EL EVANGELIO DE LA INFANCIA DE CRISTO MEDITACIONES Hno. Teodoro Berzal 1 La genealogía según san Mateo (1, 1-17) La fidelidad de Dios La cadena genealógica que Mateo presenta al principio de su evangelio tiene la finalidad de insertar a Jesús en la historia de la salvación. Su ascendencia davídica apunta hacia su carácter mesiánico. A través de esa lista de nombres queda ante todo de manifiesto la fidelidad de Dios, quien a través de los siglos y mediante personas más o menos calificadas cumple sus promesas. Existe también una tensión creciente que lleva la historia de la salvación hacia su plenitud y cumplimiento. Desde el principio, el evangelista toma como puntos de referencia David y Abrahán para resumir de algún modo todo el primer Testamento por lo que se refiere a la esperanza mesiánica. A David Dios había prometido un hijo que reinaría eternamente sobre su trono, con justicia y equidad (2 Sam 7, 12-16). A Abrahán una posteridad que traería una bendición universal (Gen 12, 3). En la intención del evangelista Jesús, el Cristo, es la descendencia prometida y la realización de las promesas de Dios. El camino mesiánico La genealogía ofrecida por Mateo es complementaria de la que ofrece Lucas. El nacimiento de Jesús de María lo convierte en verdadero hijo de David (Lucas), mientras que el matrimonio de María con José hace de Jesús el heredero legal de David (Mateo). Jesús cumple así todas las condiciones para ser el rey de Israel. Pero como sabemos por los evangelios, primero la vida escondida de Jesús en Nazaret y luego su opción fundamental en el momento de las tentaciones en el desierto lo llevaron a emprender el camino de un mesianismo despojado de toda reivindicación dinástica o política para identificarse más bien con la figura del 'siervo de Yavé' y adoptar las actitudes de humildad y de firmeza, de acercamiento a los más débiles y pobres y de proclamación de la verdad, que lo llevaron a morir en la cruz. El discípulo de Jesús, que lee el evangelio como buena nueva y cree que Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos es invitado desde el comienzo a seguir ese mismo camino asumiendo las actitudes del Hijo de Dios hecho hombre. 2 La genealogía según san Lucas (3, 23 -38) Remontarse hasta la fuente La genealogía de Jesús en el evangelio de Lucas es ascendente (contrariamente a la que presenta Mateo). Para ambos evangelistas se trata de situar a Jesús, en la historia humana en cuanto historia de salvación en la que Dios interviene y que tiene precisamente como punto culminante la manifestación del Mesías. Pero el uno y el otro evangelista lo hacen desde dos perspectivas diferentes. Para Mateo lo que cuenta ante todo es la ascendencia davídica de Jesús. Lucas va más allá, en la línea universalista que lo caracteriza, y mediante una cadena de antepasados se remonta hasta los orígenes de la humanidad y hasta Dios mismo. En realidad Lucas opera una especie de cortocircuito en el último eslabón de la cadena, pues Dios aparece más como Padre de Jesús que como iniciador de la genealogía, teniendo en cuenta que, según la Biblia, Dios es "creador" y no padre de Adán. "Hijo del hombre", "hijo de Dios" Como la de cualquier persona, la genealogía de Jesús muestra su raíz humana y familiar. Si en todas las culturas es importante la transmisión genealógica como uno de los rasgos más profundos de las señas de identidad, en el pueblo judío se cargaba además con el peso de la esperanza mesiánica. En el evangelio de Lucas la genealogía, junto con el relato de la encarnación, justifica de entrada la expresión "hijo del hombre" con que Jesús amaba designarse. Pero colocada justo después del episodio del bautismo, tiende a presentarse como una confirmación de la voz venida del cielo que decía: "Este es mi hijo muy amado" en clara alusión al Salmo 2: "Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy". Tenemos así desde el principio las afirmaciones centrales sobre la identidad de Jesús. Hijos en el Hijo Remontándose hasta Adán, el primer hombre, toda persona puede en realidad construir una