El Hombre de la Rosa Negra

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El HOMBRE DE LA ROSA NEGRA
PABLO ESTEBAN VARGAS RÍOS
El HOMBRE DE LA ROSA NEGRA.
A sus veinte años y con toda una vida por delante, Félix Gamboa había desechado
completamente el sueño de su padre de seguir su legado en la medicina, para dedicarse
completamente al servicio del Departamento de Policía, en las sombrías y peligrosas calles de
Cartago. Diecinueve años después, con un matrimonio quebrantado, dos hijos a cuestas, y a
sabiendas de que la puerta al ocaso de sus días estaba a la vuelta de la esquina, la idea de servir
con honor, respeto y lealtad al pueblo le parecían la más inexplicable locura de sus años de
soltería.
– ¿Dónde fue que tomamos la ruta equivocada? –preguntó Félix Gamboa al cadáver
inmóvil que estaba a su lado–. ¿Qué nos hizo creer que realmente valía la pena luchar
por una ciudad que se revuelve en sus propias heces?
El rostro demacrado de Olman Hernández hacía horas que no tenía respuesta. Su mirada fría
se había perdido en el vacío infinito que regalaba el enorme terciopelo nocturno, como si
buscará desesperadamente la posibilidad insulsa de un refugio efímero en sus incontables
estrellas; sin embargo ahí tirado en medio de uno de los tantos y sucios callejones de Saint
Mark, la vida del noble y condecorado oficial de policía se había escapado producto de una
certera puñalada a la altura de sus costillas, alejándolo de todo el paraíso que en su mente alguna
vez había fantaseado.
–Espero que puedas perdonarme –murmuró casi lastimosamente el Teniente Gamboa,
mientras se recostaba mal herido en las frías paredes del mugroso callejón–, hubiera
deseado no tener que meterte en esto.
La brisa característica de las largas y frías noches de verano golpeaba con fuerza sus
mejillas, mientras las heridas producidas por las balas 9x19 de una Taurus Parabellum PT de
reglamento, se desplazaban tormentosamente en las profundidades de su pecho con cada uno de
sus movimientos. El dolor se volvía cada vez más insoportable, y lo que había empezado como
una operación de rutina, le acercaba cada vez a una angustiosa y terrible muerte. Un par de
metros más a lo lejos, un perro lastimado y quejumbroso se movía lentamente entre las sombras,
buscando algo que comer en medio de la basura.
–Es irónico –reclamó en voz alta el mal herido oficial de policía–, veinte años atrás
jamás hubiera imaginado que el más experimentado cazador, se iba a convertir en la
más vulgar de las presas.
Gamboa recordaba con alteración y desagrado la serie de crímenes que lo llevaban ahora a
sentir el frío e indiferente beso de la muerte. Todo había empezado dos años atrás, la soleada
tarde del 23 de Marzo del 2008, con la llamada desesperada de la humilde ama de llaves de
Claudia de la Torre –famosa directora de una de las cadenas más importantes de modelaje en la
región– pidiendo auxilio a los principales cuerpos médicos del estado, por que su joven y afable
señora se había desvanecido en su pequeño apartamento, después de una lujuriosa y
desenfrenada noche de pasión y locura.
Claudia de la Torre, a sus veintiséis años de edad, era reconocida como una de las mujeres
más poderosas e influyentes de Cartago. Su porte elegante, sensualidad ante la cámara,
habilidad en los negocios y impetuoso estilo personal, eran motivos suficientes para que la
joven heredera de Industrias la Torre apareciera en las portadas de las revistas más importantes
de la zona. Su vida estrafalaria, retorcidas actitudes y constantes amoríos eran noticias de
primera plana todas las semanas, lo quizás provoco a la postre, que una ciudad acostumbrada a
lo inusual y lo perverso, le importara poco la forma en que alguien pusiera final a sus días, y se
centrará tan solo en conocer los detalles morbosos de la muerte de una sus principales figuras.
Esa tarde, en medio del mar impetuoso de periodistas que se reunieron en los alrededores
del lujoso apartamento ubicado en Saint Marks, Félix Gamboa se abrió paso en su vehículo
personal, un viejo Porshe 911 del año 94, para encontrarse con su compañero Olman
Hernández, que lo esperaba en las afueras de la vivienda para iniciar la investigación del
crimen.
–Disculpa el atraso –comentó el detective Gamboa, al tiempo que se bajaba del auto–.
Alex necesitaba que la llevara al centro comercial para acompañar a sus amigas a ver
una película.
–Sensacional –murmuró Hernández mientras apretaba con fuerza la mano de su
compañero–, te detienes por unas palomitas mientras los demás nos partimos el lomo
resolviendo este maldito caso.
