Al comenzar este II Encuentro de Universitarios Cristianos, quiero

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ACTO DE APERTURA UNIVERSITARIOS CRISTIANOS
En la apertura del II Encuentro de Universitarios cristianos, reunidos en la ciudad
del Apóstol en este Año Santo Compostelano 2004 es para mí un honor daros mi más
cordial bienvenida y desearos una feliz y provechosa estancia. Mi palabra quiere ser una
motivación más para que sigáis viviendo y pensando el Evangelio en las aulas. Es rica la
experiencia de fe y de esperanza cristiana que traéis en vuestro peregrinar. Cristo, como
aquella tarde con sus discípulos de Emaús, se hace presente ahora entre nosotros en la
experiencia de encuentro.
Queridos universitarios, el encuentro entre las personas y sus experiencias es el
lenguaje preferido de Dios. En la vivencia del encuentro presentimos el rumor de Dios y
de su Espíritu. El encuentro cuando es auténtico, nos impulsa a seguir buscando, porque
es experiencia de descubrimiento, de una realidad que brilla ante nuestros ojos como
misterio siempre nuevo y siempre naciente. Cuanto más nos acercamos a las personas,
cuanto más las conocemos, descubrimos que son como un sacramento donde Jesús nos
dice algo.
Descubrir es la savia vital no sólo de la experiencia de fe (el Dios que sale a
nuestro camino es el que se descubre a sí mismo como el amor infinito), sino también de
toda tarea académica. Quienes en nuestras universidades viven con pasión su labor
docente e investigadora son testigos de que el estudio es experiencia de descubrimiento,
que reconoce no tocar nunca del todo el fondo de las cosas. El estudio, cuando se abre a
la totalidad de la existencia humana, comprende que su sustento y su horizonte son
infinitos, y puede adivinar la huella de Dios en el mundo.
En realidad, creo que el camino de la fe y el camino del estudio tienen ciertas
semejanzas. Ambos se realizan bajo la promesa de encuentro con lo que buscan y son
procesos especulativos y vitales que humanizan al hombre. La fe, anhelando encontrar a
quien la llama y atrae; la investigación, intentando encontrar luz en la realidad, e
impulso eficaz para nuestros proyectos sociales y humanos. Ambas, la fe y la
investigación, son apuestas que nos exigen la aventura de acercarnos a lo desconocido, a
lo presentido un día, pero nunca conocido del todo. Traigo a vuestra memoria este texto
de S. Juan de la Cruz, uno de los literatos más sobresalientes de nuestra lengua, maestro
de la fe que todos conocéis:
“Así como el caminante que, para ir a nuevas tierras no sabidas, va por nuevos
caminos no sabidos ni experimentados, que camina no guiado por lo que sabía antes,
sino en duda y por el dicho de otros. Y claro está que éste no podría venir a nuevas
tierras, ni saber más de lo que antes sabía, si no fuera por caminos nuevos nunca
sabidos, y dejados los que sabía. Ni más ni menos, el que va sabiendo más
particularidades en un oficio o arte siempre va a oscuras, no por su saber primero,
porque, si aquél no dejase atrás, nunca saldría de él ni aprovecharía en más” (Noche
Oscura Libro II).
Nos movemos en el misterio. Dios es el misterio absoluto. Y la historia de Dios
con el hombre es la historia de ese misterio. Naturalmente, el recurrir a esta categoría del
misterio no es el resultado de buscar soluciones fáciles ante los problemas planteados
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por la fe. No es la huida a un refugio cómodo ni el spinoziano “asilo de la ignorancia”,
cuando las ideas teológicas no dan más de sí. Por el contrario, el misterio, para esta
teología, es un concepto práctico, existencial que impulsa a una real transformación, a
un movimiento vital, espiritual, incluso con repercusiones políticas. Encierra un
dinamismo irresistible que motiva a ir siempre más allá de todo límite y a rebasar la
frontera buscando cambios radicales para alcanzar metas salvadoras.
