Felipe Neri y el Oratorio de Roma Pedro de Bérulle y el Oratorio de

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HISTORIA DE LA VIDA CONSAGRADA II
TEMA II – LA EDAD MODERNA
El surgimiento de las Sociedades de Vida Apostólica
Al tiempo que se desarrollaba en la Iglesia la segunda generación de Clérigos
Regulares, se creó una forma nueva de vida: las Sociedades de vida común (ahora
llamadas Sociedades de vida apostólica), cuyos socios, aun viviendo en comunidad,
no se obligan por votos públicos a la profesión de los consejos evangélicos. Su origen
proviene de Felipe Neri en Roma, de donde, bajo la forma de Oratorio, se extiende
después a Francia, aunque con el carácter distinto que les imprime allí Pedro de
Bérulle.
1. Felipe Neri
Nace en Florencia, en 1515. Con 20 años se traslada a Roma. Estudia Filosofía y
Teología. Se encuentra con Ignacio de Loyola y Francisco Javier, piensa incluso en
hacerse jesuita, pero se inscribe en la Compañía de Santiago, dedicada a obras de
caridad. Se ordena sacerdote a los 35 años (1551) y ejerce el ministerio en la iglesia de
san Jerónimo. Tiene un especial carisma de confesor y director espiritual: de ese
carisma nacerá el Oratorio.
Fundación del Oratorio
El Oratorio empieza con un exiguo grupo de penitentes suyos, a los que Felipe dedica
gran parte de la jornada en una asidua obra de formación, a base de lecturas y
conversaciones espirituales. Ellos constituyen un oratorio o centro cristiano. El número
de miembros va creciendo y tomando una figura más precisa: es un centro de libre
acogida de jóvenes y hombres, que se encuentran cotidianamente en horas determinadas
para escuchar juntos la Palabra de Dios, leer libros espirituales y comentarlos de modo
familiar, más afectivo que intelectual. Las conversaciones se mezclan con cantos, y el
encuentro acaba con una oración. Los más adictos se quedan aún con el Padre para
hacer una media hora de oración mental y otra media de preces. Se reúnen incluso el
domingo por la mañana. Después de la Misa, ponen en común sus experiencias en las
visitas a los enfermos y hospitales, y se distribuyen las de la semana siguiente.
Las personas más adictas forman el Oratorio pequeño, mientras que las que asisten sólo
a las reuniones generales constituyen el Oratorio grande. Ni uno ni otro tuvieron en
vida de Felipe un reglamento escrito, ni mucho menos aprobación canónica alguna. Una
iniciativa original fue la visita de las Siete Iglesias durante el tiempo del carnaval, en la
que llegaron a participar millares de personas. El Oratorio se convirtió poco a poco en
un instrumento de restauración de la vida cristiana y de reforma de costumbres en la
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Roma postridentina. Proyección viva del alma de Felipe, hizo de él el personaje
religioso más popular de Roma en la segunda mitad del XVI.
A1 terminar el Concilio de Trento (1563), Felipe tuvo que aceptar a regañadientes la
dirección de la iglesia de san Juan de los Florentinos, donde empezó a convivir
comunitariamente con algunos miembros del Oratorio. Con el tiempo se formó
lentamente un cuerpo homogéneo de sacerdotes a los que varios motivos unían en
común estrechamente: el empeño solidario en el ejercicio del mismo ministerio, según
el método oratoriano y en fidelidad a sus prácticas; una cierta uniformidad de vida en
común; sobre todo, la dependencia espiritual y disciplinar de todos respecto a Felipe
Neri. Entre 1571-72 se delineó ya claramente la idea de una comunidad de sacerdotes
regularmente constituida, con iglesia y vivienda propias. La Bula Copiosus in
misericordia de Gregorio XIII del 15 de julio de 1575 erigirá canónicamente en la
iglesia de santa María de Vallicella la Congregación de sacerdotes y clérigos
seculares, llamada Oratorio, autorizándole a darse Constituciones.
Organización, estilo de vida, difusión
Durante los primeros años, dos tendencias se mostraban en esta comunidad de
sacerdotes: la de Felipe, que la concebía restringida a Roma, y la de Tarugi, Talpa y
Bordini, que soñaban con una extensa irradiación del Instituto, concebido como un
seminario de hombres hechos y derechos del clero secular, que pudiese esparcirse por
diversas partes del mundo en ayuda de los Obispos y de las iglesias. Prevaleció la
segunda concepción, y el Oratorio se propagó. Esto agudizó las tendencias: mientras
en Roma, Felipe conservaba la espontaneidad y la libertad en la caridad, en Nápoles,
Talpa reducía la libertad con una disciplina que tendía a Instituto Regular.
