Antes el culpable de absolutamente todos los males electorales del

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VEINTE DESTELLOS DE ILUSTRACIÓN ELECTORAL
Antes el culpable de absolutamente todos los males electorales del país
era D´Hondt. Ahora la solución mágica a cualquier desafío
representativo parecen ser las listas abiertas. Uno era el malo, las otras
son las buenas, pero el problema de fondo permanece: en ambos casos
nos hallamos ante un maniqueísmo simplista, mal entendido y
completamente desencaminado.
¿Qué se pretende con la reivindicación de las listas abiertas? Parece
que sobre todo dos cosas: acabar con la corrupción y ensanchar nuestra
libertad de elegir. Analicemos con más detalle cada uno de esos
propósitos.
Objetivo uno: acabar con la corrupción. La idea básica sería, según
entiendo, esta: “quiero listas abiertas para poder tachar corruptos de una
lista de partido”. Bueno, pues, en mi opinión, eso es el chocolate del
loro. Algo que distrae la atención de lo verdaderamente crucial. Y aquí
veo al 15M y a muchos movimientos populares algo despistados.
Estamos otra vez, me temo, persiguiendo al elefante de John Travolta.
Los representantes son los partidos, y es a ellos a los que tenemos que
sujetar. Esa es la cuestión fundamental. Sujetar a los partidos. Para eso
solo hay una receta: voto igual y proporcionalidad. Si además, dentro de
cada partido, podemos elegir entre unos y otros representantes, pues
perfecto… pero eso es mil veces menos importante.
Y lo es por una cuestión muy básica. A veces me sorprende el nivel de
exigencia rebajada, y rebajada casi a nivel de súbdito, que encuentro en
ciertos enfoques. “Quiero poder tachar a un candidato corrupto de una
lista” es una proclama inconcebible en Alemania. En Alemania son los
propios partidos los que se encargan de que no haya corruptos en las
listas. ¿Por qué? Porque hay competencia entre ellos, competencia de
verdad. Libre competencia, no duopolio más o menos atenuado. Y, de la
misma manera que, cuando hay libre competencia económica, las
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empresas se encargan de que su mercancía no sea una porquería,
cuando hay libre competencia política, los partidos se encargan de que
no les relacionen con la corrupción.
No sé si les suena el nombre de Theodor Guttemberg. Era el ministro
más valorado del gobierno de Alemania y el delfín de Merkel, su seguro
sucesor. La estrella del partido. Pero, en 2011, en el cenit de su carrera,
con 39 años, una popularidad arrolladora y toda una carrera por delante,
tuvo que dimitir. Y por supuesto fue su partido el que le obligó a
hacerlo. ¿Por qué? Porque se descubrió que, hace años… había copiado
partes de su tesis doctoral en la universidad.
¿Ustedes se imaginan algo así en España? En España, a un sujeto
imputado por lo más inmundo, lo más rastrero y lo más moralmente
despreciable que uno puede concebir… se le protege desde el partido.
Miren el caso de Manuel Blasco, del que el juez observa “sólidos
indicios” de que robaba del dinero destinado a la cooperación
internacional – esto es: a los desheredados del planeta - para pagarse los
coches y pisos de lujo exigidos por su miserable tren de vida. Es de una
bajeza moral tan repugnante que hay que remontarse a cuando Roldán
metió la mano en la caja de los huérfanos de los guardias civiles
asesinados por ETA, allá por 1990. Pero ya ni nos llama la atención.
Porque en los años que han trascurrido entre Roldan y Blasco ha
ocurrido algo muy grave en este país: hemos perdido nuestra capacidad
de indignación. Esto es: nos hemos acostumbrado a la indignidad moral.
Por eso el primer 15M fue tan esperanzador.
Pero volvamos a la corrupción. En Alemania los partidos se encargan
de limpiarse a sí mismos. No porque los partidos alemanes sean
culturalmente mejores que los españoles, o algo así, sino por algo mucho
más sencillo: porque institucionalmente no les queda otro remedio.
Porque disfrutan de un buen diseño representativo, un diseño
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inteligente… no uno manipulado. Es de cajón: si presentan un corrupto
en su lista, los votantes se irán a otra lista sin corruptos. El abc de la libre
competencia. A diferencia de los votantes de centro-derecha españoles,
los alemanes pueden irse tranquilamente a otro partido sin tener que
votar por un partido de izquierda. Por tanto, Guttemberg - cuyo caso de
“corrupción” en España ni aparecería en la prensa, porque sería de risa
– a la calle. Porque en su mismo partido le indican la puerta de salida. A
él, y a cualquiera salpicado por el más mínimo asunto turbio.
