Comentarios a la presentación del Doctor Manuel Mondragón en el Seminario sobre Violencia de El Colegio de México. Elena Azaola Agradezco a los organizadores de este evento el honor que me hacen al invitarme a formar parte de esta mesa. Muchas gracias, Sergio. Quisiera comenzar destacando y agradeciendo la presencia de hoy en este espacio del Dr. Mondragón. Me parece que la voluntad de diálogo y de escucha entre quienes representan a las instituciones de seguridad y la academia, es un buen signo al que habría que buscar dar continuidad. Creo que ambas partes podemos enriquecernos y fortalecernos a partir de esta clase de intercambios… Para que estos intercambios sean fructíferos, me parece que puede ayudar el hacer explícita la posición desde la cual cada uno se aproxima al tema de la seguridad. En mi caso, como antropóloga, tiendo a mirar los fenómenos preguntándome por la estructura, la organización y las transformaciones en las relaciones sociales que han sido necesarias para que se produjeran el escalamiento en las conductas delictivas y en la violencia que hoy vivimos en nuestro país. Me interesa también destacar que lo propio de las ciencias sociales es que podamos aproximarnos a los fenómenos de la inseguridad observando lo que ha transcurrido en períodos de tiempo que suelen ser bastante más prolongados que los que, por lo general, preocupan a quienes se encuentran al frente de las instituciones de seguridad teniendo que responder a urgencias que muchas veces impiden analizar los fenómenos con la profundidad que se requiere o dificulta que puedan ocuparse de las raíces o las causas de los problemas y no sólo de sus síntomas. Tratar de dar respuesta a estas urgencias –a las que de ninguna manera subestimo-, ha implicado contar con políticas de 1 corto plazo en detrimento de la posibilidad de construir una política de seguridad que, atendiendo de manera adecuada las raíces de los problemas, sea capaz de trazar visiones de más largo plazo y de construir en torno a ellas un consenso social amplio que se convierta en su principal fortaleza. Desde mi punto de vista, al inicio del gobierno actual hubo un discurso muy apropiado sobre la seguridad, ya que ponía el acento en los ciudadanos, en la necesidad de construir la paz y en reducir la violencia. El discurso me pareció un alivio comparado con el del régimen anterior, obsesionado con la delincuencia organizada y con una visión muy estrecha, muy pobre sobre la seguridad. Hoy día me parece que no tenemos claro cómo vamos a alcanzar, mediante qué políticas y programas, las ambiciosas metas que se trazó este gobierno. Así lo hizo notar también recientemente el editor de las Américas de la Revista El Economist, Michael Reid, cuando señaló que no tenía muy clara cuál sería la política de seguridad del régimen actual. Como sabemos, durante los últimos años, se han invertido recursos multimillonarios en las instituciones de seguridad; no obstante, los resultados son muy pobres y no guardan proporción alguna con los recursos invertidos. Tan sólo el monto asignado a la extinta Secretaría de Seguridad Pública federal entre 2007 y 2012 fue de 175 mil millones de pesos, destacando el hecho de que para el último año del gobierno anterior había cuadriplicado su presupuesto y duplicado su personal respecto al primer año de dicho gobierno. Asimismo, se realizaron fuertes inversiones en infraestructura tecnológica e inteligencia cuyos resultados no pudieron concretarse en una reducción de las conductas delictivas ni de la violencia o en un incremento en la percepción de seguridad por parte de los ciudadanos. De hecho, todas las encuestas continúan reportando altos niveles de violencia, de criminalidad y muy bajos niveles de confianza en las instituciones. En algunos momentos, se ha intentado mostrar una reducción en las cifras de homicidios pero los números son poco claros e inconsistentes, además de que no se trata de reducciones significativas. No es 2 con un juego de cifras como se puede convencer a los ciudadanos de la pertinencia de las políticas cuando en su entorno no se sienten más seguros. Así lo demuestra la Encuesta Nacional de Victimización de INEGI, 2013, cuando reporta que la percepción de inseguridad se incrementó en 5.7% entre 2012 y 2013 lo que significa que 7.6 millones de ciudadanos se sienten más inseguros hoy que el año anterior. De igual modo, la Encuesta reporta que la tasa de victimización se incrementó en 12.4% al pasar de 24.3 por 100 mil habitantes en 2011 a 27.3 en 2012 y asimismo reporta un incremento en la tasa de la mayoría de los delitos de alto impacto. Me referiré ahora a la Policía Federal. Como usted lo ha señalado en innumerables ocasiones, la corrupción o la participación de policías federales en otras