Félix Gamboa esbozó una sonrisa y miró de reojo lo que sucedía a su alrededor. Los
principales policías, criminólogos, y agentes judiciales de la ciudad se movían a prisa por el
lugar marcado con tiras amarillas de “Prohibido el paso”. A lo lejos una mujer de
aproximadamente unos treinta y nueve años de edad lloraba desconsoladamente.
– ¿Quién es ella? –preguntó Gamboa mientras señala a la mujer con la mirada
–Eugenia Villareal –indicó Hernández–, el ama de llaves de la joven de la Torre. Fue
quien dio el parte a las autoridades cuando se enteró que su patrona no presentaba
signos vitales.
– ¿Tomaste su declaración?
–Sí –señaló Hernández mientras sacaba los apuntes tomados–. Al parecer la víctima
tuvo un fin de semana bastante movido. Fiestas con un par ejecutivos, deportistas y
figuras de la farándula nacional. Ya sabes –dijo Hernández mientras sonreía
maliciosamente–, un fin de semana nada fuera de lo normal en Saint Marks lleno de
tragos, mujeres, y dinero.
Robert Dickson, de la unidad de investigación criminológica interrumpió la conversación.
–Los agentes judiciales se encuentran impacientes por levantar el cuerpo ¿Creen que
puedan dejar el parloteo y dar el parte oficial para seguir haciendo nuestro trabajo?
–Claro en seguida –contestó Gamboa
–Siempre tan amables ¿eh? –murmuró Hernández mientras ingresaban a la lujosa
residencia–, estos tipos de verdad que saben como ser el alma de la fiesta.
–Déjalo ya –dijo Gamboa mientras se dirigía hacia el interior de la lujosa vivienda–.
Continúa.
Hernández miró de nuevo sus notas, pasó un par de hojas y se encontró con los datos que
personalmente había subrayado. Gamboa subió las escalaras mientras su compañero seguía
hablando de los detalles del suceso. Cuando los paramédicos llegaron poco había por hacer. La
joven fue reportada oficialmente fallecida a las 3:45 de la mañana. Hipoxifilia fue el análisis
preliminar por los cuerpos de socorro.
– ¿Hipoxifilia?
–Asfixia erótica –explicó Hernández–, una especie de juego sexual donde los amantes
cortan la respiración de su pareja para incrementar el orgasmo.
–Y yo que pensé que en veinte años lo había escuchado todo.
–Espera llegar arriba –señaló Hernández–, este caso te encantará.
A pasos rápidos, Gamboa y Hernández subieron las escalaras hasta llegar a la habitación
principal en la segunda planta de la vivienda. Mario Cordero, vigilaba la entrada a la recamara.
Gamboa dio un vistazo rápido a la habitación de corte sumamente vanguardista. Hermosas
pinturas, esculturas y telas de lujo posiblemente compradas en los más destacados mercados
europeos. El cuerpo de la joven yacía en posición horizontal sobre su cama, apenas cubriendo su
desnudez con unas cuantas sabanas. Hernández permaneció a la orilla de la puerta mientras su
compañero revisaba con supremo cuidado la escena del crimen. Una delgada y suave manta de
seda estaba fuertemente atada a su cuello.
–Creemos que ese el objeto con el que fue accidentalmente asesinada –acotó Hernández
cuando su compañero clavo su mirada en el cuello de la joven–, lindo detalle del amante
¿no?
–No hay que buscarle las cinco patas al gato –reseñó Gamboa–, su rostro tiene la
palidez dramática de las personas que agonizan por falta de aire.
–Posiblemente el “macho” no calculó muy bien sus fuerzas
– ¿Tenemos la certeza de que se trata de un hombre?
–Los de pelo y fibras encontraron rastros preliminares de fluidos masculinos en
diferentes partes de la habitación –explicó Hernández–. Si algo tenemos seguro es que
la chica no pateaba con las dos piernas.
–Esperemos que así sea –destacó Gamboa–, no quiero andar corriendo detrás de peces
de colores.
–Polémica o no –murmuró Hernández–, me apuesto lo que sea que tendremos trabajo de
sobra.
El detective Hernández tenía razón. En un principio el suceso se manejo como una muerte
meramente accidental, producto de la mala praxis de un terrible juego sexual. Sin embargo la
presencia de hematomas en manos y piernas, además de profundas marcas en el cuello,
revelaron en el análisis forense que la chica había sido estrangulada con brutalidad, mientras se
encontraba compartiendo con alguno de su selecto grupo amantes.
Los detectives Félix Gamboa y Olman Fernández fueron asignados inmediatamente al caso.
