la exaltación amorosa; la sátira de las formas de vida burguesa; una obra a
la vez misógina y misántropa, en la que Flaubert evidencia su desprecio por el hombre y su menosprecio
hacia la mujer; una burla de la vida provinciana, asfixiante y rutinaria. Éstas son algunas de las lecturas posibles, pero queda todavía otra, que posiblemente sea la
más certera: Madame Bovary como un ajuste de cuentas
entre Flaubert y sus enemigos: la burguesía en particular y Francia en general, toda una forma de vida que
tiene sus orígenes en cuanto Flaubert despreciaba: la
religión, las conveniencias, la mojigatería, la ilustración
entendida como elogio de las masas, el progresismo.
Todo esto repugnaba a Flaubert y sus tres principales
novelas (Madame Bovary, La educación sentimental y Bouvard y Pécuchet) son tres andanadas contra una burguesía
que le irritaba hasta la náusea.
El final de La educación sentimental es un ejemplo del
desprecio que Flaubert experimentaba hacia su clase,
desdén que extendía también a los trabajadores, como
se evidencia en unas páginas memorables de la novela,
JUAN ESTEVA DE SAGRERA
CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA FARMACIA. FACULTAD DE FARMACIA. UNIVERSIDAD DE BARCELONA.
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en las que ridiculiza las opiniones de los revolucionarios utilizando para ello datos extraídos de los periódicos de su época. En las últimas páginas de La educación
sentimental, el protagonista declara que el momento
más dichoso de su vida fue el encuentro fugaz con una
prostituta, lo que constituye un brutal corolario para
un texto dedicado a la educación sentimental del protagonista en el marco político de la Revolución de
1848. Con ese exabrupto, Flaubert lanzaba un escupitajo al amor burgués. Su héroe confiesa que la relación
efímera con una prostituta fue más gratificante que el
amor platónico y que el amor sentimental. Esa frase era
un ajuste de cuentas, como lo es Madame Bovary, una
descarnada y fría disección de una sociedad que para
Flaubert estaba muerta: la burguesía francesa. En su
novela no queda títere con cabeza y la única persona
noble, el fiel esposo Charles, es descrito como un pobre hombre, un pusilánime, mientras triunfan la ambición y el egoísmo de los comerciantes, como Lhereux
y el boticario Homais.
Un autor invisible
Una de las paradojas de Madame Bovary es que su protagonista no aparece hasta bien avanzada la novela y
que fallece antes de que la obra finalice. Las primeras
páginas están dedicadas a relatar la vida anodina de
Charles: su etapa escolar y sus estudios de medicina, su
matrimonio por conveniencia, la viudez, su mediocri-
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dad profesional. Luego aparece Emma y Flaubert disecciona las diferentes fases del amor burgués: la satisfacción del marido, el aburrimiento de la mujer, su refugio en un ambiente mundano, los gastos excesivos y
los sucesivos amantes, los ataques nerviosos, la ruina
económica, la indiferencia de sus amantes y el suicidio.
Muerta Emma, la novela prosigue con la apoteosis de
Homais, que consigue lo que con tanto ahínco buscaba: la Legión de Honor.
Acaso Emma no es la protagonista de la novela, sino
la excusa para estructurar la narración en torno al
verdadero protagonista: el mundo burgués, la asfixia
en que malviven los hombres y las mujeres por culpa
de las buenas costumbres. Para dinamitar ese mundo
que abominaba, para desnudarlo por completo y dejarlo sin defensa posible, Flaubert optó por la frialdad,
la concisión, la palabra justa, la frase minuciosamente
estudiada.
Flaubert se oculta y deja que hablen sus títeres, los
personajes de los que se sirve para su peculiar tiro al
blanco. Una estrategia literaria que tendrá un ilustre seguidor en Nabokov, otro maestro en desaparecer tras
unos personajes que son poco más que marionetas, y
de los que el gran escritor ruso ha dejado un muestrario insuperable: Humbert Humbert, Pnin, Kimbote,
Albinus. Nada mejor que desaparecer tras los personajes para que éstos pierdan toda posibilidad de salvación,
para que se desplomen abatidos por sus palabras y acciones.
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ÁMBITO FARMACÉUTICO
Historia
Un farmacéutico para la posteridad
Homais es un farmacéutico radical, anticlerical, amante
del progreso, convencido de que la ciencia está destinada a mejorar la sociedad, partidario de que la industria
transforme las relaciones sociales. Flaubert lo elige, como más tarde a los anodinos Bouvard y Pécuchet, para
demostrar su tesis favorita: si estúpidos son los conservadores, todavía más necios son los progresistas.