genealogía, más o menos completa, en la que Dios aparece como "Padre". Por eso la genealogía de Jesús no es algo que se refiera a él en exclusiva, sino que de algún modo está diciendo ya que su misión será la de reconstruir la filiación divina de todos los hombres. En su casa El relato del anuncio a María del nacimiento de Jesús se caracteriza por el paralelismo y contraste con el anuncio del nacimiento de Juan Bautista hecho a Zacarías. Lo que más llama la atención en lo inmediato es el lugar donde se realiza la escena. Frente a la solemnidad y sacralidad del templo de Jerusalén está la sencilla casa de la Virgen de Nazaret, lugar de la vida familiar y cotidiana, aunque en el relato evangélico no aparece explícitamente el término "casa". Ese acercamiento al ambiente ordinario donde trascurre la vida, marca desde el comienzo el estilo de la encarnación. Como en ese momento supremo, es siempre Dios quien da el paso decisivo de acercamiento para venir al encuentro del hombre en las situaciones concretas en que cada uno se halla. De este modo, "la Palabra se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros" (Jn. 1, 14). Aquella que dijo sí María es ante todo aquella que dijo sí a Dios. Pero no fue una respuesta fácil la suya. En la brevedad del relato queda patente la sorpresa y turbación que le produjo el saludo del ángel y el contenido de su mensaje. En un instante de reflexión María mide las implicaciones que representa su respuesta, para su existencia personal, para su pueblo, para la humanidad... Es un momento único en el que entra en juego toda la gracia de Dios y toda la libertad humana. Desde ese momento de plenitud cada uno de nosotros queda interpelado para valorar y entrar en el juego de la gracia de Dios y de la llamada divina, que bajo muchas formas y en momentos sublimes o banales, se acerca a nosotros para solicitar nuestra respuesta, para pedir nuestra colaboración a fín de llevar a cabo sus designios. 4 La vocación de José (Mt 1, 18-25) Cuando Dios se manifiesta Como en muchos otros momentos de la historia de la salvación, el designio amoroso de Dios se manifiesta y se realiza a través de las circunstancias humanas. Los escasos datos que ofrece el evangelista son suficientes para dejar adivinar el drama que se produjo en la joven familia en formación de Nazaret después del anuncio del ángel a María. ¿Fue ella quien comunicó a José la noticia, la buena noticia? Así cabe suponerlo. Al primer momento de agradecimiento y admiración por lo que Dios había hecho en la que iba a ser su esposa, siguen los días de angustia y desconcierto para José: Pero sin duda también para María a cuya mirada no podía escapar la situación de su prometido. José sufre, pero su dolor no viene de que, ni siquiera por un instante, se haya asomado a su espíritu la menor duda acerca de la conducta de María. Toda su preocupación viene de saber cuál es el papel que él puede desempeñar en los planes de Dios, cuando éste parece haber tomado la iniciativa y actuar por su cuenta desbordando las previsiones humanas. La vocación de José En esa situación una alternativa le atormentaba: o quedarse con María, usurpando, por así decirlo, el título de "padre", o retirarse, tomando todas las precauciones para perjudicar lo menos posible a la que estaba a punto de ser definitivamente su mujer. En esta segunda opción, por la que José se inclina según el evangelista, el matrimonio se deshace, la perspectiva de la fundación de una familia queda desvanecida...El mensaje del cielo responde punto por punto a todas las preguntas que angustiaban a José en ese momento difícil y al mismo tiempo definen el sentido y el contenido de su vocación. Pablo VI la expresó así: "Su paternidad se expresa concretamente en haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio al misterio de la encarnación y a la misión redentora que lleva unida; en haber usado la autoridad legal, que le correspondía como jefe de la Sagrada Familia, para vivirla como don de sí, de su vida, de su trabajo; en haber convertido su vocación humana al amor familiar en oblación