Sonso: condenada a muerte - Fundación Ideas para la Paz

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30 marzo, 2016 | Fundación Ideas para la Paz
Sonso: condenada a muerte
(I)
El azúcar
Y así, en medio de un océano de caña donde no hace mucho
tiempo se cultivaban el sorgo, el millo, el maíz, el algodón, el
arroz, se llega a Buga, una ciudad atravesada por un río que fue
caudaloso –del cual sólo quedan los puentes– con una
monumental iglesia rosada, casas de papayo en el solar y un
silencio de 2 de la tarde que inunda varias horas la ciudad,
rodeada de cañaduzales. A su lado había un gran humedal, un
depósito de aguas y de limos que el Cauca llevaba en el invierno
y desocupaba en el verano.
Para no aburrirme en los aeropuertos, suelo llevar un libro de
crónicas de viaje sobre la región à la que voy. Don Manuel de
Pombo –medio militar, medio literato– fue un observador agudo
que escribió un sentido relato sobre el Valle del Cauca hacia
mediados del siglo XIX. Abrumado por el paisaje, fue pródigo en
adjetivos: “ricas haciendas, buen tabaco, aguas diáfanas, ceibas
magníficas… potreros entapizados de grama, donde correteaban
llenos de salud los terneros y los potros, donde mugía el toro,
relinchaba el caballo. Esta alfombra de césped, este horizonte de
tul, ese sol de oro, esas aguas que murmuran límpidas, aquellos
bosquecillos de hojas y flores… ¡Oh, todo eso no puede ser
cierto!”.
Cuando Míster Eder comenzó su emporio, había muchas
madreviejas, muchas lagunas, muchos meandros que les robaban
velocidad a las aguas del Cauca para regarla como fertilidad
sobre las tierras planas. Por esa razón las ceibas y los samanes,
los chambucos y las palmeras eran árboles tan fuertes, tan
frondosos, tan altivos. Por esa razón, también, la laguna de Sonso
o de El Chircal era un paraíso para pájaros, peces, chigüiros,
árboles, lianas, matas y, sobre todo, para los bugueños, que de
tarde en tarde preparaban sancocho en sus orillas.
Pero al llegar a Sonso, un hacendado bajó de un porrazo a don
Manuel de su Arcadia: Riquezas inútiles –dijo– que no hay para
qué ni con quién explotar. ¿Quién compra lo que mi hacienda
produce? Aquí hay que derramar la miel, dejarles el maíz a los
gorgojos y las frutas al suelo. Aquí los peones trabajan un día y
huelgan un mes. Aquí los productos sobran y los consumidores
faltan. ¡Cauca se muere si no se le abre una comunicación con el
Pacífico!
El experimento exitoso de Míster Eder contagió a otros ricos
–¿cómo llamarlos de otra manera?–. Hicieron sociedades y otro
gringo en los años 50, míster Lauchlin Currie, alto empleado del
Banco Mundial, importó otra idea nacida en el valle de
Tennessee: regular las aguas del Cauca. En 1954 se fundó la
mano derecha de los ingenios –que ya eran media docena y que
tenían medio valle en caña–, la Corporación Autónoma Regional
del Valle del Cauca (CVC), que después del coctel de
inauguración se dio à la tarea de construir jarillones –o farillones,
como dicen los campesinos– a lo largo del Cauca para que las
aguas no invadieran los cañaduzales en invierno, y una represa
–Salvajina– para que en verano la caña no se muriera de sed. Así
fue. La suerte favoreció, una vez más, a los cañeros: en 1959
triunfó la Revolución en Cuba, Castro expropió ingenios y EE.
UU. respondió comprando azúcares en América Latina.
El valle medio del río Cauca fue durante la Colonia un gran
productor de caña para sacar mieles y aguardientes, y de ganado
de engorde para alimentar los esclavos negros, de los mismos
dueños de las haciendas, que explotaban los oros en los ríos de la
Cordillera Occidental. Un enclave. Con la abolición de la
esclavitud en 1851, los negros que no se habían volado de las
minas se refugiaron en las selvas para, libres, cultivar papachina,
pescar, tomar ron, fumar tabaco, en pocas palabras: vivir a sus
anchas. Pero entonces, ¿quién trabajaba las tierras? Los
hacendados tuvieron que dar a negros y campesinos –mestizos en
realidad– parcelas para que las trabajaran a cambio de que
también lo hicieran en las tierras del patrón. El contrato se llamó
de aparcería o de concertaje. Y así se vivía en una cierta abulia
tropical.
La Violencia en Colombia (1946−1962) había dejado tierras en
manos de los ingenios, los cacaotales se habían acabado, los
algodonales se resistían, los arrozales aguantaban, pero el precio
del azúcar subía, la mano de obra abundaba y el jornal era
barato. Días de gloria. Las reinas de la Feria Internacional de la
Caña eran elegidas Señoritas Colombia en Cartagena y los
propietarios de ingenios, ministros del ramo.
Pero un día al cónsul de EE. UU. en Palmira, Míster Eder, le dio
por el desarrollo, o mejor, por hacer plata, explotar el valle:
ensayó con la caña azucarera en momentos en que el país vivíà la
Danza de los Millones –dólares a rodos, unos prestados, otros
pagados por el robo de Panamá y otros invertidos para
reproducirse–.
En la década del 60 la ampliación del área azucarera fue del 11
%; en los años 70, el porcentaje alcanzó el 30 % y hacia 1980
llegó al 44 %. Hoy en el Valle del Cauca hay sembradas más de
223.905 hectáreas de caña de azúcar, controladas por 13
ingenios: el 24 % son tierras propias y el 76 %, arrendadas.
