El Maestro Interno Por el Dr. H. Spencer Lewis, F.R.C. Tanto se ha escrito acerca de la dualidad del hombre y de la división de su conciencia en dos campos o modos de expresión (el ser interno y el ser externo) que muchos investigadores bien calificados en esta materia se encuentran perplejos por los numerosos términos que emplean algunos escritores y profesores. Asumiendo por el momento que la conciencia del hombre es dual en su expresión y que hay evidencia de que existe una profunda consciencia llamada ser interno, distinto al ser externo que se expresa materialmente, encontramos que a menudo varias autoridades personifican esta consciencia interna y, generalmente, se refieren a ella llamándola el Maestro Interno. Sin embargo, otras expresiones descriptivas y populares son: la Voz Queda, Conciencia, el Yo Subliminal, el Yo Divino, Consciencia de Cristo, el Yo Subjetivo, el Ego, el Yo Espiritual, etc. Esta terminología representa un claro intento de crear un ente del aspecto interno de la conciencia, en vez de observarlo como una de las fases de la conciencia del hombre. A través de esta terminología hay también un intento definido de insinuar que esta especial y casi aislada consciencia interna es una forma divina, espiritual o subliminal de la personalidad, completamente distinta en su naturaleza esencial, al llamado ser externo. Por la ley de los opuestos, el ser externo debería ser clasificado como materialista, terrenal, mundano y mortal. El énfasis que se da a la naturaleza espiritual o divina del ser interno, implica que el ser externo está en mucha desventaja en lo que se refiere a las cualidades que producen la bondad y la evolución más elevada del individuo. El Alma en el hombre No es de sorprender que esta antigua creencia concerniente a la dualidad de la conciencia del hombre y a la naturaleza espiritual de una fase de ésta, haya encontrado su camino en las doctrinas y en los postulados fundamentales de varias religiones antiguas y modernas. Se ha afirmado que la creencia en la existencia del alma, o sea, en una esencia espiritual de naturaleza intangible, precedió a la creencia en la dualidad de la conciencia. Supuestamente, para explicarse las funciones del alma como una evidencia de la existencia de ésta, se desarrolló la idea de una personalidad secundaria o de una segunda forma de conciencia. En otras palabras, algunas escuelas de pensamiento han afirmado que mientras la idea del alma fue aceptada desde un punto de vista puramente religioso o teológico, el argumento general en contra de su aceptación como un hecho fue que esta alma no daba ninguna evidencia de sí misma y, por lo tanto, se trataba de una suposición puramente teórica o hipotética. Sin embargo, existiendo cierta evidencia de una dualidad de la conciencia del hombre, notada incluso por los pensadores más antiguos en los campos psicológicos o religiosos, era fácil suponer que las manifestaciones del llamado ser secundario son las mismas del alma, porque ésta y aquél son idénticos. En oposición a esto estaba la escuela de pensamiento que sostenía que el ser secundario era simplemente una fase de la conciencia o de la personalidad humana la cual era en sí misma un atributo puramente terrenal y mortal de todas las cosas vivientes y mundanas, y que las manifestaciones de esta parte secundaria de la conciencia humana deberían ser estudiadas desde un punto de vista puramente psicológico y no religioso. Otras escuelas de pensamiento sostuvieron que no había evidencia de la existencia del alma en el hombre, que todo lo denominado emociones espirituales y misteriosas, así como las fases de la conciencia, eran solamente un resultado del mecanismo de la conciencia humana, y que el hombre era, después de todo, un ser consciente de una naturaleza totalmente material, sin evidencia de ninguna espiritualidad. Contemplando el alma En muchos de los antiguos credos y doctrinas religiosas, el alma humana fue aceptada como un hecho establecido. Algunas de las ceremonias místicas o religiosas más antiguas intentaron dramatizar esta idea dándole demasiado énfasis. Ceremonias especiales celebradas en el momento del nacimiento y, más especialmente, al tiempo de la llamada muerte, se centraban en la idea de que el hombre era dual, y que el gran cambio llamado ahora transición era únicamente un cambio en el ser externo, dejando al alma como una especie de yo interno incólume, inalterable, y con la libertad de remanifestarse en cualquier cuerpo aquí en la Tierra en un futuro cercano, o en un reino espiritual en algún momento del futuro lejano. El origen de momificar los cuerpos, por ejemplo, fue un intento doctrinal para proporcionar un cuerpo material adecuado y familiar, para el regreso del alma al sitio que previamente había ocupado. En varios lugares y en diferentes épocas se establecieron otros métodos como la manera para esperar el regreso del alma, la cual se consideraba como una parte definida y separada de la expresión humana sobre la Tierra. A medida que las antiguas religiones fueron modificándose gradualmente, se destacó cada vez más el concepto de que el alma se separa del cuerpo y continúa viviendo después de la