NOTA SOBRE LA ELECCION DE LOS OBISPOS

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Muñoz G., ss.cc.
Fac. de Teolo'.)ícJ, U. C.
Ronaldo
Praf.
NOTA SOBRE LA ELECCION DE LOS OBISPOS
LGUNOS problemas que se han suscitildo recientemente
en la
Iglesia de Santiago -coincidiendo
con los que se han planteado en otros países por este mismo tiempo·han puesto
en el tapete de la discusión entre los católicos la cuestión de
la manera de nombrar a los Obispos. Algunos destacan la neo
cesidad de buscar procedimientos
democráticos
más a tono
con lo que debe ser la comunidad de la Iglesia en el mundo de hoy; mientras
otros sienten amenazado el orden jerárquico de la misma Iglesia, cuyos jefes
detentan una autoridad
recibida de Dios.
Frente a esta discusión, lo primero que se impone es la necesidad de distinguir claramente dos aspectos diferentes de la cuestión:
19)
El origen y fundamento de la autoridad y de los poderes espirituales del
Obispo. Estos le son conferidos por Cristo mismo, en el sacramento de la
ordenación episcopal, mediante el ministerio de los Obispos consagrantes.
Este aspecto está fuera de discusión, ya que "es cosa clara que con la
imposición de las manos y las palabras consagratorias
se confiere la gracia del Espíritu Santo y se imprime el sagrado cal-ácter, de tal manera
que los obispos, en forma eminente y visible, hagan las veces de Cristo
-Maestro,
Pastor y Pontíficey obren en su nombre" (1).
2~) La manera de designar al que ha de ser ordenado Obispo. En cuanto a
este aspecto no hay indicaciones directas en la Revelaci'ón y la práctica
de la Iglesia ha sido muy variada, por lo que es necesario aclararlo a partir de considerandos
históricos y teológicos más complejos.
En la presente Nota, pretendemos
presentar algunos de estos considerandos -los
que nos parecen más importantes-,
a fin de iluminar este segundo
(1)
Concilio
Vaticano
11, Consto Lumell Gelltium,
N!
21.
344
RONALDO MUÑOZ G.
aspecto de la cuestión.
b) Conclusiones (2).
A.
Los dispondremos
en dos series:
a) Datos históricos,
y
DATOS HISTORICOS.
l. Durante el ministerio terrestre de Jesús, fue El mismo quien directamente "llamó a sí a los que quiso ... y constituyó a doce para que anduvieran con El y para enviarlos a predicar, con poder ... " (3).
Después de la Ascensión, Pedro preside la elección del que ha de ocupar
el puesto dejado por Judas; elección hecha en el seno de la entera comunidad
de los 120 discípulos, con recurso a la práctica veterotestamentaria
de echar
suertes (4).
Después de Pentecostés, con la presencia del Espíritu en la Comunidad, no
se vuelve a recurrir a la práctica mencionada. Aparece, en cambio, ante la necesidad de llenar nuevas funciones ministeriales,
la elección de los candidatos
por parte de la asamblea cristiana. El caso más primitivo -y el más claro en
el Nuevo Testamentoes el de la designación de "los siete": la Comunidad
presenta los elegidos a los Apóstoles, "los cuales, después de haber orado, les
imponen las manos" (5).
2. Más adelante, vemos al Apóstol Pablo escogiendo directamente
a hombres como Timoteo y Tito (6). Pero en estos casos no se trata de nombrar
ministros que hayan de presidir una Iglesia local, sino colaboradores
inmediatos del propio S. Pablo en su ministerio de Apóstol itinerante,
fundador de
Iglesias, que ejerce una autoridad superior sobre un conjunto de ellas. El propio S. Pablo encargará a Tito que complete la organización de las Iglesias fundadas en Creta "estableciendo"
presbíteros
(7); pero no se precisa el modo
de la designación de los candidatos, y el verbo empleado ("kathistánai",
establecer, poner al frente de) es el mismo con que se designa la investidura que
confieren los Apóstoles a los siete "diáconos"
elegidos por la comunidad de
Jerusalén (8).
3. Clemente de Roma, en su epístola a los Corintios (fines del siglo 1),
ocupándose de la sucesión en el ministerio de presidir la comunidad,
habla de
"hombres establecidos
por los Apóstoles, o posteriormente
por otros eximios
varones, con el consentimiento
de la Iglesia (local) entera" (9).