Felipe moría en Roma en el año 1595. Las Constituciones, comenzadas en 1583, fueron
redactadas en varias etapas, sucesivamente reelaboradas, hasta su formulación definitiva
en 1610. Esta formulación fue aprobada por Pablo V dos años después. En este mismo
año, la casa de Nápoles se hacía autónoma, y las Constituciones sancionaban la
independencia de las casas, con expresa declaración de no exención del Ordinario del
lugar: así se formaron diversas Congregaciones de clérigos seculares del Oratorio. En
1596 se funda en Francia. Durante el siglo XVII el Oratorio se extendió en 150
Congregaciones, esparcidas por Europa, América e India.
La vida comunitaria oratoriana, formada por hombres que conviven sin lazos de votos
religiosos, es un estado alejado de las observancias monásticas y de la relajación
mundana. Vivimos como sacerdotes meramente seculares, con alegría, una vida
ordinaria sin ninguna singularidad, atendiendo solamente a la simple palabra de Dios,
oraciones a sus tiempos y frecuencia de sacramentos, tanto para nosotros como para
los demás, reteniendo nuestras cosas, comiendo parcamente, sí, pero no austeramente,
y teniendo las habitaciones no suntuosas pero tampoco pobres de solemnidad. Esta
descripción del tenor de vida de los oratorianos expresa el espíritu de Felipe Neri,
basado en la humildad, y caracterizado por la alegría, por la discreta moderación, el
heroísmo del sentido común, la abnegación de sí mismo, y la caridad fraterna que se
traduce en acogida, comprensión y solicitud por los que sufren.
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La finalidad y compromiso de los Oratorianos -sean sacerdotes, clérigos o laicos- es
vivir libremente los consejos evangélicos, practicando fielmente la vida en común,
reproduciendo el ideal de la cristiandad primitiva.
2. Pierre de Bérulle
Dos de los discípulos más aventajados de Felipe Neri, Tarugi y Bordini, fundaron en
Provenza dos oratorios filipenses a finales del XVI; en Saboya, el oratoriano J. Ancina,
había fundado otro, en relación con Francisco de Sales. Con este ejemplo, Pedro de
Bérulle, que quería reformar el clero francés del siglo XVII, funda el Oratorio de
Francia. Pedro de Bérulle nació en 1575. Estudió en los jesuitas de Clermont, en París;
luego Derecho, y, después teología, en la Sorbona. Se ordena sacerdote en 1599. En
1602 practica los Ejercicios con los jesuitas en Verdún y ve clara su vocación: la
perfección en el estado sacerdotal. Influido por su prima, Madame Acarie (beata María
de la Encarnación) y por Francisco de Sales, comienza por traer a Francia las Carmelitas
reformadas por santa Teresa: lo consigue en 1604, y permanece toda la vida superior y
visitador de éstas, que se propagan rápidamente en suelo francés.
Pero su principal preocupación son los sacerdotes. La situación de éstos en la Francia
de principios del XVII no era ufana: al escepticismo, ligado a las guerras de religión,
se unía una profunda degradación de la figura del sacerdote; el sistema de beneficios,
la ordenación de muchos para celebrar misas en sufragio de alguna familia, la falta de
responsabilidad pastoral, la frecuente incultura, la pereza e incluso la corrupción,
trazaban un cuadro de situación no muy halagüeño. Bérulle quería reformar esta
situación. Impulsado por Francisco de Sales, por las Carmelitas Descalzas y por el
Obispo de París, Pedro Gondi, se decide a fundar el Oratorio de Francia, con cinco
compañeros, el 11 de noviembre de 1611. Pablo V lo aprobará dos años después.
Aunque inspirándose en Felipe Neri, Bérulle es muy distinto de él; es un hombre
pensativo, metafísico, diplomático y organizador. Coincide con Felipe en la
profundidad del objetivo: hacer vivir juntos a los sacerdotes sin otro lazo que la
caridad y sin pronunciar votos. Son distintos tanto de los Religiosos, que hacen votos,
como de los sacerdotes normales, que no llevan vida en común. Bérulle funda el
Oratorio sobre el Sacerdocio de Jesús, Verbo Encarnado: todo gravita en torno al
Verbo Encarnado como la tierra gira en torno al sol... Como los Franciscanos imitan
la pobreza de Cristo o los jesuitas su obediencia, los Oratorianos deberán imitar a
Cristo en su relación al Padre, Cristo ‘religioso del Padre’ y sólo ‘adorador del
Padre’. La adoración ocupa un lugar importante en la espiritualidad de Bérulle: todo
para él es causa de adoración, de descubrimiento profundo de Dios. La actividad del
sacerdote estará, por tanto, mucho menos ligada a su obrar que a su ser; ser que es
necesario se adhiera a Cristo, para que Este pueda penetrarlo, invadirlo y actuar a
través de él.
