02. Relaciones - Revista Relaciones

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CACIQ
U ISMO,
UN PRINCIPIO DE EJERCICIO DE PODER
DURANTE VARIOS SIGLOS
RELACIONES
96,
OTOÑO
2003,
VOL.
Raymond Buve*
UNIVERSIDAD DE LEIDEN
XXIV
En este ensayo se esbozan una serie de variables demográficas,
geográficas, culturales, sociales y político-económicas que, en combinación, mantenían un clima social idóneo para el desenvolvimiento continuo de un principio de ejercicio de poder personalista y exclusivo, pero con cambios sustanciales, durante el tiempo,
en sus estructuras, formas de organización, ámbitos territoriales y
objetivos. Esta revisión procura registrar cómo la investigación
del caciquismo se ha profundizado, entrando, por un lado, en sus
raíces prehispánicas y coloniales y, por otro, en nuevas formas de
caciquismo que surgieron en el México urbano e industrializado
de la segunda mitad del siglo veinte.
(Caciquismo, formación del Estado, Estado Moderno, cacicazgo)
xiste ya todo un debate acerca de su definición y características claves. Por mucho tiempo el enfoque estuvo
en el caciquismo político que floreció en el México del
siglo diecinueve y la primera mitad del siglo veinte,
desde los caciques insurgentes hasta los revolucionarios. Ahora podemos constatar que la investigación del fenómeno se ha
profundizado, entrando, por un lado, en sus raíces prehispánicas y coloniales y, por otro lado, en nuevas formas de caciquismo que surgieron en
el México urbano e industrializado de la segunda mitad del siglo veinte.
Parece que el ser un intermediario exclusivo con poder local, autoritario, personalista, correspondiente sobre un territorio y su población,
han sido características claves y reconocidas del cacique a lo largo de la
historia mexicana. Tradicionalmente se suponía que tales características
solamente podían florecer en el caso de un Estado que padecía de un deficiente control político-administrativo y militar sobre el territorio. Comunicaciones y geografía difíciles, así como pobreza e ignorancia generalizadas podrían facilitar el desarrollo de este fenómeno, crearon el
espacio y las oportunidades para ejercer un poder autónomo y establecerse como gatekeeper. Pero si esto fuera el caso, cómo podemos explicar
cacicazgos ejidales y urbano-industriales que en la segunda mitad del
E
* [email protected]
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CACIQUISMO, UN PRINCIPIO DE EJERCICIO DE PODER
siglo veinte florecieron en muchas partes de México y en condiciones
de un considerable predominio de los medios de comunicación, movilidad geográfica acentuada, horizontes ampliados y, ¿un “Leviatán en el
Zócalo”?
Parece cierto que el caciquismo en su origen era una forma de dominación rural con base en dominios de poder territorialmente limitados.
Comparado con el caudillo, el cacique “es, o puede ser, de importancia
menor y funciona dentro de un sistema político generalmente civil, incluso partidista, mientras que el caudillo suele desempeñar una función
militar pretoriana”.1 Pero la distinción entre caudillo y cacique por la calidad civil de este último y porque la violencia “no es su arma principal” me parece difícil.2 La historia política del México decimonónico nos
muestra que durante muchos años se unificaban los mandos civiles y
militares en la misma persona, también en los niveles local y municipal,
y que los caciques se convirtieron en caudillos y al revés. Durante muchos años, la insurgencia, la dinámica de los pronunciamientos de los
años 1830 hasta los 1850, la guerra de Reforma y la Intervención francesa nos sirven de buenos ejemplos. Caciques pueblerinos y regionales se
convirtieron en cabecillas y jefes militares, desde luego, sin dejar de ser
caciques. No hay que olvidar que, aparte de los hacendados, sólo los caciques locales disponían localmente de suficiente control sobre los recursos humanos y materiales (animales, forraje, comida) a movilizar.
Cuando uno lee las historias regionales liberales clásicas, surgen cientos
de casos de movilización local caciquil. También vemos que sus calidades de movilización y sus dones militares les ofrecieron espacio para
ampliar sus dominios. Júan Álvarez en la primera mitad del siglo diecinueve, Juan Francisco Lucas, entre los años 1850 y 1917, así como un
Gabriel Barrios Cabrera, el sucesor de Lucas entre 1917 y 1930 son buenos ejemplos. Al final de las conflagraciones, los caciques que estaban
con los vencedores se acomodaron en el poder regional o se establecieron como caciques detrás de la puerta. Los que perdieron a menudo fueron calificados como bandidos.3
Encontramos a caciques en todos los niveles:4 gobernadores de indios coloniales, alcaldes constitucionales de 1820, pero también un presidente municipal como Che Gómez en 1910. Los hubo en el estado
como José Vicente Villada, gobernador mexiquense bajo el régimen de
don Porfirio, en el que los gobernadores Ignacio Mendoza en Tlaxcala
(década de 1920), Maximino Ávila Camacho en Puebla (década de 1930)
y Gonzalo Santos en San Luis Potosí a partir de los cuarenta.5 Algunos
son jefes ejecutivos, otros sólo detrás de la cortina. Unos suben de nivel,
otros serán eliminados. Era Gonzalo Santos el último de los caciques o,
¿podemos definir a líderes sindicales mexiquenses de la segunda mitad
del siglo veinte o a Guadalupe Martínez, la lideresa sindical de Guadalajara también como caciques?6 Hay cacicazgos de la basura, del comercio ambulante, cacicazgo transportista.7 ¿No existe entonces el peligro
de abrazar un blanketterm?
3
Alan Knight, “La política agraria en México desde la Revolución” en Antonio Escobar Ohmstede y Teresa Rojas Rabiela (coords.), Estructuras y formas agrarias en México
del pasado y del presente, México, CIESAS, 2001, 327-363. Esp. 330.
2
Ibidem; Keith Brewster, “Caciquismo in post-revolutionnary Mexico: The Case of
Gabriel Barrios Cabrera in the Sierra Norte de Puebla”, tesis de doctorado, Universidad
de Warwick, 1995.
Peter F. Guardino, Peasants, Politics and the Formation of Mexico’s National State. Guerrero 1800-185, Stanford, Stanford U.P., 1996; Brian R. Hamnett, Roots of Insurgency. Mexican regions, 1750-182, Cambridge, Cambridge U.P., 1986; Un libro escrito desde la perspectiva local en el cual se muestra claramente la dinámica caciquil es Miguel Galindo y
Galindo, La gran década nacional, 1857-1867, México, 1905, INEHRM, 1987.
4
Knight, “la política agraria en México…”, 335-337.
5
Ricardo Ávila, “‘Así se gobierna señores’: El gobierno de José Vicente Villada” en
Jaime E. Rodríguez O., The Revolutionary Process in Mexico. Essays on Political and Social
Change 1880-194, Irvine, Universidad de California, 1990, 15-32; Raymond Buve, “Consolidating a cacicazgo: Tlaxcala” en Thomas Benjamin y Mark Wasserman, Provinces of the
Revolution. Essays on Regonal Mexican History, 1910-192, Albuquerque, University of New
Mexico Press, 1990, 237-272; Wil Pansters, Politics and Power in Puebla. The Political History
of a Mexican State, 1937-1987, Amsterdam, Cedla, 1990.
6
Ponencias de Salvador Maldonado Aranda, “El cacicazgo sindical y sus implicaciones urbanas y políticas en el Valle de México” y María Teresa Fernández Aceves, “Jalisco
nunca pierde, y cuando pierde arrebata. Woman, Politics and Labour: The Case of Guadalupe Martínez”. Cacique and caudillo Conference, Oxford, 19-21 de septiembre 2002.
7
Salvador Maldonado Aranda, “El cacicazgo sindical y sus implicaciones urbanas y
políticas en el Valle de México” ponencia simposio Cacique y Caudillo in Twentieth century Mexico, Oxford, 19-21 de septiembre 2002.
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CACIQUISMO, UN PRINCIPIO DE EJERCICIO DE PODER
siglo veinte florecieron en muchas partes de México y en condiciones
de un considerable predominio de los medios de comunicación, movilidad geográfica acentuada, horizontes ampliados y, ¿un “Leviatán en el
Zócalo”?
Parece cierto que el caciquismo en su origen era una forma de dominación rural con base en dominios de poder territorialmente limitados.
Comparado con el caudillo, el cacique “es, o puede ser, de importancia
menor y funciona dentro de un sistema político generalmente civil, incluso partidista, mientras que el caudillo suele desempeñar una función
militar pretoriana”.1 Pero la distinción entre caudillo y cacique por la calidad civil de este último y porque la violencia “no es su arma principal” me parece difícil.2 La historia política del México decimonónico nos
muestra que durante muchos años se unificaban los mandos civiles y
militares en la misma persona, también en los niveles local y municipal,
y que los caciques se convirtieron en caudillos y al revés. Durante muchos años, la insurgencia, la dinámica de los pronunciamientos de los
años 1830 hasta los 1850, la guerra de Reforma y la Intervención francesa nos sirven de buenos ejemplos. Caciques pueblerinos y regionales se
convirtieron en cabecillas y jefes militares, desde luego, sin dejar de ser
caciques. No hay que olvidar que, aparte de los hacendados, sólo los caciques locales disponían localmente de suficiente control sobre los recursos humanos y materiales (animales, forraje, comida) a movilizar.
Cuando uno lee las historias regionales liberales clásicas, surgen cientos
de casos de movilización local caciquil. También vemos que sus calidades de movilización y sus dones militares les ofrecieron espacio para
ampliar sus dominios. Júan Álvarez en la primera mitad del siglo diecinueve, Juan Francisco Lucas, entre los años 1850 y 1917, así como un
Gabriel Barrios Cabrera, el sucesor de Lucas entre 1917 y 1930 son buenos ejemplos. Al final de las conflagraciones, los caciques que estaban
con los vencedores se acomodaron en el poder regional o se establecieron como caciques detrás de la puerta. Los que perdieron a menudo fueron calificados como bandidos.3
Encontramos a caciques en todos los niveles:4 gobernadores de indios coloniales, alcaldes constitucionales de 1820, pero también un presidente municipal como Che Gómez en 1910. Los hubo en el estado
como José Vicente Villada, gobernador mexiquense bajo el régimen de
don Porfirio, en el que los gobernadores Ignacio Mendoza en Tlaxcala
(década de 1920), Maximino Ávila Camacho en Puebla (década de 1930)
y Gonzalo Santos en San Luis Potosí a partir de los cuarenta.5 Algunos
son jefes ejecutivos, otros sólo detrás de la cortina. Unos suben de nivel,
otros serán eliminados. Era Gonzalo Santos el último de los caciques o,
¿podemos definir a líderes sindicales mexiquenses de la segunda mitad
del siglo veinte o a Guadalupe Martínez, la lideresa sindical de Guadalajara también como caciques?6 Hay cacicazgos de la basura, del comercio ambulante, cacicazgo transportista.7 ¿No existe entonces el peligro
de abrazar un blanketterm?
3
Alan Knight, “La política agraria en México desde la Revolución” en Antonio Escobar Ohmstede y Teresa Rojas Rabiela (coords.), Estructuras y formas agrarias en México
del pasado y del presente, México, CIESAS, 2001, 327-363. Esp. 330.
2
Ibidem; Keith Brewster, “Caciquismo in post-revolutionnary Mexico: The Case of
Gabriel Barrios Cabrera in the Sierra Norte de Puebla”, tesis de doctorado, Universidad
de Warwick, 1995.
Peter F. Guardino, Peasants, Politics and the Formation of Mexico’s National State. Guerrero 1800-185, Stanford, Stanford U.P., 1996; Brian R. Hamnett, Roots of Insurgency. Mexican regions, 1750-182, Cambridge, Cambridge U.P., 1986; Un libro escrito desde la perspectiva local en el cual se muestra claramente la dinámica caciquil es Miguel Galindo y
Galindo, La gran década nacional, 1857-1867, México, 1905, INEHRM, 1987.
4
Knight, “la política agraria en México…”, 335-337.
5
Ricardo Ávila, “‘Así se gobierna señores’: El gobierno de José Vicente Villada” en
Jaime E. Rodríguez O., The Revolutionary Process in Mexico. Essays on Political and Social
Change 1880-194, Irvine, Universidad de California, 1990, 15-32; Raymond Buve, “Consolidating a cacicazgo: Tlaxcala” en Thomas Benjamin y Mark Wasserman, Provinces of the
Revolution. Essays on Regonal Mexican History, 1910-192, Albuquerque, University of New
Mexico Press, 1990, 237-272; Wil Pansters, Politics and Power in Puebla. The Political History
of a Mexican State, 1937-1987, Amsterdam, Cedla, 1990.