sobrenatural de sí mismo, de su corazón y de sus capacidades en el amor puesto al servicio del Mesías que había germinado en su propia casa" (Alocución del 19 3-1966). La figura de José, plenamente responsable de los suyos y abierto a las indicaciones que le vienen de lo alto, nos da a entender qué significa ser padre. Es admirable contemplar cómo Jesús, necesitado de ayuda y protección, encuentra en la familia, en el amor recíproco de María y José, los elementos imprescindibles para poder crecer y realizar su obra de salvación. Hacia el matrimonio Al igual que en el anuncio del nacimiento de Juan Bautista, en el anuncio del de Jesús se presenta a una pareja: María y José. La relación existente entre ambos es una relación esponsal. El término empleado por Lucas designa más el matrimonio que el noviazgo; aunque no precisa, como Mateo que el acontecimiento se produjo "antes de habitar juntos" (Mt 1,18). En contraste con el anuncio a Zacarías, aquí es la mujer la que figura en primer lugar y en el puesto más relevante como destinataria del mensaje. José es presentado en su calidad de descendiente de David. De María, a diferencia de Isabel, no se dice nada sobre su ascendencia y familia. Se diría que no importa. Lo que sí se subraya, empleando el término dos veces, es su condición de virgen. María figura en el relato como la interlocutora de Dios, quien se le manifiesta por medio del ángel. Desde el principio Dios aparece como protagonista en la relación esponsal de María y José dándole un sentido y una plenitud que va más allá de las posibilidades humanas. Una familia Varias veces el evangelista Lucas presenta a María y José como "los padres de Jesús" (Lc 2, 27; Lc 2,41; Lc 2,43) y una vez precisando "su padre y su madre" (Lc 2,33), constituyendo por lo tanto un verdadero núcleo familiar, una familia. Las relaciones entre sus miembros son las que constituyen la familia: la relación esponsal y la relación paterno y materno-filial. "Tu padre y yo" (Lc 2, 48), dirá María hablando a Jesús. Además la familia de Jesús, José y María no vive aislada. El evangelio la presenta en relación con una familia más amplia, los parientes (Lc 1, 36), inserta en el pueblo de Nazaret y viviendo según las costumbres y avatares de cualquier familia. Sin embargo, la presencia de Jesús en su seno, ya desde el principio le da una dimensión nueva y trascendente. La alianza conyugal de María y José, atestiguada por los evangelios es el fundamento de la familia de Nazaret. Esa alianza fue vivida en la entrega recíproca y virginal al servicio del Verbo encarnado. Por eso recuerda a toda comunidad cristiana y en particular a la familia, que "La alianza de los esposos está integrada en la alianza de Dios con los hombres y que el auténtico amor conyugal es asumido en el amor divino" (Gaudium et Spes 48; Cf Catec. Ig. Cat 1639). "En la liturgia María es celebrada como unida a José, el hombre justo, por estrechísimo y virginal vínculo de amor. Se trata, en efecto, de los dos amores que representan conjuntamente el misterio de la Iglesia, virgen y esposa, la cual encuentra su símbolo en el matrimonio de María y de José" (Redemptoris Custos 20). Jesús nace en una familia La realidad del matrimonio de María y José y su profundo significado llevan a afirmar que la encarnación del Hijo de Dios comportó también su inserción en una familia humana. Como en todas las familias, "La comunión conyugal constituye el fundamento sobre el que se construye la comunión más amplia de la familia" (Familiaris Consortio 21). María y José, fieles a la Palabra de Dios, acogieron sin reservas y vivieron plenamente su vocación matrimonial poniéndola al servicio del designio de la salvación y formaron una familia para acoger al Hijo de Dios. Asumiendo en la fe su vocación de esposa y de madre, María vivirá en todas sus dimensiones su amor de mujer. Habiendo acogido María como esposa y habiendo vivido con ella en fidelidad virginal, José realizará todas las dimensiones de su amor de hombre. La presencia del Verbo encarnado en la familia de María y de José da