Las frases se desperdigaron« Entrevista con Gustavo Sainz

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»Las frases se desperdigaron« Entrevista con Gustavo Sainz / Víctor Ortiz Partida
Gustavo Sainz In memoriam
Antecedentes
Yo empiezo a leer porque en mi casa hay una biblioteca, porque la maestra de literatura era guapÃ-sima, porque no
habÃ-a televisión. En mi casa compramos una de las primeras televisiones que llegaron a México, en 1956; yo tenÃ-a
dieciséis años y ya habÃ-a leÃ-do libros de ciencia ficción, novelas policiacas y libros de ajedrez.
Los suplementos culturales
Para 1958 los suplementos literarios de México, especialmente México en la Cultura, ya están en pleno apogeo. Yo
todos los domingos leo este periódico. Recuerdo haber leÃ-do ahÃ- «El cántaro roto», de Octavio Paz, que ocupaba
toda la primera plana, y me fascinó tanto este poema que me lo aprendÃ- de memoria. También en este periódico se
comentó con gran estrépito La región más transparente, de Carlos Fuentes. Compré la novela, me impresionó
muchÃ-simo, y empecé a frecuentar la librerÃ-a donde la compré, me hice amigo del dueño. TodavÃ-a se encontraban en
las librerÃ-as las primeras ediciones de Pedro Páramo, Los dÃ-as enmascarados, Lilus Kikus, Cuentos para vencer a la
muerte, el primer libro de José de la Colina, los libros de Efrén Hernández... era un mercado del libro muy interesante.
En este tiempo mis amigos me dijeron que yo me deberÃ-a dedicar a coleccionar literatura mexicana.
Un aprendizaje intensivo
Yo tenÃ-a una novia, Patricia, y su papá leÃ-a mucho; entonces hice unos cuentos para que se los diera, y él me
mandó llamar a su oficina en Insurgentes Sur, donde distribuÃ-an los stills de las pelÃ-culas para propaganda. En la
oficina estaba otro hombre, Otaola, un escritor español refugiado. Ambos me esperaban regocijados —leÃ-an mucho y les
encantaba hablar de literatura, lo que se llama la tertulia española—, pues habÃ-an leÃ-do mis cuentos, que no recuerdo
cuáles eran, creo que no los conservo. Pensaban que yo habÃ-a leÃ-do a Faulkner, a Borges, a Carson McCullers, pero
yo no sabÃ-a quiénes eran. Acompañé a Otaola a su casa, que estaba cerca de ahÃ-, frente al Monumento a la Madre,
en el centro de la Ciudad de México, y me prestó un libro que fue el primero que tuve oportunidad de comentar y
analizar después de leer. A partir de ese momento tuve dos tutores muy inteligentes, estaba tomando clases intensivas
de literatura con dos fanáticos de la lectura y la creación literaria. LeÃ- Las palmeras salvajes, de William Faulkner,
Ficciones, de Jorge Luis Borges, El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers. TenÃ-a que ir diario a la
oficina, cuando salÃ-a de la Escuela Preparatoria. TenÃ-a que leer dos o tres capÃ-tulos o cuentos. Era un aprendizaje
intensivo de lo literario. Era una manera de leer maravillosa porque era una lectura compartida. Pasados unos dos
años, yo les recomendaba los libros a ellos, los leÃ-a primero, luego los leÃ-an ellos y los comentábamos.
Mientras salÃ-a Gazapo
Fue creciendo mi pasión por el consumo literario. Los libreros de las cuatro librerÃ-as más importantes —Porrúa,
Zaplana, La LibrerÃ-a del Caballito y la de Polo Duarte— eran mis amigos, me daban crédito, me conseguÃ-an libros.
Recuerdo que tardé muchos años en pagarle a Zaplana todo lo que le debÃ-a. Me llevaba todo lo que yo querÃ-a.
HabÃ-a una explosión editorial argentina con Losada, Sur, entre otras. España tenÃ-a Planeta, Qaralt; habÃ-a cosas muy
interesantes. Metido en ese ambiente empecé a escribir mi primera novela, que resultó ser Gazapo, que de hecho
terminé cuando tenÃ-a diecinueve años, y no se me ocurrió ni siquiera buscar editor. La presenté al Centro Mexicano
de Escritores y me dieron una beca; ahÃ- la rehice y la llevé a la editorial JoaquÃ-n Mortiz, que se tardó tres años en
hacerla, salió en diciembre de 1965. Mientras eso sucedÃ-a, yo no escribÃ-a más que cartas y hacÃ-a periodismo
cultural, hacÃ-a muchas reseñas crÃ-ticas, una plana de periódico, ocho o diez cuartillas a la semana durante cinco
años. Era intensivo el aprendizaje. Cuando salió Gazapo yo dirigÃ-a la revista Claudia, que aparecÃ-a por primera vez,
e iba mucho al cine.
