Diez Maneras de Profundizar Nuestra Relación con Dios

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DIEZ MANERAS DE PROFUNDIZAR NUESTRA RELACIÓN CON DIOS
Columna semanal del arzobispo Charles J. Chaput, O.F.M. Cap.
12 de febrero del 2014
Con los años he escuchado de muchas personas buenas que quieren una relación más
cercana con Dios. Pero ellos están confundidos por lo que perciben como el silencio de
Dios. Lo que a menudo desean decir, sin ellos darse cuenta, es que quieren que Dios haga
algo dramático en sus vidas; algo con un sabor del Monte Sinaí que demuestre sus
credenciales. Pero Dios normalmente no funciona así; no está en el negocio del teatro.
Dios quiere ser amado y en un sentido ser «cortejado» –lo que significa que no podemos
ser socios pasivos en la relación; necesitamos buscar a Dios como lo haríamos con las
personas que amamos.
Así que mientras pasamos por estas últimas semanas de tiempo ordinario antes de la
cuaresma, aquí hay unos pasos –en ningún orden particular –que nos pueden ayudar para
acercarnos a Dios.
En primer lugar, comiencen por escucharle. La fe no es un programa de 12 pasos de
acción; tampoco es un problema de álgebra que necesita ser «solucionado»; es una
historia de amor. Como con un cónyuge, la cosa más importante que podemos hacer es
estar presente y escuchar; esto requiere la inversión de tiempo y atención. Si un espíritu
de impaciencia o pretender escuchar no funciona con su cónyuge, ¿por qué funcionaría
con Dios?
En segundo lugar, cultiven el silencio. No podemos escuchar cuando nuestro mundo está
lleno de ruidos y juguetes. C.S. Lewis dijo a menudo que el ruido es la música del
infierno. Nuestros juguetes –esas cosas que elegimos para distraernos – no nos permiten
centrarnos en las principales cuestiones de la vida: ¿por qué estamos aquí? ¿Qué
significa mi vida? Existe un Dios y si es así, ¿quién es él, y qué me pide?
En tercer lugar, busquen la humildad. La humildad es para el espíritu lo que la pobreza
material es para los sentidos: el gran purificador. La humildad es el principio de la
cordura. Realmente no podemos ver –mucho menos amar– cualquier persona o cualquier
otra cosa cuando el yo está en el camino. Cuando finalmente, creemos en nuestra propia
pecaminosidad y poca importancia, muchas otras cosas se convierten en posibles: el
arrepentimiento, la misericordia, la paciencia, el perdón de los demás. Estas virtudes son
las piedras angulares de esa otra gran virtud cristiana: la justicia. La justicia no es posible
en una telaraña de mutua ira, recriminación y orgullo herido.
En cuarto lugar, cultiven la honestidad. La honestidad total es sólo es posible para una
persona humilde. La razón es simple. La honestidad más dolorosa e importante está en
decirnos la verdad sobre nuestros motivos y nuestros propios actos. La razón por lo que la
honestidad es un poderoso imán es porque es muy rara. La vida moderna con demasiada
frecuencia se basa en la comercialización de medias verdades y mentiras sobre quiénes
somos y lo que nos merecemos; muchas de las mentiras son bien intencionadas e incluso
no muy perjudiciales, pero todavía son mentiras. Las Escrituras alaban al hombre y mujer
honestos porque son como el aire limpio en una habitación llena de humo. La honestidad
permite a la mente respirar y pensar con claridad.
En quinto lugar, traten de ser santos. Santo no significa agradable o incluso bueno,
aunque la gente verdaderamente santa es siempre buena y a menudo –aunque no
siempre– agradable. Santidad significa «distinto»; es lo que significa la Escritura cuando
dice que «en el mundo, pero no del mundo». Y esto no sucede de manera milagrosa;
tenemos que elegir y buscar la santidad. Los caminos de Dios no son nuestros caminos.
La santidad es la costumbre de conformar todos nuestros pensamientos y acciones a los
caminos de Dios. No existe un molde para la santidad, al igual que la piedad no puede
reducirse a una clase particular de oración o postura. Lo importante es amar al mundo
porque Dios lo ama y envió a su Hijo para redimirlo, pero no para ser capturado por sus
hábitos y valores, que no son los que Dios desea.
En sexto lugar, oren. La oración es más que esa parte del día en la que le dejamos saber
a Dios acerca de lo que necesitamos y lo que debía hacer. La oración real es más cercana
a la escucha, y está íntimamente vinculada a la obediencia. Dios ciertamente quiere oír lo
que necesitamos y amamos y tememos, porque estas cosas son parte de nuestra vida
cotidiana, y él nos ama. Pero si nosotros estamos hablando, no podemos escuchar.
También, tengan en cuenta que no podemos realmente orar sin humildad. ¿Por qué?