Entrevistas, evidencias, interrogatorios y horas de sueño llevaron el acontecimiento a un
callejón sin salida. El asedio de la prensa fue más allá de lo esperado, sin embargo poco pudo
ser hallado en la escena del crimen que ayudara a resolver rápidamente el misterio. Según los
informes forenses habían más de veinticinco muestras masculinas en toda la habitación, por la
búsqueda de sospechosos se volvió infructuosa. El lugar había sido manejado por el asesino –o
los asesinos– con gran cautela y supremo cuidado. Rumores sin sentido surgieron en los
principales canales televisivos. La lista de amantes de la joven De la Torre era amplia y concisa,
sin embargo a ninguno de ellos fue posible ligarlo siquiera como probable sospechoso. Tres
meses después del suceso el caso fue archivado por el departamento de Cartago, con la
posibilidad de ser reabierto si encontraba una nueva evidencia.
Un par de meses más tarde ocurrió el segundo suceso en el más lujoso de los hoteles del
estado. Hacía el media noche del 12 de junio, el joven Roberto Matteratzi –encargado del
servicio la habitación– se dirigió a la suite ejecutiva del Hotel Cipriano, para entregar la habitual
botella de cortesía al cliente. Eran cerca de las dos de la mañana cuando los detectives Gamboa
y Hernández se hicieron presentes en el prestigioso lugar. La victima ya había sido
correctamente identificada.
Thomas González, destacado miembro de la Junta Directiva de la Superintendencia Federal
de Cartago, había ingresado alrededor de las seis de la tarde a la lujosa habitación. Horas antes
había llamado a su esposa para informarle de su atraso en una reunión familiar, por culpa de una
situación que necesitaba especial atención en la oficina, sin embargo minutos después, como
constaba en el registro del Hotel, González ingreso a la habitación en compañía de Rosemary
García –una destacada y reconocida modelo de la firma Treviarum– amante frecuente de
González y a quien, al igual que diferentes políticos de la zona, servía como dama de compañía.
El escándalo en los titulares no tardo en anunciarse. El destacado funcionario público había
sido asesinado en la bañera de uno de los más lujosos hoteles del estado. El cuerpo tenía todas
las señas de haber sido atacado brutalmente. Ligado de piernas y manos, fue colocado en la
bañera de la suite ejecutiva, donde tras llenar la bañera hasta el cuello, le ejecutaron con un
disparo a la altura de la coronilla. El equipo de Balística se percató de que la bala fue recogida
de la escena por el posible agresor tras su disparo, sin embargo los rastros de pólvora, fragmento
de plomo y análisis forense revelaron que se trataba de una bala 9x19, proveniente de un arma
Taurus Parabellum PT 24/7, de uso exclusivo para autoridades de gobierno.
Rosemary García es localizada y entrevistada. Su coartada es lo suficientemente
convincente. Estuvo compartiendo con la víctima entre las seis de la tarde y las once de la
noche, antes de ponerse en contacto un grupos de selectos “amigos” que requerían sus servicios
entre las una y las nueve de la mañana. Sus testigos, personas importantes del gobierno,
confirman su versión sin salir de su inmunidad política. Las pruebas no ayudan demasiado.
Aparte de sus cabellos, fluidos corporales y objetos personales, no hay evidencias que la puedan
ligar a la muerte del funcionario, por lo que tras 72 horas de arduo interrogatorio, García es
liberada. Horas después de su emancipación, equipos de la unidad de investigación criminal
revelan un mensaje en las paredes del baño que ha sido escrito con la sangre de González:
"... Tal y como suponía, no son capaces de entenderme.
Yo estoy más allá de su experiencia. Estoy más allá del bien y del mal...”.
Hernández identifica la frase como perteneciente a Richard Ramírez, uno de los más
sórdidos criminales seriales de Estados Unidos durante la década de los 80, cuando mató a 14
personas en la ciudad de Los Ángeles entre los años 1984 y 1985. Gamboa y compañía gastan
infructuosamente sus energías buscando una relación entre el verdadero Night Stalker y el
posible asesino –desde bibliotecas hasta enciclopedias virtuales– sin tener ningún resultado
factible que permita la captura del sospechoso.
Dos meses más tarde, en medio de una mañana tormentosa –tan constantes y comunes en el
estado de Cartago– Gamboa es alertado por el agente Frederick Gillardino, de una información
encontrada que al parecer puede serle útil en su investigación de las muertes de la Torre y
González.
–Tengo algo que puede interesarles –fueron sus palabras a través del teléfono–. Nos
veremos en las afueras del Club Vértigo en Santiago. Trae paraguas.
Esa tarde del 20 de Agosto, Gamboa y Hernández se trasladan hasta la zona de los barrios
de la Antigua Estación Central, en un viejo Ford Escort del año 1984 exclusivo para
investigaciones especiales, para encontrarse con Frederick Gillardino, agente de amplia
trayectoria en el Departamento de Policía de Santiago – una de las tres ciudades que forman el
estado de Cartago – y llegar hasta las inmediaciones de uno de los clubes más famoso del sector
italiano de Santiago.