Aunque yo los detesto, también es evidente que en los sistemas
Fragmentados la corrupción se controla mejor desde un punto de vista
electoral. Es casi inviable pensar que un sujeto imputado por corrupción
se presente él, con nombre y apellidos, a competir por el escaño del
distrito. Ni su partido se lo va a permitir, ni los electores le van a dejar
ganar. Supongamos un sistema Fragmentado en España, ¿alguien puede
creer que Ana Mato se podría presentar en un distrito como candidata
del PP? No, porque sería como regalarle el distrito al PSOE, o a UPYD, o
a quien fuera. Los dos extremos - Alemania y Estados Unidos, sistemas
Uniformes y Fragmentados – tienen sus mecanismos de control
electoral de la corrupción. Sus mecanismos internos: los propios
partidos se limpian a sí mismos, porque los electores son soberanos y
pueden elegir.
Pero, ¿Y España? En España ni una cosa ni otra. Ni libre competencia
entre partidos, ni candidatos que luchan por el único escaño de un
distrito. En España, lo peor de los dos mundos. Así nos va.
Y aquí nos jugamos mucho, y hemos de enfocar bien la cuestión. Y no
sé si lo estamos haciendo. Yo creo que, por rara que suene, la pregunta
correcta es esta: ¿hay algo más desamparado que un votante de derechas
en España? Si usted es de centro-derecha o de derecha, sólo puede votar
PP, no existe otra opción. No puede comprar otro producto, no hay
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alternativas. En la inmensa mayoría de las circunscripciones no hay ni
siquiera un partido de centro que pueda recoger el descontento de esos
votantes. Solo hay uno de izquierda, el PSOE, al que lógicamente esos
votantes no quieren respaldar. Por tanto, si el PP presenta listas con
imputados por corrupción, esos votantes o se abstienen – que es como
dejar que gobierne el PSOE –, o se tapan la nariz y votan PP, aunque sea
con corruptos. ¿Qué hacen? Hacen esto último, claro. Los votantes de
centro-derecha, como todo el mundo, detestan la corrupción, pero
nuestro sistema representativo no les deja mucho margen. O tragan, o
PSOE. Y tragan, claro. Y, con los votantes de centro-izquierda, tres
cuartos de lo mismo: o votan PSOE, o gana el PP.
Imaginen que pudiéramos tachar nombres de las listas. Eso es, creo, lo
que se persigue con el mantra de las listas abiertas. El nombre técnico no
es ese, es “listas cerradas desbloqueadas”, pero eso da igual. Lo que no
da igual es que así no se combate la corrupción. Así solo se maquilla. La
cuestión no es tachar a los corruptos de una lista, la cuestión es que
ningún partido permita la corrupción en sus listas. Pondré de nuevo un
ejemplo económico. Ustedes no exigen a las marcas de refrescos que, si
se cuela una lata envenenada, la marca correspondiente les pague los
gastos hospitalarios y una indemnización. Es decir, sí lo exigen, pero
mucho antes de eso y sobre todo exigen algo obvio, tan obvio que lo
damos por descontado: que no haya ninguna lata tóxica… ¡Pues claro!
Esa es la exigencia fundamental: que no haya corrupción.
No podemos andar reivindicando el derecho a “tachar corruptos”, lo
que tenemos que exigir es que no existan corruptos. Porque el “derecho a
tachar corruptos” implica, obviamente, que el partido ya lleva, como de
serie, los corruptos en la lista. ¿Recuerdan aquella frase terrible, “mi
marido me pega lo normal”? Esa frase sólo podía explicarse en una
sociedad en la que el machismo estaba tan interiorizado que ni siquiera
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se percibía como anomalía, sino como parte natural del paisanaje. Pues
bien, el “derecho a tachar corruptos” solo es concebible en una sociedad
en la que todos hemos acabado asumiendo algo así como que “mi
partido se corrompe lo normal”. Una sociedad en la que se encuentra
viciada la misma idea de normalidad.
Si dejamos todo como está y la única modificación que se consigue es
la de las listas abiertas, nada va a cambiar con respecto a la corrupción.
Si un partido presenta a un corrupto en sus listas, es porque ese partido
se puede permitir encubrir corruptos sin que la cosa le pase demasiada
factura electoral. Es decir: el mal ya está hecho. La cuestión no es tachar
nombres, la cuestión es tachar la corrupción.