4. La "Tradición Apostólica" de S. Hipólito de Roma (comienzos del siglo 111) menciona el principio de "que se ordene como Obispo a aquél que haya sido escogido por todo el pueblo" (10).
(2)
Sobre el tema que nos ocupa, cfr. Jorge Medina E., "Breve nota sobre el nombramiento
de los
Obispos en la Iglesia católica", en Teolo3!. y Vid., N? 2, eJel presente año. Pensamos que este
artículo puede ser útil para agregar algunos dalos que nos parecen importantes
en orden a
tener una visión más completa, y para manifestar luego algunas conclusiones ligeramente divergentes.
(3) Me. 111, 13.15.
(4) Hechos 1, 15-26.
(5) Hechos VI, 1-8.
(6) Hechos XVI, 1-5; cf. Gál. 11, 1.3.
(7) Tito 1, 5.
(8) Hechos VI, 3.
(9) Carta Primera de S. Clemente, XLIV, 3; eeJ. BAC, p. 218.
(10) Ed. "Sources Chrétiennes",
p. 26.
NOTA SOBRE LA ELECCION DE LOS OBISPOS
345
Algunos años más tarde, S. Cipriano de Cartago afirma en una carta que
"el pueblo tiene poder de elegir obispos dignos o de recusar a los indignos".
y luego añade: "Vemos que viene de origen divino el elegir al Obispo en presencia del pueblo, a la vista de todos, para que todos lo aprueben como idóneo por juicio y testimonio públicos" (y cita Núm. XX, 25-26) ... "Dios manda que ante toda la asamblea se elija al Obispo, esto es, enseña y muestra
que es preciso no se verifiquen las ordenaciones
sacerdotales
(es decir, de los
Obispos) sin el conocimiento
del pueblo que asiste ... y así sea la elección
justa y regular, después de examinada por el voto y juicio de todos" (y hace
referencia a Hechos 1, 15 Y VI, 2) (11). En otra carta, el mismo S. Cipriano
sostiene la legitimidad de un Obispo, "por cuanto ha sido elegido como tal en
la Iglesia católica, por el juicio de Dios y el voto del clero y del pueblo" (12).
5. Se podrían citar como ejemplos ilustrativos
de la elección popular,
en el siglo IV, las designaciones
de S. Martín de Tours y de S. Ambrosio en
Milán. En estos casos el nombre del candidato, lanzado por uno de la asamblea, fue luego aclamado por todos. Aunque parece que más frecuentemente
la iniciativa partía de los obispos vecinos, que deliberaban
con el clero de la
ciudad y luego proponían
los candidatos
al pueblo. Este último fue el procedimiento recomendado
por el Papa Celestino I en una carta del 429 (13).
6. El Papa S. León Magno, gran campeón del primado de la cátedra de
Pedro, estableció en 445 el principio de que "los candidatos al episcopado sean
propuestos
en forma tranquila y pacífica. Hágase una lista de los clérigos, recójase el testimonio de los honorables y pídase el consenso del clero y del pueblo. El que ha de presidirlos a todos, que sea elegido por todos" (14).
7. Los emperadores cristianos, sobre todo a partir de Teodosio y en Oriente, comenzaron desde temprano a intervenir en las elecciones episcopales. Este uso se perpetuó en los nuevos reinos bárbaros de Occidente en la alta Edad
Media.
El V Concilio de Orleáns (549) aceptó el hecho de la intervención
real;
pero los abusos se extendieron
hasta el punto de que "se hizo frecuente que
los príncipes no tomaran en cuenta los deseos del pueblo, que violentaran
la
conciencia de los electores y que nombraran
directamente
a los obispos ... Se
traficaba en gran escala con los obispados, se les regalaba, se les vendía, se
les cedía como herencia. El episcopado había pasado a ser un objeto de patrimonio, reservado a los segundones y a los bastardos de alto linaje" (15).
Pero es interesante
notar que mientras los príncipes tomaban de hecho
una parte cada vez más importante
en la provisión de los obispados -considerados como "honores",
y con fuertes implicancias de poder temporallos
eclesiásticos
no cesaron de hacer presente que según derecho los obispos debían ser elegidos por el clero y el pueblo, con el consentimiento
del metropolitano. Este principio fue repetido por varios concilios que se reunieron en los
(11)
( 12)
( 13)
(14)
( 15)
Epístola LXVII,
Epístola LXVIII
P.L., L, 437.
