Enero - Obispado de Morón

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Koinonia 29-12-2012
- La beatificación del Cura Brochero tiene lugar y fecha
- Calendario Pastoral para enero 2013 – Cumpleaños del Clero y Aniversarios de Ordenación
- Porque sostenemos la esperanza, cuidamos la memoria
- El nuevo Templo de la Parroquia Santa Teresita necesita un techo
- Quitando obstáculos para la oración
- La nueva evangelización pasa por una Parroquia de "rostro nuevo"
- Claves de lectura del Concilio Vaticano II
Iglesia en la Argentina
La beatificación del Cura Brochero
tiene lugar y fecha
Será el sábado 14 de septiembre del año entrante, a las 11.00 hs., en Alto Grande, Ruta 15,
Km. 28, Cura Brochero, Córdoba.
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Nuestra Diócesis
CALENDARIO PASTORAL DIOCESANO 2013
Enero
16- 26 Peregrinación y convivencia de los seminaristas en tierras de Brochero.
Cumpleaños del Clero
Enero
R.P. Gino Urbanik, CSMA
Pbro. Germán I. Meling
Diác. Juan Osvaldo Pérez
Pbro. Daniel Segura
Mons. Raúl Trotz
Pbro. Pablo Aguilar
R.P. Marcelo Carballo, RTC
Diác. Octavio V. Beccari
Diác. Luis B. Carballo
Pbro. Marcelo Jofré
R.P. Julio Cura, OMV
23-01
01-01
01-01
02-01
08-01
10-01
12-01
14-01
18-01
19-01
22-01
Aniversarios de Ordenación
Enero
Pbro. Héctor A. Mazzuchi
06-01-65
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Porque sostenemos la esperanza,
cuidamos la memoria
Con una emotiva celebración de homenaje, Pastoral Social; Caritas Diocesana Morón; Casa de
la Caridad; Jardín Maternal y de Infantes "Casita de Todos"; y la Escuela Diocesana de Servicio
Social "Gerardo Tomás Farrell", se despidieron del histórico edificio ubicado en la esquina que
conforman las calles 25 de Mayo y García Silva en Morón, el día 16 de noviembre.
El Obispado y la empresa Torres de Morón, encaran la construcción de modernas instalaciones
para las mencionadas instituciones, que volverán a funcionar en el mismo lugar una vez
concluidas las obras, salvo el Jardín Casita de Todos que ya cuenta con su nuevo inmueble, sito
en Marcos Avellaneda 347, Morón.
Sólo se derrumban los edificios
“Lo que hemos construido nos lo llevamos puesto”, subrayó la Prof. María Cristina Galliano,
Directora de la Escuela Diocesana de Servicio Social.
“Los sentires, las construcciones colectivas, las interioridades de cada uno puestas al servicio de
los otros no se derrumban, sólo se derrumban los edificios. Nunca se van a derrumbar años
de asistir desde caritas a los más pobres en Morón; nunca se va a derrumbar lo que se
llevó cada niño que pasó por Casita de Todos, que fue cuidado y querido; nunca se va a
derrumbar la historia de las Hnas. Alice Domon y Lèonie Duquet quienes trabajaron por
los más necesitados en este edificio y que fueron asesinadas por la última Dictadura
Militar, y aquí ya no es la historia de Morón, sino la de todos los argentinos; nunca se
derrumbará la Escuela donde muchos nos formamos durante tantos años para trabajar
con y para los otros, para que se cumplan los derechos de niños, jóvenes y mujeres,
asumiendo el desafío de las complejas realidades sociales de cada momento. Hoy,
tenemos mayor libertad para trabajar, pero por aquí ha pasado gente que trabajó por los
derechos desafiando una historia argentina que los persiguió”, remarcó Galliano, señalando que
esto es lo grandioso de este lugar, “que queda en todos nosotros para que lo podamos llevar y,
a donde vallamos, sigamos construyendo lo mismo: Trabajar para el prójimo sintiendo con él,
desde el lugar de los derechos, valorizándolo, sin creer que el otro es menos”.
“En nuestra formación, en el voluntariado de Caritas, con las cuidadoras de los chicos, tenemos
que seguir desafiando la realidad y sentir que el amor al prójimo está en cada uno de nosotros,
que tenemos la posibilidad de entregarlo desde la profesión, desde el voluntariado, desde
nuestra ciudadanía, siempre preocupados por lo que les pasa a los demás. Todos tenemos la
posibilidad de trabajar. Todos con nuestro compromiso, construimos”, expresó.
Convocados por la memoria y la esperanza, asistieron representantes
de numerosas instituciones diocesanas y barriales, además de
personas que en todo este tiempo pasaron por “la esquina”.
Pan y Catecismo
La ceremonia fue presidida por los Presbíteros Gustavo De la Torre y Germán Meling, quienes
acompañan la Pastoral Social diocesana desde hace tiempo.
El P. Meling recordó en los comienzos de la Diócesis a Mons. Raspanti, cuyo lema fue “Pan y
catecismo”.
Raspanti, simbólicamente lo expresó en la Casa de la Catequesis y en la Casa de la Caridad,
instituciones que marcaron su ministerio, nuestra comunidad diocesana y el servicio al que
estamos llamados.
“Estamos aquí para hacer memoria agradecida de todo este tiempo y este camino; por Mons.
