'Un hombre llamado Isla" y "Cepillo de dientes" Estas dos obras de Jorge Díaz fueron presentadas por ICTUS en el teatro Talia. Ambas fueran dirigidas por Claudio de Giiolamo. En el reparto figuran únicamente Jorge Alvares en la primera, Carla Cristi y Jaime Celedón en la segunda. "Un hombre llamado Isla" El protagonista de esta pieza teatral se llama César Augusto Isla. V por algo se llama así. La .soledad es lo propio de él. Lo dramático de su existencia es la pequenez y la monotonía. En esa isla reducida, el pomposo nombre de César Augusto resuena como una ironía constante, corno algo inevitable y postizo que contribuye a hacer más patéLÍLLI la limitación del personaje. En su oficina, una mancha "como isla", producto de la humedad, ha ido creciendo con el tiempo; él mismo se ha ido adhiriendo a esas paredes. En ellas pegó durante 25 años diversas figuras que son un índice de la variedad evolutiva de sus sueños. Pero terminó por quedar él también pegado con ellas. Al obtener su jubilación anticipadamente, la libertad que tanto ansiaba se vuelve en contra suya. No ha aprendido a ser libre, a ser auténticamente él. Su empleu io ha esclavizado y lo ha dañado en su calidad humana. Ha realizado un trabajo sin variantes y sin satisfacciones. Ha sido una pieza de la inmensa máquina burocrática y ésta ha cumplido implacablemente su oficio enajenador. Por eso, no puede "ser él" al quedar libre. Padece de "alteraciones en el metabolismo burocrático". Se ve obligado a consultar un psiquiatra y volver a su vieja oficina para humillarse de nuevo. Recién entonces sabe abrir una vieja ventana y escuchar una vieja música. Es el momento en que puede romper el cordón que lo ata a una servidumbre paralizadora y nacer otra vez, recuperarse definitivamente. Este contenido dramático tan rico y complejo, esta crílica social la realiza un solo personaje. Este se presenta ya tecleando una vieja máquina, ya avanzando en una cola" que espera su turno frente 31U a la ventanilla de una repartición fiscal, ya alternando con un medico, pero siempre él solo en la escena, creando a lus otros personajes con su parlamento y su mímica. ¡Qué bien ie viene su apellido de Isla! ¿No son muchos los "islas" con mayúscula en esta sociedad en que los hombres se ven y se topan, pero no se comprenden? Al no haber verdadera compenetración y contacto humano, no hay conversación sino monólogos, al no existir una solidaridad real, cada cual vive separadamente su drama y su vacío inútil. Los hombres pueden cruzarse y hasta pasar horas encerrados en las mismas cuatro paredes, pero no se ven. La máquina, la rutina, el ritmo inhumano, la burocracia anónima se han encargado de aplastar al hombre, de vaciarle su riqueza, de deshumanizarlo. Este es el drama que Jorge Alvarcz hace revivir él sólo sobre el escenario durante tres cuartos de hora, llevándonos de la critica festiva a la conmovedora. Su trabajo es excelente. Capta totalmente al público y lo arrastra hasta introducirlo en su drama. Esta obra nos revela un autor joven que tiene, además de habilidades de oficio, aciertos psicológicos, agudeza crítica y perspicacia para observaciones ambientales. Hay mucho colorido local y sabor chileno en esa pequeña pieza; hay abundantes toques de fina psicología en la revelación patética del único personaje: hay una visible repercusión sobre la sociedad entera de las ondas que sacuden una historia personal. La dirección supo poner de relieve las posibilidades de la obra, utilizando una escenografía muy sobria y adecuados efectos de iluminación. La única falla estuvo en la falta de sincronización de los sonidos. "Cepillo de dientes" Esta breve pieza en un acto y con dos actores entretiene, hace reír, desconcierta y termina obligando a pensar. Los personajes y eí diálogo siguen a cada paso el camino de lo imprevisto. Y, sin embargo, eso imprevisto es lo cotidiano y banal. Desde la obscuridad, dos esposos se susurran palabras de amor eterno; se sienten fuertes, invulnerables, inseparables. Y lo dicen. Luego aparece ia esposa en pijama con la bandeja del desayuno. Nada rads familiar; no obstante, toda esa realidad que parece tan simple se va transformando en Minbolo o en puerta que nos abre enigmas latentes. Un tenedor caído truc el recuerdo de un sueno: el tenedor quena ser cuchara para comerse una jalea de damasco. Y resuhó que el postre era yo nusina, dice la esposa. Las gárgaras de su marido la sacan de sus reflexiones y le provocan un comentario en que él es un anima! con pies grandes, un ente cualquiera a quien tiene que soportar más que otros. Su imaginación le brinda un desquite, envenenandolo con el desayuno. Desde que aparece el mando ambos hablan y actúan por separado. No se entienden, no se oven. Esta impresión va creciendo hasta mostramos entre ambos seres un abismo que. no serán capaces de franquear. Viven en "jaulas adividuales", cercados por su propio egoísmo, rta^ aa momento en que parece que van a encontrarse, ruando se entregan al juego de la feria matrimonial Lie u:i