LLANTOS EN LA NOCHE… Almorcé rápidamente mientras Mamá

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... LLANTOS EN LA NOCHE…
Almorcé rápidamente mientras Mamá se movía exasperadamente en toda la cocina.
Me resultaba extraño como podía ocuparse de tantas cosas al mismo tiempo. “Come
que todo mi hija” me había dicho con una voz vaga. A prisa me levanté de la mesa y
fui al dormitorio, tenía puesta mi pollerita de pliegues azul y una remerita blanca. Me
apuré en ponerme el guardapolvo impecablemente blanco y fui corriendo a la cocina a
pedirle a Mamá que me ajustara el moño de atrás, tragaba panza con mucho esfuerzo.
Fui de vuelta al dormitorio a mirarme al espejo de cuerpo entero, era una niña
escuálida, de enormes ojos marrones y cejas tupidas, dos largas trenzas caían sobre
mis hombros impecablemente peinadas. Tomé mi cartera y exhausta grité mientras
corría hacia la calle: “Chau Mamaaaaá!”, ella me contestó “vení que directo a casa
mitakuña’í”. La escuelita a la que asistía quedaba a dos cuadras de casa y el camino
de tierra por el que corría no era mi mejor aliado para mantener el brillo de mis
guillerminas charoladas, pero lo sentía más como un disgusto que como una pena.
Finalmente llego a la escuela, y me pierdo en el bullicio de los niños, cuando por fin
veo a mis amigas rápidamente las alcanzo. Mientras río con ellas busco con la mirada
a Carlitos, pero no alcanzo a verlo por ningún sitio, me separo del estrepitoso grupo
de niñas y voy hacia la cantina donde los niños batallaban por la atención de “Ña
Nina”, entonces lo veo, estaba con Lourdes, me quedo parada congelada, entonces él
me ve y viene corriendo hacia mí, con el propósito de saludarme: “Isabel!”, yo
simplemente le saludo con un frio y breve “Hola Carlitos”, me doy vuelta y comienzo a
caminar tratando de evitarlo sin éxito alguno, pues él me sigue, sus ruidosos pasos
solo me ponían nerviosa, y como batallaba en una guerra perdida finalmente acorto
mis pasos y él me pregunta: “hiciste el deber de aritmética?”, pero sigo sin prestarle
atención y seguimos caminando, sin opciones nos sentamos en el pasto, bajo el
enorme chivato que durante años ha sido nuestro lugar preferido. Me gustaba
observar como las agitadas ramas y las hojas, impulsadas por el árido viento
danzaban indiferentes acompañadas de músicas sordas. El cielo estaba
increíblemente azul, e infinito en todo su esplendor, era el inicio del mes de noviembre,
el verano se acercaba para arrasarnos, la primavera se alejaba con su brillante y
espesa calidez. Hacía dos meses yo ya había cumplido los 12 años y rápidamente
estaba dejando mi infancia para sustituirla con la adolescencia. Pensaba silenciosa y
perdía la mirada entre los árboles, mientras él me observaba ansioso. Notablemente
en unos días más, nos separaríamos y solo podríamos vernos cuando el pasara frente
a mi casa con su bicicleta roja y yo disimulara la emoción de verle, para que mamá no
me pillara. Ya no podríamos hablar, ni enviarnos cartas, ni tomarnos de la mano
tímidamente. Sin interés le pregunté: “¿a qué hora te levantaste esta mañana?”, “muy
temprano, fuimos al mercado con mi mamá” dijo él. A mí sin embargo me había
costado conciliar el sueño la noche anterior. Escuchaba que mis papás hablaban en
el dormitorio de al lado y me levanté sigilosamente en puntillas. Fui hasta la puerta y
pegando la oreja lo mas cautelosamente que podía, solo alcanzaba a oír murmullos,
me daba la impresión que mi Papá estaba muy angustiado y Mamá intentaba
tranquilizarlo. Como no lograba descifrar nada, volví a la cama pero di vueltas y rodé
sobre mi misma toda la noche preguntándome que era lo que estaba ocurriendo.
En eso sonó la campanilla que llamaba a la formación y me trajo de vuelta a la
realidad, entonces corrí con Carlitos a “formar fila”. La Directora de la Escuela,
ubicaba a los chicos grado por grado (esa era la aburrida tarea de todos los días),
finalmente cuando estábamos todos correctamente ubicados nos parábamos firmes
para entonar el Himno Nacional, acto seguido nos pedía una oración por nuestras
familias, por el Papa y por el Excelentísimo Señor Presidente de la República, luego
pasábamos en orden a nuestras clases. Ese día la Maestra pidió que cada niño citara
la profesión de sus padres. Cuando me tocó el turno, muy orgullosa dije: “mi Mamá es
ama de casa y mi Papá es Policía”, Carlitos dijo: “mi Mamá es ama de casa y mi Papá
es vendedor”, Ambos nos miramos y sonreímos satisfechos.
Papá llegaba todas las tardes del trabajo aproximadamente a las 6 de la tarde.
Siempre tan puntual. Para cuando el llegaba, Mamá religiosamente ya le tenía
preparada las zapatillas, la toalla y ropa limpia sobre la cama para cambiarse
después de la ducha. La rutina era cenar, mirar tele y luego a dormir. Durante la cena
cuando ya estábamos satisfechos le conté muy orgullosa a Papá, la pregunta que
realizó la maestra durante nuestra clase del día y lo que Yo había respondido.