Raspanti; y Mons. Farrell, quien comenzó el proyecto y lo llevó adelante. El edificio simboliza
mucho, pero lo más importante es lo que está en el corazón y los proyectos que estamos
llamados a construir.
Son una bendición tantas cosas que Dios nos dio, que nos sirvan de raíces, que nos den
fuerzas, que nos animen y que nos ayuden a seguir uniendo la fe y la solidaridad para
ayudar al otro, a poder construir un proyecto de comunidad y de país fraterno y solidario”,
manifestó el P. Germán, orando a María para que interceda por este espacio, para que la opción
por los pobres, la solidaridad, la justicia y el bien común, sigan estando.
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Parroquia Santa Teresa del Niño Jesús
Cerrito 1313, Villa León, Ituzaingó - 4621-6844
El nuevo Templo de la Parroquia Santa
Teresita necesita un techo
http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=iq9nIQcOPUM#!
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Comunidad de Fieles Laicos Monte Horeb
E-mail: [email protected]
www.comunidadmontehoreb.com.ar
Teléfonos: 011-4665-1292 / 15-4078-7614
QUITANDO OBSTÁCULOS PARA LA ORACIÓN
“…porque el Padre que está en el Cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes
de que se lo pidan” (Mt.6,8b)
19 y 20 de enero 2013
COLABORACIÓN: $ 80.- , los dos días. (Almuerzo a la canasta)
HORARIO: de 10.00 a 20.00 hs.
Lugar: Casa comunitaria, Délfor Díaz 1577 – Hurlingham.
Reservas con anticipación
Informes e Inscripción: María Graciela – Ana – Mariano y Bettina
Teléfonos: (011) 4665-1292
15 – 4078-7614 / 15 – 6371-9528 y 15-6878-3386
E-mail: [email protected]
www.comunidadmontehoreb.com.ar
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Artículos recomendados
LA NUEVA EVANGELIZACIÓN
PASA POR UNA PARROQUIA
DE ''ROSTRO NUEVO''
Monseñor Santiago Jaime Silva Retamales, obispo titular de Bela, auxiliar de
Valparaíso, Chile, secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano
(CELAM), cuya sede está en Colombia, intervino en el Sínodo sobre la nueva
evangelización y la transmisión de la fe cristiana:
Identidad teológico-pastoral de la Nueva Evangelización
Hay que plantearse la pregunta acerca de por qué una Nueva Evangelización. Si es “nueva”,
entonces, ¿qué ha perdido el pueblo cristiano?, ¿qué, como Iglesia, no hemos sabido
ofrecerle? Insistimos en el fundamento pneumatológico de la Nueva Evangelización y éste, en
estrecha relación con la cristología y la antropología. No es posible realizar la Nueva
Evangelización sin abrirse a la acción del Espíritu Santo y a su gracia, pues Él es quien
otorga los carismas para el anuncio de Jesucristo y el servicio a la sociedad como
discípulos de Jesús. El Espíritu es quien hace realidad la alegría y el gozo con el que hay
que evangelizar.
Sin una eclesiología, es decir, sin un modo de autocomprensión y de ser y estar en el mundo
contemporáneo que profundice la enseñanza del Concilio Vaticano II, la Iglesia no podrá
empeñarse en una Nueva Evangelización. Es fundamental definir la relación “Iglesia-mundo
actual”. De no hacerlo, seguiríamos dando la impresión de “institución”, y no de asamblea
reunida en torno a Jesucristo, donde todo lo humano tiene cabida. Es esta comunidad de fe y de
discípulos misioneros al servicio del mundo (diakonia), la que recibió la misión de anunciarlo.
Una conveniente eclesiología va de la mano con un profundo examen de conciencia de la Iglesia
respecto de sí misma. No hablamos de Nueva Evangelización sólo porque los otros han
cambiado. Es hora de preguntarnos: ¿qué pecados tiene la Iglesia que nos han llevado a una
Nueva Evangelización? Un status questionis [estado de la cuestión] sobre la Iglesia en sí misma
y su lugar en el mundo es imprescindible a la hora de una Nueva Evangelización.
La comunión es la fuente y el fruto de la Nueva Evangelización, porque Dios trino, de
quien procede la Iglesia y a quien la Iglesia tiene que anunciar, es relación y comunión y,
además, porque hoy vivimos en una sociedad particularmente individualista. Esta
comunión trinitaria es la que hace realidad la comunión efectiva entre nosotros y es de
aquí de donde debe brotar la misión. Esto también es esencialmente trinitario.
Centralidad de la Palabra de Dios en la Nueva Evangelización
La historia de la Salvación son palabras y obras de Dios en diálogo con las realidades humanas
para ofrecer la salvación, iniciativa y don divino. En la plenitud del tiempo, Dios se reveló por
su Palabra eterna que se hizo carne (Jn 1,14). La Palabra llena de vida y verdad que la
Sagrada Escritura contiene es el contenido del anuncio y, por lo mismo, de la Nueva
Evangelización. Por esta razón, la Palabra de Dios encarnada es fuente de Nueva
Evangelización, y no sólo en cuanto contenido, sino también en cuanto método y estilo.
Este Sínodo debiera plantearse en íntima unidad con Verbum Domini mostrando cómo la
Palabra de Dios encarnada, consignada en la Sagrada Escritura, es el “puente” entre el misterio
divino que queremos anunciar y las realidades humanas cotidianas.
