ENTRE EL SILENCIO Y LA ESPERANZA UTOPÍA; ESA FUENTE INAGOTABLE DEL SER - ¿PROGRESO O ESPERANZA? "¡Ay como los hombres dejen de imaginar y quedemos encadenados por el circulo estrecho de lo ya experimentado! ¡Ay si la utopia no se hace tarea y el sueño ensayo!" - FELIPE F. ALZA - (1) - Existen tiempos grises. Son esos tiempos en los que el tedio y la monotonía ensordecen como guata la alegría de vivir. Son esos tiempos subrayados por prome sas sin cumplir, llenos de acontecimientos desesperanzadores, empapados por el agrio sin-sentido, o recargados de un trabajo abrumador y poco gratificante. Sí, existen tiempos grises. Y se dan en todos los órdenes. En la interrelación personal y en el quehacer cotidiano. En la vida y en la escuela. En el arte y en la política. En la pedagogía y en el pensamiento. Y existen días grises. Son esos días sin nombre, perdidos en la jungla de las prisas y de los quebraderos de cabeza. Son esos días que comenzamos con el pie izquierdo; días ensombrecidos y átonos, sin pizca de melodía. Tiempos grises, días grises. Épocas de aterradora mediocridad. Horas de inexplicable melancolía. Temporadas de embotamiento y de vacío existencial. - En el orden personal expresa muy bien esta experiencia Robert Schumann por boca de Pierrot que se muere de tristeza: "C'est bien de la pire peine/ de ne savoir pourquoi,/ sans amour et sans haine,/ mon coeur a tant de peine": "Lo que más me duele/ es no saber por qué,/ sin amor y sin odio,/ mi corazón tiene tanta pena" (2). ¡Pobre Pierrot! Tal vez Schumann -el famoso compositorse lo hizo cantar a su personaje con conocimiento experimental de causa. Pero también se dan tiempos grises a nivel social. Cierto filósofo de la historia -muy pícaro, él- escribió que, en algunas épocas de la Roma antigua, convenía al poder que la plebe viviera en estado de estupidez existencial: a los leones se les echaba carne humana; a la plebe, pan y circo. Lo primero producía un terror servilista; lo segundo, tedio y mediocridad vital. El miedo, la atonía y la falta de ilusión son enemigos declarados del sentido crítico. Y se constituyen -por tanto- en el mejor freno de mano contra cualquier movimiento creativo: descaradamente, si se promueven en las llamadas dictaduras; solapadamente, si brotan en las apellidadas democracias. - Lo primero que hace falta para hacer frente a los días grises, es una buena dosis de salud mental. Resulta muy difícil definir bien este concepto. Yo le aplicaría el adagio evangélico: "Por sus frutos los conoceréis" (3). Y frutos de la salud mental son el rigor en el análisis crítico, la capacidad de buen humor y fantasía, la creatividad y la acogida, la posibilidad de inventar símbolos... Y la serena alegría existencial. En otras palabras: La salud mental, propia de la madurez, facilita ese síndrome de fuerzas espirituales que nuestros mayores denominaban "vida interior". Es curioso: Cuando un hombre ha llegado a conseguir una cierta madurez, experimenta interiormente -al mismo tiempo- mayor aplomo y mayor incertidumbre. Porque sus creencias se vuelven más firmes, pero sus escepticismos se tornan -también_ más sólidos. Sabe afirmar y sabe interrogarse. Sabe silenciar y sabe admirarse. Sabe discernir. Y sabe que, algunas veces, no sabe discernir. Sabe que las cosas importantes pueden contarse con los dedos de una mano. Y sabe que, de esas cosas importantes -de las 'verdaderamente' tales- suele hablarse muy poquito. Sabe amar, porque ha entendido el sentido de la gratuidad. Y sabe que se ama poco y mal. Sabe acoger, porque ha comprendido el valor de la esperanza. Y sabe que, en este mundo positivista, muchos hombres no son acogidos. - El hombre dotado de salud mental no se deja despistar por el desgaste de las