La serpiente y el miedo / Edgardo Scott

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La serpiente y el miedo / Edgardo Scott
a mis amigos Pablo y Mariel
ÂÂÂÂ
    instalarse en el miedo como quien vive dentro de la lentitud
     Roberto Bolaño
ÂÂÂÂ
HabÃ-a olvidado mi terror a las serpientes. La semana pasada, sin embargo, durante una improvisada reunión, una
amiga contó una anécdota que me lo devolvió en toda su magnitud. De hecho, ni bien terminó de contarla y cuando
todavÃ-a estaba afectado por la impresión, mi primer impulso fue pedirle que la contara de nuevo. Lo hice con un
entusiasmo egoÃ-sta, despreocupado del interés o la paciencia que podÃ-a tener el resto en volver a escuchar lo mismo.
Pero la anécdota habÃ-a tenido una gran influencia sobre mÃ-; habÃ-a sido como una vuelta en uno de esos juegos
mecánicos de velocidad o altura, que después de haberme subido una vez, querÃ-a repetir incansablemente.
    Mi amiga no tuvo inconveniente, se acercó y volvió a contar lo mismo, esta vez de manera un poco más lenta y
didáctica, dando por seguro que yo me habrÃ-a perdido en algún fragmento de la historia. Yo escuché con atención y,
en el mismo momento que antes, sin importar que estuviera avisado, volvÃ- a sentir la inesperada cosquilla, el repentino
escalofrÃ-o; sólo que en esta segunda oportunidad, aparte de aquel efecto, el relato me supo dejar algo. Me dejó
adheridas las últimas palabras, la frase final: lo estaba midiendo. Lo estaba midiendo, repetÃ- para mÃ-, inaudible, como
un rezo o un balbuceo idiota que de golpe eché a rodar por las encÃ-as, el paladar, la lengua y los dientes, sin
comprenderlo, como si fuera la materia dura de un caramelo, o el jugo último de una mazorca o un hueso.
    Con intermitencias, esa noche y los dÃ-as siguientes, el relato de la serpiente siguió instalado. Lo esquivaba o
deshacÃ-a con reflexiones y lo recuperaba en recuerdos. Los recuerdos tenÃ-an que ver con mi temprano pavor a las
serpientes y a toda clase de reptil. Un pavor que con los años se habÃ-a ido transformando en un rechazo o asco
civilizado. En apenas un moderado ejercicio de desagrado y evitación. En verdad, mi terror hacia esos bichos, si lo
pienso bien, siempre habÃ-a sido tan fuerte como subestimado y secreto. Nunca habÃ-a hecho que no me acercara, por
ejemplo, a los serpentarios de los zoológicos, o que no pudiera ver escenas con serpientes en un documental. Y como
siempre vivÃ- en la ciudad  —donde el riesgo de las serpientes es un riesgo nulo para la razón— el terror sin medida supo
quedar confinado a ciertas zonas remotas de mi cabeza. Pero debo admitir que toda vez que se mencionaban lugares
turÃ-sticos, regiones o ciudades para visitar y conocer, enseguida se me cruzaba, como una alarma, como un alerta rojo,
si en esos lugares habrÃ-a o no serpientes. AsÃ-, México, el Amazonas, Egipto, la India o la Florida, por más cautivantes
que yo sabÃ-a que pudieran ser, no lograban superar el filtro de mi angustia.
    Además la anécdota me llevó a buscar información sobre toda clase de serpientes. Me enteré de singularidade
y extravagancias. Observé con una suerte de masoquismo morbosos videos en internet. Supe de las primitivas
serpientes con patas, de las que pasan meses sin comer o comen hasta sus propios huevos, y vi la digestión real, por
parte de una pitón, de un mediano hipopótamo (eso fue como ver una versión negra, siniestra, del dibujo inicial de El
principito). También me llamó la atención el tono neutro de las enciclopedias, donde las serpientes son tratadas como
cualquier especie, e incluso, como una especie vulnerable y perseguida.
    Con respecto a los recuerdos, el primero que reapareció en mi memoria fue un relato infantil, contado en casa de
una familia ucraniana o rusa, donde yo solÃ-a jugar mientras mis padres trabajaban. La familia habÃ-a llegado a la
Argentina después de la segunda guerra, y en su largo periplo, habÃ-a recalado y dejado parientes en las afueras de
Asunción. Una de las mujeres, no recuerdo si la madre o alguna de sus hijas, me habÃ-a contado —y tal vez, por ser yo
un niño, también advertido— que en Paraguay, sobre todo durante las inundaciones, cómo las vÃ-boras y anguilas
podÃ-an meterse y nadar por las cañerÃ-as de las cloacas y desagües, se daban casos en que alguien se topaba en el
inodoro de su baño a merced de semejante atrocidad.