El Oratorio de Francia se difunde rápidamente: en 1629, a la muerte de Bérulle, tiene 60
casas y 400 miembros. Bérulle es el iniciador del movimiento de la reforma sacerdotal
francesa del siglo XVII. Entre sus discípulos tenemos a Vicente de Paúl, Juan Eudes y J.
Olier (fundador de los Sulpicianos).
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3. Francisco de Sales y las monjas de la Visitación
Francisco de Sales es el padre espiritual de los seglares del siglo XVII en Francia y el
inspirador de toda la espiritualidad seglar moderna. Es un maestro del llamado
humanismo devoto; cuya carta magna serían los primeros capítulos de su Tratado de
amor de Dios. Su característica principal cómo escritor espiritual es la de haber
intentado hacer asequible a todas las personas, no sólo a los religiosos, la práctica de un
cristianismo más perfecto.
Nace en Saboya el 21 de agosto de 1567. A los 11 años va a estudiar en el colegio de los
jesuitas de Clermont, en París. Diez años más tarde (1588) estudia Derecho en la
Universidad de Padua, donde se doctora in utroque iure. Vuelto a Saboya, le consiguen
el cargo de preboste del cabildo de san Pedro de Ginebra, en 1593, a finales de ese
mismo año se ordena sacerdote. Destaca en la predicación y su obispo le envía, en 1594,
a predicar en la región de Chablais, protestantizada y recientemente recuperada por el
duque de Saboya que la quiere re-catolizar. Trabaja allí durante cinco años. En 1599 es
nombrado por Clemente VII obispo coadjutor de Ginebra.
Cuando en 1602 muere el Obispo titular, Francisco le sucede en el cargo, al frente de
una diócesis vasta y pobre, en la cual 130 parroquias están en manos de los protestantes.
Tomando como modelo a Carlos Borromeo, se entrega a la reforma de su diócesis por
medio de la aplicación de los decretos del Concilio de Trento. Predica constantemente, e
incluso, para animar a los sacerdotes, se pone a enseñar el catecismo a los niños en su
ciudad episcopal. A la vez, como director de conciencias y escritor espiritual, se
esfuerza por promover en los seglares una vida religiosa personal y ferviente. En 1608
escribe su Introducción a la vida devota, obra orientada a una élite cristiana presente en
la sociedad y, sobre todo, en la creciente clase burguesa. El libro tiene un éxito enorme,
y se publican 40 ediciones en vida de su autor. La razón de este éxito está en que acierta
a proponer, con estilo personal y único, el ideal del humanismo devoto a los seglares
cristianos.
La Visitación
En la cuaresma de 1604, predicando en Dijon, se encuentra con la joven viuda Juana
Francisca Frémiot, baronesa de Chantal, muy avanzada en los caminos espirituales.
Entonces se plantea el problema: a las mujeres que se orientaban hacia la vida religiosa
no se les ofrecía sino los conventos reformados, que exigían una salud robusta para
adaptarse a las austeridades de la regla, o casas relajadas, que no presentaban más
que una caricatura del estado religioso. ¿No había lugar para una pequeña
congregación que, poniendo el acento sobre la mortificación interior, hiciera accesible
la vida religiosa a las viudas o a las jóvenes a las que no atraían las austeridades o que
no las hubieran podido soportar? Así se siembra la semilla de una nueva forma de vida
religiosa. La intención de Francisco no era, al principio, crear una Orden en el sentido
fuerte del término, sino una simple congregación: no tenía en perspectiva la clausura
rigurosa, cuya obligación había urgido el Concilio de Trento para las monjas de votos
solemnes, sino que tenía la intención de congregar una pequeña familia religiosa cuya
finalidad principal fuera la vida contemplativa, pero en la que cupiera también la
asistencia a los pobres y a los enfermos.
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Había que preparar a la fundadora y dejarle tiempo para que atendiera primero a la
educación de sus cuatro hijos. En 1607, Francisco de Sales le declara abiertamente su
proyecto. Desde aquel momento el nuevo Instituto, llamado de la Visitación de Nuestra
Señora nace virtualmente, aunque una serie de dificultades prácticas retardara tres años
su ejecución. Por fin, el 6 de junio de 1610, Juana de Chantal y dos compañeras
inauguran la vida común en Annecy. Francisco se contenta con darles un esbozo de la
Regla y con bendecirlas en nombre de Dios Trino. Pronto las postulantes fueron una
decena.