6
Ponencias de Salvador Maldonado Aranda, “El cacicazgo sindical y sus implicaciones urbanas y políticas en el Valle de México” y María Teresa Fernández Aceves, “Jalisco
nunca pierde, y cuando pierde arrebata. Woman, Politics and Labour: The Case of Guadalupe Martínez”. Cacique and caudillo Conference, Oxford, 19-21 de septiembre 2002.
7
Salvador Maldonado Aranda, “El cacicazgo sindical y sus implicaciones urbanas y
políticas en el Valle de México” ponencia simposio Cacique y Caudillo in Twentieth century Mexico, Oxford, 19-21 de septiembre 2002.
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CACIQUISMO, UN PRINCIPIO DE EJERCICIO DE PODER
Parece que efectivamente los cacicazgos mencionados aquí, y muchos más, tenían en común, no tanto una estructura, organización, objetivos y procedimientos, sino más bien un principio de ejercicio del poder. Como dice Knight, un principio racional, pero no legal,8 que se ha
adaptado en términos estructurales y dinámicos a condiciones políticas,
económicas, sociales y culturales bien cambiantes, sin perder desde luego sus dos rasgos claves de intermediario y de exclusividad, en otras
palabras de gatekeeper, en cuanto al acceso a los recursos humanos, naturales, económicos y políticos.
Una posible pauta a seguir nos señala un libro reciente sobre el Anáhuac rural del siglo dieciocho –periodo de crisis y cambios sustanciales–
en el cual el autor Ouweneel sugiere que los gérmenes de los cacicazgos
revolucionarios de 1910 están en la continuación de un proceso de transición de los cacicazgos indígenas –herederos de los tlahtoani prehispanicos– en caciques-gobernadores de indios, nuevo estilo en el que se
consideraban a los indios de su territorio como dependientes que podían obtener tierra y protección a cambio de servicios y tributo. El autor
señala que desde el siglo XVIII los caciques intentaban consolidar su legitimidad por una actitud indigenista, es decir, defensa de los intereses y
recursos cada vez más escasos de la comunidad en contra de amenazas
externas.9 Parece que se pueden notar durante el siglo diecinueve muchos casos de caciques locales y regionales –pensamos por ejemplo, en
la Sierra Gorda guanajuatense, en Guerrero, en Oaxaca, en la Sierra
Norte de Puebla, donde los caciques efectivamente mostraron dicha actitud–. Las relaciones potencialmente conflictivas entre pueblos y sujetos, cabeceras y barrios, así como los nuevos intereses de explotación comercial de recursos naturales y el ataque liberal a la propiedad comunal
y municipal fueron, durante el siglo diecinueve y las primera décadas
del veinte, factores que legitimaron a un caciquismo rebelde y defensor.
En otras palabras, se puede detectar una línea continua durante varios
siglos de cacicazgos legitimados por la defensa de la comunidad, de los
dependientes.10
Para nuestro tema, lo importante de este análisis es que destaca los
cambios profundos en la sociedad indígena y, por lo tanto, los cacicazgos. Hay sustitución de caciques y se perfilan adaptaciones en las pautas de ejercicio del poder que, en parte basadas en tradiciones prehispánicas pero integradas en el sistema colonial, responden a los cambios
impuestos por la autoridad colonial, por el catastrófico desarrollo demográfico, por la ecología local y por cambios económicos. Si efectivamente el caciquismo pueblerino constituye un germen de caciquismo
posterior y si este caciquismo fue capaz de adaptarse creativamente a
condiciones sustancialmente diferentes durante la Colonia y la Independencia, entonces no nos debe sorprender el surgimiento del caciquismo en el México del PRI, urbanizado e industrializado, pero que con
intención y por necesidad, guardaba en su sistema gubernativo-administrativo una jerarquía de espacios exclusivos de ejercicio del poder,
pero ahora bien subalternos.
¿Podemos de cierta manera catalogar a las variables que, unas más
que otras y a veces simultáneas, influyeron en este principio de ejercicio
del poder personal y exclusivista hasta 1940?, ¿Podemos periodizar el
impacto de tales condiciones? A mi modo de ver, hay una serie de variables demográficas, geográficas, culturales, sociales y político-económicas
que, en combinación, mantenían un clima social idóneo para el desenvolvimiento continuo de un principio de ejercicio de poder personalista y
exclusivo, pero con cambios sustanciales, al paso del tiempo, en sus estructuras, formas de organización, ámbitos territoriales y objetivos.
LOS CACIQUES COLONIALES
Una de las grandes diferencias entre México y Europa está en el desarrollo demográfico. Mientras que Europa ya llegaba a mediados del si-
8
Knight, “La política agraria en México…” p. 331.
Arij Ouweneel, Shadows over Anahuac. An Ecological Interpretation of Crisis and Development in Central Mexico, 1730-1800, Albuquerque, University of New Mexico Press,
1996, 248-252.
10
Véase por ejemplo Guy Thomson, Patriotism, Politics, and Popular Liberalism in Nineteenth-Century Mexico. Juan Francisco Lucas and the Puebla Sierra, Wilmington, SR Books,
1999; Guardino, Peasants, Politics and the Formation of Mexico’s National State…
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CACIQUISMO, UN PRINCIPIO DE EJERCICIO DE PODER
Parece que efectivamente los cacicazgos mencionados aquí, y muchos más, tenían en común, no tanto una estructura, organización, objetivos y procedimientos, sino más bien un principio de ejercicio del poder. Como dice Knight, un principio racional, pero no legal,8 que se ha
adaptado en términos estructurales y dinámicos a condiciones políticas,
económicas, sociales y culturales bien cambiantes, sin perder desde luego sus dos rasgos claves de intermediario y de exclusividad, en otras
palabras de gatekeeper, en cuanto al acceso a los recursos humanos, naturales, económicos y políticos.
Una posible pauta a seguir nos señala un libro reciente sobre el Anáhuac rural del siglo dieciocho –periodo de crisis y cambios sustanciales–
en el cual el autor Ouweneel sugiere que los gérmenes de los cacicazgos
revolucionarios de 1910 están en la continuación de un proceso de transición de los cacicazgos indígenas –herederos de los tlahtoani prehispanicos– en caciques-gobernadores de indios, nuevo estilo en el que se
consideraban a los indios de su territorio como dependientes que podían obtener tierra y protección a cambio de servicios y tributo. El autor
señala que desde el siglo XVIII los caciques intentaban consolidar su legitimidad por una actitud indigenista, es decir, defensa de los intereses y
recursos cada vez más escasos de la comunidad en contra de amenazas
externas.9 Parece que se pueden notar durante el siglo diecinueve muchos casos de caciques locales y regionales –pensamos por ejemplo, en
la Sierra Gorda guanajuatense, en Guerrero, en Oaxaca, en la Sierra
Norte de Puebla, donde los caciques efectivamente mostraron dicha actitud–. Las relaciones potencialmente conflictivas entre pueblos y sujetos, cabeceras y barrios, así como los nuevos intereses de explotación comercial de recursos naturales y el ataque liberal a la propiedad comunal
y municipal fueron, durante el siglo diecinueve y las primera décadas
del veinte, factores que legitimaron a un caciquismo rebelde y defensor.
En otras palabras, se puede detectar una línea continua durante varios
siglos de cacicazgos legitimados por la defensa de la comunidad, de los
dependientes.10
Para nuestro tema, lo importante de este análisis es que destaca los
cambios profundos en la sociedad indígena y, por lo tanto, los cacicazgos. Hay sustitución de caciques y se perfilan adaptaciones en las pautas de ejercicio del poder que, en parte basadas en tradiciones prehispánicas pero integradas en el sistema colonial, responden a los cambios
impuestos por la autoridad colonial, por el catastrófico desarrollo demográfico, por la ecología local y por cambios económicos. Si efectivamente el caciquismo pueblerino constituye un germen de caciquismo
posterior y si este caciquismo fue capaz de adaptarse creativamente a
condiciones sustancialmente diferentes durante la Colonia y la Independencia, entonces no nos debe sorprender el surgimiento del caciquismo en el México del PRI, urbanizado e industrializado, pero que con
intención y por necesidad, guardaba en su sistema gubernativo-administrativo una jerarquía de espacios exclusivos de ejercicio del poder,
pero ahora bien subalternos.
¿Podemos de cierta manera catalogar a las variables que, unas más
que otras y a veces simultáneas, influyeron en este principio de ejercicio
del poder personal y exclusivista hasta 1940?, ¿Podemos periodizar el
impacto de tales condiciones? A mi modo de ver, hay una serie de variables demográficas, geográficas, culturales, sociales y político-económicas
que, en combinación, mantenían un clima social idóneo para el desenvolvimiento continuo de un principio de ejercicio de poder personalista y
exclusivo, pero con cambios sustanciales, al paso del tiempo, en sus estructuras, formas de organización, ámbitos territoriales y objetivos.
LOS CACIQUES COLONIALES
Una de las grandes diferencias entre México y Europa está en el desarrollo demográfico. Mientras que Europa ya llegaba a mediados del si-
8
Knight, “La política agraria en México…” p. 331.
Arij Ouweneel, Shadows over Anahuac. An Ecological Interpretation of Crisis and Development in Central Mexico, 1730-1800, Albuquerque, University of New Mexico Press,
1996, 248-252.
10
Véase por ejemplo Guy Thomson, Patriotism, Politics, and Popular Liberalism in Nineteenth-Century Mexico. Juan Francisco Lucas and the Puebla Sierra, Wilmington, SR Books,
1999; Guardino, Peasants, Politics and the Formation of Mexico’s National State…
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CACIQUISMO, UN PRINCIPIO DE EJERCICIO DE PODER
glo XVII a cien millones de habitantes, la Nueva España tenía al mismo
tiempo 1 034 000, es decir, menos habitantes que la muy pequeña república holandesa de las Siete Provincias Unidas. La población novohispana no solamente era muy escasa, sino también concentrada en una serie
de islas demográficas difícilmente comunicadas por la existencia de serranías, desiertos y selvas. Salvo en el caso del ganado, el transporte por
tierra de productos de consumo no lujoso era prohibitivo por los altos
gastos. Aún en el siglo diecinueve, viajeros británicos se sorprendían
por el hecho de poder viajar un día sin ver a nadie. El aislamiento geográfico tenía su pendiente cultural, porque alrededor de 1800 aún la
mitad de la población era monolingüe indígena o a la vez hablaba muchos idiomas diferentes. El México de alrededor de 1820 era un archipiélago de ciudades, cada uno con grandes territorios de hinterland que
incluían a villas, pueblos de indios, haciendas, ranchos y toda clase de
asentamientos de castas. Fueron el porfiriato y la Revolución que, en su
conjunto, construyeron con altibajos del archipiélago un territorio unido con una población que primero creció lentamente y, luego, vertiginosamente a partir de los treinta del siglo veinte.
Lo que es más, dentro de aquellos ambientes locales encontramos,
tanto en el prehispánico mexicano como en la Nueva España, un fuerte
patriarcalismo en casi todos los grupos y estratos sociales. La lealtad y
obediencia de sangre, territorio y patrón, la encontramos en la Colonia,
en la dinámica militar insurgente, las milicias, los ayuntamientos, pero
también en haciendas y comunidades decimonónicas, expresadas en la
autoridad indiscutible del patriarca, del hacendado, del cacique, de los
antepasados, y la tendencia de comparar al gobernante con un padre; es
decir, la relación entre súbdito y gobernante era concebida en términos
personales y autoritarios, pero con obligaciones recíprocas –aunque no
necesariamente iguales–.11 Lo importante a señalar aquí, es que la cultu-
ra patriarcal y el predominio de relaciones primordiales resistían la intrusión de la autoridad que pretendía ejercer el Estado moderno.12
Mientras que las pautas de autoridad mostraron un alto grado de
patriarcalismo, por las mismas raíces prehispánicas y medieval-castellanas, la organización social y política de las entidades locales mostraba
un alto grado de corporativismo y autonomismo local. Los mecanismos
jurídico-administrativos coloniales parecen, en contra de su intención,
haber posibilitado un espacio idóneo para establecerse como caciques
de los pueblos. El gobernador de indios era el responsable del tributo,
de los repartimientos y otros servicios laborales, así como de la administración de los terrenos, de la caja de comunidad y de la justicia menor.