    Recordé también un viaje con mi madre a Misiones —más precisamente a Oberá—, donde una familia muy p
vivÃ-a en una casilla en medio de una plantación de té o de yerba, al preguntar nosotros por las serpientes, nos contó
cómo vivÃ-an, ahuyentando en distintas horas del dÃ-a las yararás que se arrimaban a la casa. Recuerdo especialmente
a los chicos, numerosos y de todas las edades. Eran rubios, flacos, de increÃ-bles ojos celestes, y tenÃ-an los pies
descalzos y curtidos, como si la planta del pie fuera una suela o sandalia delgada y bordó, hecha como de sangre
reseca. Ellos mismos se reÃ-an del miedo que se traslucÃ-a en nuestros gestos y palabras, y hablaban sobre las
serpientes como si hablaran de moscas o sapos; es decir, de una plaga molesta e inofensiva. Hasta contaban —esto ya
no sé si lo dirÃ-an como una provocación hacia el niño crédulo de ciudad que era yo entonces— jugar con las vÃ-boras;
pegarles con palos, correrlas, hacerlas saltar, hacerlas chillar y retorcerse con ese siseo tÃ-pico, tan agudo y aterrador.
    La anécdota que contó mi amiga fue breve y sencilla. Se reduce a lo siguiente. Un amigo de un compañero de
trabajo suyo habÃ-a adquirido hacÃ-a un tiempo como mascota una serpiente enorme, una de esas serpientes anchas y
larguÃ-simas, pero no venenosas. Mi amiga no recordaba si era una pitón o una boa, pero era alguna de ésas. Una
serpiente constrictora. La habÃ-a conseguido por contrabando y la habÃ-a pagado bastante cara. Era un gusto y una
excentricidad que el muchacho, de unos veinticinco años, se permitÃ-a a poco tiempo de haberse ido a vivir solo. Un
video en YouTube lo habÃ-a decidido. El encabezado decÃ-a: Serpiente pitón, amigo de niño de cinco años. El
muchacho clickeó el enlace y vio —sin considerar que lo que veÃ-a estaba editado— cómo un pequeño niño camboyan
de no más de siete años pasaba sus dÃ-as junto al inmenso reptil. Las imágenes le causaron ternura al muchacho y lo
ayudaron a decidirse. Yo mismo vi después el video y en verdad la serpiente parece una grandÃ-sima bufanda de cuero
inflable, a la que el niño acaricia, monta, y hasta usa como almohada o colchón, para tenderse plácidamente arriba de
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Generado: 19 November, 2016, 10:32
ella, incluso para dormir.
    El muchacho alimentaba a su mascota con roedores que conseguÃ-a —también en forma clandestina— de un
laboratorio. La indicación general, imprecisa, era que el animal pertenecÃ-a a una especie venenosa, de modo que
tendÃ-a a matar a sus presas estrangulándolas, para recién después tragarlas y digerirlas durante un largo tiempo. Pero
en condiciones domésticas, y al ser alimentada cuando fuera necesario, el animal saciado transcurrÃ-a sin mayores
sobresaltos. Tal vez por no estar en su hábitat se deprimiera o estresara un poco, fue otro comentario que escuchó de
lejos, aunque Ã-ntimamente se burlara.
    Por necedad o desidia, el muchacho no averiguó mucho más; también porque ir a un veterinario de reptiles,
consultar a un especialista, podÃ-a hacer evidente la irregularidad de su compra, y entonces, además de que le sacaran
el animal, él debiera tener que pasar y pagar por toda una serie de trámites engorrosos.
    Durante la primera semana, sin embargo, todo ocurrió en forma ideal y el muchacho se sintió orgulloso, bien
acompañado y hasta, a su manera, querido por el excesivo y callado animal. Le gustaba, mientras miraba una pelÃ-cula
o una serie en el dormitorio, que la serpiente recorriera los cuartos o lo rozara como una gran soga de barco oscura,
frÃ-a y animada por una vitalidad lenta, como estudiosa. Juzgaba a la gran serpiente como una presencia nada
amenazante para su nuevo mundo; una compañÃ-a solitaria y respetuosa, nunca invasiva.