El 14 de enero de 1612, la madre Chantal comienza la visita a los pobres, y, en el otoño
del mismo año, la pequeña comunidad cambia de casa, donde permanecerá hasta la
Revolución. Entretanto, unas damas de Lyon visitan la fundación y proyectan inaugurar
en su ciudad algo semejante. Chantal va a Lyon en enero de 1615, y en junio del mismo
año Francisco va también allí, a tratar el asunto con el Arzobispo de Lyon. Pero éste
tenía ideas sobre la vida religiosa diferentes de las de Francisco, y le expresa su deseo
de que las hermanas de Lyon no salgan a visitar a los enfermos, sino que se constituyan
en una verdadera Orden religiosa. Después de madura reflexión, Francisco cede al deseo
del Arzobispo para preservar la unidad de la Visitación, y, en 1618, un Breve pontificio
erige la Visitación en Orden canónica, con la clausura que exigía el Concilio de Trento
y que san Pío V había endurecido más.
Sin embargo la Orden de la Visitación conservaba su originalidad: la dulzura relativa de
la Regla estaba compensada por la insistencia puesta sobre la lucha contra el egoísmo y
el amor propio para liberar el alma y hacerla disponible a la acción divina. Francisco les
da la Regla de San Agustín para las Monjas, precedida por un prólogo titulado Fin para
el que esta Congregación ha sido instituida, en el que recuerda que esta Congregación
ha sido erigida de suerte que ninguna grande aspereza pueda impedir que los débiles y
enfermos se inscriban en ella, para vacar a la perfección del amor divino. A la muerte
de Francisco en 1622, la Orden de la Visitación contaba con 13 monasterios.
Desde ese momento, Juana de Chantal se convierte en la madre del nuevo Instituto, en
el significado más pleno de la palabra, plasmando su espíritu y viviéndolo en absoluta
fidelidad al carisma inicial. Lo que la movía por encima de todo era no parar el
dinamismo y la vitalidad de la obra salesiana. Nuevas y abundantes fundaciones se van
sucediendo, incluso fuera de Francia, hasta 1641, en que, al morir, deja establecidos 87
monasterios de la Visitación.
La fundación de Francisco de Sales, en su forma originaria, supuso otro paso, después
de los intentados por Angela Mérici, Juana de Lestonnac y Mary Ward, en la evolución
de la vida religiosa femenina. Paso que quedará también frustrado, al menos
parcialmente. Francisco, de acuerdo con su orientación de la vida cristiana, intentó un
modo de vida consagrada más atento al interior que al exterior, exigente en la ascesis
del corazón, pero moderado en las formas jurídicas externas. Intentó también una
integración de la vida contemplativa con el servicio de la caridad por la asistencia a los
enfermos, a los que sus religiosas debían visitar en sus propias casas. A la vez admitía
entre ellas a personas que, no pudiendo separarse del mundo por motivos justificados,
podían, sin embargo, llevar una vida religiosa a temporadas. De este modo, la fundación
de Francisco de Sales, en su estructura original, al distanciarse de las formas
tradicionales de vida religiosa femenina, se insertaba en aquel grandioso movimiento
que desde aquel tiempo se reveló con toda su fuerza y que llevó a la constitución de
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formas de vida religiosa más cercanas al mundo, es decir, a las congregaciones y las
sociedades de vida común sin votos.
En el mismo siglo XVII en que Francisco de Sales planteaba así la vida religiosa
femenina, un discípulo espiritual suyo, Vicente de Paul, iba a crear origen a una nueva
forma de vida consagrada para la mujer, que, sin ser forma religiosa propiamente dicha
por faltarle los votos públicos, se adaptaba a las necesidades del tiempo practicando
heroicamente la caridad fraterna en el servicio a los pobres y enfermos. Se iba abriendo
camino así la vida consagrada femenina hacia las estructuras que se mostrarán tan
eficaces y adaptadas a las necesidades de los tiempos, ampliando el único modo
posible hasta entonces para la mujer de consagrarse a Dios, es decir, el modo
monástico.
4. Vicente de Paul. Compañía de la Misión-Hijas de la Caridad
En 1581 nacía Vicente de Paúl, en el seno de una modesta familia campesina. De
espíritu despierto y vivo, su padre decidió hacerle estudiar en la vecina ciudad de Dax,
donde los Franciscanos regentaban un internado de segunda enseñanza. La avispada
inteligencia del muchacho hace que el guardián franciscano le recomiende a un rico, que
lo contrata como preceptor de sus hijos y le encamina al estado clerical. En 1596,
Vicente recibe la tonsura y las órdenes menores, y al año siguiente comienza sus
estudios universitarios en Toulouse. La vida de estudiante-profesor le resulta dura, y
decide conseguir pronto un beneficio eclesiástico, ordenándose para ello de sacerdote.