Frente a una superioridad que, no obstante intentos reformadores, nunca logró lo suficientemente centralizar el control, el cacique-gobernador
reunía, por sus facultades legales y extralegales las posibilidades para la
acumulación de capital y un acceso privilegiado a los recursos naturales
y humanos del pueblo, y por otro lado las condiciones por convertirse
en el intermediario par excellence entre el pueblo y la superioridad. Por
eso, Ouweneel propone no ver a los pueblos como corporaciones de
campesinos socialmente iguales, sino más bien como clientelas de caciques.13
La integración comercial y político-jurídica entre los mundos hispano e indígena parece haber fomentado la formación y ampliación de
cacicazgos pueblerinos, pero también sus incorporaciones en jerarquías
caciquiles más amplias y no-indígenas, a menudo capitaneadas por mineros y comerciantes propietarios. Intereses fiscales y mercantiles hicieron de los caciques-gobernadores de los pueblos los engranajes en las
redes mercantiles de las elites provinciales. Se trata de un fenómeno con
dos caras que –lo veremos más tarde– podemos trazar desde la Colonia
hasta incluso el siglo veinte. Por un lado vemos como caciques, bien integrados en el sistema español, intentan aprovecharse del cada vez más
dominante concepto de la propiedad privada, de su papel formal en la
administración de tierras y fondos y su papel de engranaje en redes co-
11
Rik Hoekstra, Two Worlds Merging. The Transformation of Society in the Valley of Puebla, 1570-1640, Amsterdam, Cedla, 1993, 45-47; François Xavier Guerra, Le Mexíque. De l’
ancien régime a la Révolution, París, L’Harmattan, 1985, tomo I, cap. III; El patriarcalismo en
los estudios de familias novohispanas parece claro, Pilar Gonzalbo Aizpuru, Familia y orden colonial, México, CdM, 1998; El patriarcalismo en las representaciones por parte de
ayuntamientos rurales a la Superioridad es bien conocido. Véase por ejemplo el AGET,
fondo siglo XIX.
Esto lo demuestra claramente E. Bradford Burns, Patriarch and Folk. The Emergence
of Nicaragua 1798-1858, Cambridge, Harvard U.P., 1991.
13
Ouweneel, Shadows over Anahuac..., 248-252.
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CACIQUISMO, UN PRINCIPIO DE EJERCICIO DE PODER
glo XVII a cien millones de habitantes, la Nueva España tenía al mismo
tiempo 1 034 000, es decir, menos habitantes que la muy pequeña república holandesa de las Siete Provincias Unidas. La población novohispana no solamente era muy escasa, sino también concentrada en una serie
de islas demográficas difícilmente comunicadas por la existencia de serranías, desiertos y selvas. Salvo en el caso del ganado, el transporte por
tierra de productos de consumo no lujoso era prohibitivo por los altos
gastos. Aún en el siglo diecinueve, viajeros británicos se sorprendían
por el hecho de poder viajar un día sin ver a nadie. El aislamiento geográfico tenía su pendiente cultural, porque alrededor de 1800 aún la
mitad de la población era monolingüe indígena o a la vez hablaba muchos idiomas diferentes. El México de alrededor de 1820 era un archipiélago de ciudades, cada uno con grandes territorios de hinterland que
incluían a villas, pueblos de indios, haciendas, ranchos y toda clase de
asentamientos de castas. Fueron el porfiriato y la Revolución que, en su
conjunto, construyeron con altibajos del archipiélago un territorio unido con una población que primero creció lentamente y, luego, vertiginosamente a partir de los treinta del siglo veinte.
Lo que es más, dentro de aquellos ambientes locales encontramos,
tanto en el prehispánico mexicano como en la Nueva España, un fuerte
patriarcalismo en casi todos los grupos y estratos sociales. La lealtad y
obediencia de sangre, territorio y patrón, la encontramos en la Colonia,
en la dinámica militar insurgente, las milicias, los ayuntamientos, pero
también en haciendas y comunidades decimonónicas, expresadas en la
autoridad indiscutible del patriarca, del hacendado, del cacique, de los
antepasados, y la tendencia de comparar al gobernante con un padre; es
decir, la relación entre súbdito y gobernante era concebida en términos
personales y autoritarios, pero con obligaciones recíprocas –aunque no
necesariamente iguales–.11 Lo importante a señalar aquí, es que la cultu-
ra patriarcal y el predominio de relaciones primordiales resistían la intrusión de la autoridad que pretendía ejercer el Estado moderno.12
Mientras que las pautas de autoridad mostraron un alto grado de
patriarcalismo, por las mismas raíces prehispánicas y medieval-castellanas, la organización social y política de las entidades locales mostraba
un alto grado de corporativismo y autonomismo local. Los mecanismos
jurídico-administrativos coloniales parecen, en contra de su intención,
haber posibilitado un espacio idóneo para establecerse como caciques
de los pueblos. El gobernador de indios era el responsable del tributo,
de los repartimientos y otros servicios laborales, así como de la administración de los terrenos, de la caja de comunidad y de la justicia menor.
Frente a una superioridad que, no obstante intentos reformadores, nunca logró lo suficientemente centralizar el control, el cacique-gobernador
reunía, por sus facultades legales y extralegales las posibilidades para la
acumulación de capital y un acceso privilegiado a los recursos naturales
y humanos del pueblo, y por otro lado las condiciones por convertirse
en el intermediario par excellence entre el pueblo y la superioridad. Por
eso, Ouweneel propone no ver a los pueblos como corporaciones de
campesinos socialmente iguales, sino más bien como clientelas de caciques.13
La integración comercial y político-jurídica entre los mundos hispano e indígena parece haber fomentado la formación y ampliación de
cacicazgos pueblerinos, pero también sus incorporaciones en jerarquías
caciquiles más amplias y no-indígenas, a menudo capitaneadas por mineros y comerciantes propietarios. Intereses fiscales y mercantiles hicieron de los caciques-gobernadores de los pueblos los engranajes en las
redes mercantiles de las elites provinciales. Se trata de un fenómeno con
dos caras que –lo veremos más tarde– podemos trazar desde la Colonia
hasta incluso el siglo veinte. Por un lado vemos como caciques, bien integrados en el sistema español, intentan aprovecharse del cada vez más
dominante concepto de la propiedad privada, de su papel formal en la
administración de tierras y fondos y su papel de engranaje en redes co-
11
Rik Hoekstra, Two Worlds Merging. The Transformation of Society in the Valley of Puebla, 1570-1640, Amsterdam, Cedla, 1993, 45-47; François Xavier Guerra, Le Mexíque. De l’
ancien régime a la Révolution, París, L’Harmattan, 1985, tomo I, cap. III; El patriarcalismo en
los estudios de familias novohispanas parece claro, Pilar Gonzalbo Aizpuru, Familia y orden colonial, México, CdM, 1998; El patriarcalismo en las representaciones por parte de
ayuntamientos rurales a la Superioridad es bien conocido. Véase por ejemplo el AGET,
fondo siglo XIX.
Esto lo demuestra claramente E. Bradford Burns, Patriarch and Folk. The Emergence
of Nicaragua 1798-1858, Cambridge, Harvard U.P., 1991.
13
Ouweneel, Shadows over Anahuac..., 248-252.
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merciales supralocales. Aquí notamos las características claves de un cacique: su papel intermediario exclusivo frente a los recursos internos y
externos. Por otro lado, este mismo proceso integrativo causaba la ampliación de dominios caciquiles o su incorporación en dominios caciquiles de mayor alcance, llegando así a cacicazgos más amplios, pero jerarquizados.
Con este proceso de incorporación también se nota la desindigenización progresiva del caciquismo pueblerino, ya iniciado en la Colonia. Algunas familias importantes de caciques, en gran parte mestizas,
mantuvieron su poder, otras desaparecieron o fueron sustituidas y surgieron nuevos poderosos locales. Durante el tardío colonial, unos y
otros se convirtieron en rancheros, un proceso de individualización de
control sobre tierras y otros recursos que ya se inició en el tardío colonial.14 En este sentido, desindigenización y ampliación del caciquismo,
pueden haber sido muy importantes en el proceso insurgente (18101821) y la constitución de los ayuntamientos constitucionales (1812),
porque ambos procesos ampliaron nítidamente el acceso al poder local
a las castas, el primero empezando por la vía de hecho, el segundo por
la vía legal. La crisis de Independencia, que se alargaba por diez años,
creaba –junto con la constitución de Cádiz– crecientes, aunque regionalmente variables, condiciones legales y extralegales de autonomía y autodefensa, pero también un mayor espacio para autoprovecho.15
CACIQUISMO, UN PRINCIPIO DE EJERCICIO DE PODER
CACIQUISMO Y ESTADO MODERNO: ¿UN MATRIMONIO ANÓMALO?
Ahora, cada vez más, el caciquismo es un producto del mestizaje cultural; primero, como hemos visto ya, entre los mundos local-indígena y el
mundo hispano tradicional, pero después también entre aquellos mundos tardío colonial novohispanos y el incipiente Estado moderno que
entró con Cádiz y del Constituyente de 1824. Este proceso complicado
y difícil fortaleció a los caciques, “los padrastros de los pueblos”, por
varias razones. Primero porque la crisis de la monarquía, la insurgencia
y la Independencia debilitaron y después eliminaron a los niveles superiores de la administración colonial, segundo porque el cacique era ya
de por sí el inevitable engranaje en la red que debía unir las sociedades
locales rurales al incipiente Estado moderno: “Este hombre, pues, fue el
que en el anterior sistema compraba sus favores, servicios y dinero a los
subdelegados para administrar la justicia a su contento; éste, el que en
el nuevo, forma las elecciones a su paladar; y este, por último, el que
antes, ahora y en todos los tiempos ha gobernado”.16 Y no solamente se
refiere a los caciques de los ahora expueblos de indios, porque los ayuntamientos constitucionales gaditanas y federales, indígenas y no indígenas, siguieron, no obstante la ampliación del voto activo y pasivo, en
gran parte con la participación muy limitada en las elecciones, rotación
de cargos ediles entre las familias de la elite local y las reelecciones.
Como ya señaló Annino, la Constitución de Cádiz ocasionó un “traslado masivo de poderes del Estado a las comunidades locales”,17 y muchos titulares de las nuevas instituciones políticas podían por causa de
sus facultades extraordinarias concedidas durante la contrainsurgencia
y por continuidad de facultades que pertenecían al antiguo régimen,
trasbordar bien fuerte los límites constitucionales.18
14
Anne Bos, The demise of the Caciques of Atlacomulco, Mexico, 1598-1824. A reconstruction, Leiden, CNWS Research School, 1998. Ouweneel, Shadows over Anahuac…, 135-142.;
Antonio Escobar O., “Qué sucedió con la tierra en las Huastecas decimonónicas?” en Antonio Escobar Ohmstede y Luz Carregha Lamadrid (coords), El siglo XIX en las Huastecas,
México, CIESAS, 2002, 137-165.
15
Manuel Chust, La cuestión nacional americana en las Cortes de Cádiz, Valencia, UNED
Alzira-Valencia, 1999; Antonio Annino, “Cádiz y la revolución territorial de los pueblos
mexicanos, 1812-1821” en Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX, Buenos Aires,
CFE, 1995, esp. pp. 220-221.
Memorial Jueces de letras a la Junta Provisional Gubernativa citado en Javier
Ocampo, Las ideas de un día, México, Colegio de México, 1969, 204-206; Guerra en México,
tomo I, 181-183; Knight, “La Política Agraria en México…” , 329.
17
Antonio Annino, “Cádiz y la revolución territorial de los pueblos mexicanos, 18121821” en Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX, Buenos Aires, CFE, 1995.
18
Yvette Nelen, De Illustere Heren van San Pablo (Los señores ilustres de San Pablo.
Gobierno local en el México decimonónico/ Tlaxcala 1823-1880) Leiden, CNWS, 1999, cap.
2; Raymond Buve, “’Cadiz’ y el debate sobre el estatus de una provincia mexicana: Tlax-
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merciales supralocales. Aquí notamos las características claves de un cacique: su papel intermediario exclusivo frente a los recursos internos y
externos. Por otro lado, este mismo proceso integrativo causaba la ampliación de dominios caciquiles o su incorporación en dominios caciquiles de mayor alcance, llegando así a cacicazgos más amplios, pero jerarquizados.
Con este proceso de incorporación también se nota la desindigenización progresiva del caciquismo pueblerino, ya iniciado en la Colonia. Algunas familias importantes de caciques, en gran parte mestizas,
mantuvieron su poder, otras desaparecieron o fueron sustituidas y surgieron nuevos poderosos locales. Durante el tardío colonial, unos y
otros se convirtieron en rancheros, un proceso de individualización de
control sobre tierras y otros recursos que ya se inició en el tardío colonial.14 En este sentido, desindigenización y ampliación del caciquismo,
pueden haber sido muy importantes en el proceso insurgente (18101821) y la constitución de los ayuntamientos constitucionales (1812),
porque ambos procesos ampliaron nítidamente el acceso al poder local
a las castas, el primero empezando por la vía de hecho, el segundo por
la vía legal. La crisis de Independencia, que se alargaba por diez años,
creaba –junto con la constitución de Cádiz– crecientes, aunque regionalmente variables, condiciones legales y extralegales de autonomía y autodefensa, pero también un mayor espacio para autoprovecho.15
CACIQUISMO, UN PRINCIPIO DE EJERCICIO DE PODER
CACIQUISMO Y ESTADO MODERNO: ¿UN MATRIMONIO ANÓMALO?