Todos los escritores
Tengo la suerte de haber conocido absolutamente a todos los escritores mexicanos de ese tiempo. A finales de los
cincuenta era muy amigo de Julio Torri, de Andrés Henestrosa, de AlÃ- Chumacero. Después de la publicación de
Gazapo conocÃ- a Octavio Paz y a Carlos Fuentes. ConocÃ-a al grupo de Juan GarcÃ-a Ponce, a Juan Vicente Melo,
Sergio Pitol, Monsiváis, Pacheco; juntos hacÃ-amos la revista Estaciones, de 1956 a 1960, participábamos en la
sección que se llamaba «Ramas nuevas», ahÃ- estaba también José de la Colina. A Rosario Castellanos la conocÃporque era profesora de la Facultad. Y ella algunas veces me invitó a sus clases para que hablara de mi experiencia
literaria. Era muy amigo de Inés Arredondo, de Amparo Dávila, de Guadalupe Dueñas. Era amigo de Juan Rulfo, de
Arreola. Todas las generaciones se daban al mismo tiempo. Claro que yo era de los más chicos. Era muy pequeño
México y estaba muy centralizada la cultura en unas cuantas librerÃ-as, restaurantes, cafeterÃ-as, galerÃ-as.
Fuera de México
Hasta el 68 yo vivÃ- realmente en México. A mediados de ese año me dieron una beca para Estados Unidos, lo que
cuento en A la salud de la serpiente; después volvÃ- a México e hice la revista Caballero, luego hice una empresa propia,
unos libros que se llamaron sep Setentas y una revista que se llamaba Siete, que salieron durante seis años, durante
los cuales yo viajé mucho a universidades europeas y norteamericanas. Toda esa temporada gané más en mis viajes al
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extranjero que lo que gané en México. Fui director de Literatura de Bellas Artes cinco años, hice un periódico que se
llamaba La Semana de Bellas Artes. En este Ã-nter fui profesor en la Facultad de Ciencias PolÃ-ticas de la unam; eso
enriqueció mucho mi formación. Me enriqueció mucho por el trato con los estudiantes, los cuales ahora son los
crÃ-ticos de cine, los novelistas, los poetas de más éxito. Desde 1980 vivo en los Estados Unidos como profesor
universitario. He vivido en diferentes partes de Estados Unidos, lo que también me ha cambiado, supongo. No sé si la
distancia con México me ha afectado. Lo que pasa es que yo soy una persona muy retraÃ-da, me gusta mucho estar
solo, y mi función como escritor en México me impedirÃ-a eso. Me siento muy bien cuando vuelvo y veo a antiguos
amigos, pero en el fondo no soporto mucho tiempo de entrevistas, de actividades públicas. El trabajo académico en
Estados Unidos es muy razonable, te deja mucho tiempo para leer, para tu vida familiar, para reflexionar, para meditar.
Génesis de Retablo de inmoderaciones y heresiarcas
Visitando el cementerio de Querétaro noté que mi familia venÃ-a de dos ramas; los apellidos de mi padre son Sainz
Olvera, entonces en el cementerio de Querétaro vi una tumba de un obispo Olvera, que aparece en mi novela, y vi una
tumba de un señor Sainz, que era el Inquisidor. Pensé: yo soy el resultado de dos facciones en pugna, y decidÃ- hacer
un libro de esa historia.
