De cómo una mujer de peso fue convertida en

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De cómo una mujer de peso fue convertida en prostituta por la historia masculina
Cristo la amaba más que a todos los discípulos y acostumbraba a besarla [en la boca]
frecuentemente. Los otros discípulos se escandalizaban y expresaban su desaprobación. Le
dijeron: «¿Por qué la amas más que a todos nosotros?». El Salvador les respondió diciendo:
«¿Por qué no os amo como la amo?».
EVANGELIO DE FELIPE
María Magdalena es, en muchos sentidos, la estrella de El Código Da Vinci, y es apropiado que
ella sea el punto de partida de la odisea de exploración del presente libro sobre las historias y
misterios de la novela de Dan Brown. Pero ¿quién era esta mujer que desempeña un papel tan
decisivo en momentos críticos de los Evangelios tradicionales? Está claro que es uno de los
acompañantes más allegados al Jesús itinerante. En el Nuevo Testamento, se la menciona por su
nombre doce veces. Está entre los pocos seguidores de Jesús presentes en el momento de su
crucifixión y se ocupa de él después de muerto. Es la persona que, tres días después, regresa a su
tumba y la persona a quien el Jesús resucitado se aparece por primera vez. Cuando aparece, la
instruye -de hecho, le otorga poderes- para que difunda las noticias de su resurrección y se
convierta, en efecto, en el más importante de los apóstoles, la portadora del mensaje cristiano a
los otros apóstoles y al mundo.
Este relato es el que hacen las narraciones autorizadas del Nuevo Testamento. Si se estudian las
narraciones alternativas -varias escrituras perdidas y los Evangelios Gnósticos-, se verá
enseguida que hay sugerencias de que María Magdalena y Jesús pueden haber tenido una
relación extremadamente estrecha, una relación íntima de marido y mujer. Se verá que ella puede
haber sido una dirigente y pensadora por derecho propio, a quien Jesús confió secretos que no
había compartido siquiera con los apóstoles varones. Puede haberse visto involucrada en una
celosa rivalidad con los otros apóstoles, algunos de los cuales, en particular Pedro, pueden haber
desdeñado su papel en el movimiento debido a su sexo, y haber encontrado que su relación con
Jesús era problemática. Puede haber representado una filosofía más humanista e individualizada,
tal vez más cercana a la que realmente predicó Jesús que a la que llegó a ser aceptada por el
Imperio Romano en tiempos de Constantino como el pensamiento cristiano oficial, estandarizado
y convencional.
Tal vez la forma en que mejor se la conoce en la historia es como prostituta. ¿Jesús simplemente
la perdonó -y ella simplemente se arrepintió y cambió de conducta- para ilustrar los tradicionales
principios cristianos sobre el pecado, el perdón, la penitencia y la redención? ¿O no fue en
absoluto una prostituta, sino una rica patrocinadora financiera y partidaria del movimiento de
Jesús, de quien, en el siglo VI, el papa Gregorio declaró que era la misma que otra María
Magdalena de los Evangelios, que era, ésta sí, una prostituta? Y cuando el papa Gregorio unió
deliberadamente a las tres Marías de los Evangelios en una: ¿lo hizo para marcar
deliberadamente a María con el estigma de la prostitución? ¿Se trató de un inocente error de
interpretación en una edad oscura en que se contaba con pocos documentos originales y el
lenguaje bíblico era una mescolanza de hebreo, arameo, griego y latín? ¿La Iglesia necesitaba
simplificar y codificar los Evangelios y destacar los temas del pecado, la penitencia y la
redención? ¿O fue una estrategia mucho más maquiavélica (un milenio antes de Maquiavelo)
para arruinar la reputación de María Magdalena ante la historia y, al hacerlo, destruir los últimos
vestigios de la influencia de los cultos paganos de la diosa y de la «femineidad sagrada» sobre el
cristianismo primitivo, para socavar el papel de las mujeres en la Iglesia y sepultar la vertiente
más humanista de la fe cristiana?
¿Llegó aún más lejos? Cuando el papa Gregorio con la letra escarlata de la prostitución marcó a
María Magdalena -quien seguiría siendo oficialmente una prostituta reformada por los siguientes
catorce siglos-, ¿comenzó un gran ocultamiento para negar el casamiento de Jesús y María
Magdalena y, en última instancia, el linaje real, sagrado, de su descendencia?