Algunos contenidos, sujetos, destinatarios y estilo de la Nueva
Evangelización
La fuente de la Nueva Evangelización es Dios Trino. Quién evangeliza es Dios Padre, quien por
amor, conduce su designio salvador para la humanidad; es Dios Hijo, quien con su misterio
pascual es oferta de gracia y verdad; es el Espíritu Santo, quien hace posible la comunión con
Dios salvador en el seno de la Iglesia y el corazón de los creyentes; el Espíritu es quien
acompaña y sustenta a los evangelizadores.
La Nueva Evangelización tiene por contenido el anuncio por la palabra y el testimonio de Cristo
Resucitado, vivo, cercano, fuente de amor. Este anuncio y testimonio tiene que llevar al
encuentro personal con Él y, en Él, con el Padre.
La familia es un ámbito de primera importancia cuando se piensa en qué hay que
evangelizar (destinatario), pero también cuando se piensa en quién tiene que evangelizar
(sujeto). Dentro de la familia, los niños son los primeros destinatarios de la evangelización de
padres evangelizados.
Es indispensable valorar y fortalecer la labor de los catequistas y de la catequesis. Con
catequistas bien formados se puede desarrollar una catequesis que se entienda y practique
como proceso de discipulado, es decir, como una real experiencia de fe en el seguimiento del
Señor.
Para este proceso se requieren formas inteligibles (lenguajes) de dirigirse a la gente de hoy
considerando sus anhelos y culturas.
Sin la función evangelizadora de los fieles laicos en su ámbito propio, que es la gestión
de la vida familiar, social, política, económica y cultural, no habrá Nueva Evangelización.
Pero éstos requieren una formación integral y el reconocimiento efectivo de que son
corresponsables en la tarea del Reino. La vocación y misión de los laicos requiere una
profunda reflexión sobre la valencia teológica de la secularidad, de su inserción en el
mundo, sobre todo en los nuevos areópagos, y de su participación en la Iglesia. Al
respecto, habría que revisar qué servicios eclesiales habría que confiar a los laicos
teniendo en cuenta la Nueva Evangelización y los nuevos escenarios.
El estilo de la Nueva Evangelización es un testimonio alegre, atrayente y audaz de la fe;
por tanto, el nuevo estilo de evangelizar no se caracteriza por “imponer”, sino por
“atraer”.
Evangeliza una Iglesia pobre que renueva su opción por los pobres y marginados, como Cristo
Jesús, pues ellos, son destinatarios privilegiados de la salvación. “No he venido a llamar a los
justos, sino a los pecadores”.
El lenguaje, como mediación para comunicar la Buena Nueva de Jesucristo, requiere una
atención especial. Se hace necesario un examen de conciencia sobre nuestro uso del lenguaje y
si somos capaces o no de expresarnos en un mundo donde hay nuevos lenguajes. Nuestro
lenguaje peca de clericalismo.
La renovación de la Iglesia particular y, en ella, la renovación de la parroquia, para replantearla
como casa y escuela de comunión, lugar eclesial de espiritualidad y donde se aprende la
comunión y la corresponsabilidad en la misión de la Iglesia, con mayor razón hoy, cuando se
diluye la persona y aparece el individuo o la masa. La Nueva Evangelización pasa por una
parroquia de “rostro nuevo”, capaz de acompañar en la fe y en el mundo personal y
afectivo a la gente, de lo que más se carece hoy en nuestra sociedad. Las parroquias
debieran ser una red de comunidades eclesiales que, en sus concretos contextos,
sustenten la fe en Cristo Jesús y su seguimiento y, por lo mismo, el crecimiento en la
dimensión humana integral. Estos “cuerpos eclesiales” (las parroquias y sus
comunidades) son los llamados a mostrar al Señor resucitado, que da vida y sentido a la
existencia. Quizás el problema más acuciante de la Nueva Evangelización es la constitución y
acompañamiento de estas pequeñas comunidades eclesiales.
CLAVES DE LECTURA DEL
CONCILIO VATICANO II
P. Raniero Cantalamessa, OFM Cap
El predicador de la Casa Pontificia dio su versión de lo que supuso el Concilio
Vaticano II, para la Iglesia y para el mundo.
1. El Concilio: hermenéutica de la
ruptura y de la continuidad
En esta meditación querría reflexionar sobre el segundo motivo de celebración de este año: el
50º aniversario del Concilio Vaticano II.
En las últimas décadas se han multiplicado los intentos de trazar un balance de los resultados
del Concilio Vaticano II.(1) No es el caso de continuar en esta línea, ni, por otra parte, lo
permitiría el tiempo a disposición. Paralelamente a estas lecturas analíticas ha existido, desde
los años mismos del Concilio, una evaluación sintética, o en otras palabras, la investigación de
una clave de lectura del acontecimiento conciliar. Yo quisiera insertarme en este esfuerzo e
intentar, incluso, una lectura de las distintas claves de lectura.
Fueron básicamente tres: actualización, ruptura, novedad en la continuidad. Juan XXIII, al
anunciar al mundo el concilio, usó repetidamente la palabra «aggiornamento = actualización»,
que gracias a él entró en el vocabulario universal. En su discurso de apertura del Concilio dio
una primera explicación de lo que entendía con este término:
«El Concilio Ecuménico XXI quiere transmitir la doctrina católica pura e
íntegramente, sin atenuaciones ni deformaciones, [...]. Deber nuestro no es sólo
estudiar ese precioso tesoro, como si únicamente nos preocupara su antigüedad,
sino dedicarnos también, con diligencia y sin temor, a la labor que exige nuestro
tiempo, prosiguiendo el camino que recorre la Iglesia desde hace veinte siglos [...].