Los textos
Al hacer un libro de la época colonial me di cuenta que todo lo que sé de ella lo sé por inscripciones, por textos; yo no
tengo una experiencia sensorial de la vida en la Colonia. Cuando empecé a escribir yo me preguntaba cómo
escribirÃ-an eso Sigüenza y Góngora, Sor Juana, Madame Calderón de la Barca. Todos sus textos tienen una gran
represión moral. Pero el erotismo aparece porque hay hombres que no pueden ocultar su lujuria. ¿Cómo se
expresaba esa lujuria? ¿Cómo la expresaban los poetas de la época? Al ir contando la historia yo me iba acordando
de frases, de poemas, y los iba metiendo al texto, y los justificaba pensando que toda la literatura de este periodo no me
dejaba escribir mi texto; entonces mi texto es la historia de una frase que se quiere desprender de toda esas influencias
pero no puede, al mismo tiempo le gustan, las odia, las quiere. AsÃ- fui construyendo el texto. La mayor parte de las
citas, incluyendo las citas en latÃ-n, son de memoria. (Yo tuve una enseñanza que ya no se usa en México: tuve que
aprenderme de memoria todos los textos y las declinaciones en latÃ-n y en griego, y eso realmente no lo olvidas nunca
más). No utilicé libros, fue de memoria, del acervo mental. En la novela, las citas aparecen en cursivas porque yo me
acuerdo más o menos de que es una lÃ-nea de un poema, o de que es un fragmento de otro texto. Pero puede ser que a
veces no me acuerde. SerÃ-a muy difÃ-cil para mÃ- hacer citas de novelas contemporáneas, aunque las puedo hacer,
pero no vienen a mi cabeza tan rápido como los versos, de doce sÃ-labas, o de diez. Mi prosa tiene cierto ritmo, cierta
propensión a la medida, a la enumeración caótica.
La corrosión
A lo largo de todo el texto, ya sea mediante la prosa, la historia, los diálogos, lo que yo hago es notar cómo desde
muy temprano se empieza a corroer el sólido orden religioso, opresivo, colonial. Esa corrosión fue muy lenta, porque
tardó trescientos años en poder romper el orden. Pero tenÃ-a que estar allÃ-, no pueden haber sido trescientos años de
piedra. Los guiños de Doña Beatriz, los pensamientos de «él», son la vibración de esa rebelión.
El retablo
Mi novela se iba a llamar al principio Tentativa de restauración de un retablo barroco, o algo asÃ-. Los retablos son un
ejemplo del arte colonial. Yo quise tomar la estructura del retablo. Cuando ves un retablo, lo primero que notas es que
tiene tres partes, que es un trÃ-ptico, incluso hay algunos que se cierran. Es muy difÃ-cil hacer un libro con ese formato,
entonces quise por lo menos evocar esa forma: distribuÃ- tres párrafos por página. Todo era tan rÃ-gido... En esa época
se consolida el teatro, que es muy sólido en su construcción; las formas predilectas son totalmente medidas, de las
redondillas al soneto. Yo quise recordar irónicamente esa rigidez. La imagen central del retablo en la novela serÃ-a la
imagen que nunca está ahÃ-, pero que siempre es evocada, que es el momento del amor entre el narrador y la mujer.
Beatriz y «él», el hombre que cuenta, o quizá fray Francisco.
La ventaja
La novela recoge todos los escritos anteriores, los asume y transforma. Ésa es la ventaja de escribir en este momento
del siglo xx; puedo leer todo lo anterior, y verterlo de manera distinta. No puedo negar las influencias, es imposible, al
contrario. El escritor cree tener el cien por ciento de su producción controlada, pero en realidad tiene el control del
setenta por ciento, y el treinta por ciento restante lo escriben su sociedad, su época, su educación, sus prejuicios,
muchas cosas. Pero incluso más; desde mi segundo libro procuro dejar abierta la ventana a lo irracional, ver qué pasa,
qué entra por ahÃ-, sabiendo que yo no puedo tener completo control sobre el texto, que no sé quiénes están
escribiendo desde atrás de mÃ-. En este caso, como los identifico, los pongo en letras cursivas.
El principio
Yo no distingo si lo que estoy escribiendo ya lo puse en otra novela; a lo mejor lo repito. Ya llevo muchas novelas
escritas y son muchÃ-simas páginas. Tengo un problema básico cuando escribo: cuando se me ocurre la historia, la
empiezo a escribir en la forma en que conté la historia anterior. Cuando empecé a escribir Retablo... lo empecé a hacer
como estaba escrita A la salud de la serpiente. Lucho para desprenderme, para no repetir la forma anterior, y de esa
lucha surge la nueva forma, una forma que no estaba establecida. Al principio escribÃ- una carta muy larga para
empezar retablo, pero eso era muy aburrido; entonces, después del primer fracaso decidÃ- cambiarlo, que pareciera una
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lengua más libre, más cercana a la expresión poética. El libro todavÃ-a empieza con cierta rigidez, con nombres, y se
va soltando poco a poco, a partir de la quinta página te acostumbras, entras a su sistema narrativo y te vas rápido. La
carta perdió gran parte de su contenido, se deshizo en unas cuantas frases, se esparcieron por el texto, se
desperdigaron. Bloomington, Indiana, abril de 1993Â
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