La botica de Homais es el establecimiento más importante de Yonville-l’Abbaye. De noche, el quinqué
permanece encendido y los globos rojos y verdes que
adornan el frontispicio reflejan dos haces de luz sobre
el suelo e iluminan la figura del farmacéutico. En letras
de oro está grabada la inscripción «Homais, farmacéutico», y en el centro se lee «Homais» estampado con letras de oro sobre fondo negro. Éste es el escenario
donde el boticario ejerce su profesión y donde practica
el intrusismo médico infringiendo el artículo 1º de la
Ley del 19 Ventoso del año XI, que prohibía el ejercicio de la medicina a quienes careciesen del correspondiente título. Es allí donde Homais dicta su magisterio
y se muestra partidario de sangrar a los curas una vez al
mes para evitarles tentaciones y debilitarles. Esta propuesta escandaliza a sus oyentes y entonces el farmacéutico manifiesta su fe:
Mi Dios es el de Sócrates, el de Franklin, el de Voltaire, el
de Béranger... no admito a un Dios campechano, que se pasee
por su jardín con el bastón en la mano, aloje a sus amigos en
el vientre de las ballenas, muera profiriendo gritos y resucite al
cabo de tres días; son estas cosas absurdas en sí mismas y, por
otra parte, completamente opuestas a todas las leyes de la física; lo cual, de paso, nos demuestra que los curas han vivido
siempre en una crasa ignorancia en la que se esfuerzan en sumir a los pueblos.
La botica de Homais es
el establecimiento más
importante de Yonvillel’Abbaye. De noche, el
quinqué permanece
encendido y los globos
rojos y verdes que
adornan el frontispicio
reflejan dos haces de luz
sobre el suelo e iluminan
la figura del farmacéutico.
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Los nombres de los hijos varones de Homais muestran sus predilecciones: Napoleón, por la gloria, Franklin en homenaje a la libertad. La grandilocuencia no
es incompatible con la tacañería y cuando Homais es
nombrado padrino de la hija de Charles y Emma, sus
regalos son algunos medicamentos de su botica: cajas
de pastillas para la tos, una botella de agua de azahar y
seis grandes trozos de azúcar cande «que había encontrado en un estante».
La feria ganadera y agrícola que se celebra en el pueblo
sirve para que Homais exhiba sus conocimientos, aunque
sea ante una posadera. La mujer se extraña de que Homais acuda a la feria y le pregunta si entiende algo del tema, a lo que Homais responde que es farmacéutico y,
por tanto, químico, y que el tema no lo es ajeno:
La química estudia la acción recíproca y molecular de todos
los cuerpos de la Naturaleza, de lo cual se deduce que la agricultura se halla comprendida en su campo... ¿Cree usted que
para ser agricultor es necesario labrar la tierra o criar gallinas?
Es más necesario conocer la composición de las sustancias de
que se trate; las capas geológicas; las acciones atmosféricas; la
calidad de los terrenos; de los minerales y de las aguas; la
densidad de los diferentes cuerpos y su capilaridad... ¡ojalá
fueran químicos nuestros agricultores! Al menos, ¡ojalá escuchasen más los consejos de la ciencia! Hace poco escribí un voluminoso opúsculo, una memoria de más de setenta y dos páginas, titulada: La sidra, su fabricación y sus defectos,
más unas nuevas reflexiones al respecto.
Emma se asfixia en el ambiente rural de provincias y
se evade mediante la ensoñación amorosa, lo que la
conducirá al fracaso; Homais también se siente prisionero de su entorno. Es un triunfador en su pueblo, pero necesita una proyección nacional, aspira a la Legión
de Honor, y para ello precisa hacer una contribución
importante a la ciencia. Tras leer un artículo que elogiaba un nuevo método para la curación de los pies deformes, concibe la idea de que en Yonville se practique
una operación de estrefopodia para poner el pueblo a
la altura de la ciencia de su época. Tantea a Emma, con
la intención de que convenza a Charles. Al mismo
tiempo, Homais persuade al infortunado Hippolyte para que se deje operar:
Yo no tengo interés alguno en este asunto. Es por ti. Lo hago
por pura humanidad. Quisiera verte libre de esa terrible tara y
de ese balanceo de la región lumbar que, aunque afirmes lo contrario, tiene que molestarte muchísimo en tus faenas.
Hyppolite accede y Charles, en presencia del boticario, realiza la arriesgada operación. Emma le apoya y
sueña con el éxito. Por fin tiene expectativas: la fama
de su esposo, la fortuna y el acceso a la sociedad mundana. Incluso Charles le parece menos feo. Homais co-
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Antisépticos y plegarias
Emma se ha estrellado
contra la realidad
de la que en vano
ha intentado huir.