Es necesario que esta doctrina, verdadera e inmutable, a la que se debe prestar
fielmente obediencia, se profundice y exponga según las exigencias de nuestro
tiempo»(2)
Sin embargo, a medida que progresaban los trabajos y las sesiones del Concilio, se delinearon
dos facciones opuestas según que, de las dos necesidades expresadas por el Papa, se
acentuara la primera o la segunda: es decir, la continuidad con el pasado, o la novedad respecto
de éste. En el seno de estos últimos, la palabra aggiornamento terminó siendo sustituida por la
palabra ruptura. Pero con un espíritu y con intenciones muy diferentes, dependiendo de su
orientación. Para el ala llamada progresista, se trataba de una conquista que había que saludar
con entusiasmo; para el frente opuesto, se trataba de una tragedia para toda la Iglesia.
Entre estos dos frentes --coincidentes en la afirmación del hecho, pero opuestos en el juicio
sobre él--, se sitúa la posición del Magisterio papal que habla de «novedad en la continuidad».
Pablo VI, en la Ecclesiam suam, retoma la palabra aggiornamento de Juan XXIII, y dice que la
quiere tener presente como «dirección programática»(3). Al inicio de su pontificado, Juan
Pablo II confirmó el juicio de su predecesor(4) y, en varias ocasiones, se expresó en la misma
línea. Pero ha sido sobre todo el actual papa Benedicto XVI el que ha explicado qué entiende el
Magisterio de la Iglesia por «novedad en la continuidad». Lo hizo pocos meses después de su
elección, en el famoso discurso programático a la Curia romana del 22 de diciembre de 2005.
Algunos pasajes:
«Surge la pregunta: ¿Por qué la recepción del Concilio, en grandes zonas de la
Iglesia, se ha realizado hasta ahora de un modo tan difícil? Pues bien, todo
depende de la correcta interpretación del Concilio o, como diríamos hoy, de su
correcta hermenéutica, de la correcta clave de lectura y aplicación. Los problemas
de la recepción han surgido del hecho de que se han confrontado dos
hermenéuticas contrarias y se ha entablado una lucha entre ellas. Una ha causado
confusión; la otra, de forma silenciosa pero cada vez más visible, ha dado y da
frutos. Por una parte existe una interpretación que se podría llamar “hermenéutica
de la discontinuidad y de la ruptura”; a menudo ha contado con la simpatía de los
medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna. […] A la
hermenéutica de la discontinuidad se opone la hermenéutica de la reforma».
Benedicto XVI admite que ha habido una cierta discontinuidad y ruptura, pero ésta no afecta a
los principios y a las verdades a la base de la fe cristiana, sino a algunas decisiones históricas.
Entre éstas enumera la situación de conflictividad que se ha creado entre la Iglesia y el mundo
moderno, que culminó con la condena en bloque de la modernidad bajo Pío IX, pero también
situaciones más recientes, como la creada por los avances de la ciencia, por la nueva relación
entre las religiones con las implicaciones que ello tiene para el problema de la libertad de
conciencia; no en último lugar, la tragedia del Holocausto que imponía un replanteamiento de la
actitud hacia el pueblo judío.
«Es claro que en todos estos sectores, que en su conjunto forman un único
problema, podría emerger una cierta forma de discontinuidad y que, en cierto
sentido, de hecho se había manifestado una discontinuidad, en la cual, sin
embargo, hechas las debidas distinciones entre las situaciones históricas
concretas y sus exigencias, resultaba que no se había abandonado la continuidad
en los principios; este hecho fácilmente escapa a la primera percepción.
Precisamente en este conjunto de continuidad y discontinuidad en diferentes
niveles consiste la naturaleza de la verdadera reforma».
Si del plano axiológico, es decir, el de los principios y valores, pasamos al plano
cronológico, podríamos decir que el Concilio es una ruptura y una discontinuidad
respecto al pasado próximo de la Iglesia, y representa, en cambio, una continuidad con
respecto a su pasado remoto. En muchos puntos, sobre todo en el punto central que es la
idea de Iglesia, el Concilio ha querido realizar una vuelta a los orígenes, a las fuentes
bíblicas y patrísticas de la fe.
La lectura del Concilio asumida por el Magisterio, es decir, la de la novedad en la continuidad,
tuvo un precursor ilustre en el Ensayo sobre desarrollo de la doctrina cristiana del cardinal
Newman, definido a menudo, también por esto, como «el Padre ausente del Vaticano II».
Newman demuestra que, cuando se trata de una gran idea filosófica o de una creencia religiosa,
como es el cristianismo, «no se pueden juzgar desde sus inicios sus virtualidades y metas
a las que tiende. [...]. Según las nuevas relaciones que tenga, surgen peligros y
esperanzas y aparecen principios antiguos bajo forma nueva. Ella muda junto con ellos
para permanecer siempre idéntica a sí misma. En un mundo sobrenatural las cosas van
de otra forma, pero aquí en la tierra vivir es cambiar, y la perfección es el resultado de
muchas transformaciones»(5).
San Gregorio Magno anticipaba, de algún modo, esta convicción cuando afirmaba que la
Escritura cum legentibus crescit, «crece con aquellos que la leen»(6); es decir, crece a fuerza
de ser leída y vivida, a medida que surgen nuevas solicitudes y nuevos desafíos por la historia.