¿Su descendencia? Bueno, sí. Si Jesús y María Magdalena se casaron o al menos tuvieron una
relación íntima, bien pueden haber tenido uno o varios hijos. ¿Y qué ocurrió con María
Magdalena después de la crucifixión? La Biblia calla, pero en el área del Mediterráneo, de Éfeso
a Egipto, hay leyendas y tradiciones que afirman que María Magdalena y su hijo (o hijos)
escaparon de Jerusalén y finalmente se asentaron para vivir como evangelistas. Los relatos más
interesantes son los que hacen que termine su vida en Francia. un tema que Dan Brown recoge e
integra en la trama de El Código Da Vinci.
No es sorprendente que María Magdalena, que representa la temática del pecado y la redención,
la virgen y la puta, la penitencia y la virtud, los fieles y los caídos, haya sido siempre una figura
destacada en el arte y la literatura. En los autos sacramentales, la primera forma de teatro
producida en Europa, hace más de mil años, era representada por fieles de sexo masculino. Y
desde entonces, ha sido una figura constante en el arte eclesial. En tiempos mucho más recientes,
Dan Brown no ha sido el único autor en sentirse fascinado por María Magdalena ni el primero en
destacar la temática de su posible romance con Jesús. Nikos Kazantzakis postuló una relación
sentimental entre ambos en su novela La última tentación de Cristo, hace más de cincuenta años
(mucho antes de que Martin Scorsese lo convirtiera en filme en la década de los ochenta e hiciera
surgir el tema una vez más). William E. Phipps trató buena parte de estos temas en su libro
¿Jesús estuvo casado? hace más de treinta años. La ópera rock Jesucristo Superstar, otra obra que
tiene más de treinta años, también da por sentado que existe una relación sentimental entre Jesús
y María Magdalena. Dado el interés de nuestra sociedad por los papeles que se adjudican a los
sexos, las mujeres como dirigentes y todas las permutaciones del amor, el matrimonio y el sexo
que uno pueda imaginar, la «nueva» María Magdalena encaja bien y El Código Da Vinci llega
justo a tiempo.
En las páginas de este capítulo, algunos de los principales expertos mundiales en María
Magdalena discuten y debaten diferentes versiones respecto de quién puede haber sido ella en la
historia, el significado de su papel en los Evangelios tradicionales y cómo el Evangelio Gnóstico
y otros Evangelios alternativos pueden aumentar nuestra capacidad para conocerla hoy. Algunos
expertos están interesados en entresacar su significado basándose exclusivamente en el contenido
de la Biblia. Otros quieren profundizar y enriquecer el debate con nueva evidencia y nuevas
interpretaciones. Aun otros se centran menos en lo que dicen los textos y mucho más en el
significado de María Magdalena en el contexto del arquetipo, el mito y la metáfora.
Cada aspecto susceptible de ser discutido se ha incorporado al debate sobre Magdalena en el
siglo XXI. ¿Era originaria de Magdala, sobre el mar de Galilea, y, por lo tanto, era
probablemente judía? ¿O provenía de una ciudad del mismo nombre en Egipto o en Etiopía?
¿Era rubia o de cabello castaño rojizo, tal como se la solía representar en el medioevo, o era una
negra de África? ¿Era nacida y criada en las costumbres y forma de vida de la Tierra Santa o era
una extraña, como a veces se representa también a Jesús? ¿Era muy rica y podía financiar los
movimientos de Jesús con sus medios personales? ¿Por qué sabemos que era rica? ¿Porque venía
de una próspera ciudad pesquera? ¿Porque el aceite de nardos, la esencia que empleó para ungir
a Jesús, era considerado un caro artículo de lujo? ¿Porque parece haberse ocupado de proveer de
comida y alojamiento a Jesús y a sus seguidores, que habían renunciado a todos los bienes de
este mundo? Dado que es sólo una de las muchas mujeres que parecen haber sido patrocinadoras
de Jesús, ¿qué se sabe respecto de las otras mujeres, muchas de las cuales son mencionadas por
su nombre? ¿Descendía ella de la casa de Benjamín, del mismo modo que algunos relatos
sugieren que Jesús descendía de la casa de David, y habría sido su casamiento políticamente
importante por unir a esos dos clanes? De todas formas, ¿hubiese sido normal que Jesús se
casase? A fin de cuentas, la mayor parte de los rabinos del medio judío de aquel entonces se
casaban y, en el Nuevo Testamento, María Magdalena y muchos de sus seguidores llamana
rabboni a Jesús. Si era un rabino judío ¿no se habría esperado de él que se casase? ¿Por qué
habría Jesús de practicar el celibato, cuando el lenguaje bíblico está lleno de invitaciones a «ser
fructífero» y «crecer y multiplicarse»?