plenitud al núcleo familiar y lo abre en todas las dimensiones. Hacer familia Por la doble pertenencia de Jesús, el Hijo de Dios, a la familia trinitaria y a la familia de Nazaret, la Sagrada Familia se presenta de modo eminente como icono de la Trinidad e imagen de la Iglesia. Desde el punto de vista cristiano, "La familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa" (Familiaris Consortio 17). "La alianza de los esposos está integrada en la alianza de Dios con los hombres" y "el auténtico amor conyugal es asumido en el amor divino" (G.S.48) Cf Catec. Ig. Cat, 1639). Por otra parte entre las imágenes (L.G. 6) que la Iglesia actual emplea para expresar su identidad más profunda en la línea de la comunión, la de "familia de Dios" es una de las más valiosas. Y la misma Iglesia presenta a la vida consagrada "La Familia de Nazaret, como lugar que las comunidades religiosas deben frecuentar espiritualmente, porque allí se vivió de un modo admirable el Evangelio de la comunión y de la fraternidad" (La vida Fraterna en comunidad, 18). 7 A Belén para el censo (Lc 2, 1 - 5) El mundo El evangelista Lucas aporta algunos datos, aunque discutibles, de la historia para situar el nacimiento de Jesús en las coordenadas de espacio y tiempo que tiene todo acontecimiento humano. El hecho queda así enmarcado en unas dimensiones concretas y constatables, pero al mismo tiempo revela todo el alcance que tiene la aparición en la tierra del Salvador de los hombres. En efecto, ese acontecimiento es tan importante que no puede ser considerado como uno más en la secuencia de los que componen el acontecer histórico. Como escribió Juan Pablo II, "El nacimiento de Jesús en Belén no es un hecho que se pueda relegar al pasado. En efecto, ante Él se sitúa la historia humana entera: nuestro hoy y el futuro del mundo son iluminados por su presencia.... Jesús es la verdadera novedad que supera todas las expectativas de la humanidad y así será para siempre, a través de la sucesión de las diversas épocas históricas. La encarnación del Hijo de Dios y la salvación que Él ha realizado con su muerte y resurrección son, pues, el verdadero criterio para juzgar la realidad temporal y todo proyecto encaminado a hacer la vida del hombre cada vez más humana" (Incarnationis mysterium 1). La casa Pero ese acontecimiento tiene también una dimensión cercana y familiar. El decreto del emperador incide de forma directa y dramática en el desarrollo de la gestación y nacimiento de Jesús. María y José son una pareja joven, en espera del primer hijo, que se ven obligados a dejar su hogar para cumplir una ley de la sociedad civil: un empadronamiento que comportaba la inscripción de las propiedades y las personas, y cuya finalidad principal era la recaudación de los impuestos. Pero el evangelista ofrece de inmediato también la dimensión religiosa del hecho, pues la ciudad a la que se dirigen es Belén, donde según la profecías debía nacer el Masías. De esta forma se pasa de la "patria histórica" de Jesús a su patria "teológica". 8 El nacimiento de Jesús (Lc 2, 6-15) En un pesebre La concatenación de circunstancias lleva a que Aquel que había sido anunciado como Hijo del Altísimo, tenga que ser colocado al nacer, como expresión suprema de pobreza y desamparo, en el pesebre de un local destinado a los animales. Eso sí rodeado del afecto y los cuidados de María y de José. El relato evangélico en su sencillez se detiene aquí y quizá la meditación cristiana del texto también deba hacer lo mismo para dejar el paso a una contemplación que, como dicen algunos místicos, deje nacer el Verbo en el fondo del alma y en silencio lo adore con amor... En el cielo Después del anuncio a María, del anuncio a José (Evangelio de Mateo), el tercer anuncio hecho por el ángel tiene como destinatarios unos pastores y revela también la identidad del recién nacido: el Salvador, el Cristo, el Señor. Se trata del anuncio de una buena nueva que se produce en medio de una luz resplandeciente en la oscuridad de la noche y que debe producir una gran alegría no sólo para los que la escuchan