Con su frivolidad ha
empeorado su
situación. Ahora ya
no sólo es la aburrida
esposa de un médico
de provincias
rre a enviar un artículo elogioso a Le Fanal de Rouen,
que concluye así: «Lo que el fanatismo prometía antaño a sus elegidos, lo realiza hoy la ciencia para todos
los hombres». Pero todo se desmorona cuando la operación fracasa. Hyppolyte se retuerce en atroces convulsiones, y el «interesante estrefópodo», como le llama
Homais, empeora gravemente. El cura y el boticario
compiten en aliviar al enfermo, sin éxito, por lo que
Charles, desolado, llama al doctor Canivet, una celebridad que trata con desdén a Charles y al boticario
por su imprudencia:
Después de declarar rotundamente que no había otra solución que amputar, se dirigió a la botica, donde se dedicó a
despotricar de los asnos que habían puesto a aquel desdichado
en semejante estado.
El fracaso de Charles repercute en la relación que
mantiene con su esposa: «Emma, sentada frente a él, le
miraba; no compartía su humillación, pero experimentaba otra: la de haber podido pensar que tal vez aquel
hombre valiera algo, cuando más de veinte veces había
comprobado su mediocridad». Homais no se altera. Su
alegre y confiada mediocridad es un caparazón que le
permite superar las críticas y termina dialogando de tú a
tú con el doctor Canivet sobre cuestiones de medicina,
mientras cae sobre Charles todo el peso del fracaso de
una operación que había sido promovida por Homais.
A partir de la fallida operación la suerte está echada:
Charles jamás emergerá de su mediocridad; Emma no
tendrá otra opción que la exaltación romántica del
amor, que la dejará indefensa en manos del egoísmo de
sus amantes; Homais continuará al acecho de cualquier
ocasión que le permita hacer avanzar las ciencia y la industria en su pueblo, enfrentarse a la superstición eclesiástica y obtener como recompensa la Legión de Honor, que le será concedida al final de la novela.
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Los gastos de Emma conducen a Charles a la ruina.
Muchos de esos gastos tienen que ver con su frivolidad, otros con la caridad:
Así se gastó trescientos francos en una pierna de madera,
que creyó conveniente regalarle a Hippolyte. La parte superior
estaba revestida de corcho, y tenía los correspondientes resortes
en las articulaciones; era un complicado aparato, recubierto por
un pantalón negro, que caía sobre una bota acharolada. Pero
Hippolyte, no atreviéndose a usar a diario tan hermosa pierna, suplicó a Madame Bovary que le proporcionara otra más
modesta. Ni que decir tiene que el médico sufragó la nueva
adquisición.
El prestamista Lhereux reclama a Emma el pago de
sus deudas y, por vez primera, ella es consciente de la
gravedad de su situación. Nadie le presta ayuda y conoce la humillación de que su amante se niegue a socorrerla. Lhereux la trata con rudeza y desconsideración:
- Se lo suplico, Monsieur Lhereux, ¡déme unos días de
plazo!
Sollozaba.
- ¡Vamos! ¿También lágrimas?
- ¡Me pierde usted!
- Me importa un bledo —contestó, cerrando la puerta.
Emma se ha estrellado contra la realidad de la que en
vano ha intentado huir. Con su frivolidad ha empeorado su situación. Ahora ya no sólo es la aburrida esposa
de un médico de provincias. Su marido está arruinado
y ella es una amante utilizada y abandonada por hombres que rechazan comprometerse. En el adulterio ha
conocido el mismo aburrimiento que en el matrimonio, pero un mayor egoísmo. No puede volver, vencida, junto a Charles, porque ahora a la decepción y al
desencanto se añadiría la penuria. Queda un último
gesto romántico, la última actitud de diva: el suicidio,
el rechazo de la vida, decir adiós a un mundo que no la
ha tratado como cree merecer.
Emma se suicida con arsénico de la botica de Homais. Antes, en un gesto de altivez, rechaza la ayuda
económica del notario, que acepta socorrerla a cambio
de que Emma le conceda sus favores sexuales:
¡Se está usted aprovechando vilmente de mi situación! Se
me puede compadecer, pero no comprar.
Asfixiada por la amargura y la indignación, Emma se
suicida y muere. Así desaparece de la novela la figura
femenina, el romanticismo, la ensoñación, la frivolidad,
pero también el sentimiento y una cierta nobleza de
espíritu: la protagonista tiene al menos la virtud de
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ÁMBITO FARMACÉUTICO
Historia
Parálisis mental
He intentado vivir siempre en una torre de marfil. Pero una marea de mierda rompe contra sus
muros y la está derribando. No se trata ya de la
política; se trata del estado mental de Francia.
