Maternidad divina de María, razón de su maternidad espiritual... 93

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MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA,
RAZÓN DE SU MATERNIDAD ESPIRITUAL
JAVIER IBÁÑEZ IBÁÑEZ
Palabras clave: maternidad divina, maternidad espiritual, María.
Resumen: la Virgen María ha sido siempre considerada en la piedad de los
cristianos como Madre de todos los hombres, verdad que ha alcanzado solemne
reconocimiento con el Concilio Vaticano II. Mientras que en la devoción
popular la maternidad espiritual se vivió desde muy pronto, en cambio, entre
los teólogos se abrió paso más lentamente. Por ello se estudia la doctrina sobre
la maternidad espiritual de María mediante los siguientes pasos: primero, la
razón de la Maternidad espiritual, que se halla en su Maternidad divina en
cuanto que Cristo, su Hijo, es Cabeza de la humanidad y, en consecuencia,
María es Madre de los hombres; además, María es también Madre nuestra
por haber padecido con Cristo. Después, se considera a María como Madre
espiritual por sus virtudes. Y se concluye con algunas consideraciones sobre la
naturaleza esta Maternidad espiritual y su ejercicio por parte de María.
THE DIVINE MATERNITY OF MARY,
THE CAUSE OF HER SPIRITUAL MATERNITY
KEY WORDS: divine maternity, spiritual maternity, Virgin Mary.
SUMMARY: the Virgin Mary has always been viewed by Christian piety as being the
mother of all men. This truth received solemn recognition in Vatican II. While this
spiritual maternity was lived from very early times, the theologians were much slower
to recognise it. Because of this, it is customary to study the doctrine of the spiritual
maternity of Mary in the following sequence: First, the cause of the spiritual maternity,
which is to be found in her divine maternity in as much as Christ, her Son, is the head
of the human race. Accordingly, Mary is the mother of all mankind. Moreover, Mary
is also our mother for having having suffered with Christ. One then goes on to consider
Mary as our spiritual mother because of her virtues. Finally, consideration is given to
the nature of this spiritual maternity and the way it is exercised by Mary.
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A modo de introducción
No hay nada más antiguo en la doctrina católica que el llamar a la
Santísima Virgen María madre de los hombres. Dicho título resalta una
prerrogativa especial de la Santísima Virgen en el orden sobrenatural, según
la cual, la vida espiritual de la gracia santificante es comunicada por la
Santísima Virgen a todos los hombres, mediante una acción maternal.
Esta consoladora verdad de la Maternidad espiritual de María se ha
vivido siempre en la Iglesia. Pero han sido necesarios veinte siglos para
que alcanzara el solemne reconocimiento de un Concilio ecuménico. Pues
ésta ha sido una de las enseñanzas que el Concilio Vaticano II nos ha legado
sobre la Santísima Virgen. ¿Qué ha ocurrido durante todo este tiempo?
Se ha vivido la Maternidad espiritual de María, pero no ha sido con clara
conciencia vivida, ni explícitamente reconocida. En esta verdad que nos
ocupa, como en otras verdades del cristianismo, ha existido un proceso de
progresiva comprensión y de una formulación muy lenta.
Este proceso de maduración no lo ha vivido la Iglesia por el influjo de un
agente externo, sino en virtud de los mismos datos de la Revelación y de la
fuerza incontenible de los hechos bajo la acción del Espíritu Santo: porque
María interviene, como Madre de un Dios Redentor, en la Encarnación,
en la Presentación, en Caná, en el Calvario; y, por supuesto, con todas las
acciones que requería la vida oculta del Señor.
Se hace preciso distinguir en esta evolución, de una parte, la vivencia del
común de los fieles y las manifestaciones de piedad mariana, y, de otra, la
atención de los teólogos al título de María Madre nuestra. La Maternidad
espiritual de María, acogida fervientemente en el ámbito piadoso y pastoral,
tardó más tiempo en abrirse cauce entre los teólogos. El iter teológico ha sido
un poco lento y tortuoso, porque cuando se pasó de considerar los privilegios
personales a reflexionar sobre los de carácter social y soteriológico de la
Santísima Virgen, en vez de centrarse en la vía mejor para su esclarecimiento,
que es la Maternidad espiritual de María, se entretuvieron los estudios, más
bien, en el tratamiento de la Mediación y la Corredención mariana.
Sin embargo, siempre hubo atisbos de esta realidad maternal de María.
En los primeros siglos, la contraposición espontánea y muy primitiva de
Eva con María, réplica del paralelismo paulino Cristo Nuevo Adán, trató
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de poner de manifiesto que igual que Eva es madre de todos los vivientes y
causante de su ruina, así María era la causa de su restauración y, con ello, la
madre de la nueva humanidad restaurada. Aunque contamos con intuiciones
como la de san Ireneo1, san Epifanio2, san Agustín3, entre otros, aducidos por el
Vaticano II4, habrá que esperar hasta la Edad Media para que autores como
san Alberto Magno5, san Buenaventura6 y el autor del famoso Mariale apliquen
a la Santísima Virgen el dulce nombre de Madre. Santo Tomás no usa este
título en sus escritos doctrinales, pero sí en sus plegarias donde la llama
“Madre única” y “Madre de todos los creyentes”7.
De intento he querido reservar para el final de estas breves pinceladas
sobre la tradición dogmática, arraigada en el alma de los cristianos, un
texto de Orígenes, singular tanto por el fondo de su contenido, como por
su antigüedad:
“Flor de las Escrituras, escribe, son los Evangelios; y de los Evangelios, el de
Juan, cuyo significado y arcanos misterios no pueden penetrar sino aquéllos
que como el discípulo amado hayan descansado su cabeza sobre el pecho de
Jesús y hayan recibido por Madre a María. Por tanto, deberá ser como otro
Juan quien como él ha de ser designado por Jesús para ocupar su lugar o
venir a ser otro Jesús. Porque no habiendo tenido María otro hijo que Jesús,
cuando el Maestro divino dice a su Madre, señalando a Juan: ‘He aquí a tu
hijo’, y no dice: ‘Éste es también hijo tuyo’, es como si dijese: He aquí el
Jesús de quien eres Madre; porque todo el que es del número de los perfectos
1. San Ireneo, Adv. haer. III, 22,4: PG 7,559; A. Harvey, 2, 123: “obedeciendo fue causa de
la salvación propia y de la del género humano”.
2. San Epifanio, Haer. 78,18: PG 42, 728 CD-729 AB; comparando a María con Eva, llama
a María “Madre de los vivientes”.
3. San Agustín, De virginitate 6: PL 40,399. María es verdaderamente madre de los miembros
de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que “son
miembros de aquella cabeza”. Afirma también que “la muerte vino por Eva; por María, la
vida”, cfr. Sermo 51,2,3: PL 38,335; Sermo 332,2: PL 38,1.108.
4. Lumen Gentium nn. 53 y 56.
5. Entre otros lugares se pueden citar: In Lucam 11,27, ed. Borgnet, 23 p. 172; In Lucam, 1,34,
ibidem, p. 121.
6. De Septem donis, coll. 6,20: Opera V,487 a; Sermo 26, In Nativitatem Christi: Opera IX, 125 a.
7. En la súplica de ayuda para bien morir, santo Tomás pide a la Santísima Virgen: “Oro etiam,
ut in fine vitae meae, tu Mater unica, caeli porta et peccatorum advocata, etc...”; y en la
oración Ad Beatissimam Virginem Mariam, la llama “Mater omnium credentium”, en Piae
Preces, en Opuscula Theologica, vol. 2, Marietti, Taurini-Romae 1954, p. 286.
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no vive ya su vida natural, sino que Cristo vive en él. Ahora bien, porque
Cristo vive en él, se dice a María (señalando a todos los que viven de Cristo,
‘He aquí a Jesús, tu Hijo’)”8.
En armonía con el sentir general de la Iglesia, los Papas de los últimos
tiempos han puesto de relieve esta Maternidad espiritual de la Virgen. Ya
Benedicto XIV, en septiembre de 1748, escribía que “la Iglesia católica,
enseñada por el magisterio del Espíritu Santo, ha procurado honrarla con
innumerables obsequios, como a Madre de su Señor y Redentor y como a
Reina de cielos y tierra. Se ha desvivido (la Iglesia) para amarla con afecto de
piedad filial, como a Madre propia amantísima, recibida como tal de los labios
de su Esposo moribundo...”9. Expresión, recogida por el Vaticano II10, que
tendrá eco sucesivo en Papas posteriores como Pío VIII11, León XIII12, Pío X,
Pío XI y Pío XII, entre otros.
San Pío X expone la razón teológica más fundamental de la Maternidad
espiritual, y que luego repetirán tanto Pío XII, como Juan XXIII. Éstas son
sus palabras:
“...También, en el casto seno de la Virgen, donde Jesús tomó carne mortal,
adquirió un cuerpo espiritual, formado por todos aquellos que debían creer
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Nacimiento. Autor: Botticelli. Galería Nacional de Londres.
8. Orígenes, Prefatio in Evangelium Ioannis: PG 14,31, testimonio en el que el Maestro
Alejandrino señala la importancia de la vida de la gracia para ser en realidad hijo de María.
9. Bula áurea “Gloriosae Dominae”, Marín, Documentos Marianos, p. 131, Bullarium 2,428.
10. Lumen Gentium, n. 53.
11. Pío VIII, en su Breve “Praesentíssimum” (30-III-1830): “... Ella es Madre nuestra, Madre de
piedad y de gracia, Madre de misericordia, a quien Cristo, al morir en la Cruz nos entregó”,
Marín, p. 157.
12. León XIII, en su Encíclica “Quamquam pluries” (15-VIII-1889): “La Virgen Santísima,
como es Madre de Jesucristo también lo es de todos los cristianos, como que los engendró
en el monte Calvario”, Marín, p. 235.
En su Encíclica “Octobri mense” (22-IX-1881): “Tal nos la dio Dios, que le infundió
sentimientos puramente maternales que no respiran sino amor y perdón...”, Marín, p. 245.
En la “Iucunda semper” (8-IX-1894) afirma: “De pie junto a la cruz de Jesús, estaba María,
su Madre, penetrada hacia nosotros de un amor inmenso, que la hacía ser Madre de todos
nosotros, ofreciendo Ella misma a su propio Hijo a la justicia de Dios y agonizando con su
muerte en su alma, atravesada por una espada de dolor”, Marín, p. 288.
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en Él; y se puede decir que, teniendo a Jesús en su seno, María llevaba en
él también a todos aquéllos para quienes la vida del Salvador encerraba la
vida. Por tanto, todos los que estamos unidos a Cristo... debemos decirnos
originarios del seno de la Virgen de donde salimos un día a semejanza de un
cuerpo unido a su cabeza. Por esto somos llamados, en un sentido espiritual
y místico, hijos de María, y Ella, por su parte, nuestra Madre común. Madre
espiritual, sí, pero madre realmente de los miembros de Cristo, que somos
nosotros”13.
Como san Pío X, Pío XI enseñará la Maternidad espiritual de María no
sólo en la Encarnación14; también al pie de la Cruz15. También Pío XII enseñará
la Maternidad espiritual de María en ambos momentos16.