palabras. Porque las palabras -bajo el peso del tiempo o por imperativos de la moda- pueden sufrir un desgaste que las reboza de mayor ambigüedad. Al fin y al cabo, son signos. Y los signos son susceptibles de cambio, de deterioro, y hasta de manipulación. A nivel estético y a nivel ético. En el ámbito de la forma y en el ámbito del fondo. Uno se pregunta, por ejemplo, por qué ha subido tantos enteros aquí y ahora- el vocablo "progresismo" en la Bolsa de valores sociopolíticos. Y uno puede llegar a pensar que lo valorado por muchos es la cáscara; por que lo de dentro -el almendruco que uno esperaba encontrar tierno- le ha salido, más de una vez, muy apolillado. Y así es factible que suceda con mil palabritas más, sean de amor o no lo sean, por suerte o por desgracia. - La vena imaginativa de la salud mental hace que el hombre pueda perforar el futuro en su perspectiva más amable y esperanzadora. En esto consiste, sencillamente, la capacidad para la utopía. "Utopía -dice Lewis Mumford- ha sido durante mucho tiempo el nombre de lo irreal e imposible. Hemos establecido una oposición entre la utopía y el mundo. De hecho, son nuestras utopías las que nos hacen soportable el mundo: las ciudades y mansiones que la gente sueña, son aquellas que acaban por habitar" (4). Para soñar la utopía es preciso creer y vivir – radicalmente- las posibilidades éticas y creativas de la raza humana.. Porque la utopía sólo se perfila como una esperanza activa, enclavada en el corazón del hombre: Una esperanza capaz de ser vivida y de ser realizada algún día. - Sir Thomas More -más conocido como Santo Tomás Moro-, canciller de Enrique VIII de Inglaterra, inventó su isla feliz, no sólo como sátira de su sociedad contemporánea, sino como presagio de una comunidad social humana más bella y más creativa (5). La fidelidad a su sentido utópico le costó la vida. Su rey intentó reducirle al olvido para siempre. Pero en realidad -¡oh, ironías de la vida! hizo de su nombre una realidad inolvidable. Quiso reducirle a la noche del “noser”, y le empujó sin querer a la plenitud de la utopía. Lo que nunca pudo sospechar el rey Enrique, es que para Moro -y para todos cuantos hacen de la utopía una tarea- el sentido del progreso se había transformado en esperanza. - Tal vez desde Moro a nuestro siglo se ha debilitado mucho la utopía por influencias del empirismo. Y, como consecuencia, nos conformamos con el progreso. Algo es algo. Pero el progreso se ha limitado a poner remedios en forma de parche. La utopía concibe una estructura social totalmente nueva. El máximo exponente imaginativo del progreso actual es la cienciaficción. Y ya sabemos a qué se reduce: A un combinado futurista formado por robots, asteroides, tecnología, sistemas de cohetes y telecomunicaciones. Todo ello muy perfeccionado y muy perfeccionista, por supuesto. Pero si esto implica algún sentido profético, terminamos en el mundo de siempre. Dadlo por seguro. - La utopía no es una evasión para los días grises. Pero tampoco se apoya en los cálculos de los analistas de sistemas, porque lleva dentro semillas activas de radicalidad nueva. El progreso se emociona con "el cómo". La utopía se relanza al "para qué". El progreso avanza hacia el "tener" resultados deseables. La utopía quiere "ser" ya en el deseo. Por eso es la fuente inagotable del "ser". Contra los tiempos grises, utopía. Romper las fronteras de lo experimentado hoy, para abrirse a nueva conquista del mañana. Porque lo que hoy es puro anhelo en germen, mañana puede ser trofeo de la realidad más pura y más amable. Jesús Mª González NOTAS: 1.- Fernández Alía: “De dos en dos”. 2.-R. Schumann: “Carnaval”. 3.-Evangelio según San Mateo. 4.-L. Mumford: “The Story of Utopías”. 5.-T. Moro: “Utopía”