sino para todos. Son otros tantos elementos de gran simbolismo que contribuyen a realzar el contenido del mensaje: ha nacido el Salvador. Y es esa proclamación la que produce simultáneamente y en perfecta armonía la glorificación de Dios en el cielo y la paz a los hombres en la tierra. El evangelio de Lucas subraya el "hoy" de la salvación ya realizada en Cristo y que se hace actual en nuestra historia. Todos estamos invitados a participar personalmente con María y José, con los ángeles y los pastores, y con todos los hombres a entrar en ese maravilloso intercambio en el que Dios presenta y ofrece al hombre su misma vida y el hombre es llamado a dejarse desarmar y entrar en esa nueva luz que lo salva. En eso consiste la "gloria de Dios" que los ángeles cantan y que tiene su eco correspondiente en la "paz" de los hombres en la tierra. La manifestación de Dios y la salvación del hombre son dos aspectos de la misma realidad. 9 Los pastores (Lc 2, 16 - 20) Reconocer los signos Los pastores habían recibido del ángel unos signos que les permitían comprobar la verdad del mensaje recibido: un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Son signos que ellos, gente sencilla y a la vez vigilante, podían comprender y comprobar, pero que de hecho los llevan a encontrar al Mesías. El contraste con las expectativas humanas es evidente. Dios se ha manifestado en la debilidad y en la fragilidad. El paso de la fe implica siempre tener suficiente sencillez y apertura como para aceptar una cierta contradicción. Como dirá san Pablo, "lo que parece insensato de parte de Dios es más sabio que los hombres" (1Co 1, 25). El mensaje más sublime es colocado entre las manos de quienes parecían, por su condición social, menos aptos para transmitirlo, y también en eso se manifestará la gloria de Dios. Transmitir el mensaje Los pastores son presentados como los primeros testigos de la buena nueva: han visto y anuncian lo que se les había dicho acerca del recién nacido. La verdad de los signos concretos queda iluminada y manifestada por la palabra del ángel. Es la última fase del acto de fe cuyo itinerario, como el de los pastores, va de la escucha a la admiración, de la aceptación de lo insólito a la interiorización convencida, y de la implicación personal a la transmisión a otros, como impulso que viene de dentro y como deseo de compartir con otros lo que se cree para formar una comunión de fe más amplia. Tenemos ya aquí la dinámica de todo el Evangelio. Como imagen personalizada de ese dinamismo evangélico, se nos presenta a María, que ha acogido e interiorizado el mensaje y ha dado al mundo el Verbo de la vida. 10 Los magos (Mt 2, 1-12) Encontrar a Jesús La escena de la adoración de los magos es una de las primeras de la larga lista de los encuentros con Jesús que vemos a lo largo de todo el evangelio. En esta ocasión Mateo subraya con fuerza la paradoja de que quienes estaban más cerca y tenían todos los medios para reconocer y venerar su Mesías, no hicieron nada para verificar lo que decían las Escrituras y comprobar los rumores de la gente de Jerusalén. Mientras tanto otros venidos de lejos y confiando sólo en el brillo de una estrella llegan hasta él. Es uno de los primeros casos en que se cumple el enunciado del Canto de María "derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes", pero también muestra la forma típica de llegar a la fe por caminos que no son los establecidos oficialmente. Adoración y ofrenda Los dos gestos característicos de los magos al entrar en la casa y reconocer en Jesús al Mesías son la adoración y la ofrenda. Adorar implica la actitud corporal de arrodillarse y de postrarse, pero igualmente la actitud interior de rendir homenaje y reconocer la grandeza de quien la persona tiene delante. En la tradición bíblica el único que merece la adoración en sentido propio es Dios. La ofrenda de dones indica el sentido de participación y de comunión. En último término quien ofrece algo está diciendo que es él mismo quien se ofrece y se pone a disposición del otro para establecer una relación de