Libro sobre Job - sermão calvino - luiz_ef

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Sermones Sobre Job
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Introducción
SERMÓN N° 1: EL CARÁCTER DE JOB
SERMÓN N° 2: EL SEÑOR DIO Y EL SEÑOR QUITO
SERMÓN N° 3: BIENAVENTURADO EL HOMBRE A QUIEN DIOS
CORRIGE
SERMÓN N° 4: ¿COMO SE JUSTIFICARA EL HOMBRE ANTE LOS OJOS
DE DIOS?
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SERMÓN N° 5: AUNQUE EL ME MATARE, EN EL ESPERARE
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SERMÓN N° 6: SI DIOS FUERA NUESTRO ADVERSARIO
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SERMÓN N° 7: ¿TENDRÁN FIN LAS PALABRAS VACÍAS?
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SERMÓN N° 8: YO SE QUE MI REDENTOR VIVE
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SERMÓN N° 9: EN MI CARNE HE DE VER A DIOS
SERMÓN N° 10: ¿TRAERÁ EL HOMBRE PROVECHO A DIOS?
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SERMÓN N° 11: LA MAJESTAD DE DIOS
SERMÓN N° 12: ¿NO CUENTA DIOS TODOS MIS PASOS?
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SERMÓN N° 13: LA PUREZA Y EQUIDAD DE JOB
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SERMÓN N° 14: EL CARÁCTER HUMANO DE JOB
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SERMÓN N° 15: JUSTA INDIGNACIÓN
SERMÓN N° 16: LA INSPIRACIÓN DEL TODOPODEROSO
SERMÓN N° 17: AUTORIDAD Y REVERENCIA QUE DEBEMOS A LA
PALABRA DE DIOS
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SERMÓN N° 18: EL PODER DE DIOS ES JUSTO
SERMÓN N° 19: EL USO ADECUADO DE LA AFLICCIÓN
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SERMÓN N° 20: EL SEÑOR RESPONDE A JOB
INTRODUCCIÓN
POR HAROLD DEKKER, TH.M.
Una de las anomalías de la historia es que Calvino haya llegado a ser conocido más como
teólogo sistemático cuando él mismo se consideraba primordialmente un predicador. Creía que sus
sermones, y no las Instituctiones fueron su mayor contribución. Aunque parte de su tiempo lo
dedicaba a dar conferencias sobre teología siempre consideraba este rol como secundario. Se
consideraba mayormente un pastor.
Los contemporáneos de Calvino se identificaron más con esa auto-evaluación de Calvino
que las personas de siglos posteriores. En los días de su vida, y durante muchas décadas después,
sus sermones rivalizaban en popularidad con las Instituciones. Sus sermones eran bien conocidos
y muy leídos en todos los países de la Reforma. Con frecuencia eran usados en los pulpitos de
iglesias que carecían de pastor. Se imprimían centenares de copias a medida que Calvino los
predicaba en el francés original a efecto de introducirlos sistemática y clandestinamente a los
protestantes oprimidos de la patria de Calvino. Gran cantidad de ellos también fueron traducidos
a otras lenguas, especialmente al inglés y al alemán.
En inglés llegaron a publicarse un total de setecientos que gozaron de amplia distribución.
Aunque en esa tarea participaron numerosos traductores más de la mitad de los sermones fueron
traducidos por Arthur Golding. La primera edición ya apareció en 1553 y durante 40 años las
imprentas siguieron haciendo copias. Comenzando en 1574 y a lo largo de 10 años se editó cinco
veces el juego completo de los 159 sermones sobre Job. En tres años aparecieron cinco ediciones
de los sermones sobre los Diez Mandamientos. Un juego completo de doscientos sermones sobre
Deuteronomio fue publicado en 1581 siendo tan grande la demanda que en el término de dos años
hubo que publicar otra edición. No caben dudas de que la amplia circulación de estos volúmenes
fue el principal factor del primer desarrollo de calvinismo en Inglaterra. Allí las Instituciones no
aparecieron sino en 1561 y hasta fines de ese siglo solamente se reeditaron seis veces.