La fe cristiana contempla el misterio, pero no por eso es oscurantista. El hombre
que experimenta cómo se transforma su persona gracias al Dios que se revela, puede
reflexionar sobre esos cambios que suceden en él y representárselos como llenos de
sentido ante su razón. En el plano de la fe, el misterio se vive y se descubre como la
historia de una relación entre Dios y el hombre con derroteros imprevisibles,
ciertamente, pero dentro de un horizonte de confianza y esperanza en el Verbo
encarnado. Efectivamente, el aprendizaje de la fe y el aprendizaje del estudio son como
un éxodo hacia una meta que se pretende alcanzar, que exige la apuesta por la verdad y
por nuestra capacidad de interpretarla, encontrarla y vivirla. El que se detiene en el
camino de la fe o de la investigación, imaginando hallar definitivamente lo que busca,
ya ha fracasado en su propio proyecto. Fe y estudio son dos tareas del espíritu que tienen
ante sí un horizonte tan infinito como el propio ser humano. Así pues, toda
interpretación optimista de la existencia, de la realidad, de la historia, es un acto de
esperanza y supone una opción de fe. En efecto, no es posible el optimismo sin
esperanza y no es posible la esperanza sin fe, sin un "creer lo que no vemos". El
principio tradicional teológico de Fides quaerens intellectum (“la fe buscando la
comprensión”) o Credo ut intelligam (“creo para entender”) quedaría incompleto si no
se añadiese el de Spes quaerens intellectum (“la esperanza buscando comprensión”) o
Spero ut intelligam (“espero para entender”). Fe y esperanza tienen que tener una
coordinación necesaria entre sí. Si creer es, en última instancia, acoger la Palabra,
esperar es aguardar confiadamente su cumplimiento. Sin el conocimiento de la fe,
fundado en Cristo, la esperanza se convierte en utopía que se pierde en el vacío. Pero sin
la esperanza la fe decae, se transforma en pusilanimidad y, por fin, en fe muerta. Por
esta razón, la esperanza fundamentada en la fe es la verdad definitiva sobre el mundo y
el hombre. Es decir, la esperanza es esperanza de la fe, y no al revés; por tanto,
estructuralmente, primero viene la fe, y luego la esperanza; pero la fe puede y debe
acrecentarse en esperanza. Esta es la "compañera inseparable" de la fe y le proporciona
el horizonte omnicomprensivo del futuro de Cristo. Se trata de una particular
implicación dialéctica. La fe implica la esperanza: sin esperanza, la fe se vuelve tibia y
muere. La fe en Cristo, sin esperanza, aportaría un conocimiento de Cristo no duradero y
estéril. Pero, a su vez, la esperanza implica la fe; efectivamente, la esperanza sin fe se
convertiría en utopía, perdiendo así su dimensión teológica.
La esperanza viene a expresar en su forma más gráfica el estado del cristiano y
de la Iglesia: estado de caminante, peregrino, de pueblo de Dios en marcha, que conoce
la meta de su caminar, sin olvidar que aún no la ha alcanzado. La Iglesia es una
comunidad de esperanza. Se entiende a sí misma como el sacramento de la esperanza
para el mundo, como el lugar, signo e instrumento del espíritu de Jesucristo, quien, en
palabras del evangelio de Juan, anuncia lo futuro.
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Queridos universitarios, estoy seguro de que en vuestras actividades en la
Pastoral Universitaria sois muy conscientes de que vuestra fe no puede subsistir ni
mantenerse en pie sin reflexión y de que la oración y el compromiso necesitan
inteligencia y formación. No podéis saborear la fe de Jesús sin el encuentro con la
verdad que, como universitarios del siglo XXI investigamos. Y por eso tenéis algo muy
importante que transmitir, una buena noticia que decir a vuestros compañeros: que los
caminos de la vida y la investigación no son sondeos sin meta ni salida: son senderos
que apuntan a Jesús.
¿Cómo vivir la experiencia universitaria desde nuestra experiencia de fe? El
Reino de Dios, lo sabéis bien, es su regalo, pero también es una realidad que tenemos
que vivir y construir. Dios quiere crear cada día el mundo con nosotros. El Reino de
Dios es su proyecto, que se edifica con lo que más nos humaniza, con el saber y la
cultura.
No tengáis miedo, queridos universitarios, a compartir vuestra fe. En el mundo
en el que vivimos, la medicina del Evangelio es más necesaria que nunca. No hay herida
más mortal para el ser humano que la falta de amor y la falta de sentido. El Evangelio es
siempre una propuesta nueva de sentido, que en cada momento de la historia nosotros
debemos concretar. Por eso, como universitarios cristianos tenemos la responsabilidad y
el cometido de descubrir necesidades y heridas que tienen rostro concreto, y
desenmascarar las enfermedades que ahogan el dinamismo de las instituciones. Ser luz y
sal en nuestro mundo universitario es comprometerse de corazón con la Universidad
para que sea una institución de servicio a nuestra sociedad, y no a intereses particulares
o mercantilistas, para que sea una institución viva y no mortecina, que avive el interés
por todo lo humano y no quede paralizada en el trámite funcional de contratos, créditos
y expedientes académicos, para que sea una institución donde se descubra la necesidad
de ayudarse mutuamente y no de vivir el estudio y la docencia como una carrera que
ambiciona a toda costa el éxito individual, a fuerza de competencia y desconfianza,
olvidando que él sin el cultivo de la persona, la tarea universitaria pierde su sustancia.