amistad. Aparte el valor simbólico que la tradición ha dado a los dones ofrecidos por los magos está ese sentido religioso de la ofrenda y también seguramente una alusión bíblica a un texto del profeta Isaías (60, 6) en el que se presenta la afluencia de los pueblos de oriente como signo de la dimensión universal de la salvación: todos los pueblos y todas las personas están llamados a entrar en comunión con Dios. 11 El nombre de Jesús (Lc 2, 21- 24) "leshua", Dios salva Por su nacimiento, Jesús entra a formar parte del pueblo de Israel y queda sometido a la ley: "nacido de una mujer, nacido bajo la ley", dirá san Pablo (Gal 4,4). Y el primer precepto para el recién nacido es la circuncisión e imposición del nombre por la que entra en la Alianza de Dios con su pueblo. La atribución de un nombre tiene en la Biblia una importancia capital. Pensemos en la revelación del nombre de Dios a Moisés en el A. T. o en la proclamación en el N.T. del título de "Señor" dado a Jesús: "el nombre que está por encima de todo nombre" (Fil 2, 9-10). Además cada nombre bíblico está cargado de un significado que revela la identidad de la persona y su misión. El de Jesús fue elegido por Dios mismo y revelado a José junto con su significado: "(María) dará a luz un hijo y a quien pondrás por nombre Jesús porque salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 21). El nombre de Jesús nos dice, pues, de forma inmediata que Dios es salvador y redentor y que en él ofrece una nueva vida a todos los hombres. El consagrado En los evangelios de la infancia, además del nombre que le fue dado a Jesús en el momento de su presentación en el templo de Jerusalén, hay varios otros que se le atribuyen y que revelan su condición divina, como hijo de Dios, hijo del Altísimo, Santo, Señor, luz de las naciones. Entre ellos está también el de "consagrado". En realidad el evangelista Lucas modifica el texto de los LXX que dice "Conságrame todo varón primogénito" (Ex 13,13) para atribuir directamente el calificativo de "santo" a Jesús, haciendo eco a las palabras del ángel a María: "Será llamado santo". Que se trate de "santificación" o de "consagración", en uno o en otro caso lo que se quiere expresar es la vinculación plena con Dios. Jesús es el santo de Dios, enteramente consagrado por él y nacido para la salvación de todos de la virgen María por la acción del Espíritu Santo. La presentación en el templo hace público lo que hasta ese momento era un secreto familiar y nos invita a responder con generosidad a la llamada a la santidad que hemos recibido con nuestra consagración bautismal y las otras consagraciones particulares (ordenación, matrimonio, consagración religiosa). 12 La presentación (Lc 2, 25- 39) El testimonio del profeta Al igual que los pastores en Belén, Simeón y Ana, movidos por el Espíritu Santo, proclaman en el templo de Jerusalén quién es el niño que acaba de nacer. Simeón es un profeta porque Dios le ha comunicado su Espíritu y lo que dice es revelación acerca de Jesús. Se sitúa así en la línea de los otros profetas que habían anunciado la llegada del Mesías para un futuro más o menos lejano, pero él se siente conmovido porque ha tenido el privilegio de constatar su presencia. Es profeta también por los gestos que realiza: acoge a Jesús alabando a Dios como se hace con un huésped o con un amigo, con respeto y amor, y bendice a María y a José reconociendo que son ellos quienes con Jesús le ha aportado la bendición de Dios. Es profeta finalmente por el mensaje de su palabra en el que alaba a Dios por su fidelidad en el cumplimiento del plan de salvación, en el que muestra cuál será el camino de humildad y de sufrimiento del Mesías, al que será íntimamente asociada su Madre, y cuál será su misión iluminadora para todos los pueblos. El testimonio de la profetisa La voz de la profetisa Ana se une a la del profeta. También ella se sitúa en la tradición de las mujeres movidas por el Espíritu, cumpliendo así la promesa anunciada para la época mesiánica: "En los últimos tiempos, dice Dios, derramaré mi Espíritu sobre todos: vuestros