Ahora, cada vez más, el caciquismo es un producto del mestizaje cultural; primero, como hemos visto ya, entre los mundos local-indígena y el
mundo hispano tradicional, pero después también entre aquellos mundos tardío colonial novohispanos y el incipiente Estado moderno que
entró con Cádiz y del Constituyente de 1824. Este proceso complicado
y difícil fortaleció a los caciques, “los padrastros de los pueblos”, por
varias razones. Primero porque la crisis de la monarquía, la insurgencia
y la Independencia debilitaron y después eliminaron a los niveles superiores de la administración colonial, segundo porque el cacique era ya
de por sí el inevitable engranaje en la red que debía unir las sociedades
locales rurales al incipiente Estado moderno: “Este hombre, pues, fue el
que en el anterior sistema compraba sus favores, servicios y dinero a los
subdelegados para administrar la justicia a su contento; éste, el que en
el nuevo, forma las elecciones a su paladar; y este, por último, el que
antes, ahora y en todos los tiempos ha gobernado”.16 Y no solamente se
refiere a los caciques de los ahora expueblos de indios, porque los ayuntamientos constitucionales gaditanas y federales, indígenas y no indígenas, siguieron, no obstante la ampliación del voto activo y pasivo, en
gran parte con la participación muy limitada en las elecciones, rotación
de cargos ediles entre las familias de la elite local y las reelecciones.
Como ya señaló Annino, la Constitución de Cádiz ocasionó un “traslado masivo de poderes del Estado a las comunidades locales”,17 y muchos titulares de las nuevas instituciones políticas podían por causa de
sus facultades extraordinarias concedidas durante la contrainsurgencia
y por continuidad de facultades que pertenecían al antiguo régimen,
trasbordar bien fuerte los límites constitucionales.18
14
Anne Bos, The demise of the Caciques of Atlacomulco, Mexico, 1598-1824. A reconstruction, Leiden, CNWS Research School, 1998. Ouweneel, Shadows over Anahuac…, 135-142.;
Antonio Escobar O., “Qué sucedió con la tierra en las Huastecas decimonónicas?” en Antonio Escobar Ohmstede y Luz Carregha Lamadrid (coords), El siglo XIX en las Huastecas,
México, CIESAS, 2002, 137-165.
15
Manuel Chust, La cuestión nacional americana en las Cortes de Cádiz, Valencia, UNED
Alzira-Valencia, 1999; Antonio Annino, “Cádiz y la revolución territorial de los pueblos
mexicanos, 1812-1821” en Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX, Buenos Aires,
CFE, 1995, esp. pp. 220-221.
Memorial Jueces de letras a la Junta Provisional Gubernativa citado en Javier
Ocampo, Las ideas de un día, México, Colegio de México, 1969, 204-206; Guerra en México,
tomo I, 181-183; Knight, “La Política Agraria en México…” , 329.
17
Antonio Annino, “Cádiz y la revolución territorial de los pueblos mexicanos, 18121821” en Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX, Buenos Aires, CFE, 1995.
18
Yvette Nelen, De Illustere Heren van San Pablo (Los señores ilustres de San Pablo.
Gobierno local en el México decimonónico/ Tlaxcala 1823-1880) Leiden, CNWS, 1999, cap.
2; Raymond Buve, “’Cadiz’ y el debate sobre el estatus de una provincia mexicana: Tlax-
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CACIQUISMO, UN PRINCIPIO DE EJERCICIO DE PODER
La transición de la Colonia a la Independencia abrió espacios a líderes de la clase media rural para establecerse como caciques. En realidad
aquellos rancheros, entre ellos también muchas familias de origen caciquil de los pueblos, reunían condiciones ideales para el cacicazgo: vivían en el pueblo o asentamiento, se vestían, como sus clientes, y tenían
relaciones familiares rituales con ellos, hablaban el mismo idioma, eran
los engranajes en redes comerciales y controlaban ayuntamientos y milicias.19 Como dice Knight con razón, es un cliché que los caciques tendían a enriquecerse, hay ejemplos de los que no lo hicieron y probablemente muchos más que los ahora conocidos, porque el cacique “bueno”,
¡no genera quejas! Pero el punto clave es, si el cacique tiene de por sí la
libertad de ser bueno o malo por causa de su poder exclusivo. Aquí
quiero recordar que los caciques pueblerinos coloniales necesitaban, no
obstante su poder, un nivel mínimo de legitimidad en los ojos de sus
clientelas y se presentaron como defensores del pueblo con el fin de consolidar su legitimidad.20 Pero igualmente los hacendados podrían establecer, como caciques, una relación de defensa de los intereses comunes
con los pueblos lo que les otorgaba un nivel de legitimidad y respeto.
Recordemos los clanes de los Meixueiro y Hernández en Oaxaca o algunos finqueros de Chiapas.21
Durante el siglo XIX se ofrecieron nuevos elementos políticos y económicos a los gatekeepers locales y, al igual como Ouweneel lo notó para
la Colonia, surgieron cambios en el cacicazgo, pero esta institución informal se mantuvo y se reprodujo.22 Se abrieron carreras políticas hacia
la alcaldía, el distrito, el congreso estatal, carreras militares en las milicias y las guardias nacionales. La creciente inestabilidad política, expresada en pronunciamientos y rebeliones hizo necesario a los políticos regionales y nacionales “convencer a los pueblos”. Los caciques indígenas
y no-indígenas, encontraban ahora un espacio para presentar agravios
relacionados con la creciente incorporación del pueblo en el mundo hispano-mexicano a cambio de apoyo al gobierno o los pronunciados. Desde Iturbide hasta Díaz se puede notar como cientos y cientos de ayuntamientos y representantes de pueblos responden a pronunciamientos e
intentos por convencerles de acomodarse con el gobierno o los pronunciados. Pero la inestabilidad tiene también otra cara, la falta de orden y
seguridad obliga a los caciques locales a una política hábil y de autodefensa. La inestabilidad generó un amplio espacio para el bandidaje y los
bandidos exitosos pudieron establecerse como caciques, algo que se repitió durante la Revolución. En el caso de Tlaxcala, lo que es ahora Hidalgo y el Norte de Puebla, el papel de los caciques de los pueblos al pronunciarse y movilizarse en favor del gobierno liberal en la guerra de
Reforma parece haber sido crucial y cobraban por sus servicios de guerra con una autonomía sustancial, en defensa de sus pueblos y castigo de
pueblos enemigos, y también en provecho de sus carreras personales.23
La penetración del campo mexicano por la agricultura comercial, la
explotación comercial de bosques y la privatización de terrenos comu-
cala entre 1780 y 1850” en Antonio Escobar Ohmstede, Romana Falcón y Raymond Buve
(comps), Pueblos, comunidades y municipios frente a los proyectos modernizadores en América
Latina, siglo XIX, Amsterdam/San Luis Potosí, CEDLA/Colegio de San Luis, 2002, 9-28;
Raymond Buve, “Political patronage and Politics at the Village Level in Central México”,
BLAR, vol. 11, núm. 1, enero 1992, 3-28; José Antonio Serrano Ortega, “La jerarquía subvertida. Ciudades y villas en la Intendencia de Guanajuato, 1787-1820” en Marta Terán, José
Antonio Ortega (eds.), Las guerras de Independencia en la América Española, México, El Colegio de Michoacán/INAH, 2002, 403-422, Cita Annino, 419.
19
Brian R. Hamnett, Roots of Insurgency. Mexican regions, 1750-1824, Cambridge,
Cambridge U.P., 1986. Véase también Frans Schryer, Ethnicity and Class Conflict in Rural
Mexico, Princeton, Princeton U.P., 1990, 88-92.
20
Véanse los estudios de Hamnett y Guardini. Mariano Otero acerca de la clase media rural; Knight, “La política agraria en México…”, 350.; Ouweneel, Shadows over Anahuac…, 252.
21
Allan Knight, The Mexican Revolution, Porfirians, Liberals and Peasants, Cambridge,
Cambridge U.P., 1985, 117-119.
Ouweneel, Shadows over Anahuac…, 224.
Josefina Zoraida Vázquez, “Los pronunciamientos de 1832: aspirantismo, política
e ideología” en Jaime E. Rodríguez O (ed), Patterns of Contention in Mexican History
Wilmington, SR Books, 1984, 163-187; Will Fowler, Mexico in the Age of Proposals, 1821-1853,
Westport, Greenwood Press, 1998, ff y App. 2; Raymond Buve, “Política local en tiempos
de guerra: Tlaxcala, México en una época de violencia generalizada, 1847-1867” en “Violencia Social y Conflicto Civil: América Latina siglo XVIII-XIX”, Cuadernos de Historia Latinoamericana 6, 1998, 139-162; Guy P.C. Thomson, Patriotism, Politics, and Popular Liberalism
in Nineteenth-Century Mexico, Wilmington, SR Books, 1999; Knight, The Mexican Revolution…, 114-115.
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La transición de la Colonia a la Independencia abrió espacios a líderes de la clase media rural para establecerse como caciques. En realidad
aquellos rancheros, entre ellos también muchas familias de origen caciquil de los pueblos, reunían condiciones ideales para el cacicazgo: vivían en el pueblo o asentamiento, se vestían, como sus clientes, y tenían
relaciones familiares rituales con ellos, hablaban el mismo idioma, eran
los engranajes en redes comerciales y controlaban ayuntamientos y milicias.19 Como dice Knight con razón, es un cliché que los caciques tendían a enriquecerse, hay ejemplos de los que no lo hicieron y probablemente muchos más que los ahora conocidos, porque el cacique “bueno”,
¡no genera quejas! Pero el punto clave es, si el cacique tiene de por sí la
libertad de ser bueno o malo por causa de su poder exclusivo. Aquí
quiero recordar que los caciques pueblerinos coloniales necesitaban, no
obstante su poder, un nivel mínimo de legitimidad en los ojos de sus
clientelas y se presentaron como defensores del pueblo con el fin de consolidar su legitimidad.20 Pero igualmente los hacendados podrían establecer, como caciques, una relación de defensa de los intereses comunes
con los pueblos lo que les otorgaba un nivel de legitimidad y respeto.
Recordemos los clanes de los Meixueiro y Hernández en Oaxaca o algunos finqueros de Chiapas.21
Durante el siglo XIX se ofrecieron nuevos elementos políticos y económicos a los gatekeepers locales y, al igual como Ouweneel lo notó para
la Colonia, surgieron cambios en el cacicazgo, pero esta institución informal se mantuvo y se reprodujo.22 Se abrieron carreras políticas hacia
la alcaldía, el distrito, el congreso estatal, carreras militares en las milicias y las guardias nacionales. La creciente inestabilidad política, expresada en pronunciamientos y rebeliones hizo necesario a los políticos regionales y nacionales “convencer a los pueblos”. Los caciques indígenas
y no-indígenas, encontraban ahora un espacio para presentar agravios
relacionados con la creciente incorporación del pueblo en el mundo hispano-mexicano a cambio de apoyo al gobierno o los pronunciados. Desde Iturbide hasta Díaz se puede notar como cientos y cientos de ayuntamientos y representantes de pueblos responden a pronunciamientos e
intentos por convencerles de acomodarse con el gobierno o los pronunciados. Pero la inestabilidad tiene también otra cara, la falta de orden y
seguridad obliga a los caciques locales a una política hábil y de autodefensa. La inestabilidad generó un amplio espacio para el bandidaje y los
bandidos exitosos pudieron establecerse como caciques, algo que se repitió durante la Revolución. En el caso de Tlaxcala, lo que es ahora Hidalgo y el Norte de Puebla, el papel de los caciques de los pueblos al pronunciarse y movilizarse en favor del gobierno liberal en la guerra de
Reforma parece haber sido crucial y cobraban por sus servicios de guerra con una autonomía sustancial, en defensa de sus pueblos y castigo de
pueblos enemigos, y también en provecho de sus carreras personales.23
La penetración del campo mexicano por la agricultura comercial, la
explotación comercial de bosques y la privatización de terrenos comu-
cala entre 1780 y 1850” en Antonio Escobar Ohmstede, Romana Falcón y Raymond Buve
(comps), Pueblos, comunidades y municipios frente a los proyectos modernizadores en América
Latina, siglo XIX, Amsterdam/San Luis Potosí, CEDLA/Colegio de San Luis, 2002, 9-28;
Raymond Buve, “Political patronage and Politics at the Village Level in Central México”,
BLAR, vol. 11, núm. 1, enero 1992, 3-28; José Antonio Serrano Ortega, “La jerarquía subvertida. Ciudades y villas en la Intendencia de Guanajuato, 1787-1820” en Marta Terán, José
Antonio Ortega (eds.), Las guerras de Independencia en la América Española, México, El Colegio de Michoacán/INAH, 2002, 403-422, Cita Annino, 419.
