Domingo XXX durante el año

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SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ
xxv aniversario de Profesión Monástica del H. Josep Miquel Bausset
Homilía del P. Josep M. Soler, abad de Montserrat
19 de marzo de 2011
Mt 1, 16.18-21.24
San José era un hombre bueno (justo), nos acaba de decir el evangelista san
Mateo. Un hombre bueno. Lo podemos traducir, también, por un hombre justo. Porque
no se trata sólo de una bondad natural. En la Sagrada Escritura, hermanos y
hermanas, la expresión hombre justo tiene un significado muy particular. Designa la
actitud interior y el comportamiento externo de la persona que vive la amistad con Dios
y pone en práctica su Palabra. Dicho de otro modo, el hombre justo es el que vive la
alianza divina. Y, por eso, confía plenamente en Dios y en su designio de amor sobre
la humanidad, y pone en él toda su esperanza, tanto en las cosas de su vida personal
como las de la historia colectiva. San José, nos dice el evangelio, era de esos. Y lo era
de una manera eminente.
Toda la narración que acabamos de escuchar lo muestra. Es como una profesión de fe
por parte de San José. Queda sorprendido, lleno de perplejidad, viendo los signos de
la gravidez de su prometida María. Y, como el misterio divino que encierra esta
concepción le queda escondido, comienza a interrogarse. Sabe que también María es
una mujer buena, de una fe y de una fidelidad extraordinarias, sabe la solidez del amor
que centra su proyecto matrimonial, por tantas veces como lo han compartido los
dos. Y no entiende nada. Como no quiere hacer daño a su prometida que ama, ni
infamarla, piensa retirarse ante aquel hecho insólito. Sin juzgar. Sin acusar a María de
nada, con toda la discreción posible. Dios, sin embargo, ilumina a este hombre
bueno. Y le hace comprender el misterio divino del que es objeto María, su
prometida. Y lo llama a prestar su colaboración. De esta manera, José pasa de los
interrogantes a una fe más profunda y más confiada. Y se hace totalmente servidor de
esta nueva etapa de la alianza divina, que para la humanidad será la definitiva. Jesús
será legalmente su hijo, pero lo será, también, por los vínculos que engendra el
amor. Y este hijo suyo establecerá la cima de la alianza de Dios con el pueblo que
había sido objeto de la primera alanza y con toda la humanidad. De esta manera, la
acogida del plan divino de salvación por parte de San José contribuye a hacer realidad
plena toda la esperanza humana, desde el momento en que es Jesucristo el que da
sentido a la historia de la humanidad y a la existencia de cada hombre y cada mujer
que vienen al mundo.
La actuación de San José en el fragmento evangélico que hemos escuchado nos
permite constatar, como decía, que verdaderamente es un hombre bueno, un hombre
justo según la Sagrada Escritura. La fe en el plan de Dios, aunque sólo le es revelado
en parte, lo mueve a la confianza plena. Y a la obediencia pronta y confiada. A
aumentar su amor a María, que acoge en su casa como esposa. Y a hacerse servidor
del misterio de la madre y del hijo. Por más que eso le cambiará toda la vida.
La solemnidad de San José nos recuerda que, aquel al que Jesús llamaba "padre" en
la tierra, nos ayuda con su oración intercesora en favor de los miembros de la Iglesia,
discípulos de Jesucristo. En favor nuestro, que a pesar de haber recibido una vocación
distinta y en unas circunstancias diferentes, tenemos una misión similar a la de él: ser
"custodios fieles" del misterio de Cristo (cf. oración colecta), un misterio que sigue bien
presente y activo en nuestros tiempos a favor de la humanidad. Por ello, la celebración
de hoy nos debe llevar, también, a ser más hombres y mujeres de fe, a procurar vivir
cada día más de acuerdo con la Palabra de Dios y a confiar en sus promesas, aunque
las situaciones que nos toquen vivir puedan ser difíciles. Todo puede ser gracia, don
espiritual, porque Dios lleva siempre a buen término su designio de amor y de
salvación; lo hace, sin embargo, por unos caminos insospechados, que no son los que
nosotros pensaríamos. San José mismo lo experimentó en su vida personal tanto en lo
que nos decía el evangelio de hoy como en lo que siguió después de haber aceptado
la vocación que le era dada. Pero no se tambalea ni su confianza en Dios ni su
fidelidad por quererle ser obediente. Y eso le fue causa de bendición y de poder entrar
en el gozo pascual del hijo que le fue confiado. Él, que había abrazado a Jesús niño,
que, con María, le había enseñado a crecer humanamente con su enseñanza de
padre, que había visto como era obediente a sus indicaciones familiares y laborales,
ahora participa de su gloria.
Todos los cristianos, pues, estamos llamados a aprender de San José la fe, la
confianza, la obediencia pronta y el amor a Jesús. Pero de una manera muy peculiar
los monjes, que hemos recibido la vocación de poner toda nuestra vida al servicio del
plan de salvación que Dios ha establecido para la humanidad. Los monjes estamos
llamados de manera especial a ser "custodios fieles" del misterio de Cristo, somos
llamados a hacernos servidores de este misterio con la prontitud de San José y a
extender este servicio a los discípulos de Jesús y a la humanidad entera por medio
de la oración o el decir una palabra de consuelo y salvación a quien la necesite. El
símbolo profético de este nuestro servicio es siempre el lavatorio de pies que hizo
Jesús a sus discípulos la noche del jueves santo.
Este propósito de servicio como monje hoy será renovado por nuestro H. Josep Miquel
Bausset, con ocasión de sus bodas de plata de profesión monástica. Movido por la fe y
la confianza en Dios, ahora expresará -a partir de la consistencia que da procurar estar
abierto todos los días al plan de Dios- su voluntad de renovar la entrega a Jesucristo
en nuestra comunidad de Montserrat y al servicio del pueblo de Dios que peregrina y
de todos los que de cerca o de lejos buscan una palabra sanadora y salvadora.
Nosotros lo llevaremos en nuestra oración para que el Señor le conceda crecer en la
alegría evangélica y bendiga abundantemente su servicio monástico.
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