–Espero que hayan disfrutado el viaje –pronuncia Gillardino mientras intenta protegerse
con un pequeño paraguas las gotas incesantes del crudo invierno– tengo algo que
mostrarles –Frederick mueve su mano derecha y señala el camino a recorrer–. Por acá.
Los agentes caminan por un estrecho callejón ubicado a un costado del Club Vértigo. Los
edificios alrededor se levantan como torres de una fortaleza hasta ahora inexpugnable. La zona
de entrada al pasadizo se encuentra protegida por un par de oficiales de policías, al tanto que
algunos cuantos personajes asoman sus cabezas por las ventanas del edificio, para gritar
barbaridades.
–Se molestan cada vez que venimos –explica Gillardino a sus invitados, mientras
caminan por el angosto pasadizo–, si dejaran de matarse entre si facilitarían muchísimo
nuestro trabajo.
– ¿Otra guerra de bandas? –pregunta Hernández.
–No –aclara Gillardino–, este crimen parece tener un tinte menos común.
Frederick camina un par de metros, enseña a los oficiales su identificación y aclara que
Gamboa y Hernández son sus acompañantes. El olor desagradable de algo descompuesto, atenta
contra los sentidos de los detectives. A pocos metros de los oficiales, cubierto por una sabana
verde, se encuentra lo que están buscando.
–Siéntanse como en casa –señala Gillardino, cuando observa la duda de los detectives–,
pero usen esto –les dice al tiempo que saca de su gabardina una par de mascarillas–, las
van a necesitar. El olor se vuelve cada vez más insoportable conforme pasan las horas.
Gamboa camina hasta el cadáver y levanta lentamente la esquina superior de la sabana. El
fuerte olor a descomposición hace que Hernández, a pesar de la mascarilla, tenga que voltear su
rostro para no vomitar.
–Es Martín Salazar –explica Gillardino–, destacado político del Partido Nacional de
Liberación.
–Si lo recuerdo –dice Gamboa, mientras observa con detalle la mirada de la víctima–.
Famoso por sus propuestas y reformas morales al código constitucional.
–Fue encontrado la mañana de hoy por un vagabundo local –Gillardino saca su libreta y
revisa el nombre antes de continuar–. Roberto Camacho “Stanley”. Se topó con el
cadáver mientras buscaba su almuerzo en uno de los basureros.
– ¿Hora de la muerte? –pregunta Hernández
–Hace seis días. Alrededor de las 4:55 de la mañana del 12 de Agosto –explica
Frederick–. Al parecer fue torturado durante varias horas antes de matarlo.
Gillardino sigue contando los pormenores del caso. Salazar era un fanático de las fiestas y la
buena bebida, por lo que su esposa no reportó su desaparición hasta que le pareció que la
“parranda” que acostumbraba su marido se había pasado en un par de días. Como es tradición
en la zona, nadie quiere hablar con la policía, y los pocos que lo hacen afirman no haber visto a
entrar ni salir a nadie en actitud sospechosa.
– ¿Y este crimen en que nos involucra? –interrumpe Hernández.
–En esto –explica Gamboa, mientras señala hacia una de las paredes del pasadizo.
– ¡Carajo! –exclama sorprendido Hernández.
A un lado del callejón. En medio de la mugre y el color tenue de las paredes, se encuentran
pegadas una serie de seis fotografías instantáneas, colocadas según el orden cronológico que
esta escrito debajo de las mismas. “23 de Marzo”-“12 de Junio”-“16 de Agosto”. Las
imágenes corresponden a dos fotos –un antes y un después– de cada una de las victimas que
hasta ahora habían sido identificadas. Catalina de la Torre, Thomas González y Martín Salazar.
Fue ahí cuando el más grande de los temores de Gamboa comenzó a materializarse.
Los respectivos análisis forenses indicaron que la herida mortal había sido ocasionada por
una bala 9x19 de una Taurus Parabellum PT. Las más importantes cadenas informativas
estallaron con la información revelada. Gabriela Chinchilla, reportera estrella del noticiario
RTN, tomó la bandera del caso y se encargo de poner en jaque las principales autoridades
judiciales que llevaban acabo la investigación. El rumor de que un “asesino enmascarado”,
seguidor de Night Stalker, se encontraba deambulado en las calles de Santiago y Cartago
llevaron a la conmoción y el pánico de la metrópoli. El mismo Félix Gamboa solicitó ser
apartado del caso, ya que su investigación no estaba dando resultados, sin embargo su petición
fue denegada ante la ola crímenes que azotaban la región.
