el papel profético de la vida religiosa

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JOAO BATISTA LIBANIO
EL PAPEL PROFÉTICO DE LA VIDA RELIGIOSA
El profetismo, como dimensión humana de nuestra existencia, nace del desfase entre lo
real y lo deseado, la realidad social y la utopía, el dónde y el para dónde, la
experiencia concreta y el mundo de las aspiraciones, el presente limitado y el futuro
ilimitado. ¿Viven el mundo y la iglesia dicho desfase o han optado por el pragmatismo
conformista? ¿Qué papel puede jugar la vida religiosa en tal situación?
O papel profético da vida religiosa, Convergencia, 21 (1986) 331-345
Introducción
La vida humana está atravesada por tensiones y encuentra su equilibrio cuando estas
tensiones, sin anularse, la alimentan. Las situaciones patológicas aparecen cuando un
polo tiende a anular a otro. La vida religiosa se somete a tal ley: también ella está
atravesada por tensiones y se equilibra en síntesis bien o mal conseguidas. La
multiplicidad de las tensiones existentes permite una enorme variedad de análisis
posibles. La validez del análisis dependerá sobre todo de la perspicacia y del acierto en
la elección de los polos.
Toda institución alimenta una serie de afirmaciones, nutriéndose también de ellas a su
vez: cuanto más bellas son las aserciones, tanto más la institución se engalana
simbólicamente. La vida religiosa, como institución, participa de esta dialéctica y una
de las bellas aserciones que la rodean es que ella tiene un "papel profético" en la iglesia
y en el mundo.
El profetismo es un polo de la vida religiosa: no es toda la vida religiosa. Este polo se
equilibra con otros polos. Para esta reflexión escogeré como contrapesos los polos
sacerdotal, sapiencial y apocalíptico (en el sentido bíblico de los términos).
El polo profético y sus contrapesos
El polo profético
El profetismo, como dimensión humana de nuestra existencia, nace del desfase entre lo
real y lo deseado, entre la realidad social y la utopía, entre la experiencia histórica
concreta y el mundo de las aspiraciones y de lo imaginario, entre el presente limitado y
el futuro ilimitado. El profetismo hinca sus raíces profundas en la estructura misma de
nuestro ser humano, en nuestra experiencia originaria y antropológica. Nuestra doble
dimensión antropológica (caber dentro del pequeño espacio tiempo - no caber tiempo de
ningún tiempo, rompiendo las barreras espaciales; ser tiempo-pensando en la eternidad;
ser espacio aspirando a la pancosmicidad) posibilita la experiencia profética. El
religioso participa, como todo ser humano, de esta misma estructura básica profética.
La gracia del profetismo no salta esta estructura humana, sino que la supone, la eleva, la
perfecciona. El profetismo religioso consiste fundamentalmente en esta misma tensión y
el profeta experimenta en lo real concreto, pequeño, limitado y diario un "real óptimo de
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Dios". En la experiencia humana de injusticia experimenta el Dios real óptimo de
justicia, que le da fuerza, luz, coraje para criticar, cuestionar y juzgar el presente. Hay
una coexperiencia del Dios-futuro, del Dios-promesa, del Dios-revelación del plan
salvífico, del Dios que resucitó a Jesús, del Dios que promete vida y resurrección en el
interior del mismo de experiencias limitadas, débiles, injustas, llenas de pecado de la
historia concreta. Es de esa coexperiencia de Dios que surge la chispa profética y ella
convierte en realidad el existencial sobre natural del hombre orientado a Dios.
Es una experiencia única, pero bipolar: es la experiencia de la transcendencia de Dios en
la inmanencia de lo histórico concreto. Estos dos polos pueden ser alimentados por
fuentes diversas, para que la experiencia se clarifique: lo real concreto puede ser
iluminado por los instrumentos socio-analíticos; el Dios-revelación, a su vez, puede
aparecernos más claramente cuanto más recapitulemos sus manifestaciones a lo largo de
la historia y sobre todo en la persona de su Hijo Jesús.