La doctrina de la fe cambia, por tanto, pero para permanece fiel a sí misma; muda en las
coyunturas históricas, para no cambiar en la sustancia, como decía Benedicto XVI.
Un ejemplo banal, pero indicativo, es el de la lengua. Jesús hablaba la lengua de su tiempo;
no el hebreo, que era la lengua noble y de las Escrituras (¡el latín del tiempo!), sino el
arameo hablado por la gente. La fidelidad a este dato inicial no podía consistir, y no
consistió, en seguir hablando en arameo a todos los futuros oyentes del Evangelio, sino
en hablar griego a los griegos, latín a los latinos, armenio a los armenios, copto a los
coptos, y así siguiendo hasta nuestros días. Como decía Newman, es precisamente
cambiando como a menudo se es fiel al dato originario.
2. La letra mata, el espíritu vivifica
Con todo el respeto y la admiración debidos a la inmensa y pionera contribución del cardenal
Newman, a distancia de un siglo y medio de su ensayo y con lo que el cristianismo ha vivido
entretanto, no se puede, sin embargo, dejar de señalar también una laguna en el desarrollo de
su argumento: la casi total ausencia del Espíritu Santo. En la dinámica del desarrollo de la
doctrina cristiana, no se tiene en cuenta suficientemente: el papel preponderante que
Jesús había reservado al Paráclito en la revelación de esas verdades que los apóstoles
no podían entender en el momento y para conducir a la Iglesia «a la verdad plena» (Jn 16,
12-13).
¿Qué es lo que permite hablar de novedad en la continuidad, de permanencia en el cambio, si
no es precisamente la acción del Espíritu Santo en la Iglesia? Lo había entendido perfectamente
san Ireneo cuando afirma que la revelación es como un «depósito precioso contenido en una
vasija valiosa que, gracias al Espíritu de Dios, rejuvenece siempre y hace rejuvenecer también a
la vasija que lo contiene»(7) . El Espíritu Santo no dice palabras nuevas, no crea nuevos
sacramentos, nuevas instituciones, pero renueva y vivifica constantemente las palabras, los
sacramentos y las instituciones creadas por Jesús. No hace cosas nuevas, pero, ¡hace
nuevas las cosas!
La insuficiente atención al papel del Espíritu Santo explica muchas de las dificultades que se
han creado en la recepción del Concilio Vaticano II. La tradición, en nombre de la cual algunos
han rechazado el concilio, era una Tradición donde el Espíritu Santo no jugaba ningún papel.
Era un conjunto de creencias y prácticas fijado una vez para siempre, no la onda de la
predicación apostólica que avanza y se propaga en los siglos y que, como toda onda, sólo se
puede captar en movimiento. Congelar la Tradición y hacerla partir o terminar en un cierto punto,
significa hacer de ella una tradición muerta y no como la define Ireneo, una «Tradición viva».
Charles Péguy expresa, como poeta, esta gran verdad teológica:
«Jesús no nos ha dado palabras muertas que nosotros debamos encerrar en
pequeñas cajas (o en grandes), y que debamos conservar en aceite rancio...
Como las momias de Egipto. Jesucristo, niña, no nos ha dado palabras en
conserva que haya que conservar. Sino que nos ha dado palabras vivas para
alimentar... De nosotros depende, enfermos y carnales, hacer vivir, alimentar
y mantener vivas en el tiempo esas palabras pronunciadas vivas en el
tiempo»(8).
En seguida hay que decir, sin embargo, que también en el lado del extremismo opuesto las
cosas no iban de modo distinto. Aquí se hablaba gustosamente del «espíritu del Concilio», pero
no se trataba, lamentablemente, del Espíritu Santo. Por «espíritu del Concilio» se entendía ese
mayor impulso, valentía innovadora, que no habría podido entrar en los textos del Concilio por
las resistencias de algunos y de los compromisos necesarios entre las partes.
Querría tratar ahora de explicar lo que me parece es la verdadera clave de lectura
pneumatológica del Concilio, es decir, cuál es el papel del Espíritu Santo en la actuación del
Concilio. Retomando un pensamiento audaz de san Agustín a propósito del dicho paulino sobre
la letra y el espíritu (2 Cor 3,6) San Tomás de Aquino escribe: «Por letra se entiende cualquier
ley escrita que queda fuera del hombre, también los preceptos morales contenidos en el
Evangelio; por lo cual también la letra del Evangelio mataría, si no se añadiera, dentro, la
gracia de la fe que sana»(9).
En el mismo contexto, el santo Doctor afirma: «La ley nueva es principalmente la misma
gracia del Espíritu Santo que se da a los creyentes»(10). Los preceptos del Evangelio son
también la nueva ley, pero en sentido material, en cuanto al contenido; la gracia del Espíritu
Santo es la ley nueva en sentido formal, porque da la fuerza para poner en práctica los mismos
preceptos evangélicos. Es la que Pablo define como «la ley del Espíritu que da la vida en
Cristo Jesús» (Rom 8, 2),
Éste es un principio universal que se aplica a cualquier ley. Si incluso los preceptos evangélicos,
sin la gracia del Espíritu Santo, serían «letra que mata», ¿qué decir de los preceptos de la
Iglesia, y qué decir, en nuestro caso, de los decretos del Concilio Vaticano II? La
«implementación», o la aplicación del Concilio no tiene lugar, por lo tanto, de manera
inmediata, no hay que buscarla en la aplicación literal y casi mecánica del Concilio, sino
«en el Espíritu», entendiendo con ello el Espíritu Santo y no un vago «espíritu del
concilio» abierto a cualquier subjetivismo.