Así que, aquí, la solución no es abrir las listas. Y, desde luego, no es
otro enésimo pacto PP-PSOE contra la corrupción. De hecho, es más
bien al contrario: esos pactos son el problema. Pero aquí nuestra propia
mentalidad se encuentra tan sojuzgada por el bipartidismo que no
acabamos de ver con claridad. ¿Qué alegan siempre las dos empresas de
todo duopolio? Que se van a poner de acuerdo para producir lo mejor
para el consumidor, que no van a pactar precios, etc… es decir: que
entre ellas dos lo van a arreglar todo. “¿Libre competencia? ¡No, por
Dios! No se preocupen ustedes que entre nosotras dos arreglamos esto.
No hace falta que venga otra empresa a competir. Ustedes
despreocúpense y déjenlo en nuestras manos”. El próximo escándalo de
corrupción, observen cómo el PP y el PSOE siguen el manual del
duopolio al dedillo: propondrán un gran pacto anticorrupción… ¡entre
ellos! ¡Un pacto entre los corrompibles! Y la gran mayoría de
periodistas, intelectuales y politólogos les bailarán el agua, porque
hemos perdido la perspectiva por completo.
No se trata de que los dos únicos partidos pacten nada ¿Se imaginan a
dos empresas de refrescos, entre una nube de flashes y cámaras de
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televisión, pactando no volver a envenenar de nuevo sus productos?
Sería su inmediato final, claro… porque hay otras marcas de refrescos.
Pero a eso nos hemos acostumbrado en política, y tan tranquilos. Los
pactos no se hacen entre partidos. Es cada partido el que tiene que
ofrecer un pacto a sus votantes. Y, si no cumple, los votantes se van a
otro partido. Pero para eso hace falta algo obvio: que existan otros
partidos e igualdad de oportunidades. Es decir: que exista libre
competencia. Y sólo entonces todos y cada uno de los partidos tendrán
alicientes para cumplir con sus votantes. Y tendrán esos alicientes por
obligación con sus votantes, no por ningún pacto surrealista… ¡con la
empresa rival! Es el mundo al revés.
Así que la relación de las listas abiertas con la corrupción es más bien
remota. En España el verdadero problema consiste en que los
ciudadanos no tenemos capacidad de castigar a los partidos por sus
coqueteos con la corrupción. Un votante de centro izquierda que quiera
castigar a un PSOE manchado por casos de corrupción – por ejemplo en
Andalucía – solo puede hacerlo al altísimo precio (electoral) de permitir
que gane el PP. Y, si el votante es de centro derecha, ocurre lo mismo: si
castiga al PP por Gurtel, ganará el PSOE. En cuanto electores, los
ciudadanos estamos desapoderados para sancionar a los dos grandes
partidos, porque si castigamos al que menos nos disgusta… ganará el
que más nos asusta. Un precio demasiado alto.
Un último apunte en torno a todo esto. El de la corrupción es un
fenómeno endiabladamente complejo, y no se puede combatir
únicamente desde un frente. Y el electoral es eso: solo un frente. Un
frente fundamental, porque demarca el poder que tenemos los
ciudadanos para castigar electoralmente la corrupción. Pero, más allá de
eso, la corrupción no se combate solo desde las urnas. Hay muchísimos
otros factores que resultan decisivos: despolitizar las escalas superiores
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de la administración, insertar mecanismos de aviso en el sistema (y no
solo de denuncia, cuando ya es tarde), democratizar los partidos
políticos por dentro (esto es absolutamente crucial, porque lo que pasa
en España no tiene parangón a nivel internacional), etc. Hay mil frentes
esperando a ser activados. Así que, en efecto, cambiar el sistema
representativo no va a acabar con la corrupción como por arte de
magia… pero es lo primero que tenemos que hacer para que todo lo
demás empiece a cambiar.
Pasemos al objetivo dos: más libertad. La idea aquí sería “quiero listas
abiertas para poder elegir entre la lista: fulano no, mengano sí”. Nada
que objetar… excepto que lo que sabemos por otros países, y lo que
podemos deducir a nada que pensemos un poco en ello, es que todo eso
es papel mojado. Por muy atractivo que nos parezca exigirlo, se trata de
un derecho que no vamos a usar. Quiero decir, está muy bien tenerlo,
claro. Las listas tienen que ser abiertas (desbloqueadas, más bien, pero ya
les digo que no voy a entrar en la cuestión terminológica). Tenemos que
tener el derecho de votar a fulano y no a mengano dentro de una lista,
por supuesto. Eso no lo discuto. Lo que discuto es el efecto de la medida.
Algunos parecen depositar en ella una esperanza enorme, pero,
créanme, es un derecho que no vamos a utilizar.