muerte, mientras que la idea de que el cuerpo físico sería ocupado de nuevo por la misma alma fue siendo abandonada y rechazada lentamente por considerársela sin mérito. Incuestionablemente, los sentimientos y las emociones del hombre fueron un factor determinante en la evolución de estas doctrinas, y como él llegó a considerar su cuerpo envejecido, deteriorado y de apariencia desagradable como un vehículo indeseable para una vida continua, le resultó intrascendente la idea de que el alma volviera a ocuparlo en vez de tomar uno nuevo, magnético y más atractivo. La debilidad emocional del hombre (llamada algunas veces vanidad) la cual da origen a que un ser humano desee causar buena impresión, ser admirado por su aspecto y sentirse superior a los demás por su apariencia, sin duda le llevó también a la idea de que después de la transición el alma debería adquirir la forma de un cuerpo espiritual que tendría que ser espléndido en su gloria, angelical en su apariencia y divinamente superior a cualquiera forma terrenal. Este concepto atrajo fuertemente las emociones humanas y fue el responsable de que se rechazara la idea de que el alma volvería a ocupar el viejo, arrugado, consumido y enfermo cuerpo del cual se había liberado. La Reencarnación Después apareció la idea, largamente acariciada por los antiguos pensadores y filósofos, de que el hombre podría vivir otra vez en la Tierra para completar su fama terrenal y continuar disfrutando de los frutos de sus proezas mundanas. El concepto de la encarnación del alma siempre ha ejercido una atracción fascinante para quienes opinan que una corta vida es insuficiente para que el hombre pueda consumar los deseos de su corazón o alcanzar el desarrollo necesario para dar cumplimiento al propósito divino para el cual fue creada su vida en la Tierra. Pero mientras estos pensamientos y creencias sobre el futuro estado de la existencia del alma no pasaron a través de los muchos cambios mencionados arriba, la doctrina de la reencarnación no llegó a ser aceptada como una probabilidad lógica, como lo fue cuando el hombre aceptó finalmente la idea de que el alma no volvería al mismo cuerpo, sino que encarnaría en uno nuevo y superior. En este punto de su razonamiento el hombre comprendió que habían dos posibilidades de las cuales podía escoger su creencia doctrinal: el alma revestida de un cuerpo espiritual para vivir eternamente en un reino igualmente espiritual, o integrada en un nuevo cuerpo material para empezar nuevamente como un infante otra vida terrenal. Fue así como se establecieron dos escuelas de pensamiento y, fundamentalmente, son las que representan los credos religiosos de la mayor parte de la población del mundo actual. La Cristiandad ha adoptado la creencia de que el estado futuro del hombre será en un reino totalmente espiritual, y muchas otras religiones comparten esta idea. Los místicos de las escuelas de religión originales, sin embargo, se adhieren a la creencia de la reencarnación y aunque los detalles de esta doctrina son variados en diferentes religiones orientales, el concepto de la reencarnación terrenal es quizás el aceptado más universalmente, que el de una vida futura en un reino espiritual absolutamente desconocido y trascendente. En la religión cristiana y en algunas otras no se emplean los términos místicos Ser Interno, Ser Subliminal, Ser Secundario ni Maestro Interno. Al alma se le considera una especie de Consciencia Divina completamente disociada de cualquier forma de conciencia mundana, y de ninguna manera se le ve como una fase secundaria o subjetiva de ésta. En otras palabras, estas religiones consideran que el hombre es dual, pero solamente en el sentido de que tiene un cuerpo y un alma, no que su conciencia es dual y que el cuerpo sólo es una parte transitoria e insignificante de su verdadero ser. La cristiandad evade la pregunta Durante los siglos pasados, la cristiandad ha evitado cuidadosamente prestar alguna consideración a la posibilidad de que el alma está consciente después de la transición o de que posea una especie de consciencia inmortal activa en el estado futuro, como la tiene mientras se encuentra dentro del cuerpo humano. El espiritismo, como se le conoce en varios países, o espiritualismo como se le llama en los Estados Unidos y parte de Europa, ha intentado suplir esta deficiencia de las doctrinas Cristianas no sólo afirmando que el alma es un ente consciente en todo tiempo, sino que después de su separación del cuerpo humano esta consciencia divina puede manifestarse a través de una comunicación inteligente en la misma forma que lo hacía cuando se encontraba dentro de aquél. Sin embargo, hay otras doctrinas religiosas que no son esencialmente Cristianas pero que tampoco son hostiles a los fundamentos de la Cristiandad, que no consideran la conciencia interna como una consciencia mística que dirige la mente del hombre e ilumina su inteligencia en un sentido subliminal. Entre los movimientos religiosos cristianos hay uno conocido como Cuáquero, o más correctamente, como Sociedad de los Amigos, que llega a un entendimiento místico más cercano acerca del Ser Interno y de su función en nuestras vidas. Desde