Proceso personal
El 23 de septiembre de 1600, a sus 19 años, se ordena de presbítero. A los veinte años
para Vicente de Paúl el sacerdocio no es una vida, sino un medio de vida, una manera
de medrar. Poco después de su ordenación es párroco. En 1604 decide dar por terminada
su carrera universitaria, coronándola con el certificado de bachiller en teología. Bajo la
protección de un duque, aspira a un obispado; pero este proyecto se derrumba porque en
un viaje a Marsella, es hecho prisionero por corsarios berberiscos, que le llevan cautivo
a Túnez, donde pasa dos años de esclavitud para Vicente. Liberado, viaja a Roma para
buscar un buen beneficio. Pero también este proyecto humano fracasa. En Roma
conoce, la Cofradía de la Caridad. A finales de 1608, Vicente se dirige de Roma a
París, en busca siempre del ansiado beneficio, indispensable en sus planes para la
estabilización económica de su vida. Pero aquí le espera un grave contratiempo porque
le acusan de ladrón. Todo este asunto de la acusación de robo le aconteció a Vicente en
1609. Este iba a ser el primer eslabón de la larga cadena de su reconversión.
El año 1610 fue decisivo para la vida de Vicente de Paul. En marzo abril conseguía,el
nombramiento de capellán de la ex reina Margarita de Valois y también entra en
contacto con Pedro de Bérulle, poniéndose bajo su dirección espiritual; esto le lleva al
círculo de las personas más fervorosas y activas de la Iglesia de Francia que se
esforzaban por implantar en su país la Reforma del Concilio de Trento. La influencia
directa de Bérulle sobre Vicente se iba a prolongar durante siete u ocho años.
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En 1612, por mediación de Bérulle, es nombrado párroco de Clichy-La Garonne, cerca
de París. Por aquel mismo tiempo se había desencadenado en Vicente una terrible crisis
espiritual de tentaciones contra la fe, que, en su oscuridad, iba a envolverle durante tres
o cuatro años. Vicente redobla la oración y la penitencia, y, externamente, se entrega a
la práctica de la caridad. Esta parece ser la coyuntura decisiva de su vida. Durante ella
se dedica al trabajo pastoral con los 600 habitantes de su parroquia. Su actividad se
extiende a todos los ámbitos, desde el material de reparar el templo hasta el espiritual de
predicación, visita a enfermos, socorre a los pobres. Aquí encontró su felicidad: Creo
que el papa no es tan feliz como un párroco en medio de un pueblo que tiene el corazón
tan bueno. En Clichy, además de la predicación y de la caridad, Vicente tiene la
iniciativa de reunir en tomo a sí a un grupo de diez o doce muchachos aspirantes al
sacerdocio, para atenderlos y formarlos. De este modo, en Clichy se ponían, sin que lo
supiera el propio Vicente, los cimientos de sus tres obras posteriores: Misión, Caridad,
Sacerdocio.
En 1613, Bérulle le invita a dejar Clichy e ingresar como preceptor en una de las más
ilustres familias francesas: los Gondi. Allí, con la ampliación de horizontes, iba a
descubrir su vocación. Se traslada a la residencia parisiense de estos ricos señores, que
apreciaron pronto su valía y le colmaron de beneficios. Eso era lo que él había soñado
toda su vida. Pero ahora que lo tenía, había cambiado su actitud interior. Fue
renunciando a sus beneficios y se dedicó concienzudamente a la educación de sus
pupilos. Pero esto no le satisfacía, y, en el fondo, se sentía ocioso. Fue entonces cuando
empezó a trabajar por su cuenta, primero con los criados y vasallos de sus señores,
después con los campesinos de los territorios vecinos. Allí se dio cuenta del grado de
abandono espiritual del pueblo pobre, y resolvió entregarse por entero al servicio de los
pobres. Esto ocurrió entre 1613 y 1616, es decir, entre sus 32 y 35 años. Era el punto
culminante del proceso de su conversión. En cuanto tomó esta resolución se vio libre
por completo de la pesadilla de las tentaciones contra la fe. Fue el descubrimiento de su
vocación. Pronto iba a ponerla en práctica. Más tarde, en contacto con los pobres
Vicente sintió que aquella era su misión: llevar el Evangelio al pobre pueblo
campesino.