A comienzos del siglo 17 hubo una disminución constante en el uso de los sermones de
Calvino. Ello es comprensible porque los sermones siempre se adecuan particularmente a
determinadas épocas y circunstancias y, siendo piezas orales pierden mucho de su vigor y algo de
claridad cuando son llevados a la forma escrita. Es completamente natural que sólo muy pocos
sermones llegaran a ser escritos clásicos. No era de esperarse que las prédicas de Calvino fuesen
indefinidamente populares en las iglesias y hogares reformados. Pero, por otra parte, resulta
extraño que tan pronto cayeran en el más absoluto de los olvidos. Al cabo de poco tiempo estos
sermones eran ignorados, no solamente por los reformados en general, sino también por las
escuelas teológicas. En efecto, no hubo otra edición de las traducciones en inglés sino a mediados
del siglo 19, cuando aparecieron dos colecciones pequeñas.
Estos sermones del gran reformador, que una vez gozaran de tanta demanda de parte de
sus seguidores en todas partes, se desvalorizaron tanto que en 1805 cuarenta y cuatro preciosos
volúmenes en folio, conteniendo manuscritos originales, taquigrafiados, fueron vendidos a dos
libreros a un precio que se estimó por el peso del papel. Quizá ello haya ocurrido inadvertidamente,
pero, de todos modos, indica que esos manuscritos eran raras veces consultados y que se ignoraba
su valor. Debido a este desafortunado error es que la mayoría de los sermones de Calvino sobre
los profetas del Antiguo Testamento se hayan perdido, igual que muchos sobre los evangelios y
las epístolas. Ocho de los cuarenta y cuatro volúmenes fueron recuperados 20 años después por
unos estudiantes de teología que los encontraron en venta en una tienda de ropa usada; luego, a
fines del siglo, reaparecieron otros cinco volúmenes que fueron reintegrados a la biblioteca. Los
estudiosos de Calvino aun alientan una débil esperanza de que en alguna parte aparezcan los
volúmenes restantes.
Ciertamente, las iglesias calvinistas han sido empobrecidas al no tener sus ministros y
otros líderes un fácil acceso a la rica y prolífica expresión de las enseñanzas de su mentor,
contenidas en los centenares de sus sermones, sin mencionar la inspiración que significa el
encuentro que ellos ofrecen con su cálido corazón pastoral. Los estudiosos de Calvino se han
ocupado extensamente de su vida y obra como reformador; de sus escritos sistemáticos y
apologéticos; de sus comentaros, tratados, y cartas; de su pensamiento social, político y económico
así como de su teología en general. Sorprendentemente prestaron poca atención a sus sermones,
que por mucho constituyen la mayor expresión de sus pensamientos. La teología reformada y los
estudiosos sobre Calvino, en general, han descuidado por extraño que parezca, una de sus fuentes
más significativas.
Teniendo en cuenta esta prolongada negligencia es notable que los eruditos modernos
hayan prestado creciente atención a estos sermones. Emile Doumergue, quizá el mayor de los
modernos estudiosos de Calvino, ha contribuido mucho para reabrir esta perspectiva sobre el gran
reformador. Su obra principal, de siete volúmenes, ofrece mucha información sobre Calvino como
predicador.1 Además ha escrito un pequeño tratado sobre este tema en particular.2 A fines del siglo
19 aparecieron, en parte bajo su tutela, pero mayormente por su influencia, un número de
monografías sobre la predicación de Calvino. La mayoría fueron escritas en francés.3 Además de
una que apareció en alemán,4 también hubo una contribución por el profesor P. Biesterveld del
Seminario Kampen, de los Países Bajos.5 De fecha más reciente tenemos otra obra alemana sobre
el tema por Erwin Müllhaupt,6 y finalmente, en 1947 algo en inglés, un estudio muy completo y
fácil de comprender por T.H.L. Parker, un ministro religioso inglés. Su obra se titula Los Oráculos
de Dios. 7 Además de estos específicos muchos escritores modernos, dedicados a la enseñanza de
Calvino, se han volcado completamente a los sermones como fuente de material.8 Hay que agregar
que durante los últimos diez años han aparecido en una nueva tracucción al idioma holandés por
lo menos seis volúmenes de sermones.
