Asesinatos Masivos

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Realidad Nacional
Asesinatos Masivos
José María Tojeira
Si algo nos indica la degradación de una sociedad
es la presencia en ella de asesinatos masivos. Pueden
ser excepcionales y llevados a cabo por un loco. Pero
cuando en un país pequeño como el nuestro se vuelven
frecuentes, es indispensable hablar sobre la cuestión y
estudiarla a fondo. Este tipo de asesinatos los tuvimos
en la guerra, en su mayoría llevados a cabo por la Fuerza
Armada. Fue necesario hacer un sistemático esfuerzo
para aproximarnos a la verdad sobre esos hechos.
Masacres muy conocidas, como las de El Mozote, El
Sumpul, La Quesera o Las Hojas, dan fe de ello. Otras
han quedado en el olvido, como la de El Higueral, donde
se asesinó a cerca de doscientas personas. A pesar de
las negativas del Ejército a reconocer las masacres, los
hechos eran tan claros y sobrevivieron tantos testigos y
víctimas que la verdad no se pudo mantener oculta. Aun
así, la Fuerza Armada todavía no ha pedido perdón por los
crímenes del pasado, probablemente para evitar posibles
repercusiones judiciales ante crímenes imprescriptibles
de lesa humanidad. Lo mismo pasó con las masacres de
menor escala. Por ejemplo, el caso de los seis jesuitas y
sus dos colaboradoras. Aunque hubo un juicio contra los
autores materiales y se esclareció casi todo el entramado
del crimen, las autoridades judiciales y políticas, con su
corrupción, mentiras y encubrimiento, han conseguido
impedir que los autores intelectuales sean llevados a
juicio.
Cuando la población creía que esa terrible historia
de asesinatos masivos estaba llamada a desaparecer de
nuestras tierras, se ha topado con un terrible resurgir de
ese tipo de brutalidad. La repetición de hechos en los
que cuatro o más personas son masacradas desafía hoy
nuevamente a la justicia y a la verdad. Las explicaciones
han sido en exceso simples. Investigaciones periodísticas
apuntan a brutales excesos de fuerza por parte de las
autoridades. Las fuentes oficiales hablan en unos casos
de defensa propia de elementos de la Policía o del Ejército,
y en otros de crímenes cometidos por luchas internas de
las maras. Pero la repetición de los asesinatos masivos,
y a veces las imágenes de los mismos, contrastan
con la simpleza de las explicaciones. Es evidente
que la ciudadanía necesita explicaciones más claras,
detalladas y completas. No es creíble que 25 pandilleros
embosquen a diez policías, estos se defiendan y mueran
ocho o nueve de los asaltantes y ninguno de los agentes.
Explicaciones como esa, tan simple y elemental, se han
repetido demasiadas veces. Y es normal que una parte
de la ciudadanía pida razones más convincentes. Frente
a las investigaciones periodísticas, no basta decir que ya
se investigó y que todo lo dicho por otros es falso. Es
necesario tener una investigación oficial, y los detalles
y declaraciones de testigos deben ser confirmados o
desmentidos con datos.
Sean pandillas, fuerzas gubernamentales o grupos
de exterminio irregulares los que cometen este tipo de
asesinatos, lo cierto es que expresan una brutalidad
tan extraordinaria que la ciudadanía no debería estar
tranquila hasta tener conocimiento completo de todos
y cada uno de ellos, y hasta que sean llevados a juicio.
Ante la actual situación, el Gobierno debe crear un grupo
de élite que investigue a fondo, con independencia y
autoridad sobre otras instancias policiales, cualquier
evento con características de un asesinato masivo. Se
puede entender que en algunos casos excepcionales
mueran varias personas. Pero incluso cuando la primera
versión sea la de un enfrentamiento, el evento debe ser
investigado a fondo por un grupo especializado. Ni hablar
cuando un grupo de personas son sacadas de sus casas
o sorprendidas en un camino, y ejecutadas brutalmente.
O como acaba de pasar, cuando están bajo control
gubernamental en una cárcel.
Permitir que estos crímenes pasen al olvido sin que
medien explicaciones creíbles no ayuda al Gobierno ni
contribuye a la paz social. Y siembra mayor preocupación
por el rumbo de la violencia en el país y por el enorme
deterioro que estos asesinatos producen en la conciencia
de la igual dignidad de las personas y en el respeto a los
derechos humanos. Todo asesinato debe ser investigado
y condenado. Pero los asesinatos masivos, por el grado
de brutalidad y deshumanización que implican, deben
ser investigados con mucha mayor insistencia y eficacia.
No poner todos los medios para esclarecerlos equivale a
favorecer la impunidad, una vez más. Y eso no es bueno
para nadie, como ha quedado ampliamente demostrado
a lo largo de nuestra historia.
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