hijos e hijas profetizarán". (Hech 2,17; Jl 3,2). Ella también es testigo de ese momento de gracia que está aconteciendo en el templo, reconoce al Mesías en el niño presentado por María y José e inmediatamente se hace su mensajera. Habla de él a quienes "esperan la liberación de Jerusalén". Se diría que su mensaje queda limitado por la disponibilidad de los que lo acogen, mostrando que la palabra revelada debe ser escuchada y acogida para que produzca su fruto de fe y conversión. Simeón y Ana nos recuerdan hoy con fuerza que "Cristo, es el gran Profeta, que por el testimonio de su vida y por la virtud de su palabra proclamó el Reino del Padre, y cumple su misión profética hasta la plena manifestación de la gloria, no sólo a través de la jerarquía, que enseña en su nombre y con su potestad, sino también por medio de los laicos, a quienes por ello, constituye en testigos y los ilumina con el sentido de la fe y la gracia de la palabra (cf. Act 2,17-18; Ap 19,10) para que la virtud del Evangelio brille en la vida cotidiana familiar y social" (Lumen Gentium 35). 13 Egipto: ida y vuelta (Mt 2, 13-21) Como todas las familias Los evangelios presentan a la Sagrada Familia totalmente integrada en las circunstancias del tiempo y lugar en que vivía, con las dificultades y problemas de una familia normal. Es otro de los aspectos que muestra bien a las claras el realismo de la encarnación del Hijo de Dios. A través del episodio emblemático de la huida de la persecución de Herodes, la familia de Jesús se identificaba con todos los perseguidos injustamente, con las familias que buscan casa y trabajo, con los emigrantes y los que se ven sometidos a la prueba en las condiciones normales de la vida. La huida a Egipto es ante todo la solución a una emergencia ante la que hay que actuar con realismo y competencia para evitar una catástrofe familiar. La intervención de Dios no hace sino apoyar esa lucidez humana ante el peligro. Jesús recorre con su Familia el camino de liberación del Éxodo. Pero recurriendo a la Sagrada Escritura el evangelista hace una interpretación simbólica de esta bajada y subida de Egipto. La orden dada por Dios a José por medio del ángel de ir a Egipto conlleva el cumplimiento de una palabra de Oseas. El texto del profeta suena así: "Cuando Israel era niño, lo amé y desde Egipto llamé a mi hijo" (Os 11,1). Mateo toma sólo la última parte del versículo, pero leyendo el texto profético por extenso queda claro el sentido que lo que Dios quiere de su pueblo es que repita la experiencia del Éxodo y que se convierta a él. Aplicándolo el evangelista directamente a Jesús, realiza una personificación muy significativa. Jesús encarna así a todo el pueblo elegido. Es de notar además que en casi todas las referencias bíblicas de Mateo en estos episodios de la infancia de Jesús, aparece la palabra "hijo". En el caso presente expresa claramente la vinculación completamente especial de Jesús con Dios. 14 La vida en Nazaret (Mt 2, 22ss; Lc 2, 39ss) El Nazareno La aldea de Nazaret dio a Jesús el nombre de "Nazareno", que indicaba su lugar de origen, pero también una cierta calificación a su persona y a su mensaje, desmarcándolo desde el principio del encasillamiento religioso oficial judío. Pero además para Jesús la larga experiencia de vida en Nazaret traduce el aspecto durativo (de inculturación o de inserción, diríamos hoy) del misterio de la encarnación. "El Hijo de Dios, por su encarnación, se identificó en cierto modo con todos los hombres: trabajó con manos de hombre, reflexionó con inteligencia de hombre, actuó con voluntad humana y amó con humano corazón. Nacido de la Virgen María, es verdaderamente uno de nosotros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado" (G.S. 22). En ese ambiente de comunicación, de familiaridad, de mutua compenetración, Jesús asumió plenamente todas las posibilidades de su naturaleza humana para mejor ejercer su misión de restablecer la comunión entre los hombres, "reuniendo a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,52). El Hijo de Dios, con su vida en