Por eso es particularmente gratificante ver que en el círculo de calvinistas americanos
ahora también haya un renovado interés en este campo. En 1950 causó alegría la reimpresión 9 de
una colección miscelánea de sermones, la única que se había publicado anteriormente en los
Estados Unidos de América. La misma se había traducido y publicado originalmente en 1830, y
recientemente resultaba imposible conseguir una copia. Aún más alentador es que un ministro de
la Iglesia Reformada en América, Leroy Nixon, produjera recientemente dos libros. El primero,
un estudio fresco y estimulante sobre Calvino como predicador expositivo.10 Es un estudio tan
incluyente como profundo. El segundo, una traducción totalmente nueva del latín y francés de
veinte sermones de Calvino sobre el Nuevo Testamento, titulada La Deidad de Cristo y otros
Sermones.^ Su obra evidencia distinguida competencia, produciendo una anticipación agradable
de su segundo juego de traducciones el cual presenta ahora a través de este volumen. Su
publicación es muy bienvenida porque ofrece, por primera vez en siglos, al lector del inglés,
algunas de las riquezas del pensamiento de Calvino, contenidas precisamente en su prodigiosa
serie de sermones sobre el libro de Job.
El avivamiento que experimenta actualmente el interés en Calvino supera, al menos en
un sentido, a muchos anteriores, y es que considera a sus sermones con un cuidado nunca antes
visto desde 1600. Y sus sermones realmente son indispensables para un entendimiento cabal de
Calvino. Emile Doumerge estuvo acertado cuando, el 2 de julio de 1909 en una gran celebración
conmemorativa de los 400 años del nacimiento de Calvino, y hablando del mismo pulpito que
Calvino ocupara, dijo: "Este es el que a mi parecer, es el verdadero y auténtico Calvino, el que
arroja luz sobre todos los demás: Calvino el predicador de Ginebra, moldeando con su palabra a
los reformados del siglo 16."12Los calvinistas americanos harán un gran servicio a su causa
siguiendo la sugerencia implícita en estas palabras. Tienen una deuda con el pastor Nixon que tan
notable comienzo ha marcado.
MÉTODO HOMILETICO
Calvino fue un auténtico predicador extemporáneo. No usaba manuscritos ni notas.
Únicamente llevaba las escrituras al pulpito. Su preparación consistía en leer los comentarios de
otros (incluyendo a los Padres de la Iglesia y probablemente también a los escolásticos así como a
sus compañeros de reforma). Realizaba una exégesis muy cuidadosa del texto aplicando sus
notables habilidades como lingüista y su tremendo conocimiento de la Biblia. Finalmente
reflexionaba sobre la manera de aplicar el texto a la congregación y la forma de comunicar dicha
aplicación. Luego todos estos pensamientos eran clasificados y almacenados en su asombrosa
memoria. No hay evidencias de que escribiera un bosquejo, además la construcción de sus
sermones aparentemente indican que no lo hacía.
Se puede objetar justificadamente que tal preparación es inadecuada para la predicación.
Ciertamente sería insuficiente para la gran mayoría de los predicadores cuyos dones son tanto
menores que los de Calvino. Probablemente Calvino mismo no recomendaría su método como
práctica normal de homilética. La principal razón para no prepararse con más precisión era la falta
de tiempo. Algunos domingos predicaba dos veces además de predicar todos los días de semana.
Todo esto lo hacía aparte de sus conferencias regulares sobre teología, su tarea pastoral, sus
responsabilidades cívicas y su enorme correspondencia. La predicación sola habría agotado la
capacidad de muchas personas menos dotada que Calvino. Pero Calvino hacía todo esto a pesar de
un estado prácticamente continuo de escasa salud. Las dimensiones de su genio difícilmente
podrían ser sobreestimadas, y sermones como los de este volumen adquieren mayor brillo cuando
son vistos a la luz de la totalidad de su trabajo.