Epístola X, VI;
E. Roland: arto
3-4; ed. BAC, p. 634.
2; ibid., p. 641.
P.L. LlV, 634. Cf. Ep. XIV, VI; Ibíd., 673.
".Élection des Evc:,ques", en D.T.C., IV, 2, col. 2279.
346
RONALDO
MUÑOZ
G.
siglos VI Y VII. La tensión continuó en los siglos siguientes, y así tenemos el
caso del emperador Luis el Piadoso que, cediendo a las recriminaciones
de varones eclesiásticos, prescribió en 818 que en todas partes se procediera a elegir a los candidatos al episcopado, según las reglas canónicas. A comienzos del
siglo XI Burchard de Worms sostenía la misma doctrina,
insertando
en sus
"Decretos"
las constituciones
de Celestino 1, de Gregario el Grande y los cánones del Concilio de Orleáns: "No se imponga a nadie como obispo a quienes no lo desean; conózcase el deseo del clero, del pueblo y del "orden" (¿los
obispos vecinos?), y búsquese su consentimiento"
(16). "No hay razón alguna para que se admita entre los obispos a quienes no han sido ni elegidos por
el clero, ni deseados por el pueblo, ni consagrados
por los obispos coprovinciales con el consentimiento
del metropolitano"
(17).
8. Los propios Papas reformadores
de los siglos XI y XII, en su quere·
Ila contra los emperadores
germánicos,
no pretendían otra cosa que restaurar
las elecciones según el antiguo derecho atestiguado en las colecciones canónicas. Así, por ejemplo, en el Concilio de Reims (1049) el Papa León IX aprobó este canon: "Nadie puede arrogarse el gobierno de una Iglesia si no ha sido
elegido por el clero y por el pueblo".
Más tarde, en las "Decretales"
del Papa Gregario IX (1227·1241), se re·
unieron las prescripciones
canónicas que regulaban el procedimiento
electoral.
En esta colección reconocieron
los canonistas,
hasta fines de la Edad Media,
el derecho común de la Iglesia (18).
9. A fines de la Edad Media el reglmen electivo comienza a retroceder
ante el avance de la centralización
romana. El Papa, que hasta entonces había
actuado sólo excepcionalmente,
como instancia suprema en los casos conflictivos, comienza primero a confirmar personalmente
las elecciones en lugar del
arzobispado
metropolitano;
luego, "apartándose
completamente
del procedimiento antiguo, el Papa llega, en casos cada vez más numerosos,
a suprimir
las elecciones por la práctica de las 'reservas'"
(19). Es decir que, apoyándose en su primado de jurisdicción
sobre toda la Iglesia, el Papa fue "reservándose" progresivamente
la provisión de los obispados. Este nuevo régimen fue
organizándose
ya desde el siglo XIV mediante las reglas de la Cancillería Apos.
tól ica (curia pontificia).
La centralización
progresiva de los nombramientos
episcopales en el Romano Pontífice parece explicarse en sus comienzos por el deseo de oponerse
no tanto a los abusos del poder civil cuanto a las intrigas y disenciones en
los cabildos catedralicios,
que habían venido concentrando
la facultad electiva
primitivamente
ejercida por todo el clero y por el pueblo. De hecho, los Papas
siguieron nombrando a los candidatos que les proponían los príncipes con los
que se hallaban en buenas relaciones, y esto con las contaminaciones
políticas
consiguientes.
10.
pretendió
(16)
(17)
(18)
(19)
A esta práctica trató de oponerse el Concilio de Basilea (1433), que
restaurar
las elecciones por los capítulos, buscando evitar toda pre·
Cap. VII; P.L. CXL, 551.
Cap. XI; ¡bid., 552.
el. A. Dumas: arl. "l':vl'que" en el Dic. "Catholicisme",
A. Dumas: ¡bid., col. 809-810.
IV, col. 808-809.
NOTA SOBRE LA ELECCION DE LOS OBISPOS
347
sión del poder civil (20). De hecho, sin embargo, esta preslon persistió, y los
soberanos,
para nombrar los candidatos
de su preferencia,
se apoyaban sea
en la Santa Sede, sea en los capítulos, según su conveniencia.
