Las aventuras de Pardi ¡Pío!, dijo Pardi y abrió la boca bien grande. Aunque hubiera podido decir Chip-chip o pip-pip si hablara en otro idioma que no fuera el castellano… -¡Qué hambre tengo! -¡Bienvenido!, dijo su mamá y le dio de comer de su buche un preparado muy rico y nutritivo. ¡Come, hijo, que tienes que fortalecerte antes de la gran travesía! -¿Qué travesía, mamá? -Cuando crezcas un poco, saldremos de aquí y verás el mundo donde nosotros vivimos en realidad. Y ahora descansa, que pronto llega el relevo. En ese momento se oyó un ruido, como si alguien se estampara contra las rocas del acantilado. -Ahora conocerás a tu papá. -¿Y tú, a dónde vas mamá? -Yo no estaré lejos, pero tengo que comer algo y estaré en la balsa con nuestros compatriotas las demás pardelas cenicienta. Sólo serán 10 días y me verás de nuevo. Sabes, allá en altamar estamos todos juntos en un grupo, esa es la balsa. De allí salimos a pescar, le ayudamos a los marineros que saben que nuestra presencia indica que el pescado está cerca. - ¿Te hiciste daño? Preguntó la mamá de Pardi a su papá. -No, Medea, la verdad es que tuve un aterrizaje bastante limpio. No llegué muy lejos de la uga. Ahora vete, que los demás ya te esperan, yo cuidaré de Pardi. -Ten cuidado, que oí que raptaron al polluelo de los vecinos hace unas noches. -No te preocupes, estaré muy alerta. Y así pasaron los días. Pardi crecía y crecía hasta tal punto, que ya pesaba casi un poquito más que sus padres. Llegaron los primeros intentos de coger el vuelo y por fin, el gran día de salir a volar. -¡Prepárate hijo, porque tenemos por delante una gran travesía! -¡Ya estoy preparado, papá, vámonos! Tras una larguísima travesía vieron tierra por fin, y oyeron algunas voces: -Bem-vindo ao Brasil! -¿Qué dicen mamá? Hablan tan raro. - Que seamos bienvenidos a Brasil. No te preocupes pronto entenderás a todo el mundo. Y así pasaba otra vez el tiempo. Pardi aprendió con facilidad el idioma local e hizo muchos amigos. Sin embargo, un día toda la balsa comenzó a prepararse para otra travesía. -¿A dónde vamos ahora? -Vamos un poco más al norte hacia los Estados Unidos de América, pero esta no vez será tan largo como la primera travesía. Además ahora que has crecido, esto será sardina comida para ti. (Quiso decir pan comido, pero como las pardelas no comen pan…) Así pasaron los años. Pardi ya era más que un adolecente, estaba rozando la mayoría de edad de las pardelas, ¡a los 7 años! El mismo día que la celebró, confesó a sus padres su gran idea: -¡Mamá, Papá! Gracias por todo lo que me habéis dado, estoy muy agradecido, pero ahora, creo que debo andar mi propio camino. He decidido volver a donde nací y formar una familia. -¡Qué bien hijo!, dijeron los dos progenitores. Pero, ¿a que no sabes, que toda la familia volverá contigo? -¿De veras? -Sí, todos iremos de vuelta al Archipiélago Chinijo. Bueno, algunos parientes se van a las Islas Salvajes o a Madeira, pero, les veremos dentro de un tiempo de vuelta a Brasil. -¡Qué alegría! Y yo pensando que os tengo que decir adiós. Y así fue. Toda la balsa de pardelas cogió vuelo y comenzó su larga travesía a través del Océano Atlántico. Llegaron cansados, pero bien. Pardi tuvo una novia y un hijo (ese año no pudo tener más, ya que como sabéis las pardelas solo ponen un huevo). Y aquí acaba mi cuento y como ya sabéis todos siguieron felices y comieron… sardinas, y no perdices, ¡claro! FIN Emese Szeliánszky