En la escena de los Evangelios en que María Magdalena unge a Jesús con ungüentos perfumados
de una vasija de alabastro y le lava los pies con sus lágrimas, secándoselos con su cabello, ¿se
trata de ella o de otra María? Si se trata de María Magdalena, ¿estas acciones indican respeto
ceremonial o son metáforas de relaciones sexuales? Y si se trata de relaciones sexuales ¿es una
alusión a su antigua vida como prostituta? ¿Es una pista que indica que Jesús y María Magdalena
estaban casados? ¿Se trata de una metáfora poética no sólo de sus relaciones sexuales sino de
relaciones sexuales con una carga especial, sagradas, tal como las prácticas de hieros gamos
(matrimonio sagrado) que pueden provenir de anteriores culturas griegas, minoicas y egipcias?
¿Podría tratarse de una «prostituta» en el sentido de algunas culturas antiguas, en las que los
hombres realizaban actos sexuales con «prostitutas del templo» para acceder a experiencias
religiosas extáticas, divinas o místicas? Las bodas de Caná descritas en el Nuevo Testamento
¿son realmente una descripción metafórica del casamiento de María Magdalena y Jesucristo, y, a
la vez, se originan en el Cantar de Salomón en el Antiguo Testamento? Y, a su vez, esas historias
¿tienen orígenes aún más antiguos, los que Carl Jung y Joseph Campbell verían como arquetipos
universales y mitos de unidad sagrada entre macho y hembra, de la necesidad de integración y de
la necesidad de amor (no sólo de amor en el sentido que le da el Nuevo Testamento, sino
también amor de carne y hueso, erótico, humano)?
¿Existen textos sagrados y otros documentos que arrojen luz sobre la verdadera historia de lo que
ocurrió en Israel en tiempos de Cristo y sobre lo ocurrido entre Jesús, María Magdalena y sus
seguidores? ¿Puede ser que documentos y reliquias referidos a esos sucesos hayan sido
enterrados bajo el Templo del Monte en Jesusalén y se hayan transformado en el Santo Grial que
buscaban los cruzados? ¿Es posible que los templarios hayan encontrado ese material, lo hayan
sacado de Tierra Santa y lo hayan llevado a Francia durante el medioevo? Y si ese material
alguna vez se encuentra -sea en una cavidad bajo la Capilla Rosslyn en Escocia o bajo la
pirámide del Louvre, o en algún otro lugar-, ¿cambiaría de forma fundamental la historia y las
creencias cristianas con el mismo grado de influencia que tuvieron los Evangelios Gnósticos y
los Rollos del Mar Muerto?
Dan Brown ha hecho una notable tarea al referirse a todos estos temas en El Código Da Vinci.
En un puñado de páginas, en medio de una trama de asesinatos y de una novela de detectives, se
las compone para referirse a los temas clave arriba señalados y a muchas cosas más. En
particular, a la posibilidad de que Leonardo da Vinci haya conocido y entendido la verdadera
historia de Jesús y de María Magdalena y que, por ello, haya incluido a María Magdalena en La
última cena. Además, la imagen de Pedro mirando de reojo y bajando su mano en un
movimiento cortante, como de hoja, quiere expresar, según El Código Da Vinci, el
enfrentamiento entre Pedro y María Magdalena con respecto al futuro de la Iglesia. En la novela,
Sophie Neveu les pregunta a sus maestros nocturnos, Teabing y Langdon: «¿Ustedes están
diciendo que la Iglesia cristiana debía ser llevada adelante por una mujer?».
«Ése era el plan -dice Teabing-: Jesús fue el primer feminista y su intención era que el futuro de
su Iglesia quedara en manos de María Magdalena».