Incumbe al profeta conocer su realidad social y las condiciones objetivas de su
transformación. El no está exento de esta dura tarea que exige medios propios y
específicos. Para tal conocimiento se conjugan tres fuentes de saber; la propia
experiencia, el sentido común y los datos científicos (cada una de estas tiene sus
elementos válidos y sus límites).
La fuerza y el ardor vienen de otra fuente: la voz de Dios que clama como un rugido de
león (Am 3,8) exigiendo una reacción inmediata. ¿Quién se va a quedar reflexionando
delante del rugido del león? De hecho, el profeta percibe en una co-experiencia que el
Señor lo llama, lo provoca (cfr. Am 7,15; Jr 1, 7-8). En su misión, el profeta reviene
siempre a esa experiencia fundante de la llamada (cfr. Is 6,8) y, así, el nuevo testamento
nos presenta a Juan Bautista y a Jesús como sintiendo, experimentando, esa llamada de
Dios, ese envío para preparar los caminos del Señor (Le 1,76), o para ocuparse de las
cosas del Padre (Le 2,49), o para anunciar las buenas nuevas a los pobres (Le 4,18).
A lo largo de la historia de la iglesia, todo el profetismo brotó de esa doble fuente. La
vida religiosa, para ser profeta hoy, debe conjugar el conocimiento del momento
sociopolítico y eclesial, y extraer fuerzas y vigor de la experiencia espiritual y mística
de Dios, alimentada sobre todo por una cristología (donde más claramente nos aparece
una criteriología para discernir el elemento transcendente presente). La vida religiosa
tiene, pues, una triple misión profética: en relación a sí misma en cuanto institución, en
relación a la iglesia y en relación al mundo.
El polo sacerdotal
De hecho, la vida religiosa es sacerdotal, en el sentido amplio del término. Ella es
adoración, sacrificio, homenaje a Dios. El religioso en su pequeñez reconoce la infinita
majestad de Dios y a ella entrega su vida en una verdadera actitud sacrificial. Este polo
acentúa la trascendencia de la vida religiosa, su relación con la infinita grandeza de
Dios, creando innumerables "liturgias" y ritos inagotables en un gesto de oblación.
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El polo sapiencial
Es su momento meditativo, vuelto a la experiencia de lo cotidiano: la atención se
concentra en la captación del elemento trascendente presente en la pequeñez y en lo
anodino de lo diario. En la articulación entre experiencia y reflexión a la luz de Dios
está la fuente de la sabiduría; y la vida religiosa pretende articular estas dos realidades.
Pertenece también a esa dimensión la transmisión de experiencias de los maiores
(experimentados por los años en descubrir a Dios en todas las cosas por mínimas que
sean) a los juniores (más proféticos, más ardorosos).
El equilibrio entre la dimensión sapiencial y la profética queda bien reflejado en este
dicho latino utilizado para caracterizar a san Ignacio: non coerceri a maximo, contineri
tamen a minimo, divinum est". El profeta no se deja cohibir por nada ni por nadie, pero
el sabio es capaz de descubrir la belleza, a Dios, en la más pequeña cosa. Y sólo Dios es
la armonía de esa doble dimensión.
El polo apocalíptico
La experiencia humana (personal o social) puede llegar al paroxismo del sufrimiento en
un momento dado: ni posibilidad de evadirse, ni perspectiva de cambio. Es una
experiencia límite: o se cae en la desesperanza o se lanza uno confiado en los brazos de
Dios, en la espera que El actuará. Es la experiencia apocalíptica. El sufrimiento toma tal
proporción que, por su propio exceso, termina por apagar la sensación de existencia
presente para encontrar en la inminencia de un final la solución de la angustia y de la
tribulación: no hemos de hacer otra cosa que aguardar y pedir a Dios que nos salve
definitivamente.
Dos sentimientos dominan la experiencia apocalíptica: confianza absoluta y resistencia.