En el discurso de clausura de la 3ª sesión del Concilio Vaticano II,
Pablo VI dijo: “Se trata de un título que no es nuevo para la piedad de los
cristianos; antes bien, con este nombre de Madre y con preferencia a cualquier
13. Marín, Documentos marianos, pp. 369-370.
14. Encíclica “Lux veritatis” (25-XII-1931) en la que enseña que “En el oficio de la Maternidad
de María hay también otra cosa que juzgamos se debe recordar y que encierra, ciertamente
mayor dulzura y suavidad. Y es que, habiendo María dado a luz al redentor del género
humano, es también Madre benignísima de todos nosotros, a quienes Cristo Nuestro señor
quiso tener por hermanos”, Marín, p. 482.
15. Pío XI, en su Epist. Apostolica “Explorata res est” (2-II-1923) afirma: “No puede sucumbir
eternamente aquel a quien asistiere la Santísima Virgen, principalmente en el crítico
momento de la Muerte. Y esta sentencia de los doctores de la Iglesia, de acuerdo con el
sentir del pueblo cristiano, apóyase en que la Virgen dolorosa participó con Jesucristo
en la obra de la redención y, constituida Madre de todos los hombres que le fueron encomendados
por el testamento de la divina caridad, los abrazó como a su hijo y los defiende con todo
el amor”, Marín, p. 434. En la Encíclica “Quas primas” (11-XII-1925) dice: “(Las festivas
solemnidades) recabaron que el pueblo cristiano amase con más ardor a la Madre que le
había sido legada como testamento por el Redentor”, Marín, p. 445. Y en la “Rerum
Ecclesiae” (28-II-1926) enseñará que “María, la cual habiendo recibido en el Calvario a todos los
hombres en su regazo maternal...”, Marín, p. 445.
A su vez, en la Epist. “Saeculum mox” (25-XII-1930) afirma que “Siendo todos los hombres,
según el testimonio de Jesús moribundo, hijos de la Madre de Dios Virgen”, Marín, p. 452.
Y finalmente, en la Septimo abeunte (16-VII-1933): “La designación de María Virgen, al pie de
la Cruz de su Hijo, para ser Madre de todos los hombres”, Marín, p. 489.
16. Pío XII, en su gran Encíclica Mystici corporis (29-VI-1943), dirá: “...Prodigó (María) al
cuerpo místico de Cristo,... el mismo materno cuidado y la misma intensa caridad con que
calentó y amamantó en la cuna al tierno Niño Jesús. Ella, pues, Madre amantísima de todos los
miembros de Cristo”, Marín, pp. 462-463 y p. 562 para la Maternidad al pie de la Cruz. Del
mismo Papa tenemos documentos, semejantes al que acabamos de transmitir, precisamente
con motivo del Año Mariano (1954), cfr.: AAS, 46 (1954) 484. 494, 655. 660-664.
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otro la Iglesia entera acostumbra a dirigirse a María. En verdad pertenece a
la esencia genuina de la devoción a María, encontrando su justificación en la
dignidad misma de la Madre del Verbo Encarnado”17.
El Concilio Vaticano II, por su parte, primer Concilio que ofrece en su
enseñanza un cuerpo doctrinal completo sobre la Santísima Virgen, nos
ofrece el siguiente texto sobre la Maternidad espiritual de María:
“...Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en
el Templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras Él moría en la Cruz,
cooperó en forma del todo singular por la obediencia, la fe, la esperanza y la
encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas.
Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia”18.
Pensamos que se puede afirmar que si Éfeso fue el Concilio de la
Maternidad divina de María, el Vaticano II ha sido el Concilio de su
Maternidad espiritual.
Finalmente, en el Catecismo de la Iglesia Católica aparece la Santísima
Virgen, en el designio de la Trinidad, como Madre unida a la Persona y a
la Obra de su hijo en la adquisición y en la dispensación de la vida divina
sobrenatural19. Se subraya, así, la Maternidad espiritual de María y la devoción
a Ella se ofrece como actitud de los hijos que encuentran en la Santísima
Virgen a la Madre que es modelo, Señora, refugio, consuelo e intercesora.
17. Pablo VI, Discurso clausura, ses. 3ª Vaticano II.
18. Lumen gentium, n. 61. El Concilio Vaticano II testimonia, no sólo en este lugar, sino en
otros muchos (cfr. nn. 53, 58, 60, 62, 63, 65, 67 y 69), la Maternidad espiritual de María.
19. En relación con la Maternidad espiritual, el Nuevo Catecismo, en la parte I, al exponer el Símbolo,
afirma que “en María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre” (n. 723),
“manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen” (n. 724). “Por medio de María, el Espíritu
Santo comienza a poner en comunión con Cristo a los hombres” (n. 725). Al tratar de la Iglesia, vuelve
el Catecismo a mostrar las vinculaciones de María con el Pueblo de Dios sobre todo presentándola
como Madre de Cristo y Madre de la Iglesia. Al explicar esta realidad, logro doctrinal del Vaticano
II, dedica el Nuevo Catecismo toda una sección (nn. 963-970) culminando con la presentación de
tal Madre como digna de veneración por parte de sus hijos (cfr. n. 971).
En la parte II, la perspectiva desde la cual es mencionada la Virgen no es primariamente la de la
Maternidad divina, sino la de la espiritual: María como Madre de la gracia y, unida y subordinada
a Cristo, como fuente de todos los bienes espirituales de la Iglesia y como elemento primordial
de la comunión de los santos (cfr. nn. 1.171, 1.655, 1.370 y 1.477). Para una ampliación de
este tema, cfr. J. Ibáñez - F. Mendoza, La Santísima Virgen en el Catecismo Romano y en el Nuevo
Catecismo de la Iglesia Católica, “Estudios Marianos” 58 (1994), pp. 213-228.
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Así pues, nuestro trabajo intenta desarrollar la consoladora doctrina sobre
la Maternidad espiritual de María y consta lógicamente de las siguientes
partes: I- Razón de la Maternidad espiritual: 1- María, Madre nuestra
engendrando a Cristo. 2- Cristo Cabeza, María Madre de los hombres.
3- María, Madre nuestra padeciendo con Cristo. II- María, Madre espiritual
por sus virtudes. III- Naturaleza de la Maternidad espiritual. IV- Tiempos
de la Maternidad espiritual. V- Ejercicio de la Maternidad espiritual
por parte de María. VI- A modo de conclusión.
I. Razón de la Maternidad espiritual
Los teólogos no han coincidido siempre cuando han tratado de precisar
el alcance de la noción de Maternidad espiritual. La causa podría ser que la
Maternidad, además del significado propio, tiene otros fundamentados en
lazos jurídicos o morales que, de algún modo, convienen y son atribuidos a
María.
Una mujer merece el nombre de madre por cuatro títulos diferentes: por
generación, por adopción, por donación y por federación, afirmaron.
Por generación, si concibe en su seno y da a luz un hijo a quien comunica
su vida; por adopción, gracias a la cual, en virtud de un acto solemne, se acoge
y considera como hijo a quien físicamente no lo es; por donación, si el padre
natural le hace entrega de su hijo, traspasándole los oficios y derechos de
madre; por federación, es madre una mujer respecto de la persona extraña que
con vínculo indisoluble se une y se hace una cosa con el hijo natural20.
La atribución a santa María de la Maternidad de generación, o propiamente
dicha, mediante la cual se comunica la vida, implica grandes inconvenientes
para algunos21. La maternidad de adopción, de federación y de donación tienen
una relación meramente extrínseca, sin que la vida de los hijos dependa
intrínseca y propiamente de la madre. María, en cambio, tiene una causalidad
propia y verdadera en la generación divina de los hombres.
20. N. García, Títulos y grandezas de María, Madrid 1940, p. 81.
21. N. García, op. cit., p. 81.
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Nosotros pensamos que sólo la mujer que engendra a la vida es verdadera
madre, y, por consiguiente, que sólo la maternidad por generación es verdadera
maternidad. Según santo Tomás, madre propiamente, en lo humano, es la
mujer que engendra a la vida humana22. Por tanto, la maternidad importa
la generación de una naturaleza o vida específicamente semejante a la de la
madre23. De este modo, María, en el orden sobrenatural, es la mujer que nos
engendra a la vida divina o sobrenatural. Por consiguiente, su Maternidad
espiritual importará la comunicación generativa de la naturaleza divina
participada, específicamente semejante a la suya.
En efecto, es la gracia la que verifica esta generación divina de las almas.
Pero a esta comunicación regeneradora de la gracia, que es de Dios, como
causa principal deificante, de la Humanidad Santísima de Cristo como causa
instrumental física cristianizadora, está asociada María con una causalidad
verdaderamente eficiente, aunque subordinada a las anteriores. Por esta asociación
de María a la comunicación regenerativa de la gracia, Ella nos reengendra
en Cristo y nos comunica la vida de hijos de Dios, quedando constituida en
Madre sobrenatural de los hombres.
Por tanto, si María es verdadera y propiamente Madre nuestra en el
orden divino, Ella debe comunicarnos la vida que nos hace hijos de Dios en
el momento preciso en el que se nos da esa vida. Y precisamente, esa acción
vital de María debe ser en la línea generativa. De otra suerte, María no sería
propiamente Madre nuestra.
No se puede admitir que en la Maternidad espiritual de María no quede
a salvo la comunicación de vida propia y como la suya, elemento esencial en
la maternidad de generación. Acaso se piense así, porque se opine que la
gracia no es de María, y ésa es la vida que nos comunica. Sin embargo, la
gracia se posee vitalmente y es vida de quien la posee y con toda propiedad
debe llamarse suya24. La gracia, por consiguiente, de María es vida divina
22. Sto. Tomás, 3, q. 35, a. 4 c: “ex hoc autem dicitur aliqua mulier alicuius mater, quo eum concepit
et genuit”.
23. Sto. Tomás, 1, q. 27, a. 2: “...et sic generatio significat originem alicuius viventis a principio
vivendi coniuncto... Non tamen omne huiusmodi dicitur genitum sed propie quod procedit secundum
rationem similitudinis”.
24. Sto. Tomás, II-II, q. 23, a. 2 ad 2um: “...Deus est vita effective et animae per caritatem, et
corporis per animam: sed formaliter caritas est vita animae, sicut et anima corporis”.
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de María, y es vida propiamente suya. Y esa gracia la posee plenamente, y
por eso posee la plenitud de la vida. Así, la gracia no sólo es de María, sino
que es la vida de María; vida de infinita e inagotable vitalidad y fecundidad.
La vida divina y cristiana que María transmite en esa Maternidad espiritual
lleva su impronta vital y su fisonomía virginal. Así se puede afirmar que
María no es sólo canal, sino Madre verdadera y propia de la divina gracia.
Los que prefieran ver en María una maternidad adoptiva, en razón de
que somos “hijos adoptivos” de Dios25, deben recordar: 1- que si somos
hijos adoptivos de Dios, no es porque no seamos realmente hijos, sino
porque no lo somos por naturaleza como Cristo, sino por donación o gracia
divina26; 2- que nuestra filiación adoptiva divina se verifica por verdadera
regeneración27; y 3- que esa Maternidad adoptiva de María sólo se puede
admitir si se incluye en ella la Maternidad de regeneración28.