19
Brian R. Hamnett, Roots of Insurgency. Mexican regions, 1750-1824, Cambridge,
Cambridge U.P., 1986. Véase también Frans Schryer, Ethnicity and Class Conflict in Rural
Mexico, Princeton, Princeton U.P., 1990, 88-92.
20
Véanse los estudios de Hamnett y Guardini. Mariano Otero acerca de la clase media rural; Knight, “La política agraria en México…”, 350.; Ouweneel, Shadows over Anahuac…, 252.
21
Allan Knight, The Mexican Revolution, Porfirians, Liberals and Peasants, Cambridge,
Cambridge U.P., 1985, 117-119.
Ouweneel, Shadows over Anahuac…, 224.
Josefina Zoraida Vázquez, “Los pronunciamientos de 1832: aspirantismo, política
e ideología” en Jaime E. Rodríguez O (ed), Patterns of Contention in Mexican History
Wilmington, SR Books, 1984, 163-187; Will Fowler, Mexico in the Age of Proposals, 1821-1853,
Westport, Greenwood Press, 1998, ff y App. 2; Raymond Buve, “Política local en tiempos
de guerra: Tlaxcala, México en una época de violencia generalizada, 1847-1867” en “Violencia Social y Conflicto Civil: América Latina siglo XVIII-XIX”, Cuadernos de Historia Latinoamericana 6, 1998, 139-162; Guy P.C. Thomson, Patriotism, Politics, and Popular Liberalism
in Nineteenth-Century Mexico, Wilmington, SR Books, 1999; Knight, The Mexican Revolution…, 114-115.
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CACIQUISMO, UN PRINCIPIO DE EJERCICIO DE PODER
nales abrió al gatekeeper local otros espacios nuevos. Muchos ya de facto
propietarios medianos o rancheros se quedaron con tierras arrendadas
y en su calidad de caciques favorecieron sobre todo a los suyos.24 Se
convirtieron en el engranaje local en las nuevas redes de adquisición de
recursos y de su explotación. Pero, como ya señalamos antes, el cacique
como gatekeeper podría, según las circunstancias, favorecer exclusivamente sus intereses privados, los de sus clientes o del pueblo entero.
Como se trata de un principio racional de ejercicio de poder, aquí entraban no solo la exclusividad y el instrumental de medios de coacción,
sino también – probablemente menos costoso– el grado de legitimidad
del cacique ante los ojos de su clientela.
No obstante una clara multiplicación de relaciones que intentaron
incorporar al pueblo en el mundo económico y político, el cacique pudo
mantener su posición de intermediario exclusivo a lo largo del siglo
hasta bien entrada la Revolución, pero tuvo que adaptarse a nuevas reglas del juego.
Pero ni con Díaz estas nuevas reglas quebraron por completo el tradicional quid por quo, es decir, autonomía a cambio de orden y obediencia, bien expresado en el famoso lema “pan y palo”. Pero el creciente
dominio de los Científicos en la centralizante administración tardíoporfiriana, los cambios introducidos en la legislación y la entrada de funcionarios con actitudes bien diferentes, provocaron en 1910 también la
rebelión de muchos caciques de los pueblos. Ellos y los caciques de
asentamientos rancheros se sintieron afectados y ganaron legitimidad
en su defensa rebelde de intereses locales. Entre los ejemplos encontramos la sucesión gubernamental morelense de Manuel Alarcón por Pablo Escandón –una de los triggering factors del movimiento zapatista de
pueblos armados, la crisis del mandato del gobernador porfiriano Próspero Cahuantzi de Tlaxcala en la última década de su gobierno y el mo-
vimiento rebelde en el noroeste de Chihuahua por despojos efectuados
por el cacicazgo Creel-Terrazas.25
Es cierto, el ideal del Estado moderno, en forma de monarquía constitucional o república, fue abrazado por la intelectualidad novohispana
liberal-gaditana, pero no hay que olvidar que para 90 por ciento de los
mexicanos, los campesinos, la transición hacia la ciudadanía era una
marcha no solamente larga, sino más bien alargada por las crisis del Estado mexicano, el estancamiento económico y demográfico y la creciente necesidad de defensa del hogar que, en su conjunto, mantuvieron por
décadas las condiciones de un archipiélago mexicano, en vez de un territorio controlado desde la ciudad de México. Parece existir, durante el
siglo diecinueve, una impresionante continuidad en la dinámica motriz
del ejercicio de un poder local autónomo y exclusivo, tanto en el nivel
de ayuntamientos, como en el ámbito de los distritos o provincias/estados. Desde “Cádiz” hasta bien entrado el porfiriato los gritos de soberanía, municipio libre y autonomía reflejan como se defiende el traslado
masivo de poderes señalado por Annino.
El Estado mexicano y los estados federales, intentaban limitar o violar los privilegios ejecutivos y las autonomías conquistados desde los
niveles locales. Fue un proceso largo y con altibajos entre la Independencia y mediados del siglo veinte. Pero el éxito de aquellos intentos era
durante el siglo diecinueve relativo y por varias razones. Le faltaban al
Estado moderno mexicano no sólo los ingresos fiscales y los medios
coactivos para eliminar los espacios de poder autónomo, pero también
faltaba un contexto de cultura política en favor de su eliminación. En
otras palabras, el fenómeno era reconocido desde arriba y desde abajo,
a veces a regañadientes. Muchos caciques que se aprovecharon del espacio que les dejaba el Estado moderno, reconocieron al mismo tiempo
la conveniencia de adaptarse hábilmente a condiciones políticas y económicas cambiantes que, por un lado exigieron una creciente integra-
24
Knight, The Mexican Revolution…, 109-113; Frank Schenk investigó la privatización
de los terrenos comunales de los pueblos del Distrito de Sultepec, Estado de México
(1856-1893) pero aún no está publicado; Ton Halverhout, “De macht van de cacique. De
privatisering van de gemeenschappelijke dorpsgrond in San Bernardino, Tlaxcala” (El
poder del cacique. La privatización de los terrenos comunales en San Bernardino Contla,
Tlaxcala), Amsterdam, tesis maestría, 1990.
John Womack, Zapata and the Mexican Revolution, Nueva York, Knopf, 1969, 14-16,
37; Knight, The Mexican Revolution…, 78-127; Ricardo Rendón Garcini, El Prosperato. Tlaxcala de 1885 a 191, México, Siglo XXI y UIA, 1993. Jane-Dale Lloyd, Cinco ensayos sobre cultura material de rancheros y medieros del noroeste de Chihuahua, 1886-1910, México, UIA , 2001,
245-305.
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CACIQUISMO, UN PRINCIPIO DE EJERCICIO DE PODER
nales abrió al gatekeeper local otros espacios nuevos. Muchos ya de facto
propietarios medianos o rancheros se quedaron con tierras arrendadas
y en su calidad de caciques favorecieron sobre todo a los suyos.24 Se
convirtieron en el engranaje local en las nuevas redes de adquisición de
recursos y de su explotación. Pero, como ya señalamos antes, el cacique
como gatekeeper podría, según las circunstancias, favorecer exclusivamente sus intereses privados, los de sus clientes o del pueblo entero.
Como se trata de un principio racional de ejercicio de poder, aquí entraban no solo la exclusividad y el instrumental de medios de coacción,
sino también – probablemente menos costoso– el grado de legitimidad
del cacique ante los ojos de su clientela.
No obstante una clara multiplicación de relaciones que intentaron
incorporar al pueblo en el mundo económico y político, el cacique pudo
mantener su posición de intermediario exclusivo a lo largo del siglo
hasta bien entrada la Revolución, pero tuvo que adaptarse a nuevas reglas del juego.
Pero ni con Díaz estas nuevas reglas quebraron por completo el tradicional quid por quo, es decir, autonomía a cambio de orden y obediencia, bien expresado en el famoso lema “pan y palo”. Pero el creciente
dominio de los Científicos en la centralizante administración tardíoporfiriana, los cambios introducidos en la legislación y la entrada de funcionarios con actitudes bien diferentes, provocaron en 1910 también la
rebelión de muchos caciques de los pueblos. Ellos y los caciques de
asentamientos rancheros se sintieron afectados y ganaron legitimidad
en su defensa rebelde de intereses locales. Entre los ejemplos encontramos la sucesión gubernamental morelense de Manuel Alarcón por Pablo Escandón –una de los triggering factors del movimiento zapatista de
pueblos armados, la crisis del mandato del gobernador porfiriano Próspero Cahuantzi de Tlaxcala en la última década de su gobierno y el mo-
vimiento rebelde en el noroeste de Chihuahua por despojos efectuados
por el cacicazgo Creel-Terrazas.25
Es cierto, el ideal del Estado moderno, en forma de monarquía constitucional o república, fue abrazado por la intelectualidad novohispana
liberal-gaditana, pero no hay que olvidar que para 90 por ciento de los
mexicanos, los campesinos, la transición hacia la ciudadanía era una
marcha no solamente larga, sino más bien alargada por las crisis del Estado mexicano, el estancamiento económico y demográfico y la creciente necesidad de defensa del hogar que, en su conjunto, mantuvieron por
décadas las condiciones de un archipiélago mexicano, en vez de un territorio controlado desde la ciudad de México. Parece existir, durante el
siglo diecinueve, una impresionante continuidad en la dinámica motriz
del ejercicio de un poder local autónomo y exclusivo, tanto en el nivel
de ayuntamientos, como en el ámbito de los distritos o provincias/estados. Desde “Cádiz” hasta bien entrado el porfiriato los gritos de soberanía, municipio libre y autonomía reflejan como se defiende el traslado
masivo de poderes señalado por Annino.
El Estado mexicano y los estados federales, intentaban limitar o violar los privilegios ejecutivos y las autonomías conquistados desde los
niveles locales. Fue un proceso largo y con altibajos entre la Independencia y mediados del siglo veinte. Pero el éxito de aquellos intentos era
durante el siglo diecinueve relativo y por varias razones. Le faltaban al
Estado moderno mexicano no sólo los ingresos fiscales y los medios
coactivos para eliminar los espacios de poder autónomo, pero también
faltaba un contexto de cultura política en favor de su eliminación. En
otras palabras, el fenómeno era reconocido desde arriba y desde abajo,
a veces a regañadientes. Muchos caciques que se aprovecharon del espacio que les dejaba el Estado moderno, reconocieron al mismo tiempo
la conveniencia de adaptarse hábilmente a condiciones políticas y económicas cambiantes que, por un lado exigieron una creciente integra-
24
Knight, The Mexican Revolution…, 109-113; Frank Schenk investigó la privatización
de los terrenos comunales de los pueblos del Distrito de Sultepec, Estado de México
(1856-1893) pero aún no está publicado; Ton Halverhout, “De macht van de cacique. De
privatisering van de gemeenschappelijke dorpsgrond in San Bernardino, Tlaxcala” (El
poder del cacique. La privatización de los terrenos comunales en San Bernardino Contla,
Tlaxcala), Amsterdam, tesis maestría, 1990.
John Womack, Zapata and the Mexican Revolution, Nueva York, Knopf, 1969, 14-16,
37; Knight, The Mexican Revolution…, 78-127; Ricardo Rendón Garcini, El Prosperato. Tlaxcala de 1885 a 191, México, Siglo XXI y UIA, 1993. Jane-Dale Lloyd, Cinco ensayos sobre cultura material de rancheros y medieros del noroeste de Chihuahua, 1886-1910, México, UIA , 2001,
245-305.
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CACIQUISMO, UN PRINCIPIO DE EJERCICIO DE PODER
ción, pero por otro lado ofrecieron nuevas oportunidades en carreras
políticas y actividades económicas. Recientes estudios del porfiriato esclarecen que estos caciques locales habían tenido un papel instrumental
importante en “convencer” a los distritos y municipios acerca de los
candidatos porfirianos para ser apoyados. En la tradición caciquil, la sucesión en el poder casi nunca dependía del resultado de las elecciones
como tal, porque la legitimidad del cacique y/o sus medios coactivos
(no solamente militares) decidían de antemano el resultado. Pero en la
tradición liberal y posteriormente revolucionaria mexicana, las elecciones podían dar un tinte legal constitucional a la sucesión en el poder caciquil. Cuando se fortalece el poder de Díaz en los años 1880, podemos
probablemente observar que los caciques buscan acomodo con él o serán
sustituidos por competidores internos o externos, con o sin elecciones.26
En suma, el matrimonio anómalo siguió en pie, pero iba a encontrarse en el porfiriato tardío con retos formidables, cuando el crecimiento
demográfico, mejoras en comunicaciones, educación e integración de
mercados, así como el progreso en el control sobre el territorio, redujeron el espacio para la autonomía política. Surgió por primera vez una
elite con intereses establecidos en la nación, con actitudes y objetivos
que como nunca antes amenazaban al caciquismo local y regional. Las
políticas de centralización, modernización y pacificación porfirianas
amenazaron la mera existencia de los caciques serranos y sus agravios
se juntaron con los de líderes de campesinos despojados en regiones de
agricultura comercial y campesinos-obreros de la primera generación
industrial.27 Pero también hay que señalar que los caciques porfirianos a
veces ellos mismos reflejaron en sus actitudes y políticas lo híbrido del
cacicazgo tardío decimonónico. Cahuantzi, el gobernador indígena de
Tlaxcala (1885-1911) era sin duda un cacique tradicional, pero aspiraba
realizar, al igual que Gabriel Barrios en la Sierra Norte de Puebla, una
política modernizadora (industrialización, educación, infraestructura
de comunicaciones) que resultaba ser una “espada de doble filo” porque para realizar sus obras tuvo que imponerse y gravar seriamente a
sus clientelas. Por fin, sus políticas minaban su legitimidad entre las elites locales y los pueblos.28
CACIQUISMO Y REVOLUCIÓN SE FAVORECIERON MUTUAMENTE
¿Qué significaba el caciquismo en la Revolución de 1910 y después? En
realidad la Revolución era un proceso muy localizado, se inició como un
archipiélago de revoluciones basadas en agravios locales y concretos.