Había descubierto su vocación y comprendía que no era en casa de los Gondi donde
podría realizarla. Le llamaba el pueblo, el sencillo y pobre pueblo del campo. Expuso su
plan a Bérulle, el cual le ofreció la parroquia vacante de Chatillon-les-Dombes para que
empezara a realizarlo. Vicente partió al momento. Predicaba sin descanso; pasaba largas
horas en el confesionario. Y, sobre todo, allí inventó la caridad. E1 23 de agosto de ese
mismo año 1617 reunió a un grupo de piadosas mujeres y les animó a crear una
asociación para asistir a los pobres enfermos del pueblo: había nacido la primera
asociación de la caridad. El Vicario General de Lyon aprobó el reglamento y la erigió
en Cofradía, constituyéndose como tal el 8 de diciembre. Las damas eran doce. Ya tenía
puestos los cimientos de sus dos pilares: la evangelización y la caridad, ambas respecto
a los pobres. Por diversas circunstancias, tuvo que volver con los Gondi, en cuyas
tierras puso en marcha un plan de evangelización, asumiendo la misión a título personal.
Predica misiones, jornadas de intensa predicación, que duraban de cinco a seis semanas;
eran un cursillo intenso y práctico de cristianismo, que terminaba con confesión general
y la institución de la Compañía de la Caridad.
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Pero a la par de este trabajo con los campesinos, Vicente empieza a visitar, también en
1618, a los galeotes de París, preocupándose de su mejora material y de su asistencia
espiritual. Un tercer campo de su caridad fueron los mendigos con los que empieza toda
una obra asistencial. Por esta época conoce a Francisco de Sales en París, cuya influencia,
después de la de Bérulle, iba a marcar decisivamente su vida. Las relaciones entre ambos
llegaron muy pronto a una familiaridad íntima, tanto, que Francisco de Sales continuó
siendo el mentor espiritual de Vicente.
La Compañía de la Misión
En 1624, Vicente, presionado por Madame Gondi se decide, después de mucha reflexión,
a institucionalizar sus misiones campesinas, en las que era acompañado por un grupo
inestable de sacerdotes, tendiendo a la creación de una nueva comunidad dedicada
establemente a la predicación de misiones. Para ver si tal era la voluntad de Dios hace
dos veces Ejercicios Espirituales en el mismo año clave de 1624.
Para preparar la fundación, recaba el nombramiento de principal y capellán del Colegio
Bons Enfants, de la Universidad de París, y obtiene el título de licenciado en derecho
canónico. Bons Enfants era una residencia de estudiantes becarios de la Sorbona, que
estaba a punto de extinción; Vicente se hizo nombrar director con la intención de
albergar allí al pequeño grupo de misioneros que compondría el núcleo inicial de la
nueva Comunidad. Por entonces entabla también amistad con Luisa de Marillac, que de
tanta ayuda le iba a servir más tarde. Casada con Antonio Le Gras, propendía a la
introspección, al escrúpulo y a la angustia. Con su marido gravemente enfermo, Mons.
Camus, Obispo de Belley, se la presentó a Vicente, quien, de entrada, la recibió como
una carga u como una posible rémora para la fundación de la Congregación de la
Misión.
El 17 de abril de 1625, en el palacio de los Gondi, nacía la nueva entidad eclesial de la
Compañía o Congregación de la Misión, mediante un contrato en el que el fundador se
comprometía a reunir en el plazo de un año seis eclesiásticos que, renunciando al
trabajo en las grandes ciudades, se dedicaran entera y exclusivamente a la salvación
del pobre pueblo... Su superior y director vitalicio sería Vicente de Paúl. Se redactaría
un reglamento comunitario cuyas líneas fundamentales serían: vida en común bajo la
obediencia del Vicente, trabajo espiritual en las misiones desde octubre a junio, retiro
espiritual de tres o cuatro días al mes, y ayuda á los párrocos que lo solicitasen durante
el verano.
A sus 45 años, Vicente de Paúl, en plena madurez y seguro de la voluntad de Dios, se
convertía en fundador. Su mayor ocupación era la de reunir el pequeño grupo de
misioneros a que se había comprometido. Comienza por obtener la aprobación de la
futura asociación, del Arzobispo de París. Cuatro meses más tarde firmaban el acta de
agregación a la naciente compañía tres sacerdotes, poco después se incorporaban a ella
otros cuatro miembros. La pequeña compañía era ya una realidad. Vicente, más que
superior, era líder, y un pequeño reglamento regulaba los actos comunitarios. El deseo
de estructurar sólidamente la compañía impulsó a Vicente a proponer una práctica
común a la mayoría de las comunidades: la emisión de votos. Vicente escribe:
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Quiso Dios darle a la compañía desde el principio el deseo de situarse en el
estado más perfecto que pudiera, sin entrar en el de religión; para ello hicimos
los votos... esto se hizo ya en el segundo o tercer año; esos votos de pobreza,
etc., eran simples y los renovamos luego dos o tres años. Estos votos eran
privados.
Un segundo campo de apostolado se abrió pronto a la incipiente Compañía: los
ejercicios piadosos a candidatos al sacerdocio. La reforma del clero era una
preocupación fundamental en aquellos momentos. En sus correrías apostólicas, Vicente
tuvo ocasión de constatar lo alarmante de la situación del clero, por ello intenta imbuir
de espíritu sacerdotal a los aspirantes al sacerdocio.
