discurso en la embaj..

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Discurso de Cuauhtémoc Cárdenas al recibir la condecoración de la Orden del Libertador
de San Martín otorgada por el Gobierno de la Republica Argentina.
En la
Embajada de Argentina en México
Agradezco al pueblo y gobierno de la República Argentina la muy alta distinción de
la que se me hace objeto al entregarme la condecoración de la Orden del Libertador José
de San Martín. La recibo –y creo no equivocarme al decirlo y sentirlo así- en nombre de
los muy numerosos mexicanos que fueron solidarios con sus hermanos argentinos en las
épocas aciagas de la represión y la persecución a quienes se oponían a la dictadura, a
quienes perdieron padres, hijos, hermanos, seres queridos, que pudieron llegar a estas
tierras y salvar sus vidas, a quienes nunca se doblegaron ante la opresión y el terror y
siguieron luchando por la vida y las libertades, a quienes siguieron pensando y hablando, a
quienes sostuvieron en todo momento, con valor y con firmeza, sus ideas, sus convicciones
y sus verdades.
México ha sido tierra reconocida de asilo. A lo largo de su historia, la diplomacia y
la práctica política mexicanas contribuyeron a desarrollar y fortalecer el derecho
internacional del asilo, han sido ejemplo de su práctica en el pasado, al abrir este suelo, en
innumerables ocasiones, con decisión y generosidad a quienes en sus países estaban siendo
perseguidos y reprimidos por poderes torcidos, dictaduras y autocracias por disentir en sus
ideas y posiciones políticas.
México, al impulsar el asilo, al darle reconocimiento legal, no hizo sino dar
continuidad a sus corrientes históricas y retribuir la solidaridad recibida de ciudadanos
nacidos en otras latitudes en sus luchas libertarias. Así, la Constitución de 1857, la
constitución de nuestros grandes liberales, estableció en su artículo 15 que “Nunca se
celebrarán tratados para la extradición de reos políticos, ni para aquellos de los
delincuentes del orden común que hayan tenido, en el país en donde cometieron el delito,
la condición de esclavos; ni convenios o tratados en virtud de los que se alteren las
garantías y derechos que esta Constitución otorga al hombre y al ciudadano”.
Prácticamente sin cambio alguno, este texto pasó a la Constitución de 1917, y la carta
fundamental se ha complementado posteriormente con la suscripción por parte de México
de tratados y convenciones, tanto en el ámbito latinoamericano y continental como en el
mundial, para enaltecer las relaciones internacionales con la promoción y el respeto al asilo,
como uno de los derechos fundamentales de la persona.
La práctica del asilo político fue, a lo largo de mucho tiempo y en los muy distintos
gobiernos del país, elemento importante tanto del ejercicio de la soberanía nacional como
de la política internacional en la búsqueda de un mundo regido por el derecho y la razón,
sin sometimientos y sin dominadores, efectivamente equitativo y solidario.
Mediante la práctica del asilo, México no sólo respondió al sentir mayoritario de su
pueblo y a un mandato claro y expreso de su legislación: al través del asilo abrió espacios
de libertad y democracia también para los mexicanos y fortaleció o ganó la amistad de
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personas y de pueblos enteros, que han sido generosos con nosotros al retribuir con afecto y
generosidad los gestos y las acciones derivadas de un deber cumplido.
México y la Argentina se encuentran en los extremos de la Patria Grande
latinoamericana, pero la distancia no ha sido nunca motivo para el alejamiento de nuestros
pueblos. Cuando ambas naciones luchaban por independizarse, hace ya casi dos siglos,
marinos argentinos dieron su contribución a la lucha por nuestra independencia
incursionando contra el poder colonial por la entonces Alta California mexicana. De
entonces para acá, puede bien decirse que nuestros pueblos han estado en sintonía.
Con eventos como éste en el que ahora nos encontramos, los argentinos recuerdan y
hacen que el mundo recuerde que hace 30 años se instauró en el país hermano, mediante el
atropello del derecho, una de las dictaduras más crueles y deshumanizadas que haya vivido
este continente y una época de muertes, desapariciones, torturas, violencia, temor,
intolerancia y corrupción, para hacer conciencia entre la gente de bien y que nunca más, en
ninguna parte, nadie vuelva a vivir una experiencia como aquella.