Nazaret, "santificó las relaciones humanas, sobre todo las relaciones familiares de las que brotan las relaciones sociales, siendo voluntariamente un súbdito más de las leyes de su patria. Llevó una vida idéntica a la de cualquier obrero de su tiempo y de su tierra" (G.S. 32). Lo nazareno La Iglesia, iluminada por la Palabra de Dios, descubrió ya desde el principio en los acontecimientos que vivió la familia de Jesús un significado salvífico. "Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar" (Catec. Ig. Cat. 516). De hecho ha habido muchos grupos cristianos que a lo largo de la historia de la Iglesia se han inspirado en el ideal de Nazaret para marcar su estilo de vida y una espiritualidad. Pensemos por ejemplo en Carlos de Foucauld, pero también en muchos otros fundadores y fundadoras de congregaciones religiosas. La humildad y sencillez de vida, la comunión y trato familiar, la pobreza e identificación con el ambiente que rodea a la comunidad, el alejamiento de toda apariencia y pretensión de reconocimiento, el silencio, el trabajo y la oración, la valoración de la vida cotidiana, son otros tantos valores que se aprenden en Nazaret y comunican a la vida cristiana una frescura y cercanía de los orígenes que la hacen atractiva en todos los tiempos y en todos los lugares. La Sagrada Familia, como lo expresaba Pablo VI, representa para todos un modelo a la vez cercano e ideal: "Nazaret nos enseña lo que es la familia, su comunión de amor, su austera sencillez y belleza, su carácter sagrado e inviolable" (Discurso en Nazaret, 5-1-1964). 16 La otra familia de Jesús (Mt 12, 46 - 50; Lc 11, 28) La otra familia de Jesús Son escasos y de difícil interpretación los datos que el Nuevo Testamento nos ofrece sobre el papel que la familia de Jesús tuvo durante su vida pública y después de su muerte y resurrección en la comunidad cristiana. Pero es significativo que habiendo vivido Jesús por mucho tiempo la vida familiar de Nazaret, cuando llama a sus discípulos, crea un grupo con las características de una nueva familia, la familia mesiánica, en la que Dios es Padre y todos son hermanos. La condición esencial para entrar en ella es la adhesión a su persona mediante la fe y la acogida de su palabra (Lc. 8, 19-21). La nueva familia a la que Jesús convoca muestra, al mismo tiempo, el gran valor y los límites de la institución familiar que, como las otras instituciones humanas, no puede compararse con el valor absoluto del Reino de Dios. A la nueva familia que Jesús crea todos están invitados, incluso los que parecían perdidos (Lc 14, 21-23; Mt 10,6) pero no todos responden (Lc 14, 18-20). Existe, pues, una realidad personal, la fe, que nada tiene que ver con los datos biológicos para formar parte de esa nueva familia. Los lazos vitales creados entre los seguidores de Jesús son tan fuertes que deben superar a los de la carne y la sangre: "Y mirando a los que estaban sentados en torno a él dijo: He aquí mi madre y mis hermanos, pues aquel que realice la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mc 3, 34-35). Comunión familiar Jesús en el evangelio nos revela el verdadero rostro de Dios y para e constantemente términos que se refieren a la familia. El uso del térmi (Padre) para referirse a Dios lo sustrae del ámbito mítico- pagano y lo todo formalismo trascendente para situarlo en el ámbito de la familia íntima con la que un niño pequeño puede dirigirse a su padre. Lo mis decirse del término "hijo" que Jesús emplea para autodesignarse y el de para designar a los creyentes en todo el Nuevo Testamento. Y el Espírit presentado siempre en el evangelio en íntima relación con el Padre y e dimensión familiar es la que da a la comunión eclesial toda su profundida en cuanto es la "muchedumbre reunida por la unidad del Padre, del Espíritu Santo" (Lumen Gentium 4). Es una aplicación concreta del gra subrayado también por Gaudium et Spes: el Hijo de Dios "reveló el amor d la excelsa vocación del hombre evocando las relaciones más comunes social y sirviéndose del lenguaje y de las imágenes de la vida diaria corrient