Uno puede darse cuenta de por qué los temas de El Código Da Vinci hacen que la gente hable,
discuta e investigue, por improbables que sean algunos aspectos de la trama y por muchas
vueltas que se dé al tejer o hilar algunos fragmentos de la tela entera, que hacen que parezca
religiosa. En este capítulo, oímos a una amplia gama de expertos que opinan sobre distintos
aspectos del debate sobre María Magdalena. Algunos, como Lynn Picknett y Margaret Starbird
forman parte de las fuentes originales de ideas que nutrieron El Código Da Vinci. Si bien sus
ideas están en el extremo del espectro, siempre son desafiantes y hacen pensar. Autoridades
como Susan Haskins, Esther de Boer, Deirdre Good, Karen King y Richard McBrien son
investigadores universitarios de buenas credenciales que han pasado años estudiando los detalles
más recónditos de la información disponible sobre María Magdalena y temas relacionados con
ella. Todos creen que ha sido maltratada por la historia. No comparten las ideas más extremas
sobre ella, pero trabajan de manera consciente para crear una nueva visión de una María
Magdalena, matizada y multifacética, que recupere su justo lugar en la historia. Katherine
Ludwig Jansen y Kenneth Woodward son más conservadores. Pero, hoy en día, hasta los más
conservadores están dispuestos a asignarle un papel espectacularmente más destacado en la
historia a María Magdalena que el que le otorga la visión tradicional de la Iglesia.
Comenzamos la discusión con una nota centrada y convencional de la revista Time, originada en
la extraordinaria fascinación que produjeron María Magdalena y El Código Da Vinci en 2003.
María Magdalena: ¿santa o pecadora?
POR DAVID VAN BIEMA, INFORME DE LISA MCLAUGHLIN
Extraído de la revista Time, 11 de agosto de 2003, © 2003 Time Inc. Reproducido con permiso.
La bella criptógrafa y el robusto profesor universitario huyen de la escena de un atroz asesinato
que no habían cometido. En medio de su fuga, para la que emplearán un camión blindado, un
avión de reacción privado, dispositivos de vigilancia electrónica y sólo la dosis necesaria de
violencia para mantener el suspense, nuestros héroes buscan al único hombre que tiene la clave
no sólo para exonerarlos de cualquier culpa sino también para resolver un misterio que podría
cambiar el mundo. Para ayudarse en la explicación, el lisiado, jovial y fabulosamente rico
historiador sir Leigh Teabing les señala una figura de un célebre cuadro.
-¿Quién es ella? -preguntó Sophie.
-Ésa, querida -repuso Teabing-, es María Magdalena.
Sophie se volvió.
-¿La prostituta?
Teabing aspiró brevemente, como si la palabra hubiese sido un insulto personal.
-Magdalena no era tal cosa. Esa desgraciada mala interpretación es el legado de una campaña de
desprestigio lanzada por la Iglesia primitiva.
Los lectores en vacaciones, pasando una página tras otra, tienden a saltarse los puntos más sutiles
sobre la historia de la Iglesia en el siglo VI. Tal vez pueda decirse que ellos se lo pierden. El
Código Da Vinci de Dan Brown es una de esas novelas conspirativas hipercafeinadas, con
capítulos de dos páginas donde se describe el pelo de los personajes como «color borgoña». Pero
Brown, quien hacia el final del libro ha logrado incluir a María Magdalena de manera intrincada
y más bien insultante en su trama, ha estudiado bien el procedimiento para llevar adelante una
trama aparentemente descabellada. No sólo ha reclutado a uno de los pocos personajes del
Nuevo Testamento que el lector puede imaginar luciendo un traje de baño (al fin y al cabo,
generaciones de «viejos maestros» la han pintado en topless). Ha elegido un personaje cuya
verdadera identidad es tema de debate tanto para la teología como para la cultura popular.