Un mes después Kevin Snatch, ex deportista destacado del equipo de los Santos, fue
asesinado a la salida del Hotel Resort & Spa en Cartago. Era la mañana del 16 de Septiembre,
cuando el hombre fue atacado por un sujeto desconocido que le disparo en dos ocasiones. La
cobertura de los medios no se hizo esperar. Meses atrás, Snatch había sido involucrado junto
con Ricardo Santana –dos veces MVP de la Liga Nacional de Fútbol– en la utilización de
drogas y esteroides para la resolución de partidos, por lo que su figura se encontraba aún fresca
en los principales sectores informativos.
Los reportes de los testigos, que habían visto el ataque a plena luz del día, señalaban como
responsable a un hombre de contextura gruesa, entre los treinta y cuarenta años, metro noventa,
pelo castaño y lentes oscuros. Según la captación de las cámaras de seguridad, el tipo había
huido en un Mazda 6, modelo 2008. La movilización de personal judicial fue sorprendente,
rápidamente las placas del automóvil sospechoso –201287– fueron notificadas a todas las
unidades disponibles en Cartago. Las carreteras y salidas fueron supervisadas y reguladas las
veinticuatro horas, durante tres días, sin obtener ningún resultado positivo, hasta que el
automóvil fue encontrado en las afueras de Santa Mónica. Gamboa se encontraba en su casa de
habitación cuando recibió la notificación. El vehículo estaba completamente quemado.
–Nos lleva el carajo –dijo Gamboa al observar el automóvil–. Estamos justo donde
empezamos.
El equipo de robos determinó que el automóvil había sido reportado como sustraído dos
meses atrás a una pareja que desayunaba cerca de su trabajo. La descripción del sospechoso era
la misma que habían dado del atacante. Adriana Herrera, especialista forense del Departamento
de Policía de Cartago, señaló que Kevin Snatch había sido ultimado con una escopeta SPA-12
de uso exclusivamente militar. Ocho cartuchos del arma fueron encontrados en su espalda, en
una trayectoria de línea recta, así como un disparo único de un arma 9mm en dirección vertical
hacia su cabeza. Ninguno de ellos pudo ser relacionado con armas reconocidas como
sospechosas en el sistema de balística.
Félix gastaba la mitad de sus días investigando las calles, entrevistándose con cualquier ser
humano que pudiera dar la más mínima muestra de fe hacia la resolución del misterio. Las
manecillas del reloj corrían rápidamente cuando pasaba las noches en su estudio personal,
tratando de unir todos los detalles que se pasaran por alto. Nada daba resultado. Los meses
pasaron y los asesinatos cesaron. La presión y el pesimismo se apodero de Gamboa y compañía.
Los oficiales se encontraban en un oscuro callejón sin salida.
–No importa lo que hagamos –le comentaba Gamboa por las noches a su esposa–, este
desgraciado parecer ir siempre un paso delante de nosotros.
Entonces llego la noche del treinta de noviembre. El fuerte viento que anunciaba la pronta
llegada del invierno azotaba inclementemente los diferentes adornos navideños de las calles de
Cartago. Gamboa se encontraba haciendo la parada de rutina en su casa de habitación cuando el
teléfono de su estudio personal sonó. Matías, su hijo menor, corrió apresuradamente a contestar
el teléfono esperando que fuera su nueva amiga de la secundaria, y así hablar en privado, sin
embargo después de un par de segundos de conversación, el joven pusiera en espera la plática
para llamar a su padre.
– ¡Llamada en la otra línea! –gritó el joven desde la habitación anexa.
Gamboa se levanto de la mesa mientras su esposa terminaba de servir la carne arreglada que
había preparado durante la tarde. Termino de masticar el bocado de arroz que recién había
tomado y alzo el auricular del teléfono.
– ¿Diga? –dijo Gamboa al tanto que limpiaba los residuos de comida de su boca.
–Habla Night Stalker.
La voz profunda y pesada del hombre caló en el corazón de Gamboa, estrechándole la
razón. Un escalofrió recorrió con violencia las profundidades de su espina dorsal. El hombre
que por meses había perseguido finalmente lo había contactado. Las palabras no salían de su
boca.
–En un par de horas abre concluido mi obra –continuó hablando el extraño–. Nada
pueden hacer para evitarlo. La suerte ya ha sido echada. La Rosa Negra sobre Saint
Marks será testigo esta noche de la más grande de sus desgracias. Estaré ahí
esperándolo.
Félix no tuvo tiempo de responder. Lo siguiente que escuchó fue el sonido seco del corte de
la llamada al otro lado de la línea. Su cuerpo permaneció estático. Su mente se había nublado.
En un momento de locura inesperado, Félix camino hasta su cuarto, tomó rápidamente su
gabardina, celular y arma personal sin decir absolutamente nada y se dirigió velozmente hasta la
puerta principal de su casa.
– ¿Sucede algo malo?–preguntó extrañada su esposa al observar como su esposo se
marchaba sin decir nada–. ¿Qué te pasa Félix?
