Y si vuelvo sobre el gastado realismo mágico

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Y si vuelvo sobre
realismo mágico
el
gastado
El destino de América parece enmarcado por lo mágico o lo
maravilloso, basta leer las crónicas de indias para sentirse
maravillado por el paraíso terrenal que describen los
“colonizadores”, la exuberancia del continente, desde su
“descubrimiento” por parte de los europeos ha hecho de la
realidad americana una realidad sujeta a la mirada del otro.
En una entrevista, Miguel Ángel Asturias, comenta que hasta
que no exploró en su subconsciente, no se daba cuenta de lo
importante que era la cultura maya para él, fue en Francia,
que descubrió que su literatura debía recobrar aquel mundo
perdido, si bien, no perdido, sí ignorado.
Alejo Carpentier, en su ensayo “De lo real maravilloso
americano”, afirma que la primera noción de lo real
maravilloso le vino a la mente cuando visitó el reino de
Hendir Christophe.
Uslar Pietri, recuerda sus encuentros con Alejo Carpentier y
con Miguel Ángel Asturias en París, afirma, que ellos se
proponían hablar de la realidad de América Latina, en ese
momento la preocupación de Asturias eran los indios, la de
Carpentier los negros y la suya, los mestizos. Comenta que
la literatura de los tres reaccionaba contra la literatura
descriptiva e imitativa que se hacía en la América hispana,
y también reaccionaba, contra la sumisión tradicional a
modas y escuelas europeas, de hecho, niega que esta
literatura se relacione con el surrealismo.
Por su parte, Enrique Anderson Imbert, refiriéndose al
nacimiento del “realismo mágico” comenta: “La primera novela
argentina que me asombró fue Don Segundo Sombra (1926). Con
un arte metafórico aprendido de los simbolistas franceses,
Ricardo Güiraldes idealizaba una Argentina gaucha que no
existía y disolvía escenas muy naturales en una atmósfera
preternatural de fantasías, misterios y saltos en el tiempo,
se pudo haber dicho del capítulo XV (y de su desenlace en el
XVIII) que era “puro realismo mágico”. Desde esa lectura de
Don Segundo Sombra presté más atención a las letras
hispanoamericanas”.
De acuerdo con Enrique Anderson Imbert, el primero en acuñar
el término “realismo mágico” fue el crítico alemán Franz
Roh, lo utilizó en 1925 para caracterizar a un grupo de
pintores alemanes que pintaban objetos ordinarios, pero con
ojos maravillados, porque más que regresar a la realidad,
parecían observar el mundo como si acabara de resurgir de la
nada, en una mágica recreación.
Anderson Imbert hace una distinción entre “realismo mágico”,
“literatura fantástica” y lo “real maravilloso” y señala que
cuando usa el término “realismo mágico” lo hace respetando
el sentido que le dio Roh, sin embargo, considera que la
mayoría de críticos desconocen la primera orientación con
que fue usado este criterio. Afirma que Uslar Pietri, por
ejemplo, no mencionó a Roh, cuando en 1948 señaló, en
cuentos venezolanos, un sentido misterioso “que a falta de
otra palabra podía llamarse un realismo mágico”.
Imbert además debate los argumentos que Carpentier propone
para el surgimiento de la literatura de lo “real
maravilloso”, señala dos falacias en el planteamiento del
escritor cubano, la primera que el arte es mera imitación de
la realidad y por tanto la realidad supera al arte. Cuando
Carpentier dice que en América el escritor se pone “en
contacto con lo maravilloso” está suponiendo que “lo
maravilloso” es tan tangible como las cosas físicas. La
segunda falacia de Carpentier es la de suponer que para
narrar portentos hay que tener fe. La verdad es lo opuesto.
En suma: que la noción de lo “real maravilloso” por ser
ajena a la Estética no debe confundirse con la categoría,
estética, del “realismo mágico”.
Respecto a la primera falacia que señala Anderson Imbert, no
estoy de acuerdo, porque al leer el ensayo de Carpentier, en
ningún momento, este se refiere a que el arte y la realidad
sean lo mismo.
Carpentier observa la posibilidad de crear una literatura
que explore el elemento “maravilloso” en América Latina,
pero en ningún momento lo expresa como una mera copia de la
realidad, desde luego, debe haber una mediación del artista.
No me parece que Carpentier pudiera hacer una teoría tan
simplista del arte, no creo que la insinúe en este ensayo,
el sí afirma que América es un continente lleno de elementos
“real maravillosos”, pero eso no significa que baste con
copiarlos o hacer una crónica, tiene que haber, por
supuesto, una reelaboración por parte del escritor, no basta
con copiar la realidad americana, tampoco basta con
conocerla, hay que adentrarse en la historia, hay que
ahondar en su literatura, hay que conocer su idioma,
recordemos las primeras páginas del ensayo, donde Carpentier
comenta lo frustrado que se siente por no poder entender la
cultura china, o la musulmana, por ejemplo.