En ese momento se espera de Dios que haga la distinción radical entre el bien y el mal,
entre las ovejas y los cabritos, entre la luz y las tinieblas. Situación típicamente dualista:
juicio condenatorio o salvación, las dos radicales, últimas, definitivas. Y todo eso está a
punto de irrumpir, ya que nuestra situación existencial o social llegó al límite de lo
tolerable.
Las patologias de lo profético
Las patologías de lo profético se manifiestan al darse un desequilibrio entre las diversas
dimensiones de la vida religiosa.
1. El enfriamiento profético
El profetismo puede extinguirse en la vida religiosa por un total enfriamiento causado
por diferentes comportamientos entre los polos de lo real y de lo ideal.
a) Por aproximación o identificación de estos dos polos. El invierno profético l ega
cuando lo real y lo ideal pactan entre sí, desapareciendo tensiones, fricciones, chispazos:
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lo real satisface plenamente las aspiraciones y deseos de la persona; lo ideal ya no
provoca a lo real, el proyecto ya no perturba el status quo.
Este fenómeno asume formas bien definidas: la "institucionalización" (la
autotranscendencia del hombre ante el futuro queda reducida al puro presente de la
institución: el Espíritu queda ahogado en la letra), el "aburguesamiento" manifestado en
la plena satisfacción de las necesidades y en la instalación en la felicidad ya presente (a
resultas de un capitalismo totalizante e invasor, de la acomodación al espíritu hedonista
de la sociedad moderna, de una euforia modernizante que silenció los últimos ímpetus
proféticos), el "activismo" que se ahoga en el presente, olvida el futuro y silencia
cualquier crítica (no se interesa así ni por el pasado ni por el futuro: las dos fuerzas
proféticas).
Tal vez sea esta intuición de la "euforia" de lo profético lo que ha generado en muchos
jóvenes cierta negativa a entregarse a algunas obras pastorales de sus congregaciones
donde se vive en el más febril activismo. Y peor aún cuando este activismo se concreta
en obras envueltas en la atmósfera aburguesadora de la sociedad moderna (como sucede
en ciertas parroquias y colegios burgueses). No es de extrañar que los miembros de tales
obras rechacen, a veces con violencia, cualquier soplo profético como una amenaza
insoportable.
Hay además otra vía, más sofisticada, de tener el impulso profético. El conocimiento de
la realidad, que es una de las condiciones previas del profetismo, se sobrecarga con tal
avalancha de datos que nos sentimos paralizados delante de cualquier decisión. Ser
profeta en estas condiciones significa ingenuidad e ignorancia, ya que no se tienen en
cuenta los análisis científicos.
Resumiendo: lo ideal ha perdido mordiente porque lo real ha sido supervalorizado, lo
ideal se rebaja a lo real y ya no hay posibilidad de ninguna voz profética.
b) Por superdistanciamiento de lo ideal en relación a lo real. Cuando el ideal se separa
y se distancia de lo real, perdiéndose en el olimpo de la pura trascendencia, el
profetismo no consigue tampoco brotar. Y lo ideal ejerce entonces una función
alienante, sin fuerza crítica sobre lo real ("la religión es el opio del pueblo"). En la
actualidad una de las formas más comunes de este embotamiento profético son los
grupos carismáticos: la experiencia espiritual presente se idealiza como algo separado
de lo real y concreto y se proyecta tal vivencia en un mundo transcendente sobrenatural
tan distante que deja sin tocar lo real concreto.
En general, tal respuesta idealizante tiene lugar en los países ricos o en las capas ricas
de los países pobres: superadas las necesidades básicas y viviendo ya satisfechos, se
puede entonces vivir un ideal carismático sin renunciar a este presente de satisfacción.