–No tengo tiempo para explicarlo –sentenció Gamboa– llama a Hernández y dile que lo
veo en la avenida setenta y siete de Saint Marks.
–Pero Fe…
–Llama a Hernández –fueron las últimas palabras de Gamboa, antes de cruzar la puerta.
El viejo Porshe modelo 94 se puso en camino lo más rápido que pudo hasta la intersección
de Saint Marks. Gamboa conocía a la perfección la ubicación de esa avenida. Sobre ella estaban
uno de los sitios de entretenimiento más populares de la ciudad. Rosa Negra. Famoso en su
época de antaño, se había convertido en referente de Cartago al reunir a las principales figuras
del deporte, la farándula y la política existentes en la ciudad, sin embargo ahora se encontraba
completamente abandonado.
–La Rosa Negra –pensó el detective en voz alta–. ¿Cómo diablos llegamos a esto?
Gamboa avanzó un poco en su vehículo antes detenerse en la intersección que separaban la
calle setenta siete y la sesenta ocho. A unos cincuenta metros se encontraba el viejo Violet Hill.
El aire de la calle era húmedo y frío. Félix bajo del auto, cargo su arma y echo a andar por la
desgastada calle. Un par de perros cruzaron la ruta, un auto desmantelado y un gato plateado
que aullaba ante lo desconocido se encontraron en su solitario camino hasta la puerta principal
del local.
Félix observó con detenimiento la cerradura. Se encontraba abierta. Empujo lentamente la
portezuela y se introdujo en la oscuridad del recinto. El olvido se había apoderado de cada borde
del viejo y reconocido burdel. Los años de lujo, pasiones y falsas emociones ahora se
encontraban cubiertas de una gruesa capa de polvo. Gamboa se abría paso entre la desgracia de
aquel desventurado lugar, al tiempo que recorría con cautela cada uno de sus rincones.
El detective lo sabía. El asesino al que buscaba podía estar a la vuelta de la esquina, sin
embargo, el temor en su espíritu de enfrentarse al peor de los castigos, le anublaban la razón. En
medio de la oscuridad, un resplandor lo guío hasta una habitación. Nada. Gamboa exploró la
casa. Duchas, salas, baños, recamaras y ventanas. Todos y cada uno de los recintos le parecían
demasiado similares. Subió por las escaleras polvorientas a las recamaras de cortesía. Nada más
que señales de furtivos encuentros sexuales y herramientas de drogadicción. Muebles, fundas
viejas y arañas. El tercer piso, aquel donde solo tenían acceso los clientes preferenciales, le
pareció infinito y eterno. “La mente me esta jugando una mala pasada” pensó el detective
“Que se supone que estoy haciendo. Esta jugando conmigo”
“Es la consecuencia de mis actos” reflexionó Gamboa, al tiempo que contemplaba la
soledad de aquel terrible lugar. Estoy desesperado por atraparle. Es mejor que vuelva al auto y
llame a los refuerzos. Lentamente el hombre guardo su arma y se dispuso a bajar la carcomida
escalera hasta el primer piso. Gamboa estaba cansado y su manos se paseaban por las paredes
del lugar, como queriendo sentir de nuevo con sus manos la textura e historia del viejo burdel,
cuando las voces a lo lejos, se mezclaron con las de su mente.
– ¡Alto! –se oyó en las calles afuera del burdel–. ¡Policía!
– ¡Tú madre! –vociferó alguien más.
Ante los gritos y los aullidos, Gamboa bajo como pudo los escalones hasta la puerta
principal. A lo lejos, cerca del callejón que esta en medio de la intersección, Olman Hernández
apuntaba hacia la figura de una mujer que caminaba tambaleante por media calle. La chica
reclamaba, visiblemente drogada que la dejaran en paz.
–Malditos policías –aulló la mujer–. ¿Ya no puede una mujer trabajar tranquila en una
esquina?
–De rodillas –gritó con fuerza Fernández–. Las manos sobre la cabeza.
–Esta bien, esta bien –murmuró la mujer–, como quieras policía mal nacido.
Lentamente la mujer se arrodillo sobre el pavimento. Gamboa se acerco hasta ellos. La
chica todavía maldecía y vociferaba cuando Olman se paro junto a ella.
–Las manos sobre la cabeza –sentenció Hernández al tiempo que sacaba sus esposas–.
¿Qué carajo te pasa?
–Solo hago mi trabajo oficial –sonrió la joven–, es todo.
– ¿Cuál trabajo estúpida?
–Follarte infeliz.
Sin esperarlo, el albor de la hoja de metal brilló en la oscuridad. Un grito desesperado se
escucho en todo el lugar. Sin tiempo de reacción, la daga se clavo con maestría y violencia en el
pecho del detective, que cayo gravemente herido. La chica hecho a correr hacia la intersección.