conductas delictivas, no puede ser tolerada. Sin embargo, ha habido casos de participación de PF en delitos de extorsión, secuestro, detención arbitraria, desaparición forzada, etc., que no siempre han sido sancionados, lo que alienta que dichas conductas sigan cometiéndose. Me parece especialmente importante que quienes están al frente de esta institución, cuenten con una idea y un diagnóstico muy claros que les indique cuáles son los factores que internamente han fallado y han hecho posible la participación de policías en conductas delictivas y cuáles son las medidas que deben tomarse para evitar que esos casos continúen ocurriendo. Hasta donde sabemos, 1,734 policías federales fueron dados de baja durante el sexenio anterior, y poco más de 100 durante el presente año, tanto por la participación en conductas delictivas como por no cumplir con los reglamentos y requisitos de permanencia. También sabemos que 1,252 policías recibieron sanciones de suspensión de desde 3 días hasta un año por faltas administrativas y actos de corrupción. Lo que no sabemos, insisto, es si se tienen claras las deficiencias institucionales que han dado lugar a estas conductas y si se han tomado todas las medidas necesarias para subsanarlas. En mi opinión, ha sido un error atribuir a las evaluaciones de control de confianza un papel que es imposible que éstas puedan desempeñar. Es decir, las evaluaciones son sólo una 3 pequeña pieza de un rompecabezas mucho más amplio pero en ocasiones pareciera que se les habría colocado como la respuesta a un conjunto de problemas que es imposible que puedan resolver. Un indicador de los problemas señalados, es el número de quejas que ha recibido la CNDH por distintos tipos de agresiones cometidas por policías federales en contra de ciudadanos. Cabe destacar que, mientras en 2006 la CNDH recibió 146 quejas en contra de la PF, para 2008 el número de quejas se duplicó (284 quejas) y volvió a duplicarse dos años después ya que en 2010 se recibieron 595 quejas y 802 para 2012. A mitad de este año, la Comisión reportó que había recibido 275 quejas. Otro número que resulta inquietante es el de los procesos iniciados por la Unidad de Asuntos Internos de la propia PF. De acuerdo con un reporte obtenido por la vía de la Ley al Acceso a la Información, dicha Unidad inició 17,531 procesos de denuncia contra servidores de esa corporación que tienen que ver tanto con infracciones o ilícitos que van desde el abandono de empleo o servicio, hasta casos de robo y secuestro, pasando por adeudo institucional, abuso de confianza, abuso de autoridad, emisión de declaraciones falsas, enriquecimiento ilícito, fuga de información, uso de documentos y licencias médicas apócrifas, etc. De nueva cuenta, nos gustaría saber qué medidas se han tomado para evitar que estos números continúen creciendo. Paso ahora al tema de los Centros Federales de Readaptación Social, que me preocupa de manera muy especial. Al inicio de la administración anterior había solamente 4 centros federales que alojaban a poco más de tres mil internos del fuero federal. Hoy en día el país cuenta con 17 centros federales que alojan a un total aproximado de 20 mil internos. Se ha privilegiado la inversión, otra vez multimillonaria, en la construcción de infraestructura en contratos con la participación de empresas privadas, en detrimento y hay que decirlo, en el abandono absoluto de los programas de reinserción de los y las internas. No ha quedado claro lo que sustenta a esta política (de no ser las ganancias para las empresas que participan) y mucho menos se han evaluado sus resultados que 4 pueden poner en riesgo el éxito de las políticas de seguridad en su conjunto en la medida que desconoce los graves daños que ocasiona el modelo de las prisiones de alta seguridad y aislamiento, no sólo para los internos y sus familias sino, en último término, para sus comunidades y la sociedad en su conjunto. Urge revisar esta política, analizar con mucho cuidado y de manera objetiva sus resultados, y dejar de invertir en instalaciones y de entregar cuantiosos recursos a las empresas privadas, para canalizarlos al diseño de programas capaces de propiciar una sana reincorporación de los internos a la sociedad. Para finalizar, quisiera suscribir las conclusiones a las que arribaron Eduardo López Betancourt y Roberto Fonseca Lujan en un trabajo recientemente publicado que analiza las políticas de seguridad de los últimos años y terminan destacando la necesidad de consolidar una política de seguridad que privilegie la planeación a largo plazo, con sustento científico, con acciones de prevención del delito, con fortalecimiento de las instituciones locales y la vigencia de los derechos humanos, con un enfoque de seguridad ciudadana. 5