¿Por qué? Por los mismos motivos por los que normalmente no
usamos otros votos a los que tenemos, sí, todo el derecho del mundo…
pero que jamás ejercitamos. ¿Quién vota por el presidente de la escalera?
¿Quién por el presidente de su Club Social? ¿Y por el del Colegio
Profesional? ¿Y por el presidente de cada una de las asociaciones de las
que somos socios con derecho a voto? Poquísimas personas. En muchas
ocasiones, ninguna, porque solo hay una candidatura. En otras, ni eso.
¿Por qué? Porque, aunque podamos votar, no hay nada que elegir.
Excepto en casos muy sonados – si se descubre que alguien ha metido
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mano en el dinero de la asociación, o que se aprovecha de su cargo,
básicamente – la cosa no nos quita el sueño, y ni siquiera sabemos quién
ostenta el cargo.
¿Y por qué no hay nada que elegir? Bueno, pues porque ahí no hay
política. Quiero decir, normalmente, en ese tipo de asociaciones lo que
hay es gestión. Con saber que la persona al frente no roba, y poco más, la
cosa funciona. No hay grandes desavenencias, no hay enormes
desacuerdos, no hay diferencias. Y no las hay porque no hay demasiadas
alternativas. Así que está muy bien que, en último término, el poder sea
nuestro, de los socios, y podamos poner las cosas en su sitio si llega el
caso. Pero, mientras tanto, piloto automático…
Y eso es lo que pasa, lo que va a pasar y lo que tiene que pasar dentro
de un partido político. Dentro de un partido no puede haber excesivas
discrepancias políticas. No, por lo menos, en lo relativo a la ideología
(puede haber, y hay a raudales, discrepancias en torno a cuestiones de
poder: cargos, puestos, etc…). Pero, si en un partido hay demasiada
distancia entre lo que defienden unos y otros, algo va mal. Si un partido
me presenta una lista en la que sé que unos miembros están en contra de
las propuestas de otros miembros del mismo partido… qué quieren que
les diga, es probable que no vote a esa jaula de grillos. De hecho, cuando
en un partido existe mucha tensión interna con respecto al programa,
todo apunta a una escisión. Y, cuando no hay tensión, eso significa que
los miembros del partido piensan aproximadamente lo mismo. Pero
claro, si ese es el caso, ¿para qué voy a votar por uno o por otro de los
miembros de la lista, si apenas hay diferencias entre ellos?
Estoy simplificando mucho, pero creo que lo anterior atrapa bien el
meollo de la cuestión. Recuerden la campaña del PSOE entre Rubalcaba
y Chacón. Ni eran primarias, ni los ciudadanos estábamos invitados, de
acuerdo. Era tan sólo un congreso de partido, pero la cosa fue bastante
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reveladora. ¿Alguien recuerda una sola idea por parte del alguno de los
dos candidatos? ¿Algún enfrentamiento dialéctico medianamente
reseñable? ¿Alguna discrepancia seria? No. Y, si eso pasaba entre los
candidatos a dirigir uno de los dos grandes partidos de España,
imaginen el desierto ideológico que serán las listas en las que tendremos
que votar nosotros en su caso: la municipal, la autonómica y la del
Congreso. ¿De veras vamos a ponernos a distinguir entre los fulanos y
menganos de cada una de esas ristras de 10, 20 o 30 nombres de los que
no sabemos prácticamente nada?
¿Y en el Senado? En el Senado ya hay listas abiertas, y nadie las usa.
Absolutamente nadie… lo que creo que es una confirmación empírica
definitiva de todo esto: ¿para qué votar entre alternativas que no se
diferencian entre sí?
Las listas abiertas no van a solucionar ningún problema. Cuando el
15M pide circunscripción única y listas abiertas, lo primero es una
exigencia totalmente fundada que implicaría modificar nuestro
panorama representativo de raíz, tornando el voto igual y poniendo a los
partidos a competir entre ellos en un universo de libre competencia.
Pero lo segundo es, me temo, una ocurrencia de la época, un lugar
común sin demasiada trascendencia. Y es peligroso equivocarse en las
exigencias, porque a los partidarios del status quo conceder las listas
abiertas y dejar todo como está les puede venir de maravilla. Y eso
podría parecer una victoria, pero sería tan solo un brindis al sol: las
cosas seguirían igual. A lo mejor los miserables a los que hayamos
descubierto no consiguen escaño, pero la miseria de la corrupción
seguirá, de un modo u otro, alojada en el bipartito. Así que aquí creo que
conviene tener las cosas claras. ¿Listas abiertas? Muy bien, pero después
de lo verdaderamente importante, mucho después… ¡cuidado con John
Travolta!
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