Pero esta asociación, que regenera, de María a Jesús, ¿de dónde le viene
a María? ¿Se puede afirmar que es consecuencia del indisoluble vínculo de
la Maternidad divina que une a María con su hijo divino? Además, ¿esa
finalidad salvadora, que informa su Maternidad divina, no informa también
la personalidad entera de María? ¿Podía María estar materialmente asociada
como Madre y su vida desligada del intento de la de su Hijo? La condición
de madre divina, ¿no habilita suficientemente a María para su cooperación
a nuestra vida?
Para algunos, la Madre del Redentor no tenía que ser asociada
necesariamente a la obra de la Redención, mereciendo por nosotros y
aplicándonos los frutos de la pasión de Jesucristo. Dios quiso honrar a su
Madre elevándola también a ser Madre en el espíritu de toda la humanidad
redimida, y en esa elevación descubrimos armonías bellísimas; pero, en
absoluto, esos y otros oficios de María para con los hombres no pueden
deducirse únicamente de la maternidad divina. En consecuencia, tampoco
decimos que la divina Maternidad sea clave y principio fundamental de toda
25. Ga 4,5; Rm. 18,15; Ef 1,5.
26. Sto. Tomás, 3, q. 23, a. 2: “hoc autem plus habet adoptio divina quam humana, quod Deus
hominem quem adoptat idoneum facit, per gratiae donum”.
27. Jn 1,12; Tt 3,5; cfr. sto. Tomás: “...ita etiam per naturam animae participat, secundum
quamdam similitudinem, naturam divinam, per quamdam regenerationem sive recreationem”.
28. Cfr. sto. Tomás, 3, q. 35, a. 4 c.
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MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA, RAZÓN DE SU MATERNIDAD ESPIRITUAL
la Mariología. Será clave y principio de las gracias y prerrogativas personales,
pero no de las que se refieren a su misión soteriológica29.
El Concilio Vaticano II da dos razones para explicar el porqué María
es nuestra Madre en el orden de la gracia, o nuestra Madre espiritual. Una
de carácter general, que es la predestinación de María a la Maternidad del
Verbo Redentor; otra, inmediata, cuál es la contribución de la Santísima
Virgen a la restauración de la vida sobrenatural de los hombres, al ejercer
su divina Maternidad: “La bienaventurada Virgen, predestinada desde toda
la eternidad cual Madre de Dios junto con la Encarnación del Verbo por
designio de la divina Providencia, fue en la tierra la esclarecida Madre del
Redentor y, en forma singular la generosa asociada y la humilde esclava del
Señor”30.
Así pues, el programa salvador de Dios se resume en el misterio de la
Encarnación, en la cual hay esencialmente incluidas dos personas: el Verbo
Encarnado y María. Junto a Jesús está su Madre. Ella ha sido predestinada
para que el Verbo de Dios naciera y salvara a la humanidad. Por esta razón,
Jesús y María son y serán siempre inseparables. María, pues, en la eterna
predestinación y en su realización terrena, es la Madre del Redentor.
Aunque Maternidad del Redentor y asociación con el Redentor sean funciones
distintas, en la Madre del Redentor son inseparables. Escoger a María para
Madre del Redentor, fue escogerla para cooperadora de la Redención.
La predestinación de María a la divina Maternidad fue disponer desde la
eternidad su vida a los fines de esa Maternidad. Ninguna unión entre Jesús
y María como la que establece entre ellos la Maternidad divina puede ser
mayor para hacer de la Madre y del Hijo como un solo principio de universal
regeneración. De donde se deduce que la Maternidad divina de María es
la razón verdadera y profunda de la asociación regeneradora de Jesús y de
María, incluyendo, por su misma naturaleza, la unión de María con Cristo en
la obra de nuestra divina regeneración. De aquí se sigue que la Maternidad
divina implicaría la Maternidad espiritual: María es nuestra Madre, porque
es Madre de Dios.
29. N. García, op. cit., p. 39.
30. Lumen gentium, n. 61. Esta misma doctrina ya había sido enseñada por Pío IX y por Pío XII.
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En efecto, a la maternidad de la madre reina no sólo se le atribuye el
efecto absoluto de la acción maternal, o lo que es lo mismo, la naturaleza
humana del hijo, sino también lo que concretamente implica, es decir, la
realeza del hijo. A la Maternidad de María, por tanto, hay que atribuirle
también no sólo la generación humana del Verbo, sino lo que importa
la condición concreta de esa Maternidad y que debía de tener el VerboHombre dependientemente de su Maternidad. El ser Redentor no es
inherente en absoluto al Hombre-Dios por serlo, sino por serlo para
salvarnos. María, por ser Madre de Jesús, es Madre del redentor, dado que
esta propiedad es inseparable de la naturaleza humana de Jesús y efecto de su
acción maternal. De esta manera tendríamos que si la maternidad queda
especificada por su término, la Maternidad divina de María quedaría
especificada por los caracteres de la Humanidad de Cristo, término de su
acción maternal. Los caracteres absolutamente inherentes a la Humanidad de
Cristo especificarían absolutamente a la Madre. En cambio, lo inherente en
concreto a la Humanidad de Cristo, repercutiría análogamente en la Madre.
Porque lo necesario en concreto es necesario como lo necesario en absoluto.
Con otras palabras: si el Verbo-Hombre tenía que ser Redentor y no podía
serlo sin la Maternidad de María, Ésta sería realmente necesaria para que
el Verbo lo fuera, aunque, en absoluto el Verbo-Hombre no tuviera que
ser Redentor.
Pensamos que, con toda lógica, se puede afirmar que, María por ser
Madre de Dios, es Madre espiritual de los hombres.
1- María, Madre nuestra engendrando a Cristo
La cooperación de María en la restauración de nuestra vida divina se lleva
a cabo al dar al divino Redentor la vida humana. El Concilio, en este pasaje31,
sólo afirma el hecho. Pero en otros momentos ilustra esta doctrina con la
representación de María como Nueva Eva32. Este paralelismo antitético
31. Lumen gentium, n. 61.
32. Lumen gentium, nn. 56 y 63. Para la representación de María como Nueva-Eva, cfr.
J. Ibáñez - F. Mendoza, Los aspectos de María-Nueva Eva en Justino e Ireneo, en “Mikael” 23
(1980), 85-95; y Los aspectos de María Nueva-Eva en los autores cristianos primitivos, “Escritos
del Vedat”, 12 (1982), 303-323.
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MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA, RAZÓN DE SU MATERNIDAD ESPIRITUAL
entre Eva y María, de la primera y más venerable tradición patrística, nos
presenta a María Madre de la humanidad desde una perspectiva bíblicamente
fundamentada. Eva, en la escena del Edén, desobedeciendo a Dios e
induciendo a Adán a pecar, fue madre de la humanidad para perdición y
muerte. María, en la Anunciación del Ángel, aceptando con obediencia el
plan divino de concebir al Verbo divinizador, fue la Madre de la humanidad
para la salvación y para la vida.
En efecto, la Maternidad divina eleva a María sobre el orden de todo
lo creado y creable y la adentra en el orden hipostático por su causalidad
respecto de la unión hipostática, siendo sólo inferior a Dios. Y esta posición
ontológica de María, como Madre de Dios, exige un influjo universal en la
creación, sólo inferior al divino; y este influjo, sólo inferior al divino, por la
condición maternal de su causa, debería ser de causalidad maternal en lo
posible, comunicativa de la vida divina, respecto de los seres predestinados
a participarla de Dios. Para esto María quedaría capacitada por la plenitud
de gracia demandada por la Maternidad divina. Y la condición maternal
del ser de María condicionaría su actividad maternal33, y esta causalidad
respecto del Hijo Divino quedaría condicionada por la capitalidad inherente
a la Humanidad del Verbo.
El orden hipostático concreto e histórico tiene las siguientes condiciones
concretas: el Hijo de Dios nace de una Mujer para salvar34, para redimir35 y
regenerar a los hombres36. La Santísima Virgen consiente en dar la naturaleza
humana al Hijo de Dios para que Él sea nuestro Salvador, Redentor y
Regenerador. A su Maternidad divina, por consiguiente, debemos nuestra
regeneración.
33. A esta posición ontológica de María corresponde una excelencia proporcional de la acción.
Por supuesto, la más universal y la más íntima después de la de Dios. Así se puede inferir
de los principios que nos brinda santo Tomás en Suma Teológica 1, q. 103, a. 4, c, en 1,
q. 104, a. 2, c y un último texto, si cabe, nos parece más contundente: “Omnes creaturae
ex divina bonitate participant ut bonum quod habent, in alios diffundant: nam de ratione boni est
quod se aliis communicet... Quanto igitur aliqua agentia magis in participatione divinae bonitatis
constituuntur, tanto magis perfecciones suas nituntur in alios transfundere, quamtum possibile est”,
en 1, q. 106, a. 4, c.
34. “Vocabis nomen eius Iesum”, Lc 1,31.
35. “Ut eos qui sub Lege erant redimeret”, Ga 4,4.
36. “Ut adoptionem filiorum reciperemus”, Ga 4,4.
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A. La regeneración requiere la Maternidad divina, siendo la
causalidad maternal divina la que verifica la regeneración que
nos incorpora en Cristo
Como dice profundamente san Pío X: “la Virgen no concibió sólo al
Hijo de Dios para que, recibiendo de Ella naturaleza humana se hiciese
hombre, sino también para que, mediante esta naturaleza recibida de Ella,
fuese el Salvador de los hombres”37. La Encarnación hace del Verbo hecho
hombre y de los hombres un sólo hombre. Como el cuerpo es uno, y tiene
muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, aunque sean muchos,
son, no obstante un sólo cuerpo, así también Cristo38. Así muchos somos
un sólo cuerpo en Cristo39. La unión entre el Verbo-Hombre y los hombres
hace de ellos una persona mística traspasando a Cristo la responsabilidad del
género humano y al género humano la gracia y los méritos de Cristo40. Y
esta incorporación de los hombres a Cristo se realiza en el momento en el
que la Vida de la Cabeza se hace vida de los hombres, que son los miembros.
Y precisamente por virtud de la unión hipostática, en la Encarnación, la
Humanidad de Cristo recibe la plenitud de la gracia y queda constituida en
principio universal de vivificación o regeneración41.
Pero es María, por su Maternidad divina, la causa inmediata y eficaz de
nuestra incorporación y regeneración en Cristo. Nadie pone en tela de juicio
que María tenga una causalidad más o menos verdadera, mediata, remota,
pues nadie pone en tela de juicio que Ella nos da a Cristo, que es nuestra
vida.
Esta incorporación a Cristo se debe a la acción directa de la Maternidad
divina, efecto producido en virtud de la acción maternal de María. Por supuesto
que la acción maternal de María será una acción subordinada y dependiente del
influjo divino. Y, de este modo, María será Madre de Jesús y de los hombres
37. San Pío X, Enc. “Ad diem illum”, Marín, pp. 369-370.
38. 1 Co 12,12.
39. Rm. 12,5.
40. Suma Teológica 3, q. 19, a. 4: “In Christo non solum fuit gratia sicut in quodam homine singulari
sed sicut in capite totius Ecclesiae, cui omnes uniuntur sicuti capiti membra ex quibus constituitur
mystice una persona”.
41. Suma Teológica 3, q. 7, a. 11, c: “...gratia confertur animae Christi sicut cuidam universali
principio gratificationis in humana natura”.