Para evitar estos inconvenientes,
el Papa juzgó oportuno
entenderse
regularmente
con los
príncipes para la provisión de los obispados. Así comenzó, ya desde el siglo
XV, la era de los concordatos.
Todavía en el siglo XIX, algunos concordatos
admitían, sin embargo, la elección de los obispos por los capítulos; así los de
Prusia (1821), Hanover (1824), Países Bajos (1827), Suiza (1839) (21).
11. El Código de Derecho Canónico (promulgado
en 1917) establece la
regla de que "el Pontífice romano nombra libremente
a los obispos"
(22).
"Es la primera vez que una ley eclesiástica general promulga este principio"
como una prerrogativa
papal para toda la Iglesia latina (23).
12. El Concilio Vaticano 11 reivindica para "Ia competente autoridad eclesiástica", "el derecho de nombrar e instituir a los obispos" (24). La intención
del Concilio, según el contexto del Decreto, es la de excluir no la participación
del clero y el pueblo de la Iglesia local, sino los privilegios de las autoridades
civiles, que constituyen
una amenaza para la libertad de la Iglesia. El considerando que precede la afirmación citada destaca precisamente
el origen divino
y el carácter espiritual del cargo apostólico de los obispos, lo que se opone
-como
destacaremos
más abajono a su elección con participación
de la
comunidad eclesial (que según el mismo Concilio es entera "mesiánica",
habitada e impulsada por el Espíritu de Cristo) (25), sino a los "derechos"
del
poder civil. Y, efectivamente,
el cuerpo del párrafo citado pide fIque en lo sucesivo no se concedan más a las autoridades
civiles derechos o privilegios de
elección, nombramiento,
presentación
o designación para el cargo del episcopado", y que las autoridades
que actualmente
gozan de estos privilegios renuncien a ellos (26).
13. En América hispana, durante la colonia, la dependencia
de las nuevas Iglesias respecto del rey de España fue más estrecha que en la metrópoli,
donde existían muchas tradiciones que limitaban el poder real en materias eclesiásticas. En virtud de las bulas concedidas por Alejandro VI y Julio 11, los
reyes eran los "patronos"
de estas Iglesias, lo que significaba que nombraban
no sólo a los obispos, sino a todos los "dignatarios"
eclesiásticos.
Recordemos también que en el mismo gobierno de las Iglesias "el rey era, administrativamente hablando, el superior jerárquico inmediato de los obispos" (27).
14. En Chile, después del período convulsionado
de las luchas de la independencia
y de la consolidación
de la república, el Gobierno se pretendió
sucesor del "patronato"
real; esto originó repetidas dificultades en el nombramiento de los obispos, y en particular de los arzobispos de Santiago. Esta si(20)
(21)
(22)
(23)
(24)
(25)
(26)
(27)
Secc. XII; Conciliorum Oecumenicorum
Decreta, pp. 445·448.
A. Dumas: ibíd., col. 811-812.
Canon 329, N~ 2.
F. Clacys-Bcuuaert:
art. "f,y('ques" en el "Dic. de Droil Canonique", V, col. 575.
Concilio Vaticano 11, decr. Christus Dominus, N'! 20.
Id., const. Lumen Gentium, N? 9.
Id., dccr. Christus Dominus, N? 20.
L. Cristiani: "L'f:glise :1 I'époque du concile de Trente" en Histoire de l'Eglise de Fliche et Martin, vol. 17, pp. 471-472.
348
RONALDO MUÑOZ G.
tuación se prolongó hasta los acuerdos de 1925. Desde entonces, los obispos
son nombrados directamente
por la Santa Sede, sobre la base de los informes
secretos recogidos por los nuncios.
Más recientemente,
y sobre todo después del Concilio, ha ido tomando
importancia el parecer de la Conferencia Episcopal, a la que la legislación postconciliar pide que "trate bajo secreto y con prudencia, cada año, de los sao
cerdotes que puedan ser promovidos al oficio episcopal y proponga a la Sede
Apostólica los nombres de los candidatos"
(28).
B.
CONCLUSIONES.
