Follet, Ken - La caída de los gigantes

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Grigori que como su encantador y díscolo padre, Lev. Un bebé era como una
revolución, pensó Grigori: era posible iniciarla, pero no controlar qué derrotero tomaba.
La contrarrevolución del general Kornílov había sido sofocada antes incluso de
comenzar. El Sindicato de Ferroviarios se había asegurado de que la mayoría de los
soldados de Kornílov quedaran atascados en vías muertas a kilómetros de Petrogrado.
Los que, pese a ello, consiguieron aproximarse a la ciudad, se encontraron con los
bolcheviques, que los de salentaron sencillamente desvelándoles la verdad, como había
hecho Grigori en el patio de aquella escuela. Los soldados se sublevaron entonces
contra los oficiales que participaban en la conspiración y los ejecutaron. El propio
Kornílov fue detenido y encarcelado.
Grigori empezó a ser conocido como el hombre que había repelido al ejército de
Kornílov. Él lo consideraba una exageración, pero su modestia solo consiguió aumentar
su talla. Fue elegido miembro del Comité Central del partido bolchevique.
Trotski salió de prisión. Los bolcheviques ganaron las elecciones municipales de
Moscú con el 51 por ciento de los votos. El partido alcanzó la cifra de 350.000 afiliados.
Grigori tenía la embriagadora sensación de que cualquier cosa podía ocurrir, incluida
la catástrofe absoluta. Cualquier día la revolución podía fracasar. Eso era lo que más
temía, pues en tal caso su hijo crecería en una Rusia que no sería mejor que aquella.
Grigori pensó en los momentos trascendentales de su propia infancia: el ahorcamiento
de su padre, la muerte de su madre frente al Palacio de Invierno, el sacerdote que le bajó
los pantalones al pequeño Lev, el trabajo extenuante en la fábrica Putílov. Quería una
vida distinta para su hijo.
- Lenin está pidiendo un levantamiento armado -le dijo a Katerina mientras
caminaban hacia la casa de Magda.
Lenin seguía oculto fuera de la ciudad, pero enviaba un torrente constante de cartas
furibundas exhortando al partido a que pasara a la acción.
- Creo que hace bien -contestó Katerina-. Todo el mundo está harto de gobiernos que
hablan de democracia pero no hacen nada para que baje el precio del pan.
Como era habitual, Katerina decía lo que la mayoría de los obreros de Petrogrado
opin aban.
Magda los esperaba y preparó té.
- Lo siento, no tengo azúcar -dijo-. Llevo semanas intentando conseguir un poco.
- Qué ganas tengo de que se acabe esto -comentó Katerina-. Estoy agotada de car gar
con este peso.
Magda le palpó el vientre y dijo que aún le quedaban unas dos semanas.
- Cuando nació Vladímir fue horrible -dijo Katerina-. No tenía amigos y la
comadrona era una arpía siberiana, una caradura; se llamaba Ksenia.
- Conozco a Ksenia -dijo Magda-. Es competente, pero un poco ruda.
- ¡Ya lo creo!
Konstantín se marchaba en ese momento al instituto Smolni. Aunque el Sóviet no
celeb raba sesiones diarias, sí había reuniones constantes de los comités generales y
especiales. El gobierno provisional de Kérenski estaba ya tan debilitado que el Sóviet
adquirió autoridad por defecto.
- He oído que Lenin ha vuelto a la ciudad -le dijo Konstantín a Grigori.
- Sí, volvió anoche.
- ¿Dónde se aloja?
- Es secreto. La policía todavía pretende detenerlo.
- ¿Qué es lo que le ha hecho volver?
- Lo sabremos mañana. Ha convocado una reunión del Comité Central.
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