    Pero un tiempo después —tres o cuatro semanas después de la compra— la serpiente se empezó a mostrar s
apetito. OmitÃ-a ingerir los mismos ratones de siempre, a los que pasaba por alto como a la mayorÃ-a de los objetos de
la casa. El muchacho consiguió entonces hámsters y después pollitos que, también por haberlo oÃ-do o por haberlo
visto en foros de internet, sabÃ-a que eran alternativas de alimentación para esa clase de reptiles. Nada. Al comienzo, al
muchacho lo entristecÃ-a y desconcertaba la inapetencia del animal. Y en eso, una vez más, hombre y bestia también
parecÃ-an habitar distintos universos. Porque mientras el muchacho se atormentaba y le dedicaba más y más atención,
fantaseando incluso con cuidados absurdos, como dormir junto a ella o darle un plato de leche, la serpiente sólo
parecÃ-a haber suspendido uno de sus impulsos. La serpiente únicamente no comÃ-a, pero eso no iba en desmedro de
su rutinaria y escasa actividad. Acaso por eso, en el último refugio de su ignorancia, el muchacho pensó que tan mal no
debÃ-a de estar porque el animal habÃ-a seguido haciendo —o no haciendo— lo mismo de siempre; los hábitos que cumplÃdesde que habÃ-a llegado a la casa, salvo por la alimentación, no habÃ-an variado en absoluto.
    Pero eso no alcanzó para tranquilizarlo, y un dÃ-a, desesperado por la incertidumbre y la culpa, alzó la serpiente,
la llevó a su terrario, la cargó en su auto y fue hasta un veterinario especialista, dispuesto a afrontar lo que fuese a
cambio de una verdad. El muchacho fue del todo franco; contó la compra en detalle, menos preocupado por la salud de
su mascota que por purgar su inconsciencia. El veterinario supo escuchar todo sin interés, ya sabiendo el final, ni bien
vio a la serpiente en el terrario inadecuado. Lo dejó hablar, sin embargo, y después de que el muchacho descargara su
peso, sólo le preguntó desde cuándo no comÃ-a y si, durante los momentos que pasaba junto a ella, la serpiente se
extendÃ-a y se enroscaba con cierta frecuencia. El muchacho le dijo que no comÃ-a desde hacÃ-a un mes y que sÃ- la
habÃ-a visto realizar esa clase de movimientos; explicó que a él le habÃ-an parecido como las vueltas o rituales
autómatas de perros y gatos, antes de dormir. El veterinario le dijo que cuando la serpiente hacÃ-a eso, en realidad lo
estaba midiendo.Lo medÃ-a a él como posible, grande y segura presa. Que le estaba haciendo lugar, agregó. El
muchacho sintió la amenaza como el roce de un cuchillo. Un escalofrÃ-o, sin embargo, inapropiado para ese momento
en el consultorio, en el que la serpiente reposaba en el terrario, quieta e inerme. Sin rodeos, el muchacho le preguntó —o
más bien le pidió— al veterinario cómo podÃ-a hacer para dejársela ya mismo ahÃ-.
    Varios dÃ-as después seguÃ- pensando en aquella anécdota. Me parecÃ-a tan curioso como verdadero que la
historia, por cierto breve y bastante previsible, se pudiera sostener de boca en boca, incólume y eficaz, gracias a un
mismo terror que se habÃ-a trasladado del muchacho al compañero de mi amiga, del compañero de mi amiga a ella, y
de ella a todos los que nos asombramos y asustamos aquella noche. Hasta se me dio por pensar que tal vez ni siquiera
hubiera hecho falta una anécdota; que hubiera bastado con que alguien —un poeta, un mago, un actor— lograra hacer real,
vÃ-vida, frente a nosotros, la aparición de la enorme serpiente, para que a su vez nosotros segregáramos de inmediato,
como un olor o sustancia, el miedo ingobernable.
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    ***
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    Alejado de la impresión, hoy recordé, frente a un puesto de diarios y revistas, una particularidad que sin duda
participó y participa de mi largo temor y de su encarnación zoológica. A mi madre la atraen desde siempre los
horóscopos. Su curiosidad a veces ha tomado la forma de un discreto pero fervoroso conocimiento. Esto hizo que me
enterara ya desde muy chico de que yo era serpiente en el horóscopo chino. Por muy pocos dÃ-as, en realidad. Por muy
pocos dÃ-as no habÃ-a sido caballo; por muy pocos dÃ-as, entonces, me representaba para siempre en aquella fábula el
arrastrado y aborrecible animal. Sin embargo, en mi distraÃ-do desprecio hacia los astros, nunca supe a qué elemento
pertenecÃ-a; si soy yo una serpiente de metal, de fuego, de madera, de aire o de tierra.
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Generado: 19 November, 2016, 10:32
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