Entonces él se alteró bastante, era algo anormal en el , por lo general es de esa clase
de personas con las cuales podías fallar mil veces y solo te diría que la próxima vez
tuvieses mas precaución , pero esto era algo insólito y golpeando la mesa me gritó
“¡para que contaste eso!”. Yo me estremecí, muy escasas veces el actuaba así
conmigo y entre asustadizos sollozos le dije que no sabía que mal había hecho.
Aquella noche, muy tarde, escuché nuevamente los murmullos en el dormitorio de al
lado. Me levanté intentando no cometer el más mínimo ruido posible y nuevamente
pegué la oreja a la fría e inmensa puerta. Esta vez algunas frases de mi Papá fueron
más precisas: “Hoy trajeron a otro…” “piletearon” “gritos de dolor”… oía esas frases
sueltas en el vacío y no alcanzaba a entender, Mamá inútilmente intentaba consolarlo.
Parecía que cada noche papá volvía más abrumado que el día anterior. Volví a mi
cama, pese a mis esfuerzos, nuevamente no pude conciliar el sueño, sabía que algo
muy malo ocurría.
Me levanté temprano y Mamá ya tenía preparados el cocido con leche y la galleta.
Desayuné y fui junto a mi vecinita Carmencita, mientras yo salía escuchaba detrás
mío a Mamá que me gritaba exacerbada “donde te vas hina mitakuña’í”. Carmencita y
Yo habíamos ido mil veces al arroyito que prodigiosamente corría cerca de nuestra
casa. A veces caminábamos entre las piedras que sobresalían de las frías aguas.
Otras veces, nos sentábamos al borde del arroyo en la arena y solo mojábamos
nuestros pies conversando de mil cosas para luego volver apresuradamente a casa e
ir a la escuela.
Aquella noche frente a la tele (a veces me preguntaba porque no podían hacer que la
tele tuviera colores) hice como que me dormí pues me gustaba que Papá me llevara
a arropar en la cama. Más tarde oí nuevamente los murmullos, esta vez no apoyé la
oreja a la puerta, miré por la cerradura y vagamente podía ver que Papá tenía el rostro
hundido entre las manos llorando desconsoladamente, Mamá le abrazaba y le decía:
“¿pero Reinaldo, que piko vos podes hacer?”, “¿que piko vos solo vas a hacer contra
ellos?”, “te vas a apeligrar ningo y a nosotras también”. Mi corazón latía fuertemente
amenazando saltar de mi pecho. Volví corriendo a la cama y mi respiración era muy
agitada, me tapé con las sábanas hasta la cabeza. Estaba tan asustada! yo nunca
había visto llorar a Papá.
Ese fin de semana fuimos a Areguá, a visitar unos parientes porque Mamá quería que
Papá descansara un poco. Fuimos al lago Ypacaraí y nos bañamos, caminamos por
los alrededores de la ciudad. Ese lugar conservaba un aire de otros tiempos. Solía
decirme a mi misma que algún día viviría en esa ciudad. Mis primos decían que esta
enorme casona había pertenecido alguna vez a un escritor llamado Gabriel Casaccia.
A mí su nombre me sonaba vagamente.
El final de las clases se acercaba rápidamente, me ponía al día con mis tareas, ya no
mas escapadas al arroyo, ni salir al jardín a mirar cuando Carlitos pasaba en su bici,
pero me consolaba pensando que solo sería por unos días. Las vacaciones de verano
se acercaban y tendría todo el tiempo del mundo para andar a mis anchas.
Aquella noche, acostada en mi cama, agotada por las actividades escolares, dormía
profundamente cuando me despertó un llanto desconsolado. Yo sabía lo que era,
entonces fui nuevamente hacia la puerta y escuché frases entrecortadas: “la
trajeron… es la esposa de…” luego me pareció escuchar las frases “electricidad…” y
“gritaba y lloraba de dolor”. Mamá le abrazaba fuertemente y le decía: “vos no podes
hacer nada”, y mi Papá le contestaba muy alterado: “¡pero yo sé todo lo que sucede
allí dentro y no hago nada para impedir que pase!”. Ella le contestó: ”¿porque pikó no
nos vamos nomas otra vez a la Argentina?”, y él le contestó: “¿y qué vamos a hacer
allá? ¿Qué nos espera allá?”, Mamá le decía: “por favor Reinaldo, no hagas ninguna
locura, te podés apeligrar”.
Esa noche fue la última vez que vi a mi Papá. Algo en mi interior me dice que
aunque ya ha pasado mucho tiempo, mi Mamá se ha resignado a que el ya nunca
volverá y ella es la única que sabe lo que realmente pasó, pero, no se atreve a
mencionar siquiera el hecho por el temor de que algo nos pase a nosotras también.
Mamá desde entonces se dedica a la confección de ropas en cantidades, se pasa
horas en la máquina de coser. Yo la ayudo doblando las ropas y empaquetándolas,
así subsistimos.
En el barrio los vecinos comentan en voz baja cuando paso. Yo hago oídos sordos.
Sé que mi Papá no pudo haber hecho nada malo, de eso estoy segura, por eso ya
no está con nosotras, porque no quiso formar parte de las atrocidades que se
cometían en la institución a la que el pertenecía.
Jamás imaginé en ese entonces que la tiranía de una sola persona pudiera castigar
tanto al alma, no solo de un ser humano sino de todo un pueblo que quería vivir y
tener derecho a la libertad.
”Por los derechos humanos dictaduras nunca más”!
Autora: Amanda Isabel Moray Duarte
Correcciones: Prof. Marlene,
Teresita de Moray.
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