¿Ha leído usted la circular de Simon acerca de la
reforma de la educación pública? El párrafo dedicado a los ejercicios físicos es más largo que el que
concierne a la literatura francesa. He aquí un pequeño síntoma, muy significativo.
Antología epistolar
del autor
Carta a Iván Turguenev
(13 de noviembre de 1872).
Pátina escatológica
Vomitar la rabia
De momento, mi moral está bastante alta, porque
estoy fraguando algo en lo que voy a exhalar la
rabia que llevo dentro. Sí, por fin voy a librarme
de todo lo que me asfixia. Vomitaré encima de
mis contemporáneos el disgusto que me inspiran
aunque tenga que dejar el pellejo en el empeño;
será una cosa extensa y violenta.
Experimento, contra la estupidez de mi tiempo,
olas de odio que me asfixian. La mierda me llega
hasta la boca, como en las hernias estranguladas.
Pero voy a conservarla, esa mierda, fijarla, endurecerla. Quiero hacer con ella una pasta con la
que embadurnaré el siglo XIX, igual que los indios doran las pagodas con boñigas de vaca.
Carta a Louis Bouilhet
(30 de septiembre de 1855).
Carta de Flaubert a Madame Roger des Genettes (5 de octubre de 1872).
El libro exento
Lo que me parece bello, lo que me gustaría hacer,
es un libro sobre nada, un libro sin ataduras exteriores, que se sostendría por sí mismo gracias a
la fuerza interior de su estilo, del mismo modo
que la tierra se sostiene en el aire sin que nada la
sujete; un libro que apenas tendría argumento o,
por lo menos, cuyo argumento sería casi invisible,
si algo así es posible. Los libros más bellos son los
que tienen menos materia; cuanto más se aproxima la expresión al pensamiento más se pegan las
palabras a ese pensamiento, hasta que desaparecen, y más bello es el resultado. Creo que el futuro del Arte irá por esos derroteros.
Carta a Louise Colet (16 de enero de 1852).
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Terror, grosería, estupidez
Por lo que a mí respecta, estoy asustado de la estupidez universal. Es algo que me hace pensar en
el diluvio, y experimento el mismo terror que debieron experimentar los contemporáneos de Noé
cuando vieron cómo la inundación invadía sucesivamente todas las cimas. La gente con ingenio debería construir algo parecido al Arca, encerrarse en
ella y vivir allí en sociedad (...) llegará un tiempo
en que todo el mundo se habrá convertido en
«hombre de negocios» (para entonces, gracias a
Dios, ya habré muerto). Peor lo pasarán nuestros
sobrinos. Las generaciones futuras serán de una
tremenda grosería.
Carta a la princesa Matilde
(8 de junio de 1874).
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asfixiarse en un entorno vulgar y de luchar por
dejarlo atrás. Su figura suscita, o al menos ha suscitado, simpatías. Aparece como la víctima, aunque una segunda lectura la muestra como verdugo
de Charles. Su idealismo romántico agrava la situación real y sólo sirve para añadir desasosiego a
la vulgaridad de su matrimonio.
En el velatorio de Emma, Homais y el párroco
escenifican teatralmente sus diferencias, la oposición entre la fe y la ciencia:
Aunque filósofo, Homais respetaba a los muertos. Por
ello acudió por la noche a velar el cadáver llevando consigo tres volúmenes y un cuaderno para tomar notas.
El párroco ya estaba allí. Dos grandes cirios ardían a
la cabecera de la cama, que habían sacado de la alcoba.
Homais y el párroco empiezan a discutir:
Catedral de Rouen, de Camille Pissarro.
La ceguera de las mujeres
Dices que te he enviado observaciones curiosas sobre
las mujeres, y que poseen poca libertad acerca de sí
mismas. Es cierto. ¡Les enseñan tanto a mentir, les
cuentan tantas mentiras! Nadie se encuentra nunca
en condiciones de decirles la verdad, y cuando se tiene
la desdicha de ser sincero, se exasperan contra esta rareza. Lo que les reprocho por encima de todo es su
necesidad de poetización. Un hombre querrá a su lavandera, y sabrá que es boba, sin gozar menos por
ello. Pero si una mujer ama a un patán, entonces se
trata de un genio desconocido, de un alma de elite,
etc., de modo que, debido a esa natural predisposición
a engañarse, las mujeres no ven la verdad cuando se
muestra, ni la belleza allí donde se
encuentra. Esta inferioridad (que,
desde el punto de vista del amor en sí
es una superioridad) es la causa de las
decepciones de las que tanto se quejan. Pedirle peras al olmo es en ellas
una enfermedad común.