En parte estaban capitaneados por caciques que se sintieron amenazados en su poder y acceso a recursos, en parte por caciques que se rebelaron por defender la clientela de “sus” pueblos. Morelos, Tlaxcala y la
Laguna son solo unos ejemplos conocidos. Otros, como en el caso de Pisaflores (Hidalgo), surgieron de la lucha entre jefes de facciones locales
revolucionarias y se establecieron como caciques.
Por otro lado hay que señalar que la Revolución significaba –tal vez
no en 1911, pero si durante los años 1911-1914– el fin para muchos viejos
servidores caciques porfiristas en el ámbito municipal, distrital y estatal, Evaristo Alvarado y Margarito Mata en Pisaflores y Próspero Cahuantzi, el gobernador de Tlaxcala, son buenos ejemplos.29 En parte los
caciques porfirianos se habían aprovechado de las posibilidades ofrecidas para el enrichissez vous a cambio de orden y obediencia. Se apoderaron de los recursos locales y estaban vinculados con intereses en el estado y la gran ciudad. Pero otros como Cahuantzi no tanto. Cahuantzi
26
Véase por ejemplo María Eugenia Patricia Ponce Alcocer, La elección presidencial de
Manuel González, 1878-1880 (Preludio de un presidencialismo), México, UIA, 2000; Rendón, El
Prosperato…, 53-61; Marisa Pérez de Sarmiento, “La rueca científica”. La selección del
candidato a gobernador del estado de Yucatán en 1901, tesis maestría, UNAM, 1999. Ibidem, Historia de una elección. La candidatura de Olegario Molina en 1901, Mérida, Universidad Autónoma de Yucatán, 2002; Daniel Cosío Villegas, Historia moderna de México. El
porfiriato. Vida política interior, 2a parte, México, CdM, 1972, 56-123.
27
Knight, The Mexican Revolution..., 120-125, 196-7.
Rendón, El Prosperato…, cap. 9; Keith Brewster, Caciquismo in Post-Revolutionary
Mexico: the Case of Gabriel Barrios Cabrera in the Sierra Norte de Puebla, tésis doctoral University of Warwick, septiembre 1995, cap. 5 “Enlightened Cacique or Political Opportunist?”
29
Frans J. Schryer, The Rancheros of Pisaflores. The History of a Peasant Bourgeoisie in
Twentieth- Centur, Mexico-Toronto, University of Toronto Press, 1980, cap. 4.
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CACIQUISMO, UN PRINCIPIO DE EJERCICIO DE PODER
ción, pero por otro lado ofrecieron nuevas oportunidades en carreras
políticas y actividades económicas. Recientes estudios del porfiriato esclarecen que estos caciques locales habían tenido un papel instrumental
importante en “convencer” a los distritos y municipios acerca de los
candidatos porfirianos para ser apoyados. En la tradición caciquil, la sucesión en el poder casi nunca dependía del resultado de las elecciones
como tal, porque la legitimidad del cacique y/o sus medios coactivos
(no solamente militares) decidían de antemano el resultado. Pero en la
tradición liberal y posteriormente revolucionaria mexicana, las elecciones podían dar un tinte legal constitucional a la sucesión en el poder caciquil. Cuando se fortalece el poder de Díaz en los años 1880, podemos
probablemente observar que los caciques buscan acomodo con él o serán
sustituidos por competidores internos o externos, con o sin elecciones.26
En suma, el matrimonio anómalo siguió en pie, pero iba a encontrarse en el porfiriato tardío con retos formidables, cuando el crecimiento
demográfico, mejoras en comunicaciones, educación e integración de
mercados, así como el progreso en el control sobre el territorio, redujeron el espacio para la autonomía política. Surgió por primera vez una
elite con intereses establecidos en la nación, con actitudes y objetivos
que como nunca antes amenazaban al caciquismo local y regional. Las
políticas de centralización, modernización y pacificación porfirianas
amenazaron la mera existencia de los caciques serranos y sus agravios
se juntaron con los de líderes de campesinos despojados en regiones de
agricultura comercial y campesinos-obreros de la primera generación
industrial.27 Pero también hay que señalar que los caciques porfirianos a
veces ellos mismos reflejaron en sus actitudes y políticas lo híbrido del
cacicazgo tardío decimonónico. Cahuantzi, el gobernador indígena de
Tlaxcala (1885-1911) era sin duda un cacique tradicional, pero aspiraba
realizar, al igual que Gabriel Barrios en la Sierra Norte de Puebla, una
política modernizadora (industrialización, educación, infraestructura
de comunicaciones) que resultaba ser una “espada de doble filo” porque para realizar sus obras tuvo que imponerse y gravar seriamente a
sus clientelas. Por fin, sus políticas minaban su legitimidad entre las elites locales y los pueblos.28
CACIQUISMO Y REVOLUCIÓN SE FAVORECIERON MUTUAMENTE
¿Qué significaba el caciquismo en la Revolución de 1910 y después? En
realidad la Revolución era un proceso muy localizado, se inició como un
archipiélago de revoluciones basadas en agravios locales y concretos.
En parte estaban capitaneados por caciques que se sintieron amenazados en su poder y acceso a recursos, en parte por caciques que se rebelaron por defender la clientela de “sus” pueblos. Morelos, Tlaxcala y la
Laguna son solo unos ejemplos conocidos. Otros, como en el caso de Pisaflores (Hidalgo), surgieron de la lucha entre jefes de facciones locales
revolucionarias y se establecieron como caciques.
Por otro lado hay que señalar que la Revolución significaba –tal vez
no en 1911, pero si durante los años 1911-1914– el fin para muchos viejos
servidores caciques porfiristas en el ámbito municipal, distrital y estatal, Evaristo Alvarado y Margarito Mata en Pisaflores y Próspero Cahuantzi, el gobernador de Tlaxcala, son buenos ejemplos.29 En parte los
caciques porfirianos se habían aprovechado de las posibilidades ofrecidas para el enrichissez vous a cambio de orden y obediencia. Se apoderaron de los recursos locales y estaban vinculados con intereses en el estado y la gran ciudad. Pero otros como Cahuantzi no tanto. Cahuantzi
26
Véase por ejemplo María Eugenia Patricia Ponce Alcocer, La elección presidencial de
Manuel González, 1878-1880 (Preludio de un presidencialismo), México, UIA, 2000; Rendón, El
Prosperato…, 53-61; Marisa Pérez de Sarmiento, “La rueca científica”. La selección del
candidato a gobernador del estado de Yucatán en 1901, tesis maestría, UNAM, 1999. Ibidem, Historia de una elección. La candidatura de Olegario Molina en 1901, Mérida, Universidad Autónoma de Yucatán, 2002; Daniel Cosío Villegas, Historia moderna de México. El
porfiriato. Vida política interior, 2a parte, México, CdM, 1972, 56-123.
27
Knight, The Mexican Revolution..., 120-125, 196-7.
Rendón, El Prosperato…, cap. 9; Keith Brewster, Caciquismo in Post-Revolutionary
Mexico: the Case of Gabriel Barrios Cabrera in the Sierra Norte de Puebla, tésis doctoral University of Warwick, septiembre 1995, cap. 5 “Enlightened Cacique or Political Opportunist?”
29
Frans J. Schryer, The Rancheros of Pisaflores. The History of a Peasant Bourgeoisie in
Twentieth- Centur, Mexico-Toronto, University of Toronto Press, 1980, cap. 4.
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CACIQUISMO, UN PRINCIPIO DE EJERCICIO DE PODER
llegó a ser un propietario mediano, pero nunca formaba parte de la elite
terrateniente, ni parece haber usurpado terrenos de los pueblos.30 No
hay que olvidar las múltiples quejas populares en contra de caciques arbitrarios y agresivos, pero por otro lado hay que observar que tanto la
historiografía revolucionaria como la posterior revisionista han hecho lo
posible para pintar de negro a los caciques, los primeros lo hicieron con
los caciques porfirianos al servicio del régimen, los segundos tendían a
descalificar a muchos caciques revolucionarios por arbitrariedad.31
En tanto guerra civil, el proceso revolucionario de 1910 hasta 1920
hizo, al igual que la Insurgencia y la “gran década nacional” de 18571867, ampliar el espacio para acción local autónoma. Surgieron los caciques agraristas con su clientela, pero también los hacendados militares
con sus peonadas, reaparecieron bandidos exitosos, empresarios predatorios que podrían establecerse como caciques locales, al igual que en
los años 1850 y 1860 y durante la insurgencia. En otras palabras, dentro
de un territorio mexicano mucho más habitado y con más población
que antes, se reprodujo y multiplicó en formas varias el cacicazgo tradicional y paramilitar local de todo el siglo diecinueve.32 Su característica
clave fue su papel de gatekeeper frente a recursos políticos o materiales:
autoridades militares, tierras, mercados, pero también instalaciones,
productos agrícolas, ganado, etcétera.33
Si durante el porfiriato se produjo la sustitución de caciques que no
respondieron lo suficiente a las nuevas reglas del juego que exigían caciques civiles y más dependientes, esto se produjo con más frecuencia
después de 1920. En el periodo sonorense y cardenista de la Revolución
(1920-1940) se produjeron una serie de cambios. Algunos cambios representan una continuidad con el desarrollo demográfico y migratorio y el
proceso de integración económica y política iniciada desde el porfiriato:
crecimiento demográfico y movilidad horizontal y vertical, integración
de mercados e intentos de centralización político-administrativa. Otros,
sin embargo, tienen que ver con una nueva pauta política que se ha adscrito en la historiografía de los sonorenses, pero hubo ejemplos anteriores y probablemente muchos. Como observa Knight, los caciques tradicionales que se resistían a la integración y se mostraban muy sensibles
a la intervención en su dominio, fueron sustituidos por otros que respondieron hábilmente a las nuevas reglas del juego.34 Para los caciques
se inició con Calles una fase crucial en el proceso de survival of the fittest
en el cual el Estado moderno, ya ineludible, fue aceptado e integrado en
su instrumental exclusivista. Pero no era completamente nuevo, porque
lo encontramos, por ejemplo, en los caciques porfirianos que se aprovecharon de la privatización de terrenos comunales en los años 1880 y
1890 o que intentaron atraer inversiones en “sus”estados o regiones.
Pero hay más, porque estos caciques también tenían que enfrentar el
creciente México urbano e industrial. Esto implicaba adaptarse a la,
también ya ineludible, presencia de nuevos grupos sociales y nuevas
organizaciones asociativas como sindicatos y partidos políticos modernos con un discurso ideológico clasista. También incluyó apoderarse y
aprovecharse del aparato del Estado con el fin de movilizar y controlar
a su clientela. Nuevamente parece producirse un mestizaje entre pautas
viejas y nuevas y este proceso lo encontramos al cambiar el siglo y continúa en el proceso revolucionario.35
30
Rendón, El Prosperato…, 51-53.
Knight, “La politica agraria en México…, 328; Thomas Benjamin and Marcial Ocasio Meléndez, “Organizing the Memory of Modern Mexico. Porfirian Historiography in
Perspective, 1880s-1980s”, HAHR, 64.2, 1984, 323-364.
32
Un libro escrito desde la perspectiva local en el cual se muestra claramente la dinámica caciquil paramilitar es Miguel Galindo y Galindo, La gran década nacional, 1857-186,
México, INEHRM, 1987; Raymond Buve, Autonomía, religión y bandidaje. Tlaxcala en la antesala de la Guerra de Reforma, 1853-1857, México, Condumex, 1997; Allan Knight, The Mexican Revolution…, 118-120, 125; Raymond Buve, “Agricultores, dominación política y estructura agraria en la Revolución Mexicana: el caso de Tlaxcala (1910-1919)” en Revista
Mexicana de Sociología, año LI, 2, abril-junio 1989, 1812-237, esp. 207-219.