Por lo común, donde predomina cualquier forma de carismatismo el impulso profético
retrocede.
c) Por hipertrofia de las dimensiones sacerdotal y sapiencial. Cuando el aspecto
cúltico, de oblación, de renuncia, de entrega a lo trascendente domina en solitario, el
profetismo pierde terreno: el religioso está de tal modo poseído por la presencia de lo
trascendente que ya no tiene ojos para lo real histórico y desconoce cualquier
profetismo. No basta decir que la sola presencia de la persona que vive así lo
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trascendente ya es por sí solo profetismo (en cuanto que es una crítica del mundo
moderno ahogado en realidades inmanentes y seducido por el brillo de la felicidad de
las satisfacciones humanas), pues la verdadera función profética es más exigente.
Necesita encontrar su punto de contacto con lo real concreto, y esto sólo es posible si el
religioso se mueve en el mundo de sus hermanos de manera concreta y analizable.
La actitud sapiencial (alimentada por la experiencia de los antiguos) genera tal sintonía
con el presente, tal sentido de prudencia y de cautela, que el profetismo surge como algo
extraño y fuera de lugar. A cada arrebato de lo profético, se responde con lo ya
conocido del pasado y del presente, triunfando la posición conservadora de que es mejor
lo conocido, aunque malo, que lo conocido, aunque éste lleve en sí la promesa de lo
mejor.
En resumen, el "sacerdote" y el "sabio", cuando se imponen con exclusividad, cierran el
campo al profeta: uno apelando a las leyes sagradas del culto, el otro al valor normativo
de las experiencias propias y de las de los antepasados.
2. El sobrecalentamiento profético
La acentuación de la dimensión profética, llevada a una exclusividad extrema, supone
su autodestrucción, al perder su credibilidad y su realidad por un exceso de hablar y de
quererlo practicar.
Este superentusiasmo se da cuando en el interior de lo real se realiza un corte radical
entre los que se adhieren al status quo (satisfechos en su inmersión en el
acomodamiento de lo presente) y los que se juzgan poseídos de un impulso profético
(insatisfechos ya sea por razones personales o por la percepción de la injusticia). El
profetismo extremado, no exento de cierta visión maniquea y dicotómica de la realidad,
separa cada vez más esos dos grupos no viendo posibilidad de tender ningún puente
entre ambos, de lograr un compromiso posible entre ellos.
Naturalmente tal exageración profética esconde dentro de sí el germen del fanatismo y
del triste pesimismo. El presente está totalmente viciado y sólo el futuro (anunciado con
toda criticidad del presente) tiene valor. Desconoce el presente, incluso el bañado por la
fuerza escatológica y salvífica de Dios, desconoce el reino de Dios ya presente en el
interior de la historia: Jesús ya murió y resucitó, su presencia de Cristo- Pneuma no es
estéril.
Frecuentemente este sobrecalentamiento profético termina en una visión apocalíptica de
la historia. Destruye el propio impulso de lo profético: paralizados delante de un
presente tan perverso, la única salvación es aguardar una intervención definitiva y
última del juicio de Dios que restablecerá de modo radical el orden y la justicia.
Fácilmente, entonces, el discurso profético asume el género violento de las apocalipsis
clásicas, cuya violencia verbal aleja cualquier posibilidad de diálogo, confinándose en
una crítica de lo presente sin perspectivas algunas de cambio.
Tal radicalidad y vehemencia de lo profético ya no anuncia ninguna mudanza de la
historia, sino simplemente una expectativa de derrota. En una palabra; alimentado por
una visión de Dios muy distante de la revelada y anunciada por Jesús, con una visión
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maniquea y totalitaria de la historia, deja de ser profetismo al negar la historia presente
como posibilidad de conversión teológica y de transformación política.
Revitalización de lo profético
Lo patológico -cuyo lado positivo es mostrarnos con más nitidez los elementos sanos de
la salud- irrumpe cuando se atrofia una de las dimensiones en equilibrio de un cuerpo
sano y, consecuentemente, la otra dimensión segrega exageradamente sus sustancias. El
profetismo en la vida religiosa necesita algún tratamiento terapéutico que, por brevedad,
podemos fácilmente reducir a unos pocos remedios básicos.
