Lectura del santo Evangelio según San Lucas

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“Paz en la justicia”
II DOMINGO DE ADVIENTO
Baruc 5, 1-9: “Paz en la justicia y gloria en la piedad”
Salmo 125: “Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor”
Filipenses 1, 4-6. 8-11: “Llenos de frutos de justicia”
San Lucas 3, 1-6: “Hagan rectos sus senderos”
En el año décimo quinto del reinado del César Tiberio, siendo Poncio Pilato
procurador de Judea; Herodes, tetrarca de Galilea; su hermano Filipo, tetrarca de las
regiones de Iturea y Traconítide; y Lisanias, tetrarca de Abilene; bajo el pontificado de
los sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino la palabra de Dios en el desierto sobre Juan,
hijo de Zacarías.
Entonces comenzó a recorrer toda la comarca del Jordán, predicando un
bautismo de penitencia para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro de
las predicciones del profeta Isaías: Ha resonado una voz en el desierto: preparen el
camino del Señor, hagan rectos sus senderos. Todo valle será rellenado, toda montaña
y colina, rebajada; lo tortuoso se hará derecho, los caminos ásperos serán allanados y
todos los hombres verán la salvación de Dios. (Lc 3, 1-6)
Sin un lugar de duelo
Se ha tornado taciturna, agresiva y desconfiada. Los primeros días parecía un torbellino
desencadenado, buscando con afán su hijo desaparecido: denuncias y entrevistas,
promesas y declaraciones, falsas pistas e ilusiones truncadas. Que si lo habían visto por
allá, que un amigo tenía información, que fueron los zetas, que fue la policía, que
pedirían rescate… Y a cada nueva esperanza, otra desilusión. Nada en concreto. Se unió
a las protestas y a las marchas, gastó largas e interminables horas ante las oficinas.
Denunció, agredió, insultó, y sólo queda la ausencia del hijo desaparecido. Ni una
tumba dónde llorarlo, ni un cadáver que certifique su muerte. Parece que se lo tragó la
tierra. Ya son casi cinco años, no lleva luto en sus ropas, pero lo lleva en el corazón, le
han matado sus ilusiones; no tiene fecha de un aniversario para recordarlo y todos los
días lo recuerda. “He perdido la paz, no creo en la justicia, estoy cansada de mentiras,
¿para qué quiero la vida? ¿Puede haber justicia en esta sociedad tan podrida y de tanto
asco?”, dice como en susurro y con desaliento.
Dejar el luto
La imagen de esta madre desconsolada y llena de luto se parece mucho a la imagen de
Jerusalén que llora sus muertos, que añora sus desterrados y que contempla sus ruinas y
la terrible destrucción. Podría ser la imagen de tantos hogares de nuestra patria de
muchas formas golpeados por la violencia, las injusticias, la miseria y el hambre. Hay
ausencias que duelen y que nada las llena o sustituye. Hay dolor, hay enojo y hasta rabia
por tanta injusticia. Y Baruc el profeta, que habla en nombre de Dios, ante las mismas
ruinas de Jerusalén, se atreve a entonar un canto de esperanza y grita a voz en cuello:
“Jerusalén, despójate de tus vestidos de luto y aflicción, y vístete para siempre con el
esplendor de la gloria de Dios”. Quizás nosotros, como el sufrido resto de Israel,
pensemos que Baruc está loco y que ya no queda esperanza. Pero Baruc insiste de
muchos modos animando a Jerusalén, animándonos a cada uno de nosotros: “Ponte de
pie, sube a la altura, levanta los ojos”. Quien ha puesto a Dios como su roca, quien
realmente tiene fe, no puede resignarse a vivir en el luto y la oscuridad, se levantará no
con las propias fuerzas, sino con la confianza en el Señor que todo lo puede pues “Dios
mostrará tu grandeza a cuantos viven bajo el cielo”. Incluso se atreve a dar un nuevo
nombre a aquella ciudad que ahora aparece descuajada de sus cimientos: “Paz en la
justicia y gloria en la piedad”.