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MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA, RAZÓN DE SU MATERNIDAD ESPIRITUAL
en virtud de su propia, personal, verdadera e inmediata prestación maternal.
María, al dar al Verbo la naturaleza humana, nos incorpora y engendra eficaz
e inmediatamente en Cristo. María es la que incorpora y endosa la humanidad
al Verbo. María no sólo representa al género humano, sino que lo contiene
con virtualidad de Madre Universal; el Semen Mulieris incluye toda la raza de
Adán, toda la raza pecadora, toda la raza caída.
El Verbo podía haberse humanado sin tomar del género humano su
naturaleza humana42. Podía, aun en este caso, si Dios lo disponía, redimir
al género humano. Pero si la redención tenía que ser por vía de justicia, era
preciso que Cristo perteneciese a la raza de Adán pecadora, para que fuese la
misma la que expiase la culpa43.
Así pues, Cristo, sólo en cuanto nace de la Virgen, pertenece al género
humano. Es, por tanto, la Maternidad de María la que incorpora la Humanidad
a Cristo44. Pero dicha Maternidad de María no se limitaba a proporcionar
la naturaleza humana al Hijo de Dios, sino también a incorporar a Cristo la
humanidad para que fuera regenerada divinamente.
De este modo, “María, por su Maternidad divina engendra al Verbo en
la naturaleza humana y a los hombres en Cristo: se constituye a la vez en
Madre humana de Dios y Espiritual de los hombres... Su causalidad maternal
alcanza a la Cabeza y a los miembros. Todos fuimos realmente concebidos
en el seno de María... Madre del Cristo total, por su Maternidad divina”45.
Los hombres fuimos tan verdadera y propiamente concebidos en el seno
virginal, como en el orden físico lo fue Cristo. Y semejante concepción
implica una filiación moral o espiritual de María, verdadera y propiamente
Madre en el orden espiritual.
Si la acción maternal de María no fuera eficaz e inmediata, ello se debería
a una falta de ordenación de dicha acción maternal a nuestra regeneración,
o bien por parte de Dios, o bien por parte de María.
42. Suma Teológica 3, q. 31, a. 4: “Convenientissimum tamen fuit ut de femina carnem acciperet”.
43. Suma Teológica 3, q. 31, a 1: “Et ideo conveniens fuit ut carnem sumeret ex materia ab Adam
derivata, ut ipsa natura per assumptionem curaretur”.
44. Suma Teológica 3, q. 31, a. 7: “Corpus Christi non refertur ad Adam et ad alios Patres nisi
mediante corpore Beatae Virginis, de qua carnem sumpsit”; y en 3, q. 31, a. 6: “Corpus Christi habet
relationem ad Adam et ad alios Patres mediante corpore Matris eius”.
45. M. Llamera, La Maternidad espiritual de María, “Estudios Marianos” 3 (1944), p. 97.
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MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA, RAZÓN DE SU MATERNIDAD ESPIRITUAL
El plan divino ordenaba la Maternidad divina de María a la capitalidad de
Cristo y a nuestra incorporación en Él, pues la predestinación de María está
esencialmente predestinada a la de Cristo y la de Cristo requiere la de María.
El fin salvador de la Encarnación informa la divina Maternidad.
María, por su parte, aceptó sin condición alguna los planes de Dios y se puso
totalmente a disposición del Espíritu Santo, para servir a los designios
salvadores de la Encarnación del Verbo.
El P. Bover deduce el intento soteriológico del consentimiento de María46
y llega a afirmar que María no sólo intentó el resultado soteriológico de la
Maternidad divina, sino que su deseo de Redención se había adueñado más
del Corazón de María que incluso la misma Maternidad divina47.
Vemos pues, que la Maternidad divina de María queda informada por la
predestinación divina y por el consentimiento soteriológico de María para
la humana regeneración de todos los hombres en Cristo. Y esto, en el caso
de María, no sólo como lo que podríamos llamar finis operantis, sino también
por el finis operis en cuanto tal. Las realidades Humanidad de Cristo, su
Capitalidad, Cuerpo Místico reclaman a la Maternidad de María como causa
necesaria. Se puede afirmar que proceden de Ella como efecto necesario.
Quedan incluidos en el efecto y en la acción causal de la Maternidad.
Cuando se argumenta que María, por ser Madre de la Cabeza, es Madre
de los miembros, se hace con toda lógica y la razón es concluyente pues no
puede serlo de la Cabeza sin serlo de los miembros, por ser éstos inseparables
de la Misma. Pero entonces, aparentemente existe un problema: se está
argumentando desde el plano de una Maternidad de Cristo, que es física, al de
una Maternidad de los hombres, que es espiritual. Pero este problema resulta ser
sólo aparente, puesto que no se argumenta desde una maternidad física a una
espiritual, sino desde la Maternidad divina a la Maternidad física respecto de
Cristo y a la Maternidad espiritual respecto de todos los hombres.
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Nacimiento. Autor: Lunetto. Pinacoteca de Brescia (Italia).
46. J. M. Bover, Deiparae Virginis consensus. Corredemptionis ac Mediationis fundamentum,
“Consejo Superior de Investigaciones Científicas”, Madrid 1942, p. 31.
47. Idem, op. cit., p. 35.
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No se puede ni siquiera imaginar que la Maternidad divina no tenga
la suficiente virtualidad para causar nuestra regeneración en Cristo.
La Maternidad de María estaba ordenada por Dios a la generación conjunta
de la naturaleza humana de Cristo y de su cuerpo espiritual. La Maternidad
divina, si bien vigorizada por la acción omnipotente del Espíritu Santo, puso
en actividad toda la vitalidad de María, es decir, su energía física, moral y
sobrenatural. Solamente la fecundidad infinita de la Divinidad supera en
fuerza y energía la fecundidad de la concepción virginal de María. Por tanto,
el Espíritu Santo asocia a su poder divino la Maternidad de María y no sólo
para la generación humana de Cristo, sino también para la generación en
Cristo de los hombres.
Por supuesto hay que hacer notar que la plenitud de gracia de María,
demandada por su predestinación divina a la maternidad, interviene con toda
su virtualidad en la concepción virginal de Cristo y de su Cuerpo místico:
con amor inefable respecto del Verbo y con un amor vivificador respecto de los
miembros que esa acción maternal le incorpora.
Queremos advertir que esta regeneración de los hombres en la Encarnación
es más esencial y virtual que completa. Y esto, precisamente, no por defecto
de causalidad de parte de Dios, de Cristo, o de María, sino porque el
designio divino la hacía depender del sacrificio del Calvario. En definitiva, la
Maternidad espiritual, esencialmente iniciada en la Encarnación, proseguirá
su función maternal hasta nuestro pleno alumbramiento en Cristo, que
tendrá lugar en el Calvario.
B. La maternidad espiritual de María deriva de la Maternidad
divina en cuanto que de ésta deriva la plenitud de gracia
Es parecer y sentencia unánime de los teólogos que María fue llena de
gracia y ello debido precisamente a su Maternidad divina. Para que María fuera
Madre idónea de Dios, santo Tomás deduce la plenitud de su gracia inicial48; y
de la misma Maternidad deduce una segunda plenitud más perfecta49. El Papa
48. Suma Teológica 3, q. 32, a. c: “Beata autem Virgo fuit electa divinitus ut esset Mater Dei. Et ideo
non est dubitandum quod Deus per suam gratiam eam ad hoc idoneam reddit (Lc 1, 30)”.
49. Suma Teológica 3, q. 32, a. 5: “Beata Virgo Maria propinquissima Christo fuit secundum
humanitatem: quia ex ea accepit humanam naturam. Et ideo prae ceteris maiorem debuit a Christo
plenitudinem gratiae obtinere”.
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MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA, RAZÓN DE SU MATERNIDAD ESPIRITUAL
Pío XI enseñará en el siglo XX que “de este dogma de la Maternidad, como
de surtidor de oculto manantial, proceden la gracia singularísima de María
y su dignidad suprema después de Dios50.
Así, pues, esta gracia de María no sólo era superior a la de todos los
santos juntos, sino que de esta plenitud de gracia podría derivar la de
todos ellos. La razón no puede ser otra que la unión maternal de María con
Cristo, principio universal de la gracia, que la hace repercutir en Ella con
plenitud y universalidad semejante a la suya. La función maternal de María,
por tanto, procede de la plenitud de gracia, único principio de operaciones
sobrenaturales51. En efecto, la plenitud de la gracia de María, en virtud de su
Maternidad divina, está ordenada a la regeneración universal de los hombres.
María, con su vitalidad total, humana y divina, tiene por razón de su existencia
la Maternidad divina y con ella la regeneración divina de los hombres.
Para ello se hace preciso no sólo una virtualidad intrínseca de María, sino
además una ordenación moral por parte de Dios. Por supuesto que María recibió
de Dios esa ordenación intrínseca de maternidad universal de la gracia y
no se puede suponer que Dios la privara de su connatural ordenación a su
efecto connatural, que es nuestra regeneración. Y Dios no podía ordenar
más íntimamente la gracia de María a nuestra regeneración, que haciéndola
servir al fin de la Maternidad divina, que es ése.
Así, la semejanza de la gracia de María con la de Cristo, y ésta proveniente de
la unión maternal, hace ininteligible la desvinculación de nuestra redención
regenerativa. Esta semejanza entre la gracia de María y la gracia de Cristo
es tal y tan grande que reproduce los fines y las virtualidades de la gracia de
Jesús y hace a María coprincipio de nuestra redención, dependientemente,
claro está, de la de Cristo. Así lo expresa magistralmente santo Tomás:
“Sed Beata Virgo María, afirma, tantam gratiae obtinuit plenitudinem, ut esset
propinquissima auctori gratiae: ita ut eum qui est plenus omni gratia, in se reciperet,
et eum pariendo, quodammodo gratiam ad omnes derivaret”52. Esta plenitud de
gracia de María no es propia de la Santísima Virgen, sino que deriva del hecho
50. Pío XI, en su “Encíclica Lux veritatis” (25-XII-1931), Marín, p. 480.
51. Sto. Tomás, Expositio super Salutationem Angelicam: “Magnum est in quolibet Sancto quando haberet
tantum de gratia quod sufficiat ad salutem multorum; sed quando haberet tantum, quod sufficeret ad
salutem omnium hominum de mundo, hoc esset maximum, et hoc est in Christo et in Beata Virgine”.
52. Suma Teológica 3, q. 27, a. 5 ad 1um.
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de ser cercanísima, por su Maternidad, al que es lleno de toda gracia; de la
cual en alguna manera deriva también la de todos. El quodammodo derivaret
no puede entenderse como “derivación mediata”, puesto que mediante Cristo
deriva la gracia a todos, y, esto no quodammodo, sino omnimode. Éste de “algún
modo”, es el de María, o sea el “modo maternal”.
Más aún. Aunque la ordenación de la gracia de María no derivara a los
hombres de su Maternidad divina, la Maternidad espiritual de María derivaría
de ella “por la plenitud de su gracia”. Y es que si la Maternidad divina de
María envuelve la actuación de la gracia de María, la Maternidad divina de
María por la plenitud de la gracia envuelve la Maternidad espiritual. Esta
plenitud de gracia de María transciende el carácter, individual, es decir, la
Santísima Virgen ha recibido la plenitud de gracia, no tanto por su provecho
y exaltación particular, cuanto para contribuir con ella a la rehabilitación de
la naturaleza humana degradada por el pecado53.