–Maldición –gritó Gamboa al tiempo que sacaba su arma y apuntaba hacia la joven.
El sonido del arma de reglamento retumbo en el callejón. Uno. Dos. Tres. El cuerpo de la
chica cayó en la oscuridad.
–Madre de Dios –exclamó Gamboa. Un cuarto disparo sonó con fuerza.
Félix miró a su alrededor antes de caer de rodillas. Su vista se oscureció y las fuerzas en su
hombro le fallaron. Miró hacia su pecho y supuso lo peor. Le habían dado. Dos veces. Intento
avanzar unos metros hasta su compañero, pero el dolor era demasiado intenso. Unos pasos se
oyeron detrás de él.
–Es usted un verdadero caballero –dijo la voz del desconocido en medio de las
sombras–. Me ha ahorrado tiempo valioso oficial. La chica se había convertido en una
verdadera molestia.
El hombre se acercó lentamente hasta Gamboa, quien se retorcía en el suelo. Su herida era
de muerte. Hernández agonizaba a unos cuantos metros con su mirada puesta en el firmamento.
–La vida es bastante irónica ¿verdad detective? –preguntó el misterioso hombre
mientras se sentaba a su lado y sacaba una caja roja de su bolsillo–. Hace seis años
usted parqueaba su automóvil con frecuencia en esta misma intersección. ¿No es cierto?
–Una vez a la semana –recordó agónicamente Gamboa–, todos lo jueves al caer la tarde.
–Escuché que era un hermoso lugar –el tipo sacó un cigarrillo y lo encendió
pacientemente–. Nunca pude visitarlo personalmente, pero mi hermana hablaba
maravillas de él. Diplomáticos, ejecutivos, y personajes de la más alta sociedad. Todos
se reunían acá para dar rienda suelta a sus bajos y ocultos placeres.
– ¿Quién eres? –preguntó extrañado el detective
–Andrei Rostov –su voz era lenta y suave al mismo tiempo.
– ¡Imposible! –exclamó temeroso Gamboa–. No puede ser verdad
– ¿Recuerda a mi hermana detective? –el odio se marcaba en su voz–. ¿Natasha
Rostov?
El nombre y el apellido de la joven impregnaron la mente de Gamboa. Su mente concibió el
más crudo de sus temores. Recordaba con claridad el nombre Natasha. La dulce y hermosa
Nastasha. De pronto todo tenía sentido. No podía creer las horas que había gastado resolviendo
el misterio. La rosa, las muertes, la joven. Las piezas se acomodaban a la perfección.
–Hace siete años –explicó el hombre–, una joven empresaria llego a Ucrania buscando
talento local para su importante firma de modelos. Mi hermana era tan solo una niña
cuando la perversa mirada de esa mujer se puso sobre ella. Yo ejercía el servicio regular
de la milicia de mi país cuando recibí la noticia de mis padres. Natasha había sido
contratada como modelo para una destacada revista latinoamericana ubicada en la
capital de Cartago.
Gamboa dirigió su vista hasta Fernández. La mirada de su compañero estaba vacía. Las
palabras y preguntas existenciales lanzadas al aire sobraban.
–Nunca imaginamos lo que realmente se ocultaba detrás de esta maldita empresa –
continuó el hombre–, mi hermana era pura y sincera. Tenía una sonrisa encantadora y
grandes sueños. Su pueblo y su gente se encargaron de corromperla. Los importantes
contratos eran toda una patraña. Lejos de su patria y su familia fue entregada a un
mundo que nunca pidió.
–De la Torre –murmuró Gamboa–, ella fue la empresaria quien la trajo al país.
–Correcto –señaló el hombre–.Y ha pagado el precio como cada uno de los que tuvieron
contacto con ella. Sabe –Andrei dio una jalada a su cigarrillo–, encontrarme con ustedes
fue azar y cosa del destino. Cuando me entere de lo sucedido con mi hermana, mi sed
de venganza era inquebrantable, aunque solo quería hacer pagar a la mujer que se había
hecho responsable de su salida, sin embargo no esperaba que pasara todo lo que ha
sucedido, pero para mi suerte y su desgracia, ella tenía demasiada información que
realmente me interesaba.
Andrei esbozó una leve sonrisa.
–Entre usted y yo –dijo mirando al detective con malicia–, no pensé que fuera tan fácil
seducirla. Por un momento supuse que tendría un mayor grado de riesgo, sin embargo
ella facilito todas las cosas. Ella fue quien me llevo hasta González.
– ¿Thomas? –pensó en voz alta el Teniente–. ¿Qué tenía el que ver en esto?
–Fue el bastardo que firmó y autorizó todos sus papeles. El encargado judicial de la
operación. Año tras año permitía el ingreso de cientos de jóvenes ilegales para ejercer la
prostitución. Su red de oficiales corruptos facilitaba las tareas de protección a políticos e
importantes figuras. Te sorprendería la lista de personas implicadas, entre ellos Martín
Salazar.