Con los actos de recordación que ahora se inician, estoy cierto, no se busca
recrudecer rencores y menos aun desatar revanchas. Se trata, por el contrario, de no caer en
una amnesia colectiva que con el tiempo se convierta sólo en impunidad, de no dejar que se
asignen las culpas y responsabilidades a instituciones, al final de cuentas anónimas, que
quedarían proscritas en el sentir colectivo, sino que quede claro quien y quienes, con
nombres y apellidos, cometieron y son los únicos responsables de aquellos crímenes de lesa
humanidad.
No faltarán en Argentina, como no faltan en México, aquellos que dicen “olvidemos
el pasado y veamos sólo hacia adelante” o lo que es lo mismo, digo yo: cerremos los ojos a
los crímenes del pasado, brindemos la impunidad de la justicia del Estado y de los hombres,
así como la de la historia, a los criminales y que por falta de esclarecimientos sigan
inocentes y culpables cargando con el peso de una interpretación tendenciosa y torcida o al
menos equivocada de una historia, que de aclararse, hará que aparezca la verdad en
plenitud, lo que sin duda quitará cargas a muchos y abrirá los espacios de una convivencia
social más fraterna y solidaria.
México supo acoger con respeto y solidaridad a los hermanos en desgracia. Nuestra
embajada en Buenos Aires se convirtió en residencia obligada por años, no puede omitirse
la mención, para el expresidente Héctor Cámpora y para Juan Manuel Abal Medina,
quienes a pesar del prolongado confinamiento que se les impuso, nunca desfallecieron ni se
dieron por vencidos; fue, por otro lado, para muchos, la primera escala para la libertad.
A México llegaron en esos años muchos argentinos perseguidos y hostilizados,
familias completas e incompletas, que aquí pudieron dar continuidad a su tarea intelectual,
reinsertarse en el activismo político y normalizar su vida cotidiana, contribuyendo al mismo
tiempo con su actividad diaria al avance de éste, su nuevo país.
Entre los que llegaron se contaban jóvenes y niños, otros niños nacieron ya aquí de
padres recién llegados y otros más son de parejas que aquí se formaron. Todos ellos se
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identifican como la generación de los argenmex, que son de allá y de aquí, argentinosmexicanos o mexicanos-argentinos, que aquí o allá mantienen compromiso con las causas
libertarias y democráticas que los trajeron a esta tierra o provocaron que nacieran aquí. Esta
generación de argenmex y aquellos de la misma generación de mexicanos con los que aquí
cotidianamente convivieron o con los que juntos se formaron, constituyen hoy día, sin
duda, el vínculo más sólido y el conducto mejor de los ideales y la amistad que comparten
nuestros pueblos.
El encuentro con el exilio argentino de aquel tiempo, hace recordar otro asilo, que
en su momento recibió la solidaridad compartida de Argentina y México: el de los
republicanos españoles, y trae a mi memoria unas letras que sobre su asilo escribiera la
destacada poetisa María Zambrano, que me parece responden al sentir actual del que fue en
México el exilio argentino. Escribió ella: “Yo no concibo mi vida sin el exilio que he vivido.
El exilio ha sido como mi patria, o como una dimensión de una patria desconocida, pero
que una vez se conoce, es irrenunciable… Creo que el exilio es una dimensión esencial de
la vida humana, pero al decirlo me quemo los labios, porque yo querría que no volviese a
haber exiliados, sino que todos fueran seres humanos y a la par cósmicos, que no se
conociera el exilio.
“Es una contradicción, que le voy a hacer, amo mi exilio, será porque no lo busqué,
porque no fui persiguiéndolo. No, lo acepté; y cuando se acepta algo de corazón, porque
si, cuesta mucho trabajo renunciar a ello”1.
Distinguido señor Embajador y estimado amigo Jorge Yoma: quiero pedirle
transmita a nuestro dilecto y estimado amigo el señor Presidente Néstor Kirschner, un
saludo con respeto y afecto y mi profundo agradecimiento por el alto honor que para mi
representa ser condecorado con la Orden del Libertador José de San Martín, que
necesariamente trae a la memoria su gesta por la independencia de su patria y de otras
naciones sudamaricanas, ejemplo preclaro y permanente en las luchas de los pueblos de la
Patria Grande, ayer, hoy y mañana, por la soberanía, la democracia y la libertad.
Cuauhtémoc Cárdenas.
México, D. F., 23 de marzo del 2006.
María Zambrano: “Introducción” en “La otra cara del exilio: la diáspora del 39”. Cursos de verano.
Universidad Complutense de Madrid. El Escorial. 1989.
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