Porque la oración nos obliga a elevar quiénes somos y todo lo que experimentamos y
poseemos a Dios. El orgullo es demasiado pesado para elevarlo.
En séptimo lugar, lean. La Escritura es la palabra viva de Dios. Cuando leemos la Palabra
de Dios, nos encontramos con Dios mismo. Pero hay más: J.R.R. Tolkien, C.S. Lewis,
Georges Bernanos y tantos otros –eran profundamente inteligentes y poderosos escritores
cuyas obras nutren la mente cristiana y el alma, mientras también inspiran la
imaginación. La lectura también sirve otro propósito más simple: cierra el ruido que nos
distrae de la reflexión fértil. No podemos leer Las cartas del diablo a su sobrino (The
Screwtape Letters) y tomar en serio la cadena de televisión al mismo tiempo. Y eso es
algo muy bueno.
Por cierto, si no hacen nada más en el año 2014, lean los cuentos maravillosos de
Tolkien, Hoja de Niggle(Leaf by Niggle). Le llevará menos de una hora, pero
permanecerá con ustedes por toda la vida. Y luego lean la gran trilogía de ciencia ficción
religiosa de C.S. Lewis –Más allá del planeta silencioso, Perelandra y Esa horrible
fuerza (Out of the Silent Planet, Perelandra and That Hideous Strength; ustedes nunca
verán a nuestro mundo del mismo modo otra vez.
En octavo lugar, crean y actúen. Nadie «gana» fe. Es un don gratis de Dios; pero
tenemos que estar dispuestos y listos para recibirlo. Nosotros podemos disciplinarnos
para estar preparados. Si buscamos sinceramente la verdad; si deseamos cosas mayores
de las que esta vida ofrece; y si dejamos nuestros corazones abiertos a la posibilidad de
Dios, entonces un día creeremos, al igual que cuando elegimos amar a alguien más
profundamente, y dirigimos nuestros corazones sinceramente a la tarea, entonces tarde o
temprano generalmente lo haremos.
Los sentimientos son volubles. Ellos son a menudo engañosos. No son la esencia de
nuestra fe. Tenemos que estar agradecidos por nuestras emociones como dones de Dios,
pero también tenemos que juzgarlas a la luz del sentido común. Enamorarse es sólo el
primer saboreo del amor. El amor verdadero es más bello y más exigente que los
primeros días de un romance.
De igual manera, una conversión dramática al estilo del «camino de Damasco» no le
sucede a la mayoría de la gente, y ni siquiera san Pablo permaneció en el camino mucho
tiempo. ¿Por qué? Porque al revelarse a Pablo, Jesús inmediatamente le dio algo que
hacer. Conocemos y más profundamente amamos a Jesucristo haciendo lo que él dice que
hagamos. En el mundo real, los sentimientos que perduran producen acciones que tienen
sustancia. Mientras más sinceros somos en nuestro discipulado, más cercanos estaremos a
Jesucristo. Es por esto que los discípulos de Emaús sólo reconocieron a Jesús en «la
fracción del pan». Sólo en actuar en y sobre nuestra fe, nuestra fe llega a ser totalmente
real.
Noveno, nadie logra el cielo solo. Todos necesitamos amistad y comunidad. Un amigo
mío que ha estado casado más de 40 años le gusta decir que el corazón de un buen
matrimonio es la amistad. Cada matrimonio se trata finalmente de una clase particular y
profunda de amistad que implica honestidad, intimidad, fidelidad, sacrificio mutuo,
esperanza y creencias compartidas.
Cada matrimonio es también una forma de comunidad. Incluso Jesús necesitaba estas dos
cosas: amistad y comunidad. Los apóstoles no eran simplemente seguidores de Cristo;
también fueron sus hermanos y amigos, gente que sabía y lo apoyaron de una manera
íntima. Todos nosotros como cristianos necesitamos las mismas dos cosas. No importa si
somos religiosos, laicos, diáconos o sacerdotes, solteros o casados. Los amigos son
vitales; la comunidad es vital. Nuestros amigos expresan y forman quiénes somos. Los
buenos amigos nos sustentan; los malos amigos nos debilitan. Y es por eso que ellos son
tan decisivos para el éxito o fracaso de una vida cristiana.
Décimo y finalmente, nada es más poderoso que los sacramentos de la penitencia y
Eucaristía en conducirnos hacia el Dios que buscamos. Dios se hace disponible a
nosotros todas las semanas en el confesionario y cada día en el sacrificio de la misa.
Tiene poco sentido hablar del «silencio de Dios» cuando nuestras iglesias son silenciadas
por nuestra propia ausencia e indiferencia. Somos los que tenemos el corazón frío –no
Dios. Él nunca es superado en su generosidad. Él nos espera en la quietud del
tabernáculo. Él nos ama y quiere ser amado a su vez de todo corazón.
Si estamos dispuestos a dar ese amor, estos pasos nos llevarán a él.
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