“El rey de la moralidad” pensó Gamboa. “El Caballero Blanco de Santiago”
–El mismo desgraciado que firmaba tratados y acuerdos de paz, pero agregaba el valor
legal a la red de trata de blancas en la ciudad. A pesar de las circunstancias, fue
interesante charlar con él. Tenía un profundo sentido de la doble moralidad como nunca
había visto antes. No tuvo reparo en señalar que iría al cielo –Rostov no pudo contener
su risa–. ¿Puedes creerlo? No hay duda de que el mundo estará mejor sin charlatanes
como él.
– ¿Porque no mataste solo a Snatch?
–Maldito hipócrita –contestó Andrei–. Tú más que nadie deberías saberlo. ¿Le seguiste
el rastro por tres años no?
Gamboa observó lentamente su alrededor. El oxígeno comenzaba a trabarse en la llegada
limpia hasta sus pulmones. A lo lejos un perro revolvía los basureros del callejón intentando
encontrar un poco de comida.
–Cuatro años para ser exacto.
–Cuatro años y nunca pudiste atraparlo.
–No hubo forma de involucrarlo.
–No hiciste bien tu trabajo. Y así el bastardo pudo escapar limpio de sus crímenes –los
ojos de Rostov se llenaron de ira–. Sí lo hubieras hecho mi hermana no estaría muerta.
–Yo –la voz de Gamboa se entrecortaba, el aire le faltaba–, también la amaba.
–Te acostabas con ella –dijo Andrei con gran odio–, al igual que todos y cada uno de los
malditos corruptos de este infernal lugar. El mismo que personalmente me encargaré de
limpiar.
–Es irónico –reclamó en voz alta el mal herido oficial de policía–, veinte años atrás
jamás hubiera imaginado que el más experimentado cazador, se iba a convertir en la
más vulgar de las presas.
–La vida es extraña y siniestra oficial –recalcó Rostov con buen humor.
–Tanto como un lugar llamado Rosa Negra.
–No se olvide saludarme a sus compañeros –dijo Andrei Rostov–. Nos veremos en el
infierno.
La asonancia del disparo asustó al flaco perro que deambulaba entre las sombras, mientras
el misterioso hombre se perdió por el oscuro callejón.
En “El Hombre de la Rosa Negra”, la acción vuelve a la ciudad
de Cartago de la mano de Félix Gamboa, un detective en el ocaso de
su carrera, que se ve envuelto en una ola de asesinatos sin sentido que
sacará a luz un importante acontecimiento, que podría marcar para
siempre la historia de una ciudad corrupta y corrompida en todas sus
entrañas.
Ganadora del Primer Certamen Literario de Novela Corta Misterio de la Universidad
Latinoamericana de Ciencias y Tecnología en Costa Rica, Pablo Vargas refleja en esta nueva
producción, un mundo tan similar al nuestro, que no permitirá que el lector aparte su mente de la
historia incluso una vez que haya terminado de leerla.
Sobre el autor.
Pablo Esteban Vargas Ríos es un escritor costarricense, estudiante de
Ingeniería Industrial y autor del blog Rincón de un escritor: su
vida, su alma y sus pasiones. En los últimos años ha publicado más
de más de seiscientos artículos y relatos en diversas páginas de
intereses,
que
le
han
valido
numerosos
reconocimientos
internacionales dentro de la comunidad blogger como el Premio
Blog de Oro y el Thinking Blogger Award.
Creador del primer blog de Tribus Urbanas en Costa Rica, ha ofrecido charlas y conferencias a
través del todo el país sobre subculturas juveniles y tribus urbanas, además de diversas
participaciones en mesas redondas y foros en Nicaragua, Costa Rica y Cuba sobre Comunicación
Creativa, Planificación Estratégica y Cultura Juvenil. Su trabajo en esta área le abrió las puertas para
formar parte de la Comisión de Educación de CELAD Juvenil en la desarrollo de un programa
universitario, que permitirá la apertura de más de 1300 institutos de especialización juvenil en toda
América Latina.
Ha sido escritor invitado de la revista electrónica Web del Hombre en Argentina, así como de la
edición digital de CELAD Juvenil, y Radio U de Costa Rica, donde ha publicado diversas
reflexiones, artículos y relatos cortos. A finales del 2009 fue el ganador del Primer Certamen
Literario de Novela Corta Misterio de la Universidad Latinoamericana de Ciencias y Tecnología en
Costa Rica. Actualmente se encuentra trabajando en su primera novela de editorial: “Nueve minutos
para la media noche”, y su blog personal se encuentra entre los 50 blogs más visitados de Costa
Rica.
Esta obra se encuentra protegida bajo el sello internacional de
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