El Magisterio papal fue el primero en reconocer esta exigencia. Juan Pablo II, en 1981, escribía:
«Toda la labor de renovación de la Iglesia, que el Concilio Vaticano II ha
propuesto e iniciado tan providencialmente --renovación que debe ser al mismo
tiempo “puesta al día” y consolidación en lo que es eterno y constitutivo para la
misión de la Iglesia- no puede realizarse a no ser en el Espíritu Santo, es decir,
con la ayuda de su luz y de su virtud»(11).
3. ¿Dónde buscar los frutos del Vaticano II?
¿Ha existido, en realidad, este «nuevo Pentecostés»?
Un conocido estudioso de Newman, Ian Ker, ha puesto de relieve la contribución que él puede
dar, además de al desarrollo del Concilio, también a la comprensión del postconcilio(12).
A raíz de la definición de la infalibilidad papal en el Concilio Vaticano I en 1870, el cardenal
Newman se sintió llevado a hacer una reflexión general sobre los concilios y sobre el sentido de
sus definiciones. Su conclusión fue que los concilios pueden tener a menudo efectos no
pretendidos en el momento por aquellos que participaron en ellos. Estos pueden ver mucho más
en ellos, o mucho menos, de lo que sucesivamente producirán tales decisiones.
De este modo, Newman no hacía más que aplicar a las definiciones conciliares el principio de
desarrollo que había explicado a propósito de la doctrina cristiana en general. Un dogma, toda
gran idea, no se comprende plenamente sino después de que se han visto las consecuencias y
los desarrollos históricos; después de que el río --por usar su imagen- desde el terreno
accidentado que lo ha visto nacer, descendiendo, encuentra finalmente su lecho más amplio y
profundo(13).
Ocurrió así a la definición de la infalibilidad papal que en el clima encendido del momento
pareció a muchos que contenía mucho más de lo que, de hecho, la Iglesia y el Papa mismo
dedujeron de ella. No hizo ya inútil cualquier futuro concilio ecuménico, como alguno temió o
esperó en el momento: el Vaticano II es la confirmación(14).
Todo esto encuentra una singular confirmación en el principio hermenéutico de Gadamer de la
«historia de los efectos» (Wirkungsgeschichte), según el cual para comprender un texto es
preciso tener en cuenta los efectos que haya producido en la historia, al integrarse en esta
historia y dialogando con ella(15). Es lo que sucede de forma ejemplar en la lectura espiritual de
la Escritura. Ella no explica el texto sólo a la luz de lo que lo ha precedido, como hace la
lectura histórico-filológica con la investigación de las fuentes, sino también a la luz de lo
que le ha seguido; explica la profecía a la luz de su realización en Cristo, el Antiguo
Testamento a la luz del Nuevo.
Todo esto arroja una singular luz sobre el tiempo del postconcilio. También aquí las verdaderas
realizaciones se sitúan quizás en una parte diferente hacia la que nosotros mirábamos. Nosotros
mirábamos al cambio en las instituciones, a una diferente distribución del poder, a la lengua a
utilizar en la liturgia, y no nos dábamos cuenta de lo pequeñas que eran estas novedades en
comparación con lo que el Espíritu Santo estaba obrando.
Hemos pensado romper con nuestras manos los odres viejos y nos hemos dado cuenta
de que eran más resistentes y duros que nuestras manos, mientras que Dios nos ofrecía
su método de romper los odres viejos, que consiste en poner en ellos el vino nuevo.
Quería renovarlos desde dentro, espontáneamente, no asaltándolos desde el exterior.
A la pregunta de si ha habido un nuevo Pentecostés, se debe responder sin vacilación: ¡Sí!
¿Cuál es su signo más convincente? La renovación de la calidad de vida cristiana, allí donde
este Pentecostés ha sido acogido. Todos están de acuerdo en considerar como el hecho más
nuevo y más significativo del Vaticano II los dos primeros capítulos de la Lumen gentium, donde
se define a la Iglesia como sacramento y como pueblo de Dios en camino bajo la guía del
Espíritu Santo, animada por sus carismas, bajo la guía de la jerarquía. La Iglesia como misterio
y no solamente institución. Juan Pablo II ha lanzado nuevamente esta visión haciendo de su
aplicación el compromiso prioritario en el momento de entrar en el nuevo milenio(16) .
Nos preguntamos: ¿de dónde ha pasado esta imagen de Iglesia de los documentos a la vida?
¿Dónde ha tomado «carne y sangre»(17)? ¿Dónde se vive la vida cristiana según «la ley del
Espíritu», con alegría y convicción, por atracción y no por coacción? ¿Dónde se tiene la palabra
de Dios en gran honor, se manifiestan los carismas y es más sentida el ansia por una nueva
evangelización y por la unidad de los cristianos?
La respuesta última a esta pregunta sólo la conoce Dios, pues se trata de un hecho interior que
acontece en el corazón de las personas. Tendríamos que decir del nuevo Pentecostés lo que
Jesús decía del Reino de Dios: “Ni se dirá: Vedlo aquí o allá, porque, mirad, el Reino de
Dios ya está entre vosotros” (Lc 17,21). Sin embargo, es posible discernir algunos signos,
ayudados también por la sociología religiosa que se ocupa de estos fenómenos. Desde este
punto de vista, la respuesta que se da a aquella pregunta desde varias partes es: ¡en los
movimientos eclesiales!