En cuanto a la segunda falacia que plantea Anderson Imbert,
respecto al ensayo de Carpentier, estoy de acuerdo. Si se
tiene fe en algo no hay maravilla, el prodigio consiste en
que algo imposible, que creemos imposible se realice.
Carpentier argumenta que quienes no creen en santos no
pueden ser curados por los santos, no obstante, el que cree,
el que tiene fe ya espera el milagro, si el milagro llega,
aunque lo recibe con alegría, no se sorprende, porque lo
esperaba, no representa una maravilla mayor que una visita
anunciada. Coincido en que ante los ojos de quien no cree
esta realidad puede ser vista como maravillosa, pero para
quien está inmerso en la fe, esta realidad es sólo impuesta,
inapelable, cotidianidad pura.
Mucho se ha dicho sobre la novela Cien años de soledad y es
curioso como algunos críticos quieren buscar pelos y señales
de los personajes de Márquez en los habitantes de Aracataca
o en los escritores amigos de Gabo, existe un documental
donde se entrevista a algunos de los vecinos del pueblo y es
interesante oír como para ellos la novela no es coincidente
en todo con el pueblo, desde luego que no debe ser
coincidente, he ahí el valor de la literatura, si fuera
exacta a la vida no tendría ese sentido catártico que tiene.
La calle de los turcos, comenta uno de los “turcos” de
Aracataca, no llegaba a ser una calle. Me sigue pareciendo
absurda la búsqueda de la realidad en la literatura, en el
arte, desde luego hay referentes, pero una vez que se
incorporan a la obra artística adquieren otro nivel y se
desprenden de la realidad inmediata para entrar en la
realidad artística y se hacen ficción.
Para Anderson Imbert hay que hacer la distinción entre:
realismo, que él define como lo verídico; la literatura
fantástica, que él define como lo sobrenatural y el realismo
mágico, que él cataloga como lo extraño. Este autor propone
que el narrador realista se planta en la vida cotidiana y
cuenta una acción verdadera o verosímil. El narrador
fantástico, por otro lado, prescinde de las leyes de la
lógica y del mundo físico y cuenta una acción absurda y
sobrenatural; finalmente; el narrador mágico-realista, crea
la ilusión de irrealidad, al fingir escaparse de la
naturaleza y cuenta una acción que, aunque explicable, nos
perturba como extraña.
Según Uslar Pietri el narrador mágico realista únicamente
voltea los ojos en América Latina y cuenta tal cual alguna
historia de nuestro continente, sin que sea necesaria la
imaginación, es sólo un proceso de “copy/paste” como
diríamos ahora.
Alejo Carpentier, según interpreto, habla de lo real
maravilloso americano como un material de donde el escritor
o el artista puede tomar la “inspiración” para su obra, pero
para que lo consiga debe comprender, aprehender la realidad
americana, no sólo debe observar, hay todo un proceso de
lectura, de acercamiento y distanciamiento para llegar a lo
americano con ojos de maravilla.
Los tres escritores han utilizado el término para referirse
a una literatura latinoamericana, sobre la cual Europa
volvió los ojos, tanto Anderson Imbert, como Uslar Pietri,
coinciden en que el término “realismo mágico” proviene del
crítico de arte alemán Franz Roh; Alejo Carpentier, crea el
término “real maravilloso” para su literatura y la
literatura que como la suya nazca de la contemplación de la
realidad americana con ojos maravillados.
Concluye Uslar Pietri con que lo importante es que la
literatura de América Latina, a partir de los años 30, no ha
hecho otra cosa que presentar y expresar el sentido mágico
de una realidad única.
Por otra parte, Anderson Imbert compara como Borges
transformaba experiencias de Buenos Aires en ficciones
inverosímiles, y para que su inverosimilitud resultase
tolerable a un pequeño público las situaba en la India o en
el planeta Tlön mientras que García Márquez, para que el
gran público tolere sus inverosímiles ficciones, las sitúa
en Macondo, que es el corazón de nuestra América. En ambos
casos, señala lo mágico, lo maravilloso, no está en la
realidad, sino en el arte de fingirla.
Alejo Carpentier, cierra su propuesta recordando que el
caudal de la mitología americana está muy lejos de haberse
agotado,
En los tres casos hay un énfasis en la literatura Carpentier
prácticamente invita a otros escritores para continuar
escribiendo sobre la mitología americana, por su parte Uslar
Pietri cierra señalando la importancia de la literatura y de
como esta se inspira en la realidad y que esa realidad
permite que la literatura latinoamericana se destaque.
Finalmente, Anderson Imbert concluye dando el aplauso a la
labor del escritor, que es quien puede fingir la realidad
ordinaria o maravillosa.
Comparto ampliamente la visión Anderson Imbert, si bien, la
realidad, el paisaje, amigos o familiares pueden “inspirar”
al artista, hay un trabajo detrás de eso que es inmensamente
más importante. La realidad no lo da todo, aunque aporta
bastante. Como ya se ha dicho antes, la realidad siempre
supera a la ficción, pero es la ficción la que
verdaderamente nos seduce, precisamente por su carácter
irreal.
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