el punto de vista místico, es muy significativa una creencia esencial que tienen los cuáqueros acerca de la posibilidad de que exista una comunión inmediata y casi continua entre Dios y el hombre. Ellos sostienen que hay una afinidad entre el ser externo y el Ser Interno, y entre este último y Dios, la cual constituye una condición que casi supera todo lo que puede expresarse con palabras o con los pensamientos mundanos. Consideran que el funcionamiento de la consciencia interna es como una especie de Luz Interior por medio de la cual la vida de los hombres y las mujeres se guía de una manera definida. Las definiciones exactas de los credos doctrinales de otras denominaciones cristianas no tienen valor para ellos debido a la tendencia que aquellas tienen de considerarlas al pie de la letra, en lugar de tomar en cuenta su esencia. Naturalmente, para los cuáqueros las experiencias divinas son más importantes que la simple comprensión intelectual de las doctrinas teológicas. Se notará, sin embargo, que la creencia de que en cada hombre hay una Luz Interior que en realidad lo guía, comprueba el concepto místico de la existencia de un Maestro Interno, o sea, de una personalidad secundaria que es Divina en su esencia, omnipotente en su sabiduría y que es inmortal. Algunas otras religiones pueden llamar "conciencia" a este Ser Interno cuyo funcionamiento es como una voz orientadora o de inspiración, pero nunca llegará a ser para ellas lo que representa para los místicos o, más específicamente, para los Rosacruces. El propósito de los estudios Rosacruces, incluyendo la práctica de sus principios, es el de dar mayor libertad a este Ser Interno para que se exprese, así como también disciplinar al ser externo para que conceda mayor crédito a lo que aquél le inspira. Al mismo tiempo, se proponen romper el complejo de superioridad del ser externo con sus falsas creencias en la integridad y seriedad de las impresiones y del razonamiento mundanos. Hay un error común que cometen los nuevos estudiantes de misticismo en el sentido de que piensan que el propósito de los estudios místicos y su práctica, es el de despertar La Voz Queda de la conciencia, o vivificar las actividades del Maestro Interno hasta un punto en que sus funciones dominen al ser externo con su poder y sus métodos superiores. Este razonamiento conduce al concepto erróneo de que existe una continua competencia entre el Ser Interno y el ser externo para controlar nuestra conducta en la vida. Procediendo de esta manera, para salir triunfantes en el logro de una verdadera maestría los estudiantes mal informados luchan vanamente por asegurar el poder externo, objetivo y mundano de su conciencia mundana y objetiva, mientras esperan y rezan para que una fuerza creciente del Ser Interno domine al ser externo en ocasiones en las que aquél crea necesario ejercer su dominio sobre la conducta y el pensamiento del individuo. Mediante este método se obtiene poco o ningún éxito para lograr la maestría. La única forma de lograr un verdadero progreso en la consecución de la misma es que el ser externo empiece a doblegar su posición arbitraria en la vida y, voluntariamente, se rinda al Ser Interno para que guíe completamente su vida. No es verdad que la perfecta actitud que se debe tomar sea la de esclavizar el ser externo al Ser Interno, o sea, considerar las dos formas de conciencia como si fueran el amo y el esclavo. El término Maestro Interno es quizás el responsable de esta idea. El ser externo no es esclavo nunca de ninguna fuerza interna o externa. Sin embargo, debería ser obligado a asumir su posición relativa apropiada con respecto a la dualidad de la conciencia del hombre. Durante la niñez y en todas las fases normales del funcionamiento psicológico de la vida, el Ser Interno es la fuerza conductora, el factor orientador y el indiscutible autócrata de la personalidad humana. De hecho, es la base misma de la personalidad e individualidad, y el ser externo debe ser su voluntario y feliz servidor. Es a través de la orientación del ser interno y de sus atinados mensajes, de sus impulsos inspiradores y de sus susurros de advertencia y prevención, que podemos guiar correctamente nuestra vida, enfrentándonos a los problemas de ésta con una fuerza superior de entendimiento, superando los obstáculos con inquebrantable resolución, para lograr así nuestras metas y deseos a través de una correcta dirección. Por añadidura, los místicos se dan cuenta de que a través del humilde y afable entonamiento del ser externo con el Ser Interno, de la comunión directa con Dios, de la íntima compañía con el Padre de todo lo creado y de la comprensión de los principios divinos, todo se hace posible. Para los místicos, por lo tanto, el triángulo es el símbolo verdadero de la Gran Trinidad, específicamente, Dios, el alma y el hombre externo. Cuando los tres se encuentran en perfecta armonía y viven en cooperación y con perfecto entendimiento, el ser humano posee un gran poder, una guía, una fuente de información e instrucción y un compañerismo superiores a todos los métodos mundanos y terrenales que tratan de conseguir la felicidad, el contentamiento y la Paz Profunda.