1. La elección del obispo por el clero y pueblo de la Iglesia local, practicada universalmente
en la Iglesia antigua y defendida como principio hasta
los albores de la época moderna, fue gradualmente
suplantada en la disciplina
de la Iglesia de Occidente por la centralización
del nombramiento
en el Sumo
Pontífice. Esta centralización
se explica históricamente
por la inmadurez del
pueblo cristiano y de gran parte del clero, como también por la necesidad de
regular la influencia del poder civil en un asunto que en parte era de su como
petencia, ya que la "dignidad" episcopal implicaba de hecho en muchos países
una posición de poder social y político.
2. No puede decirse que esta práctica centralizada
haya logrado purificar totalmente los nombramientos
episcopales de las presiones políticas; de la
política de los Estados, o de la política eclesiástica vaticana. Basta recordar
en Chile los compromisos
sociales y políticos de los nuncios, fenómeno no tan
antiguo.
Tampoco puede negarse que en esta centralización,
como en otros aspectos de la concepción y la práctica de la autoridad en la Iglesia, haya habido
una fuerte dosis de asimilación -en
parte inevitablede los modelos con·
temporáneos
de sociedad civil, imperiales y monárquicos
(29).
3. El hecho de plantear una reforma de la disciplina en esta materia (no
está en cuestión aquí la manera de plantearla)
puede interpretarse
como un
signo de madurez en el clero y los laicos, más conscientes de que "la Iglesia,
por disponer de una estructura
visible, signo de su unidad de Cristo, puede
enriquecerse,
y de hecho se enriquece, con la evolución de la vida social; no
porque le falte algo en la constitución
que Cristo le dio, sino para conocer
en mayor profundidad
esta misma constitución,
para expresarla
mejor y para
adaptarla con mayor acierto a nuestros tiempos" (30). En este sentido, no se
ve el inconveniente
teológico de hablar de una sana "democratización"
de la
(28)
(29)
(30)
Motu Proprio de Pablo VI, Eoclesiae Sanolae, del 6 de agosto de 1966, N? 10.
Cf. Y. Congar: "Le Développernent Historique de l'Autorité c1ans I'(:glise" en ProbKmes de l'Au·
lorilé, París, 1962. También, del mismo autor: "La Hiérarchie commo Scrvice. Sourccs Scrip·
turaires et Dcstin Historiquc" en Pour une fglise Servanle el Pauvre, París, 1963.
Concilio Vaticano 11, consto Gaudium el Spes, N'.' 44.
NOTA
SOBRE
LA ELECCION
Iglesia, y de promover
también en los asuntos
DE LOS OBISPOS
349
en ella la corresponsabilidad
de mayor importancia
(31).
de todos
sus miembros
4. Más aún, si la Iglesia -en
nuestros tiemposse halla formada por
hombres que experimentan
de hecho una exigencia de democracia
(entendida
como cooperación activa y libre en la elaboración de las estructuras
sociales),
no puede ser indiferente para ella el corresponder
o no a estas exigencias, que
al menos en esta etapa de su evolución histórica han llegado a formar parte
de la naturaleza misma del hombre. Esto, teniendo en cuenta que hay pocas
cosas en la constitución
de la Iglesia que por ser de origen divino son realmente inmutables, y que esta misma constitución
divina se da siempre e inevitablemente
encarnada en estructuras
históricas concretas que en sí mismas
son mudables (32).
5. Esta democratización,
por lo demás, no está exigida puramente
por
una necesidad de "adaptación",
sino que procede de una comprensión
renovada de la naturaleza comunitaria
de la Iglesia y de la autoridad en ella como
servicio. En esto la Iglesia del Nuevo Testamento y de los Padres -aunque
no
pueda reproducirse
servilmente en nuestra épocasigue constituyendo
para
la Iglesia de hoy y del futuro una norma, en su estructura
social y estilo de
vida tanto como en su Mensaje. Al respecto, dice el P. Congar: "Escritura,
Tradición, Padres, Liturgia ... la actual vuelta a las fuentes ha comenzado ya
a imponer un cierto redescubrimiento
de las dos realidades religiosas con referencia a las cuales la autoridad
(en la Iglesia) debe encontrar su verdad: la
acción gratuita del Dios vivo y la santa comunidad fraternal de los fieles. Sólo
si la autoridad se sitúa en forma plenamente auténtica respecto de estas dos
realidades cristianas se podrá superar el juridismo, que consiste en mirar la
validez formal de las cosas sin llegar hasta su sentido. Será necesario que la
vuelta a las fuentes llegue a restaurar
una idea plenamente
evangélica de la
autoridad,
a la vez muy teologal y muy comunitaria"
(33). En este mismo
sentido, el P. Schillebeeckx ve en el Concilio el comienzo de un movimiento de
descentralización
de la Iglesia: descentralización
hacia Cristo y descentralización hacia el Pueblo de Dios (34).