Carta a Louise Colet
(24 de abril de 1852).
– Pero —objetó el boticario—, puesto que Dios conoce
todas nuestras necesidades, ¿de qué puede servir la oración?
– ¿Cómo –-exclamó el sacerdote—. ¿De qué sirve la
oración? Así, ¿no es usted cristiano?
– Perdone usted –-dijo Homais—. Admiro el cristianismo. Reconozco, desde luego, que ha libertado esclavos,
introducido en el mundo una moral...
– No se trata de eso. Todos los textos...
– Oh, en cuanto a los textos, abra usted la historia; se
sabe que han sido falsificados por los jesuitas.
La discusión sube de tono. Homais le aconseja
que lea la Enciclopedia Francesa y a Voltaire; el sacerdote le recomienda la lectura de textos piadosos. El boticario combate el celibato y el párroco
argumenta que un hombre casado no podría guardar el secreto de la confesión. Cuando el sacerdote
está más animado, observa que Homais se ha dormido. Poco después, también el sacerdote se duerme:
Se hallaban uno frente a otro, con el vientre echado hacia delante, el rostro abotargado y expresión enfurruñada.
Después de tanto desacuerdo, concordaban al fin en la
misma debilidad humana; y permanecían tan inmóviles
como el cadáver que, junto a ellos, parecía dormir también.
Cura y farmacéutico compiten en mostrar sus
habilidades: el uno a favor de la religión, el otro de
la ciencia, pero terminan confraternizando a pesar
de sus diferencias:
El boticario y el cura volvieron a sus respectivas ocupaciones, no sin dormirse de vez en cuando, de lo que se
acusaban recíprocamente a cada nuevo despertar. El pá-
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Historia
rroco rociaba entonces la habitación con agua bendita, mientras Homais hacía otro tanto en el suelo, con el cloruro.
Felicité había dejado sobre la cómoda una botella de aguardiente, un queso y una torta. Hacia las cuatro de la madrugada, el boticario, que ya no podía más, exclamó:
-¡A fe mía que comería algo muy a gusto!
Tampoco el sacerdote se hizo de rogar; salieron ambos y comieron y bebieron, riéndose sin saber por qué, excitados por
esa vaga alegría que se apodera de nosotros después de las escenas tristes. Cuando apuraban la última copita, el cura dijo
al farmacéutico, dándole unos golpecitos contra el hombro:
-¡Acabaremos por entendernos!
Enterrada Emma, se asiste a la apoteosis de Homais.
Se enfrenta a un mendigo ciego y consigue que lo condenen a cadena perpetua. El éxito le enardece y pasa a
comentar los sucesos de la comarca «siempre guiado por
el amor al progreso y el odio a los curas». Anticipándose
a la desternillante labor enciclopédica de Bouvard y Pécuchet en la última e inacabada novela de Flaubert,
Homais les abre el camino: escribe de climatología y filosofía, de los problemas sociales, de la necesidad de
predicar la moral a las clases pobres, de la piscicultura,
del caucho y de los ferrocarriles. Su botica prospera y
Homais introduce en el departamento del Sena Inferior
las cadenas hidroeléctricas Pulvermarcher, con una de
las cuales se adorna para admiración de su esposa:
Sentía aumentar su amor por aquel hombre, tan agarrotado
como un escita y tan maravilloso como un mago.
Para obtener la Legión de Honor multiplica sus publicaciones y se vuelve monárquico. Continúa practicando la medicina y hace la competencia a los médicos:
Desde la muerte de Bovary, tres médicos se han sucedido en
Yonville; ninguno de ellos se ha quedado: Homais les ha hecho una afortunada competencia. El boticario cuenta con una
gran clientela, la autoridad cierra los ojos ante su intrusismo y
la opinión pública le protege.
Acaba de ser condecorado con la Legión de Honor.
Así finaliza Madame Bovary. Los demás personajes parecen difuminarse ante el éxito del ganador de la historia: Homais. En la primera parte de la novela, Flaubert
ha puesto en escena al primer títere: Charles, bonachón, conformista y mediocre; la segunda marioneta es
Emma, romántica, soñadora y sentimental. Muertos
ambos, dos perdedores, Flaubert hace danzar a su tercer fantoche: el boticario Homais, caricatura del científico ilustrado. El triunfo del farmacéutico es la última
bofetada que Flaubert propina a sus lectores burgueses:
los buenos y los soñadores pierden, sólo ganan los egoístas y los ambiciosos. ■
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