Nuestro razonamiento podría resumirse con estas palabras: María, Madre
de Dios, es Madre llena de gracia y, por consiguiente, Madre de la gracia.
C. La Maternidad divina incluye necesariamente la asociación
regenerativa de María con Cristo
María, asociada con Cristo en nuestra redención, lo es de manera personal
y directa asociada en nuestra regeneración. Es asociada de Cristo por ser
Madre suya, luego, por ser madre suya, es Madre nuestra.
María tiene una capacitación subjetiva para esta asociación con Cristo, pues
la Maternidad divina de María lleva consigo la plenitud de gracia. Ahora
bien, siendo la Maternidad divina y sus fines la razón de ser de María, y
siendo la Encarnación y sus fines la razón de ser de la Maternidad, aparece
claro que la Maternidad divina une necesariamente a María con los fines de la
Encarnación y que su vida queda asociada a la del Verbo en el intento de
regenerar la naturaleza humana caída. Así pues, la predestinación de María,
por parte de Dios, a la Maternidad fue ordenar eternamente su vida a los
fines de la Maternidad o, lo que es lo mismo, ordenar su vida al fin mismo
de la vida de su Hijo Divino.
53. P. Miranda, San Alberto Magno y la mediación universal de la Santísima Virgen, “La Vida
Sobrenatural” 24 (1932), pp. 343-344.
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MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA, RAZÓN DE SU MATERNIDAD ESPIRITUAL
Toda la razón de ser de la existencia de la Virgen es la Redención. Sin
Jesús, Ella no hubiese estado en el pensamiento de Dios antes de que el
mundo existiese. María, pues, es la asociada al Reparador por el vínculo
más profundo de orden humano, como es el que importa la Maternidad54.
Ninguna unión tan vital entre María y Cristo como la que realiza entre ellos
la Maternidad divina. Y ninguna unión tan eficaz para unirlos en una sola vida
y hacer de los dos, es decir, de la Madre y del Hijo, un principio universal
de vivificación. Luego si por ser Madre de Cristo es su consorte, y por ser
su consorte es nuestra Madre, María es Madre nuestra por ser Madre suya.
Brillantemente y con toda lógica expresa el P. Bover en su obra ya citada,
el consorcio redentor entre María y Jesús55. Enseñanza que no hacía más
que desarrollar lo que había sido Magisterio de la Iglesia, concretamente de
León XIII56 y de Pío XI57.
María es Madre de Cristo y María es Madre de los hombres son dos
proposiciones entre las que existe una distinción conceptual. En efecto, la
Maternidad espiritual no se ve inmediatamente en la divina por una mera
explicación nominal, pero tampoco es imposible verla en ella, pues la incluye
en su realidad. Se ve en ella mediatamente, es que ambas maternidades coinciden
en la realidad expresada por el término medio: la regeneración de los hombres
en Cristo. Esta objetividad, se podría afirmar, que identifica los conceptos.
Si bien esta identidad entre ambas maternidades no es una identidad total,
la cual no puede exigirse para legitimar una demostración dialéctica. Basta
para ello con que la realidad de la conclusión sea, aunque parcialmente, de
la realidad del principio.
Este discurso teológico nos ha llevado a demostrar que la Maternidad
divina incluye necesariamente la regeneración de los hombres en Cristo.
54. Suma Teológica 3, q. 24, a. 4: “Deus praedestinavit opus Incarnationis in remedium humani
peccati”; en 3, q. 1, a. 3 ad 4um. La obra de la Encarnación incluye a la Santísima Virgen,
cuya divina ordenación es la misma de la Encarnación, es decir, el remedio del pecado y la
recuperación de la vida divina.
55. J. M. Bover, op. cit., Madrid 1942, p. 339.
56. León XIII, en la Encíclica “Supremi Apostolatus”, (1-IX-1883), Marín, p. 208.
57. Pío XI, en su Epístola “Auspicatus profecto” (28-I-1933), Marín, p. 487, enseña: “La augusta
Virgen, concebida sin la primitiva mancha, fue escogida Madre de Cristo precisamente pata
tomar parte en la redención del linaje humano (ut redimendi generis humani consors efficeretur)”.
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JAVIER IBÁÑEZ IBÁÑEZ
Y esta regeneración constituye la realidad de la Maternidad espiritual. Por
consiguiente, ambas se identifican en la realidad expresada por el término
medio: regeneración divina.
2. Cristo cabeza, María Madre de los hombres
María y su misión hay que explicarla en relación y dependencia de Jesús,
porque Éste es toda la razón de su existencia, de la naturaleza y de la misión
de su Madre. Para comprender a María en su plenitud hay que mirarla en
Jesús, del cual depende su ser, su esencia, su misión. Cristo es la explicación
de María, y María es una aplicación de la verdad de Jesús. Por tanto hay
que explicar a María en relación y dependencia de Jesús, determinando las
semejanzas y las diferencias entre ellos, esto es, determinando la medida de
su analogía.
La formulación básica de la analogía entre María y Jesús puede hacerse de
este modo: María es Madre de Dios y de los hombres, porque Cristo es Dios
y Cabeza de los hombres; María es pues Madre de Dios y de los hombres
según las exigencias de la unión hipostática y la capitalidad de Cristo. La razón
de esto es que María es Madre de Dios porque Jesús es Dios, y puesto que
la humanidad del Verbo lleva consigo ser Cabeza de los hombres, Ella es
Madre de los hombres porque Jesús es Cabeza de ellos.
Por tanto, si la unión hipostática es la razón de ser de la Maternidad
divina, quiere decir que María es Madre de Dios porque se da esa unión
hipostática. Análogamente, si la capitalidad de Cristo es la razón de ser
de la Maternidad espiritual de María, quiere decir que María es Madre
espiritual de los hombres porque se da esa capitalidad de Cristo y a ella y a
sus exigencias se debe acomodar y servir.
Así pues, las dos condiciones esenciales de María dependen claramente
de las dos condiciones esenciales de Cristo: la Maternidad divina de la unión
hipostática y la Maternidad espiritual de la Capitalidad. Se sigue de aquí,
en primer lugar, que como la unión hipostática condiciona la Maternidad
divina, la Capitalidad de Cristo condiciona la Maternidad espiritual en su
existencia, naturaleza y trascendencia, siendo su función peculiar incorporar
los hombres a Cristo y regenerarlos en Él, configurándolos a su imagen
divina.
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MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA, RAZÓN DE SU MATERNIDAD ESPIRITUAL
Esta función regenerativa de la Maternidad espiritual de María le
es propia por su misma Maternidad divina, de la misma manera que a
Cristo le compete la Capitalidad por su misma unión hipostática. Y si la
Capitalidad es exigida y elevada a sus propios fines por la unión hipostática,
la Maternidad espiritual es exigida por la Maternidad divina y elevada a sus
propios fines que son los de la unión hipostática.
De donde, por otra parte, se puede afirmar que la Maternidad espiritual
de María es a su Maternidad divina, lo que la Capitalidad de Cristo es a la
unión hipostática. La Maternidad espiritual de María depende, por tanto, de
su Maternidad divina, como la Capitalidad de Cristo depende de la unión
hipostática. Por donde se entiende que así como la Capitalidad de Cristo
sirve a los fines de la unión hipostática en relación con la misión salvadora
universal de Cristo, así la Maternidad espiritual de María sirve a los fines de
su Maternidad divina en orden a esa misión consalvadora universal de María.
Y si la Maternidad divina y la Maternidad espiritual son a María lo que
la unión hipostática y la Capitalidad son a Cristo, ello quiere decir que
así como la unión hipostática y la Capitalidad lo son y lo explican todo en
Cristo, así también la Maternidad divina y la espiritual lo son y lo explican
todo en María. Así como la unión hipostática hace a Cristo Hombre-Dios
y Cabeza de los hombres, así la Maternidad divina hace a María Madre de
Dios y de los hombres. Por otra parte, así como el ser y la misión de María
se expresan adecuadamente diciendo que es la Madre de Dios y la Madre de los
hombres. Como el carácter salvífico esencial de Cristo es el de ser Cabeza
de los hombres58, el carácter salvífico esencial de María es el de Madre de
los hombres. Y si la gracia habitual infinita de Cristo, procedente de la
unión hipostática, constituye su capitalidad, así la gracia llena de María,
exigida por su Maternidad divina y derivada de la infinita gracia de Cristo,
constituye su Maternidad espiritual. Y si la gracia de Cristo es y se llama
gracia capital, así la gracia de María es y se llama gracia maternal.
58. Es innegable que la Redención requiere en Cristo virtud redentora y solidaridad con los
redimidos. Pues las dos tiene Cristo por su Capitalidad; por ella tiene la plenitud de la gracia
y por ella es nuestra su virtualidad redentora, puesto que somos miembros suyos. Podemos
afirmar que la Capitalidad hace suya nuestra responsabilidad y nuestro su poder redentor.
Las tres funciones principales de la mediación de Cristo: Sacerdocio, Magisterio, Realeza, las
ve santo Tomás incluidas en la Capitalidad de Cristo, Suma Teológica, 3, q. 22, a. 1 ad 3um.
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JAVIER IBÁÑEZ IBÁÑEZ
Viniendo a María, hay que reconocer que son muchos los títulos que
significan la intervención de la Santísima Virgen en la obra de nuestra
salvación. Todos ellos expresan modos más o menos importantes de su
actuación salvadora. De todos ellos, el título soteriológico esencial y principal
de María es el de su Maternidad espiritual. En efecto, María es Madre espiritual
de los hombres para que Cristo sea Cabeza de los mismos. María no sería
Madre espiritual si Cristo no fuera Cabeza, y si Cristo tiene que ser nuestra
Cabeza, Aquélla no puede no ser nuestra Madre.
Esta Maternidad espiritual de María se ordena esencialmente a la
Capitalidad de Cristo, pudiendo ser considerada como un duplicado de
dicha Capitalidad. Y la plenitud de la gracia de María, constitutivo formal
de la Maternidad espiritual, es el efecto más grande y más connatural de la
gracia capital de Cristo.
Por consiguiente, si la Maternidad espiritual depende de la Capitalidad
de Cristo, de ésta participará su principalidad análoga, siendo la Maternidad
espiritual, en María, a los demás títulos soteriológicos, lo que la Capitalidad
de Cristo es a los demás títulos soteriológicos.
Esta principalidad de la Maternidad espiritual aparece clara si se la
compara con los títulos mariológicos más importantes, a saber: mediadora,
corredentora, dispensadora de las gracias, realeza, etc.59.
Por el hecho de que María es Madre espiritual de los hombres, y en
tanto que es Madre, debe llamarse Mediadora entre Dios y los hombres, ya
que Élla trae a los hombres las cosas de Dios y presenta a Dios las cosas de
los hombres. Élla regenera a los hombres para la vida eterna, y presta su
consentimiento maternal en representación del género humano. Se puede
afirmar que la mediación no tiene actos propios sino que es una modalidad
de los actos maternales de la Santísima Virgen, en cuanto que unen a los
hombres con Dios.