1. Las dos fuerzas revitalizadoras de lo profético
a) La tensión transcendencia-mundo. Ya vimos cómo la vida religiosa perdió mucho de
su fuerza profética por su alianza cómplice con el mundo moderno. Por "mundo
moderno" entendemos el espíritu de la autocomplacencia, de autosuficiencia, de
autonomía de la razón humana: la experiencia humana se erige prácticamente en casi la
única fuente de verdad. Y el hombre se mide fundamentalmente por su praxis. En un
sentido más negativo, "mundo" también es el lugar de la explotación, sobre todo de las
fuerzas del dinero, del placer y del poder. "Mundo", en lenguaje juánico, son las fuerzas
hostiles a Dios, el lugar del pecado, todo él colocado bajo el poder de la maldad (1 Jn
5,19). "Mundo" puede significar la totalidad humana con la pretensión de una plena
suficiencia, sin ningún sentido para la transcendencia (el sentido y el destino últimos
deben ser encontrados en el interior de esa realidad humana). Por "mundo" entendemos
aún la diversa gama de movimientos de liberación (liberación del cuerpo, liberación de
la mujer, liberación político-económica, liberación del negro, liberación de los países
coloniales...), cuando su óptica es puramente terrestre e intrahistórica.
Delante de esta enorme variedad, la vida religiosa puede reencontrar su auténtica
vocación profética. Recuperar la tensión que la vida religiosa tiene con el mundo por su
última fuente de inspiración - la experiencia fundante de Dios, lo más íntimo de su vidapuede significar una renovación de su dimensión profética. Ante cada concepción
diferente de "mundo", la vida religiosa, en su estructura fundamental, tiene una palabra
profética a decir, recordando que lo último de la historia de los hombres y del mundo no
será dicho ni por la razón, ni por la experiencia, ni por la praxis, ni por el dinero, ni por
el placer, ni por el poder, ni por las fuerzas hostiles a Dios, ni por la totalidad inmanente
humana, ni por los movimientos de liberación... Lo último de la historia ya aconteció en
Jesús de Nazaret, amigo de los pobres y pecadores, muerto en la ignominia de la cruz y
resucitado por Dios.
Y a partir de esa experiencia de Jesús se puede, a su vez, descubrir - misión típicamente
profética- ya presentes en esa misma historia las señales del Reino definitivo.
b) La tensión por los pobres y situación establecida. Los obispos de Medellín y Puebla
vieron la situación establecida en la sociedad como injusticia institucionalizada, como
lugar de opresión, como apropiación indebida de la riqueza, como mecanismos
generadores de pobreza, como sistema político injusto... Y confesaron que la iglesia
(como institución y como comunidad de fieles) no siempre consiguió una distancia
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crítica delante de tal sociedad, sino que más bien fue cómplice en un ambiguo
movimiento de aprovecharse del sistema y de apoyarlo. Ni siquiera la vida religiosa
consiguió resistir a los encantos de esta situación establecida de la sociedad. Por eso la
opción por los pobres ha surgido como un verdadero polo de tensión para despertarla a
su verdadera vocación profética. De hecho, lo que hay de mejor en la vida religiosa de
nuestro país parece estar en aquellas comunidades que viven más próximas a los pobres,
en una inserción comprometida.
2. Los movimientos de las tensione s
Estas dos tensiones básicas para revitalizar la fuerza profética en el marco de la vida
religiosa tienen su autonomía propia, pero pueden combinarse entre sí con movimientos
bien definidos.
a) Movimiento de tendencia conservadora. Intenta al mismo tiempo encender un polo y
apagar el otro. Uno a costa del otro, reduciendo el proceso renovador profético de la
vida religiosa a su tensión fundamental entre transcendencia y mundo, en detrimento de
la otra tensión. Invoca el carácter religioso de la primera y el político de la segunda. Y
añade: "la vida religiosa debe ser exclusivamente religiosa". Y en nombre de ese
carisma descalifican la opción por los pobres en aquello que tiene de específicamente
liberador. Se acepta una asistencia directa a sus necesidades, pero nunca una presencia
en sus luchas reivindicativas.
