FUE RECIBIDO ARRIBA, Y SE SENTÓ A LA DIESTRA DE DIOS P. Steven Scherrer, MM, ThD Homilía para la Ascensión del Señor, 17 de mayo de 2012 Hch. 1, 1-11, Sal. 46, Ef. 1, 17-23, Marcos 16, 15-20 “Y el Señor, después que les habló, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios. Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que le seguían” (Marcos 16, 1920). Hoy celebramos la ascensión del Señor al cielo. Después de dar a sus discípulos su gran comisión de predicar el evangelio a toda criatura (Marcos 16, 15), añadiendo que “el que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16, 16), Jesucristo “fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios” (Marcos 16, 19). Desde aquel día en adelante está sentado a la diestra de Dios en poder y gloria, la fuente de toda salvación humana. Su muerte y resurrección da al hombre el perdón de pecados y la eterna salvación, cuando cree en él. Este es el medio establecido por Dios para salvar y divinizar a la raza humana. Los que creen en él serán salvos. Los que no creen en él, serán condenados (Marcos 16, 16). Por esta razón la comisión que Cristo dio a su Iglesia tiene gran importancia: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16, 15). De estas palabras viene la misión de la Iglesia. Toda salvación viene por medio de la muerte en cruz de Jesucristo el único Hijo de Dios. “El que creyere y fuere bautizado, será salvo” (Marcos 16, 16). ¡Qué importante entonces es predicar a Cristo a cada persona! Desde allí en adelante nadie sabe cómo esta palabra salvadora será trasmitida sucesivamente a siempre nuevas personas boca a boca, por escrito, por la Internet, etc. Esto es la voluntad clara de Cristo, que toda persona sea evangelizada y dada la oportunidad de conocer a Cristo y creer en él para el alivio que da su perdón de pecados, para quitar la culpabilidad depresiva, y para la clara seguridad de la eterna salvación. La responsabilidad de la Iglesia es clara. Dios le dio esta carga, esta misión a todos los pueblos de la tierra (Mat. 28, 19). Inmediatamente antes de ascender al cielo, Jesús dijo a sus discípulos: “Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch. 1, 8). Serán los testigos de esta salvación. Con su muerte y resurrección la obra salvadora de Jesús en la tierra fue cumplida. Ahora pudo ascender y sentarse a la diestra de Dios en gloria y enviar desde el Padre el Espíritu Santo sobre la Iglesia. “Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” (Heb. 10, 12). El trabajo de la Iglesia es salir y predicar esta salvación por todas partes, bautizando a todos los que creen (Mat. 28, 19). Esta es la tarea principal y la motivación para la misión de la Iglesia a todos los pueblos, y al llevarla a cabo, ayudará también a los pobres y necesitados (Mat. 25, 31 46). Es una misión de salvación, según la voluntad de Cristo. Este es el plan de Dios para la salvación del mundo. Nunca debemos abusar de la misericordia de Dios y desentendernos de nuestra responsabilidad, que Cristo dio a su Iglesia, de predicar el evangelio a todos los pueblos del mundo para su salvación, para el perdón de sus pecados, y para quitar su culpabilidad por medio de su fe en la muerte de Jesucristo, el único Hijo de Dios, en la cruz. Él sirvió nuestra sentencia de castigo por nuestros pecados por nosotros, y esto está aplicado a nosotros cuando creemos en el. “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16, 16). Es una cosa esperar en la misericordia de Dios para los que todavía no hemos podido alcanzar; pero es otra cosa decir que no es necesario evangelizarlos, porque Dios en su misericordia los salvará de otra manera. Esta última actitud sería abusar de la misericordia de Dios, hacer caso omiso de su gran comisión (Mat. 28, 19), y desatender de nuestra responsabilidad. 2