Sin embargo, más allá de esto, había algo en su método que Calvino recomendaría
sinceramente, incluso a predicadores que suben al pulpito solo una o dos veces por semana,
teniendo tiempo abundante para la preparación. Esta no debiera ser demasiado mecánica. La
predicación no debería estar sujeta al recitado, palabra por palabra, de algo previamente
compuesto. Nunca se debería leer el sermón, sino siempre proclamarlo como la viviente palabra
de Dios. En cierta ocasión Calvino se quejaba en una carta a Lord Somerset de las pocas
predicaciones con vida en la Inglaterra de aquellos días, y que, emulando a Cranmer, los
predicadores escribían sus sermones palabra por palabra, con artificiosa retórica, para luego
esclavizarse a su lectura. Calvino creía firmemente que en el acto de la predicación debe haber
lugar para la inspiración continua del Espíritu Santo. No iba al extremo de Lulero para quien la
palabra predicada era virtualmente idéntica con la palabra escrita; tampoco aceptaba el punto de
vista zwingliano y anabaptista de que el sermón no era sino una señal dirigida hacia Cristo. Su
posición era intermedia. Por un lado sostenía que la Biblia era singularmente inspirada, que en su
forma escrita es objetivamente la palabra de Dios, y que el sermón solo tiene autoridad como
explicación de la palabra escrita; por otra parte sostenía que el sermón únicamente cobra eficacia
redentora cuando el Espíritu Santo opera tanto en el predicador como en los oyentes. De paso sea
dicho, en este punto la doctrina de Calvino sobre la predicación concuerda totalmente con su
doctrina sobre los sacramentos, lo mismo que también se daba con las doctrinas de Lutero y
Zwinglio. Para Calvino tanto el sermón como el sacramento dependen de la palabra escrita y
solamente son medios de gracia cuando van implementados por la presencia, llena de gracia, del
Espíritu Santo. El método de Calvino no consistía solamente en hacer una adaptación según fuera
la fuerza de las circunstancias; también era una expresión de doctrina fundamental. El sermón debe
ser pronunciado como la palabra viviente. Es preciso que el predicador siga siendo, en el momento
de su proclamación, un instrumento flexible del Espíritu Santo. Es preciso reiterar que Calvino no
permitiría que ninguno de estos hechos sirviera de excusa para una preparación superficial o
descuidada. En cierta ocasión lo expresó de la siguiente manera: "Si voy a subir al pulpito sin
dignarme a abrir un libro, pensando frívolamente para mis adentros 'está bien, al predicar Dios ya
me dará suficientes cosas para decir,' y vengo aquí sin preocuparme por leer o pensar en lo que
debo declarar, y sin considerar cuidadosamente cómo aplicar las sagradas escrituras la edificación
de la gente, sería una persona realmente presuntuosa y arrogan te." 13
Debido a este método de preparación carecemos de apuntes sobre los primeros sermones
de Calvino. Algunos de sus oyentes hacían anotaciones personales, pero éstas son poco más que
un resumen general de los principales pensamientos y prácticamente carecen de valor.
Afortunadamente, en 1549, un grupo de refugiados franceses y caldenses, radicados en Ginebra,
intensos seguidores de Calvino, reconocieron el valor permanente de sus sermones, de modo que
contrataron a un secretario para que tomase notas taquigráficas de cada mensaje y luego hiciera
cuidadosas copias destinadas a la preservación en volúmenes de folios. Este secretario fue Denir
Raguenier quien cumplió con tan importante tarea como trabajo de tiempo completo hasta morir
en 1560.
Calvino predicaba con frecuencia. Al principio los servicios religiosos en Ginebra se
realizaban tres veces por semana, pero en 1549 el Concilio ordenó la introducción diaria de la
predicación matutina. Calvino mismo generalmente predicaba una vez por domingo, y con
frecuencia dos veces. Además, cada semana por medio, predicaba el sermón diario en la Iglesia
San Pedro. La serie dominical siempre era distinta a la de los días de semana. La predicación
dominical casi siempre se basaba en el Nuevo Testamento, siendo la única excepción notable algún
sermón vespertino basado en los Salmos. Los sermones de los días de semana eran todos del
Antiguo Testamento.