33
Aparte de Womack, quiero señalar a Raymond Buve, “‘Ni Carranza, ni Zapata’
The Rise and Fall of a Peasant Movement that tried to challenge Both, Tlaxcala, 19101919” en Friedrich Katz (ed.), Riot, Rebellion and Revolution. Rural Social Conflict in Mexico,
Princeton, Princeton U.P., 1988, 338-375; Trinidad Beltran, “El Zapatismo en el Estado de México” tesis doctoral BUAP 2001, Knight, The Mexican Revolution…, 195-7, 212.
Knight, The Mexican Revolution…, 117-125.
Raymond Buve, “Caciques, vecino, autoridades y la privatización de los terrenos
comunales: un hierro candente en el México de la República Restaurada y el Porfiriato”
en Heraclio Bonilla et al. (eds.), Los pueblos campesinos de las Américas. Etnicidad, Cultura y
Historia en el siglo XIX, Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander, 1996, 25-43;
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llegó a ser un propietario mediano, pero nunca formaba parte de la elite
terrateniente, ni parece haber usurpado terrenos de los pueblos.30 No
hay que olvidar las múltiples quejas populares en contra de caciques arbitrarios y agresivos, pero por otro lado hay que observar que tanto la
historiografía revolucionaria como la posterior revisionista han hecho lo
posible para pintar de negro a los caciques, los primeros lo hicieron con
los caciques porfirianos al servicio del régimen, los segundos tendían a
descalificar a muchos caciques revolucionarios por arbitrariedad.31
En tanto guerra civil, el proceso revolucionario de 1910 hasta 1920
hizo, al igual que la Insurgencia y la “gran década nacional” de 18571867, ampliar el espacio para acción local autónoma. Surgieron los caciques agraristas con su clientela, pero también los hacendados militares
con sus peonadas, reaparecieron bandidos exitosos, empresarios predatorios que podrían establecerse como caciques locales, al igual que en
los años 1850 y 1860 y durante la insurgencia. En otras palabras, dentro
de un territorio mexicano mucho más habitado y con más población
que antes, se reprodujo y multiplicó en formas varias el cacicazgo tradicional y paramilitar local de todo el siglo diecinueve.32 Su característica
clave fue su papel de gatekeeper frente a recursos políticos o materiales:
autoridades militares, tierras, mercados, pero también instalaciones,
productos agrícolas, ganado, etcétera.33
Si durante el porfiriato se produjo la sustitución de caciques que no
respondieron lo suficiente a las nuevas reglas del juego que exigían caciques civiles y más dependientes, esto se produjo con más frecuencia
después de 1920. En el periodo sonorense y cardenista de la Revolución
(1920-1940) se produjeron una serie de cambios. Algunos cambios representan una continuidad con el desarrollo demográfico y migratorio y el
proceso de integración económica y política iniciada desde el porfiriato:
crecimiento demográfico y movilidad horizontal y vertical, integración
de mercados e intentos de centralización político-administrativa. Otros,
sin embargo, tienen que ver con una nueva pauta política que se ha adscrito en la historiografía de los sonorenses, pero hubo ejemplos anteriores y probablemente muchos. Como observa Knight, los caciques tradicionales que se resistían a la integración y se mostraban muy sensibles
a la intervención en su dominio, fueron sustituidos por otros que respondieron hábilmente a las nuevas reglas del juego.34 Para los caciques
se inició con Calles una fase crucial en el proceso de survival of the fittest
en el cual el Estado moderno, ya ineludible, fue aceptado e integrado en
su instrumental exclusivista. Pero no era completamente nuevo, porque
lo encontramos, por ejemplo, en los caciques porfirianos que se aprovecharon de la privatización de terrenos comunales en los años 1880 y
1890 o que intentaron atraer inversiones en “sus”estados o regiones.
Pero hay más, porque estos caciques también tenían que enfrentar el
creciente México urbano e industrial. Esto implicaba adaptarse a la,
también ya ineludible, presencia de nuevos grupos sociales y nuevas
organizaciones asociativas como sindicatos y partidos políticos modernos con un discurso ideológico clasista. También incluyó apoderarse y
aprovecharse del aparato del Estado con el fin de movilizar y controlar
a su clientela. Nuevamente parece producirse un mestizaje entre pautas
viejas y nuevas y este proceso lo encontramos al cambiar el siglo y continúa en el proceso revolucionario.35
30
Rendón, El Prosperato…, 51-53.
Knight, “La politica agraria en México…, 328; Thomas Benjamin and Marcial Ocasio Meléndez, “Organizing the Memory of Modern Mexico. Porfirian Historiography in
Perspective, 1880s-1980s”, HAHR, 64.2, 1984, 323-364.
32
Un libro escrito desde la perspectiva local en el cual se muestra claramente la dinámica caciquil paramilitar es Miguel Galindo y Galindo, La gran década nacional, 1857-186,
México, INEHRM, 1987; Raymond Buve, Autonomía, religión y bandidaje. Tlaxcala en la antesala de la Guerra de Reforma, 1853-1857, México, Condumex, 1997; Allan Knight, The Mexican Revolution…, 118-120, 125; Raymond Buve, “Agricultores, dominación política y estructura agraria en la Revolución Mexicana: el caso de Tlaxcala (1910-1919)” en Revista
Mexicana de Sociología, año LI, 2, abril-junio 1989, 1812-237, esp. 207-219.
33
Aparte de Womack, quiero señalar a Raymond Buve, “‘Ni Carranza, ni Zapata’
The Rise and Fall of a Peasant Movement that tried to challenge Both, Tlaxcala, 19101919” en Friedrich Katz (ed.), Riot, Rebellion and Revolution. Rural Social Conflict in Mexico,
Princeton, Princeton U.P., 1988, 338-375; Trinidad Beltran, “El Zapatismo en el Estado de México” tesis doctoral BUAP 2001, Knight, The Mexican Revolution…, 195-7, 212.
Knight, The Mexican Revolution…, 117-125.
Raymond Buve, “Caciques, vecino, autoridades y la privatización de los terrenos
comunales: un hierro candente en el México de la República Restaurada y el Porfiriato”
en Heraclio Bonilla et al. (eds.), Los pueblos campesinos de las Américas. Etnicidad, Cultura y
Historia en el siglo XIX, Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander, 1996, 25-43;
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CACIQUISMO, UN PRINCIPIO DE EJERCICIO DE PODER
Los caciques porfirianos, los de abajo y los de arriba, fueron sustituidos, pero el cacique como tal logró sobrevivir como gatekeeper, no obstante un creciente poderío centralista del Estado revolucionario después
de 1920; debido a que en el gobierno de Obregón, la única alternativa
viable para los sonorenses era la de establecer coaliciones con poderosos
caciques regionales y jefes militares. Insisto en señalar otra vez la confluencia de las dimensiones militares y civiles en los cacicazgos con
fuerzas paramilitares y que hicieron la vida difícil al presidente Juárez,
a Lerdo, a Díaz y también Carranza y Obregón.36 Pero bajo Calles, el régimen revolucionario logró mejorar sensiblemente su control sobre el
ejército, milicias locales y caciques regionales. Caciques agraristas y regionales perdieron su capacidad militar y su autonomía, unos eliminados, otros integrados en el aparato burocrático y estatal a cambio de un
papel exclusivo, pero civil-burocrático de gatekeeper frente a los recursos. El reparto autónomo de tierras bajo Zapata, Arenas y otros jefes
agraristas se vuelve después de 1920 en un reparto que depende más y
más del gobierno central. Su aspecto condicional le ofrece al cacique
como lo observa Knight, “una medida idónea para controlar y movilizar a su clientela”. Soto y Gama ya calificaban el reparto de tierras como
el mayor instrumento de pacificación política en los años de Obregón,
pero con Cárdenas, por decirlo así, se hizo nacional el compromiso presidencial con caciques locales y con el doble objetivo de agilizar el reparto y consolidar al PNR. Esto implicaba que el cacique agrarista podría
premiar a sus amigos y castigar a sus enemigos. Pero estos enemigos no
eran necesariamente los hacendados, sino también lo eran opositores locales.37 Los gobernadores Rafael Apango e Ignacio Mendoza de Tlaxcala
eran entre 1921 y 1932, sin duda alguna, los portadores de un cacicazgo
civil y dependiente, basado en un partido omnipresente, y constituyeron la única puerta que daba hacia la tierra ejidal y hacia la carrera política. Su papel de gatekeeper se expresaba en formas de organización y
liderazgo simultáneas pero diferentes. Por un lado, el liderazgo de masas organizado en un partido oficial y sindicatos, por otro lado una pirámide de subcacicazgos más tradicionales desde los comisariados ejidales pasando por los diputados hasta el gobernador. Ruben Carrizosa,
militante del PNR-PRM-PRI, fundador de sindicatos y comités agrarios, se
establece en los años 1933 hasta 1940 como cacique civil agrarista. Fue
uno de los muchos caciques con que Cárdenas hizo compromiso, garantizando su poder local con el fin de agilizar el reparto de tierras. Después de 1940 siguió su carrera en la burocracia nacional y estatal, pero
siempre con ojo a “su” distrito, el de Juárez en Tlaxcala.38
CONCLUSIÓN
¿Cómo se adaptaba el principio de ejercicio del poder exclusivista durante este proceso tardío colonial y decimonónico de transición hasta
1920?
Primero hay que señalar que los cambios en la población antes del
siglo diecinueve fueron lentos, y después de éste fueron más rápidos en
el crecimiento de la población, su movilidad y asentamiento. A fines del
porfiriato, la base humana, recurso clave para todos los tipos de dominios de poder –incluso los cacicazgos– se había ampliado en números y
territorios habitados. Junto con la integración político-administrativa de
Raymond Buve, “Del rifle al burócrata: Un estudio comparativo de las pautas de movilización campesina en dos estados céntricos de México: Morelos y Tlaxcala (1880-1940)”,
ponencia, 1980.
36
Perry, Laurens Ballard, Juarez and Diaz, Machine Politics in Mexico, Illinois, Northerm Illinois University, 1978.
37
Raymond Buve y Romana Falcón, “Tlaxcala y San Luís Potosí under the Sonorenses, 1920-1934: Regional revolutionnary Powergroups and the National State” en Arij
Ouweneel y Wil Pansters (eds), Region, State and Capitalism in Mexico. Nineteenth and
Twentieth Centuries, Amsterdam, CEDLA, 1988, 110-133; Allan Knight, “La política agraria
en México desde la Revolución” en Antonio Escobar Ohmstede y Teresa Rojas Rabiela
(coords), Estructuras y formas agrarias en México del pasado y del present, México, CIESAS,
2001, 327-363.
38
Knight, “La política agraria en México…”, 338 y 350; Raymond Buve, “Peasant
Mobilization and reform Intermediaries During the Ninteenthirties: The development of
a Peasant Clientele around the issues of land and labour in a Central Mexican Highland
Municipio: Huamantla, Tlaxcala” en Jahrbuch 17, 1980, 355-395 esp. 350-351; véase también Enrique Guerra, Caciquismo y orden público en Michoacán, 1920-1940, México, CdM,
2002.
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Los caciques porfirianos, los de abajo y los de arriba, fueron sustituidos, pero el cacique como tal logró sobrevivir como gatekeeper, no obstante un creciente poderío centralista del Estado revolucionario después
de 1920; debido a que en el gobierno de Obregón, la única alternativa
viable para los sonorenses era la de establecer coaliciones con poderosos
caciques regionales y jefes militares. Insisto en señalar otra vez la confluencia de las dimensiones militares y civiles en los cacicazgos con
fuerzas paramilitares y que hicieron la vida difícil al presidente Juárez,
a Lerdo, a Díaz y también Carranza y Obregón.36 Pero bajo Calles, el régimen revolucionario logró mejorar sensiblemente su control sobre el
ejército, milicias locales y caciques regionales. Caciques agraristas y regionales perdieron su capacidad militar y su autonomía, unos eliminados, otros integrados en el aparato burocrático y estatal a cambio de un
papel exclusivo, pero civil-burocrático de gatekeeper frente a los recursos. El reparto autónomo de tierras bajo Zapata, Arenas y otros jefes
agraristas se vuelve después de 1920 en un reparto que depende más y
más del gobierno central. Su aspecto condicional le ofrece al cacique
como lo observa Knight, “una medida idónea para controlar y movilizar a su clientela”. Soto y Gama ya calificaban el reparto de tierras como
el mayor instrumento de pacificación política en los años de Obregón,
pero con Cárdenas, por decirlo así, se hizo nacional el compromiso presidencial con caciques locales y con el doble objetivo de agilizar el reparto y consolidar al PNR. Esto implicaba que el cacique agrarista podría
premiar a sus amigos y castigar a sus enemigos. Pero estos enemigos no
eran necesariamente los hacendados, sino también lo eran opositores locales.37 Los gobernadores Rafael Apango e Ignacio Mendoza de Tlaxcala
eran entre 1921 y 1932, sin duda alguna, los portadores de un cacicazgo
civil y dependiente, basado en un partido omnipresente, y constituyeron la única puerta que daba hacia la tierra ejidal y hacia la carrera política. Su papel de gatekeeper se expresaba en formas de organización y
liderazgo simultáneas pero diferentes. Por un lado, el liderazgo de masas organizado en un partido oficial y sindicatos, por otro lado una pirámide de subcacicazgos más tradicionales desde los comisariados ejidales pasando por los diputados hasta el gobernador. Ruben Carrizosa,
militante del PNR-PRM-PRI, fundador de sindicatos y comités agrarios, se
establece en los años 1933 hasta 1940 como cacique civil agrarista. Fue
uno de los muchos caciques con que Cárdenas hizo compromiso, garantizando su poder local con el fin de agilizar el reparto de tierras. Después de 1940 siguió su carrera en la burocracia nacional y estatal, pero
siempre con ojo a “su” distrito, el de Juárez en Tlaxcala.38
CONCLUSIÓN
¿Cómo se adaptaba el principio de ejercicio del poder exclusivista durante este proceso tardío colonial y decimonónico de transición hasta
1920?