Si consideramos ahora a María-Corredentora, debemos afirmar que la
corredención es un aspecto particular tanto de la maternidad espiritual
59. Hace ya un tercio de siglo, año 1978, que subrayábamos dicha principalidad, sobre los otros
títulos mariológicos, en nuestra primera Mariología: Madre-Mediadora, Madre-Corredentora,
Madre-Dispensadora, Madre-Reina, etc., en J. Ibáñez - F. Mendoza, Fe divina y católica,
Magisterio Español, Madrid 1978, pp. 111-112.
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MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA, RAZÓN DE SU MATERNIDAD ESPIRITUAL
como de la mediación. Si Cristo es Mediador porque junta a los hombres
con Dios, como dice santo Tomás: pro hominibus satisfaciendo et interpellando60,
lo mismo, aunque de manera análoga, decimos, de la Santísima Virgen y
precisamente de su Maternidad espiritual. Propio y característico de esta
Maternidad es que María haga ambas cosas (satisfaciendo et interpellando)
maternalmente: para engendrar los hombres a la vida divina, ya sea para
conseguir la redención, ya sea para aplicarla.
La Maternidad espiritual de María debe conseguir la vida que comunica a
los hombres para que dicha vida pueda ser realmente suya; y además tiene
que ser (dicha Maternidad) destructora del pecado, porque la destrucción de
la muerte debe ser efecto de las causas de la vida61. De la gracia maternal de
María procede la eficacia de su corredención, pues de esa gracia proceden
el mérito y la satisfacción con que nos corredime. Por tanto, María no es
Madre de los hombres por ser Corredentora, sino que María es Corredentora
por ser Madre. Pero se debe aclarar que dicha corredención complementa
la Maternidad en cuanto que posibilita la perfecta regeneración de los
hombres.
En otras palabras, si Dios nos dio a María para que nos diese la vida, todo
queda en Ella subordinado a esto: la corredención será una función parcial
de la Maternidad espiritual que es la función total de María. Y así, lo mismo
que redención es función de la Capitalidad de Cristo, así la corredención es
función de la Maternidad espiritual de María. Y si la Capitalidad de Cristo
es anterior a la redención y causa de ella, también la Maternidad espiritual
es anterior a la corredención y causa de ella. Pero tanto la función redentora
de Cristo como la corredentora de María están subordinadas a la función
regenerativa, que tiene razón de efecto acabado, mientras que la redención y
corredención tiene razón de efecto incompleto, es decir, de medio.
La corredención, pues, es una función parcial de la Maternidad espiritual,
que es la función total de María. Dios nos dio a María para que Ella nos diera
la vida, y a esto queda subordinado todo en Ella. Y si la redención es función
60. Suma Teológica 3, q. 26, a. 20.
61. Suma Teológica 3, q. 48, a. 1 ad 2um: “Christus a principio suae conceptionis meruit nobis salutem
aeternam; sed ex parte nostra erant impedimenta quaedam, quibus impediebamur consequi effectum
praecedentium meritorum. Unde, ad removenda illa impedimenta, oportuit Christum pati”.
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JAVIER IBÁÑEZ IBÁÑEZ
de la Capitalidad en Cristo, la corredención es función de la Maternidad
espiritual de María. Y si la Capitalidad es anterior a la redención y su causa,
la Maternidad espiritual es anterior a la corredención y causa de ella.
Si consideramos la precedencia entre Maternidad espiritual y corredención
de María, afirmamos que la maternidad o gracia maternal es anterior a la
corredención o gracia corredentora. Y esta gracia maternal tiene como
connatural la remoción de la culpa que impide y estorba la regeneración de
los hombres en Cristo. De esta manera, la corredención será efecto connatural
de la gracia maternal, y, por tanto, posterior a ella.
De alguna manera, esta superación de la culpa será anterior a la
Maternidad espiritual perfecta de María, y así, la corredención, efecto de la
Maternidad espiritual, precede de algún modo a ésta en cuanto a su estado
perfecto. Pero María es en la Encarnación cuando queda constituida en
Madre de Dios y Madre nuestra, y desde entonces, juntamente con Cristo,
supera todas las dificultades para lograr una regeneración perfecta a lo largo
de su vida corredentora.
Pero si consideramos la precedencia por parte de los hijos espirituales,
afirmamos que la redención del pecado precede como término a quo a la
regeneración, que es el término ad quem, sin pretender deducir de aquí que
la gracia maternal no preceda y cause la gracia corredentora62. Pues la gracia
maternal precede y causa la corredención, como la gracia divina sobrenatural
precede a la liberación del pecado y dispone al hombre para la justificación,
aunque la expulsión de la culpa precede a la posesión de la justicia en el
alma del justificado63.
En cuanto al título “Dispensadora de las gracias” afirmamos que los
mariólogos lo deducen normalmente de la Maternidad espiritual. “¿No es
María la Madre de Dios? ¿Ella es, por tanto, también nuestra Madre?”, se
62. En la regneración de los hombres por María, en primer lugar hay que situar la maternidad
o gracia maternal; sigue la corredención o disposición del género humano y finalmente la
regeneración. Esta es la enseñanza de santo Tomás, Suma Teológica 1-2, q. 112, a. 8 c.
63. Clara es la explicación de santo Tomás para aclarar la cuestión, en Suma Teológica 1-2, q. 112,
a. 8 ad 1um: “Agens enim, per forman, quae in eo praexistit, agit ad removendum contrarium; sicut sol
per suam lucem agit ad removendum tenebras: et ideo ex parte solis prius est iluminare quam tenebras
removere; ex parte autem aeris iluminandi prius est purgari a tenebris quam consequi lumen ordine
naturae, licet utrumque sit simul tempore”.
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ScrdeM
MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA, RAZÓN DE SU MATERNIDAD ESPIRITUAL
pregunta san Pío X64. En efecto, la dispensación de la gracia tiene que ser
competencia de la Madre de la gracia, y, por consiguiente, la dispensación
de la gracia es competencia del oficio materno de María.
Por lo que respecta al título “Reina”, hay que admitir que la Maternidad
hace a María-Reina. Porque es Madre de Dios, es la más excelsa de todas las
criaturas y todas le están subordinadas; porque es Madre de los hombres,
hace suyo el reino de la gracia, del que dispone como Reina a favor de ellos,
juntamente con su Hijo. Reina por ser Madre. Todos los hombres, hijos de
María sometidos a su realeza.
Pero esta principalidad de la Maternidad espiritual de María sobre los
demás títulos mariológicos, que acabamos de considerar por analogía con la
Capitalidad de Cristo, queda manifiesta por el paralelismo que la Tradición
católica establece entre Adán y Cristo, Eva y María.
La razón de ser de Eva fue la maternidad y para eso fue dada a Adán
(Gn 3,20) para ser madre de todos los vivientes. Como madre cooperó a la
transmisión de la vida y, después del pecado, cooperó a la transmisión del
pecado. Tanto el pecado de Adán como el suyo no nos hubiera sido transmitido
sin su cooperación materna. Tenemos, pues: que Eva no solamente fue ocasión
de nuestra ruina, sino que también fue causante de ella, aunque con un influjo
subordinado a Adán. El concurso de Eva fue manifiestamente doble, puesto
que indujo al primer hombre al pecado y lo acompañó en su culpa. Y, finalmente,
este concurso de Eva se extiende a todos los descendientes de Adán, a los que
pasó el pecado mediante la generación. En resumen, Eva concurrió a la ruina y
perdición de todos los hombres como causa directa y universal65.
A la maternidad de Eva se opone esencialmente la Maternidad de María.
Dicho de otro modo, a la cooperación de Eva con Adán, mediante la
maternidad, para transmitir con la vida el pecado, responde la cooperación
de María con Cristo para transmitir, mediante la Maternidad espiritual, la
vida de la gracia.
64. Pío X, en su Encíclica “Ad diem illum” (2-II-1904), Marín, pp. 369 y 371.
65. Cfr. P. Bover, en Deiparae Virginis consensos, Madrid 1942, p. 314: “Ex fundamentali ista
condicione, ex generationis necesitate, iam statim colligitur necessitas mulieris: mulieris, inquam, quae
esset et conjux Adami et Mater universae ipsius posteritatis. Maternitas itaque est prima ac potissima
ratio cur mulier exsistat: est fundamentalis ac titulus ipsius existentiae ac necessitatis”.
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JAVIER IBÁÑEZ IBÁÑEZ
La antítesis aparece clara. María, consintiendo en la Encarnación, trajo al
mundo al autor de la gracia y redentor de los hombres. Por consiguiente,
María no sólo fue ocasión, sino causa verdadera de nuestra regeneración. Su
concurso eficaz sobresale en toda su asociación con Cristo y en especial en su
consentimiento a la Encarnación por el cual nos trae el Redentor, y, en el sacrificio
que hace de sí misma y de su Hijo inmolándose con Él. Y, por último, este
concurso o causalidad de María se extiende a todos los hijos de Dios a quienes
llega la gracia mediante una verdadera causalidad de la Santísima Virgen.
En conclusión, a la cooperación de Eva con Adán, por la maternidad, para
transmitir con la vida el pecado, responde la cooperación de María con Cristo,
transmitiendo mediante la Maternidad espiritual la vida de la gracia66.
3. María, Madre nuestra padeciendo con Cristo
El Vaticano II afirma también que María es Madre nuestra a la hora de
la presentación en el Templo y a la hora de la Cruz67. En este lugar concreto, se
contenta sólo con afirmarlo. Pero en otros números de este capítulo mariano
nos dice más. Así, en el n. 57 de la citada Constitución, había dicho sobre
la presentación en el Templo: “y cuando, ofrecido el rescate de los pobres,
lo presentó al Señor, oyó al mismo tiempo a Simeón, que anunciaba que el
Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la
Madre, para que se manifestasen los pensamientos de muchos corazones”.
En relación con la participación maternal de María en la Pasión y Muerte
del Hijo afirma también en otro pasaje: “La Santísima Virgen... mantuvo
fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz, en donde, no sin designio
divino, se mantuvo de pie, se condolió vehementemente con su Unigénito
y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en
la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma y, por fin, fue dada
como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz
con estas palabras: ‘Mujer, he ahí a tu Hijo’ (Jn 19, 26-27)”68.
66. Cfr. P. Bover, op. cit., p. 314: “Recirculationis principium, ita enumtiandum: Evae conjugi et
matri ejusque conjugali simul ac maternae actioni ex adverso respondet Maria pure Mater ejusque
opera pure materna”.
67. Lumen Gentium, n. 61.
68. Lumen Gentium, n. 58.
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MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA, RAZÓN DE SU MATERNIDAD ESPIRITUAL
En efecto, María es Madre espiritual de los hombres en la Encarnación
y en el Calvario. Dicho de otro modo: Madre desde la Encarnación para
siempre, culminando esta Maternidad en el Calvario; sin que exista
contraposición, sino con interdependencia y complementariedad. Si Cristo
posee su Capitalidad esencial regenerativa desde la Encarnación, también
María, desde la Encarnación y análogamente, posee su Maternidad espiritual.
De ahí que tanto la vida de Cristo como la de María, así como sus actuaciones
todas, son adquisitivas de la vida divina para los hombres. Y esta redención
regeneradora de los hombres, que desde la Encarnación incumbe a Cristo
como Cabeza y a María como Madre, tiene su culmen tanto para Cristo
como para María en el sacrificio del Calvario.