El camino del Dagua, que había sido la obsesión de los
terratenientes caucanos, se convirtió en vía férrea y con ella, los
nobles popayanejos perdieron el valle del Cauca y se quedaron
con su poesía y sus casonas blancas. Pero Míster Eder metió
maquinaria para producir azúcar y echarles mano a las tierras de
negros y campesinos que necesitara.
El 80 % de la tierra plana del Valle –unas 300.000 hectáreas–
está cultivado en caña. Cinco de los trece ingenios producen
etanol anhidro, autorizados por la Ley 693, firmada por el
presidente Uribe en el 2001 que, bajo el plan Oxigenación de la
Gasolina, impuso una mezcla de alcohol y gasolina que en el
2012 llegó al 10 % y en el 2020 llegará al 15 %.
Y así comenzó la industria que transformaría en un siglo el valle
medio del Cauca en un gigantesco cañaduzal. El que se mira
desde el avión cuando pasa la cordillera o el bus deja las lomas
–despreciadas por los vallunos– en Cartago en el norte. O Timba
en el sur. Todo es azúcar, no tan dulce para los trabajadores ni
para los pueblos que respiran las toneladas de pavesas
producidas por la quema de la caña para acelerar su maduración.
El gobierno de la Seguridad Democrática otorgó a los azucareros
notables ventajas tributarias y garantizó un precio igual de la
gasolina. Según Asocaña, 127.669 hectáreas se utilizan en la
producción de etanol, que en el 2015 puede haber llegado a dos
1
millones de litros diarios de carburante. El vigoroso crecimiento
de la industria azucarera es controlado por cinco grandes grupos
empresariales: el grupo Ardila Lülle es propietario de Incauca,
Providencia y Risaralda; la familia Éder, de Manuelita; el grupo
Hurtado-Holguín, de Riopaila, y Central Castilla es de los
Caicedo González.
Cauca. Según la CVC, en cabeza de Rubén Darío Materón, los
trabajos demandarán dos meses, pues los particulares dueños de
las haciendas Rancho Grande y Bello Horizonte levantaron un
jarillón de 2,5 kilómetros, sin ninguna autorización ambiental. La
Fiscalía abrió una investigación por presuntos delitos
ambientales, sin que se conozca de responsables, y congresistas
del Valle prometieron llevar el tema a instancias nacionales para
salvar lo que queda de la laguna de Sonso.
El crecimiento de la industria azucarera no ha sido fácil desde el
punto de vista social. Tuvo repercusiones sociales. En 1935 se
fundó el primer sindicato y al año siguiente hubo la primera
huelga; en 1944 se crearon más sindicatos. A comienzos de los
años 60 estallaron dos grandes huelgas en las haciendas Papayal
y San José; en 1973 los corteros declararon brazos caídos; en la
huelga de Riopaila en 1976 resultaron muertos dos obreros.
*Espere mañana lunes la segunda parte.
El 15 de agosto de 1981 los sindicatos cañeros se solidarizaron
con el movimiento ambientalista que denunció el desecamiento
de la laguna de Sonso como efecto de la política azucarera
respaldada por los gobiernos desde los años 50. En ese año
existían 15.286 hectáreas de humedales lénticos en el Valle del
Cauca, que en 1981 habían desaparecido en el 80 %. Las
hectáreas de caña habían pasado de 60.000 a 133.000. Eran los
años de la gran marcha en favor de la laguna de Sonso
organizada por Carlos Alfredo Cabal, quien junto con Aníbal
Patiño, eminente biólogo, concluyó por aquella época: “La
complacencia de la CVC con los propietarios de predios
ribereños à la laguna ha permitido que las cercas se corran a
medida que se retira el nivel de las aguas”. El Decreto 2811 de
1974 había definido la cota 945 metros sobre el nivel del mar
como zona de amortiguación del humedal.
El agua
A finales del año pasado, los vecinos de la laguna de Sonso, en el
caserío de Puerto Betín, se dieron cuenta de que los topógrafos
que habían estado midiendo y remidiendo en las haciendas de
Ranchogrande y La Miel cumplían una misión: definir el
movimiento de tierras que llegaron a hacer 18 máquinas –entre
buldóceres y retroexcavadoras– traídas en gigantescas
camabajas.
Algunos pobladores ribereños tienen pequeños contratos con la
CVC, otros son peones en las haciendas locales y de los 100
pescadores que había en 1983, sólo queda una decena. La CVC
no es sólo la autoridad ambiental en la zona, sino el verdadero
poder: da contratos, pone multas, aplica reglamentos, autoriza
obras y, como todos sabemos, depende de los intereses de los
cañeros y del clientelismo político. La gente la respeta no sin
temor. Los funcionarios de la corporación van todos los días à la
Estación de La Isabela, una construcción con albergue, oficinas y
seguridad privada permanente.
CVC y Ejército empezaron obras de mitigación
Después de las denuncias y la visita à la región de El Espectador,
la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC),
con apoyo del Ejército, llevó à la zona retroexcavadoras,
volquetas y buldózeres para empezar, desde el lunes pasado, la
supuesta reparación del daño ambiental causado por particulares
que pretendían desecar un gran pedazo del humedal y destinarlo
à la siembra de caña afectando al menos 35 hectáreas del
ecosistema. Se hicieron presentes ingenieros del batallón
Codazzi de Palmira, de la Policía, delegados del municipio de
Buga y de la Procuraduría Ambiental y Agraria del Valle del
2
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