6. En cuanto al papel del Primado
-con
más lugar para el libre impulso del
presión del pueblo, también en la elección
rario pensar con el Patriarca Máximos IV
nales y de prácticas abusivas, el primado
(31)
(32)
(33)
(34)
en una Iglesia más descentralizada
Espíritu de Dios y para la libre exde los Pastoresno parece temeque, "libre de exageraciones
doctridel Pontífice Romano no solamente
Cf. K. Rahner: "Demokratie
in der Kirche?" en Stimmen der Zeit, 182 (1968),
1-15; tri1duc.
ción castellana condensi1da en Selecciones de Teología, 30 (1969), pp. 193-201.
Cf. K. Rahner: ibíd. H. Kung: "Historicidad
del concepto de Iglesia" en La Iglesia, Barcelona,
1968, pp. 13-36. Cardo Suenens: La Corresponsabilidad
en la Iglesia, Bilbao, 1968, pp. 169-179.
J. Adúriz: "Consideraciones
sociológicas acerca de la Comunidad de Base" en Boletín Iglesia
de Santiago, 37 (1969),
pp. 25-29.
Y. Congar: Le Développement. .. , p. 179. Cf. K. Rahner: arto cit.; y, del mismo autor, "Lo
carismático en 1i1 Iglesia" en Lo Dinámico en la Iglesia, Barcelona, 1963.
E. Schillebeeckx: L'f.glise du Christ et I'Homme d'aujourd'hui
selon Vatican 11, Le Puy, 1965,
pp. 114 s.
350
deja de ser el principal obstáculo
convierte en el imperativo capital
RONALDO MUÑOZ G.
para la unlon de los cristianos, sino que se
que exige y mantiene esta unión" (35).
7. En todo caso, hay que tener en cuenta que el Obispo, cabeza visible
de una Iglesia diocesana, es al mismo tiempo miembro de un "colegio" episcopal solidariamente
responsable de la dirección pastoral de la Iglesia universal. Por eso, en particular,
los obispos vecinos, que participan En la responsabilidad pastoral del Pueblo de Dios en un país o una región, deben tener (en
conformidad
con la antigua tradición)
una parte importante,
si no decisiva,
en la aceptación del candidato que han de consagrar sacramentalmente
para
incorporarlo
en el colegio episcopal regional.
8. Por último, en cuanto a los procedimientos
para hacer efectiva la elección de los candidatos
al episcopado
por la comunidad,
se requeriría
ciertamente buscar a través de prudentes experiencias
un cambio gradual de la disciplina. No parece justo atacar el principio de la participación
"democrática"
comparando
un ejercicio ideal del nombramiento
centralizado
con una aplicación brusca e indiscriminada
de la elección por la comunidad,
en cualquier
grado de madurez en que se encuentren
los miembros de esta.
Habría que resolver varios problemas que no se presentaron
en la misma
forma en la Iglesia antigua, cuando las Iglesias locales agrupaban
un número
mucho más reducido de fieles, cuando la distinción entre creyentes (pertenecientes a la Iglesia) y no creyentes era mucho más neta, y cuando esta pertenencia significaba una realidad mucho más activa y comunitariamente
organizada. Pero en la medida que la Iglesia católica de hoy, en la línea de la evolución comenzada, vaya pasando de una Iglesia de masas a una Iglesia de creyentes por libre elección agrupados en auténticas comunidades
de base (36),
irán dándose los presupuestos
sociales que hagan fáciles y aun espontáneas
tales elecciones. Por lo demás, si el principio de la elección se aplica para los
ministros y los líderes laicos desde los niveles básicos, en el nivel de la Iglesia diocesana la elección del Pastor se podría hacer por un colegio electoral
(presbíteros,
representantes
rel igiosos, líderes laicos) que fuera verdaderamente representativo
de aquella porción del Pueblo de Dios. En varias diócesis chilenas, los últimos sínodos han significado ya una experiencia seria, aunque todavía imperfecta,
de asambleas representativas
de este estilo, para ocuparse
de los grandes problemas de la Iglesia diocesana.
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