La tercera obra de Vicente fue la de las Cofradías de la Caridad. Todas las misiones se
cerraban con la fundación de la cofradía en la parroquia. De las tierras de los Gondi, estas
cofradías irradiaron a territorios vecinos y llegaron a París en 1629. Esta creciente
difusión de las caridades obligó a Vicente a plantearse el problema de una organización
central que las coordinase entre sí y velase por el buen espíritu de cada una de ellas. Quien
mejor podía realizar visitas periódicas a las caridades era una mujer. Vicente recurrió a la
más adicta y fervorosa: Luisa de Marillac. Una vez formada, la lanzó a las visitas en
1629. Su actividad fue intensísima hasta 1633, en que resolvió consagrarse de por vida al
servicio de los pobres.
Mientras tanto, Vicente se preocupaba de obtener las aprobaciones oficiales que dieran
consistencia jurídica a su Compañía. La aprobación del Rey fue concedida en mayo de
1627. Urbano VIII aprobaba, en los términos y condiciones deseadas por su
fundador, la Compañía o Congregación de la Misión, con la bula Salvatoris nostri del 12
de enero de 1633.
El cuerpo de la bula traza las líneas fundamentales del Instituto: dedicarse, junto con
la propia salvación, a la de los habitantes de las pequeñas poblaciones del campo,
sin predicar en las ciudades sino para dirigir los ejercicios a los ordenados. Se
describen los ministerios: la enseñanza de las verdades de la fe, las confesiones
generales, la administración de la eucaristía, la predicación, el catecismo, la
erección de cofradías de la caridad, el arreglo de las discordias, los ejercicios
espirituales a los párrocos, el fomento de las reuniones sacerdotales para estudiar
los casos de conciencia. Se delinea la estructura jurídica: una Congregación de
sacerdotes seculares y de laicos sometidos a la autoridad de un superior general
vitalicio. Con esta Bula nace una entidad original: está compuesta de sacerdotes
seculares y de laicos, no son religiosos; hacen votos privados; están exentos de la
autoridad episcopal.
La cuestión de hacer o no votos, se resolvió en 1655, tras un largo y doloroso proceso
con el breve de Alejandro VII Ex comissa nobis, que sancionaba la praxis de los votos
simples, perpetuos, reservados al Romano Pontífice y al Superior de la Congregación de
la Misión, la cual, sin embargo, no se convertía en orden religiosa, aunque quedaba
exenta del Ordinario del lugar. Era una novedad enteramente original: emisión de votos,
carácter secular del Instituto y exención de los Obispos. La negativa de Vicente a abrazar
el estado religioso fue constante: la secularidad fue una característica inherente a la
Congregación desde sus orígenes, formada por un cuerpo de sacerdotes seculares.
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Haber logrado la compatibilidad de los votos con el carácter secular fue la genialidad
de Vicente.
En el año 1633 pone en marcha dos nuevas iniciativas: las Conferencias de los martes
(futuras Conferencias de San Vicente) y la fundación práctica de las Hijas de la
Caridad.
Hijas de la Caridad
Las Cofradías de la Caridad, fundadas después de la Misión, fallaban en las
capitales: las señoras se empezaban a cansar del penoso servicio personal a los
pobres y se hacían reemplazar por sus sirvientas. Sin prescindir de las caridades
Vicente empezó a pensar en una asociación cuyos miembros compensaran los fallos
de aquellas y consagraran su tiempo al servicio de los pobres. Y así nació la
Compañía de las Hijas de la Caridad.
Poco a poco comenzaron a juntarse un grupo numeroso que crecía sin cesar, hasta
convertirse en institución autónoma con organización estable. Pero el peligro era que
se transformaran en monjas y se las encerrara en un convento. Vicente, aleccionado
por la experiencia de Francisco de Sales, evitó hábilmente el peligro, agrupándolas
como seglares, sin hábito y sin noviciado, con la indumentaria propia de las aldeanas de
su tiempo. Para formarlas y dirigirlas se necesitaba una mujer capacitada, y ésta
ninguna mejor que Luisa de Marillac.