Enderezar los caminos
No es la paz barata y superficial que nos prometen las propagandas políticas, no es la
felicidad comprada a plazos y retazos de salarios que ofrecen los comerciantes, no es la
paz impuesta por la fuerza y sostenida por las armas, es la paz que nos viene a traer un
niño que se atreve a hacerse el “príncipe de la paz” dormido entre pajas. Es la paz vivida
y construida por Jesús en un tiempo concreto, en medio de poderes terrenales contrarios
que sojuzgaban y oprimían a Israel, como muy claramente nos lo da a conocer San
Lucas. Nos precisa los nombres y las fechas, tanto de los dirigentes políticos como de
los dirigentes religiosos y la situación de aquellos tiempos, “donde vino la Palabra de
Dios en el desierto”, para que comprendamos que es muy concreta la propuesta de
salvación que nos ofrece nuestro Dios. Juan ha recibido la vocación de constructor de
caminos y la palabra que viene sobre él lo lanza a proclamar que para la llegada del
Señor se deben preparar, enderezar y limpiar. Sólo así alcanzaremos la verdadera paz y
salvación.
“Paz en la justicia”
En el camino por el que nuestro Dios quería llegar hasta nosotros no debería haber
montes de soberbia, ni valles de indignidad, ni barrancos de miseria, ni piedras de
codicia y ambición que hicieran el camino escabroso e intransitable, ni senderos de
dirección torcida y equivocada. En este nuestro mundo de corrupción y senderos
torcidos la voz de Juan sigue resonando. El Bautista predica, con su palabra y con su
ejemplo, un bautismo de conversión, de lucha sin cuartel contra la soberbia, contra la
injusticia, contra la avaricia y la indignidad, contra la hipocresía y la mentira, contra las
palabras egoístas y engañadoras. ¡Gran trabajo tendrá en nuestros días! ¡Riesgo grande
de que quieran o queramos callarlo! Porque ofendería a algunos, porque despertaría a
otros, porque su pregón puede lastimar a muchos. Hay quien se ufana de nuevas
carreteras, de mejores autopistas, pero no nos damos cuenta que siguen los valles de
ausencias y de hambre que deben ser rellenados; no somos capaces de contemplar las
enormes montañas de injusticias y corrupción que tendrán que ser rebajadas; los
tortuosos senderos del narcotráfico, de la violencia, de la trata de niños y mujeres,
tienen que enderezarse. Sólo así podremos llamar a nuestra patria con un nombre nuevo:
“Paz en la justicia”. Y la justicia empieza desde lo pequeño, desde el amor a la verdad y
la fidelidad ante las mentiras e infidelidades en la familia, ante las triquiñuelas y
chapuzas en el trabajo diario. La justicia comienza en la escucha atenta de la Palabra de
Dios, su confrontación con nuestra vida diaria y en asumir las consecuencias que trae a
nuestras vidas.
Mi vida, ¿un camino recto?
El camino del Adviento requiere allanar los senderos, enderezar los caminos torcidos y
rellenar los profundos huecos que se han formado en nuestras vidas al margen de Dios.
Para que la causa de la paz se abra camino en la mente y el corazón de todos los
hombres y, de modo especial, de aquellos que están llamados a servir a sus ciudadanos,
es preciso que esté apoyada en firmes convicciones morales, en la serenidad de los
ánimos, a veces tensos y polarizados, y en la búsqueda constante del bien común
nacional, regional y mundial. Solamente abriendo el corazón podremos hacer fructificar
la Palabra. Pero la Palabra no debe quedar estéril, sino penetrar y transformar. El
criterio para saber que ha llegado la Palabra es que nos abra a cada persona, sobre todo a
los más pobres para que puedan ponerse de pie y caminar con dignidad, para que
puedan participar del banquete mismo de la vida. San Pablo exige a los Filipenses que
como seguidores y discípulos fieles se mantengan “limpios e irreprochables… llenos de
frutos de la justicia para gloria y alabanza de Dios”.
¿Qué huecos o ausencias debo rellenar para prepara el camino a Jesús Niño? ¿Por cuáles
caminos de injusticias van mis pasos? ¿Estoy comprometido en tortuosos senderos de
corrupción? ¿Cómo hacer mi vida recta, limpia y agradable para que pueda ser “cuna
del salvador”?
Padre Bueno, que nos has enviado a tu Hijo Jesucristo como Palabra de vida,
abre nuestros oídos y nuestros corazones, para que, escuchándolo y siguiéndolo,
transformemos nuestro mundo en una comunidad, “Paz en la justicia y gloria en
la Piedad”. Amén.
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