Pero hay que precisar una cosa en seguida. De los movimientos eclesiales forman parte, si no
en la forma sí en la sustancia, también esas parroquias y comunidades nuevas, donde se vive la
misma koinonia y la misma calidad de vida cristiana. Desde este punto de vista, movimientos,
parroquias y comunidades espontáneas no deben ser vistos en oposición o en
competencia entre sí, sino unidos en la realización, en contextos diferentes, de un mismo
modelo de vida cristiana. Entre ellas se deben enumerar también las denominadas
«comunidades de base», al menos aquellas en las que el factor político no ha tomado la
ventaja al factor religioso.
Sin embargo, es necesario insistir en el nombre correcto: movimientos «eclesiales», no
movimientos «laicales». La mayor parte de ellos están formados, no por uno solo, sino por
todos los componentes eclesiales: laicos, ciertamente, pero también obispos, sacerdotes,
religiosos, religiosas. Representan el conjunto de los carismas, el «pueblo de Dios» de la Lumen
gentium. Sólo por razones prácticas (porque ya existe la Congregación del clero y la de los
religiosos) se ocupa de ellos el «Pontificio Consejo de los laicos».
Juan Pablo II veía en estos movimientos y comunidades parroquiales vivas «los signos de una
nueva primavera de la Iglesia»(18).
En el mismo sentido se ha expresado, en varias ocasiones, el papa Benedicto XVI. En la homilía
de la Misa crismal del Jueves Santo de 2012 dijo: «Mirando a la historia de la época postconciliar, se puede reconocer la dinámica de la verdadera renovación, que
frecuentemente ha adquirido formas inesperadas en momentos llenos de vida y que hace
casi tangible la inagotable vivacidad de la Iglesia, la presencia y la acción eficaz del
Espíritu Santo».
Hablando de los signos de un nuevo Pentecostés, no se puede dejar de mencionar en particular,
aunque sólo fuera por la amplitud del fenómeno, a la Renovación Carismática, o Renovación en
el Espíritu. Cuando, por primera vez, en 1973, uno de los artífices mayores del Vaticano II, el
cardinal Suenens, oyó hablar del fenómeno, estaba escribiendo un libro titulado El Espíritu
Santo, fuente de nuestras esperanzas, y esto es lo que relata en sus memorias: «Dejé de
escribir el libro. Pensé que era una cuestión de la más elemental coherencia prestar
atención a la acción del Espíritu Santo, por lo que pudiera manifestarse de manera
sorprendente. Estaba particularmente interesado en la noticia del despertar de los
carismas, por cuanto el Concilio había invocado un despertar semejante».
Y esto es lo que escribió después de haber comprobado en persona y vivido desde dentro dicha
experiencia, compartida más tarde por millones de otras personas: «De repente, san Pablo y
los Hechos de los apóstoles parecían hacerse vivos y convertirse en parte del presente;
lo que era auténticamente verdad en el pasado, parece que ocurre de nuevo ante nuestros
ojos. Es un descubrimiento de la verdadera acción del Espíritu Santo que siempre está
actuando, tal como Jesús mismo prometió. Él mantiene su palabra. Es de nuevo una
explosión del Espíritu de Pentecostés, una alegría que se había hecho desconocida para
la Iglesia»(19).
Los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades no realizan por cierto todas las
potencialidades y las expectativas del Concilio, pero responden a la más importante de ellas, al
menos a los ojos de Dios. No son libres de debilidades humanas y a veces de fracasos, pero
¿qué gran novedad ha hecho su aparición en la historia de la Iglesia de manera diferente? ¿No
pasó lo mismo cuando, en el siglo XIII, hicieron su aparición las órdenes mendicantes? También
en esta ocasión fueron los Romanos pontífices, sobre todo Inocencio III, quienes por primeros
acogieron la novedad del momento y animaron el resto del episcopado a hacer lo mismo.
4. Una promesa cumplida
Entonces, nos preguntamos, ¿cuál es el significado del Concilio, entendido como el conjunto de
los documentos producidos por él, la Dei Verbum, la Lumen gentium, Nostra aetate, etc.? ¿Los
dejaremos de lado para esperar todo del Espíritu? La respuesta está contenida en la frase con la
que Agustín resume la relación entre la ley y la gracia: «La ley fue dada para que se buscara
la gracia y la gracia fue dada para que se observara la ley»(20).
Por tanto, el Espíritu no dispensa de valorar también la letra, es decir, los decretos del Vaticano
II; al contrario, es precisamente él quien empuja a estudiarlos y a ponerlos en práctica. Y, de
hecho, fuera del ámbito escolar y académico donde ellos son materia de debate y de estudio, es
precisamente en las realidades eclesiales recordadas anteriormente donde son tenidos en
mayor consideración.
Lo he experimentado yo mismo. Yo me liberé de los prejuicios contra los judíos y contra los
protestantes, acumulados durante los años de formación, no por haber leído Nostra aetate, sino
por haber hecho yo también, en mi pequeñez y por mérito de algunos hermanos, la experiencia
del nuevo Pentecostés. Después descubrí Nostra aetate, igual que descubrí la Dei Verbum
después de que el Espíritu hizo nacer en mí el gusto por la palabra de Dios y el deseo de
evangelizar. Pero yo sé que el movimiento es en los dos sentidos: algunos de la letra ha
sido empujados a buscar el Espíritu, otros del Espíritu han sido empujados a observar la
ley.