Las Hijas de la Caridad nacieron como un modesto proyecto de ayuda a las
Cofradías de la Caridad: se trataba de perfeccionar y completar el proyecto de las
cofradías de la Caridad poniendo en cada parroquia un pequeño equipo de mujeres
consagradas por entero al servicio de los pobres, de unir entre sí a esos equipos y
formar con ellos una comunidad sometida a una disciplina única y dotada de un
espíritu. El espíritu de esta nueva "Compañía" fue expresado por Vicente así:
El fin principal para el que Dios ha llamado y reunido a las Hijas de la
Caridad es para honrar y venerar a nuestro Señor Jesucristo como manantial
y modelo de toda caridad, sirviéndole corporal y espiritualmente en la
persona de los pobres, ya sean enfermos, niños, encarcelados u otros
cualesquiera que por rubor no se atreven a manifestar sus necesidades
Servir a los pobres. Los ricos tenían demasiadas personas que les sirvieran; los
pobres tendrían de ahora en adelante, a las humildes y abnegadas Hijas de la
Caridad. El servicio que les prestarían no iba a ser solamente corporal, sino también
espiritual. Pero el gran peligro era que se tomase a estas servidoras de los pobres por
una nueva Orden Religiosa; porque religiosa, en la terminología de la época,
equivalía a vida de clausura, y ello era incompatible con el servicio a los pobres. Ya
lo advertía Vicente: Quien dice religiosa quiere decir enclaustrada, y las Hijas de la
Caridad tienen que ir por todas partes. Evitó con sumo cuidado todo lo que supiese
a lenguaje religioso: las llamó primero Cofradía, y, después, Compañía. No
adoptaron hábito alguno, sino que siguieron vistiendo el traje de aldeana. Y en un
párrafo clásico, describió su estilo de vida.
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No teniendo, ordinariamente, por monasterios, sino las casas de los
enfermos; por celdas, cuartos de alquiler; por capillas, las parroquias; por
claustros, las calles de la ciudad o las salas de los hospitales; por clausura,
la obediencia; por rejas, el temor de Dios, y por velo, la santa modestia...
Para la formación de las personas que habían de llevar este género de vida, Vicente
contó con la valiosísima ayuda de Luisa de Marillac. En 1633 con 42 años, viuda y
con un hijo, se hizo cargo de la dirección de las Hermanas. Con no pequeño
esfuerzo, se sobrepuso a sus problemas familiares, y ejerció su oficio de directora
con seguridad y aplomo crecientes, sin ser mera delegada de Vicente: dirigía,
orientaba, decidía cada vez con mayor soltura y confianza. En 1634 puso por escrito
un pequeño reglamento que Vicente explicaba: era una regla breve y sencilla.
Cuando en 1655 se obtuvo la aprobación eclesiástica del Arzobispo de París,
Vicente dio forma a las Reglas comunes, o código fundamental, válida para todas las
Hermanas y casas. El 25 de marzo de 1642 emitieron los votos, privados pero
perpetuos, las cinco primeras Hijas de la Caridad. Después de la muerte de Vicente se
generalizó la costumbre de hacer votos temporales, renovados cada año el mismo día
de la Encarnación.
El ámbito de acción de la Hijas de la Caridad estuvo al principio limitado a París,
donde estaba la casa-madre; atendían a las Caridades parroquiales y a otros cinco
establecimientos especializados. La difusión fuera de la ciudad comenzó en 1638 y ya
no se detuvo. Se os pide de todas partes, repetía Vicente. En pocos años hubo unas 50
casas repartidas por Francia. Las comunidades no eran numerosas. La mayoría constaba
de dos o tres hermanas, que vivían ya en una habitación de alquiler, ya en casa de la
dama de la Caridad que las había solicitado o en locales cedidos por la cofradía, la
parroquia o el ayuntamiento. La tarea principal era el servicio de los pobres a domicilio.
Las Hermanas eran, en una pieza, sirvientas, enfermeras y catequistas. Otras se
dedicaron a enseñar a las niñas. Algunas comenzaron a atender a los hospitales:
Vicente, aun comprendiendo el gran servicio prestado en ellos, temía que éstos acabasen
por ahogar el servicio a domicilio, que constituía la vocación primera de la Compañía.
Niños expósitos, galeotes, mendigos, ancianos, huérfanos, emigrados, jóvenes en
peligro, arrepentidas, damnificados de guerra, pobres vergonzantes, exiliados: a todos
estos campos se extendió la fabulosa actividad caritativa de Vicente de Paúl; y en
todos ellos tuvo como principales colaboradores a las Hermanas, inquebrantablemente
fieles a la obra, que llevaban la carga más pesada: asombroso espectáculo de heroísmo
anónimo de unas mujeres sencillas que eran verdaderas discípulas de Cristo.
Al morir Vicente, sus sucesores sistematizaron y promulgaron las Reglas Comunes de
la Hijas de la Caridad. En 1668 éstas se transformaron en Asociación de Derecho
Pontificio, dependiendo en su régimen interno del Superior General de la
Congregación de la Misión y manteniendo su índole secular, que nunca perdieron. En
1700, las Hijas de la Caridad llegaron al millar, repartidas entre unas 300 casas.
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