Se puede afirmar: que el Calvario es la consumación de la ofrenda
cristiano-mariana de la Encarnación. Porque, como enseña santo Tomás,
Cristo nos mereció la vida eterna desde el primer momento de su
concepción; pero como por parte nuestra existían trabas que nos impedían
conseguir el efecto de sus méritos, fue conveniente que Cristo padeciera
para removerlas69.
II. María, Madre espiritual por sus virtudes
Tanto la Capitalidad de Cristo como la Maternidad espiritual de María
tuvieron su consumación en el sacrificio del Calvario. En efecto, tanto la
Capitalidad como la Maternidad espiritual son verdaderas en la Encarnación,
pero no son completas en ese momento; y esto, porque no lo es la incorporación
regenerativa de la humanidad a Cristo. Por supuesto que ello no depende
de una insuficiencia o de la Capitalidad o de la Maternidad espiritual, pues
ambas son tan suficientes como en el Calvario, sino más bien porque la
regeneración total y cabal de la humanidad había de ser sucesiva de entrambas
y su consumación la realizarían en el Calvario la Pasión de Cristo y la
compasión de su Madre. De este modo, tanto la vida de Cristo como la de
69. Suma Teológica 3, q. 48, a. 1 ad 2um: “Christus a principio suae conceptionis meruit nobis salutem
aeternam: sed ex parte nostra erant impedimenta quaedam, quibus impediebamur consequi effectum
praecedentium meritorum. Unde, ad removenda illa impedimenta, oportuit Christum pati”.
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María (análogamente), así como todas sus actuaciones son salvíficas para los
hombres, es decir, acciones mediante las que adquirir la vida divina de la
gracia para ellos.
El Vaticano II quiere enseñarnos el valor salvífico de las virtudes de la
Virgen y nos dice que “cooperó en forma toda singular, por la obediencia,
por la fe, la esperanza, la caridad encendida, en la restauración de la vida
sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de
la gracia”70. Ciertamente, el valor soteriológico con que Cristo nos ganó
la reconciliación divina fue el de toda su vida redentora que se consumaba
en el sacrificio de la Cruz. Pero el valor soteriológico de todas esas obras
y de la obra cumbre de la Cruz es el de las virtudes de la gracia que Cristo
ejercita, pues Cristo operó nuestra salvación con las virtudes en que se actúa
su gracia, que al ser gracia capital, hace que sean meritorias para todos los
hombres.
Análogamente, las virtudes todas de María, pues hay que afirmar lo
mismo de María y de su gracia, cooperaban a la vida divina de los hombres,
porque eran virtudes de Madre.
III. Naturaleza de la Maternidad espiritual
El Concilio reconoce el hecho de la Maternidad espiritual pero no afirma
nada acerca de la naturaleza de la misma. En la mente del Concilio, la
Maternidad espiritual de María aparece íntimamente unida a la Maternidad
divina y como una dimensión esencial de la obra regenerativa de la
Encarnación71. Dicha Maternidad de gracia consiste en una cooperación
singular de María con Cristo al nacimiento de los fieles, miembros de Cristo,
a la vida de la gracia. La economía cristiana de salvación es de paternidad
divina, de hermandad con el Unigénito del Padre, de regeneración divina.
70. Lumen Gentium, nn. 61, 56 y 63.
71. La cooperación singular de María con Cristo fue asignada a María como a Madre predestinada del
Hijo de Dios, Lumen Gentium, n. 56. Esta cooperación es una contribución a la regeneración de los
hombres en la vida divina de la gracia: “Cooperó en forma del todo singular por la obediencia
de la fe, la esperanza y la encendida caridad en la restauración de la vida sobrenatural de las
almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia”, n. 61 de la Lumen Gentium.
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MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA, RAZÓN DE SU MATERNIDAD ESPIRITUAL
La aportación maternal de la mujer que hace posible esa economía dándonos
al Regenerador ha de ser cooperación regeneradora. La letra del Concilio permite
afirmar que esa actuación materna de María es una actuación de su gracia
maternal. Expliquémoslo.
En el Nuevo Testamento aparece claramente que toda misión
específica necesita y lleva consigo una gracia divina que capacita para su
cumplimiento72. El Angélico hará la aplicación de este principio en los
siguientes términos: “Dios da a cada uno la gracia según la misión para
la que es elegido. Y porque Cristo, en cuanto hombre, fue predestinado y
elegido para ser hijo de Dios, poderoso para santificar, tuvo como propia
suya tal plenitud de gracia, que redundase en todos, según lo que dice san
Juan: ‘de su plenitud todos nosotros recibimos’. Mas la Santísima Virgen
María tuvo tanta plenitud de gracia que por ella estuviese cercanísima al
autor de la gracia, hasta recibir en sí al lleno de gracia y, dándole a luz,
comunicara, en cierto modo, la gracia a todos”73.
Es decir, que María recibió una plenitud de gracia, derivada de la de
Cristo, que la capacitaba para cooperar con su Hijo en la regeneración de la
humanidad. Esta gracia tenía en Cristo su origen, su plenitud y su finalidad.
Una gracia que iba del Hijo a la Madre, como a cooperadora maternal para
la divina regeneración de la humanidad.
Detengámonos ahora en el conocimiento de esa gracia de María. Y
para ello recurrimos a la analogía con la situación de Cristo. Como ya
hemos apuntado, derivada de la unión hipostática, en Cristo se da una
infinita gracia habitual individual, por la cual queda constituido en Cabeza
de la Humanidad y que, como principio y forma lo capacita para dar a los
hombres la vida divina: es lo que se denomina gracia capital de Cristo,
que es al mismo tiempo gracia personal y social. Análogamente en María,
exigida por su divina Maternidad y fruto de la infinita gracia de Cristo,
se da una gracia llena o plenitud de gracia que constituye formalmente su
Maternidad espiritual. Esta gracia de María, es igualmente individual, para su
propia santificación, y social en cuanto que es el principio formal de
su influjo maternal en la vivificación divina de los hombres en Cristo.
72. Cfr. 1 Co 12, 4 ss; 3, 5. 10; 2 Co 3, 5-6.
73. Suma Teológica 3, q. 27, a. 5 ad 1um.
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JAVIER IBÁÑEZ IBÁÑEZ
Y como la gracia por la que Cristo es cabeza de la humanidad se llama
gracia capital, la gracia por la que María es Madre de los hombres se llama
gracia maternal.
Por consiguiente, existe un influjo de la Virgen, en la gracia que nos hace
hijos de Dios y hermanos de Cristo, y en virtud del cual Ella es verdadera
Madre nuestra y nosotros verdaderos hijos suyos; hijos suyos en el orden de la
gracia. Por eso puede afirmarse que la gracia o vida sobrenatural es divina por
el influjo de Dios, cristiana por el influjo de Cristo y mariana por el influjo de
María. Dicho de otro modo: toda comunicación divina procede de Dios como
de primer principio, de Cristo como de Cabeza y de María como de Madre.
Por tanto, la Maternidad de María es una Maternidad verdadera porque nos
comunica la vida que nos reengendra en Cristo. Existe, pues, una impronta
vital materna en nuestra vida de hijos de Dios y hermanos de Cristo74.
IV. Etapas de la Maternidad espiritual
El Concilio ha dejado claro el hecho de la Maternidad espiritual de María.
A renglón seguido explica las fases en que se ejercita dicha Maternidad y la
variedad de títulos maternales con los que le invocamos en la Iglesia75.
Fase dispositiva. Aunque el texto conciliar no hace referencia a ella,
señalamos con santo Tomás una primera etapa llamada “quasi dispositiva,
mediante la cual se le hacía idónea (a la Santísima Virgen) para ser Madre
de Dios”76. Ello incluye la predestinación de María a su doble Maternidad,
en virtud de la cual Ella no fue Madre desde su concepción, pero sí que
desde su concepción, Ella existía para serlo. Sus dones naturales y sus
gracias sobrenaturales la disponían para ser Madre adecuadamente, con lo
que al ir creciendo su cuerpo y su alma, iba, por así decirlo, creciendo su
Maternidad.
74. J. Ibáñez - F. Mendoza, María, Madre nuestra espiritual, Ediciones Palabra, Madrid 1994,
pp. 21-23.
75. Lumen Gentium, n. 62.
76. Suma Teológica 3, q. 27, a. 5 ad 2um: “Prima (perfectio gratiae) quidem quasi dispositiva, per quam
reddebatur idonea ad hoc quod esset Mater Christi: et haec fuit perfectio sanctificationis”.
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MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA, RAZÓN DE SU MATERNIDAD ESPIRITUAL
Fase constitutiva. La preparación de María para su Maternidad se
prolonga hasta la Encarnación. Coincide también aquí esta segunda fase
de santificación de María con la Maternidad espiritual, pues la Maternidad
espiritual de María se inicia en la Encarnación y le viene a la Santísima Virgen
con la Maternidad divina. María fue hecha esencialmente Madre nuestra en
el momento mismo en que dio su consentimiento a la generación de DiosSalvador, pues en virtud de ese consentimiento nos vinieron el autor mismo
de la vida y todas las gracias. Como afirma el P. Merkelbach: “Por este inicial
consentimiento en la Redención nos concibió verdaderamente y engendró
espiritualmente, lo que es título de suyo suficiente para ser llamada Madre
nuestra; tanto que, aunque hubiera muerto antes que el Hijo, aún sería con
verdad Madre nuestra”77.
En relación con la gracia de esta fase afirma santo Tomás que, “como
el calor que proviene de la forma del fuego es mayor que el que dispone para
la forma del fuego, así el advenimiento de la forma es superior a la gracia
dispositiva”78.
Fase evolutiva. A la concepción sigue la gestación y como tal puede
considerarse la vida de María con Cristo, colaborando con Él a nuestra
redención desde la Encarnación hasta el Calvario. La simultaneidad de la
Maternidad divina y la Maternidad espiritual, iniciada en la Encarnación, se
prosiguió ya para siempre, ejerciendo María sus funciones de Madre espiritual
con el ejercicio y con los actos mismos con que actuaba como Madre de Dios.
Su vida nos pertenecía con derecho de hijos, porque nos la debía como deber
de Madre. Era y actuaba como Madre de los hombres, siendo y actuando
como Madre de Jesús. La finalidad salvadora informaba toda la vida de la
Madre de Jesús y Madre de los hombres. Criando a Jesús, nos iba formando
en Él a todos; amándolo, nos amaba; alimentándolo, fortalecía nuestra vida;
viviendo para Él, nos vivificaba a nosotros; siendo Madre suya, era Madre
nuestra.
Fase completiva. La gestación espiritual de María culminó en el
alumbramiento doloroso de la Cruz, con la Pasión de Jesús y la Compasión
77. P. Merkelbach, Mariología, Paris. Desclee 1938, pp. 302-303.
78. Suma Teológica 3, q. 27, a. 5 ad 2um: “Secundo autem est perfectio formae, quae est potior: nam et ipse
calor est perfectior qui provenit ex forma ignis, quam ille qui ad formam ignis disponebat”.