Hace tres décadas, la Iglesia católica romana admitió calladamente lo que los críticos afirmaban
desde hacía siglos: la representación habitual de Magdalena como prostituta reformada no está
respaldada por el texto de la Biblia. Una vez libre de esta premisa siniestra y limitativa, y
exhibiendo distintas proporciones de erudición y fantasía, los estudiosos y entusiastas han
postulado diversas Magdalenas alternativas: una rica y honrada patrocinadora de Jesús, una
«apóstol» por derecho propio, la madre del hijo del Mesías y aun su sucesora como profeta. La
riqueza de posibilidades ha inspirado un aluvión de literatura, académica y popular, incluyendo
el bestseller histórico de Margaret George: María, llamada Magdalena, de 2002. Y ha ganado
para María Magdalena nuevos seguidores entre los católicos, que ven en ella un poderoso
modelo femenino y un posible argumento contra un sacerdocio excluyentemente masculino. La
mujer de la que tres Evangelios coinciden en que fue la primera testigo de la resurrección de
Cristo está experimentando, a su modo, un renacer. Al decir de Ellen Turner, quien fue anfitriona
en una celebración alternativa de la santa en su fiesta tradicional del 22 de julio: «María
[Magdalena] fue vapuleada por la Iglesia, pero sigue allí, esperándonos. Si podemos dar a
conocer su historia, podemos llegar a dilucidar qué era realmente Jesús».
En 1988, el libro María Magdalena: una mujer que demostró su gratitud, parte de una colección
sobre mujeres bíblicas y un producto bastante típico de su era, explicaba que su protagonista «no
era famosa por las grandes cosas que hizo o dijo, sino que ha quedado en la historia como una
mujer que verdaderamente amaba a Jesús con todo su corazón y no tenía vergüenza de
demostrarlo, aunque otros la criticaran». Ciertamente, esto forma parte de su currículum habitual.
Muchas Iglesias cristianas le dan importancia como ejemplo del poder de Cristo para salvar
incluso a los más caídos, y del poder del arrepentimiento. (La palabra inglesa maudlin [que
designa a quien demuestra afecto de una forma «estúpida y llorosa»] deriva de su fama de
penitente lacrimosa). Siglos de educación católica también han establecido su reputación vulgar
como la chica mala, para la cual se cumplió la esperanza de todas las chicas malas: la seductora
salvada, que figura no sólo en las ardientes imaginaciones de los estudiantes de escuelas
parroquiales, sino como patrona de las instituciones para mujeres descarriadas, como por
ejemplo las sombrías lavanderías administradas por monjas que aparecen en el nuevo filme Las
hermanas Magdalenas.
El único problema es que resulta que no era tan mala, sino que sólo ha sido interpretada de esa
manera. María Magdalena (su nombre se refiere a Magdala, una ciudad en Galilea) aparece por
primera vez en el Evangelio de Lucas como una de las muchas mujeres, aparentemente ricas, a
quienes Jesús cura de la posesión (fue librada de siete demonios) y que se unen a él y a sus
apóstoles y «los proveen con sus recursos». Su nombre no vuelve a aparecer hasta la crucifixión,
que ella y otras mujeres presencian desde el pie de la cruz, pues los discípulos varones han
huido. En la mañana del Domingo de Pascua, visita el sepulcro de Jesús, sola o con otras
mujeres, y descubre que está vacío. Se entera -en tres Evangelios, por ángeles; en uno, por el
propio Jesús- de que ha resucitado. La narración de Juan es la más espectacular. Está sola ante la
tumba vacía. Avisa a Pedro y a un discípulo no identificado; sólo este último parece comprender
que ha tenido lugar la Resurrección; se van. Magdalena se encuentra con Jesús, que le pide que
no se apegue a él, sino: «Ve con los fieles y diles que he ascendido hasta donde está mi Padre. mi
Dios». Según las versiones de Lucas y Marcos, esta situación tuvo visos de farsa: Magdalena y
otras mujeres tratan de alertar a los hombres, pero «sus palabras les parecieron un relato ocioso,
y no las creyeron». Por fin, entraron en razón.
A pesar de las discrepancias, la impresión final es la de una mujer de peso, valiente, inteligente y
leal que desempeña un papel crucial -tal vez insustituible- en el momento en que el cristianismo
se define. Entonces ¿de dónde sale todo el material jugoso? La imagen de María Magdalena se
distorsionó cuando dirigentes de la Iglesia primitiva identificaron su nombre con el de las otras
muchas mujeres menos distinguidas a quienes la Biblia no se refiere por nombre o se refiere sin
patronímico. Una es la «pecadora» que aparece en el Evangelio de Lucas bañando los pies de
Jesús con sus lágrimas: los besa y los unge con un ungüento. «Sus muchos pecados le han sido
perdonados, pues amó mucho», dice él. Otras incluyen a la María de Betania de Lucas y a una
tercera mujer no identificada, que ungen de una forma u otra a Jesús. La confusión fue
oficializada por el papa Gregorio Magno en 591: «La que Lucas llama la pecadora y Juan llama
María [de Betania], creemos que es la María de quien fueron, según Marcos, expulsados siete
demonios», declaró Gregorio en un sermón. Este enfoque se convirtió en enseñanza de la Iglesia,
aunque no fue aceptada por los ortodoxos ni por los protestantes, que se separaron del
catolicismo más adelante.
