“la siesta del Martes”

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“la siesta del Martes”
Análisis Literario
Personajes:
Mujer. Vieja y tenía 2 hijos.
Nina
Carlos Centeno Ayala (finado)
Señora Rebeca
Sacerdote
Hermana del sacerdote
Muchedumbre
Espacios físicos:
El tren
La casa cural
La casa de la Señora Rebeca
Espacios geográficos:
Macondo es un pueblo mítico y fabuloso, inspirado en el pueblo natal de; autor
colombiano, Aracataca. En Macondo tienen lugar, entre otras historias, “La siesta del
Martes” y cien años de soledad. A Macondo no se llega por barco, sino en el tren
Amarillo y polvoriento que hizo instalar la compañía bananera y que trae a pasajeros
asfixiándose de calor.
Tiempo cronologico:
1. La mujer y la niña llegan al pueblo un Martes de Agosto de 1962; una tarde
2. Carlos Centeno Ayala muere el Lunes de la semana anterior; una semana, un día
Argumento:
La historia empieza cuando un Martes de agosto de 1962, una mujer y una niña llegan
por tren a un pueblo que parece desierto, casi vacío; en el pueblo todos dormían la
siesta, por ello nadie se encontraba en las calles. La mujer y la niña llevaban una
bolsa con comida y unas flores; la niña se notaba triste y la mujer muy seria, llegaron
a la casa cural buscando al sacerdote para que le dieran las llaves del cementerio.
Querían llegar hasta la tumba de Carlos Centeno Ayala, el hijo de la mujer. En el
pueblo Carlos C. Ayala era conocido como un ladrón y forastero. El padre le pidió
unos datos a la mujer y le entrego las llaves del panteón, afuera una muchedumbre
observaba.
La mujer y la niña llegan al pueblo un poco antes de las dos, durante la hora de la
siesta, cuando nada se mueve en la calle. El pueblo parece flotar en el calor como si el
tiempo se hubiera detenido.
En el pueblo, la mujer y la muchacha van a la casa cural. Saben que tendrán que
molestar al sacerdote, quien se acaba se acostar para dormir la siesta. Pero el deber
está por encima de toda consideración. No pueden esperar, dice la mujer, porque
tienen que regresar en el tren de las tres y media. Sin que el cuentista lo indique, uno
imagina que ese tren de las tres y media es probablemente el último en que podrán
regresar ese día. Las llaves del cementerio son algo como las llaves de San Pedro. El
cura ya ha condenado al infierno al pobre hijo de la mujer. Por tanto, se sorprende al
ver que la madre no se avergüenza del difunto.
En la cara de la mujer, busaca el sacerdote algún indicio de rubor, pero la madre de
Centeno lo miro fijamente. Per así como no hay vergüenza en el comportamiento de
la mujer, tampoco hay rancor. No reclama nada más que el derecho de visitar la
tumba de su hijo. La manera del cura revela que no le tiene lastima ni al difunto ni a
la mujer. No dejar pasar la ocasión de reñir a la pobre madre. Pero la mujer no se
altera. Narra lo que el joven había tenido que sufrir en su lucha contra el hambre
cuando boxeaba. El sacerdote, desconcertado, no sabe que contestar. No manifiesta
ninguna compasión, le falta energía. Solo bosteza. Explica como podrían encontrar la
tumba del hijo y como después debían meter la llave por debajo de la puerta; y luego
no olvida agregar que debían una limosna para la iglesia.
Claro que al cura le parece más fácil condenar la conducta de Carlos Centeno y no la
injusticia inherente en la sociedad que acepa la pobreza como inevitable. Para el
cuentista el joven roba por necesidad. Los golpes que se le administraban cada sábado
no son más que los porrazos del hambre. Centeno se defiende a los suyos.
Muchacho que tuvo que sacarse todos los dientes para que los golpes del sábado no le
dolieran tanto. Y como ladrón parece que tuvo también muy poco éxito.
La mujer representa sin duda alguna los valores que la sangre le impone a la madre.
El cuentista la describe sentada en ese escueto vagón de tercera clase, con una bolsa
de material plástico y un ramo de flores. Hay orden y estabilidad en su vida. Sabe lo
que son los golpes de la miseria. Mide no solo sus palabras, sino también la comida:
Intuye sin alarde lo que se puede esperar de la gente. Por ejemplo, anticipa la
hostilidad que encontrara en el pueblo. En el comportamiento de la mujer hay
dignidad y entereza. Lleva su pobreza lo mejor que puede. En la casa cural apenas si
hace ruido al llamar. Hace una semana que mataron a su hijo y, sin embargo, es capaz
de dominarse lo suficiente como para hacer callada y serenamente lo que ella cree que
le corresponde. Y es que acepta la muerte de su hijo como acepta la adversidad de
cada día, como acepta el calor, la lluvia, el frio, la vida y la muerte.
El pueblo se describe como estático, un pueblo pasivo que parece dormir, donde las
costumbres y la vida se han estancado. Hay orden, pero es un orden que limita la
libertad y subyuga a los hombres. El representante de sus leyes y jerarquías es el
sacerdote. La pobre madre no se opone vigorosamente al código civil ni a la moral del
cura. Al cura parece que no lo escandaliza la pobreza tanto como el robo. El pueblo
ha aceptado la ley que se le ha impuesto. Ahora viene una pobre mujer que le
interrumpe la siesta y que pondrá en tela de juicio sus valores. La mujer y la
muchacha saben que las flores que llevan están marchitas, pero es simbólica.
Representan: el amor de familia, que vence todos los obstáculos
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