Para esta tendencia conservadora, la forma más pura de la vida religiosa -que concentra
su función profética en la denuncia del mundo- es la contemplativa: precisamente la que
no ha cambiado nada y que ha conservado intacto su carácter de austeridad y de fuga
mundi.
La vida religiosa comprometida en el mundo de los pobres, en un trabajo de
concientización y organización popular de cara a su liberación, es vista con mucha
desconfianza y casi como una traición al genuino espíritu profético religioso, que
consiste -para ellos- en la distancia crítica y real con el mundo, y no en la inserción
(tarea propia del laico). Se marca así más claramente la distinción entre la vida religiosa
y la secular de los laicos. La vida religiosa tanto más recuperará su carácter profético
cuanto más fuerte sea el contraste entre su carácter distante y transcendente y el mundo,
descartando toda inserción en la lucha por la liberación de los pobres.
b) Movimiento de inserción. Se da, sobre todo en nuestros países de América latina, una
tendencia a redescubrir la dimensión profética por la línea de la inserción y no por la
fuga mundi. La pérdida de la dimensión profética no fue debida al aburguesamiento
interno doméstico, sino principalmente a la alianza ideológica con las clases burguesas
dominantes. La solución no está, pues, en combatir el aburguesamiento (consecuencia,
más bien, de la alianza ideológica) con medidas de mayor o menor austeridad, sino en
romper los vínculos ideológicos con la clase dominante, colocándose decididamente al
lado de los pobres. Y la propia situación nos impondrá una vida austera, sin ascetismos
artificiales.
Dentro de esta tendencia se perfilan dos líneas. Una se atiene, casi exclusivamente, al
carácter de opción por los pobres y a las consecuencias de tal opción. Desde esta opción
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por los pobres levantan su palabra profética (ya hablando, ya viviendo con ellos hasta el
don de su vida, como ya ha ocurrido en nuestro continente con no pocos de ellos).
Otros, más atentos a la dimensión religiosa, intentan articular en una síntesis más viva
las dos tensiones básicas. La crítica profética al consumismo moderno, a los antivalores
de las sociedades modernas, se hace desde los dos lados. A partir de la transcendencia
(de carácter más estrictamente teologal, tocando la modernidad en su totalidad,
defendiendo la estructura de la vida religiosa) y a partir de la opción por los pobres (de
cuño ideológico, tocando la modernidad en la forma capitalista de nuestros países,
defendiendo a la vida religiosa de la injusticia envolvente). Los religiosos asumen así su
papel profético en nombre de una austeridad de vida y de un sentido de la justicia.
Conclusión
Actualmente la vida religiosa se encuentra entre dos fuegos. Atacada por un lado por
todo un proceso simultáneo de modernización y de aburguesamiento causado por la
infiltración de la ideología de las clases dominantes (esta transformación la padecen
sobre todo las congregaciones que trabajan principalmente en colegios de clase media y
alta que llevan parroquias en barrios de clase alta). Por otro lado, acosada por un
movimiento de "vuelta a la disciplina", reconduciéndola a las formas antiguas de
austeridad, de fuga mundi, insistiendo en los valores transcendentes en detrimento de la
inserción en el mundo.
Muchas experiencias de vida religiosa en América latina están consiguiendo superar
este dilema esterilizante de todo profetismo: o aburguesamiento modernizante o
transcendentalismo arcaico. Es la forma profética de vida inserta y comprometida que
retiene la transcendencia de la experiencia de Dios, sin huir del mundo. Tales
experiencias no pueden ser sofocadas por instancias poco sensibles a lo profético, por su
propia situación social o eclesial. La grande y válida contribución de América latina es
mantener encendida esta luz profética en el momento actual de la iglesia.
Tradujo y condensó: MIQUEL SUÑOL
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