Hoy en día, vosotros, universitarios tenéis una misión que no podéis dejar de
realizar: es la de ser altavoces de sensatez crítica y de esperanza para esta sociedad
herida por todo tipo de injusticias y vacío humano. Difícilmente se entendería la
indiferencia o inercia ante la situación que estamos viviendo. Ser universitarios
cristianos es saber vivir con los demás el empeño por humanizar con el saber este
mundo. Afianzados en la fe de Jesús, no tengáis miedo a dialogar y dejaros interpelar
por los interrogantes de nuestra cultura, de vuestros compañeros. Del encuentro con la
cultura, vuestra fe, si de verdad está arraigada en vuestra vida, saldrá fortalecida. Esa fe
se apaga si se encierra, y en contacto con los demás se contagia y clarifica.
Este año os encontráis en la Ciudad del Apóstol Santiago; ella es testigo de la fe
que pone en camino a miles de personas de todos los rincones de Europa y de otros
continentes. Incontables peregrinos de toda condición y edad que saben que la meta de
su camino es el encuentro con Dios Padre. Ante el sepulcro del Apóstol se arrodillan con
piedad y emoción y palpan las raíces de su fe cristiana. Esta fe sigue viva hoy gracias al
coraje de sus testigos y apóstoles. Desde vuestras Delegaciones de Pastoral Universitaria
sed testigos de esperanza para los demás, y apóstoles enviados por el Espíritu. El
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Evangelio no nos pertenece en propiedad, es de Dios, y para todos los hombres. No
dejéis de dar gratis lo que estáis recibiendo gratis; no dejéis de ofrecer lo que estáis
viviendo. Contad a los demás lo que vivís, y a través de vuestra experiencia, Jesús
hablará a los demás. Tenéis un tesoro que compartir, no lo escondáis bajo tierra. Nunca
se dijo que fuera fácil vivir de la fe, pero vale la pena. Seguir a Jesús por el camino de
la fe con nuestra forma de pensar, de querer y actuar aunque entrañe dificultades es
mejor que tenerlo delante de nuestros ojos.
Queridos universitarios, los seguidores de Jesús, nunca lo tienen delante de los
ojos, lo llevan dentro, y eso es más importante que verlo con los ojos de la carne.
Miradle con los ojos de la inteligencia y del corazón, e imitad su vida con todas vuestras
fuerzas. Construid su Reino, vivid las bienaventuranzas.
Desde la Subcomisión Episcopal de Universidades apostamos para que este
Segundo Encuentro de Universitarios Cristianos sea una auténtica vivencia de Iglesia.
Sí, queridos universitarios, la Iglesia es sobre todo una experiencia de encuentro porque
Jesús deja sentir su presencia en medio de los que están dispuestos al encuentro y a la
fraternidad. La Iglesia es mediación porque la experiencia de la fe cristiana no es una
experiencia inmanente, producida por la ampliación de la autoconciencia o por una
“iluminación”. La experiencia de la fe es experiencia mediatizada por una notificación,
por un anuncio, por una realidad que tiene su consistencia extra nos.
Venís de diferentes puntos de España, hasta aquí traéis vuestras experiencias y
vivencias. Disponeos para el encuentro sabiendo escuchar lo que hay en cada uno de
vosotros para ofrecer a los demás lo que lleváis dentro.
Quiero agradecer especialmente a los ponentes, su disponibilidad y talento en el
desarrollo del programa que vais a seguir, a Enrique Climent, Luis Arias Ergueta, Lola
Ros, Alberto Núñez, y a Agustín del Agua, a quien también agradezco su esfuerzo por
hacer posible lugares comunes para el intercambio de proyectos y experiencias entre
Delegados de Pastoral Universitaria, y recientemente, entre Profesores Universitarios.
La revista Cristianismo, Universidad Y Cultura, es una herramienta de comunicación
para los cristianos en el mundo universitario.
Por mi parte nada más que desear que también disfrutéis de esta ciudad que os
acoge, y que el arte y la historia que la adornan sean signos de cultura y de esperanza. El
camino de la fe no termina en Santiago. Culmina con el encuentro de todos los hombres
y mujeres con Cristo, el rostro humano y salvador de Dios, a él, único Maestro,
escuchamos y seguimos. Muchas gracias.
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