Los textos no los escogía ni al azar, ni siguiendo el año eclesiástico. Su método común
era predicar consecutivamente a través de libros completos de la Biblia, con frecuencia no
cambiaba ni siquiera en los días especiales de la iglesia. La longitud de los textos variaba algo, de
acuerdo al contenido. Los de los libros históricos del Antiguo Testamento y de las narraciones
evangélicas generalmente cubrían entre 10 y 20 versículos. Los de las epístolas del Nuevo
Testamento y otros pasajes didácticos normalmente cubrían dos o tres versículos. Los textos para
los sermones sobre Job son de 1 a 20, pero la mayoría de 4 a 7 versículos.
Los libros cubiertos totalmente por su predicación son: Génesis, Deuteronomio, Job,
Jueces, I y II Samuel, todos los profetas mayores y menores, Los Evangélicos, Hechos, I y II
Corintios, Calatas, Efesios, I y II Tesalonicenses, I y II Timoteo, Tito y Hebreos. Para citar algunos
totales representativos digamos que hay 200 sermones sobre Deuteronomio, 159 sobre Job, 343
sobre Isaías, 43 sobre Amos, 189 sobre Hechos y 48 sobre Tito. Una de las omisiones más
asombrosas es el libro de Apocalipsis. Aparentemente nunca se ocupó de este libro, ni por medio
de sermones, ni conferencias ni comentarios. En cuanto a los otros libros no mencionados en esta
lista, es difícil saber algo con certeza debido a que la información anterior a 1549 es muy
incompleta. Cornos los de Lutero, los sermones de Calvino eran de longitud moderada.
Pronunciados a una velocidad promedia no superarían los cuarenta minutos. De hecho, la grave
aflicción asmática de Calvino le habrá requerido algo más. En cuanto a la duración como al estilo,
Calvino tenía una fina sensibilidad por la capacidad de sus oyentes. Nunca sobrecargaba su
comprensión, ni por una indebida complejidad, ni por una inadecuada longitud. Evidentemente la
mayoría no lo emuló muy bien en este sentido, puesto que en 1572, ocho años después de muerto,
el Concilio de Ginebra promulgó un edicto por el cual los ministros religiosos debían predicar
sermones más breves, que no excedieran una hora de duración. También es de notar que la longitud
de los sermones sea tan consistentemente igual. Por ejemplo, en la serie sobre Job, el lector puede
observar por sí mismo, que las longitudes de las copias impresas apenas varían un poco.
ESTRUCTURA DEL SERMÓN
En su predicación, como en muchos otros aspectos, la Reforma significó un retorno a la
doctrina y a las prácticas de la iglesia primitiva. Guiados por Lutero, los reformadores volvieron a
la homilía como forma normal del sermón. Comparada con la predicación escolástica, la homilía
era más expositiva que temática, más un discurso libre que una alocución sujeta a estructuras, más
analítica que sintética; expresada en términos de afirmaciones directas más que en sutilezas de la
lógica; era más directa, a modo de conversación, que retóricamente precisa.
Calvino no es una excepción. Sus sermones son simples homilías y en ese sentido son de
una trama totalmente distinta a sus escritos sistemáticos. Al predicar sobre pasajes consecutivos
trataría el texto sección por sección, versículo por versículo, y algunas veces frase por frase,
explicando o comentando a medida que avanzaba. Difícilmente se apartaría del orden impuesto
por el texto mismo. Por otra parte, no se esclavizaría a explicar cada cosa del texto, como si su
mera presencia allí o su longitud le dieran el peso necesario para ser parte del sermón. Tampoco
limitaría necesariamente su interpretación a los diversos elementos del texto, ni a su significado
dentro del mismo, ni a su significado dentro del contexto inmediato. Aunque siempre predicaba
basado en el texto y ciertamente reconocía la importancia del respectivo capítulo y libro, su mayor
principio para la interpretación bíblica...
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