El poeta Thomas S. Eliot escribió unos versos que nos pueden iluminar en el sentido de las
celebraciones de los 50 años del Vaticano II: «No debemos detenernos en nuestra
exploración/ y el fin de nuestro explorar/ será llegar allí de donde hemos partido/ y
conocer el lugar por primera vez»(21)
Después de muchas exploraciones y controversias, somos reconducidos también nosotros allí
de donde hemos partido, es decir, al acontecimiento del Concilio. Pero todo el trabajo alrededor
de él no ha sido en vano porque, en el sentido más profundo, sólo ahora estamos en
condiciones de «conocer el lugar por primera vez», es decir, de valorar su verdadero
significado, desconocido para los mismos Padres del concilio.
Esto permite decir que el árbol crecido desde el Concilio sea coherente con la semilla de la que
ha nacido. En efecto, ¿de qué ha nacido el acontecimiento del Vaticano II? Las palabras con las
que Juan XXIII describe la conmoción que acompañó «el repentino florecer en su corazón y en
sus labios de la simple palabra concilio»(22), tienen todos los signos de una inspiración
profética. En el discurso de clausura de la primera sesión habló del Concilio como de «un nuevo
y deseado Pentecostés, que enriquecerá abundantemente a la Iglesia de energías
espirituales»(23).
A 50 años de distancia sólo podemos constatar el pleno cumplimiento por parte de Dios
de la promesa hecha a la Iglesia por boca de su humilde servidor, el beato Juan XXIII. Si
hablar de un nuevo Pentecostés nos parece que es por lo menos exagerado, vistos todos
los problemas y las controversias surgidos en la Iglesia después y a causa del Concilio,
no debemos hacer otra cosa que ir a releer los Hechos de los apóstoles y constatar cómo
no faltaron problemas y controversias ni siquiera después del primer Pentecostés. ¡Y no
menos encendidos que los de hoy!
Traducción de Pablo Cervera Barranco
1- Cf. Il Concilio Vaticano II. Recezione e attualità alla luce del Giubileo [R. Fisichella ed.] (Ed.
San Paolo 2000).
2- Juan XXIII, Discurso de apertura del Concilio, 6,5.
3- Pablo VI, Encíclica Ecclesiam suam, 52; cf. también Insegnamenti di Paolo VI, vol. IX (1971)
318.
4- Juan Pablo II, Audiencia general del 1 agosto de 1979.
5- J.H. Newman, Lo sviluppo della dottrina cristiana (Bologna, Il Mulino 1967) 46s. [trad.
esp:Ensayo sobre desarrollo de la doctrina cristiana (Universidad Pontificia de Salamanca,
Salamanca 1998)].
6- S. Gregorio Magno, Comentario a Job XX, 1: CCL 143 A, 1003.
7- S. Ireneo, Adv. Haer., III, 24,1.
8- Ch. Péguy, Le Porche du mystère de la deuxième vertu (La Pléiade, París 1975) 588s. [trad.
esp. El pórtico del misterio de la segunda virtud (Encuentro, Madrid 1991)].
9- Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-IIae, q. 106, a. 2.
10- Ibid., q. 106, a. 1; cf. ya Agustín, De Spiritu et littera, 21, 36.
11- Juan Pablo II, Carta apostólica A Concilio Constantinopolitano I, 25 marzo 1981:AAS 73
(1981) 515-527.
12- I. Ker, «Newman, the Councils, and Vatican II»: Communio. International Catholic
Review(2001) 708-728.
13- Newman, op. cit. 46.
14- Un ejemplo, en mi opinión, aún más claro es lo que ocurrió con el concilio ecuménico de
Éfeso del año 431. La definición de María como la Theotokos, Madre de Dios, en las intenciones
del concilio y sobre todo de su promotor san Cirilo de Alejandría, debía servir únicamente para
afirmar la unidad de persona de Cristo. De hecho, dio pie a la inmensa floración de devoción a la
Virgen y a la construcción de las primeras basílicas en su honor, entre las cuales está la de
Santa María la Mayor, en Roma. La unidad de persona de Cristo fue definida en otro contexto y
de manera más equilibrada, en el concilio de Calcedonia del año 451.
15- Cf. H.G. Gadamer, Wahrheit und Methode (Tubinga 1960) [trad. esp. Verdad y
método(Sígueme, Salamanca, 2012)].
16- Novo millennio ineunte, 42 ss.
17- I. Ker, art. cit. 727.
18- Novo millennio ineunte, 46.
19- L.-J. Suenens, Memories and Hopes (Veritas, Dublín 1992) 267.
20- Agustín, De Spiritu et littera, 19, 34.
21- T.S. Eliot, Four Quartets V, The Complete Poems and Plays (Faber & Faber, Londres 1969)
197 [trad. esp. Cuatro cuartetos (Cátedra, Madrid 1987)].
22- Juan XXIII, Discurso de apertura del concilio Vaticano II, 11 de octubre de 1962, n. 3,1
23- Juan XXIII, Discurso de clausura del primer período del concilio, 8 de diciembre de 1962, n.
3,6.
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Sr. Fabián Parodi.
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