Primero hay que señalar que los cambios en la población antes del
siglo diecinueve fueron lentos, y después de éste fueron más rápidos en
el crecimiento de la población, su movilidad y asentamiento. A fines del
porfiriato, la base humana, recurso clave para todos los tipos de dominios de poder –incluso los cacicazgos– se había ampliado en números y
territorios habitados. Junto con la integración político-administrativa de
Raymond Buve, “Del rifle al burócrata: Un estudio comparativo de las pautas de movilización campesina en dos estados céntricos de México: Morelos y Tlaxcala (1880-1940)”,
ponencia, 1980.
36
Perry, Laurens Ballard, Juarez and Diaz, Machine Politics in Mexico, Illinois, Northerm Illinois University, 1978.
37
Raymond Buve y Romana Falcón, “Tlaxcala y San Luís Potosí under the Sonorenses, 1920-1934: Regional revolutionnary Powergroups and the National State” en Arij
Ouweneel y Wil Pansters (eds), Region, State and Capitalism in Mexico. Nineteenth and
Twentieth Centuries, Amsterdam, CEDLA, 1988, 110-133; Allan Knight, “La política agraria
en México desde la Revolución” en Antonio Escobar Ohmstede y Teresa Rojas Rabiela
(coords), Estructuras y formas agrarias en México del pasado y del present, México, CIESAS,
2001, 327-363.
38
Knight, “La política agraria en México…”, 338 y 350; Raymond Buve, “Peasant
Mobilization and reform Intermediaries During the Ninteenthirties: The development of
a Peasant Clientele around the issues of land and labour in a Central Mexican Highland
Municipio: Huamantla, Tlaxcala” en Jahrbuch 17, 1980, 355-395 esp. 350-351; véase también Enrique Guerra, Caciquismo y orden público en Michoacán, 1920-1940, México, CdM,
2002.
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R AY M O N D B U V E
CACIQUISMO, UN PRINCIPIO DE EJERCICIO DE PODER
mercados, la población mostraba índices más altos de movilidad horizontal y vertical. México perdió su carácter de archipiélago y en los dominios locales surgieron nuevos grupos sociales y nuevas formas de
asociación. Para el ejercicio del poder exclusivista sobre las localidades
–fuentes de recursos humanos y materiales– estos cambios profundos
en la sociedad tuvieron sus consecuencias.
Encontramos en el México rural y eminentemente patriarcal, un contexto político-cultural idóneo para el ejercicio del poder caciquil, el caciquismo a todos los niveles, pero también observamos algunos fenómenos de cambio: Los cacicazgos colonial-pueblerinos se integraban en
redes más amplias y se desindigenizaban, se nota un creciente proceso
gradual de la incorporación y jerarquización de cacicazgos locales en
dominios más amplios y una creciente restricción de sus espacios
autónomos.
Pero este desarrollo integrador y jerarquizador demuestra durante
el siglo diecinueve importantes altibajos por causa de recurrentes crisis,
primero el largo y complicado proceso de Independencia y posteriormente el difícil desarrollo del Estado moderno. La falta de orden y estabilidad obligaba los pueblos a la defensa del hogar, creaba espacios
inauditos para reivindicar agravios o para enriquecerse y ofrecía mayor
legitimidad a un amplia gama de cacicazgos civiles, paramilitares y hasta de bandoleros. Pero los mismos fenómenos de crisis también obligaban a los políticos y militares manipular a los caciques con el fin de
“convencer” a sus pueblos, movilizar sus contingentes de sangre o sus
recursos materiales. No hay duda acerca del papel clave de caciques en
las guerras de 1857 hasta 1867, las crisis de la República Restaurada y la
consolidación del poder de don Porfirio.
Podemos suponer que en la segunda mitad del porfiriato aún existían muchos cacicazgos en el ámbito de pueblos y municipios, pero más
bien integrados en jerarquías caciquiles en el nivel regional o estatal. Encontramos muchos ejemplos, en la Sierra Norte de Puebla, Oaxaca,
Tlaxcala, Chiapas o las Huastecas. Díaz mismo actuaba claramente dentro de esta misma pauta caciquil, es decir, se consideraba a sí mismo
como el gatekeeper mayor en la cúspide de una pirámide de cacicazgos
jerarquizados. Exigió la obediencia y la capacidad comprobada de mantener el orden interno a cambio de una autonomía dependiente. El
divide et impera porfiriano respondía tajantemente al talón de Aquiles
del poder caciquil, el posible surgimiento de competidores internos o
externos, combinado con la ausencia de reglas institucionalizadas para
la sucesión. Con el fin de garantizar su dependencia, Díaz intentó quitar
a los caciques regionales gran parte de sus medios de coacción militar,
pero nutrido en el caciquismo y hábil en manejarlo, no estaba en contra
de cacicazgos plenamente incorporados en su sistema y por lo tanto dependientes.
En este sentido podemos señalar tal vez una línea de continuidad
entre Díaz y Calles. Los dos intentaban reducir los cacicazgos a los dominios del poder civil y dependiente. Tales cacicazgos servían de instrumentos intermedios de control. Pero el autoritarismo de Díaz respondía
sobre todo al contexto cultural “tradicional” del dominio personal autoritario y exclusivo, basado en las lealtades primordiales. Los caciques
que no respondían a las nuevas reglas del juego fueron eliminados y
otros entraron. Con Calles y Cárdenas se completó un proceso de concentración exclusivo de los medios de coacción en manos del Estado, los
cacicazgos desarmados y subyugados o eliminados. Pero los que ahora
respondían a las nuevas reglas del juego, se integraron como engranajes
en las organizaciones de masa, los sindicatos y asociaciones ligados al
39
PNR-PRM. Pero porfirianos o revolucionarios, los que sobrevivieron el
proceso de survival of the fittest’ lograron establecerse o quedarse como
gatekeepers, pero ya frente a puertas nuevas que daban acesso a la tierra,
a permisos, cargos y puestos de trabajo. De tal manera Rafael Cuellar,
jefe político de Zacatelco en 1909 y Rubén Carrizosa, presidente del PRM
en Tlaxcala en 1939 fueron caciques. El matrimonio entre caciquismo y
Estado moderno tal vez no era feliz, pero si conveniente y estaba lejos
del divorcio.
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FECHA DE ACEPTACIÓN DEL ARTÍCULO: 23 de julio de 2003
FECHA DE RECEPCIÓN DE LA VERSIÓN FINAL: 30 de julio de 2003
39
Véase Ponce, La elección presidencial…; Romana Falcón y Raymond Buve, Don Porfirio omnipresente, pero nunca omnipotente, México, UIA, 2001; Raymond Buve, “Transformación y patronazgo político en el México…”; Knight, “La política agraria en México…”,
335.
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CACIQUISMO, UN PRINCIPIO DE EJERCICIO DE PODER
mercados, la población mostraba índices más altos de movilidad horizontal y vertical. México perdió su carácter de archipiélago y en los dominios locales surgieron nuevos grupos sociales y nuevas formas de
asociación. Para el ejercicio del poder exclusivista sobre las localidades
–fuentes de recursos humanos y materiales– estos cambios profundos
en la sociedad tuvieron sus consecuencias.
Encontramos en el México rural y eminentemente patriarcal, un contexto político-cultural idóneo para el ejercicio del poder caciquil, el caciquismo a todos los niveles, pero también observamos algunos fenómenos de cambio: Los cacicazgos colonial-pueblerinos se integraban en
redes más amplias y se desindigenizaban, se nota un creciente proceso
gradual de la incorporación y jerarquización de cacicazgos locales en
dominios más amplios y una creciente restricción de sus espacios
autónomos.
Pero este desarrollo integrador y jerarquizador demuestra durante
el siglo diecinueve importantes altibajos por causa de recurrentes crisis,
primero el largo y complicado proceso de Independencia y posteriormente el difícil desarrollo del Estado moderno. La falta de orden y estabilidad obligaba los pueblos a la defensa del hogar, creaba espacios
inauditos para reivindicar agravios o para enriquecerse y ofrecía mayor
legitimidad a un amplia gama de cacicazgos civiles, paramilitares y hasta de bandoleros. Pero los mismos fenómenos de crisis también obligaban a los políticos y militares manipular a los caciques con el fin de
“convencer” a sus pueblos, movilizar sus contingentes de sangre o sus
recursos materiales. No hay duda acerca del papel clave de caciques en
las guerras de 1857 hasta 1867, las crisis de la República Restaurada y la
consolidación del poder de don Porfirio.
Podemos suponer que en la segunda mitad del porfiriato aún existían muchos cacicazgos en el ámbito de pueblos y municipios, pero más
bien integrados en jerarquías caciquiles en el nivel regional o estatal. Encontramos muchos ejemplos, en la Sierra Norte de Puebla, Oaxaca,
Tlaxcala, Chiapas o las Huastecas. Díaz mismo actuaba claramente dentro de esta misma pauta caciquil, es decir, se consideraba a sí mismo
como el gatekeeper mayor en la cúspide de una pirámide de cacicazgos
jerarquizados. Exigió la obediencia y la capacidad comprobada de mantener el orden interno a cambio de una autonomía dependiente. El
divide et impera porfiriano respondía tajantemente al talón de Aquiles
del poder caciquil, el posible surgimiento de competidores internos o
externos, combinado con la ausencia de reglas institucionalizadas para
la sucesión. Con el fin de garantizar su dependencia, Díaz intentó quitar
a los caciques regionales gran parte de sus medios de coacción militar,
pero nutrido en el caciquismo y hábil en manejarlo, no estaba en contra
de cacicazgos plenamente incorporados en su sistema y por lo tanto dependientes.
En este sentido podemos señalar tal vez una línea de continuidad
entre Díaz y Calles. Los dos intentaban reducir los cacicazgos a los dominios del poder civil y dependiente. Tales cacicazgos servían de instrumentos intermedios de control. Pero el autoritarismo de Díaz respondía
sobre todo al contexto cultural “tradicional” del dominio personal autoritario y exclusivo, basado en las lealtades primordiales. Los caciques
que no respondían a las nuevas reglas del juego fueron eliminados y
otros entraron. Con Calles y Cárdenas se completó un proceso de concentración exclusivo de los medios de coacción en manos del Estado, los
cacicazgos desarmados y subyugados o eliminados. Pero los que ahora
respondían a las nuevas reglas del juego, se integraron como engranajes
en las organizaciones de masa, los sindicatos y asociaciones ligados al
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PNR-PRM. Pero porfirianos o revolucionarios, los que sobrevivieron el
proceso de survival of the fittest’ lograron establecerse o quedarse como
gatekeepers, pero ya frente a puertas nuevas que daban acesso a la tierra,
a permisos, cargos y puestos de trabajo. De tal manera Rafael Cuellar,
jefe político de Zacatelco en 1909 y Rubén Carrizosa, presidente del PRM
en Tlaxcala en 1939 fueron caciques. El matrimonio entre caciquismo y
Estado moderno tal vez no era feliz, pero si conveniente y estaba lejos
del divorcio.
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FECHA DE ACEPTACIÓN DEL ARTÍCULO: 23 de julio de 2003
FECHA DE RECEPCIÓN DE LA VERSIÓN FINAL: 30 de julio de 2003
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Véase Ponce, La elección presidencial…; Romana Falcón y Raymond Buve, Don Porfirio omnipresente, pero nunca omnipotente, México, UIA, 2001; Raymond Buve, “Transformación y patronazgo político en el México…”; Knight, “La política agraria en México…”,
335.
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