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JAVIER IBÁÑEZ IBÁÑEZ
de su fidelísima Madre. El mismo autor dominico, ya citado, explicará:
“pero aún quiso María engendrarnos y ser nuestra Madre más perfecta y
completamente. Como Cristo hubiera podido redimirnos con un solo acto,
más no nos redimió sino con todos los de su vida en cuanto consumados en su
Pasión y Muerte, así María no sólo con el acto, de su inicial consentimiento,
sino luego con cuantos cooperó con el Hijo durante su vida mortal y en
su misma Pasión y Muerte que consumaron la Redención: de este modo,
completamente engendró y perfectamente dio a luz a toda la raza de los
hombres redimidos”79.
De donde resulta que el consentimiento de María en la Encarnación es el
elemento constitutivo esencial, pero incoativo de la Maternidad espiritual. Su
cooperación a la Pasión y Muerte de Cristo es el elemento integral, pero completivo.
La continua intervención, con que incesantemente se asocia al Hijo, no es
elemento constitutivo, sino mero ejercicio consiguiente de la Maternidad.
Fase dispensadora de la redención individual. La Redención y regeneración,
llevada a cabo por Cristo Cabeza y por María Madre, en sí misma es universal,
es decir, abarca a todos los hombres. Pero se ha de aplicar a cada uno de
ellos. Esta redención divinizadora de Cristo y de María llega a cada hombre
mediante una gracia personal de filiación divina. Por tanto, María comunica
maternalmente a cada uno de los hombres la vida en Cristo. En cada
uno de ellos lleva maternalmente esa vida a crecimiento y perfección con
todos los cuidados maternales que le corresponde. No sólo Ella comienza
maternalmente nuestra vida, sino que en la suya vivimos hasta que Cristo se
forme perfectamente en nosotros y nosotros en Cristo. Cada uno de nosotros
somos hijos de María, nuestra vida es vida de la suya. Ella nos amó y nos
ama maternalmente80.
El mismo Concilio afirma que esa Maternidad espiritual de María
“perdura sin cesar en la economía de la gracia... hasta la consumación
perfecta de todos los elegidos”. Ahora bien, esa economía de la gracia incluye
la gracia regenerativa inicial y todas las demás gracias que contribuyen a
su crecimiento y perfección. Así pues, con dicha afirmación del alcance
universal de la Maternidad espiritual de María, el Concilio da a entender la
79. P. Merkelbach, l. cit., ibidem.
80. P. Colomer, La Virgen María, Madrid 1935, pp. 206-207.
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ScrdeM
MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA, RAZÓN DE SU MATERNIDAD ESPIRITUAL
constante intervención de la Virgen en la distribución de las gracias divinas
que hacen a los hombres perfectos hijos de Dios.
Con toda lógica se puede afirmar que la distribución universal de las
gracias corresponde a María, en cuanto que Élla contribuyó maternalmente
a ganarlas. Por otra parte, no puede parecernos excesiva esa dispensación
maternal de todas las gracias salvadoras, habida cuenta de que Élla, por
voluntad divina nos dio a Cristo, fuente de toda gracia.
Fase gloriosa. La vida de la gracia evoluciona en plenitud y perfección en
la vida de la gloria. En efecto, el influjo vivificador de nuestra Madre nos
lleva connaturalmente a la bienaventuranza eterna.
María, por su condición de Madre de Dios y de Madre espiritual de los
hombres, comparte con Cristo la ejemplaridad universal de los predestinados.
Con el mismo decreto divino de su Hijo y con el mismo alcance similar
de ejemplaridad y eficiencia respecto de todos los predestinados, fue
predestinada María unida y dependiendo de su Hijo. La predestinación a la
maternidad universal hace a María concausa ejemplar y eficiente de nuestra
predestinación. Nosotros, hijos suyos formados a su imagen: la gracia de
María. La gracia de María es origen de nuestra vida de hijos de Dios; su
gloria, por tanto, es ejemplar de nuestra gloria de Dios, ya que la gloria no es
otra cosa que la plenitud de gracia en el cielo.
Y esta gloria abarca tanto el alma como el cuerpo, pues la gloria de María
se extiende no sólo a su alma, sino también a su cuerpo virginal. Y esta
gloria corporal, tanto la de María como la de los demás seres humanos, es
redundancia y proporcionada a la gloria del alma. Y, esta vida, resucitada
e inmortal de nuestros cuerpos se deberá al influjo e irradiación de la vida
imperecedera del cuerpo glorioso de Jesús y del cuerpo glorioso de María.
De aquí, finalmente, se deduce que todos los hombres resucitarán por tener
una naturaleza humana conforme a la de Jesús y a la de María; pero la
resurrección no será gloriosa para todos, dado que la resurrección gloriosa
presupone una conformidad con la sobrenaturaleza divina de la gracia y será
proporcionada a ella81.
81. Cfr. J. Ibáñez, Maternidad divino-espiritual de María, fundamento de su Asunción en cuerpo y
alma al cielo (II), “Scripta de Maria”, serie II, n. V (2008), 140-141.
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JAVIER IBÁÑEZ IBÁÑEZ
V. Ejercicio de la Maternidad espiritual por parte de María
La Maternidad espiritual de María se ejercita hasta la culminación de la
economía de la vida de la gracia, tanto que su gloriosa Asunción al Cielo no
representa una interrupción de su oficio salvador. Así lo ha expresado el
Vaticano II82. En efecto, la misión salvadora de Cristo Cabeza y de María Madre
espiritual no se acaban mientras exista un hombre necesitado de salvación. La
Capitalidad de Cristo y la Maternidad espiritual de María quedan incompletas
hasta que se consume la vida divina de todos los miembros de Cristo que son, al
mismo tiempo, hijos de María. Podemos afirmar que la glorificación anticipada
de Cristo, así como la de María Madre, prepara, ayuda y garantiza la de todos
los miembros e hijos elegidos; y tal glorificación no será consumada mientras
falte uno solo de los que han de completarla. La glorificación de Jesús y de María
les ha revestido de todo poder en el Cielo y en la tierra en pro de su misión
salvadora, por lo que ese privilegio lo es en beneficio de toda la humanidad.
Por consiguiente, María, glorificada en los cielos, colabora con su Hijo
con maternal afecto, a lo largo de los siglos, en la regeneración divina de
los hombres, que es ya la única razón divina de la historia: “pues una vez,
recibida en los cielos... continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los
dones de la eterna salvación”83.
El Concilio, como vemos, afirma que María posee una múltiple intercesión.
Sólo en dependencia de Dios, que es omnipotente, caben grandes poderes,
entre los que el poder de intercesión puede ser el mayor, sobre todo si se tiene
en cuenta el valimiento del intercesor ante Dios. El mayor poder intercesor
es la mejor oración. Como enseña el Angélico: “como la oración por los
demás procede de la caridad... cuanto más perfectos en la caridad son los
santos del cielo, tanto más ruegan por los viadores... y cuanto más íntimos
son a Dios, tanto más eficaces son sus ruegos”84.
Así pues, Jesucristo es el primer intercesor: “es perfecto su poder de salvar a
los que por Él se acercan a Dios, y siempre vive para interceder por ellos”85.
82. Lumen Gentium, n. 62.
83. Lumen Gentium, n. 62.
84. Suma Teológica 2-2, q. 83, a. 11 c.
85. Hb 7, 25.
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MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA, RAZÓN DE SU MATERNIDAD ESPIRITUAL
“Cristo, Jesús, el que murió, aún más, el que resucitó, el que está a la diestra
de Dios, es quien intercede por nosotros”86. La Santísima Virgen, por estar
perpetuamente asociada a Cristo, es nuestra principal intercesora. Nadie
puede comparársele a María en su amor a Dios, en el amor a su Hijo y en el
amor a los hermanos de su Hijo, y nadie puede ser comparado con María en
intimidad con Dios.
María, pues, es intercesora. Pero, por ser intercesora, lógicamente no es
Madre. Por múltiple y poderosa que sea la intercesión maternal de María, su
influjo maternal no puede reducirse a ésta en la distribución de las gracias.
Si la redujéramos, María sería únicamente la causa moral para que Dios
dispensara esas gracias. Por otra parte, con una influencia de causa moral
intercesora, nuestra vida de gracia quedaría fuera del ámbito de la acción
maternal de María. Y, como hemos visto, la Santísima Virgen influye con su
vida de la gracia en la nuestra, Ella es Madre de verdad; es verdaderamente
suya nuestra vida de gracia.
De la multitud de títulos, tomados de la Liturgia, de los escritos marianos
y de labios del pueblo, con los que es aclamada e invocada María, el Concilio
selecciona cuatro: abogada, auxiliadora, ayudadora, mediadora.
Los tres primeros significan distintos modos de actuar maternalmente
la Santísima Virgen a favor de sus hijos. Con el título de mediadora no hace
más que llamar por su nombre a lo que con otros títulos ha sido enseñanza
de todo el documento mariano. Unir a Dios con los hombres es, sin duda,
la síntesis de la misión salvadora de María. Ella es unidora con Dios como
Madre. Es, pues, Mediadora porque es Madre. Por eso, la Maternidad plena
de María, respecto a Cristo y respecto a los hombres, es el título que expresa
con propiedad la función salvadora de María.
A modo de conclusión
La Maternidad espiritual de María se ha expresado con diversas fórmulas
y entre ellas con la de “Madre de la Iglesia”. Este título se iba imponiendo
a medida que, a partir del Vaticano I, se fueron incrementando los estudios
86. Rm 8, 34.
ScrdeM
129
JAVIER IBÁÑEZ IBÁÑEZ
sobre la Iglesia. El Vaticano II tenía como tema central precisamente la
naturaleza y misión de la Iglesia. De ahí que la Comisión Coordinadora
cambiara el título del esquema mariano inicial que era “La Virgen Madre de
Dios y de los hombres” por el de “La Virgen Madre de la Iglesia”.
Esto ocurría en enero de 1963. A pesar de una intensa labor de los
mariólogos del episcopado español prevaleció cierto ambiente conciliar
promovido contra el título87. Pablo VI, sin embargo, se mostró en todo
tiempo propiciador del título. El 24 de noviembre de 1964, en el discurso
de clausura de la tercera Sesión, llevó a cabo su deseada proclamación de
este título.
¿Qué significado entraña el título de “Madre de la Iglesia? El mismo
Papa, en el mencionado discurso, resalta la identidad sustancial entre la
doctrina enseñada por el Concilio acerca de la Maternidad espiritual de
María y la que él consagra y sanciona al reconocer solemnemente a María
como Madre de la Iglesia. Todos los mariólogos están de acuerdo con el Papa
en señalar esta identidad sustancial entre la doctrina del Concilio y la que se
expresa por el título “Madre de la Iglesia”, que es, en palabras del Papa, su
“síntesis maravillosa”.
Hemos conectado esencialmente la Maternidad espiritual con la Maternidad
divina. De este modo, la Maternidad divino-espiritual resume toda la verdad
de María. La Maternidad divina entraña necesariamente la Maternidad
espiritual, y ésta toda la misión salvadora de María. Maternidad es la palabra
que compendia a María. Ella es “Tota Mater”. La Virgen-Madre.
Javier Ibáñez Ibáñez
Sociedad Mariológica Española
Zaragoza
87. N. García Garcés, Los Mariólogos españoles y el cap. VIII de la Lumen Gentium, “Scripta de
Maria” 3 (1980), 525-591.
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