periódico. Ella se siente "Esperanzada ^ y él. "Lucho Solitario". Es el momento de mayoi poesía; pero el encuentro no se producirá; están en tiempos distintos: él lee en un diario de pasado mañana lo que ella debió haber escuchado ayer. Las palabras ardientes, ese cuchicheo animoso del comienzo sólo es posible en la obscuridad- en Li somnolencia, en la tusión física, líi única que pueden alcanzar. Recordemos ei sueño del tenedor, claro símbolo freudiano. El "otro" no es sino un instrumento del propio placer. Al despertar enteramente, al ir adquiriendo conciencia, se v n n s t11 parando, rompiendo esa unidad Que solo lograr" en un plano inferior. Con el día vuelven a ser caüa uno; terminan por vivir al lado, peí o sinL llegar a convivir. "No te he prometido compartir 'l ccpil o de dientes". Por allí, por un cepillo de dientes, la obra llega a su climax y lo que parecía una comedia liviana y risueña se transforma bruscamente en tragedia. El cepillo significa algo vniis que un *\m' pie objeto de aseo personal, es la representación de lo intransferible, de lo exclusivo. La HXUer f ' a estropeado el cepillo y también ha estropeado la inúmidad de un hombre hogareño. "Un día encontré una media sobre mi dentadura". El mensaje es simple v elocuente: un entendimiento al nivel del sexo exclusivamente no constituye la integridad de un matrimonio; carece de abertura y comunicación en planos más profundos, exigidos también por la naluraleza humana. ¿Cómo se pudo decir tanto en tan poco tiempo;1 En este deseo de darlo todo y concentrar experiencias se advierte que el aulor es joven y 1 UC estas son obras de juventud. La técnica es original y nueva en los escenarios chilenos. La marcha dramática es reclilinea- Se reduce al progreso, hasta lo insostenible, de la distancia e irrcconciliación entre dos seres condenados a vivir juntos. El conflicto se resuelve con la eliminación de uno. Pero esto sólo loc l 3sabemos al final. Sólo entonces se nos entrega I» V e qUL" nos permite descifrar y atar los elementos c¡ue condujeron al drama. Este sencillo cuadro doméstico de la hora del desayuno, aparentemente tan real v sin sentido ulterior, pudo haber tenido cualquier desenlace. El único que sucede —y no todos están conformes con esta interpretación— es lal vez el que menos hubiese sospechado el público. Pero en esto no hay sólo malabarismo e ingenio, sino un recurso que obliga a ios espectadores a elaborar intelectualmente la pieza. .-Esta se fue construyendo paralelamente a su representación visual y en un plano diverso a ella. Entonces, la risa que la obra provocará en numerosos pasajes nos hace más patente lo amargo del drama. Lo absurdo. Tanto en "Un hombre Llamado Isla" como en "Cepillo de Dientes" el recurso constante de Jorge Diaz es el absurdo: lo maneja con innegable talento; e! director j 1 los protagonistas han sabido sacarle todo el partido. Más que en una aparente falta de lógica, el diálogo, el argumento y el subtexto están cimentados un el absurdo. ¿Esto es asi porque nuestra vida es absurda? No es difícil reconocer en este punto un inllujo de Eugenio lonesco, percibido por toda la critica. Habría, si, que hacer una salvedad. El absurdu dilonesco no es únicamente un tratamiento dramático, es una cosmovisión en la que no cabe una realidad diversa. Jorge Díaz, en cambio, enjuicia el absurdo de una sociedad; pero sin afirmar que lodo se reduzca a él. Esto es más visible en "Un hombre llamado Isla". Allí se comprueba una situación inhumana del hombie sin excluir la posibilidad de una solución. Hasta parecería un gesto afirmativo de liberación. Aunque el autor —según parece— no compaña la posición ideológica de lonesco, su obra es susceptible ele un reproche. Ella nos ofrece una critica negativa pura. Es cierto que se producirá en el espectador un goipe de conciencia; perú en sí, esto es, considerando únicamente- sus componentes intrínsecos, estas pequeñas obras de Jorge Díaz carecen de eiementos positivos. Salvo rara y discu¡ible excepción, ningún camino se nos muestra desde el interior del drama, lu que le resta valor a su mensaje. A pesar del negativismo señalado no podemos dudar de la pureza de intención del autor. Plenamente se justifica su critica a la inadaptación del hombre contemporáneo, ya sea enfrentado a una estructura social desíramanizada, ya sea solitario en sus propias relaciones con sus semejantes, incluso en el matrimonio. Dar con precisión esta tónica de lo absurxta — común a ambas pie/as— no es tan sencillo; es muy fácil derivar a lo grotesco o a lo chabacano; es tentador ceder a concesiones de comodidad o al halago al público. Nada de esto ha sucedido. Director y actores han trasladado a la escena dos breves obras de Jorge Díaz tal como él las concibiera. El ritmo dramático se ha amoldado con exactitud a la concepción del aulor y ha contribuido acertadamente a expresarla con tuerza. ICTUS ha tenido el mérito de darnos a conocer un joven dramaturgo nacional y de aventurarse on un teatro de vanguardia. Gerardo CLAPS, S.J. 311