¿Qué llevó al Papa a hacer su declaración? Una teoría sugiere que se trató de un intento de
reducir la cantidad de Marías (hubo una fusión similar de los personajes llamados Juan). Otra
afirma que la mujer pecadora simplemente fue añadida para proporcionar antecedentes con los
que no se contaba para una figura de importancia tan notable. Otras culpan a la misoginia. Sea
cual haya sido el motivo, el efecto del proceso fue drástico y, desde una perspectiva feminista,
trágico. El que Magdalena haya sido testigo de la Resurrección, en lugar de ser aclamado como
un acto discipular en cierto modo superior al de los varones, fue reducido en última instancia a
un relato conmovedor pero mucho menos central acerca de la redención de una pecadora
arrepentida. «Se trata de un patrón habitual», escribe Jane Schaberg, profesora de estudios
religiosos y femeninos en la Universidad de Detroit Mercy y autora de La Resurrección de
Magdalena, publicada el año pasado, «la mujer poderosa privada de su poder, recordada como
una puta o algo parecido». Para resumir, Schaberg inventó el término «prostitutificación».
En 1969, en un equivalente litúrgico a la letra pequeña y como parte de una revisión general de
su misal, la Iglesia católica separó oficialmente a la mujer pecadora de Lucas, María de Betania,
de María Magdalena. Sin embargo, las noticias tardaron en llegar a la congregación. (A ello
contribuyó el que la heroica actitud de Magdalena en la tumba aún se omite de la liturgia del
Domingo de Pascua y, en cambio, ha quedado relegada a la mitad de la semana.) Y, en el ínterin,
más estudiosos han atizado el fuego de quienes ven su eclipse como una conspiración chovinista.
Los historiadores del cristianismo están cada vez más fascinados por un grupo de seguidores
tempranos de Cristo, conocidos en conjunto como los gnósticos, algunos de cuyos escritos
fueron descubiertos hace sólo cincuenta y cinco años. Y a los gnósticos les fascinaba Magdalena.
El llamado Evangelio de María [Magdalena], que puede ser de fecha tan temprana como 125
d.C. (es decir, unos cuarenta años posterior al Evangelio de Juan) afirma que ella recibió una
visión privada de Jesús, que luego transmitió a los discípulos varones. Este papel es una
usurpación del rol de intermediario que los Evangelios canónicos adjudican normalmente a
Pedro, y María lo representa exhibiendo una gran irritación al preguntar: «¿[Jesús] habló con una
mujer sin que yo me enterara?». El discípulo Levi la defiende diciendo: «Pedro, siempre has sido
irascible. Si el Salvador la hizo digna, ¿quién eres tú para rechazarla? Sin duda, el Salvador la
quiere bien. Por eso la amaba a ella más que a nosotros».
Ésas son palabras fuertes, en especial si uno recuerda que el papado basa su autoridad en la de
Pedro. Por supuesto, los Evangelios Gnósticos no son la Biblia. De hecho, existe evidencia de
que la Biblia fue estandarizada y canonizada justamente para excluir tales libros, que los
primitivos dirigentes de la Iglesia consideraban heréticos por razones que nada tenían que ver
con Magdalena. Aun así, las feministas se han apresurado a citar a María como evidencia de la
importancia que tuvo Magdalena en los primeros tiempos, al menos en ciertas comunidades, y
como el subproducto virtual de una olvidada batalla de los sexos en la que los Padres de la
Iglesia eventualmente prevalecieron sobre gente que nunca tuvo la oportunidad de llegar a ser
conocida como «madres de la Iglesia». «Creo que fue una lucha de poder -dice Schaberg-, y los
textos canónicos con que contamos [hoy] vienen de los vencedores».
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